Poena
Damni
Sus pecados están frente
a ellos, y producen en su esencia, remordimientos, eterna desesperación y un
deseo hostil contra Dios. Porque para tales almas ahí no hay remedio. La luz de
Dios no puede entrar…aunque San Pedro ha dejado muchas llaves sobre la tierra,
ninguna de ellas podría abrirlas a los Cielos.
Un
místico alemán
Estábamos
sentados una tarde durante la cena cuando el sacerdote, que había estado muy locuaz,
pareció caer en una dolorosa secuencia de pensamientos que lo silenciaron. Su
incomodidad crecía más y más, y estuvo obviamente aliviado cuando lancé mi
cigarro y él pudo proponerme cambiarnos a la otra habitación. Al cabo de
un instante su aflicción pareció haberse ido, entonces nos sentamos cerca del
fuego y comenzó a explicarse:
-
“Debo pedirte disculpas” – dijo – “pero caí, por decirlo de alguna manera, en
una serie de desagradables pensamientos. Creo que fue incitado a causa de la
lámpara roja de la mesa y la luz del atardecer a través de la ventana, de la
platería y del cristal. Ya conocer el poder que tiene la mente para asociar
ideas. Fui conducido a través de uno de los momentos más espeluznantes de mi
vida bajo aquellas circunstancias”.
Yo
me mantuve en silencio ya que el sacerdote parecía tener más que decir.
-“Esto
ha afectado mis nervios” – dijo – “y para mí constituiría un gran alivio si te
lo contara, ¿te importaría si lo hago?”.
Una
vez que le hube garantizado el gran interés que tendría para mí, él comenzó:
-“Estos
asuntos están de moda entre los que no aceptan la Revelación como revelación,
sino que creen como en una especie de Universalismo, y más allá de la autoridad esta doctrina
contraviene, tal como tú ya lo sabes, la realidad del libre albedrío del
hombre. El incidente del cual quiero hablarte concierne a la manera en que por
primera vez lo alcancé a ver con mis propios ojos.
Hace
muchos años tuve la ocasión de trabar una relación con un hombre del oeste de
Inglaterra. Las circunstancias no
necesitan ser descritas más que para indicar que el hombre parecía tener confianza en mí. Y
así fue que una vez me pidió que me quedara con él en su casa de campo, y me
fui desde Londres a pasar una semana. Lo encontré viviendo una típica vida
campestre, pescando y etc, ya que era verano cuando lo visité. Vivía en una antigua
y hermosa casa en un entorno protegido. Tenía una encantadora esposa y dos o
tres hijos, y al principio pensé que él estaba plenamente feliz y contento.
Después
comencé a notar que algunas cosas no andaban bien con él. Los cottages de su
propiedad estaban descuidados y esto
siempre es indicio de un mal signo. A partir de uno o dos pequeños incidentes,
tal como puedes suponer, yo encontré que el tono entre sus empleados no era el
que debiera ser; y en una o dos muestras horribles de crueldad llamaron mi atención.
Yo sé que esto suena como si yo fuera una especie de espía, ávido de
información, pero todo lo que puedo decir es que estas señales eran
inconfundibles y obvias y llegaron a mí, desde luego, sin buscarlas y
esperarlas.
Observé
que sus relaciones domésticas no eran buenas. Yo no sé cómo describir mejor
todo esto, solamente decir que aquí parecía haber una especie de maldición en
su entorno, pues nada estaba absolutamente mal, pero a su vez todo estaba mal.
Al
principio pensé que era yo el que estaba deprimido o predispuesto de alguna
manera, pero al final no pude seguir creyéndolo, y el viernes, el último día de
mi estadía, tuve la plena certeza de que algo andaba mal con el hombre mismo.
Entonces esa tarde él me abrió su corazón lo más profundo que le era
posible hacerlo.
Su
esposa con sus dos hijas nos dejaron después del postre y se fueron al jardín,
y nosotros nos quedamos en el comedor. La ventana miraba hacia el oeste y a
través de ella veía el alisado césped inclinado, con el lago al fondo. Un poco
más allá se levantaba un delicado bosque de abedules que se levantaba contra el
suave cielo verde, donde el sol se estaba hundiendo dentro del líquido
atardecer azul en el cual brillaban un par de estrellas. Cuando miré hacia
afuera pude observar la blanca figura de su esposa y de sus hijas contra la
brillante superficie del lago al final del césped.
Cuando
el hombre hubo encendido su cigarrillo y hubo tomado un par de vasos de vino,
repentinamente él me abrió su corazón, y me narró una aterradora historia que
no voy a contarte. Me senté y observé su vigorosa y fuerte mano levantarse y
caer con el cigarrillo bajo la luz de la lámpara roja. Eché un vistazo a su
rostro tranquilo y bien educado con la mirada baja y el bigote largo,
preguntándome si era posible realmente que tal cuento fuera verdad, sin embargo
él habló con una convicción mesurada que no dejaba lugar a la duda de que era
cierto. Lo que deduje de la historia es esto: que él se había identificado, que
todo su trabajo y toda su vida prácticamente, con la causa de Satán. No pude
detectar, mientras él hablaba, si él alguna vez había tratado seriamente de
desprenderse de la causa.
