miércoles, 31 de julio de 2024

La vocación universal a la hobbitud, pór Julian Kwasniewski

         Hay muchos que no seremos jamás llamados a ser un Aragorn, o un

Gandalf, o un Frodo, o ni siquiera un Sam Gangee. La gran mayoría de nosotros

será los hobbits que nunca entendieron, en realidad, lo que estaba ocurriendo y

fueron incluso inconscientes del peligro de que los salvó el heroísmo de unos

cuantos aventureros desconocidos, que peleaban a enorme distancia de casa.

Pero es terrible la tentación de abandonar nuestros queridos sembradíos cuando,

mirando cada uno su “palantir” de bolsillo, ve las fuerzas del mal alineadas y listas

para destruír el mundo que amamos.

                        

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo evitaremos abandonar nuestros deberes a

fin de seguir una vocación a salvar el mundo que no es, propiamente, la nuestra?

Lo evitaremos si descubrimos que las pequeñas realidades materiales pueden -

debido a la encarnación de Nuestro Señor- “llegar a ser parte de una obra mucho

mayor, que pueden conducir a la Bienaventuranza”; si descubrimos que las cosas

débiles y frágiles son, en realidad, más fuertes y duraderas que las maquinaciones

de quienes parecen poderosos en este mundo.


En un ensayo titulado “Una Navidad perdurable”, Hilaire Belloc, apologeta

católico, historiador y pensador político, escribe sobre el modo cómo las

entrañables y venerables tradiciones de la Navidad pueden dar continuidad y solaz

a los acontecimientos transitorios y tristes de la vida mortal. Belloc enumera una

multitud de aflicciones que entristecen la vida del hombre: “Las amenazas de

desesperación, el remordimiento, la necesidad de expiación, el insoportable

hastío, la tediosa repetición de cosas aparentemente estériles, innecesarias y

desprovistas de sentido, la lejanía, la mutua incomprensión de los espíritus”. Saber

que Belloc perdió a dos de sus hijos en las Guerras Mundiales agrega intensidad a

sus palabras, hasta que éstas alcanzan su clímax cuando dice que la pena “de los

hombres jóvenes que han muerto en la guerra antes que sus padres se debilitaran

con la edad; la pena de los peligros de enfermedad en el cuerpo y aun en el alma,

de la ansiedad, del honor acosado, de todas las amarguras del vivir – todo ello se

convierte en parte de una empresa mayor, que puede conducir a la

Bienaventuranza”.


Esta cita de Belloc es una explicación excelente y poética de la realidad

encarnacional de muestra religión: se adquiere la santidad y se da gloria a Dios

con las cosas ordinarias y difíciles de la vida; y no sólo con las ordinarias y difíciles

sino también con las bellas y gozosas.


En nuestros tiempos, cuando una increíble confusión y oscuridad permean

todos los niveles de la sociedad, es fácil olvidar esta verdad. Entre la corrupción

política, la puja por un nuevo echar a andar el mundo por no se sabe quién, y el

sínodo universal del Papa Francisco, es fácil perder de vista el hecho que las

cosas pequeñas y débiles de este mundo se han vuelto poderosas por la

encarnación de Nuestro Señor. San Pablo escribe:


“Dios escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y Dios

eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; escogió Dios a lo vil, a lo

despreciable del mundo, a lo que no es nada, para destruír lo que es, de manera

que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios” (1 Corintios 1, 27-29).

Esta verdad está maravillosamente descrita en la trilogía épica de Tolkien,

“El Señor de los Anillos”.


Los hobbits de Tolkien son la quintaesencia de lo doméstico y lo poco

aventurero. Pero, como reiteradamente observa Gandalf, un hobbit es más que lo

que ven los ojos. A pesar de su vida tranquila y rústica, los hobbits tienen fuerzas

escondidas, que ellos mismos desconocen. Cuando el Anillo llega a las manos de

Frodo, vemos en él un símbolo del mal, concentrado e hipócrita, que pasa a

depender del pueblo más sencillo de la Tierra Media. Pero aunque Frodo y sus

tres compañeros hobbits finalmente salvan de Sauron a su mundo, el resto de los

habitantes de la comarca participan poco o nada de la epopeya: siguen

preocupados de sus sembrados y de sus familias, ignorantes del desastre que los

amenaza.


¿Los culparemos por ello? No. Lo que hacen es cumplir con su deber,

siguiendo su personal vocación. Frodo habría hecho lo mismo si no hubiera sido

abordado por Gandalf. El no escogió ser el Depositario del Anillo. Pocos de

nosotros seríamos Depositarios del Anillo; por el contrario, los más de entre

nosotros están llamados a ser padres y madres, hermanos y amigos. Tenemos

que trabajar en nuestro pequeño sembradío para alimentar el futuro del mundo a

través del amor a nuestras familias y a nuestro patrimonio católico, a través de la

enseñanza de la verdad y de la creación de belleza y orden con nuestros mejores

esfuerzos. Aunque el libro se enfoca en la Hermandad, “El Señor de los Anillos” de

Tolkien contiene incisivos y bellos pasajes que pueden ayudarnos y animarnos en

nuestras vidas de hobbits hogareños.


Después de la batalla de Helm’s Deep, el Rey Théoden se asombra de los

Ents que lo ayudaron en la lucha, y que pensaba eran sólo creaturas legendarias.

Gandalf le contesta:


“Debieras alegrarte, Rey Théoden, porque ahora está en peligro no sólo la

vida de los Hombres, sino la vida de aquellas cosas que has creído eran de

leyenda. No careces de aliados, aunque no los conozcas”

Théoden contesta con uno de los pasajes más verdaderos y más tristes de

Tolkien:


“Pero también debería estar triste”, dijo Théoden. “Porque cualquiera sea el

rumbo que tome la guerra, ¿no podría terminar de un modo tal que mucho de lo

que fue bello y maravilloso desaparezca para siempre de la Tierra Media?”. “Sí,

podría ser”, dijo Gandalf. “El mal de Sauron no puede ser totalmente curado, ni se

puede hacer como si no hubiera existido. Pero estamos destinados a ese futuro.

Por ahora, ¡continuemos el viaje que hemos comenzado!”.

Es verdad, creo, que el mundo moderno ha visto la destrucción de cosas

que no volverán jamás. Y cada día hay más destrucción. Pero ello no significa que

se nos permita desesperar. Como dice Denethor:

“¿Pensaste acaso que los ojos de la Torre Blanca eran ciegos? No; he visto

más de lo que te imaginas, Necio Gris. Porque tus esperanzas no son más que

ignorancia. ¡Ve pues, y trabaja en tu curación! ¡Ve adelante y pelea! Vanidad. Por

un breve espacio, por un día, puede que triunfes en la lid. Pero no hay victoria

posible contra el Poder que está surgiendo ahora, que sólo ha tocado esta ciudad

con un dedo de su mano. Todo el Oriente está en marcha. Y en este preciso

instante el viento de tus esperanzas te está engañando, mientras hace avanzar

por el Anduin a una flota de velas negras. El Occidente ha fallado. Es tiempo de

que partan todos los que no quieren ser esclavos”. A esta diatriba, que culmina

con ese “El Occidente ha fallado”, replica Gandalf: ”Tales consejos sin duda harán

que se cumpla la victoria del Enemigo”.


