2.- Su vida:
Robert Hugh Benson nació en
Wellington College el 19 de Noviembre de 1871. Su padre que finalmente se convirtió en el Arzobispo
de Canterbury, fue durante ese tiempo rector ahí. Fue el menor de seis hijos,
dos de los cuales, Arthur y Fredrick, alcanzaron posteriormente tal como él,
distinción literaria.
Algunos detalles interesantes
sobre su infancia nos han sido otorgados por su hermano mayor en un libro
biográfico, Hugh. Ciertamente él no
parece haber sido una gran promesa en ningún ámbito durante esos primeros años.
“Hablando en general – escribe su hermano – yo solía considerarlo como un niño
rápido, inventivo, y con una mente muy activa, completamente poco
sentimental. Se encontraba probando
hacer varias cosas a la vez, pero era impaciente y volátil. Nunca se hizo
problema y en consecuencia, nunca hizo nada bien.”
En 1885 ganó una beca para Eton, e
ingresó al colegio en septiembre. Su hermano mayor Arthur era en esa época
profesor ahí. Después de tres o cuatro años decidió que deseaba competir para
ingresar al Servicio Civil de la India, y en vista a darle una mejor
oportunidad de éxito, fue retirado de Eton
al centro de entrenamiento en Wren, ubicado en Londres. No está del todo
claro si Hugh tomó su trabajo de preparación para el Servicio Civil de la India
en serio. De todas formas cuando llegó el verano de 1890, él no lo aprobó, y
decidió que entraría en el Trinity College de Cambridge a estudiar para los
Classical Honours ( Classical Tripos, actuales en Cambridge. n. del trad.)
Parece no haber trabajado muy duro y no se mostraba como ninguna promesa
intelectual. Teniendo eventualmente decidido tomar las Órdenes, hacia 1892 se
fue a estudiar con el dean Vaughan (Charles John, n. de trad.) de Llandaff y fue
ordenado diácono por su padre en la iglesia parroquial de Craydon en 1894.
Comenzó su trabajo clerical en la misión de Eton, y completó su ordenación en
1895, sin embargo a finales de 1896 su salud sufrió un quiebre y fue a Egipto
en el invierno junto a su madre y su hermana.
Fue ahí donde Hugh comenzó a tener
dudas acerca de la Iglesia Anglicana. Cayó en la cuenta en lo pequeña que era
su iglesia. Era tenida por extranjera y parecía ser algo llevado por los
ingleses donde quiera que ellos iban, tal como el baño de goma hindú – para
usar su propio símil, un tanto irreverente. Lucía como extranjera en el país
donde era plantada.
Entrando a una iglesia católica en
un pueblo en Egipto fue impresionado por el contraste. Era un pobre y pequeño
edificio de adobe, pero parecía ser tan
visiblemente parte del lugar, que por primera vez se le ocurrió pensar seriamente que Roma podía estar en lo
correcto después de todo. Estos inconfortables sentimientos se profundizaron
cuando regresó a casa a través de Palestina, sin embargo un año en Kemsing como
cura, calmó en algo su ansiedad. Fue entonces que concibió el deseo de llevar
una la vida religiosa y fue aceptado como novicio en la Comunidad de la
Resurrección en Mirfield. Los dos
primeros años fueron dedicados al estudio y finalmente en Julio de 1901 hizo los
votos.
Hugh fue destinado a pasar dos años
más en Mirfield, el primero de los cuales fue lo suficientemente feliz, pero
entonces volvieron las antiguas
dificultades y éstas se intensificaron a tal punto que hubo de dejar la
comunidad alrededor del verano de 1903, y fue recibido en la Iglesia Católica
en Septiembre del mismo año.
