Los dejo con un par de traducciones del padre Watt y del padre Martindale sobre la Navidad que se vivía en la casa de Hare Street. Espero que hayan ustedes tenido una Santa Navidad y que tengan un Feliz 2018 en la paz y tranquilidad de sus hogares.
“El día de Navidad era
una de las grandes fiestas de la Iglesia que él acostumbraba a pasar en Hare
Street, y le encantaba hacerla eclesiástica y socialmente memorable para el
distrito. Él había planeado el día en base a cómo él quería pasarlo. Debía
cantar la Misa del Gallo, y decir sus otras dos Misas a las ocho y media y a
las nueve, y tocar el órgano y predicar a las once. En el servicio de los niños
en la tarde él iba a estar tocando el órgano de nuevo. Él se me acercó con sus
sugerencias (fue siempre muy cuidadoso de no aparecer tomando nada para sí mismo)
y le sugerí que considerara su estado de salud y que tal vez sería mejor si se
acostaba temprano, tuviera un buen descanso nocturno y dijera sus tres Misas en
un horario razonable en la mañana y me dejara la Misa del Gallo a mí. En su réplica a esto fue casi como un niño:
“Si no me dejas cantar la Misa del Gallo, yo
no predicaré para ti”.
Casualmente él ganó, o
más bien casi ganó su punto, porque se decidió que no tendríamos la Misa del
Gallo cantada, sino que él la rezaría y se cantarían unos villancicos antes y
después de rezarla. Este arreglo le pareció bien y se fue de inmediato a
ensayar los villancicos.
En la Víspera de Navidad
un amigo en común, Mr. Joe Rooney llegó para pasar la Navidad con nosotros y
para ayudar con los cantos y con el entretenimiento de los niños.
Después de la cena fui a
mi habitación para preparar mi sermón, ya que yo iba a predicar en la Misa del
Gallo. Un poco después de las diez R.H.B subió las escaleras lentamente, pues
no estaba en condiciones de correr, y asomó su cabeza por mi puerta.
“Ya están llegando. ¿Voy
a la iglesia a tocar para ellos?” Y entonces notando que yo estaba preparando
mi sermón dijo: “Lo siento, espero no haberte molestado”.
Lo disuadí de su generoso
deseo de tocar el órgano durante dos horas, y retornó a la sala de estar.
Un poco antes de la
medianoche lo vi. Estaba haciendo los arreglos para la fiesta de los niños
junto con el Sr. Rooney, y le anuncié:
“La capilla está llena,
no necesitamos tocar la campana, ya que esto solamente va a molestará a los
vecinos.” Yo sabía el efecto que esto tendría y no me desilusionó:
“¡Molestémoslos!” –
exclamó – “Claro que los molestaremos, ya ellos harán suficiente jaleo con sus
viejas campanas la próxima semana simplemente porque es el día de año nuevo. Es
una cosa alegre y buena recordarles que el Salvador nació en Navidad.”
El hombre estuvo agónico
durante toda la Misa del Gallo. En el Credo le sugerí que pasara de largo y que
cortáramos el sermón.
“¡Oh no, no!” – dijo –
“tú ya los has cortado suficiente”.
Después de la Misa, él
subió las destartaladas escaleras hacia la galería donde está el órgano para
tocar los villancicos.
En la mañana de Navidad
fui hacia el comedor antes de mis Misas. Él estaba tomando desayuno y por
primera vez mostró su “bandera blanca”.
“No puedo predicar hoy” –
dijo – “Realmente no puedo. Lo siento muchísimo. Te daré un completo punteo de
un sermón de primera si quieres”.
Yo también lo sentí,
ambos, tanto por mi propio bien como por el de la feligresía, sin embargo,
R.H.B no estaba en condiciones de predicar y era obvio que él debía de estar en
cama. Pensé que tal vez él se acostaría y se lo mencioné.
“¡Oh no!” – dijo – “Yo
debo tocar el órgano”.
Y lo hizo, aunque en los
momentos de la Misa en los cuales él no estaba tocando, tal como lo supe
después, él estaba tirado en el suelo con un agudo dolor.
Todos los niños, incluso
algunos venidos desde lo más extremo de esta vasta parroquia, fueron reunidos
en la capilla en la tarde de Navidad, donde tuvieron un servicio para ellos
solos después de lo cual asistieron a un entretenido té en la casa de Hare Street.
Después del té cada niño recibió un presente de parte de San Nicolás (Mr.
Rooney estuvo con atuendo de Santa Claus toda la navidad) y así concluimos nuestra
Navidad parroquial. La mezcla de todos los niños, ricos y pobres, en esta fiesta
de Navidad fue muy feliz y un signo de verdadero catolicismo. Los niños lo
disfrutaron inmensamente y yo imaginé a los adultos que habían logrado entrar
con uno u otro pretexto disfrutarlo muchísimo, pero nadie lo disfrutó más que el
lastimado anfitrión.
