miércoles, 26 de febrero de 2014
Hace un año...
Ha pasado ya un año desde que abrí el blog. He tenido ya más de 20.000 visitas, lo cual no me deja de sorprender. Agradecida de todos los fieles lectores, espero poder continuar este año aportando en algo a la difusión de la obra de Monseñor Benson y de todos aquellos temas que me apasionan. también espero no defraudarlos y ponemos este trabajo bajo la protección de Niño Jesús y de su Santísima Madre.
Nuevamente muy agradecida a todos por los comentarios y por leer lo que publico, especialmente a los amigos argentinos y españoles que son los que más me visitan. Termino este pequeño saludo con las palabras de Monseñor que bien pueden ser aplicadas a esta su servidora.
"Pertenecía a ese tipo de personas que encuentra que la actividad, como el reino de Dios, está en el interior. No sentía ninguna gana de ser "divertida" o "distraída". Estaba perfecta y serenamente contenta con su corral, con su jardín, con los trabajos que había elegido, con su religión y consigo misma."
R.H.Benson, Los espiritistas.
Un abrazo,
Beatrice
lunes, 24 de febrero de 2014
Infalibilidad y Tradición, R.H. Benson, p. 1 de 3
Algunas palabras previas: La presente conferencia se encuentra publicada en “Books of Essays”, y fue editado por el padre Martindale, s.j. en 1916. El libro contiene además la pequeña reseña biográfica del padre Allan Ross que ya hemos publicado en este blog. Por lo extenso que puede resultar un solo post con toda la charla, la he dividido en tres partes que siguen las tres secciones originales dadas por el autor en esta obra póstuma, y que iré publicando, Dios mediante, semanalmente.
Como siempre les digo, si la traducción no se entiende, si es deficiente, o contiene errores por favor me lo hacen saber. Esta traductora es una principiante y necesita retroalimentación correctiva.
Que les aproveche.
Beatrice.
Infalibilidad y Tradición
Por el Reverendísimo Monseñor
Benson, M.A.
[La siguiente conferencia fue leída en Mayo de
1907, ante la Sociedad de Santo Tomás de Canterbury – una organización del
clero anglicano cuya misión es estudiar la historia de la cristiandad
occidental. Se han alterado unos pocos párrafos únicamente con el fin de
entregar al artículo una mayor idoneidad para su publicación. R.H.B]
Se
ha puesto de manifiesto muy bien aquello de que no existe un historiador
imparcial. Cada hombre que se dispone a trazar el desarrollo de la vida, ya sea
política, religiosa o artística, está obligado a hacerlo con cierta teoría en
su mente. La palabra “progreso” es un sinsentido a menos que no exista en aquel
que la utiliza alguna idea estandarizada o algún objetivo a la que la idea de
progreso esté relacionada.
Podemos expresar esta verdad en un enunciado diferente diciendo que,
estrictamente hablando, toda tesis histórica debe ser deductiva. Es imposible
para nosotros acercarnos a los acontecimientos o a los registros, sin algún
tipo de prejuicio. No podemos, literalmente hablando, leer la más simple afirmación
sin estar otorgando a la interpretación nuestro propio sentido de eterna conveniencia,
sin juzgarla, aunque sea inconscientemente, por alguna norma de lo correcto a
la que consideramos como suprema. El historiador, o el teólogo más cercano a la
imparcialidad no es aquel que no tiene un punto de vista, sino que es el que
está en conocimiento de otras opiniones y puede otorgarles la debida
consideración.
Por
lo tanto, empiezo esta conferencia confesando desde el comienzo que me aproximo
al tema con este espíritu. No es mi intención pretender, incluso para mí mismo,
ser totalmente imparcial, sin embargo, esto no necesariamente involucra una
petición de principio (petitio principii). Será mi objetivo presentar una tesis
para llegar, por así decirlo, a las complicadas aulas de la política
eclesiástica con la llave en mi mano, la cual, y tengo razón para creer, será
encontrada para que engarce. En sentido alguno es una llave de mi propia
manufactura. Yo no pretendo la más mínima originalidad. Es únicamente mi
creencia de que la Mano que ha hecho las aulas, también ha hecho las llaves, y
las ha diseñado una para las otra. Si yo tuviera alguna otra creencia frente a
esto, no pretendería ponerla frente a todos.
A continuación, a modo de prefacio, quiero
decir que intentaré seguir en esta
conferencia, la sugerencia que me dio el que me propuso que ésta debía estar
escrita. Dijo que la línea que había pensado fue siguiendo algunas palabras de
Schanz, en el sentido de que era imposible entender el dogma de la
infalibilidad sin entender primeramente lo que significa el desarrollo de la
vida de la Iglesia. En consecuencia, he tratado de componer esta conferencia en
este sentido, y para tratar sobre la Tradición estrictamente hablando,
comparada ligeramente como siendo una especie de caminata comentada hecha por
la historia acerca del desenvolvimiento de esta vida.
I
Antes
de entrar derechamente en materia, es necesario decir una o dos palabras acerca
de cómo concebimos la naturaleza general de la Iglesia Católica. Existen
innumerables imágenes y metáforas usadas para referirse a ella en las Sagradas
Escrituras y en los Padres, pero tal vez la más usual, como la más y mejor comprendida, es la frase en la que
se habla de ella como el Cuerpo Místico de Cristo sobre la tierra. Y hay que
remarcar el hecho de que la ciencia actual da un significado a esta frase la
cual ciertamente no fue explicitada para las mentes de aquellos que primero la
usaron. Con hechos científicos a refiero a que un cuerpo orgánico consta de
células las cuales tienen por sí cierta existencia independiente, aunque esta
existencia, normalmente hablando, es obnubilada por la unidad mayor a la cual
está fusionada. Luego, esta unidad de todas las células juntas es una unidad
inexplicable y trascendente que depende de un principio del cual la ciencia no
puede darnos un adecuado reporte. Que esta existencia independiente de las
células es un hecho y no meramente una idea, queda ilustrada a través del
fenómeno que sigue a la descomposición. El cuerpo muere, como decimos, en
cierto momento. La unidad es disuelta, pero las células se conservan por cierto
periodo según su propia vitalidad. La aplicación de esta imagen al Cuerpo de
Cristo ilustrando como hace el principio de vida, el cual la hace una y la
eleva en una misteriosa identidad con la vida de Cristo, es suficientemente
sugerente para no necesitar comentarios en esta ocasión.
Entonces, la Iglesia como nosotros la concebimos es un todo orgánico. (No
estoy tratando aquí el sentido amplio con el cual la palabra “Iglesia” es usada,
como para expresar el gran cuerpo que incluye a los difuntos, sino
solamente con la que la misma es utilizada
frecuentemente en la Escritura, y que
supone la compañía de aquellos que están aún en la tierra y que están unidos unos a otros por la gracia, en una especie de
comunión externa con Cristo y su cabeza). Es un todo orgánico, por lo tanto –
porque si no fuera orgánico en un sentido real, la palabra perdería todo
significado – consistente en personas humanas sobre la tierra y elevadas en
virtud de la gracia, a la unidad única con alguien que trasciende la vitalidad
de cada uno. Ellas son elevadas hacia una especie de personalidad trascendente,
la cual es, en cierto sentido, idéntica a la de Cristo. “Yo soy la vid y vosotros
sois los sarmientos” dice Nuestro Señor. “Nosotros tenemos el pensamiento de
Cristo”, clama San Pablo. Es en este
sentido solamente que nosotros le
remitimos lo que es de fe divina estrictamente a las decisiones de la Iglesia –
en cualquier sentido podamos entender su
constitución – nos sometemos a ella como nos sometemos a Dios, no meramente
porque ella es su representante, sino porque en un sentido real ella es Él mismo en términos de la naturaleza humana. Puede
ser que nuestra teoría sobre su constitución nos conduzca a creer también que
su voz ya no es proferida, o que está obscurecida por las pasiones humanas en
estos últimos tiempos; pero en teoría al menos yo considero que todo el que pretende
el nombre de católico cree en su esencial divinidad, y de la misma manera, en
la identidad de su pensamiento, y que puedo considerar su personalidad con el
pensamiento y personalidad de Jesucristo.
