domingo, 23 de junio de 2024

El tradicionalismo de Tolkien: ¿olvidado estratégicamente? por Julian Kwasniewski,

 

Nota de Beatrice: Agradezco al profesor Augusto Merino por la traducción de este texto de Julian Kwasniewski para The Imaginative Conservative del 13 de junio de 2024, que viene a dar vida a este blog.


J.R.R. Tolkien vertió todo su corazón y su más hondo sentido de lo que quiere decir realidad “recta” en su obra subcreativa [N. del Tr.: o sea, referida a mundos imaginarios]. Su mundo de la Tierra Media se basa en la monarquía, en la tradición, en rituales obscuros, pero profundamente significativos, que implican sagradas y elevadas lenguas; un mundo poblado por reyes y campesinos, magos y hechiceros. Su economía es distributista. Los hombres de la Tierra Media son apuestos y fuertes, sus mujeres bellas y de una delicada bravura.


“Probablemente no te hubiera gustado encontrarte con el lado oscuro de Tolkien”, me dijo un amigo. “¡Te podría haber maldecido en quince idiomas, de los cuales doce eran inventados por él!”. Aunque Tolkien nunca tuvo la fama, como Belloc y Chesterton, de ser cascarrabias y peleador, había en su carácter algo más de estos rasgos que lo que normalmente se supone. Este año celebramos el 50º aniversario de la muerte de este querido escritor: murió el 2 de septiembre de 1973. Mundialmente famoso por su imaginaria épica “El señor de los anillos” y por su predecesor “El hobbit”, Tolkien es especialmente querido por los católicos por su arraigada práctica de la fe y por los sutiles modos cómo ella permea su obra creativa. Sin embargo, a pesar de su popularidad, gran parte de su pensamiento sobre la Iglesia y de su espiritualidad es poco conocida o, al menos, poco comentada.

             Figura mucho más académica que Belloc, Chesterton o Evelyn Waugh, Tolkien no fue un apologeta como su amigo C.S. Lewis. Hay, por tanto, menos material suyo que hable explícitamente de la Iglesia o de su relación con la Iglesia durante la última década de su vida. Pero Tolkien fue un tradicionalista desde muchos puntos de vista y, aunque no habló mucho sobre el estado de la Iglesia después del Vaticano II, éste ciertamente lo perturbó. En sus cartas hay varios comentarios sobre liturgia y sobre la atmósfera teológica de los años 1960. Tolkien combina humildad con crítica; reconoce que los cambios e infidelidades de los eclesiásticos, así como las ideas comunes en esa época, no pueden ser equiparados con un abandono de la Iglesia, pero vio que podían proporcionar una excusa para “escandalizarse” y dejar de creer. Su eclesiología es lo suficientemente sana como para estar intranquila y ser, al mismo tiempo, fiel.

 Partamos por la humildad: clérigos que gruñen, mujeres en pantalones

             En carta a su hijo Michael, Tolkien decía, en la fiesta de Todos los Santos de 1963, que “en último término, la fe es un acto de la voluntad, inspirado por el amor. Nuestro amor puede enfriarse y nuestra voluntad erosionarse con el espectáculo de los fracasos, locuras e incluso pecados de la Iglesia y de sus ministros, pero no creo que alguien que haya tenido fe alguna vez eche pie atrás y renuncie a ella por estos motivos”. Tolkien escribe que “la tentación de la increencia” (que significa, en realidad, rechazo de Nuestro Señor y de sus exigencias) “la tenemos siempre ahí, en nuestro interior”. Cuando esta tentación interior crece, aumenta nuestra disposición a “escandalizarnos por causa de otros”. Y prosigue: “He sufrido gravemente en mi vida por culpa de sacerdotes estúpidos, cansados, tibios e incluso malos; pero ya me conozco suficientemente a mí mismo como para darme cuenta de que no debo dejar la Iglesia […] por semejantes motivos: si he de dejarla, es porque ya no creo que debiera dejarla, o porque no debiera seguir creyendo, independientemente de si he conocido o no personas que, habiendo recibido el sacramento del orden, no son ni prudentes ni santas”[1].

 

            En otra carta escribe cómo “durante mis peregrinaciones” se encontró con “sacerdotes gruñones, estúpidos, falsos, ignorantes, hipócritas, flojos, borrachos, de mal corazón, cínicos, mezquinos, avarientos, vulgares, snobs e incluso (una corazonada) inmorales”, pero la bondad de su guía desde la niñez, el P. Francis Morgan, los superaba a todos[2].

