miércoles, 31 de julio de 2024

La vocación universal a la hobbitud, pór Julian Kwasniewski

         Hay muchos que no seremos jamás llamados a ser un Aragorn, o un

Gandalf, o un Frodo, o ni siquiera un Sam Gangee. La gran mayoría de nosotros

será los hobbits que nunca entendieron, en realidad, lo que estaba ocurriendo y

fueron incluso inconscientes del peligro de que los salvó el heroísmo de unos

cuantos aventureros desconocidos, que peleaban a enorme distancia de casa.

Pero es terrible la tentación de abandonar nuestros queridos sembradíos cuando,

mirando cada uno su “palantir” de bolsillo, ve las fuerzas del mal alineadas y listas

para destruír el mundo que amamos.

                        

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo evitaremos abandonar nuestros deberes a

fin de seguir una vocación a salvar el mundo que no es, propiamente, la nuestra?

Lo evitaremos si descubrimos que las pequeñas realidades materiales pueden -

debido a la encarnación de Nuestro Señor- “llegar a ser parte de una obra mucho

mayor, que pueden conducir a la Bienaventuranza”; si descubrimos que las cosas

débiles y frágiles son, en realidad, más fuertes y duraderas que las maquinaciones

de quienes parecen poderosos en este mundo.


En un ensayo titulado “Una Navidad perdurable”, Hilaire Belloc, apologeta

católico, historiador y pensador político, escribe sobre el modo cómo las

entrañables y venerables tradiciones de la Navidad pueden dar continuidad y solaz

a los acontecimientos transitorios y tristes de la vida mortal. Belloc enumera una

multitud de aflicciones que entristecen la vida del hombre: “Las amenazas de

desesperación, el remordimiento, la necesidad de expiación, el insoportable

hastío, la tediosa repetición de cosas aparentemente estériles, innecesarias y

desprovistas de sentido, la lejanía, la mutua incomprensión de los espíritus”. Saber

que Belloc perdió a dos de sus hijos en las Guerras Mundiales agrega intensidad a

sus palabras, hasta que éstas alcanzan su clímax cuando dice que la pena “de los

hombres jóvenes que han muerto en la guerra antes que sus padres se debilitaran

con la edad; la pena de los peligros de enfermedad en el cuerpo y aun en el alma,

de la ansiedad, del honor acosado, de todas las amarguras del vivir – todo ello se

convierte en parte de una empresa mayor, que puede conducir a la

Bienaventuranza”.


Esta cita de Belloc es una explicación excelente y poética de la realidad

encarnacional de muestra religión: se adquiere la santidad y se da gloria a Dios

con las cosas ordinarias y difíciles de la vida; y no sólo con las ordinarias y difíciles

sino también con las bellas y gozosas.


En nuestros tiempos, cuando una increíble confusión y oscuridad permean

todos los niveles de la sociedad, es fácil olvidar esta verdad. Entre la corrupción

política, la puja por un nuevo echar a andar el mundo por no se sabe quién, y el

sínodo universal del Papa Francisco, es fácil perder de vista el hecho que las

cosas pequeñas y débiles de este mundo se han vuelto poderosas por la

encarnación de Nuestro Señor. San Pablo escribe:


“Dios escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y Dios

eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; escogió Dios a lo vil, a lo

despreciable del mundo, a lo que no es nada, para destruír lo que es, de manera

que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios” (1 Corintios 1, 27-29).

Esta verdad está maravillosamente descrita en la trilogía épica de Tolkien,

“El Señor de los Anillos”.


Los hobbits de Tolkien son la quintaesencia de lo doméstico y lo poco

aventurero. Pero, como reiteradamente observa Gandalf, un hobbit es más que lo

que ven los ojos. A pesar de su vida tranquila y rústica, los hobbits tienen fuerzas

escondidas, que ellos mismos desconocen. Cuando el Anillo llega a las manos de

Frodo, vemos en él un símbolo del mal, concentrado e hipócrita, que pasa a

depender del pueblo más sencillo de la Tierra Media. Pero aunque Frodo y sus

tres compañeros hobbits finalmente salvan de Sauron a su mundo, el resto de los

habitantes de la comarca participan poco o nada de la epopeya: siguen

preocupados de sus sembrados y de sus familias, ignorantes del desastre que los

amenaza.