Comenzando con estas premisas, entonces, nos damos cuenta de un número
de cuestiones, las cuales, si no le adjuntamos un valor analógico a toda esta
imagen de un cuerpo orgánico del cual he hablado, pienso que estamos obligados
a ceder.
1. Ella puede ser considerada desde dos lados: del
divino y del humano, justamente como el cuerpo normal de un hombre puede ser
abordado por un biólogo o por un amigo. Para uno es una conjunto de células relacionadas
unas a otras y controladas por ciertas leyes; para el otro es un tabernáculo
del alma. Digo que tiene dos lados, aunque de hecho son cientos. El artista
también tiene su punto de vista, el atleta otro, el psicólogo otro. Sin
embargo, pienso que estos dos lados
incluyen adecuadamente a todos ellos bajo dos divisiones principales.
2. Pero si además miramos dentro de lo que
significa la palabra “consciencia” tal como se aplica a un ser sensitivo,
siendo reflexivo, veremos que esto es de doble naturaleza. Existe primeramente
esta ordinaria acción reflexiva por la que tomamos conciencia de esto o de
aquello. En segundo lugar, existe esta profunda vida interior que actúa
automática e independientemente de la voluntad. Hay un proceso por el cual
nosotros damos cuenta de las leyes de nuestra existencia y de las del mundo en
el cual vivimos, y ahí existe este proceso
interno cuyos actos, como el sueño, nos mantienen en vida completamente
apartados de nuestra volición consciente. Ahora muy a grandes rasgos podemos
decir que estos dos apartados de nuestra naturaleza corresponden a la vida
humana y a la vida divina de la Iglesia – en un momento dado a su conciencia
activa y a su divino instinto. No hay argumentos contra la existencia de una
ley en nuestro ser que diga que ésta no ha sido explícitamente reconocida por
nuestras facultades reflexivas.
En la medida que encontramos que la ley ha actuado (lo que explica el
fenómeno) en esto que es correlativo a otras leyes conocidas - más allá de todo, si hayamos que ha habido
momentos en el pasado cuando aparentemente
ha sido reconocida apelando deliberadamente a nuestra conciencia directa
- no debiéramos encontrar dificultad en el hecho de que no siempre ha sido explícita y continua.
3. Aproximándonos
ahora más cerca al objetivo directo de nuestra consideración, podemos notar,
antes de acercarnos más, primero: que la infalibilidad puede bien ser en cierto
sentido, una de semejantes leyes fundamentales y esenciales, aun cuando no
siempre reconocida explícitamente por todos en cada momento. Porque la infalibilidad
en su sentido más elemental no es más que esto: que la conciencia divina de la
Iglesia se relaciona de tal manera con la conciencia humana que la salvaguarda
de formular una declaración en contradicción con la verdad. Se afirma que
existe un canal abierto entre el entendimiento de Cristo y el conjunto de
entendimientos que componen Su mística conciencia, y que el primero controla y
verifica a esta última. No es la inspiración la que es exigida - no hay una
inundación milagrosa del entendimiento humano con sabiduría más allá de que lo
originalmente fue depositado en él – sino que existe una constante restricción
ejercida sobre él hasta tal punto que nunca va a formular una realidad falsa.
No se afirma nada más que esto. Menos que esto podría vaciar las promesas de Nuestro
Señor de todo sentido, así como destruir toda nuestra confianza en la verdad
revelada. La infalibilidad entonces, entendida de esta forma, puede bien ser
una de semejantes leyes, como de las que les he hablado – una prerrogativa
adjunta a todo el cuerpo de Cristo, aun cuando no siempre tan evidente como las
definiciones posteriores que hemos hecho.
4. De esta forma, por lo tanto, encontramos la
reconciliación entre los hechos, tales como por un lado, la demanda constante
acerca de que la doctrina de la Iglesia es inmutable y por otro, que el dogma
de la Inmaculada Concepción no fue proclamado sino hasta el siglo 19. Lo que
ahí yace, nos dicen los teólogos, fue revelado desde el comienzo. Fue parte del
depositum almacenado en la conciencia
trascendente que podemos llamar por el momento, el Entendimiento de Cristo, y
en virtud de la identidad entre ellos, en el Entendimiento de la Iglesia. Aun
cuando no haya sido hecho explícito tal sentido, habían pocos que eran inconscientes de esto,
incluso hasta el punto de aparentemente contradecirlo, o en último caso, de
ignorarlo cuando la materia se encontraba bajo discusión. Es en este sentido semejante a como Pio X
tiene un conocimiento explícito que Pio I no tenía.
“Así
pues, crezcan y progresen de todas las maneras posibles la inteligencia, el conocimiento,
la sabiduría, tanto de la colectividad, como del individuo, de toda la Iglesia
según las edades y los siglos; con tal de que eso suceda exactamente según su
naturaleza peculiar en la misma doctrina, en el mismo sentido y en la misma
interpretación”
Procede a comparar
este desarrollo con el crecimiento de un hombre desde la infancia:
“Si
algo nuevo aparece en la edad madura, ya preexistía en el embrión; así, nada
nuevo se manifiesta en el adulto que ya no se encuentre de forma latente en el
niño” (Cap. XXIII)
Por supuesto, este argumento es la
columna vertebral de todo el Desenvolvimiento de Newman (“Ensayo sobre el desenvolvimiento de la doctrina cristiana”. n.de.tr.)
En cuanto a la otra materia no es necesario hablar, es decir, con respecto a si este incremento del
conocimiento es meramente por una razón silogística a partir de premisas
depositadas originalmente, o como San Vicente apunta, por el actual proceso de
crecimiento a partir del germen y de los rudimentos. Los teólogos se encuentran
en ambos sectores. Algunos hacen hincapié en un aspecto o en el otro. Digo
“aspectos” ya que es una discusión más acerca de si hay alguna diferencia real
entre las dos teorías. Ciertamente todo desenvolvimiento ocurre en razón de
argumentos racionales y silogismos, y nunca sin ellos. Sin embargo, las
antiguas premisas deben siempre ser, hasta cierto punto, desarrolladas en otras
esferas que los de la revelación, y por lo tanto también se desarrollarán las
conclusiones. Aunque esto es ajeno a nuestra materia.