Nos ha dejado un recuerdo de los pasos que lo condujeron a su conversión
(Confesiones de un converso), y nos parece conveniente resumirlos entonces
brevemente. Gradualmente había visto la “necesidad de una Iglesia Docente para
preservar e interpretar las verdades del cristianismo a cada generación
sucesivamente”, y observó también que esta misma Iglesia Docente debía estar
consciente del tesoro que se le había encomendado a su cargo. Cuando consideró
a la iglesia anglicana, se dio cuenta que no correspondía a sus expectativas.
Diversos puntos de vista eran permitidos en ciertos aspectos vitales, tal como
el sacramento de la Penitencia. Él mismo estaba convencido de que era esencial
para el perdón de los pecados mortales y que además formaba parte integral del
sistema sacramental instituido por Jesucristo. Pero aunque este punto de vista
era tolerado, “prácticamente todos los obispos lo negaban, y algunos negaban incluso
el poder de la absolución”. En otras palabras, él simplemente estaba enseñando
su propia y privada opinión en esta materia, la cual en definitiva estaba muy
lejos de lo que a la iglesia anglicana concernía. Observó la falacia de confiar
en las fórmulas escritas, las cuales pueden ser interpretadas en muchos
sentidos, sin que se encuentre una voz viva que declare su real significado y
una iglesia que “apelara meramente a las palabras antiguas no sería más que una
sociedad anticuada”. En este caso en particular, estaba el asunto del
Sacramento de la Penitencia. Él deseaba saber si debía o no enseñar a los
penitentes si ellos debían confesar sus pecados mortales antes de la comunión,
pero no obtuvo una respuesta satisfactoria. Pero éste fue un ejemplo de muchos,
pues fueron muchas otras las cuestiones que lo preocuparon y sobre las cuales
no obtuvo una enseñanza definitiva de parte de la iglesia anglicana. Dicho en
sus propias palabras: “En torno a mí veía una Iglesia que, aunque aceptable en
teoría, era inaceptable en la práctica”. Y por otro lado, miraba a la Iglesia
Católica, a la cual ciertamente conocía por cuenta propia, enseñar con la más
refrescante claridad las materias que a él le aproblemaban. Sin embargo, ahí
existían dificultades en la manera de aceptar sus afirmaciones, tal como la
definición de la Inmaculada Concepción en el siglo XIX y las demandas papales.
Para Hugh no hubo más remedio que
lanzarse a ciegas en este desconcertante laberinto de controversia y leer qué
era lo que decían los partidarios de la Iglesia Católica y sus oponentes sobre
estas materias. Gradualmente comenzó a realizar cosas que nunca antes había
hecho. Una de estas cosas fue encontrar que la verdadera Iglesia Católica podía
no era solamente un asunto de erudición, pues no podía ser que los ignorantes y
cortos de ingenio estuvieran en una manifiesta desventaja en materias de
salvación: “Ahora sabía que la sencillez y la humildad eran mucho más
importantes que los conocimientos patrísticos”. Las palabras de Nuestro Señor adquirían
un profundo significado bajo esta nueva e insospechada luz: “En verdad os digo,
si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entrareis en el Reino de los
Cielos.” (Mt. 18, 3) Comenzó a orar más ardientemente que nunca por luz, y en
esta etapa de su viaje encontró libros que lo ayudaron especialmente “a romper
con las dificultades que aún se me planteaban con relación a Roma y con los
últimos remanentes de teoría que todavía
me mantenían unido a la iglesia de Inglaterra.” Estos libros fueron: Doctrine and Doctrinal Disruption de
Mallock, England and the Holy See, de Spencer Jones y The Development of
Doctrine, de Newman; el último de los cuales fue: “el que como arte de magia
disipó la niebla flotante, dejando ante mi vista la Ciudad de Dios con toda su
fuerza y su belleza”. Contempló a la Iglesia Católica como la verdadera Iglesia
que por siglos ha permanecido “sobre el fundamento inconmovible del Evangelio”.