¿Los culparemos por ello? No. Lo que hacen es cumplir con su deber,

siguiendo su personal vocación. Frodo habría hecho lo mismo si no hubiera sido

abordado por Gandalf. El no escogió ser el Depositario del Anillo. Pocos de

nosotros seríamos Depositarios del Anillo; por el contrario, los más de entre

nosotros están llamados a ser padres y madres, hermanos y amigos. Tenemos

que trabajar en nuestro pequeño sembradío para alimentar el futuro del mundo a

través del amor a nuestras familias y a nuestro patrimonio católico, a través de la

enseñanza de la verdad y de la creación de belleza y orden con nuestros mejores

esfuerzos. Aunque el libro se enfoca en la Hermandad, “El Señor de los Anillos” de

Tolkien contiene incisivos y bellos pasajes que pueden ayudarnos y animarnos en

nuestras vidas de hobbits hogareños.


Después de la batalla de Helm’s Deep, el Rey Théoden se asombra de los

Ents que lo ayudaron en la lucha, y que pensaba eran sólo creaturas legendarias.

Gandalf le contesta:


“Debieras alegrarte, Rey Théoden, porque ahora está en peligro no sólo la

vida de los Hombres, sino la vida de aquellas cosas que has creído eran de

leyenda. No careces de aliados, aunque no los conozcas”

Théoden contesta con uno de los pasajes más verdaderos y más tristes de

Tolkien:


“Pero también debería estar triste”, dijo Théoden. “Porque cualquiera sea el

rumbo que tome la guerra, ¿no podría terminar de un modo tal que mucho de lo

que fue bello y maravilloso desaparezca para siempre de la Tierra Media?”. “Sí,

podría ser”, dijo Gandalf. “El mal de Sauron no puede ser totalmente curado, ni se

puede hacer como si no hubiera existido. Pero estamos destinados a ese futuro.

Por ahora, ¡continuemos el viaje que hemos comenzado!”.

Es verdad, creo, que el mundo moderno ha visto la destrucción de cosas

que no volverán jamás. Y cada día hay más destrucción. Pero ello no significa que

se nos permita desesperar. Como dice Denethor:

“¿Pensaste acaso que los ojos de la Torre Blanca eran ciegos? No; he visto

más de lo que te imaginas, Necio Gris. Porque tus esperanzas no son más que

ignorancia. ¡Ve pues, y trabaja en tu curación! ¡Ve adelante y pelea! Vanidad. Por

un breve espacio, por un día, puede que triunfes en la lid. Pero no hay victoria

posible contra el Poder que está surgiendo ahora, que sólo ha tocado esta ciudad

con un dedo de su mano. Todo el Oriente está en marcha. Y en este preciso

instante el viento de tus esperanzas te está engañando, mientras hace avanzar

por el Anduin a una flota de velas negras. El Occidente ha fallado. Es tiempo de

que partan todos los que no quieren ser esclavos”. A esta diatriba, que culmina

con ese “El Occidente ha fallado”, replica Gandalf: ”Tales consejos sin duda harán

que se cumpla la victoria del Enemigo”.


¿Qué hemos de deducir de todo esto? Debemos aprender que tenemos

aliados que no conocemos, debemos darnos cuenta de que hay muchas cosas

que se están yendo de este mundo y que nosotros seremos los últimos en

recordar, y debemos darnos cuenta de que dudar de la fuerza de nuestra cultura

de Occidente -que se basa en la Cristiandad- hasta el punto de abandonarla, sólo

aumentará las probabilidades de la victoria del Enemigo.


Esta falta de fe en las riquezas de Occidente es, me parece, el centro de los

fracasos y de los éxitos a medias de tantas técnicas apologéticas y catequísticas

que han usado los católicos desde los años 1960. Y explica también por qué se ha

abandonado fácilmente tanto de nuestro patrimonio y por qué todavía se lo valora

tan poco. Si realmente creyéramos en la grandeza del canto gregoriano y de la

polifonía renacentista; si verdaderamente creyéramos en las grandes artes

sagradas; si verdaderamente creyéramos en la doctrina tradicional de la Iglesia en

materias de fe y de moral, ¿no estaríamos orgullosos y entusiasmados por

compartirlas? ¿no esperaríamos atraer con ellas a los hombres, gracias a su

intrínseca verdad y su atractivo?