5. Notamos que la
identidad del conjunto de entendimientos que compone la Iglesia con el
entendimiento de Cristo está condicionado por varios puntos. Mientras en un
sentido pasivo la identidad es continua, para que la Iglesia no pueda universal
y formalmente abrazar una doctrina contraria a la verdad, sin embargo con el
propósito de definir, la infalibilidad no es puesta en juego, excepto bajo muy
estrechas y definidas limitaciones. Es sólo en un determinado cuerpo de
conocimientos que la infalibilidad es del todo requerida, y esto es aún más
limitado por otras condiciones – aquellas, quiero decir, que pertenecen a la
constitución de un concilio o de las circunstancias bajo las cuales el papa las
sostiene ex cathedra.
6. Por último, bajo
este primer encabezado, debemos considerar el lugar de la Tradición en la vida
de la Iglesia, y en primer lugar, despejemos de nuestra mente el extraño
capricho de que no hay tal cosa como las tradiciones vinculantes que nunca se
han puesto del todo por escrito. Existe desde luego una opinión flotando. En
efecto, más una atmosfera que una opinión – un temperamento que otorga color e
intensidad a la doctrina tenida, pero
esto no es la Tradición a la cual la Iglesia llama su fuente de verdad. La Tradición
más bien es el cuerpo establecido de la verdad diseminada a través de las
palabras de los Padres y de las publicaciones de los Concilios cuando definen
doctrina y sentencias, y éstas son continuas e inmutables como la doctrina
directamente contenida en la Escritura, aunque sujeta como ella, y como todo
conocimiento, al desenvolvimiento continuo de la expresión por parte de la Ecclesia docens,
y a la aprehensión de la Ecclesia
dicens. El temple de ánimo y la opinión piadosa expresada de siglo en siglo
puede cambiar, y cambia su misma sustancia, puesto que pueden ser realidades
defectuosas, y son con frecuencia encontradas así. Aunque es cierto que al
igual que el suero que se forma sobre una herida, pueden ser necesarias en un
momento dado para la preservación de la
verdad, aunque en sí mismas sean trascendentes y temporales. Un ejemplo de
semejante asunto se encuentra en el significado ligado a la frase extra Ecclesia nulla salus. No cabe duda
que hasta hace unos pocos siglos atrás la interpretación común de estas palabras
fue que todos los no bautizados estaban literal e inevitablemente condenados.
Aunque esta interpretación nunca fue formalmente declarada por la Iglesia como
siendo la única, en nuestros días el consenso universal la declara como
realmente falsa. Aun cuando algunos
pueden dudar de que en una época menos sutil semejante interpretación popular
fue la única salvaguarda de la verdad de la Iglesia como instrumento de
salvación de Dios, y que el que rechaza a la Iglesia rechaza a Dios.
La Tradición entonces, no es una
colectividad fluctuante de opinión. Es un patrón fijo. Es, podemos decir, no
solamente la interpretación dogmática de la Escritura –esto no es más que un
aspecto con poca importancia – sino un positivo cuerpo de verdad contenido en
sí mismo. Es, en un sentido, la entera revelación de la cristiandad. Es el
mensaje completo entregado a la Iglesia por nuestro Señor, mientras que la
Escritura no es más que una colección de libros inspirados, ciertamente
peculiar y de un único carácter, pero la completa garantía solamente es, en
efecto, la Tradición. La Escritura es una parte de la Tradición más que la Tradición
sea un apéndice de la Escritura. Existe, tal como lo remarca Mr. Mallock en
alguna parte, una conciencia continua de la Iglesia. Ella no consiste en una
serie de generaciones abruptamente divididas por centurias o movimientos, sino
que ella es una especie de persona, como ya lo he dicho, que vive continuamente
a través de los siglos y de los movimientos, recordando la revelación hecha una
vez a ella, afirmándola y repitiéndola incesantemente. Entonces, la Tradición
en términos generales es la memoria de la revelación y de los eventos que se
anunciaron y que siguieron, y de las
deducciones que se derivan de ella. Por supuesto que la Escritura es, como dice
San Vicente “adecuada plenamente para todos sus fines”,i.e, como un registro de
los eventos y un esquema general de las consideraciones de sus significados.
Es, como lo he dicho, completamente única y preciosa para la Iglesia más allá
de todos los otros escritos. Aún estrictamente considerada, no es más que una
historia fiel aunque inspirada por Dios, en las manos de un escribano humano.
La Tradición, entonces, en un sentido consta de tradiciones, con doctrinas definitivas
transmitidas. Tales doctrinas - como que los santos están en la gloria antes de
la resurrección, que ellos pueden escuchar de alguna manera las oraciones de
quienes los interpelan – son verdades que no pueden ser probadas en ningún
sentido real desde la Escritura, aunque ellas pueden ser encontradas ahí por
aquellos que ya creen en ellas. Más bien, ellas son parte de la revelación que
Nuestro Señor entregó a su Iglesia, en todo caso, de forma germinal. Con todo,
la Tradición en sí misma, en un sentido más real, es la memoria continua de
todo el Evangelio. La Tradición trasciende las tradiciones, como la educación
trasciende las lecciones; como los conocimientos musicales de un músico
transcienden la suma de las piezas que compone e interpreta.
viernes, 14 de febrero de 2014
R.H.Benson y los espiritistas
"By the way, it's rather too odd the way in which the Catholic Church seems the one thing they don't like! You can be almost anything else, if you're a spiritualist; but you can't be a Catholic."
R.H.Benson
Cada cierto tiempo se ponen de moda ciertas tendencias tontas que no son para nada sanas. Una de estas cosas peligrosas que están de moda, incluso haciéndose programas de televisión al respecto, son los médium y todo lo referente a la comunicación con los difuntos. Y digo peligroso porque cuando uno se pone a jugar con ciertas realidades que nos sobrepasan lo más probable es que terminemos muy mal o incluso muertos.
Lo curioso y lo sospechoso de todo lo que les dicen estos espíritus de los fallecidos a los médium es que ellos, ya sea amigos o familiares muertos, están muy bien donde se encuentran, mejor que antes, felices, etc. etc. Creo que el propósito es que la gente deje de rezar por ellos...si dicen que están bien, estarán entonces en el Cielo por lo tanto ¿para qué rezar?. Una trampa fatal que no ayuda en nada a las almas del purgatorio.
Hasta tal punto ha llegado esta estulticia que en el colegio de mis hijos, algunos los niños en los recreos se esconden en las salas para llamar a los muertos con la ouija, como si fuera un juego cool o sólo apto para los "valientes".