¿Qué hemos de deducir de todo esto? Debemos aprender que tenemos

aliados que no conocemos, debemos darnos cuenta de que hay muchas cosas

que se están yendo de este mundo y que nosotros seremos los últimos en

recordar, y debemos darnos cuenta de que dudar de la fuerza de nuestra cultura

de Occidente -que se basa en la Cristiandad- hasta el punto de abandonarla, sólo

aumentará las probabilidades de la victoria del Enemigo.


Esta falta de fe en las riquezas de Occidente es, me parece, el centro de los

fracasos y de los éxitos a medias de tantas técnicas apologéticas y catequísticas

que han usado los católicos desde los años 1960. Y explica también por qué se ha

abandonado fácilmente tanto de nuestro patrimonio y por qué todavía se lo valora

tan poco. Si realmente creyéramos en la grandeza del canto gregoriano y de la

polifonía renacentista; si verdaderamente creyéramos en las grandes artes

sagradas; si verdaderamente creyéramos en la doctrina tradicional de la Iglesia en

materias de fe y de moral, ¿no estaríamos orgullosos y entusiasmados por

compartirlas? ¿no esperaríamos atraer con ellas a los hombres, gracias a su

intrínseca verdad y su atractivo?


En cambio, sostenemos que “hay que ir a encontrar a los hombres adonde

están”, “hablarles en su propio idioma”, o “hay que hacerse aceptables”. Jamás

obraríamos de este modo si ofreciéramos un helado gourmet, una marca favorita

de cerveza, o un exótico relleno de pizza. En tal caso, diríamos “Tienen que probar

esto”, y a continuación obligaríamos a nuestros amigos a probar un poco y ver qué

les parecía. Y si nuestros amigos no quedaran maravillados, les diríamos “¿Qué

les pasa a todos Uds.?


Sin embargo, mientras tenemos suficiente confianza en nuestras papilas

gustativas como para endilgar a nuestros amigos un helado, una cerveza o una

pizza, no confiamos suficientemente en una tradición que tiene 2.000 años de arte,

creencias y liturgia como para ofrecerla al hombre moderno como algo “que podría

gustarle”. En realidad, a pesar de que Juan Pablo II nos amonestó “No tengáis

miedo”, tenemos miedo de tanto de lo que tenemos que ofrecer.

Pero todo esto nos trae a mi punto final: nuestra labor está en el terreno que

nos es conocido.


Gandalf dice del Anillo: “Si es destruído, entonces él [Sauron] fracasará… Y

así un gran mal habrá sido arrojado de este mundo. Hay otros males que pueden

venir; porque Sauron no es más que un sirviente o emisario”. Y prosigue el mago,

pronunciando quizá el grito de batalla y el lema de nosotros, los hobbits que nos

quedamos en casa:


“Pero no nos corresponde dominar todas las mareas del mundo sino hacer

lo que está a nuestro alcance por auxiliar a los tiempos en que vivimos,

desarraigando el mal en los terrenos que conocemos, para que los que vengan

después de nosotros puedan tener una tierra limpia que arar. Qué clima les tocará,

no nos corresponde decidirlo”.

               

Cada uno de nosotros tiene un campo, cada uno de nosotros tiene tiempo,

cada uno de nosotros tendrá, de un modo u otro, herederos, estudiantes, niños.

Para algunos -y quizá es lo mejor para la mayoría- se trata literalmente de

campos, de años de trabajo duro, de muchos niños, todo ello fruto de la

dedicación a la tierra y a la familia, de acuerdo con los criterios católicos de una

vida de hogar. Para otros, habrá campos, si no literales, verdaderos, de acción y

de labor; habrá quizá menos tiempo, y habrá quienes reciban su influencia

paternal a través de la enseñanza, de la tutoría, o de la dirección espiritual.


En otro nivel, debemos buscar en nosotros mismos males que erradicar.

Como escribió Paul McGuire en 1946, “Existe una solución al dilema moderno.

Está, curiosamente, en las manos, el corazón y la mente y la voluntad de todo

cristiano” (Integrity: segundo número, noviembre 1946). Porque estos campos

están en nuestro corazón, y si hay en ellos algún mal, siempre podremos hacer

algo al respecto, porque están dentro de nosotros mismos.


¿Cuándo nos vamos a destetar de los “palantires” de los smartphones y de

las redes sociales? ¿Cuándo vamos a desmalezar el terreno de nuestra alma con

oración diaria? ¿Cuándo vamos a negarnos a nosotros mismos y asumir

diariamente tareas manuales para limpiar y ordenar los espacios en que vivimos?

“Nosotros somos los mediocres, nosotros somos los donantes a medias, nosotros

somos los que aman a medias; nosotros somos la sal que ha perdido su sabor”

escribió Caryll Houselander incisivamente en su poema “Una tarde en la catedral

de Westminster”. Recuperemos nuestro sabor. Hagámonos donantes en plenitud,

y plenos amantes. Pero, ¿a quién daremos, a quién amaremos?

A quien más obligación tenemos de dar y de amar es nuestra familia. La

obligación de amar al prójimo como a sí mismo encuentra su plenitud en nuestra

mujer y en nuestra familia, a quienes podemos amar y darnos de un modo único y

asiduo. Escuchar la “llamada universal a la hobbitud” debiera hacernos apreciar

esto más plenamente, y recordarnos cómo la encarnación ha transformado las

cosas ordinarias de esta vida.

En un artículo sobre los principios del trabajador cristiano, Donald Hessler

ha escrito:

“Es una gran ley de la naturaleza y de la gracia, dice Pío XII, que la

similaridad abre las puertas al acercamiento y al afecto. Dios se hizo hombre para

salvar al hombre. Cristo se hizo trabajador para salvar a los trabajadores. San

Francisco y Peter Maurin se hicieron pobres para salvar a los pobres. Así se

prolonga la encarnación”.


En nuestra época, a menudo es la humanidad, en sus aspectos más

profundos - la familia, la naturaleza misma del hombre y de la mujer-, la que

necesita ser salvada. Hagámonos nuevamente humanos para salvar a la

humanidad. Amemos y respetemos nuestra naturaleza de hombres y de mujeres.

