martes, 29 de julio de 2014

Robert Hugh Benson, Una revalorización de su vida y obra setenta años después de su muerte. The Tablet, 26/10/1974


Robert Hugh Benson, Una revalorización de su vida y obra setenta años después de su muerte.
The Tablet, 26 /10 /1974
Por Bárbara Hamilton-Smith

 
Acostumbrada a leer biografías y recuerdos de Benson con un lenguaje lleno de admiración y cariño, debo reconocer que las palabras del presente artículo me son un poco lejanas,  aunque también por otro lado debo reconocer que son bastante objetivas. No es lo mismo escribir acerca de un ser querido que de alguien al cual  a uno no le llega mucho, o no le causa el afecto de alguien como yo que se está dedicando a estudiar a este converso. Hay algunas cosas un tanto inexactas o que más bien fueron resumidas con excesiva  premura tal vez en razón del espacio. Y aunque no es bueno prejuzgar a los lectores con mis aprehensiones personales, me veo en la necesidad de hacer este pequeño preámbulo. Mis notas al artículo lo encontrarán al final en letra azul.
Beatrice 

         Setenta años atrás los lectores de The Tablet fueron distraídos de sus preocupaciones acerca de las desastrosas noticias de la guerra y quedaron choqueados al leer sobre la muerte, a la edad de 42 años de Mgr. Robert Hugh Benson. La fama de este sacerdote, el más joven de quien fuera el Arzobispo de Canterbury, fue proporcionada por la energía con la que él se arrojó ante la opinión pública. Los contenidos de los números siguientes de The Tablet dieron algunas indicaciones sobre el culto a la personalidad con su frenética prédica y escritura[1]. Fue como un “Hugh Benson Memorial Number” que contenía: largos artículos anónimos (posiblemente de Wilfred Meynell), los primeros de muchos ligeros e inexactos panegíricos; el obituario, el cual no deja de ser interesante por las anotaciones que provienen de la prensa no-católica. El Daily Telegraph por ejemplo escribió: “En sus libros…él fue casi un misionero para su Iglesia. En su partidismo puede haber sido limitado, pero fue intenso e hizo muchos conversos”. También leemos en estos números el reporte de un testigo de sus últimos días, y su muerte por el canónigo de la catedral de Salford donde Benson estaba predicando un curso de sermones cuando se enfermó. Encontramos también: unos versos escritos por Benson justo antes de su recepción dentro de la Iglesia; un facsímil de su escritura larga, ordenada y remarcada con un parecido en el estilo manuscrito al de su feroz amigo y “bestia negra”, Frederick Rulfe, quien murió un año antes en Venecia en circunstancias muy diferentes.[2] El anuncio de los arreglos del funeral concluye con el catálogo del material Bensoniano en estos números de The Tablet. Sin embargo, posteriormente el periódico trae artículos, reminiscencias, sermones conmemorativos y una prolongada correspondencia debatiendo sobre cuál fue su mejor libro. The Tablet  fue un reflejo de la gran curiosidad, por no decir devoción, que despertó la muerte de este hombre. Una avalancha de libros sobre él aparecieron en los años siguientes.

         Los Benson fueron una familia notable, y deben ser llamados incestuosos en literatura.
El Arzobispo Benson, padre de R.H.B
 El Arzobispo escribió sobre sus hijos Martin y Eleanor, ambos mayores que Hugh; E.F. Benson escribió sobre su madre y describió a la familia en varios de sus entretenidos estudios autobiográficos. A.C. Benson escribió la vida de su padre, de su hermana Margaret y de Hugh, una biografía, un libro arma de doble filo en el cual él intentó proveer de un antídoto contra tantos tributos empalagosos. Debió haber sido con cierta renuencia que la familia le entregó la preparación de una biografía oficial a un jesuita, el padre Cyril Martindale. Sin embargo, todos los documentos relevantes le fueron facilitados a este joven cuya erudición quedó establecida por una vasta y analítica biografía. La documentación debió haber sido enorme. Se solicitaron cartas y reminiscencias, y las respuestas fueron abrumadoras y las opiniones sobre Benson fueron desconcertantemente contradictorias. El libro de Martindale no parece haber sufrido mucho por parte de la Familia Benson que lo seguía de cerca, pero hay mucha oscuridad (innecesaria tal vez) y se insinuó que no fue extraño leer que a Martindale “realmente no le gusta Benson y…sugiere que en la medida en que se acercaba el final se volvió completamente histérico y creyó que ninguna composición literaria estaba más allá de él”.