Si bien es cierto que Benson tenía una fascinación por las historias y cuentos de fantasmas, lejos estaba de aprobar las prácticas de los médiums, de las ouijas, y de las sesiones de espiritismo. Por eso es que me parece que cierta obra literaria bien chanta que anda por internet atribuida a Benson, es una falta de respeto y una causa de verdadera confusión para quienes conocemos hasta cierto punto, la obra de este autor. Si uno busca por la red a Monseñor, se encontrará con un libro "dictado" por él a un médium supuestamente amigo suyo, llamado Anthony Borgia. "Life after death in the worlds unseen", se titula el bodrio e intenta mostrar que Benson se desdice de muchas de sus creencias. Ni siquiera por curiosidad lo busquen, es una pérdida de tiempo, un disparate, y como dije, una ofensa gratuita a este hombre de Dios, que incluso escribió sobre este asunto de invocación a los muertos un libro fascinante que podemos encontrar en español en la Editorial Homo Legens. Y para ilustrar lo que digo un magistral botón de muestra, tomado precisamente de este libro:
"Los demonios toman ventaja, dice el señor Cahcart, de todo punto débil que logran encontrar...Uno de los resquicios más fáciles que tienen los demonios es el espiritismo. El espiritismo está mal, eso lo sabe todo el mundo, está mal porque consiste en intentar vivir y averiguar unas cosas que, por el momento presente, están por encima de nosotros. Está "mal" en el peor de los sentidos, porque implica el forzar nuestra naturaleza humana. Sí, Mabel, así es como él lo expresa. De modo que las buenas intenciones no nos protegen en absoluto. Ir a sesiones de espiritismo con buenas intenciones es como...como...organizar una fiesta para fumadores en un almacén de explosivos para recaudar fondos para un orfanato. No ofrece protección alguna, ninguna, querida, el empezar la fiesta con una oración. No pinta nada. Y todo explota de la misma manera. ¿El peligro...? El peligro que hay, según el señor Cathcart, es que, si la sesión es auténtica, y hay escritura mecánica y todo lo demás, uno se está acercando deliberadamente a esos poderes de modo amistoso, y con toda pasividad e indefensión ya que uno se abre completamente a ellos. Muchas veces, ellos no pueden entrar, y simplemente te molestan. Pero en ocasiones sí que entran, y entonces la persona está vista ya para sentencia: es más que difícil expulsarlos de nuevo...Por supuesto, a nadie en sus cabales...sobre todo entre la gente decente...se le ocurriría hacer nada de esto si supiera todo lo que conlleva. Por eso, estas criaturas siempre fingen ser alguien distinto. Son muy inteligentes: pueden coger cualquier retazo, cualquier mínimo hecho, para encarnar a alguien de quien el asistente a la sesión esté muy encariñado, y dicen al principio toda suerte de cosas alegres, piadosas incluso, para que ellos sigan. Así que durante un tiempo dicen que la religión tiene mucho de verdad (por cierto, la Iglesia católica es de lo único que parecen no gustar: si eres espiritista, puedes ser cualquier otra cosa, salvo católico). En general, sin embargo, te instan a que reces y cantes canciones de piedad (el otro día, el padre Mahon, cuando discutía con él acerca de cantar nuevas canciones en la iglesia, me dijo que los herejes se perdían por las canciones). Y así siguen. Luego empiezan a dejar caer que la religión no sirve mucho, y al fin terminan por atacar su moral"
R.H.Benson, Los Espiritistas,
Editorial Homo Legens, 2010.
miércoles, 12 de febrero de 2014
Luteranos
Hace
unas semanas atrás concurrí con mi esposo y mis niños a una reunión familiar. El
motivo era la celebración de un bautizo de uno de mis sobrinos nietos (¡Qué
horror! ¡Qué rápido se pasa la vida!) Después de la ceremonia, los familiares y
los amigos nos juntamos a almorzar y a disfrutar de la conversación.
Asistió
también el cura oficiante, un sacerdote de la Obra. Dentro de los invitados se
encontraba un viejo amigo de la familia anfitriona que es un simpático alemán
que es además luterano. Muy cordial el tipo va a conversar con el cura y le
dice que él es luterano, pero que ha bautizado a sus hijos como católicos (sic)
. “En realidad “– le dice el cura – “nosotros los católicos no tenemos
actualmente mayores diferencias con los luteranos”. No quiero profundizar
mayormente en la conversación, porque además no estuve presente en ese momento
y lo que les he contado me lo trasmitió mi esposo que sí estaba con ellos en
ese momento.
El demonio sopla la gaita de Lutero |
Cuando mi esposo me lo contó,
completamente sorprendido al igual que yo, la frase me volvió una y otra vez a
la cabeza… ¿pero cómo un sacerdote católico le dice a un luterano que no
tenemos grandes diferencias? ¿En cuánto a qué? Es grave lo que dijo. No se
pueden andar diciendo frases de este tipo para… ¿Agradar? No lo sé, por lo
demás es algo que desde hace tiempo viene circulando en el inconsciente
ecuménico colectivo común de los católicos. Bueno, el asunto es que la dichosa frasecita
me quedó dando vueltas y por esas cosas de la vida me encontré en las
estanterías de la biblioteca de mi casa, con un librito que editó hace unos cuantos
años (1983 ) Una Voce Argentina. Se llama En defensa de la Misa, y trae unos
muy buenos ensayos de diversos autores a propósito de la reforma litúrgica. Uno
de los ensayos se llama El padre Pío y la Misa y su autor es Fra Galdino de
Pescanerico. En dicho ensayo el autor repasa
la opinión de Lutero acerca de la Misa, a la que consideraba como una
idolatría detestable. Voy a centrarme exclusivamente en lo relativo a la Misa,
porque creo que es sabida, supongo al menos en los lectores de este blog, la
opinión de este heresiarca sobre la Iglesia Católica, el papado y lo demás.
Cito la cita que hace Pescanerico sobre Lutero:
“Cuando la Misa sea trastornada estoy convencido de que habremos
trastornado con ella todo el papismo. Efectivamente el papismo se apoya en la
Misa como sobre roca, todo entero, con sus monasterios, obispados, colegios,
altares, ministerios y doctrinas, en una palabra con todo su vientre. Todo ello
crujirá necesariamente cuando sea resquebrajada su Misa sacrílega y abominable.
Yo declaro que todos los prostíbulos, los homicidios, los hurtos, los
asesinatos y los adulterios son menos malvados que aquella abominación que es
la Misa papista” (Werke, t. X, s.II, p.220 y t. XV, p. 774)
Estas palabras son propias de un
hombre endemoniado que desde sus entrañas vomita un odio execrable contra el
Sacrificio de la Misa. Considerando únicamente este horroroso párrafo: ¡¿ Me van a decir que no tenemos grandes
diferencias?! Se está refiriendo con esas palabras más que soeces al Sacrificio
incruento de Cristo en la Cruz y nos vienen a decir que son prácticamente pelos
de la cola, detalles insignificantes. Aquello sobre la cual gira como un sol
nuestra fe es un detallito.
¿Qué hijo bien nacido soporta que a su Madre
se la trate como una prostituta? Eso sólo puede significar una cosa: que hemos
perdido la fe y que no nos importa. O nos importan cosas que están en segundo
plano y que lo principal y fundamental ya no lo es: es más importante la
obediencia ciega a lo que dice el Papa – aunque diga y haga burradas como las
que hemos venido escuchando – que la Doctrina que recitamos - no como loros - en el Credo, que la
preocupación por darle a Dios un culto acorde a lo que es: Dios; que el combate
al error, que la salvación de las almas y que la conversión de los neopaganos y herejes
modernos a la fe católica.
Existe una confusión religiosa hecha
deliberadamente para crear finalmente un indiferentismo religioso, que trae
consigo consecuencias para toda la
eternidad. Vivo como vivo porque creo verdaderamente en lo que creo, y quiero
salvar mi alma siendo consecuente nada menos que con el Amor. Por eso no
entiendo cuál será el afán de darse golpecitos en la espalda con los
protestantes y de ser completa y absolutamente in misericordiosos con los que
son- por usar este apelativo que no me gusta mucho – tradicionales y que forman
parte incluso de la Iglesia, como lo son por ejemplo algunos miembros de
Ecclesia Dei. Sobre ellos y sobre la FSSPX
cae el peso de un rechazo casi como el que se sentiría frente a un
fundamentalista, o a un terrorista. Pensar aquello es desconocer completamente
lo que implica intentar vivir como un católico que ama a Dios y a la Iglesia.