Como dice Dorothy Day, contémonos entre quienes están abiertos a recibir la

inspiración de “rebajar su estándar de vida y elevar su estándar de pensamiento y

de amor”. Esto no tiene por qué ser terriblemente desagradable, porque si las

penas de Belloc se convierten en “parte de la gran empresa de la

Bienaventuranza”, Dorothy Day nos recuerda: “Creo firmemente, con Santa

Catalina de Siena que todo el camino hacia el cielo es cielo, porque El dijo “Yo soy

el Camino””.

Redescubramos nuestra familia, nuestro corazón, nuestros campos y

redescubrámonos a nosotros mismos, perdiendo el miedo tanto a las sublimes

realidades de nuestra fe, como a las cosas más básicas de nuestra humanidad. El

poema de Houselander se lamenta:

“Hemos tenido miedo

Del penetrante rayo de la verdad;

De las sencillas leyes de nuestra propia vida.

Hemos temido la primordial belleza

De las cosas humanas,

Del amor y del nacimiento y de la muerte”.


Estas “cosas humanas” de “primordial belleza” pueden parece muy débiles

frente al zeitgeist global. Pero estas cosas débiles del mundo han sido

fortalecidas. De hecho, poseemos las más poderosas armas contra los

globalizados Saurons de nuestra época; besos por la mañana, huevos revueltos,

canciones de fogata, verduras cultivadas en casa y niños que lloran, son más

poderosos que los planes mejor pensados de la UE o la ONU, y que los más

secretos designios de Bill Gates o del cardenal Roche. 


Estas pequeñas cosas están llenas de gracia porque María se hizo llena de

gracia. El Señor estaba con ella. Y el Señor está con nosotros: con nosotros en la

imbatible Misa inmemorial; con nosotros en nuestra devoción por el año litúrgico y

las prácticas tradicionales, como el Oficio Divino. Cuando entremos al próximo

Adviento temiendo el advenimiento de tantos acontecimientos grotescos y

temibles, hagamos nuestra la oración de Houselander:


“Pasemos hambre y sed;

Ardamos en las llamas;

Rompamos la corteza animal

De la complacencia.

Aviva en nosotros

La afilada gracia del deseo,

Brilla en nosotros,

 Emmanuel,

Luz sin sombras:

Arde en nosotros,

Emmanuel,

Fuego de amor;

Quema en nosotros,

Emmanuel,

Estrella de la mañana:

  ¡Emmanuel,

         Dios con nosotros!” 


19 diciembre 2022

Crisis Magazine, traducción Augusto Merino

jueves, 25 de julio de 2024

Kwasniewski: en torno a la belleza

Nota de Beatrice: agradecemos nuevamente al Profesor Augusto Merino la traducción de esta interesante entrevista a Peter Kwasniewski sobre la belleza y la oportunidad, para el año próximo, de visitar con él los hermosos lugares dedicados al culto en Sicilia. Encontrarán en el artículos los enlaces para quienes estén interesados en participar.



El Dr. Peter Kwasniewski es un académico y compositor que ha escrito

importantes libros sobre diversos temas, centrados todos en la sagrada liturgia y

las bellas artes. Uno de sus objetivos es contribuír a restaurar la tremenda belleza

de los lugares católicos dedicados a la oración y al culto. El Dr. Kwasniewski

dirigirá un viaje REGINA de trece días a Sicilia el año próximo, desde el 3 al 15 de

febrero de 2025. Hemos tenido el placer de entrevistar al Dr. Kwasniewski, no

obstante su apretada agenda.


Regina: Dr. Kwasniewski, Ud. ha vivido y trabajado en Europa. ¿Qué le enseñó

esta experiencia acerca del pulchrum (lo bello como un trascendental), y cuál es la

mejor forma en que la Iglesia puede usar esta herramienta en la evangelización?


Dr. K.: Tuve la gran fortuna de ser contratado, Providencia de Dios mediante, por

el recién formado Instituto Teológico de Gaming, Austria, cuando recién terminaba

la escuela de estudios graduados. Esta pequeña escuela nuestra compartía el

mismo campus con el Programa Austriaco de la Universidad Franciscana de

Steubenville, para la cual yo habría de enseñar, posteriormente, Apreciación

Musical durante varios semestres. Cuando mi mujer y yo, recién casados,

llegamos en diciembre de 1998, comenzamos a vivir bajo cielorrasos barrocos y a

cruzar, camino al trabajo, puertas cartujas medievales. La iglesia a la que

asistíamos había sido construida en la Edad Media. Las piedras del pavimento

habían sido pisadas por muchas generaciones de católicos. Existía un tremendo

sentido de profundidad, de impregnación: uno tenía la sensación de ser una

pequeña parte de un todo mucho mayor que se extendía mucho más allá de uno,

hacia la eternidad. Esto es, creo, lo que logra la combinación de tradición y

belleza: lo bello atrae a los sentidos y a la mente, pero el contenido específico del

arte y la arquitectura y la música nos cuentan una historia sobre Jesucristo, sobre

quienes creen en El y procuran seguirlo.

Creo que lo que más me impresionó, durante nuestros siete años y medio

en Austria, fue cómo el catolicismo permeaba cada aspecto del campo, de las

ciudades, de las ermitas, del calendario, de las celebraciones. Sí, el secularismo

había hecho terribles avances, pero la “forma” del mundo era fundamentalmente la

que la fe le había dado. América, con todos sus puntos fuertes, simplemente no

tiene nada de esto.


La Iglesia en Europa utilizó el poder de las bellas artes como útiles de

evangelización, de devoción y de mística. La Iglesia predicaba a través de la

música, de la pintura, de la escultura, de las iglesias majestuosas, de los

presbiterios con sus elevados altares. Había tanta fe “codificada” en las obras de

arte que no hacían falta explicaciones verbosas y tediosas. Después del Concilio

Vaticano II la Iglesia fue barrida por una nueva ola de racionalismo, y se la despojó

de todos esos canales visuales y musicales a través de los cuales se transmitía la

fe, optándose por modos empobrecidos de hablar. El resultado fue un vacío de

belleza, una verdadera vaciedad, una especie de “ausencia real” en vez de

presencia real. Creo que la pérdida de fe en la Presencia Real de Cristo en la

Eucaristía se aceleró en parte por la pérdida de belleza en las iglesias y en la

liturgia. Ya no fue posible señalar este misterio y decir “¡He aquí el Cordero de

Dios! Inclinaos delante de El, delante del que es digno de todo lo que podamos

darle”.



En resumen: lo más necesario para catequizar a los creyentes y evangelizar

a los no creyentes es proclamar nuestro credo con la trompeta celestial de la

belleza, en medio de una liturgia densa y rica y llena de religión. El hecho de que

esta vía ya no sea casi nunca propuesta por el “Establishment” demuestra que

éste vive alejado de la realidad, que vive todavía de las ilusiones del racionalismo.


Regina: La filosofía moderna, comenzando con Kant, ha reducido la belleza a

elementos puramente subjetivos. ¿Puede Ud. decirnos algo de su filosofía

personal de la belleza en el arte?