Se
ha dicho que un santo es alguien que siempre, a cada paso, escoge el mejor de
dos rumbos abiertos frente a él. Pude ver a este hombre tan alejado de esto,
habiendo siempre elegido el peor de los dos rumbos, y que cuando él había hecho
cosas que tú y yo pensamos que son correctas, él siempre las había hecho por
alguna mala razón. Él siempre había estado consciente de lo que estaba
pasando.
Nunca
pensé que alguna vez iba yo a escuchar un magistral auto análisis. Ahora y
entonces vi el abismo de desesperación en el discurso que estaba dirigiéndome,
y lo interrumpí sugiriéndole aliviar el horror, sugiriéndole que él era
pesimista y que a menudo había actuado siguiendo ideas falsas y similares, pero
él siempre me enfrentó con unas respuestas serenas que me silenciaron. De
hecho” – dijo el sacerdote que había comenzado a temblar un poco – “Yo nunca
pensé que pudiera existir un corazón tan
corrupto y sin embargo, contener tanto conocimiento y sensibilidad.
Cuando
hubo terminado su historia, él me observó por un momento y luego dijo:
-
Recientemente he visto que he perdido y que perderé, y se lo he contado para
preguntar si el Evangelio tiene alguna esperanza para alguien como yo.
Desde
luego que yo le respondí como un sacerdote cristiano debe responder, porque
honestamente pienso que aquí estaba el mayor milagro de la gracia de Dios
que yo había visto. Cuando finalicé levanté mis ojos y la vista. Sus dedos,
mientras yo estaba hablando, habían estado jugando con una cuchara que tenía la
figura de un apóstol, pero como yo levanté la vista, él también lo hizo y
nuestros ojos se encontraron.”
Mientras
el sacerdote decía esto, se levantó y apoyó su cabeza contra la alta estructura
de roble que cubre la chimenea, y estuvo en silencio por un instante. Después
continuó:
-
“Que Dios me perdone si me equivoqué, si estoy equivocado ahora, pero esto es
lo que creo haber visto: En sus ojos se veía un alma perdida. Como un símbolo
o como una señal de repente sus ojos brillaron con esa sombría luz roja que
algunas veces puedes observar en los ojos de los perros. Era la poena damni, de
la cual yo había leído, la que lucía ahí. Era verdad, tal como lo había dicho,
que él veía con claridad que había perdido y que perdería. Estaba la puerta del
Cielo abriéndose a uno que no podía entrar. Era una rendija de luz bajo la
puerta a uno que gritaba ¡Señor, Señor,
ábreme!, pero la respuesta que venía detrás de la puerta era: ¡No te conozco!.
¡Ah! Es el que nunca supo antes lo que Dios era, que no supo de su servicio ni
de su amor, y ahora simplemente ha conocido su condenación. Lo que él ha visto,
no una o dos veces, sino que una y otra vez, son los dos caminos, y ha, no una
o dos veces, sino una y otra vez, elegido el peor de los dos, y ahora estaba
impotente.
Te
hablé de lo que vi por un momento. Ahí estaba este rostro humano, tan educado,
con sus líneas delicadas, luciendo casi etéreo a la tenue luz roja de la
lámpara. Detrás suyo, entre los ventanales colgaba el rostro de un ancestro,
algún viejo carolino, divino entre collares y bandas. Más allá del ventanal
estaba este glorioso atardecer con las tres figuras en el lago, y aquí, entre
nosotros, el relajante lujo de la limpieza, del frescor y del refresco, tal
como lo sugería el cristal, la plata y las frutas. Por un segundo en medio de
este marco de belleza y de paz, miraron los ojos de uno que deseaba tan
sólo una gota de agua viva para refrescar su garganta, porque él estaba
atormentado en una llama.
Vi
todo esto, y entonces, la habitación comenzó a girar y a girar, y la mesa a
ladearse y a balancearse, y supongo que yo caí hacia delante y me hundí en el
suelo. Cuando recuperé el conocimiento había unos hombres en el cuarto y el
ansioso rostro de mi anfitrión mirándome.
Hube
de retornar a la ciudad a la mañana siguiente. En la semana posterior le
escribí una larga carta diciendo que había estado enfermo en la tarde aquella
cuando él me había hecho su confidencia, y que no había dicho todo lo que podía
decir. Continué desmintiendo lo que pensé haber visto, hablándole como lo haría
a algún alma que estaba cansada del pecado y que deseaba a Dios.
De
hecho, mientras escribía la carta pensé que lo más probable es que haya tenido
una horrible ilusión y que todo pudo haber estado bien con él. Él me respondió
en unas pocas líneas diciendo que debía disculpase conmigo por haber tenido
esta indisposición a raíz de tal historia, agregando que había exagerado mucho
su propio pecado, pues él también había estado sobrexcitado y afectado, y que
confiaba en el amor de Dios, suplicándome que no volviera a hacer referencia a
la conversación de nuevo.”
El
sacerdote volvió a sentarse.
-“Si
quieres puedes tú también aceptar esta versión. Quisiera Dios que yo también
pudiera.”
Robert Hugh Benson, The Light Invisible
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