Creo que existe una gran ignorancia acerca
de las verdaderas tesis de Lutero. Se ha ido creando un mito favorable en torno
a este hombre que incluso ha obnubilado la mente algunas autoridades de la
Iglesia. Recordemos lo del arbolito en homenaje a Lutero. Y como además existe
un afán de pseudo ecumenismo, se intenta rescatar, por así decirlo, lo
falsamente atractivo que tienen las iglesias protestantes, y esto que digo se
vio desgraciadamente patente en la adopción que tuvo en la reforma litúrgica católica
ciertas prácticas de la liturgia luterana. Al final de cuentas muchos católicos
parecen decir que Lutero no era tan bellaco, siendo que causó una ruptura destroza
en la Iglesia llevando a mucha gente al error.
Hay que dejar los eufemismos y decir
las cosas por su nombre: nos separan puntos fundamentales, y los afanes
de quienes conducen a la Iglesia debieran estar en convertir a los herejes con
una clara doctrina, diciendo las cosas claras cuando hay que decirlas, y por
sobre todo rezando por su conversión. Aunque me queda claro que actualmente
este no es el propósito del clero, ni de los obispos ni del papa. Recuerdo una
vez que mi esposo me contó que cierto día fue a hablar con un cura franciscano
y éste le dijo que prefería hablar de religión con los “hermanos separados” que
con un católico tradicional…claro, no soportan que se les hable de doctrina ni
que se les exija predicar la Verdad, que no admite tibiezas. ¿Será porque han
perdido la fe? Yo creo que sí, o que al menos creen en algo completamente
distinto y desvirtuado de lo que Cristo nos enseña en los Evangelios y que ha
enseñado la Iglesia desde los tiempos de los apóstoles.
lunes, 3 de febrero de 2014
Mgn. Robert Hugh Benson, por Fr. Allan Ross, 4ta. parte, final
La primera cosa que a uno lo marca es su fecundidad. Comenzó a escribir libros alrededor de diez años antes de morir. Antes que su mano fuera acallada por la muerte, él había escrito muchas novelas de considerable extensión, y muchas de las cuales deben haber implicado una no despreciable cantidad de lecturas. Escribió alrededor de media docena de composiciones históricas por ejemplo, muchas de las cuales han involucrado una buena cantidad de profundos estudios. En efecto, él mismo nos ha develado sus denodados esfuerzos cuando escribió su primera novela de tipo histórico: “¿Con qué autoridad?”. En las “Confesiones de un Converso”, encontramos aquella alusión: “Trabajé durante ocho o diez horas cada día, ya sea escribiendo o leyendo o poniendo notas en cada libro histórico y panfleto que caía en mis manos. Encontré párrafos en revistas, frases sueltas en cierto ensayo. Y con todos ellos trabajé, y reuní el material con que mi libro creció.”
Fue lo mismo con las demás novelas históricas que él escribió más tarde
en su vida. Si alguno puede figurarse que estas novelas son el resultado de la
efervescencia de una imaginación brillante, remítase al prefacio de “¡Ven
potro, ven soga!” (publicado en 1912), y lo encontraremos desilusionado de él
mismo. El escritor afirma que casi la totalidad del libro es un hecho
histórico, y reconoce su deuda con la “pila de veinte o treinta libros” que
estaban en su escritorio cuando lo escribió.
Parece entonces que él fue un escritor esmerado, aunque sus libros nos
dan la idea que la escritura le va muy natural y que los trazos venían
corriendo a toda velocidad, con apenas una pausa para reflexionar.
Muchos lectores de sus libros serán probablemente de la opinión que el
peculiar don de Hugh Benson como escritor, se manifiesta sencillamente de mejor
manera en los trabajos de pura ficción. Cuando por un lado se ve atado a los hechos
históricos, el poder de su imaginación no alcanzaba su plenitud. Él se
deleitaba en el análisis de sus personajes y sus mayores momentos los hemos
visto en las creaciones de su propia imaginación. Por esta razón, si debemos
buscar alguna revelación en sus escritos, a estos libros debemos volcarnos, y
tendremos una buena cantidad de material.
Poseemos la autoridad de Mr. Arthur Benson para declarar que los libros
de su hermano y sus personajes, “son
proyecciones de su propia personalidad. Es él quien está detrás de ellos”, y
relata que Hugh “era como muchas de las cosas que él hizo, como un juego en el
cual él participaba con todas sus fuerzas”. Estoy completamente de acuerdo con
esta afirmación, aunque debo confesar que no comparto su admiración por “La Luz
Invisible”. El cuento no tiene una
genuina continuidad, sino que más bien parece la creación de alguien que va
tanteando alguna cosa, desconociendo exactamente lo que él desea expresar, y en
consecuencia es insatisfactorio. La explicación de esto está dada en “Las
Confesiones de un Converso”: “Desde un punto de vista espiritual, La Luz
Invisible, me desagrada profundamente. La escribí con un estado de ánimo enfervorizado y ahora
reconozco en ella un muy sutil estado de sentimentalismo. Yo estaba luchando
por reafirmarme a mí mismo en las verdades de la religión, adoptando por lo
tanto, un tono positivo y afirmativo que fue en parte insincero”.
Sin embargo, aparte de “La Luz
Invisible”, tenemos más de una docena de trabajos de pura ficción para tratar,
y en estos encontramos constantemente determinados elementos que son
recurrentes, y podemos comprobar con
seguridad que éstos son proyecciones del propio escritor. Una de las cosas que
impresionan por sí mismas al lector es el
llamado elemento místico. Por esto entiende el escritor, la realización de cosas invisibles, y la convicción de que
son éstas las cosas que realmente importan, y que la unión con Dios a través de
la oración es el verdadero trabajo de la vida terrenal. Él había encontrado en
la enseñanza de la Iglesia Católica la solución a sus dificultades, y en la
enseñanza de sus grandes místicos la explicación de los misterios de la oración
– este maravilloso poder que puede destrabar, por así decirlo, las mismas
puertas del Cielo, e influenciar los
destinos terrenales de una manera insospechada por la mayoría de los hombres.
Como tan bien lo expresa Tennyson:
“Muchas cosas son forjadas por la
oración,Más que las que el mundo imagina.
Y por eso vuestra voz se levanta,
Como una fuente para mí día y noche.
Porque los hombres son mejores que las
ovejas y que las cabras,
Que alimentan una vida ciega sin
cerebro,
Si, conociendo a Dios, ellos no
levantan las manos para orar.
¿Quién puede tanto para ellos como para
sí mismos llamarle amigo?
Porque toda la redondez de la tierra,
en todos los sentidos
Está limitada por las doradas cadenas alrededor de los pies de Dios.”
Está limitada por las doradas cadenas alrededor de los pies de Dios.”
(Morte d’Arthur)
Luego, como era de esperar, la admiración de Hugh Benson por los
miembros de las órdenes contemplativas es ilimitada. Porque ellos extraen desde
el origen el manantial de poder, y su influencia se difunde a lo largo y a lo
ancho. Por contemplativos no significa para él sólo aquellos que se retiran del
mundo y dedican su vida a la oración, sino también a aquellos que, mientras
están en el mundo, han pasado a través de los más básicos niveles de oración y
han alcanzado la oración contemplativa. Como ejemplo tenemos los místicos,
significando con esa palabra, aquellos que a través de la oración han llegado a
cierta comprensión de lo concerniente a lo invisible – esta comprensión
consciente que viene al alma que ha alcanzado el estado de contemplación.