En cambio, sostenemos que “hay que ir a encontrar a los hombres adonde

están”, “hablarles en su propio idioma”, o “hay que hacerse aceptables”. Jamás

obraríamos de este modo si ofreciéramos un helado gourmet, una marca favorita

de cerveza, o un exótico relleno de pizza. En tal caso, diríamos “Tienen que probar

esto”, y a continuación obligaríamos a nuestros amigos a probar un poco y ver qué

les parecía. Y si nuestros amigos no quedaran maravillados, les diríamos “¿Qué

les pasa a todos Uds.?


Sin embargo, mientras tenemos suficiente confianza en nuestras papilas

gustativas como para endilgar a nuestros amigos un helado, una cerveza o una

pizza, no confiamos suficientemente en una tradición que tiene 2.000 años de arte,

creencias y liturgia como para ofrecerla al hombre moderno como algo “que podría

gustarle”. En realidad, a pesar de que Juan Pablo II nos amonestó “No tengáis

miedo”, tenemos miedo de tanto de lo que tenemos que ofrecer.

Pero todo esto nos trae a mi punto final: nuestra labor está en el terreno que

nos es conocido.


Gandalf dice del Anillo: “Si es destruído, entonces él [Sauron] fracasará… Y

así un gran mal habrá sido arrojado de este mundo. Hay otros males que pueden

venir; porque Sauron no es más que un sirviente o emisario”. Y prosigue el mago,

pronunciando quizá el grito de batalla y el lema de nosotros, los hobbits que nos

quedamos en casa:


“Pero no nos corresponde dominar todas las mareas del mundo sino hacer

lo que está a nuestro alcance por auxiliar a los tiempos en que vivimos,

desarraigando el mal en los terrenos que conocemos, para que los que vengan

después de nosotros puedan tener una tierra limpia que arar. Qué clima les tocará,

no nos corresponde decidirlo”.

               

Cada uno de nosotros tiene un campo, cada uno de nosotros tiene tiempo,

cada uno de nosotros tendrá, de un modo u otro, herederos, estudiantes, niños.

Para algunos -y quizá es lo mejor para la mayoría- se trata literalmente de

campos, de años de trabajo duro, de muchos niños, todo ello fruto de la

dedicación a la tierra y a la familia, de acuerdo con los criterios católicos de una

vida de hogar. Para otros, habrá campos, si no literales, verdaderos, de acción y

de labor; habrá quizá menos tiempo, y habrá quienes reciban su influencia

paternal a través de la enseñanza, de la tutoría, o de la dirección espiritual.


En otro nivel, debemos buscar en nosotros mismos males que erradicar.

Como escribió Paul McGuire en 1946, “Existe una solución al dilema moderno.

Está, curiosamente, en las manos, el corazón y la mente y la voluntad de todo

cristiano” (Integrity: segundo número, noviembre 1946). Porque estos campos

están en nuestro corazón, y si hay en ellos algún mal, siempre podremos hacer

algo al respecto, porque están dentro de nosotros mismos.


¿Cuándo nos vamos a destetar de los “palantires” de los smartphones y de

las redes sociales? ¿Cuándo vamos a desmalezar el terreno de nuestra alma con

oración diaria? ¿Cuándo vamos a negarnos a nosotros mismos y asumir

diariamente tareas manuales para limpiar y ordenar los espacios en que vivimos?

“Nosotros somos los mediocres, nosotros somos los donantes a medias, nosotros

somos los que aman a medias; nosotros somos la sal que ha perdido su sabor”

escribió Caryll Houselander incisivamente en su poema “Una tarde en la catedral

de Westminster”. Recuperemos nuestro sabor. Hagámonos donantes en plenitud,

y plenos amantes. Pero, ¿a quién daremos, a quién amaremos?

A quien más obligación tenemos de dar y de amar es nuestra familia. La

obligación de amar al prójimo como a sí mismo encuentra su plenitud en nuestra

mujer y en nuestra familia, a quienes podemos amar y darnos de un modo único y

asiduo. Escuchar la “llamada universal a la hobbitud” debiera hacernos apreciar

esto más plenamente, y recordarnos cómo la encarnación ha transformado las

cosas ordinarias de esta vida.