Dr. K.: Sin embargo, incluso Kant trató de conservar algo de la objetividad de la

belleza, al conectarla con la aprehensión de la forma y con el “gusto” educado de

alguien que está familiarizado con un amplio espectro artístico. En otras palabras,

no fue democrático ni relativista en el tema de las bellas artes, sino que pensó que

algunos artistas y obras de arte eran realmente mejores que otras, como más

reveladoras de la forma. ¿Qué quiero decir con esto? Lo siguiente: un pintor de

paisajes o de caballos hará una obra mejor al expresar qué es el paisaje o el

caballo que lo que hará otro pintor. La explicación de Kant es inadecuada, pero al

menos rescata la insistencia de Santo Tomas de Aquino en las tres propiedades

de la belleza: claridad, integridad y proporción o armonía. Yo no tengo una

“filosofía personal” pero he aquí un breve compendio: la belleza es el primer

mensajero de Dios, y el último, y el más efectivo. Aprendemos que el mundo es

bueno y ordenado por la belleza de la naturaleza que experimentamos con

nuestros sentidos, y que sólo posteriormente podemos comprender con nuestro

intelecto. Y tal como llegamos a conocer que hay un Dios personal por su divino

arte, vemos la belleza interior de la persona humana principalmente por las

grandes obras de arte del hombre. Un pintor como Rembrandt nos ayuda a ver la

inmensa, casi dolorosa belleza del rostro de un hombre o una mujer viejos que,

quizá, pasaríamos rápidamente sin ver, o encontraríamos fea. Cristo mismo es “el

más bello de los hijos de los hombres”, como dice la Escritura, pero permitió que

se lo convirtiera en un “hombre de dolores”, desfigurado de modo increíble, para

decirnos así algo inolvidable de la invisible Belleza del amor, del sacrificio por

amor. La Iglesia, por tanto, no puede ni debe huír de su papel de presentar a este

Amante inmortal la humanidad, tanto con las bellezas que mueven nuestros

sentidos, como en el misterio más profundo que ningún sentido puede alcanzar.



Regina: La marea de la modernidad condujo a la desafortunada construcción de

muchas iglesias feas y distópicas. ¿Qué podemos aprender de los errores del

pasado?


Dr. K.: Todo en la antigua arquitectura eclesiástica, tanto en sus líneas generales

como en sus mínimos detalles, se inspiró en la sagrada liturgia. La liturgia dio

forma a esas iglesias, les dio un punto focal al colocar enfáticamente el altar

mayor en el centro del extremo oriental, con gradas para acceder a él, el lugar

más sagrado, en que se renueva el sacrificio del Calvario, donde Dios es adorado

del único y perfecto modo, una adoración inequívocamente vertical, dirigida al

Omnipotente Padre por el Unigénito y siempre Amable Hijo en el poder del Espíritu

Santo dador de vida. Los antiguos ritos de la Iglesia latina hacen inteligible la

arquitectura eclesiástica, sea románica, gótica, renacentista o barroca. Estos

estilos simplemente no se pueden entender sin la antigua liturgia que los inspiró.

La fase cancerígena del Movimiento Litúrgico (ca. 1950 a 1965) y, mucho

más, la reforma hecha por el Consilium y su puesta por obra a finales de los años

1960 y 1970, fomentaron el extendido hábito de evitar, de modo patológico,

cualquier expresión del misterio y de la majestad de la Misa, y especialmente de

su esencia como oblación sacerdotal ofrecida al Padre, que está en la cumbre del

“monte” del presbiterio, en pro del pueblo, reunido en la base del monte. Toda la

arquitectura construída exprofeso para el hombre moderno y su neoliturgia, es no-

católica, sin foco, sin verticalidad.

Lo que aprendemos de esto es, sencillamente, lo siguiente: la vía moderna

es una calle sin salida. La vía tradicional se abre a la eternidad, a la comunión de

los santos en la gloria de Cristo Rey. No sorprende que la mayoría de las nuevas

iglesias construídas recientemente sigan los estilos tradicionales. Ello es lo único

que tiene sentido para aquéllos que creen realmente en el Señor y sienten la

conexión con Su Iglesia a través del tiempo y en el cielo.



Regina: ¡Sí! Efectivamente, estamos presenciando un verdadero renacimiento del

arte católica hoy día. ¿Podría decirnos algo de su opinión personal sobre estos

tres estilos claves: románico, gótico y barroco?


Dr. K.: Gran tema. Pero desde ya le puedo decir que Ud. ha estado leyendo a

Ratzinger, porque él plantea en “El espíritu de la liturgia” que los estilos que Ud.

menciona son compatibles con el objetivo iconográfico del arte sagrado, mientras

que el humanismo y el naturalismo renacentistas chocan con él, o al menos están

en tensión con él. Este es un punto al que mi amiga Hilary White ha dedicado

mucho tiempo en su substack “The Sacred Images Project”. Brevemente: el

románico está todavía íntimamente relacionado con la concepción iconográfica

medieval, compartida con el mundo bizantino, y el gótico es un desarrollo natural

del románico, también fiel a los mismos principios.

El barroco, en contraste, es algo totalmente diferente: deriva de la

desviación del Renacimiento y está fundamentalmente marcado por su

humanismo. Sin embargo, el barroco recupera el sentido del trascendente misterio

de Dios y del mundo, simultáneamente semisombrío y luminiscente, del hombre,

parpadeante imagen de Dios; glorifica la creación en nombre de la Encarnación,

rechaza el pesimismo del calvinismo y nos recuerda que el mundo material

proviene del buen Dios, que lo usa para santificarnos. El arte barroca, en su mejor

momento, puede servir a los sacramentos y a los íconos, y desde este punto de

vista fue capaz de reafirmar el dogma y la espiritualidad católicos frente a las

aberraciones protestantes.



Regina: Las bellas iglesias y liturgias y artes católicas pueden orientar e influír en

aquéllos que no son católicos o son católicos alejados, posiblemente para

convertirlos. ¿Cómo cree Ud. que el arte sagrada interviene en el proceso de

conversión -o de reversión-?


Dr.K.: Ah, esto es algo que queda clarísimo con innumerables anécdotas. David

Clayton, que se ha convertido en un importante expositor del arte sagrada católica,

hace derivar su conversión de su primera experiencia de una Misa solemne en el

Oratorio de Londres, en que la masividad de la arquitectura, la gloria de la

polifonía cantada por el coro, el esplendor de las ceremonias litúrgicas, la devota

actitud de los fieles, todo eso conspiró para acorralar su alma con el mensaje “Hay

más, hay infinitamente más que lo que has recibido en tu vida. Abrete a ello. Hazte

más grande haciéndote más pequeño”.