Tal como lo hemos establecido desde el comienzo de este impreso, hay
algunos que sostienen que este estado del alma está al alcance de todos. La
gracia de la contemplación, de acuerdo a esta mirada, no es algo reservado a
ciertas almas privilegiadas, y denegada a otras, no importa cuánto puedan
esforzarse tras esto; pues ningún alma puede alcanzar este estado sin la gracia
de Dios. Pues esta gracia no está negada a aquellos que son lo suficientemente
generosas en el camino de la auto renuncia. El hecho que los contemplativos en
el mundo son escasos es porque son comparativamente pocos los suficientemente
generosos en sus esfuerzos tras la perfección. Mas, cuando el alma ha alcanzado
este estado de oración y consigue la contemplación, entonces ha logrado un
estado de desprendimiento de las cosas de la tierra, y una unión con Dios que
le otorga un poder maravilloso, esto es, un recurso de incansable actividad.
Estas actividades pueden manifestarse a sí mismas en una vida de oración, si el
alma tiene la vocación; o bien, pueden manifestarse a sí mismas en un trabajo
exterior activo y con una incansable energía para llevar a cabo las obras de
Dios en cualquiera que sea el estado de la vida contemplativa. Imaginar que un
místico es una persona soñadora que no tiene una relación con este mundo, pero
que está siempre encerrado en éxtasis, es dar una mala impresión del verdadero
misticismo y otorgarle una reputación que no merece. Lo cierto es que el
verdadero místico es un trabajador muy activo y la fuente de su actividad está fundada
en la oración. Sería muy fácil dar adelantados ejemplos de la maravillosa
capacidad de trabajo que poseen estos hombres y mujeres que han alcanzado el
más elevado grado de oración.
Este parece haber sido el caso de
Hugh Benson. Casi no existe un libro suyo donde no toque el tema de la oración,
y en algunos encontramos intentos de describir con palabras la experiencia real de contemplación – de
hecho, casi podríamos decir que la oración y su influencia es el motivo
subyacente de sus libros. Podemos rastrearlo desde que escribió su primer gran libro hasta el
último. “La luz Invisible” fue escrita antes de convertirse en Católico, pero
una de las historias contiene “En la capilla del convento”, donde aborda esta
materia y enfatiza la actividad de la vida de oración, mientras que en su último gran libro,
“Soledad”, que no fue publicado sino hasta después de su muerte, la heroína,
después de decepciones mundanas, encontró en la oración frente al Tabernáculo
que “las lejos de ser una mera vacuidad, todo lo demás a su lado parece estar
vacío”.
Uno de sus libros “Richard Raynal”, está dedicado enteramente a la
historia de un ermitaño. A través del libro – que es deliberadamente arcaico en
su estilo, aunque no es característico del autor – uno no puede dejar de pensar
que el hombre que lo escribió tiene que haber tenido alguna experiencia con la
oración contemplativa, o que de todas formas tuvo que haber estado
extraordinariamente interesado en esta materia. Esta impresión se profundiza
más cuando uno lee los otros libros del autor. Aun cuando el autor está
profesamente escribiendo novelas, hay muchos pasajes en relación a la oración,
y en más de uno hay un intento de
describir experiencias de contemplación. Tomemos, por ejemplo, el siguiente
párrafo del Señor del Mundo:
“Él comenzó, como tenía por costumbre en sus oraciones
mentales, por un acto de abstracción del mundo de los sentidos. Bajo la imagen
de quien se sepulta bajo la superficie, se obligó a descender a lo más íntimo,
hasta que el murmullo del órgano, el ruido de los pasos, la rigidez del
respaldo en que tenía apoyadas las muñecas parecieron quedar aparte, lejos, y quedó reducido a la condición de
persona, de individuo provisto de un corazón palpitante, simple intelecto que le
sugería una imagen tras otra, emociones demasiado lánguidas para agitarse. Hizo
entonces un segundo descenso, renunció a cuanto poseía, a cuanto era, y tomó
plena conciencia de que incluso el cuerpo quedaba atrás, de que su corazón y su
mente, sobrecogidos en la Presencia en que se hallaban, se aferraban en lo más
íntimo y con total obediencia a la voluntad que de ambos se había enseñoreado,
al tiempo que los protegía. Respiró hondo una vez más al sentir la Presencia
que surgía a su alrededor. Repitió mecánicamente unas cuantas palabras y se dejó
hundir en la paz que sigue a la renuncia de todo pensamiento.
Así
permaneció un rato. A los lejos, y en lo más alto resonaba el éxtasis de la
música, el clarín de las trompetas, las límpidas notas de las flautas, si bien
eran tan insignificantes como los meros ruidos de la calle para quien va
quedándose dormido. Había traspasado el velo de las cosas y se encontraba más
allá de las barreras que imponen el sentido y la reflexión, en ese lugar
secreto cuyo camino de acceso había aprendido con esfuerzo constante. Se
hallaba en esa extraña región en la que las realidades son evidentes, en donde
las percepciones van de acá para allá con la velocidad de la luz, en donde las
oscilaciones de la voluntad captan ora un acto, ora otro, y lo moldean y lo aceleran;
el lugar en el que todas las cosas tienen punto de encuentro, en donde se
conoce la verdad, se moldea y se paladea, en donde el Dios Inmanente es uno y
el mismo que el Dios Trascendente, en donde el significado del mundo interior
se manifiesta en toda su evidencia por medio de su interior, y la Iglesia y sus
misterios se contemplan a medio de una aureola de gloria”.
He transcrito este largo pasaje porque
pienso que esto es una característica
del escritor. Pareciera que el hombre que escribió este pasaje, debe haber
tenido alguna experiencia que él está intentando describir. Y esta opinión está
confirmada por otros pasajes en los trabajos del autor. Los procesos de la vida
espiritual son realidades evidentes para él. Presenciamos cómo en más de uno de
sus libros nos encontramos con un cierto tipo de hombre: aquel que ha pasado a
través de diferentes estados de la vida espiritual y ha alcanzado aparentemente
la vida “unitiva”. El autor evidentemente mira a éstos como tipos ideales (los
llama “místicos”, ver “Los Convencionalistas”), armados para ser guías y
consejeros de otros, ya sea que ellos han hecho de la contemplación el gran
objetivo de sus vidas, o ya sea que ellos vivan en el mundo. Ellos son
justamente Mr. Rolls en “Los Sentimentalistas”, Christopher Dell en “Los
Convencionalistas”, y Mr. Morpeth en “Iniciación” – hombres que han sido
purificados por las pruebas y han encontrado en la oración el secreto de la paz
del alma. Nuevamente en “Alba triunfante”, donde trata de representar al mundo
desde el punto de vista del futuro bajo la suposición de un poderoso crecimiento de la Iglesia
Católica, el escritor describe a Irlanda como el gran monasterio contemplativo
de Europa, y al mismo tiempo, como el gran hospital mental. El contemplativo
viene a ser un psicólogo competente para tratar todos los casos de depresión y
colapso mental porque tiene la capacidad de impartir a los otros en un grado exacto, la paz que él
mismo ha alcanzado.