        Es una tarea muy pesada leer esta biografía de dos volúmenes. Incluye una sinopsis de cada libro que Benson escribió y un intento de síntesis de su desarrollo espiritual, así como una serie de citas de su “apostólica” correspondencia y de otras notas de los libros del propio Benson. Sin embargo, es imposible leer el libro sin que uno no se sienta fascinado por la compleja personalidad, e intrigado por la parte del iceberg que continua sumergido.

         El arzobispo Benson tuvo seis hijos. Tal como sus dones literarios, él compartió su enorme energía y su humor cambiante. Su temprana educación en las altas esferas eclesiásticas fue intensa. Las hijas aunque   más bien fueron educadas intelectualmente (blue-stocking), eran gentiles y talentosas. Una murió  de difteria a la edad de veintisiete años; la otra se enfermó de la mente y estuvo recluida por diez años hasta su muerte en 1916. Ninguna se casó y no mostraron interés por el sexo opuesto. Esta falta de interés parece haber sido algo endémico a la familia.
Su madre y su hermana Margaret
Ninguno de los hijos mayores se casó y el mismo Hugh escribió: “Siento que desde cualquier punto de vista concebible yo no estoy llamado a la vida matrimonial”. A.C Benson llegó a ser un prominente ensayista, biógrafo y finalmente la cabeza del Magdalen College; E.F. Benson también escribió biografías y muchas encantadoras novelas de sátira social. Hugh fue el benjamín y su infancia su exótica. Viviendo en medio de la pompa episcopal y presentándose en tales ocasiones ceremoniales, como en la investidura de su padre en Canterbury: “Yo lucía perfectamente encantador” – dijo de sí mismo después – “con una sotana p…p..púrpura y una pequeño p…p…púrpuro b..b…bonete.” Su tartamudeo lo acompañó a lo largo de su vida y posteriormente pudo haberle dado alguna picardía a sus sermones.

         En Eton y Cambrigde hubo pequeños signos de lo que estaba por venir: fue popular y extravagante, ni académica ni especialmente devoto. Bajo la apenas disimulada presión de su padre, fue preparado y ordenado como sacerdote anglicano. Participó en la Eton Mission y trabajó entusiastamente en el East End de Londres, aprendiendo a predicar y a producir obras de teatro. Después de la repentina muerte de su padre, se fue como coadjutor a Kemsing, al villorrio de Kentish, uno de los paraísos de la vida de la High Church donde él estuvo lleno de rituales y de condimentado sacramentalismo con el sabor de frutos prohibidos. Finalmente ingresó a la Comunidad de la Resurrección en Mirfield donde la vida monástica incluía la predicación y la confesión en salidas misioneras y con el tiempo suficiente para escribir historias cortas. Desde aquí se fue a Roma - parte de una epidemia de “papismo” – y su conversión fue destacada solamente debido a la posición de su padre.

         Después de su ordenación, apresurada y bajo los auspicios de Pio X, fue a Cambridge a estudiar algunas necesarias nociones de teología, sin embargo él gastó una buena dosis de tiempo escribiendo novelas “furiosamente” y conduciendo difíciles ofertas con los editores. En el interior de su mente soñaba con fundar una comunidad, no una casa religiosa, sino una especie de retiro para artistas e inadaptados que compartían vagamente el estilo de vida cartujo. Este plan nunca estuvo inactivo, pero nunca llegó a realizarse verdaderamente. Él fue lo suficientemente práctico para ver que necesitaría dinero y salvar los considerables ingresos producto de las novelas. Las autoridades, que no siempre son tan perceptivas, reconocieron su inusual potencial y le fue otorgado el permiso para vivir en su propia casa para escribir novelas, para aconsejar a los penitentes y para conducir misiones predicando y dando conferencias. Su casa fue su sueño. Gastó su tiempo de ocio en hacer proyectos del tipo “hágalo usted mismo” para hermosear y romantizar la casa: tallados de madera, trabajo de appliqué, jardinería, él guiaba y compartía todas estas actividades. Su capilla era oscura y pequeña. Ahora ha vuelto a ser un espacioso granero, pero en este confinado espacio él tenía un velo (reja) para separar el altar, una galería para el órgano, sillas para el coro e innumerables imágenes.
El efecto debe haber sido claustrofóbico. “Cuando Hugh estaba ahí, él la impregnaba” – escribe Martindale, y finalmente agrega que “la casa era como un enorme escenario para R.H.B…un relicario enorme.” 