En un artículo sobre los principios del trabajador cristiano, Donald Hessler

ha escrito:

“Es una gran ley de la naturaleza y de la gracia, dice Pío XII, que la

similaridad abre las puertas al acercamiento y al afecto. Dios se hizo hombre para

salvar al hombre. Cristo se hizo trabajador para salvar a los trabajadores. San

Francisco y Peter Maurin se hicieron pobres para salvar a los pobres. Así se

prolonga la encarnación”.


En nuestra época, a menudo es la humanidad, en sus aspectos más

profundos - la familia, la naturaleza misma del hombre y de la mujer-, la que

necesita ser salvada. Hagámonos nuevamente humanos para salvar a la

humanidad. Amemos y respetemos nuestra naturaleza de hombres y de mujeres.

Como dice Dorothy Day, contémonos entre quienes están abiertos a recibir la

inspiración de “rebajar su estándar de vida y elevar su estándar de pensamiento y

de amor”. Esto no tiene por qué ser terriblemente desagradable, porque si las

penas de Belloc se convierten en “parte de la gran empresa de la

Bienaventuranza”, Dorothy Day nos recuerda: “Creo firmemente, con Santa

Catalina de Siena que todo el camino hacia el cielo es cielo, porque El dijo “Yo soy

el Camino””.

Redescubramos nuestra familia, nuestro corazón, nuestros campos y

redescubrámonos a nosotros mismos, perdiendo el miedo tanto a las sublimes

realidades de nuestra fe, como a las cosas más básicas de nuestra humanidad. El

poema de Houselander se lamenta:

“Hemos tenido miedo

Del penetrante rayo de la verdad;

De las sencillas leyes de nuestra propia vida.

Hemos temido la primordial belleza

De las cosas humanas,

Del amor y del nacimiento y de la muerte”.


Estas “cosas humanas” de “primordial belleza” pueden parece muy débiles

frente al zeitgeist global. Pero estas cosas débiles del mundo han sido

fortalecidas. De hecho, poseemos las más poderosas armas contra los

globalizados Saurons de nuestra época; besos por la mañana, huevos revueltos,

canciones de fogata, verduras cultivadas en casa y niños que lloran, son más

poderosos que los planes mejor pensados de la UE o la ONU, y que los más

secretos designios de Bill Gates o del cardenal Roche. 


Estas pequeñas cosas están llenas de gracia porque María se hizo llena de

gracia. El Señor estaba con ella. Y el Señor está con nosotros: con nosotros en la

imbatible Misa inmemorial; con nosotros en nuestra devoción por el año litúrgico y

las prácticas tradicionales, como el Oficio Divino. Cuando entremos al próximo

Adviento temiendo el advenimiento de tantos acontecimientos grotescos y

temibles, hagamos nuestra la oración de Houselander:


“Pasemos hambre y sed;

Ardamos en las llamas;

Rompamos la corteza animal

De la complacencia.

Aviva en nosotros

La afilada gracia del deseo,

Brilla en nosotros,

 Emmanuel,

Luz sin sombras:

Arde en nosotros,

Emmanuel,

Fuego de amor;

Quema en nosotros,

Emmanuel,

Estrella de la mañana:

  ¡Emmanuel,

         Dios con nosotros!” 


19 diciembre 2022

Crisis Magazine, traducción Augusto Merino

jueves, 25 de julio de 2024

Kwasniewski: en torno a la belleza

Nota de Beatrice: agradecemos nuevamente al Profesor Augusto Merino la traducción de esta interesante entrevista a Peter Kwasniewski sobre la belleza y la oportunidad, para el año próximo, de visitar con él los hermosos lugares dedicados al culto en Sicilia. Encontrarán en el artículos los enlaces para quienes estén interesados en participar.



El Dr. Peter Kwasniewski es un académico y compositor que ha escrito

importantes libros sobre diversos temas, centrados todos en la sagrada liturgia y

las bellas artes. Uno de sus objetivos es contribuír a restaurar la tremenda belleza

de los lugares católicos dedicados a la oración y al culto. El Dr. Kwasniewski

dirigirá un viaje REGINA de trece días a Sicilia el año próximo, desde el 3 al 15 de

febrero de 2025. Hemos tenido el placer de entrevistar al Dr. Kwasniewski, no

obstante su apretada agenda.