 

            Tolkien no fue un snob. Aconseja a Michael que comulgue frecuentemente y lo haga “en circunstancias que te ofendan la sensibilidad. Elige un sacerdote gruñón o charlatán, o un monje soberbio y vulgar; y una iglesia llena de la usual muchedumbre burguesa, de niños mal criados…, jóvenes mal vestidos y sucios, mujeres en pantalones y con cabello descuidado y sin velo. Ve a comulgar con ellos (y reza por ellos)”[3]. Todo lo cual no quiere decir, por cierto, que Tolkien creyera que semejantes desaliños fueran aceptables.

 

            Esta reflexión, madura y ponderada, es buena prueba, creo, de que Tolkien no fue el tipo de hombre que se deja fácilmente amilanar por la mala conducta de los eclesiásticos. Igualmente mesurados son sus comentarios sobre el Vaticano II y el estado de la Iglesia.

 El Vaticano II y la nueva Misa

             En la carta 306[4], Tolkien escribe “Las “tendencias” en la Iglesia son […] serias, especialmente para quienes están acostumbrados a encontrar en Ella solaz y “pax” en tiempos de tribulaciones temporales, y no son sólo otro campo más de luchas y cambios”. Habiendo nacido a mediados del reinado de la reina Victoria, “fue despojado” de la sensación de seguridad, tanto temporal como espiritual, de que había disfrutado. Y añade que “La Iglesia que alguna vez sintió como un refugio, se siente ahora como una trampa. ¡Ya no hay dónde ir!”. ¿Qué hacer, se pregunta Tolkien? “Creo que no queda sino rezar por la Iglesia, por el Vicario de Cristo y por nosotros mismos, y entre tanto, ejercitar la virtud de la fidelidad, que se vuelve virtud precisamente cuando se está tentado de abandonarla”. Tolkien reconoce que hay “varios elementos en la situación actual” que son “confusos, aunque, en realidad, claros”, como, por ejemplo, la juventud moderna, que se inspira en buenos motivos, como la “anti regimentación, y la anti monotonía”, y “no está necesariamente aliada con las drogas o los cultos nihilistas y la mugre”. Como esto está escrito hacia 1967 o 1968, las secuelas del Concilio Vaticano II difícilmente quedarían excluídas de esta observación.

 

            Tolkien consideró (con la perspectiva de 1963) que la reforma de Pío X sobre la comunión frecuente y sobre la edad de las primeras comuniones era “la mayor reforma de nuestro tiempo”, que “superaba cualquier cosa, por más necesaria que fuere, que lograra el Concilio”. Tolkien tenía una gran devoción al Santísimo Sacramento. “Me enamoré del Santísimo Sacramento desde el principio y, por la gracia de Dios, nunca lo he abandonado”. Y escribe que lo más impactante de la Iglesia católica es que es la única que “ha defendido siempre el Santísimo Sacramento, le ha rendido los máximos honores y lo ha puesto (como Cristo claramente lo quería) en el primer lugar”[5]. La falta de respeto por la Eucaristía y la falta de una recta teología del sacrificio, que siguió las huellas del Novus Ordo, deben haberlo apenado profundamente.

 

            Este filólogo acolitó la Misa tradicional hasta bien entrado en la adultez: “El P. Gervase Matthew dirá la Misa en Blackfriars el sábado a las 8 a.m., y yo la acolitaré”, escribió en 1945[6], y en 1963 mandó decir una Misa por C.S. Lewis: “Mandé decir una Misa hoy en la mañana, y asistí a ella y la acolité”[7]. En la carta 54, escribe a Christopher que normalmente dice en latín algunas oraciones como el Gloria Patri, el Laudate Dominum, y el Sub tuum. “Es también cosa buena y admirable saberse de memoria el Canon de la Misa, porque se lo puede recitar interiormente si alguna vez hay circunstancias difíciles que te impiden oír Misa”[8]. El desprecio por el patrimonio litúrgico latino ha de haber sido indudablemente muy duro para alguien familiarizado tan íntimamente con la belleza y la pietas de los ritos católicos.