Sus escritos

        El elemento teatral nunca estuvo ausente. Es lo que hizo de sus libros unos best-sellers. Ellos fueron una propaganda directa (“la más detestable forma de panfleto”, dijo un crítico). Trató de re-escribir la historia de la reforma en Inglaterra en términos populares y católicos. Escribió lo que él llamó “romances psicológicos” en un escenario contemporáneo todos involucrando conversiones, con una habilidad manipuladora la cual él mismo ejerció sobre la vida de los penitentes que acudían a él en busca de dirección espiritual. También escribió dos novelas futurísticas – ciencia ficción no-científica – vivos cuadros de la lucha entre el humanismo y el catolicismo. De éstas, El Señor del Mundo tuvo una amplia influencia y sus imágenes del resto fiel de la asediada Iglesia Católica con la calmada entonación del Pangue Lingua en la Bendición atrapa las fibras del corazón incluso ahora. Esta novela y Ven potro, ven soga (Come rack, come rope!) son las únicas novelas más ampliamente conocidas hoy, pero para una  generación anterior Benson fue magnífico. Su llamativa predicación fue oída por miles: “Fuimos a “ver” a Benson predicar” era una broma habitual. Su magnífica autoconfianza en la dirección espiritual fue envidiable, aunque no universalmente exitosa, sin embargo en sus novelas más vendidas él sin duda abrió un nuevo camino. Escribió apurado y raramente revisaba, pero condujo al género de la ficción católica fuera de las catacumbas con un estilo que marcó notoriamente.

         Sus polémicas pueden estar fuera de moda, pero no su misticismo y su predilección por lo oculto. [3]Entre sus parientes maternos los Sidgwicks, se encuentran los fundadores de la Sociedad para la Investigación Psíquica. Como alumno de pre-grado Hugh experimentó con la hipnosis y el espiritualismo. Como hombre adulto efectuó más de un servicio a la astrología y parece que no tuvo dificultad en conciliar esto con su fiero catolicismo.

        Su muerte no se salvó del escrutinio público, movido por el relato que fue publicado por su hermano y el sacerdote del cual recibió los últimos ritos. Después de horas de intranquilidad y resistencia aceptó su fin con un sorprendente autocontrol: corrigió al canónico cuando se equivocó en las palabras del Misereatur y ofreció su corazón y alma a Jesús, María y José. Los arreglos para el funeral fueron bastante suntuosos. Un Requiem con la presencia del cardenal Bourne,  fue celebrado con canto gregoriano cantado por un pequeño coro de niños en su propia capilla y simultáneamente con otro en la misma Catedral de Westminster. Fue sepultado en la huerta de su casa de campo. Dos años antes, cuando solamente tenía cuarenta años, hizo un complicado deseo: “Me gustaría que mi tumba estuviera en lo posible dentro de una pequeña cámara de ladrillo, accesible desde fuera, con pequeños escalones”.



[1]La autora del presente artículo hace referencia a una serie de publicaciones que aparecieron en The Tablet con fechas 24 y 31 de Octubre de 1914, y también el 21 de Noviembre de 1914, y que publicaremos traducidas en Octubre de este año con ocasión de cumplirse los 100 años de la muerte de R.H.Benson)
 
[2] Para mí siempre ha sido un enigma la relación de amistad que hubo entre Benson y este particular personaje, bien conocido por ser un homosexual bastante “excéntrico” por llamarlo de alguna manera. Tras unos años de fuerte correspondencia, Benson se alejó de él y éste furioso continuaba enviándole postales con un lenguaje violento. Me parece que el tipo era medio desquiciado y muy celoso de sus amigos… un fleto furioso que nunca pudo ser sacerdote. De hecho, parodió el nombre de Benson en una de sus novelas y le puso Bonsen a uno de sus personajes.
 
[3] Aquí es donde yo me separo de Benson. Es un tema de su tradición y gustos familiares, pero lo que es a mí esto de los horóscopos y las historias de fantasmas está muy lejos de agradarme. Especialmente lo de los horóscopos: pensar que alguien pueda estar guiado en su vida por acción de los astros me parece una soberana insensatez que ya ha sido tratada magníficamente por San Agustín.

viernes, 18 de julio de 2014

R.H. Benson y la Vocación

Iglesia del Monasterio de Santa María del Paraíso,
Hermanas de Belén, Casablanca, Región de Valparaíso
         