Regina: Dr. Kwasniewski, Ud. ha vivido y trabajado en Europa. ¿Qué le enseñó

esta experiencia acerca del pulchrum (lo bello como un trascendental), y cuál es la

mejor forma en que la Iglesia puede usar esta herramienta en la evangelización?


Dr. K.: Tuve la gran fortuna de ser contratado, Providencia de Dios mediante, por

el recién formado Instituto Teológico de Gaming, Austria, cuando recién terminaba

la escuela de estudios graduados. Esta pequeña escuela nuestra compartía el

mismo campus con el Programa Austriaco de la Universidad Franciscana de

Steubenville, para la cual yo habría de enseñar, posteriormente, Apreciación

Musical durante varios semestres. Cuando mi mujer y yo, recién casados,

llegamos en diciembre de 1998, comenzamos a vivir bajo cielorrasos barrocos y a

cruzar, camino al trabajo, puertas cartujas medievales. La iglesia a la que

asistíamos había sido construida en la Edad Media. Las piedras del pavimento

habían sido pisadas por muchas generaciones de católicos. Existía un tremendo

sentido de profundidad, de impregnación: uno tenía la sensación de ser una

pequeña parte de un todo mucho mayor que se extendía mucho más allá de uno,

hacia la eternidad. Esto es, creo, lo que logra la combinación de tradición y

belleza: lo bello atrae a los sentidos y a la mente, pero el contenido específico del

arte y la arquitectura y la música nos cuentan una historia sobre Jesucristo, sobre

quienes creen en El y procuran seguirlo.

Creo que lo que más me impresionó, durante nuestros siete años y medio

en Austria, fue cómo el catolicismo permeaba cada aspecto del campo, de las

ciudades, de las ermitas, del calendario, de las celebraciones. Sí, el secularismo

había hecho terribles avances, pero la “forma” del mundo era fundamentalmente la

que la fe le había dado. América, con todos sus puntos fuertes, simplemente no

tiene nada de esto.


La Iglesia en Europa utilizó el poder de las bellas artes como útiles de

evangelización, de devoción y de mística. La Iglesia predicaba a través de la

música, de la pintura, de la escultura, de las iglesias majestuosas, de los

presbiterios con sus elevados altares. Había tanta fe “codificada” en las obras de

arte que no hacían falta explicaciones verbosas y tediosas. Después del Concilio

Vaticano II la Iglesia fue barrida por una nueva ola de racionalismo, y se la despojó

de todos esos canales visuales y musicales a través de los cuales se transmitía la

fe, optándose por modos empobrecidos de hablar. El resultado fue un vacío de

belleza, una verdadera vaciedad, una especie de “ausencia real” en vez de

presencia real. Creo que la pérdida de fe en la Presencia Real de Cristo en la

Eucaristía se aceleró en parte por la pérdida de belleza en las iglesias y en la

liturgia. Ya no fue posible señalar este misterio y decir “¡He aquí el Cordero de

Dios! Inclinaos delante de El, delante del que es digno de todo lo que podamos

darle”.



En resumen: lo más necesario para catequizar a los creyentes y evangelizar

a los no creyentes es proclamar nuestro credo con la trompeta celestial de la

belleza, en medio de una liturgia densa y rica y llena de religión. El hecho de que

esta vía ya no sea casi nunca propuesta por el “Establishment” demuestra que

éste vive alejado de la realidad, que vive todavía de las ilusiones del racionalismo.


Regina: La filosofía moderna, comenzando con Kant, ha reducido la belleza a

elementos puramente subjetivos. ¿Puede Ud. decirnos algo de su filosofía

personal de la belleza en el arte?