He conocido tanta gente, a lo largo de los años, que fue atraída al

catolicismo por haber asistido a una Misa solemne, haber oído el canto

gregoriano, o sea, las mismas cosas que experimentó Clayton aquel día. ¿Puede

esto sorprendernos? Ciertamente la Divina Providencia no fue ajena al lento

desarrollo de la belleza de la liturgia. El Señor la dotó de un poder magnético para

atraer las almas, para elevar y consolar las almas de los que ya creen, y para

despertar y convencer a las que no creen todavía.


Regina: Un gran problema religioso del mundo cristiano moderno es, en esencia,

la plaga de la indiferencia. Díganos cómo cree Ud. que se puede usar la belleza

en las artes litúrgicas para ayudarlas a detener la marea.


Dr. K.: La plaga proviene, en realidad, del nihilismo, de la atmósfera, en los

tiempos modernos, de que nada verdaderamente es serio, nada es último y no

negociable. Esta atmósfera infecta incluso a la Iglesia, aunque ella la rechaza

oficialmente en sus documentos. Me parece que los gastos exorbitantes en

belleza que vemos a lo largo de la historia, los enormes esfuerzos por hacer de las

iglesias y su liturgia tan magníficas como fuera posible, son un guante arrojado al

nihilismo.

Cuando invertimos tiempo, esfuerzo, dinero, arte, en cultivar lo que es bello,

lo que hacemos, en el fondo, es decir: “A nosotros no nos engaña la mentira de

que todo es lo mismo, o que nada tiene sentido” (cosas equivalentes). Vamos a

dar lo mejor a Dios, y al hacerlo estaremos haciendo también lo mejor por

nosotros mismos, hechos a su Imagen. El merece belleza, nosotros tenemos

hambre de belleza y nos alimentamos de ella”. La belleza litúrgica por sí misma

refuta las tendencias, propias de la modernidad, a auto buscarse y a auto

destruirse, y creo, personalmente, que se la experimenta como un bálsamo por

aquéllos que han sido bendecidos con poder recibirla.



Regina: Ud. ha escrito una increíble cantidad de libros. ¿Podría recomendar uno o

dos que toquen el tema de la belleza como un trascendental?


Dr. K.: No sé si es increíble la cantidad, pero con la ayuda de Dios, trato de hacer

lo que puedo… De todos mis libros, los que hablan más de lo bello son Noble

Beauty, Transcendent Holiness (Angelico Press, 2017) y Buena música, música

sagrada y silencio (TAN Books, 2023).


Regina: Ud. ha viajado mucho por el mundo. ¿Nos podría dar algunas impresiones

o mencionar puntos de interés sobre lo que Ud. espera encontrar en su próximo

viaje Regina a Sicilia?


Dr. K.: La peregrinación a Sicilia es algo con lo que he soñado desde hace

décadas, desde que me enteré de que John Henry Newman casi murió en Sicilia

de una fiebre, y de que, cuando se recuperó, había cambiado la orientación de

toda su vida. Volvió a Inglaterra para comenzar lo que habría de llamarse luego “El

Movimiento Oxford”. Ahora bien, estoy seguro de que nadie se verá afectado por

una fiebre que ponga en peligro su vida, pero para mí la asociación con Newman,

uno de mis escritores favoritos de todas las épocas, le añade un toque novelesco

a la isla.

No he estado jamás en ella, pero todo lo que he leído sobre sus tesoros

culturales me fascina y conmueve. La inigualable confluencia de los estilos

bizantinos, normandos y árabes de Sicilia son un enorme imán. Cualquiera que se

detenga un momento a mirar el itinerario verá qué viaje por ininterrumpidas

maravillas va a ser éste. Tengo gran impaciencia por llegar allá, y experimentar

estas obras de arte trascendentales en este viaje junto con otros peregrinos.

Como seguramente Ud. ya sabe, he enseñado historia del arte, entre otros

temas, en el Wyoming Catholic College. Ello fue el punto de llegada de una pasión

por el arte de toda una vida -ya en la secundaria estudiaba historia del arte-. Mi

mujer es pintora e iconografista. Mi hijo es también artista. Mis hijos son músicos.

Vivimos y respiramos arte. Esto es parte de quién soy, y compartiré con todos los

que nos acompañen en el viaje el conocimiento que tengo del arte y la inspiración

que de ella recibo.




Regina: Los importantes escritos y pensamientos de Ud. siguen siendo un

precioso antídoto contra la fealdad en la liturgia y en el mundo. ¿Qué aspectos de

la belleza son los que Ud. más espera ver en su primer viaje a Sicilia?


Dr. K.: Primero que nada, la celebración de la fiesta de Santa Agata, patrona de la

isla, el 5 de febrero, que va a ser una explosión. Pero luego está Acireale, “la

ciudad de las cien iglesias”, Modica, Ragusa, Erice (el intrincado tallado del

cielorraso es una de las maravillas que quitan el aliento), Monreale (que algunos

han llamado “la más bella iglesia del mundo”), Cefalù, con sus maravillosos

mosaicos bizantinos, la catedral de Palermo dedicada a Nuestra Señora de la

Asunción, y la Capella Palatina. Y no he mencionado siquiera las criptas, bóvedas

castillos y torres, las ruinas etruscas, fenicias, griegas y romanas, las vistas desde

las colinas y el escenario del mar…

Lo mejor de todo, vamos a tener un maravilloso capellán que celebrará el

rito dominicano (muy cercano al rito romano) todos los días, y cantado, cada vez

que sea posible. Como se sabe, ya no es fácil encontrar una situación en que se

tenga una Misa tradicional durante doce días seguidos…



Regina: Gracias, Dr. Kwasniewski, por esta entrevista. Espero que ella inspire a

nuestros lectores a hacer esta peregrinación viajando por la maravillosa isla de

Sicilia, prestando especial atención al inconfundible “barroco siciliano”.


Dr. K.: Para ser franco, espero con impaciencia vivir cada uno de los días de esta

peregrinación, y de compartir la experiencia con todos los que se nos unan.

Visitaremos todos los lugares fotografiados más arriba, y otros más.

Para mayor información sobre el viaje, por favor toque aquí.

One Peter Five

Julio 16, 2024

domingo, 23 de junio de 2024

El tradicionalismo de Tolkien: ¿olvidado estratégicamente? por Julian Kwasniewski,

 

Nota de Beatrice: Agradezco al profesor Augusto Merino por la traducción de este texto de Julian Kwasniewski para The Imaginative Conservative del 13 de junio de 2024, que viene a dar vida a este blog.


J.R.R. Tolkien vertió todo su corazón y su más hondo sentido de lo que quiere decir realidad “recta” en su obra subcreativa [N. del Tr.: o sea, referida a mundos imaginarios]. Su mundo de la Tierra Media se basa en la monarquía, en la tradición, en rituales obscuros, pero profundamente significativos, que implican sagradas y elevadas lenguas; un mundo poblado por reyes y campesinos, magos y hechiceros. Su economía es distributista. Los hombres de la Tierra Media son apuestos y fuertes, sus mujeres bellas y de una delicada bravura.