Mis hijos han estado disfrutando en casa de sus vacaciones de invierno. A veces la vida se me complica  un poco al tenerlos todo el día dando vueltas por la casa, porque hay momentos en que se aburren. Yo me aburría mucho de niña porque me entretenía con pocas cosas, y leer por aquellos lejanos años, no estaba dentro de mis entretenciones, cosa que lamento ahora que soy vieja. Pero bueno, el punto es que aprovechando la tecnología  y para entretenerlos con algo constructivo les mostramos con mi esposo,  películas sobre hagiografías que se pueden descargar en YouTube. Vieron entre ellas, la vida de San José Cupertino en blanco y negro, con un joven Ricardo Montalbán. La disfrutaron mucho; y otra que les encantó fue la vida de San Pio de  Pietrelcina. Terminada esta última les preguntamos su opinión acerca de la vida del padre Pío y uno de ellos nos dijo lo siguiente: " Él era así porque era santo"; a lo que yo le respondí: "Él fue santo por ser así" La cosa es al revés, como diría Aristóteles: ¿Qué es lo que hace a un hombre virtuoso? Hacer actos virtuosos. Por lo que yo "hago", me "hago" santo y no porque soy santo hago cosas santas. Ahora bien, yo comprendí a dónde iba mi hijo con su respuesta: la santidad pareciera estar reservada a personas que son religiosas y que son bendecidas por Dios con dones extraordinarios que los llevan a vivir conforme a Dios le agrada.
           Pues bien, a propósito de esto mismo  justamente por estos días y por sugerencia de un amigo del blog, estuve buscando algunos escritos de Benson sobre la Vocación, entendida como el llamado a la santidad. Muchos han de creer que el llamado universal a la santidad es un "descubrimiento" de  la Iglesia en estos últimos tiempos, pero no es así, y yo misma me sorprendí al encontrar en Benson algunas palabras al respecto. Escribió un prefacio para un manual de oraciones llamado Thesaurum Fidelium ( del cual no he encontrado ninguna copia). Es a propósito de este libro que cito el siguiente texto que pertenece al padre Martindale en su famosa biografía sobre nuestro personaje:

"Una parte notable de su “dirección” concernía, desde luego, a aquello que es conocido como “la vocación”. La “vocación” fue de las directrices de su existencia. Consideraba que a cada alma Dios le da un llamado definitivo, un llamado que puede conducir a la más alta perfección, incluso en las circunstancias menos claustrales. Y para apoyar la creencia que la palabra “vocación” era “una (palabra, n. de tr.) muy usada” (común, n. de tr.), pero lamentablemente en la práctica era empleada como si Dios no llamara a cada alma excepto para el sacerdocio o la vida religiosa, él escribió el prefacio a un pequeño libro de H.M.K, un carmelita terciario, que estaba destinado a ayudar a aquellos que por enfermedad o salud, u otra razón estaban excluidos de la clausura. La amargamente disminuida noción que considera que las almas no-enclaustradas no pueden llegar a aspirar a la más alta santificación, fue vigorosamente combatida aquí por él. Y para hacer frente al particular peligro  al que aquellas almas esperanzadas parecen estar desprotegidas, desguarnecidas  por el velo o la capucha, fue abordado y suministrado un método. “Indudablemente” – concluye- “las órdenes religiosas y el sacerdocio presentan la vida de consagración: la más fuerte devoción como ninguna otra puede haber…sin embargo, en otro sentido, la totalidad del pueblo cristiano es un sacerdocio y cada alma una esposa de Cristo.  El Thesaurus Fidelium fue complicado para aquellos que realizan esto”.
          Desde luego que la “vida religiosa” estrictamente hablando, era considerada por él como un privilegio trascendente y la vida contemplativa era su corona de triunfo. No necesitamos citar  “La Luz Invisible”, “Los convencionalistas” “El aventador” “No otros dioses” para convencer a algunos de esto. Pero en las páginas de “Soledad” se verá que toda la vida interior de Hugh Benson fue en un sentido claustral o más bien, eremítico."
The life of Monsignor Robert Hugh Benson, Longmans, Green and Co. 1917, p.275.
          Es decir que todos según nuestra vocación en esta vida estamos llamados a imitar a Cristo para alcanzar la santidad. No es tarea fácil y hay que renunciar a muchas cosas, entre ellas, a uno mismo. Coincido con Benson al referirse a la vida consagrada. Tengo especial afecto por aquellas órdenes eremíticas cuya vida- que es sumamente sacrificada y de completa renuncia -  transcurre en el silencio de la oración. Especialmente tengo gran admiración por los Cartujos y por los Monjes y Monjas de Belén, de la Asunción de la Virgen y de San Bruno. Afortunadamente en nuestra diócesis de Valparaíso existe en Casablanca un monasterio de Hermanas de Belén, ejemplo de sacrificio, hospitalidad, caridad y de profunda fe.
         Nosotros, los que estamos en el mundo, no estamos ajenos al llamado divino y para dar respuesta a Dios según cualquiera sea el estado de vida en el que estemos debemos en primer lugar rezar. Si la oración no está presente en nuestro diario vivir,  entonces olvídense de poner toda nuestra más férrea voluntad en alcanzar la perfección. Estamos siempre siendo objeto de tentaciones: del mundo, de la carne y del demonio y si no rezamos y meditamos durante el día lo que Dios quiere de nosotros seremos presas fáciles de alguna de estas tentaciones. No digo que en tiempos pasados las personas fueran menos tentadas que ahora, el problema de los tiempos actuales es que uno sale a la calle, o enciende el televisor, o prende el computador, o la radio y se ve automáticamente bombardeado por tentaciones de todo tipo. Estamos más asechados que antes. 
          En cuanto a la oración,  y lo digo por experiencia propia, cuando mis rezos escasean por a, b o c motivos, todas mis tendencias a ciertos pecados recurrentes afloran y me convierten en una insoportable. Por eso es importante que durante el día, en lo que estemos haciendo por algunos minutos pensemos en Dios y recemos alguna jaculatoria. Es increíble cuánto bien le hace a mi alma pensar durante mi trabajo en la casa, si estoy haciendo lo que Dios quiere, si estoy cumpliendo su voluntad. No es necesario hacer meditación zen o alguna otra cosa estrafalaria para poder vivir en la presencia de Dios, simplemente basta disponer el corazón para escuchar a Dios.
         Siguiendo con Benson, y tal como lo señalé arriba, me ha sido imposible conseguir el Thesaurus Fidelium. Sin embargo, encontré una reseña en  The Sacred Heart Review del 18 de Abril de 1914, y que apunta a lo mismo: incluso en el mundo podemos encontrar tiempo para rezar y para encontrar a Dios en el silencio. He aquí la reseña y con esto termino:
          "Este manual fue preparado para personas que en el mundo deseen llevar una vida llena de oración. El carmelita terciario (H.M.K) es el compilador de este trabajo y en la introducción enuncia el ámbito del libro, los recursos que contribuyeron a su contenido, y las circunstancias que fomentaron su elaboración. Leemos:
“Aquellos que usen este libro verán que está compuesto de algunas instrucciones sobre la oración; sobre la disposición de uno en el diario vivir; sobre las pautas y sugerencias para la oración mental y vocal. A todos quienes usen el libro se les ruega recordar que su objetivo es sugerir ayudas, no establecer reglas y máximas definitivas, y por lo tanto, se espera que cada cual use lo que realmente  le sea útil y  pase por alto aquello que en su caso no parece ser  valioso. Sabemos que dos almas no son iguales, y también sabemos que no existen tentaciones o pruebas que puedan venir a un alma sin que esas mismas no hayan sido experimentadas ya por otra alma, por lo que se espera que estas páginas puedan ayudar a las almas a realizar su vocación y a corresponderla. Tal como es materializada en muchas reflexiones sugeridas por las amplias lecturas y muchas enseñanzas espirituales dadas por alguien que por muchos años ha estado “no muy enfermo, y nunca demasiado bien”, y el cual ha tenido el tiempo para practicar  la oración y la presencia de Dios. Esta práctica no es difícil si  aún tenemos la buena voluntad para aprender a ser, y seguramente nuestro buen Dios nos dará algunas de sus grandes ayudas y alientos en este santo silencio, cuando Él ordene a nuestras circunstancias para que nosotros podamos tener muchas horas disponibles, o cuando Él coloque su mano sobre nuestra puerta y golpee, como San Gregorio dice, por enfermedad.”
         El listado de libros con los cuales han sido hechas las citas son en sí mismo un testimonio del valor de este manual para los lectores quienes pueden no tener tiempo o la oportunidad para consultar trabajos largos. Monsignor Benson, quien escribe el prefacio, tiene unas instructivas palabras sobre la vocación y el significado de la santificación para aquellos cuya vocación en la vida es estar en el mundo”

 

miércoles, 16 de julio de 2014

¿Sacerdotisas en la Iglesia? por C.S. Lewis




  Nota de Bensonians: Ahora no solamente tendrán "sacerdotisas", sino que también "obispesas" o cómo quiera que se escriba. La iglesia de Inglaterra va de mal en peor y viendo este panorama uno se pregunta si C.S. Lewis seguiría siendo anglicano si estuviera vivo. Según se lee en este ensayo suyo traducido hace unos años en la Revista Humanitas y que copio íntegramente, creo que no.
 
         "Me gustarían muchísimo más los bailes", dijo Caroline Bingley, "si fueran de otra manera... Sería mucho más racional que lo principal en ellos fuera conversar y no bailar". "En verdad, mucho más racional", replicó Mr. Bingley, su hermano, "pero no serían ni de lejos un auténtico baile"[2]. Esto, se nos dice, hizo callar a la niña; pero se podría sostener que Jane Austen no le permitió a Mr. Bingley exponer su punto de vista con toda la fuerza del caso. En realidad, Mr. Bingley debiera haber contestado con un distingo. En un sentido, la conversación es más racional porque ella permite ejercitar sólo la razón, cosa que el baile no hace. Pero no hay nada irracional en ejercitar otras facultades aparte de la razón.  En ciertas ocasiones y para ciertos fines, la verdadera irracionalidad consiste en no ejercitarlas. Aquel que quisiera domar un caballo o escribir un poema o engendrar un hijo mediante puros silogismos, actuaría irracionalmente, aunque el construír silogismos sea en sí mismo una actividad más racional que las requeridas para esos otros propósitos. Resulta racional no razonar, o no limitarse a ello, en determinadas ocasiones, y mientras más racional es el individuo, más se da cuenta de ello.