 

            Simon Tolkien recordaba en 2003 el apego de su abuelo a la liturgia latina:

 

            “Recuerdo vívidamente haber ido con él a Misa en Bournemouth. Era un católico romano devoto, y fuimos poco después de que la Iglesia cambiara la liturgia del latín al inglés. Mi abuelo obviamente no estaba de acuerdo con esto, y pronunciaba todas las respuestas en voz muy alta, mientras el resto de los fieles respondía en inglés. La experiencia me pareció terrible, pero a mi abuelo no le importaba nada. Simplemente tenía que hacer lo que le parecía correcto”[9].

 

            Tolkien vio también las destructivas tendencias del anticuarianismo litúrgico. La larga carta 306[10] contiene algunos comentarios sobre lo que Tolkien (y muchos otros) consideraban como la “protestantización” de la Iglesia católica:

 

            “El “protestante” mira hacia atrás buscando “sencillez” y claridad, lo que, por cierto, aunque conlleva ciertos motivos buenos o al menos comprensibles, es erróneo y, en realidad, vano. Porque el “cristianismo primitivo” es hoy y, a pesar de todas las investigaciones, será siempre en gran medida desconocido; porque el “primitivismo” no es garantía de valor, y es y fue en gran medida un reflejo de la ignorancia”.

 

            En relación con el desarrollo orgánico y el desarrollo de la doctrina, Tolkien medita en la analogía del árbol, usada por G.K. Chesterton y otros autores para describir cómo el crecimiento y la continuidad son compatibles. La Iglesia de Tolkien “no fue querida como algo estático por el Señor o algo que debía permanecer en perpetua niñez, sino como un organismo vivo (parecido a una planta), que se desarrolla y cambia en cosas exteriores debido a la interacción de su vida, recibida de Dios, y de la historia -las circunstancias específicas del mundo en que vive-“. Tolkien reconoce que, de algún modo, “no existe parecido entre la “semilla de mostaza” y el árbol plenamente desarrollado”. Pero “para aquellos que vivieron durante el crecimiento de sus ramas, lo importante es el Arbol, porque la historia de una cosa viva es parte de su vida, y la historia de una cosa divina es sagrada”. En otras palabras, una vez que la Iglesia ha alcanzado el estado de “árbol”, no puede invocar la semilla como excusa para hacer cambios que están, en realidad, en discontinuidad con su crecimiento: “El sabio puede que sepa que comenzó como semilla, pero es vano tratar de cavar para desenterrarla, porque ya no existe, y la virtud y poderes que tenía están ahora en el Arbol”. Los guardianes del patrimonio deben ser muy cuidadosos, especialmente en su cometido:

 

            “Muy bien. Pero en la agricultura, las autoridades, los guardianes del Arbol, deben cuidarlo según los conocimientos que posean, podarlo, quitarle las excrecencias, librarlo de parásitos, etc. (¡con temor, sabiendo cuán escaso es su conocimiento del crecimiento!). Pero ciertamente habrán de causar daño si se obsesionan con el deseo de regresar a la semilla o, incluso, a la primera juventud de la planta, cuando era bonita (según se la imaginan) y ningún mal la afligía. El otro motivo (hoy tan confundido con el primitivista, incluso en la mente de cualquiera de los reformadores): aggiornamento, poner al día: ello tiene sus propios y graves peligros, como ha quedado claro a través de la historia. Con él se ha confundido también el “ecumenismo””.

 

            Esto no quiere decir que Tolkien no se compadeciera de sus hermanos cristianos: al contrario, acogió los esfuerzos por sanar las heridas de la unidad, pero encontró que, a menudo, los avances que hacía la Iglesia al mundo moderno y a otras denominaciones no tenían resultados:

 

