Estoy
sorprendido, no porque el viajante retorne de Bourne, sino porque retorna tan
rara vez.
The
Pilgrim’s Way.
Una de estas tardes, como estábamos sentados
juntos frente a la gran chimenea del
salón principal de la casa, comenzamos a conversar acerca de un viejo asunto:
la relación entre la ciencia y la fe. “No es sorprendente” – dijo el sacerdote
– “que para mentes superficiales sus conclusiones parezcan diferir, más aún si que cada uno piensa que tiene la última
palabra. Sus puntos de vista son muy diferentes. El punto de vista científico indica que su
juicio no debe comprometerse ni una sola pulgada sin antes llegar a una
evidencia intelectual. El punto de vista religioso señala que, con el fin de
descubrir algo, vale la pena conocer su fe un poco antes que su evidencia. Debe
avanzar en échelon. Este es el
principio básico de las promesas de nuestro Señor: “Actúa como si fuera cierto,
y te será dada la luz”. El científico, por otra parte, dice: “No presumas de
comprometerte hasta que la luz te sea dada”. La diferencia entre ambos métodos
descansa, desde luego, en el hecho que la religión admite al corazón y al
hombre en su totalidad en la barra de testigos, mientras que la ciencia sólo
admite la cabeza e incluso escasamente a los demás sentidos. Es más,
es seguro que la evidencia de la experiencia está en el lado de la religión,
porque la verdad es que cada gran logro está inspirado más en el corazón que en la cabeza, es decir, por los
sentimientos, por la pasión y no por un cálculo de probabilidades. Así también
son los misterios de Dios son develados por primera vez por asalto a aquellos que los transmiten: “El
Reino de los Cielos padece violencia, y los que usan la violencia se apoderan
de él”.
“Por ejemplo” – continuo
después de un momento – “el punto de vista científico respecto a las casas
embrujadas es que no existe evidencia de ellas más allá de lo que podría
considerarse como la telepatía, una especie de lectura mental. A pesar de esta
apariencia de pensamiento científico, tan común ahora, la mayor parte de la
humanidad continúa creyendo en ellas. En la práctica, ninguno de nosotros
acepta realmente el punto de vista científico como suficiente”.
- ¿Has tenido tú mismo alguna
experiencia de este tipo? – le pregunté.
- Bueno – dijo el sacerdote
sonriendo - ¿seguro que no te vas a reír de esto? No existe nada más común que
pensar tales cosas como materia para el humor y yo no puedo soportarlo. Por lo
menos para alguien estas historias son sagradas, y por lo tanto, debería serlo
para todas las personas deferentes.
Le aseguré que trataría esta
historia con respeto.
- Bueno, te creo, te la contaré. Esto sucedió hace unos pocos
años y es así como comienza: Un amigo mío estaba, y aún lo está, a cargo de una
iglesia en Kent, la cual no voy a nombrar, pero que se ubica a menos de tres
millas de Canterbury. El distrito cayó en buenas manos católicas hace muchos
años. Recibí un telegrama en esta misma casa,
un día o dos antes de Navidad, de mi amigo diciéndome que él había caído
súbitamente con un feroz ataque de influenza que por esos días devastaba a
Kent. Me preguntaba si podía ir, en lo posible enseguida, para tomar su lugar
en Navidad. Justo en ese momento había
dejado de trabajar activamente a raíz de una creciente debilidad, pero era
imposible resistirse a esta súplica. Entonces Parker empacó mis cosas y juntos
nos fuimos en el siguiente tren.