         Estas reflexiones no tienen por objeto contribuír a la crítica de "Pride and prejudice", sino que me vinieron a la mente al oír que había quienes aconsejaban a la Iglesia de Inglaterra declarar que las mujeres son capaces de recibir la ordenación sacerdotal. Se me ha dicho que es muy improbable que las autoridades consideren seriamente esta idea. El dar en este momento un paso tan revolucionario, el cortar los lazos con nuestro pasado cristiano y el ampliar las divisiones entre nosotros[3] y las otras iglesias cristianas por ordenar sacerdotisas, constituiría un ejemplo casi desvergonzado de imprudencia. Y la propia Iglesia de Inglaterra se vería hecha pedazos a causa de ello. Mis preocupaciones con esta propuesta son de un carácter teórico: el problema implica algo mucho más hondo que una "revolución con orden".
Siento mucho respeto por quienes desean que las mujeres sean sacerdotisas. Me parece que son gente sincera, piadosa y sensible. En realidad, son demasiado sensibles, en cierto modo. Y es ahí donde mi diferencia con ellos se parece a la que separaba a Mr. Bingley de su hermana. Me siento tentado de decir que la propuesta en cuestión nos haría mucho más racionales, "pero no seríamos ni de lejos una auténtica Iglesia".

          A primera vista, toda la racionalidad (en el sentido de Caroline Bingley) está de parte de los innovadores. Nos hacen falta más sacerdotes. Hemos descubierto, en todas las profesiones, que las mujeres pueden hacer muy bien cosas que antes se suponía que sólo los hombres podían hacer. Ninguno de aquéllos que se oponen a la mencionada propuesta sostiene que las mujeres son menos capaces que los hombres de tener piedad, celo, cultura y las demás cualidades necesarias para el oficio pastoral. Así, pues, ¿qué cosa, aparte de los prejuicios engendrados por la tradición, es lo que nos impide usar las enormes reservas que podríamos volcar en el sacerdocio si admitiéramos a las mujeres, como ha ocurrido en tantas otras profesiones en que ellas se encuentran en un pie de igualdad con los hombres? Frente a este aluvión de sentido común, los que se oponen a la idea (entre ellos muchas mujeres) no pueden contestar sino con un desagrado vago, una sensación de incomodidad que ellos mismos encuentran difícil de analizar.

        El que semejante reacción no brota de un desprecio por las mujeres resulta, me parece, muy claro a partir de la historia. La Edad Media llevó su reverencia por una Mujer hasta el punto de que podría quizá denunciarse que la Virgen Bendita llegó a ser considerada casi como "la cuarta Persona de la Trinidad". Pero, según creo, jamás en aquellos tiempos se le atribuyó algo ni remotamente parecido al sacerdocio. Toda la historia de la salvación pendía de la decisión que Ella expresó con su "He aquí la esclava"; estuvo unida durante nueve meses, en una intimidad inconcebible, con el Verbo eterno; estuvo de pie junto a la cruz. Pero no estuvo presente en la Ultima Cena, ni en el momento de la venida del Espíritu Santo[4]. Así lo registra la Escritura. Y no se puede escamotear esto diciendo que, en la situación de tiempo y lugar en que Ella vivía, las mujeres estaban condenadas al silencio y a la vida privada. No: había mujeres predicadoras. Cierto hombre tenía cuatro hijas, todas las cuales "profetizaban", es decir, predicaban[5]. Y hubo profetisas incluso en el Antiguo Testamento. Profetisas, no sacerdotisas.
         En este punto de la discusión, el reformador corriente y sensible preguntará por qué, si las mujeres pueden predicar, no pueden realizar el resto de las actividades de un sacerdote. Semejante pregunta aumenta, en sus oponentes, la incomodidad. Comenzamos a sentir que lo que realmente nos separa de nuestros adversarios es una diferencia en el sentido que ellos y nosotros damos al término "sacerdote". Mientras más y mejor hablan de la competencia de las mujeres en la administración, de su tacto y sensibilidad como consejeras, de su natural talento para "acompañar", tanto más nos damos cuenta de que se está escamoteando el punto central. Para nosotros,  un sacerdote es primordialmente un representante -un doble representante: de nosotros ante Dios y de Dios ante nosotros. En ciertas ocasiones el sacerdote nos da la espalda y se vuelve hacia el Oriente: habla a Dios por nosotros. En otras ocasiones se da vuelta hacia nosotros y nos habla de parte de Dios. No tenemos objeciones a que una mujer realice la primera de estas acciones; toda la dificultad surge respecto de la segunda. Pero ¿por qué? Ciertamente no se trata de que la mujer sea necesariamente, ni probablemente, menos santa o menos caritativa o más tonta que el hombre. Desde estos puntos de vista, ella puede parecerse tanto a Dios como un varón. Y en el caso de ciertas mujeres, mucho más que ciertos varones. El sentido en que una mujer no puede representar a Dios quedará más claro si miramos el asunto al revés.