Dr. K.: Sin embargo, incluso Kant trató de conservar algo de la objetividad de la

belleza, al conectarla con la aprehensión de la forma y con el “gusto” educado de

alguien que está familiarizado con un amplio espectro artístico. En otras palabras,

no fue democrático ni relativista en el tema de las bellas artes, sino que pensó que

algunos artistas y obras de arte eran realmente mejores que otras, como más

reveladoras de la forma. ¿Qué quiero decir con esto? Lo siguiente: un pintor de

paisajes o de caballos hará una obra mejor al expresar qué es el paisaje o el

caballo que lo que hará otro pintor. La explicación de Kant es inadecuada, pero al

menos rescata la insistencia de Santo Tomas de Aquino en las tres propiedades

de la belleza: claridad, integridad y proporción o armonía. Yo no tengo una

“filosofía personal” pero he aquí un breve compendio: la belleza es el primer

mensajero de Dios, y el último, y el más efectivo. Aprendemos que el mundo es

bueno y ordenado por la belleza de la naturaleza que experimentamos con

nuestros sentidos, y que sólo posteriormente podemos comprender con nuestro

intelecto. Y tal como llegamos a conocer que hay un Dios personal por su divino

arte, vemos la belleza interior de la persona humana principalmente por las

grandes obras de arte del hombre. Un pintor como Rembrandt nos ayuda a ver la

inmensa, casi dolorosa belleza del rostro de un hombre o una mujer viejos que,

quizá, pasaríamos rápidamente sin ver, o encontraríamos fea. Cristo mismo es “el

más bello de los hijos de los hombres”, como dice la Escritura, pero permitió que

se lo convirtiera en un “hombre de dolores”, desfigurado de modo increíble, para

decirnos así algo inolvidable de la invisible Belleza del amor, del sacrificio por

amor. La Iglesia, por tanto, no puede ni debe huír de su papel de presentar a este

Amante inmortal la humanidad, tanto con las bellezas que mueven nuestros

sentidos, como en el misterio más profundo que ningún sentido puede alcanzar.



Regina: La marea de la modernidad condujo a la desafortunada construcción de

muchas iglesias feas y distópicas. ¿Qué podemos aprender de los errores del

pasado?


Dr. K.: Todo en la antigua arquitectura eclesiástica, tanto en sus líneas generales

como en sus mínimos detalles, se inspiró en la sagrada liturgia. La liturgia dio

forma a esas iglesias, les dio un punto focal al colocar enfáticamente el altar

mayor en el centro del extremo oriental, con gradas para acceder a él, el lugar

más sagrado, en que se renueva el sacrificio del Calvario, donde Dios es adorado

del único y perfecto modo, una adoración inequívocamente vertical, dirigida al

Omnipotente Padre por el Unigénito y siempre Amable Hijo en el poder del Espíritu

Santo dador de vida. Los antiguos ritos de la Iglesia latina hacen inteligible la

arquitectura eclesiástica, sea románica, gótica, renacentista o barroca. Estos

estilos simplemente no se pueden entender sin la antigua liturgia que los inspiró.

La fase cancerígena del Movimiento Litúrgico (ca. 1950 a 1965) y, mucho

más, la reforma hecha por el Consilium y su puesta por obra a finales de los años

1960 y 1970, fomentaron el extendido hábito de evitar, de modo patológico,

cualquier expresión del misterio y de la majestad de la Misa, y especialmente de

su esencia como oblación sacerdotal ofrecida al Padre, que está en la cumbre del

“monte” del presbiterio, en pro del pueblo, reunido en la base del monte. Toda la

arquitectura construída exprofeso para el hombre moderno y su neoliturgia, es no-

católica, sin foco, sin verticalidad.

Lo que aprendemos de esto es, sencillamente, lo siguiente: la vía moderna

es una calle sin salida. La vía tradicional se abre a la eternidad, a la comunión de

los santos en la gloria de Cristo Rey. No sorprende que la mayoría de las nuevas

iglesias construídas recientemente sigan los estilos tradicionales. Ello es lo único

que tiene sentido para aquéllos que creen realmente en el Señor y sienten la

conexión con Su Iglesia a través del tiempo y en el cielo.



Regina: ¡Sí! Efectivamente, estamos presenciando un verdadero renacimiento del

arte católica hoy día. ¿Podría decirnos algo de su opinión personal sobre estos

tres estilos claves: románico, gótico y barroco?