Encontré a mi amigo muy enfermo
y totalmente incapacitado para hacer algo, así que yo le aseguré que podía
manejarme perfectamente y que no debía estar ansioso. Al día siguiente, un miércoles,
la víspera de Navidad, fui a la pequeña iglesia a escuchar confesiones. Es una
hermosa iglesia antigua, y aunque pequeña, está llena de cosas interesantes. El
viejo altar fue recolocado. Hay una cruz con una escalera que conduce a un altillo. Un armario en la parte norte del santuario ha sido colocado como receptáculo para el
Santísimo Sacramento, en vez del antiguo relicario colgante. Uno de los
hallazgos más interesantes descubiertos en la iglesia fue el antiguo
confesionario. En la parte más baja de la reja que separa el coro de la nave
(rood screen), al lado sur, se había encontrado un espacio cubierto con roble y
según un anticuario de Alcuin Club, al cual mi amigo le había pedido que
examinara la iglesia, declaró que, sin
lugar a dudas, antes de la Reforma en
este espacio se escuchaban las confesiones. Por tanto, el lugar fue restaurado
y colocado en su antiguo uso.
En la víspera de Navidad yo me senté en el
presbiterio bajo una tenue luz, mientras los penitentes venían y se
arrodillaban, frente a la reja en un simple peldaño, y hacían sus confesiones a
través de la vieja apertura.Yo sé que esto es un gran
cliché, pero no puedo dejar de mirar una vieja pieza de mobiliario sin una
estremecedora curiosidad, como una cosa que ha estado saturada de emociones
humanas. Este viejo confesionario me conmovió más que cualquier cosa que
hubiera visto en mi vida. A través de la pequeña abertura han llegado miles de
pecados, grandes y pequeños, con el peso del dolor, y de nuevo, por el Divino
Intercambio, aquellas cargas han recibido a cambio el bálsamo de la Sangre del
Salvador. ¡He aquí una puerta abierta al cielo! A través de ella este extraño
comercio entre el pecado y la gracia puede llevarse a cabo. La gracia
presionando y desbordando, dando un abrazo a cambio del pecado. O bonum
commercium!
El sacerdote permaneció en silencio
por un instante. Sus ojos resplandecían y entonces volvió a hablar.
- El día de Navidad y los tres siguientes
pasaron muy felices. El domingo después del servicio de la noche, salí de la
sacristía y vi una niña esperándome. Cuando le pregunté si me buscaba, ella me
dijo que su padre y otros seis miembros de su familia habían tenido influenza
en casa, y no estaban en condiciones de salir. Sin embargo el padre, que estaba
mucho mejor, iría a trabajar al día siguiente y si a mí me parecía, vendría con
alguno de sus hijos para hacer sus confesiones en la tarde y su comunión a la
mañana siguiente.
Amaneció el lunes y ofrecí el
Santo Sacrificio de manera usual. Pasé la mañana principalmente con mi amigo,
el cual ya era capaz de sentarse y de hablar por un buen rato, aunque aún no
estaba en condiciones de abandonar la cama.
En la tarde fui a caminar.
Durante toda la mañana una depresión frecuente
afectó mi alma y no me había
dejado descansar. Esta depresión tuvo una cualidad peculiar. Todas las almas que
intentan, dentro de sus limitaciones, servir a Dios saben por experiencia de
aquellas tristezas opresivas por medio de las cuales nuestro Señor nos prueba y
nos confirma. Sin embargo, ésta no era una de ese tipo. Esta depresión estaba
mezclada con un elemento de terror, como el de un mal inminente.
A medida que comencé a andar
por la carretera esta opresión se hizo más profunda. No percibía ninguna razón
de tipo físico. Yo me sentía bien, el clima era agradable, el aire y el
ejercicio no me afectaban. Al final retorné, cerca de las tres y media, desde
el hito que indica las 16 millas que hay hacia Canterbury. Ahí descansé por un
momento. Buscando el sur este divisé que a lo lejos estaban reuniéndose en el
horizonte unas densas nubes. Volví a casa y cuando llegué escuché muy a lo
lejos un intenso retumbar, como sonoros y lejanos disparos, y lo primero que
pensé fue que alguno de los fuertes de la marina en el sur habían comenzado una
práctica de artillería, pero luego noté que esto era demasiado irregular y
prolongado para ser un ejercicio de cañones. Entonces me calmé al llegar
a la conclusión que era una tormenta lejana, ya que percibí que el
estado de la atmósfera podía justificar la depresión que tanto me preocupaba.