(…) Ya he escrito en
extenso acerca de las fiestas de Navidad para los niños en Hare Street, pero
aún bajo el riesgo de repetirme, haré de nuevo mención de ellas porque comenzaron
no solo con la idea de mantener unidos a los niños e incluso sin ese objetivo primario.
El objetivo primario fue colocar a la más popular fiesta secular del año en su
propio entorno religioso. Papá Navidad es al niño inglés un benevolente anciano
caballero con el maravilloso don de descender por las sucias chimeneas sin
dañar de modo alguno sus hermosas ropas. La idea de R.H.B. era que los niños
vieran en el popular Papá Navidad al gran católico San Nicolás, los adornos y
el maquillaje eran idénticos y los regalos eran distribuidos con la tradicional
generosidad. El niño que, entrando al decorado comedor, exclamaba con la respiración
sobresaltada: “¡Oh, Papá Navidad!, se iba al final de la fiesta abrazando un
juguete al que vería, por largo tiempo, como el último regalo de San Nicolás.
La idea en su totalidad
era hacer una convocatoria a los niños al modo en el que ellos quieren ser convocados.
Y no es necesariamente el mismo llamado que se les hace en concordancia con los
métodos recomendados por aquellos que han hecho un especial estudio a “el niño,
sus hábitos e inclinaciones”.
Él esperaba hacer al catolicismo
de los niños lo más parecido a como el francés ama a su país. No me refiero a
un sereno y reposado beneficio emocional, sino a un amor que es fuego, un deseo
apasionado por Dios; un amor que mostrará por sí mismo un deseo por la acción,
un sentido del deber; un orgullo por la posesión; una especie de amor que no
solamente hace buenas vidas católicas, sino que es un amor agresivo que se gloría
de su catolicismo y de la propagación de éste.
Reginald J.J. Watt, Robert Hugh Benson, Capitán
del Ejército de Dios.
“Sin embargo, en sus
fiestas de Navidad su hospitalidad triunfaba. La primera fue ofrecida en 1912 a
los niños de la parroquia, y en esta fue prácticamente la única ocasión en la
que él tomó contacto con la gente del lugar. Él no conocía a nadie alrededor y
salía tan poco que el párroco local, con quien el padre Benson fue visto
algunas veces, se preguntaba con frecuencia “quien era su compañero”. Desde
luego, hubo un enorme té, y San Nicolás o Papá Navidad, quien era interpretado
por el Dr. Sessions u otro amigo, aparecía repentinamente desde la nada. Hugh
amaba estas mistificaciones, incluso el día de Navidad de 1912, cuando él
estaba muy enfermo e iba a ser sometido a una operación en unos pocos días, “él
trabajó en esta fiesta” -me escribió el padre Watt “de tal manera que uno se apasionaba
al mirar”. Él siempre daba obsequios, cuidadosamente elegidos, para todo el
personal de la casa y su gran círculo de amigos, y desde luego él recibía una
inmensa cantidad. De nuevo el padre Watt:
“Me temo que difícilmente apreciaba la mayoría
de ellos. Recuerdo una vez que le llamé la atención acerca de uno que era
realmente valioso y que estaba cada vez más golpeado. “No debería recibir regalos,
no los aprecio” fue todo lo que dijo, tomó la cosa y la colocó en un armario.
Pero si él no siempre apreciaba las cosas valiosas, él podía mostrarse
considerablemente encantado con cosas pequeñas sin importancia. Una Navidad le
di media docena de pares de calcetines. Él necesitaba algunos y él no se los
iba a comprar. Siempre estaba necesitado de ropa. Él estaba diciendo la Misa de
Medianoche, y yo estaba predicando. Después de mi sermón subí las escaleras y
colgué todos los calcetines alrededor de su cama, una pequeña con cuatro postes
que él mismo había fabricado. Alrededor de dos horas después fui despertado por
él cuando entró corriendo a mi habitación. “Padre Watt, padre Watt, ¡qué
espléndido regalo! Mire, los tengo puestos” [1]
Los hermanos Benson junto a su madre y su nany |
Además de estos
festivales de Navidad, estoy seguro que será la Misa de Medianoche, en la
fragante capilla con su población de santos y ángeles haciendo sombras enormes
en los yesos y en las maderas y en la estremecedora melodía del Adeste, lo que más permanece en la mente
de aquellos que pasaron aquellos días en Hare Street.”
C.C Martindale, The Life of Monsignor Robert Hugh
Benson
[1] Con
todo este “desapego”, él se comportaba encantadoramente celoso con cosas
pequeñas. Un amigo suyo le envió a uno de sus invitados un par de guantes. “Muy
bonitos”, dijo él con brusquedad. Entonces, habiendo examinado su correo: “Ella
no me ha enviado nada”. Pero llegó un segundo correo. “Muéstrame tus guantes” –
gritó corriendo hacia el cuarto de invitados” – “¡Ah!” – exclamó con
satisfacción usando los propios. “¡Los míos son mucho mejores!” Ahora bien, en
lo que fuese que importara lo más mínimo, los celos o la mezquindad son lo que
jamás pudiera ser soñado en conexión con Hugh Benson.