            “Siento simpatía por los desarrollos estrictamente “ecuménicos”, es decir, preocupados por otros grupos o iglesias que se autodenominan (y a menudo lo son verdaderamente) “cristianos”. Hemos orado incesantemente por la reunión de los cristianos pero, si se piensa en ello, es difícil ver cómo ella podría comenzar a tener lugar, salvo del modo como ya lo ha hecho, con todos sus inevitables y pequeños absurdos. Un aumento de la “caridad” es un progreso enorme. En cuanto cristianos, quienes son fieles al Vicario de Cristo deben dejar de lado los rencores que sienten como meros seres humanos -e.g. frente al engreimiento de nuestros nuevos amigos (especialmente los de la Iglesia de Inglaterra)-. A menudo uno recibe hoy palmaditas en la espalda en su calidad de representante de una iglesia que ha visto el error de sus caminos, que ha abandonado su arrogancia y altanería y su separatismo; pero todavía no me he encontrado con un “protestante” que demuestre o exprese ninguna comprensión de los motivos de nuestra actitud, antigua o moderna, en este país, comenzando por la tortura y la expropiación hasta [la literatura anticatólica] y todo lo demás. ¿Se ha mencionado alguna vez que los católicos romanos todavía padecen inhabilidades que ni siquiera rigen para los judíos? Como alguien cuya niñez fue oscurecida por la persecución, esto me parece duro. ¡Pero la caridad cubre una multitud de pecados!”[11].

 

            Otro pasaje, inusual pero pertinente, lo encontramos en algunas partes no publicadas del manuscrito de “Tolkien y el Silmarillion”. Este libro contiene las memorias de la cercana colaboración de Clyde Kilby con Tolkien en el verano de 1966, encaminada a organizar los muchos borradores de “El Silmarillion”. “El libro contiene increíbles perspectivas de Tolkien como hombre y de Tolkien como el creador de mitos”, escribió Bradley Birzer en 2015, haciendo ver que “revela mucho de la personalidad de Tolkien”. Gran parte del libro de Kilby ha permanecido sin publicarse. Birzer, sin embargo, comparte el siguiente pasaje de las páginas no publicadas de Kilby:

 

            “El peor de los zarzales fue lo que, persistentemente, consideraba como la decadencia espiritual de nuestro tiempo y, especialmente, de la Iglesia católica romana, de la cual era antiguo y devoto miembro. La Iglesia, decía, “que en algún momento sentí como un refugio, la siento ahora como una trampa”. Vivía abrumado por el hecho de que incluso a la sagrada Eucaristía asistieran “jóvenes sucios, mujeres en pantalones, a menudo con el pelo descuidado y sin velo” y, lo que era peor, por el grave sufrimiento que causaban “sacerdotes estúpidos, cansados, tibios e incluso malos”. Una anécdota que le oí se refiere a su asistencia a Misa no mucho después del Vaticano II. Experto en latín, a duras penas había logrado aceptar su abolición en favor del inglés. Pero cuando llegó la vez siguiente a la ceremonia y se sentó a mitad de una banca, comenzó a notar otros cambios, aparte del lenguaje, como la disminución de las genuflexiones. Su desilusión fue tal que se levantó, se abrió con dificultad paso hasta el pasillo, hizo ahí tres profundas genuflexiones y salió de la iglesia pisando ruidosamente”[12].

 

Sólo la Iglesia preservará la civilización

 

            Tolkien escribió en 1944 que “tal como ocurrió en la anterior edad obscura, sólo la Iglesia cristiana transmitirá la tradición (no alterada, quizá ilesa) de una más alta civilización espiritual, es decir, si es que no es forzada de nuevo a las catacumbas. Negros pensamientos sobre cosas de las que no se puede, en realidad, saber nada; el futuro es impenetrable especialmente para los sabios, porque lo que realmente importa está siempre oculto a los contemporáneos, y las semillas de lo que habrá de ser germinan silenciosamente en la oscuridad de algún rincón olvidado”[13]. El tema de preservar la tradición en medio de la persecución estaba profundamente arraigado en el corazón de Tolkien. A ello se refiere Gandalf en el capítulo 9 de ”El regreso del rey”:

 

            “No nos corresponde dominar todos los acontecimientos del mundo, sino hacer todo lo que esté a nuestro alcance por ayudar a aquel tiempo en que vivimos, desarraigando el mal en los campos que conocemos, de modo que quienes vivan después tengan una tierra limpia que arar. Qué clima les habrá de caber en suerte no es algo que esté en nosotros controlar”.