Otros ejemplos como éste podrían ser citados
en los que Hugh Benson habla de la oración y de su influencia. Existe una
historia en la mitología clásica que relata la historia de un hombre que
descifró por sí mismo el laberinto a través de un hilo de oro. Hugh Benson
encontró en la oración la llave para abrir los misterios del mundo de Dios, y
que luce como un hilo de oro corriendo a través de sus diferentes trabajos y
enlazándolos a ambos. Él siempre trata de expresar en términos corrientes lo
intrincado de la vida espiritual, en sus tres amplias divisiones: de la purgativa,
de la iluminativa y de la vía unitiva, y escoge como sujetos de estas
experiencias, no como bien podría esperarse, a un miembro de una orden
contemplativa, sino al hombre que está ahí, a la vera del camino ( “Otros
dioses no”, parte 2, capítulo 6), como para mostrar que en su opinión estas
experiencias están al alcance de todos quienes son lo suficientemente generosos,
y que responden con fidelidad a la
gracia. Aquellos que están interesados podrán leer el mejor tratamiento
devocional sobre el mismo tema en “La Amistad de Cristo”.
He oído decir, no sé con qué
autoridad, que Hugh Benson se sentía fuertemente atraído hacia los cartujos, y
que hubiera cambiado de buen grado la sotana y la vida activa por el hábito
cartujo y la vida de contemplación. Puede ser verdad, pero existen muchos
hombres a los cuales les atrae la vida cartuja y quienes, sin embargo, no
necesariamente tienen vocación. Existe, por ejemplo, la bien conocida instancia
de Santo Tomás Moro, y cualquier monasterio cartujo puede contar historias
acerca de aquellos que llegan, pero que no se quedan; tal como lo observó un
escritor cartujo: “Existen vocaciones que provienen de Dios, y otras que
provienen de la imaginación” (“La Gran Cartuja”, por un cartujo). Sea como
fuere, Hugh Benson ni siquiera intentó su vocación, y uno no puede dejar de
pensar que su peculiar talento se despliega sí mismo de la mejor manera en la
vida activa. Ahora bien, que él tenía inclinación hacia la vida contemplativa
es evidente a partir de sus escritos.
Estaba apasionadamente convencido de
la verdad que reclama la Iglesia Católica, y bajo su influencia su fino talento
fue desarrollado tal como el sol expande los pétalos de una flor y expone su
belleza a la vista. Antes de convertirse en católico él nunca hubo mostrado ser
una gran promesa, y aunque fue recibido en la Iglesia cuando tenía sobre los
treinta, él sólo había hecho una incursión dentro de los dominios de la
literatura. Su libro “La Luz Invisible”, escrito cuando era anglicano, tiene mérito
desde el punto de vista literario, pero los cuentos no logran atrapar al lector
como en sus trabajos posteriores. Esto puede ser particularmente notorio si uno
lo compara con el “Espejo de Shalott”, que son cuentos del mismo estilo, pero
que se manejan con mayor certeza y fuerza. En efecto, la Iglesia Católica
parece haber satisfecho completamente sus aspiraciones y descubrió en ella el
ideal que él había estado buscando. A la luz de sus enseñanzas derramadas a lo
largo de su vida, su poder adormecido despertó, y fue capaz de expresarse en el
modo que hasta anteriormente nunca había sido posible. La aceptación
incondicional de sus afirmaciones generó en él – para usar una expresión suya –
una cierta devoción fija que vino a conducir sus fuerzas en esta vida. Fue la
apasionada convicción de que ella es la
Maestra Divina marcada de humanidad; de
que ella es la verdadera guía en la unión del alma con Dios, y de que en ella, en la enseñanza de sus santos y
místicos, está contenido el secreto de aquellas misteriosas experiencias del
alma en oración, lo que produjo en él la “devoción fija” que lo urgía a darse a
sí mismo completamente al servicio de la Iglesia, con tal concentración de energía, que su sobrecargada
constitución cedió a la presión, y murió cuando él había vivido un poco más que
la mitad de lo que sería una vida de un hombre normal.
Aquellos que tuvieron el privilegio de
conocerlo personalmente hablan de cierto encanto en sus modales y en la
conversación, y de una atractiva simplicidad. Podía hablar acerca de sus
propios quehaceres con una completa ausencia de afectación, y siempre dispuesto
a escuchar las críticas a sus escritos. Seguramente esto es signo de una
verdadera humildad. A raíz de esto
conviene recordar que él fue un predicador con una reputación brillante; un
escritor cuyos libros tienen una inmensa circulación; y fue muy solicitado como
director espiritual. Pero ninguna de estas cosas minimiza su simplicidad. Antes
bien, tenemos el testimonio de su hermano (“Hugh, recuerdos de un hermano”)
para constatar que esta modestia parecía ir creciendo con los años.
Aquellos que han oído predicar a Hugh
Benson no olvidarán fácilmente la impresión. El rostro infantil, con una mata
de pelo desordenado, la figura delgada y la compostura un tanto torpe, no
auguraba mucho, pero cuando se había apasionado por su labor, tenía a sus
escuchas embelesados. Y esto también a pesar de sus defectos en el modo de
hablar, porque no tenía una buena voz y a veces sonaba tenso hasta el extremo. Apenas
hacía uso de gestos, y tal como los usaba, bien podía haberlos dispensado, pues
a medida que uno escuchaba el torrente de elocuencia y veía la delgada figura
balanceándose de acá para allá con una energía apasionada, uno olvidaba todos
los defectos de articulación y pronunciación, y se sentía arrebatado por la
intensa convicción del predicador. Supongo que esto fue el secreto de su éxito
como predicador: su inmensa sinceridad. Aquí existió un hombre que, a pesar de
su cierto y obvio defecto de oratoria, dijo lo que dijo con tal fuego de
convicción apasionada, y con tal energía concentrada en su propósito, que uno
no podía dejar de escuchar sus ardientes palabras. Por tanto, donde quiera que
él fuera, su éxito como predicador fue notable, y se dice que algunas veces
estaba comprometido hasta con dos años de anticipación. De sus facultades como
director espiritual no puedo referirme por falta de material. Ha aparecido un
libro (“Cartas de Monseñor Robert Hugh Benson a uno de sus conversos”) después
de su muerte, relativo a este asunto, pero no es suficientemente comprensivo
para permitirle a uno formar una estimación. Sin embargo, transmite la
impresión que él mismo tuvo parte de razón cuando le dijo a su hermano: “Yo no
soy un hombre para apuntalar, puedo encender a veces, pero no apoyar” (“Hugh,
recuerdos de un hermano”). Sus dones residen en otra dirección, y aunque no
dudaba de su capacidad como director espiritual, en todo caso a quienes él
comprendió en su naturaleza, a pesar de su impulsividad, doblegada por la
gracia, debió haber sido algo que se oponía a la calma y a la madurez del
juicio, y a la sazón de la experiencia
exigida por quien ha de ser conspicuo como guía para las almas.