Dr. K.: Gran tema. Pero desde ya le puedo decir que Ud. ha estado leyendo a

Ratzinger, porque él plantea en “El espíritu de la liturgia” que los estilos que Ud.

menciona son compatibles con el objetivo iconográfico del arte sagrado, mientras

que el humanismo y el naturalismo renacentistas chocan con él, o al menos están

en tensión con él. Este es un punto al que mi amiga Hilary White ha dedicado

mucho tiempo en su substack “The Sacred Images Project”. Brevemente: el

románico está todavía íntimamente relacionado con la concepción iconográfica

medieval, compartida con el mundo bizantino, y el gótico es un desarrollo natural

del románico, también fiel a los mismos principios.

El barroco, en contraste, es algo totalmente diferente: deriva de la

desviación del Renacimiento y está fundamentalmente marcado por su

humanismo. Sin embargo, el barroco recupera el sentido del trascendente misterio

de Dios y del mundo, simultáneamente semisombrío y luminiscente, del hombre,

parpadeante imagen de Dios; glorifica la creación en nombre de la Encarnación,

rechaza el pesimismo del calvinismo y nos recuerda que el mundo material

proviene del buen Dios, que lo usa para santificarnos. El arte barroca, en su mejor

momento, puede servir a los sacramentos y a los íconos, y desde este punto de

vista fue capaz de reafirmar el dogma y la espiritualidad católicos frente a las

aberraciones protestantes.



Regina: Las bellas iglesias y liturgias y artes católicas pueden orientar e influír en

aquéllos que no son católicos o son católicos alejados, posiblemente para

convertirlos. ¿Cómo cree Ud. que el arte sagrada interviene en el proceso de

conversión -o de reversión-?


Dr.K.: Ah, esto es algo que queda clarísimo con innumerables anécdotas. David

Clayton, que se ha convertido en un importante expositor del arte sagrada católica,

hace derivar su conversión de su primera experiencia de una Misa solemne en el

Oratorio de Londres, en que la masividad de la arquitectura, la gloria de la

polifonía cantada por el coro, el esplendor de las ceremonias litúrgicas, la devota

actitud de los fieles, todo eso conspiró para acorralar su alma con el mensaje “Hay

más, hay infinitamente más que lo que has recibido en tu vida. Abrete a ello. Hazte

más grande haciéndote más pequeño”.

He conocido tanta gente, a lo largo de los años, que fue atraída al

catolicismo por haber asistido a una Misa solemne, haber oído el canto

gregoriano, o sea, las mismas cosas que experimentó Clayton aquel día. ¿Puede

esto sorprendernos? Ciertamente la Divina Providencia no fue ajena al lento

desarrollo de la belleza de la liturgia. El Señor la dotó de un poder magnético para

atraer las almas, para elevar y consolar las almas de los que ya creen, y para

despertar y convencer a las que no creen todavía.


Regina: Un gran problema religioso del mundo cristiano moderno es, en esencia,

la plaga de la indiferencia. Díganos cómo cree Ud. que se puede usar la belleza

en las artes litúrgicas para ayudarlas a detener la marea.


Dr. K.: La plaga proviene, en realidad, del nihilismo, de la atmósfera, en los

tiempos modernos, de que nada verdaderamente es serio, nada es último y no

negociable. Esta atmósfera infecta incluso a la Iglesia, aunque ella la rechaza

oficialmente en sus documentos. Me parece que los gastos exorbitantes en

belleza que vemos a lo largo de la historia, los enormes esfuerzos por hacer de las

iglesias y su liturgia tan magníficas como fuera posible, son un guante arrojado al

nihilismo.

Cuando invertimos tiempo, esfuerzo, dinero, arte, en cultivar lo que es bello,

lo que hacemos, en el fondo, es decir: “A nosotros no nos engaña la mentira de

que todo es lo mismo, o que nada tiene sentido” (cosas equivalentes). Vamos a

dar lo mejor a Dios, y al hacerlo estaremos haciendo también lo mejor por

nosotros mismos, hechos a su Imagen. El merece belleza, nosotros tenemos

hambre de belleza y nos alimentamos de ella”. La belleza litúrgica por sí misma

refuta las tendencias, propias de la modernidad, a auto buscarse y a auto

destruirse, y creo, personalmente, que se la experimenta como un bálsamo por

aquéllos que han sido bendecidos con poder recibirla.