“Probablemente no te hubiera gustado encontrarte con el lado oscuro de Tolkien”, me dijo un amigo. “¡Te podría haber maldecido en quince idiomas, de los cuales doce eran inventados por él!”. Aunque Tolkien nunca tuvo la fama, como Belloc y Chesterton, de ser cascarrabias y peleador, había en su carácter algo más de estos rasgos que lo que normalmente se supone. Este año celebramos el 50º aniversario de la muerte de este querido escritor: murió el 2 de septiembre de 1973. Mundialmente famoso por su imaginaria épica “El señor de los anillos” y por su predecesor “El hobbit”, Tolkien es especialmente querido por los católicos por su arraigada práctica de la fe y por los sutiles modos cómo ella permea su obra creativa. Sin embargo, a pesar de su popularidad, gran parte de su pensamiento sobre la Iglesia y de su espiritualidad es poco conocida o, al menos, poco comentada.

             Figura mucho más académica que Belloc, Chesterton o Evelyn Waugh, Tolkien no fue un apologeta como su amigo C.S. Lewis. Hay, por tanto, menos material suyo que hable explícitamente de la Iglesia o de su relación con la Iglesia durante la última década de su vida. Pero Tolkien fue un tradicionalista desde muchos puntos de vista y, aunque no habló mucho sobre el estado de la Iglesia después del Vaticano II, éste ciertamente lo perturbó. En sus cartas hay varios comentarios sobre liturgia y sobre la atmósfera teológica de los años 1960. Tolkien combina humildad con crítica; reconoce que los cambios e infidelidades de los eclesiásticos, así como las ideas comunes en esa época, no pueden ser equiparados con un abandono de la Iglesia, pero vio que podían proporcionar una excusa para “escandalizarse” y dejar de creer. Su eclesiología es lo suficientemente sana como para estar intranquila y ser, al mismo tiempo, fiel.

 Partamos por la humildad: clérigos que gruñen, mujeres en pantalones

             En carta a su hijo Michael, Tolkien decía, en la fiesta de Todos los Santos de 1963, que “en último término, la fe es un acto de la voluntad, inspirado por el amor. Nuestro amor puede enfriarse y nuestra voluntad erosionarse con el espectáculo de los fracasos, locuras e incluso pecados de la Iglesia y de sus ministros, pero no creo que alguien que haya tenido fe alguna vez eche pie atrás y renuncie a ella por estos motivos”. Tolkien escribe que “la tentación de la increencia” (que significa, en realidad, rechazo de Nuestro Señor y de sus exigencias) “la tenemos siempre ahí, en nuestro interior”. Cuando esta tentación interior crece, aumenta nuestra disposición a “escandalizarnos por causa de otros”. Y prosigue: “He sufrido gravemente en mi vida por culpa de sacerdotes estúpidos, cansados, tibios e incluso malos; pero ya me conozco suficientemente a mí mismo como para darme cuenta de que no debo dejar la Iglesia […] por semejantes motivos: si he de dejarla, es porque ya no creo que debiera dejarla, o porque no debiera seguir creyendo, independientemente de si he conocido o no personas que, habiendo recibido el sacramento del orden, no son ni prudentes ni santas”[1].

 

            En otra carta escribe cómo “durante mis peregrinaciones” se encontró con “sacerdotes gruñones, estúpidos, falsos, ignorantes, hipócritas, flojos, borrachos, de mal corazón, cínicos, mezquinos, avarientos, vulgares, snobs e incluso (una corazonada) inmorales”, pero la bondad de su guía desde la niñez, el P. Francis Morgan, los superaba a todos[2].

 

            Tolkien no fue un snob. Aconseja a Michael que comulgue frecuentemente y lo haga “en circunstancias que te ofendan la sensibilidad. Elige un sacerdote gruñón o charlatán, o un monje soberbio y vulgar; y una iglesia llena de la usual muchedumbre burguesa, de niños mal criados…, jóvenes mal vestidos y sucios, mujeres en pantalones y con cabello descuidado y sin velo. Ve a comulgar con ellos (y reza por ellos)”[3]. Todo lo cual no quiere decir, por cierto, que Tolkien creyera que semejantes desaliños fueran aceptables.

 

            Esta reflexión, madura y ponderada, es buena prueba, creo, de que Tolkien no fue el tipo de hombre que se deja fácilmente amilanar por la mala conducta de los eclesiásticos. Igualmente mesurados son sus comentarios sobre el Vaticano II y el estado de la Iglesia.

 El Vaticano II y la nueva Misa

             En la carta 306[4], Tolkien escribe “Las “tendencias” en la Iglesia son […] serias, especialmente para quienes están acostumbrados a encontrar en Ella solaz y “pax” en tiempos de tribulaciones temporales, y no son sólo otro campo más de luchas y cambios”. Habiendo nacido a mediados del reinado de la reina Victoria, “fue despojado” de la sensación de seguridad, tanto temporal como espiritual, de que había disfrutado. Y añade que “La Iglesia que alguna vez sintió como un refugio, se siente ahora como una trampa. ¡Ya no hay dónde ir!”. ¿Qué hacer, se pregunta Tolkien? “Creo que no queda sino rezar por la Iglesia, por el Vicario de Cristo y por nosotros mismos, y entre tanto, ejercitar la virtud de la fidelidad, que se vuelve virtud precisamente cuando se está tentado de abandonarla”. Tolkien reconoce que hay “varios elementos en la situación actual” que son “confusos, aunque, en realidad, claros”, como, por ejemplo, la juventud moderna, que se inspira en buenos motivos, como la “anti regimentación, y la anti monotonía”, y “no está necesariamente aliada con las drogas o los cultos nihilistas y la mugre”. Como esto está escrito hacia 1967 o 1968, las secuelas del Concilio Vaticano II difícilmente quedarían excluídas de esta observación.

 

            Tolkien consideró (con la perspectiva de 1963) que la reforma de Pío X sobre la comunión frecuente y sobre la edad de las primeras comuniones era “la mayor reforma de nuestro tiempo”, que “superaba cualquier cosa, por más necesaria que fuere, que lograra el Concilio”. Tolkien tenía una gran devoción al Santísimo Sacramento. “Me enamoré del Santísimo Sacramento desde el principio y, por la gracia de Dios, nunca lo he abandonado”. Y escribe que lo más impactante de la Iglesia católica es que es la única que “ha defendido siempre el Santísimo Sacramento, le ha rendido los máximos honores y lo ha puesto (como Cristo claramente lo quería) en el primer lugar”[5]. La falta de respeto por la Eucaristía y la falta de una recta teología del sacrificio, que siguió las huellas del Novus Ordo, deben haberlo apenado profundamente.