 

            Aunque no nos haya llegado una extensa apología sobre sus preocupaciones sobre el abandono del latín, las formas litúrgicas tradicionales o las modas teológicas, es importante reconocer que Tolkien se sentía incómodo con el “espíritu del Vaticano II”. Esto no es una casualidad, sino algo que brota de toda su actitud hacia la tradición y la fidelidad a las costumbres heredadas y a la cultura. Tenía un profundo sentido de la unidad de la cultura, del lenguaje, de la historia y de los ritos. Uno de los motivos por los que creó tantas lenguas y mitos que apenas figuran en sus obras completadas es que el trasfondo mítico y cultural que crearon, incluso cuando se los considera indirectamente, proporcionaba una sensación de “completitud” o profundidad a sus mundos. Por tanto, tenemos que tener presente que el malestar con la modernización en la Iglesia católica y la afinidad con el retrato ficticio de la realidad, no constituyen en Tolkien una mera coincidencia, sino que se trata de algo lleno de sentido y apropiado, porque ambas cosas van juntas en el propio Tolkien. Y si amamos simultáneamente el ethos de Tolkien y los cambios impuestos por el Vaticano II, necesitamos darnos cuenta de que hay una de estas dos realidades que no comprendemos bien, porque ellas son incompatibles.

 

            Tolkien negó que su trilogía fuese, de algún modo, una alegoría o que aludiera de cerca al catolicismo. En una carta a un amigo jesuíta que estaba leyendo el manuscrito antes de su publicación, Tolkien escribió:

 

            “El Señor de los Anillos es, por cierto, una obra fundamentalmente religiosa y católica: a primera vista lo es inconscientemente, pero lo es conscientemente en una segunda lectura. Por eso es que, prácticamente, no he incluido en el mundo imaginario (y he podado de él) referencias a cualquier cosa que suene a “religión”, a cultos o a prácticas. Porque el elemento religioso ha sido absorbido por la narración y por el simbolismo”.

 

            Aunque es verdad que Tolkien quería que su mundo imaginariamente creado pareciera algo pagano y no fuera una alegoría de Europa, en cierto sentido fue tal alegoría, porque la inspiración nórdica y anglo-sajona se ve por todas partes. Su aborrecimiento de una alegoría cristiana, notable en sus desencuentros con Lewis acerca de Narnia, lo inclinaron probablemente en dirección a una religión implícita. A veces, sin embargo, esto no resultó tan implícito; en la misma carta, Tolkien reconoce lo acertado de considerar a Galadriel como un tipo o una referencia a la Virgen María[14]. Sin embargo, la visión de lo sobrenatural de Tolkien, intensamente conservadora, no necesita, al cabo, ser ilustrada por aparatosos ornamentos que la proclamen a gritos.

 

            El mundo de la Tierra Media de Tolkien se basa en la monarquía, en la tradición, en obscuros pero profundamente significativos rituales que implican sagradas y elevadas lenguas; un mundo poblado por reyes y campesinos, magos y hechiceros. Su economía es distributista. Los hombres de la Tierra Media son apuestos y fuertes, sus mujeres bellas y de una delicada bravura (¡recordar a Eowyn, que blande una espada!). Tolkien vertió, en su mundo subcreado, su corazón y su más hondo sentido de lo que quiere decir una realidad “recta”. La mente se aturde si trata de imaginar qué hubiera pensado el Consilium de la religiosidad de la Comarca. Es cosa evidente que la sabiduría hobbit de Sam Gamgee no hubiera tenido paciencia con el Novus Ordo. Si ha de descubrirse el tradicionalismo de Tolkien en su trilogía y en sus cartas, tomemos la oportunidad de su aniversario para revisitarlo, teniendo presente que de sus bien arados y bien cultivados campos podemos aprender mucho acerca de lo que es valioso y de lo que debemos preservar en los nuestros.   



[1] J.R.R. Tolkien, ed. Humphrey Carpenter y Christopher Tolkien, The Letters of J.R.R. Tolkien (Boston: Houghton Mifflin, 1981), 337-38.

[2] Ibid., 354.

[3] Ibid., 339.

[4] Ibid., 391ss.

[5] Ibid., 339-40

[6] Ibid., 115.

[7] Ibid., 341.

[8] Ibid., 66.

[9] Tomado de un artículo primero publicado por The Mail On Sunday 2003, reproducido en https://www.simontolkien.com/mygrandfather, visitado en mayo 11, 2023.

[10] The Letters of J.R.R. Tolkien, 391ss.

[11] Ibid., 394.

[12] Citado en https://theimaginativeconservative.org/2015/07/tolkien-the-man-and-tolkien-the-myth-maker.html, visitado en mayo 11, 2023.

[13] The Letters of J.R.R. Tolkien, 91.

[14] Ibid., 172.