Los rayos parecían estar más cerca, pues retumbó más fuerte y después de unos
tres o cuatro minutos, cesó.
Sin embargo, no sentí ningún
alivio. Cuando llegué a casa un poco después de las cuatro, Parker me trajo el
té y luego me quedé dormido en un sillón junto al fuego. Al cabo de un rato fui
despertado después de un problemático e infeliz sueño por el mismo Parker que
me entregó mi abrigo y me dijo que era hora de ir a mi cita en la iglesia. No
recuerdo lo que soñé, pero fue siniestro e inspirador de mal, y con un pequeño
fragmento de él aún pegado a mí, miré a Parker con algo de temor y él
permaneció en silencio junto al sillón sosteniendo el abrigo.
La iglesia está a unos pasos.
El jardín y el cementerio están continuos uno del otro. Me fui llevando la
linterna que Parker había encendido para mí. Recuerdo haber escuchado a lo
lejos, hacia el sur de la villa, los cascos de un caballo al galope. A mí me pareció que un caballo galopaba, pero
de repente el sonido desapareció a lo lejos, justo detrás de la loma.Cuando entré en la iglesia me
encontré con que el sacristán había encendido un par de velas tal como yo le
había dicho, y podían distinguirse las figuras arrodilladas de tres o cuatro
personas en el lado norte. Cuando estuve listo, tomé mi lugar en la silla fuera
de la reja del coro, en el lugar que ya he descrito, y entonces uno por uno, el
trabajador y sus hijos se acercaron e hicieron sus confesiones. Recuerdo estar
sintiendo, tal como en la víspera de Navidad, el extraño encanto de este
antiguo lugar de penitencia, que evoca tanto a Dios como al hombre, cada uno
con su tierno carácter de Salvador y penitente, con la luz roja ardiendo como
una luminosa flor en la oscuridad ante mí, para recordarme cómo Dios estuvo
habitando con los hombres y fue su Dios.
Ahora bien, no sé cuánto tiempo
había pasado, cuando escuché el sonido de cascos de caballos, pero esta vez en
la villa, justo bajo el cementerio de la iglesia. Entonces se sintió un súbito
silencio y luego una ráfaga de viento abrió las puertas de par en par, y las
velas comenzaron a consumirse y a chisporrotear con la corriente de aire. Una
de las niñas fue y cerró la puerta. El niño que estaba arrodillado frente a mí
finalizó la confesión, recibió la absolución y descendió a la iglesia. Yo esperé
al próximo, ignorando cuantos estaban ahí.
Al cabo de unos minutos me moví
de mi asiento con la intención de pararme pensando que ahí no había nadie más,
cuando una voz susurró una oración claramente
a través de la ventanilla. No pude captar bien las palabras, pero supuse que
fueron las de la fórmula usual que utilizan para pedir una bendición, por tanto le di la bendición y
esperé, un poco asombrado, por no haber escuchado llegar al penitente. Luego la
voz comenzó de nuevo.
El sacerdote se detuvo por un momento
y miró alrededor. Pude observar que estaba temblando un poco.
- ¿Prefieres no continuar? – le
dije – Creo que te inquieta e incomoda
relatármelo.
- No, no – dijo – está bien,
sólo que es un tanto horroroso, muy horroroso. Pues bien, la voz empezó de nuevo con su
susurro rápido y ruidoso, pero lo raro fue que yo con dificultad, entendía una
palabra. Eran frases por aquí y por allá. Podía captar el nombre de Dios y de
nuestra Señora, luego habló unas pocas palabras en francés que yo conocía: “le
roy” pronunció una y otra vez. Lo que primero pensé fue que debía ser alguna
forma extrema de un dialecto desconocido para mí. Pensé, por tanto, que era una
persona mayor que estaba sorda porque cuando intenté, después de unas pocas
frases, de explicarle que no le entendía, el penitente no puso atención, sino
que susurró rápidamente sin pausa. Poco después pude percibir en él que estaba
bajo un terrible estado de angustia. La voz quebrada y sollozante, y luego casi gritando. A pesar de este fuerte
murmullo del otro lado de la reja, yo podía oír sus dedos golpeando y
moviéndose incesantemente, como si estuviera golpeando una puerta de barrotes
para ser admitido. Por un momento estuvo
en silencio, y al final fue repitió una
fórmula de clausura, la cual fue creciendo y luego cesó. Como yo me moví para
levantarme y dar la vuelta para
explicarle que no había sido capaz de entenderle, un o dos sonoros gemidos
salieron del penitente. Me levanté rápido y miré a través de la parte abierta
de la reja y ahí no había nadie.