         Supongamos que el reformador cesa de decir que una mujer buena puede asemejarse a Dios, y que comienza a decir que Dios se asemeja a una mujer buena. Supongamos que sostiene que bien podríamos rezar a la "Madre Nuestra que estás en los cielos" tanto como al "Padre Nuestro". Supongamos que sugiere que la Encarnación pudo haberse realizado tanto en la forma de mujer como de varón, y que la Segunda Persona de la Trinidad pudiera ser llamada tanto Hija como Hijo de Dios. Supongamos, por último, que el matrimonio místico fuera puesto al revés, es decir, que la Iglesia fuera el Novio y Cristo la Novia. Todo esto, en mi opinión, va implicado en la idea de que una mujer puede representar a Dios lo mismo que un sacerdote.

        Ahora bien, es seguro que si aceptáramos todas estas suposiciones, estaríamos en presencia de una religión diferente. Por cierto, ha habido Diosas que han sido adoradas, y muchas religiones tienen sacerdotisas. Pero se trata de religiones muy diferentes en carácter de la cristiana. Dejando de lado el problema de la incomodidad, o aun del horror, que nos causa la idea de poner todo nuestro lenguaje teológico en género femenino, el sentido común se pregunta "¿Y por qué no? Puesto que Dios no es, de hecho, un ser biológico y carece de sexo, ¿qué importancia tiene que digamos El o Ella, Padre o Madre, Hijo o Hija?".

        Con todo, los cristianos creemos que Dios mismo nos ha enseñado cómo hay que hablar de El. Decir que el asunto no tiene importancia equivale a decir o bien que la imaginería masculina no es inspirada sino de origen meramente humano, o bien a decir que, aunque inspirada, resulta completamente arbitraria y no esencial. Y esto es, por cierto, algo que no se puede aceptar, o, si resulta aceptable, es un argumento no en favor de las sacerdotisas sino en contra del Cristianismo. Además, es algo que se basa ciertamente en una concepción superficial de lo que es la imaginería. Sin pensar ahora en la religión, sabemos, por nuestra experiencia poética, que imagen y comprensión se funden mucho más íntimamente que lo que el sentido común quiere admitir. Un niño al que se le ha enseñado a rezar a una "Madre que estás en los cielos" tendrá una vida religiosa radicalmente diferente de la de un niño cristiano. Y tal como la imagen y la comprensión forman una unidad orgánica, así también ocurre con el cuerpo humano y el alma humana.

         Los innovadores implican que el sexo es algo superficial, irrelevante para la vida espiritual. Decir que hombres y mujeres son igualmente aptos para determinada profesión equivale a decir que, para los efectos de esa profesión, su sexo es irrelevante. En ese contexto tratamos a hombres y mujeres como neutros. A medida que el Estado crece como una colmena o un hormiguero, necesita de un mayor número de operarios que puedan ser tratados como neutros. Ello puede ser inevitable en nuestra vida secular. Pero, en nuestra vida espiritual, debemos regresar a la realidad. En este terreno no somos unidades homogéneas, sino que órganos diferentes y complementarios de un cuerpo místico. Lady Nunburnholme ha expresado que la igualdad de hombres y mujeres es un principio cristiano. No recuerdo ningún texto de la Escritura, ni de los Padres, ni de Hooker, ni del Prayer Book que lo diga así; pero no me interesa ese punto por ahora. El punto es que a menos que "igual" signifique "intercambiable", dicha igualdad no contribuye en nada a la causa del sacerdocio para las mujeres. Y el tipo de igualdad que implica que los iguales son intercambiables (como fichas o máquinas idénticas) es, en el caso de los seres humanos, una ficción legal. Puede ser una ficción legal útil, pero en la Iglesia prescindimos de las ficciones. Uno de los fines para los que fue creado el sexo fue el simbolizar para nosotros aspectos ocultos de Dios. Una de las funciones del matrimonio humano es expresar la naturaleza de la unión entre Cristo y la Iglesia. No tenemos derecho para tomar las figuras vivas y pletóricas que Dios ha pintado en la tela de nuestra naturaleza y cambiarlas de lugar, como si fueran meras figuras geométricas.