Parece ser entonces que una de las
lecciones de la vida de Hugh Benson es el valor de la oración. El mundo
espiritual es un gran mundo de realidades, y es mediante la oración que el alma
entra en contacto con estas realidades. La medida de la unión del alma con Dios
en la oración, es la medida de toda la devoción de corazón del alma al servicio
de Dios, y en la Iglesia Católica encontró el ideal que él había estado
buscando. Aquí estaba la Esposa de Cristo, el Cuerpo Místico de Cristo dentro
del cual él había sido incorporado, y en la cual compartió la vida. Su ser comenzó
a ser permeado por su espíritu, y su pulso latía con energía sobrenatural. En
ella él encontró una guía segura en el camino de la oración – a una con la
experiencia de diecinueve siglos - que podía guiar a su alma hacia una unión
más cercana con Dios Todopoderoso, y a ayudarlo a interpretar rectamente las
dificultades de la vida. Por esto fue que él realizó este trabajo tan
intensamente, con tal concentrada energía. Hizo tanto trabajo en tan
sorprendente poco tiempo.
En reconocimiento a sus servicios a la
causa de la Iglesia, el Santo Padre Pio X en 1911 lo hizo uno de sus capellanes
privados, lo que trae consigo el título de Monseñor, y bajo este título fue que
Monseñor Benson fue conocido en el mundo. Pero la dignidad eclesial no puede
hacer la reputación que por sus propias excelentes cualidades ha ganado. No fue
porque él pudo anteponer “Monseñor” a su nombre que se hizo tan conocido y
ejerció de manera amplia su influencia, sino porque él fue Hugh Benson,
sacerdote de la Iglesia Católica, que utilizó para tan buen propósito los
brillantes dones con los cuales Dios lo hubo dotado.
Conclusión:
Y ahora, esta bien conocida figura ha
fallecido, y no la veremos más. Pero ha dejado un amable recuerdo tras él, y
una influencia de gran alcance como un ejemplo estimulante. No podemos emular
su trabajo, porque no tenemos sus dones, pero podemos hacer todo lo mejor
posible para imitarlo y cultivar lo mejor que podamos los dones que Dios nos ha
dado.
Hugh Benson fue uno de aquellos a los
cuales les fueron encomendados cinco talentos y que “ha obtenido otros cinco”.
Cultivó los buenos dones que Dios le entregó y los consagró enteramente a Su
servicio. Intrépido en sus convicciones, abrazó la religión católica tan pronto
como él se mostró satisfecho en cuanto a las afirmaciones de la Iglesia
Católica. Y aunque los miembros de su familia fueron muy comprensivos en su
trato hacia él, se necesita de no poco coraje para que el hijo de un arzobispo
anglicano adjure de la fe de su padre. Pero el sacrificio fue compensado con
una apasionada convicción que agrupó a todas sus facultades para ser usadas al
servicio de la Iglesia, con una devoción de todo corazón que no ha sido a
menudo superada.
No fue hace muchos años que él se
convirtió en Católico, fue a Roma, fue ordenado sacerdote y volvió a Inglaterra.
Ahora él se ha ido para siempre, sin embargo este corto lapso de vida fue
coronado con una maravillosa actividad. Mientras estaba entre nosotros, apenas
podíamos encontrar un periódico católico que no tuviera una señal de su
atareada vida. Estaba predicando aquí, o dando una charla allá, o dictando un
retiro, o presente en algún oficio religioso, o en alguna reunión social.
Entonces, de tiempo en tiempo, con algunos sorprendentes intervalos, alguno que
otro libro aparecía. Un tributo silencioso a su incansable pluma. “¿Cómo pudo él hacer todo esto? ¿Cómo pudo
encontrar el tiempo?” Tales eran las preguntas que nos hacíamos, ya que nos
confrontábamos a sus desconcertantes actividades. Ahora que él está muerto,
sabemos que este fue el costo de su tremenda actividad. Él vivió, para usar
nuestras propias palabras, “al límite de sus capacidades”. Cualquiera que
alguna vez intentara hacerlo, entenderá bien qué clase de heroísmo involucra
esta vida. Tuvo dones asombrosos y él determinó que éstos no debían ser
desperdiciados, sino que debían ser cultivados y completamente consagrados a la
Gloria de su Señor. Por lo tanto, él no se guardó a sí mismo, y dio lo mejor al
servicio de la Iglesia, trabajando hasta que la pluma se le cayó de sus
cansados dedos, y su inagotable energía fue acallada por la muerte.
Se alejó en medio de nosotros, dejando
atrás el registro de grandes logros. Como un cometa, él brilló a través de
cielo; como un cometa él ardió a causa de su propia rápida velocidad, dejando
tras de sí un rastro de luz. Nos ha dejado el recuerdo de un enérgico
predicador, de un brillante escritor, y de un hábil polemista. Pero por sobre
todo nos gusta pensar en él como sacerdote y para el cual el sacerdocio lo significaba todo. Estaba determinado a
caminar tan cerca como pudiera sobre las huellas de su Maestro. Él ejecutó
intensamente la parte que desempeña el sufrimiento en un mundo que ha sido destruido
por el pecado. El libro mediante el cual él se expresa a sí mismo sobre este
tema es “Iniciación”, que en opinión de algunos, es el mejor libro que
escribió. Una de las razones de su ilimitada admiración por los miembros de las
órdenes contemplativas está fundada en el hecho de que ellos expían por los
pecados. “Porque ellos son los príncipes del mundo. Ellos son el modelo de
Crucificado. Tanto tiempo como exista el pecado en el mundo, tanto tiempo debe
haber penitencia. En el instante en que el cristianismo fue aceptado, la cruz
se levantó una vez más dominante…Y entonces la gente entendió. Porque ellos son
los Santos del Universo – más alto que los ángeles, porque ellos sufren” (“Alba
Triunfante”).
Dejemos que aquellos que quieran conocer algo sobre la vida interior
recurran a su libro “La Amistad de Cristo”, donde encontrarán una iluminada
descripción sobre las diferentes fases de la vida espiritual. Ellos aprenderán
cómo la amistad de Cristo es el secreto de los santos; cómo este proceso de
amistad se desarrolla en la triple etapa de la purgativa, de la iluminativa y de
la unión; y cómo “las más sagradas experiencias de vida son estériles a no ser
que Su amistad las santifique” (“La Amistad de Cristo”). Ellos se darán cuenta
mejor que “la Iglesia es el Cuerpo en el que Cristo mora y actúa; que el Santísimo
Sacramento es Él, con la misma naturaleza humana con la que vivió en la tierra
y ahora triunfa en el cielo; que la santidad de los santos en Su propia
santidad; que las palabras y los actos del sacerdote son las palabras y los
actos del Sacerdote Eterno, y que la suprema queja de los pecadores resuena en
la persona de Cristo ultrajado y crucificado o despreciado con ellos”. Ellos
aprenderán también que Cristo en el Tabernáculo significa para él la presencia
viva del Amigo, y esta es la lección que cada católico debe esforzarse por
atesorar en su corazón. Vamos a despedirle, entonces, frente al Tabernáculo, en
la Presencia de su Amigo y del nuestro. Y cierro todo este imperfecto bosquejo
con un verso de uno de sus poemas:
“No, pero con fe yo busqué a mi Señor
la última noche,
Y lo encontré brillando donde la
lámpara estaba en penumbras
El sombrío altar brillaba en lo alto,
Un trono para Él:
Como visto a través de una red de
trabajo, su gracioso Rostro
Mirando frente a mí, y llenando la oscuridad
con la gracia”
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