No tienes idea del shock que me
produjo. Me quedé mirando, supongo que por uno o dos minutos, a través de la
reja el escaño vacío y tal vez dije algo en voz alta porque escuché una voz
desde el fondo de la iglesia:
-¿Llamó usted señor? – era el
sacristán que estaba con su linterna y sus llaves listo para cerrar.
Permanecí por un instante sin
respuesta. Luego cuando hablé, mi voz sonaba rara en mis oídos:
-¿No hay nadie más Williams?
¿Se fueron todos? – le dije algo por el estilo.
Williams levantó su linterna y
miró alrededor de la oscura iglesia.
-No, señor, no hay nadie.
Crucé el presbiterio para ir a
la sacristía, pero repentinamente a mitad de camino de nuevo la tranquilidad de
la villa fue interrumpida por el desesperado galope de un caballo.
-¡Ahí, ahí! – Grité - ¿Escuchó
eso?
Williams se acercó desde la
iglesia hacia donde estaba yo.
-¿Está usted enfermo, señor?
¿Voy a buscar a su criado?
Hice un gran esfuerzo y le
señalé que no era nada, sin embargo él insistió en acompañarme a casa. No quise
preguntarle si él había escuchado el galope del caballo porque al fin y al cabo
pensé que tal vez no existía una
conexión entre esto y la voz que susurraba.
Me sentí muy agitado y
perturbado. Después de cenar solo, lo único que pensé fue en irme a la cama lo
más pronto posible. En mi camino hacia ella entré a echar un vistazo a mi amigo
por uno o dos minutos. Me pareció que estaba muy luminoso y con ganas de
conversar, y me quedé ahí con él mucho más rato de lo que había pensado. No le
conté nada acerca de lo sucedido en la iglesia, pero lo escuché de él mientras
hablaba sobre la villa y el vecindario. El asunto fue que mientras estaba yo
por desearle las buenas noches, él me dijo algo así:
“Bueno, no te retengo, pero he estado pensando,
mientras tú estabas en la iglesia, acerca de una historia que el anticuario me
contó sobre este lugar. Dijo que uno de
los asesinos de Santo Tomás Becket vino aquí la misma noche del crimen. Hoy
justo es ese día, ¿sabes? Supongo que fue por eso que me acordé”.
Mientras mi amigo me contaba
esto, mi viejo corazón comenzó a latir furiosamente y tuve que hacer un gran esfuerzo
para controlarme. Le señalé que me gustaría conocer la historia.
“La verdad es que no hay mucho
que contar” – dijo mi amigo – “Ellos no saben quién se supone que fue. Por ahí
se ha dicho que estuvo uno de los cuatro caballeros o uno de los hombres
armados”
- Pero, ¿cómo fue que él llegó
aquí? – Pregunté - ¿y por qué?
- Se supone que su alma se
sintió aterrorizada y que él corrió aquí en busca de la absolución, lo cual,
desde luego, es imposible.
- ¿Él vino solo? – Dije - ¿cómo
llegó?
-Bueno, tú sabes, después del
asesinato ellos saquearon la casa y los establos del arzobispo. Se dice que
este hombre obtuvo uno de los caballos más rápidos y que galopó como un loco,
sin saber dónde y que se precipitó sobre la villa hacia la iglesia donde estaba
el sacerdote, y que luego volvió a montar y se fue cabalgando. Creo que el
sacerdote incluso está enterrado en el presbiterio en alguna parte. Mira, yo
creo que es una historia muy vaga e improbable. También en Gatehouse como en
Malling dicen que uno de los caballeros durmió ahí la noche del asesinato.