Regina: Ud. ha escrito una increíble cantidad de libros. ¿Podría recomendar uno o

dos que toquen el tema de la belleza como un trascendental?


Dr. K.: No sé si es increíble la cantidad, pero con la ayuda de Dios, trato de hacer

lo que puedo… De todos mis libros, los que hablan más de lo bello son Noble

Beauty, Transcendent Holiness (Angelico Press, 2017) y Buena música, música

sagrada y silencio (TAN Books, 2023).


Regina: Ud. ha viajado mucho por el mundo. ¿Nos podría dar algunas impresiones

o mencionar puntos de interés sobre lo que Ud. espera encontrar en su próximo

viaje Regina a Sicilia?


Dr. K.: La peregrinación a Sicilia es algo con lo que he soñado desde hace

décadas, desde que me enteré de que John Henry Newman casi murió en Sicilia

de una fiebre, y de que, cuando se recuperó, había cambiado la orientación de

toda su vida. Volvió a Inglaterra para comenzar lo que habría de llamarse luego “El

Movimiento Oxford”. Ahora bien, estoy seguro de que nadie se verá afectado por

una fiebre que ponga en peligro su vida, pero para mí la asociación con Newman,

uno de mis escritores favoritos de todas las épocas, le añade un toque novelesco

a la isla.

No he estado jamás en ella, pero todo lo que he leído sobre sus tesoros

culturales me fascina y conmueve. La inigualable confluencia de los estilos

bizantinos, normandos y árabes de Sicilia son un enorme imán. Cualquiera que se

detenga un momento a mirar el itinerario verá qué viaje por ininterrumpidas

maravillas va a ser éste. Tengo gran impaciencia por llegar allá, y experimentar

estas obras de arte trascendentales en este viaje junto con otros peregrinos.

Como seguramente Ud. ya sabe, he enseñado historia del arte, entre otros

temas, en el Wyoming Catholic College. Ello fue el punto de llegada de una pasión

por el arte de toda una vida -ya en la secundaria estudiaba historia del arte-. Mi

mujer es pintora e iconografista. Mi hijo es también artista. Mis hijos son músicos.

Vivimos y respiramos arte. Esto es parte de quién soy, y compartiré con todos los

que nos acompañen en el viaje el conocimiento que tengo del arte y la inspiración

que de ella recibo.




Regina: Los importantes escritos y pensamientos de Ud. siguen siendo un

precioso antídoto contra la fealdad en la liturgia y en el mundo. ¿Qué aspectos de

la belleza son los que Ud. más espera ver en su primer viaje a Sicilia?


Dr. K.: Primero que nada, la celebración de la fiesta de Santa Agata, patrona de la

isla, el 5 de febrero, que va a ser una explosión. Pero luego está Acireale, “la

ciudad de las cien iglesias”, Modica, Ragusa, Erice (el intrincado tallado del

cielorraso es una de las maravillas que quitan el aliento), Monreale (que algunos

han llamado “la más bella iglesia del mundo”), Cefalù, con sus maravillosos

mosaicos bizantinos, la catedral de Palermo dedicada a Nuestra Señora de la

Asunción, y la Capella Palatina. Y no he mencionado siquiera las criptas, bóvedas

castillos y torres, las ruinas etruscas, fenicias, griegas y romanas, las vistas desde

las colinas y el escenario del mar…

Lo mejor de todo, vamos a tener un maravilloso capellán que celebrará el

rito dominicano (muy cercano al rito romano) todos los días, y cantado, cada vez

que sea posible. Como se sabe, ya no es fácil encontrar una situación en que se

tenga una Misa tradicional durante doce días seguidos…



Regina: Gracias, Dr. Kwasniewski, por esta entrevista. Espero que ella inspire a

nuestros lectores a hacer esta peregrinación viajando por la maravillosa isla de

Sicilia, prestando especial atención al inconfundible “barroco siciliano”.


Dr. K.: Para ser franco, espero con impaciencia vivir cada uno de los días de esta

peregrinación, y de compartir la experiencia con todos los que se nos unan.

Visitaremos todos los lugares fotografiados más arriba, y otros más.

Para mayor información sobre el viaje, por favor toque aquí.

One Peter Five

Julio 16, 2024