         Esto es lo que el sentido común denomina "místico". De acuerdo. La Iglesia proclama ser la portadora de una revelación. Si esa proclamación es falsa, entonces lo que hace falta no es sacerdotisas sino abolir el sacerdocio. Y si es verdadera, entonces debiéramos esperar encontrar en la Iglesia un factor que los no creyentes llamarán irracional y los creyentes, suprarracional. Debiera haber en Ella algo opaco para nuestra razón, aunque no contrario a ésta, tal como los hechos del sexo y del significado son opacos en el ámbito de lo natural. Y éste es el verdadero problema. La Iglesia de Inglaterra podrá seguir siendo Iglesia sólo si conserva ese factor opaco. Si lo abandonamos, si retenemos sólo aquello que puede ser justificado, ante el tribunal del sentido común ilustrado, sobre la base de la prudencia o de la conveniencia, entonces estaremos abandonado la revelación por aquel viejo esperpento de la "religión natural".

        Es doloroso, cuando se es varón, tener que afirmar este privilegio, o carga, que el Cristianismo pone sobre los hombros de nuestro sexo. Estoy abrumadoramente consciente de cuán ineptos somos, la mayoría de nosotros, con nuestras individualidades reales e históricas, para asumir esas funciones preparadas para nosotros. Pero, en el ejército el antiguo adagio dice que se saluda al uniforme, no a quien lo porta. Sólo quien lleva el uniforme de varón puede (provisionalmente, hasta la segunda venida de Cristo), representar al Señor en la Iglesia: y esto porque somos todos, corporativa e individualmente, femeninos para El. Nosotros los varones podremos frecuentemente ser malos sacerdotes, y ello se debe a que somos insuficientemente masculinos. Lo cual no se remedia con llamar al sacerdocio a quienes no son en absoluto masculinos. Determinado hombre puede ser un muy mal marido; pero no se puede solucionar el problema cambiando los roles. El varón puede resultar una mala pareja en el baile: la solución es que los varones asistan más diligentemente a clases de baile, y no que de ahora en adelante se ignore en las salas de baile las diferencias de sexo y que se trate a todos los bailarines como neutros. Tal cosa, por cierto, sería eminentemente sensible, civilizada e ilustrada; pero, de nuevo, "no sería ni de lejos un auténtico baile".

        Este paralelo entre la Iglesia y el baile no es tan antojadizo como se podría pensar. La Iglesia debiera ser más como un baile que como una fábrica o un partido político. O, para decirlo más apropiadamente, fábrica y partido político están en la circunferencia y la Iglesia en el centro, en tanto que el baile está a medio camino. La fábrica y el partido político son creaciones artificiales -son sólo lo que el impulso humano puede hacer de ellos.  En ellos no encontramos a los seres humanos en su concreta plenitud, sino sólo en cuanto "mano de obra" o "votos". Por cierto, no uso el término "artificial" en ningún sentido peyorativo: estos artificios son necesarios. Pero porque son artificios nuestros, podemos en ellos cambiar, borrar y experimentar como queramos. En cambio, el baile existe para estilizar algo que es natural y que se refiere a los seres humanos completos, el cortejo. No podemos aquí cambiar o interferir tanto. Con la Iglesia estamos todavía más cerca del centro: aquí no manejamos al varón y la mujer solamente como hechos de la naturaleza, sino que los enfrentamos como sombras vivas y misteriosas de realidades que están infinitamente fuera de nuestro manejo y muy lejos de nuestro conocimiento directo. Más todavía: no las manejamos sino que, como nos daremos cuenta apenas queramos manipularlas, somos manejados por ellas.

       Traducido por Agusto Merino Medina


     [1] Este artículo fue escrito por Lewis en 1948.
     [2] Escena tomada de la novela "Pride and prejudice" de Jane Austen, cap. 11.
     [3] Hay que recordar que Lewis fue anglicano.
      [4]La mayoría de los exégetas católicos no está de acuerdo con esto.
     [5] Ver Hechos de los Apóstoles 21, 9.

miércoles, 2 de julio de 2014

Entrevista a Joseph Pearce



                  La entrevista completa, que dura algo así como  una hora y un poco más, puede verse en la página que cito a continuación... y lo mejor de todo es que la conversación termina con un poema de Monseñor Benson:

               http://www.otrocanal.cl/video/joseph-pearce-literatura-y-conversin