 

            Este filólogo acolitó la Misa tradicional hasta bien entrado en la adultez: “El P. Gervase Matthew dirá la Misa en Blackfriars el sábado a las 8 a.m., y yo la acolitaré”, escribió en 1945[6], y en 1963 mandó decir una Misa por C.S. Lewis: “Mandé decir una Misa hoy en la mañana, y asistí a ella y la acolité”[7]. En la carta 54, escribe a Christopher que normalmente dice en latín algunas oraciones como el Gloria Patri, el Laudate Dominum, y el Sub tuum. “Es también cosa buena y admirable saberse de memoria el Canon de la Misa, porque se lo puede recitar interiormente si alguna vez hay circunstancias difíciles que te impiden oír Misa”[8]. El desprecio por el patrimonio litúrgico latino ha de haber sido indudablemente muy duro para alguien familiarizado tan íntimamente con la belleza y la pietas de los ritos católicos.

 

            Simon Tolkien recordaba en 2003 el apego de su abuelo a la liturgia latina:

 

            “Recuerdo vívidamente haber ido con él a Misa en Bournemouth. Era un católico romano devoto, y fuimos poco después de que la Iglesia cambiara la liturgia del latín al inglés. Mi abuelo obviamente no estaba de acuerdo con esto, y pronunciaba todas las respuestas en voz muy alta, mientras el resto de los fieles respondía en inglés. La experiencia me pareció terrible, pero a mi abuelo no le importaba nada. Simplemente tenía que hacer lo que le parecía correcto”[9].

 

            Tolkien vio también las destructivas tendencias del anticuarianismo litúrgico. La larga carta 306[10] contiene algunos comentarios sobre lo que Tolkien (y muchos otros) consideraban como la “protestantización” de la Iglesia católica:

 

            “El “protestante” mira hacia atrás buscando “sencillez” y claridad, lo que, por cierto, aunque conlleva ciertos motivos buenos o al menos comprensibles, es erróneo y, en realidad, vano. Porque el “cristianismo primitivo” es hoy y, a pesar de todas las investigaciones, será siempre en gran medida desconocido; porque el “primitivismo” no es garantía de valor, y es y fue en gran medida un reflejo de la ignorancia”.

 

            En relación con el desarrollo orgánico y el desarrollo de la doctrina, Tolkien medita en la analogía del árbol, usada por G.K. Chesterton y otros autores para describir cómo el crecimiento y la continuidad son compatibles. La Iglesia de Tolkien “no fue querida como algo estático por el Señor o algo que debía permanecer en perpetua niñez, sino como un organismo vivo (parecido a una planta), que se desarrolla y cambia en cosas exteriores debido a la interacción de su vida, recibida de Dios, y de la historia -las circunstancias específicas del mundo en que vive-“. Tolkien reconoce que, de algún modo, “no existe parecido entre la “semilla de mostaza” y el árbol plenamente desarrollado”. Pero “para aquellos que vivieron durante el crecimiento de sus ramas, lo importante es el Arbol, porque la historia de una cosa viva es parte de su vida, y la historia de una cosa divina es sagrada”. En otras palabras, una vez que la Iglesia ha alcanzado el estado de “árbol”, no puede invocar la semilla como excusa para hacer cambios que están, en realidad, en discontinuidad con su crecimiento: “El sabio puede que sepa que comenzó como semilla, pero es vano tratar de cavar para desenterrarla, porque ya no existe, y la virtud y poderes que tenía están ahora en el Arbol”. Los guardianes del patrimonio deben ser muy cuidadosos, especialmente en su cometido:

 

            “Muy bien. Pero en la agricultura, las autoridades, los guardianes del Arbol, deben cuidarlo según los conocimientos que posean, podarlo, quitarle las excrecencias, librarlo de parásitos, etc. (¡con temor, sabiendo cuán escaso es su conocimiento del crecimiento!). Pero ciertamente habrán de causar daño si se obsesionan con el deseo de regresar a la semilla o, incluso, a la primera juventud de la planta, cuando era bonita (según se la imaginan) y ningún mal la afligía. El otro motivo (hoy tan confundido con el primitivista, incluso en la mente de cualquiera de los reformadores): aggiornamento, poner al día: ello tiene sus propios y graves peligros, como ha quedado claro a través de la historia. Con él se ha confundido también el “ecumenismo””.

 

            Esto no quiere decir que Tolkien no se compadeciera de sus hermanos cristianos: al contrario, acogió los esfuerzos por sanar las heridas de la unidad, pero encontró que, a menudo, los avances que hacía la Iglesia al mundo moderno y a otras denominaciones no tenían resultados:

 

            “Siento simpatía por los desarrollos estrictamente “ecuménicos”, es decir, preocupados por otros grupos o iglesias que se autodenominan (y a menudo lo son verdaderamente) “cristianos”. Hemos orado incesantemente por la reunión de los cristianos pero, si se piensa en ello, es difícil ver cómo ella podría comenzar a tener lugar, salvo del modo como ya lo ha hecho, con todos sus inevitables y pequeños absurdos. Un aumento de la “caridad” es un progreso enorme. En cuanto cristianos, quienes son fieles al Vicario de Cristo deben dejar de lado los rencores que sienten como meros seres humanos -e.g. frente al engreimiento de nuestros nuevos amigos (especialmente los de la Iglesia de Inglaterra)-. A menudo uno recibe hoy palmaditas en la espalda en su calidad de representante de una iglesia que ha visto el error de sus caminos, que ha abandonado su arrogancia y altanería y su separatismo; pero todavía no me he encontrado con un “protestante” que demuestre o exprese ninguna comprensión de los motivos de nuestra actitud, antigua o moderna, en este país, comenzando por la tortura y la expropiación hasta [la literatura anticatólica] y todo lo demás. ¿Se ha mencionado alguna vez que los católicos romanos todavía padecen inhabilidades que ni siquiera rigen para los judíos? Como alguien cuya niñez fue oscurecida por la persecución, esto me parece duro. ¡Pero la caridad cubre una multitud de pecados!”[11].

 

            Otro pasaje, inusual pero pertinente, lo encontramos en algunas partes no publicadas del manuscrito de “Tolkien y el Silmarillion”. Este libro contiene las memorias de la cercana colaboración de Clyde Kilby con Tolkien en el verano de 1966, encaminada a organizar los muchos borradores de “El Silmarillion”. “El libro contiene increíbles perspectivas de Tolkien como hombre y de Tolkien como el creador de mitos”, escribió Bradley Birzer en 2015, haciendo ver que “revela mucho de la personalidad de Tolkien”. Gran parte del libro de Kilby ha permanecido sin publicarse. Birzer, sin embargo, comparte el siguiente pasaje de las páginas no publicadas de Kilby:

 

            “El peor de los zarzales fue lo que, persistentemente, consideraba como la decadencia espiritual de nuestro tiempo y, especialmente, de la Iglesia católica romana, de la cual era antiguo y devoto miembro. La Iglesia, decía, “que en algún momento sentí como un refugio, la siento ahora como una trampa”. Vivía abrumado por el hecho de que incluso a la sagrada Eucaristía asistieran “jóvenes sucios, mujeres en pantalones, a menudo con el pelo descuidado y sin velo” y, lo que era peor, por el grave sufrimiento que causaban “sacerdotes estúpidos, cansados, tibios e incluso malos”. Una anécdota que le oí se refiere a su asistencia a Misa no mucho después del Vaticano II. Experto en latín, a duras penas había logrado aceptar su abolición en favor del inglés. Pero cuando llegó la vez siguiente a la ceremonia y se sentó a mitad de una banca, comenzó a notar otros cambios, aparte del lenguaje, como la disminución de las genuflexiones. Su desilusión fue tal que se levantó, se abrió con dificultad paso hasta el pasillo, hizo ahí tres profundas genuflexiones y salió de la iglesia pisando ruidosamente”[12].