No dije nada más, pero supongo
que lucía extraño porque mi amigo comenzó a observarme con cierta ansiedad. Me
ordenó irme a la cama, tomé mi candelabro y me fui.
Bien– dijo el sacerdote
volviéndose hacia mí – esa es la historia. No es necesario que te diga que he estado pensando mucho sobre el asunto y
solamente dos teorías me parecen creíbles. Hay otras dos, que sin dudas serían
propuestas, pero que a mí me parecen
poco creíbles.
En primer lugar, se podría
decir que yo estaba obviamente
indispuesto: mi depresión previa y mi sueño mostraron que estuve
imaginando todo el asunto. Si tú quieres pensar así, bueno, piénsalo.
En segundo lugar, es posible afirmar, junto
con la Sociedad de Investigación Psíquica, que toda esta cosa fue transmitida
desde el cerebro de mi amigo al mío ya que él estaba bajo un estado energético,
mientras que yo estaba en un estado pasivo, o alguna cosa de este tipo.
Estas dos teorías, que podrían
ser llamadas “científicas” (término que significa que no existe ni un pelo de
verdad antes que los hechos con los que el intelecto, pobre instrumento en el mejor de los casos,
es capaz lidiar) crean a su vez una
nueva camada de dificultades insolubles.
O bien, puedes tomar tu postura
desde el mundo espiritual y usar las facultades que Dios te ha dado para tratar
con ellas, y entonces no te sentirás desconcertado sin poder hacer nada y tu
intelecto ya no se esforzará al hacer una tarea que nunca antes hizo. Creo que
puedes elegir una de estas dos teorías:
La primera: esta emoción humana
tiene el poder de influenciar o de saturar la naturaleza inanimada. Desde luego
que esto constituye solamente el viejo y familiar principio sacramental de toda
la creación. Las expresiones de tu cara, por ejemplo, son causadas por el
desplazamiento de las partículas químicas de las cuales están compuestas y
cambian de acuerdo a tus emociones. En consecuencia, debemos decir que las
pasiones violentas de odio, ira, terror, remordimiento de este pobre asesino
700 años atrás, se combinaron para hacer un potente fluido espiritual que caló
tan profundo en el mismo lugar donde todo fue derramado, y que bajo ciertas
circunstancias es reproducido. En un
fonógrafo, haciendo una burda comparación, las vibraciones del sonido se
trasladan a sí mismas primero en la cera y luego resurgen nuevamente como
vibración cuando ciertas condiciones son cumplidas.
O secundariamente, puedes ser
de la vieja y simple escuela y decir que
por alguna ley, vasta e insondable, más allá de nuestras percepciones, el
espíritu personal de este hombre está atado al lugar y forzado a expiar su
pecado una y otra vez, año tras año, intentando expresar su pena y buscando el
perdón, sin la posibilidad de recibirlo. Desde luego que no sabemos quién es
él. Si uno de los caballeros que más tarde recibió la absolución, que
posiblemente no fue ratificada por Dios; o uno de los hombre de armas que lo
asistió, y quien, como lo dice una antigua crónica “sine confessione…”
Pienso que no hay nada
materialista en creer que estos seres
espirituales puedan estar confinados a expresarse sin límites de espacio y
tiempo, y que la naturaleza inanimada puede ser el vehículo de lo invisible. Los
argumentos contra tales posibilidades han sido silenciados, de una vez por
todas, por los cristianos, por la Encarnación y por el sistema sacramental,
cuyo principio total se hizo infinito y eterno de una vez para siempre, y aun
así se expresa a sí mismo bajo las formas de la naturaleza inanimada, en
términos de espacio y tiempo.
Con relación al otro punto,
puede ser que no necesito recordarte que la tormenta de rayos y truenos que
cayó sobre Canterbury fue en el mismo día y a la misma hora del asesinato del
arzobispo.
Robert
Hugh Benson, en The Light Invisible, 1902