 

Sólo la Iglesia preservará la civilización

 

            Tolkien escribió en 1944 que “tal como ocurrió en la anterior edad obscura, sólo la Iglesia cristiana transmitirá la tradición (no alterada, quizá ilesa) de una más alta civilización espiritual, es decir, si es que no es forzada de nuevo a las catacumbas. Negros pensamientos sobre cosas de las que no se puede, en realidad, saber nada; el futuro es impenetrable especialmente para los sabios, porque lo que realmente importa está siempre oculto a los contemporáneos, y las semillas de lo que habrá de ser germinan silenciosamente en la oscuridad de algún rincón olvidado”[13]. El tema de preservar la tradición en medio de la persecución estaba profundamente arraigado en el corazón de Tolkien. A ello se refiere Gandalf en el capítulo 9 de ”El regreso del rey”:

 

            “No nos corresponde dominar todos los acontecimientos del mundo, sino hacer todo lo que esté a nuestro alcance por ayudar a aquel tiempo en que vivimos, desarraigando el mal en los campos que conocemos, de modo que quienes vivan después tengan una tierra limpia que arar. Qué clima les habrá de caber en suerte no es algo que esté en nosotros controlar”.

 

            Aunque no nos haya llegado una extensa apología sobre sus preocupaciones sobre el abandono del latín, las formas litúrgicas tradicionales o las modas teológicas, es importante reconocer que Tolkien se sentía incómodo con el “espíritu del Vaticano II”. Esto no es una casualidad, sino algo que brota de toda su actitud hacia la tradición y la fidelidad a las costumbres heredadas y a la cultura. Tenía un profundo sentido de la unidad de la cultura, del lenguaje, de la historia y de los ritos. Uno de los motivos por los que creó tantas lenguas y mitos que apenas figuran en sus obras completadas es que el trasfondo mítico y cultural que crearon, incluso cuando se los considera indirectamente, proporcionaba una sensación de “completitud” o profundidad a sus mundos. Por tanto, tenemos que tener presente que el malestar con la modernización en la Iglesia católica y la afinidad con el retrato ficticio de la realidad, no constituyen en Tolkien una mera coincidencia, sino que se trata de algo lleno de sentido y apropiado, porque ambas cosas van juntas en el propio Tolkien. Y si amamos simultáneamente el ethos de Tolkien y los cambios impuestos por el Vaticano II, necesitamos darnos cuenta de que hay una de estas dos realidades que no comprendemos bien, porque ellas son incompatibles.

 

            Tolkien negó que su trilogía fuese, de algún modo, una alegoría o que aludiera de cerca al catolicismo. En una carta a un amigo jesuíta que estaba leyendo el manuscrito antes de su publicación, Tolkien escribió:

 

            “El Señor de los Anillos es, por cierto, una obra fundamentalmente religiosa y católica: a primera vista lo es inconscientemente, pero lo es conscientemente en una segunda lectura. Por eso es que, prácticamente, no he incluido en el mundo imaginario (y he podado de él) referencias a cualquier cosa que suene a “religión”, a cultos o a prácticas. Porque el elemento religioso ha sido absorbido por la narración y por el simbolismo”.

 

            Aunque es verdad que Tolkien quería que su mundo imaginariamente creado pareciera algo pagano y no fuera una alegoría de Europa, en cierto sentido fue tal alegoría, porque la inspiración nórdica y anglo-sajona se ve por todas partes. Su aborrecimiento de una alegoría cristiana, notable en sus desencuentros con Lewis acerca de Narnia, lo inclinaron probablemente en dirección a una religión implícita. A veces, sin embargo, esto no resultó tan implícito; en la misma carta, Tolkien reconoce lo acertado de considerar a Galadriel como un tipo o una referencia a la Virgen María[14]. Sin embargo, la visión de lo sobrenatural de Tolkien, intensamente conservadora, no necesita, al cabo, ser ilustrada por aparatosos ornamentos que la proclamen a gritos.

 

            El mundo de la Tierra Media de Tolkien se basa en la monarquía, en la tradición, en obscuros pero profundamente significativos rituales que implican sagradas y elevadas lenguas; un mundo poblado por reyes y campesinos, magos y hechiceros. Su economía es distributista. Los hombres de la Tierra Media son apuestos y fuertes, sus mujeres bellas y de una delicada bravura (¡recordar a Eowyn, que blande una espada!). Tolkien vertió, en su mundo subcreado, su corazón y su más hondo sentido de lo que quiere decir una realidad “recta”. La mente se aturde si trata de imaginar qué hubiera pensado el Consilium de la religiosidad de la Comarca. Es cosa evidente que la sabiduría hobbit de Sam Gamgee no hubiera tenido paciencia con el Novus Ordo. Si ha de descubrirse el tradicionalismo de Tolkien en su trilogía y en sus cartas, tomemos la oportunidad de su aniversario para revisitarlo, teniendo presente que de sus bien arados y bien cultivados campos podemos aprender mucho acerca de lo que es valioso y de lo que debemos preservar en los nuestros.   



[1] J.R.R. Tolkien, ed. Humphrey Carpenter y Christopher Tolkien, The Letters of J.R.R. Tolkien (Boston: Houghton Mifflin, 1981), 337-38.

[2] Ibid., 354.

[3] Ibid., 339.

[4] Ibid., 391ss.

[5] Ibid., 339-40

[6] Ibid., 115.

[7] Ibid., 341.

[8] Ibid., 66.

[9] Tomado de un artículo primero publicado por The Mail On Sunday 2003, reproducido en https://www.simontolkien.com/mygrandfather, visitado en mayo 11, 2023.

[10] The Letters of J.R.R. Tolkien, 391ss.

[11] Ibid., 394.

[12] Citado en https://theimaginativeconservative.org/2015/07/tolkien-the-man-and-tolkien-the-myth-maker.html, visitado en mayo 11, 2023.

[13] The Letters of J.R.R. Tolkien, 91.

[14] Ibid., 172.