Reconoció en Ella a la Esposa Mística de Cristo, y dificultad tras
dificultad se fundieron mientras
observaba su rostro. Entonces, se volteó y contempló nuevamente a la iglesia de
Inglaterra y advirtió un extraordinario cambio, “…no es que ya me fuera
imposible amarla…Ella poseía ciento de virtudes, un lenguaje delicado, un
pensamiento romántico; una aroma placentero a su alrededor. Ella era
infinitamente agradable y conmovedora; tenía la ventaja de vivir en la penumbra
de su propia indefinición dentro de casas espléndidas que no había edificado;
su estilo era gracioso y sus expresiones refinadas; su música y su lenguaje
siguen pareciéndome extraordinariamente hermosos. Y por encima de todo, a la
madre nutricia de muchos de mis amigos y durante treinta años también a mí me
educó y me cuidó con indulgente cariño. (…) Ahí pues, se erguía mi antigua
señora, amante y apasionada, reclamándome como a su servidor por vínculos
humanos. Del otro lado, en medio de una llamarada de intensa luz, se erguía la
Esposa de Cristo, dominante e imperiosa, pero con una mirada en sus ojos y una
sonrisa en sus labios que sólo podían proceder de una visión celestial,
reclamándome, no porque aún hubiera hecho algo por mí, no porque yo era un
inglés que amaba los caminos ingleses o incluso el italiano si fuese el caso,
sino que simple y llanamente yo era un hijo de Dios, y porque a ella Él le había
dicho: llévate a este hijo por mí y yo te pagaré lo que gastes. Porque en
definitiva, Ella era Su Esposa y yo era Su hijo”. En otras palabras, ahora él
se había convencido de la verdad de las demandas de la Iglesia Católica, pero
sintió que era su deber seguir en
conexión con la Comunidad de Mirfield.
Los meses que transcurrieron después de que Hugh abandonó Mirfield, y
antes de ser recibido en la Iglesia Católica, los pasó en Tremans, la retirada
casa de su madre en Horsted Keynes en Sussex. Se había formado en su mente que
era su deber convertirse en católico, y esto se lo dejó en claro a su madre,
con la cual no tenía secretos, pero a pedido de ella, había esperado con el fin
de darse tiempo para reaccionar si tal cosa sucedía. Pasó el tiempo escribiendo
una novela histórica: “¿Con qué autoridad?”, una ocupación que no solamente le
dotó de seguridad y valor para su espíritu sometido a una dura prueba, sino que
también le permitió observar más claramente que nunca que la comunión anglicana
no poseía una identidad de vida con la antigua Iglesia de Inglaterra. Desde el
comienzo de Septiembre, la novela se encuentra avanzada en sus tres cuartas
partes y el 11 de Septiembre de 1903 su autor fue recibido en la Iglesia
católica en Woodchester por el padre Reginald Buckler,o.p.
Hugh Benson abandonó Inglaterra por Roma en la festividad de Todos los
Santos de 1903, y antes de atravesar el canal, tuvo la satisfacción de darle
sus últimos toques a su primera novela, ¿Con qué autoridad?. Un año después
volvió a Inglaterra debidamente ordenado como sacerdote de la Iglesia Católica,
estableciéndose pronto en Cambridge, donde instaló su residencia junto a monseñor Barnes en
Llandaff House. Pasó dos o tres años en Cambrigde, hasta que comenzó a caer en
la cuenta de que su trabajo tendía más en dirección a la escritura y a la predicación que en la
mera labor pastoral. Por otra parte, ahora estaba comenzando a tener ingresos
por sus libros y por tanto, era capaz de poner en práctica un proyecto que ya
tenía forma en su mente. Se propuso hacer para sí mismo un hogar en algún lugar
apartado, donde podría estar libre de interrupciones y donde podría escribir y
leer, y de vez en cuando salir a predicar cuando se presentara la ocasión. “Una pequeña
capilla perpendicular y una casa blanqueada de cal al lado, es precisamente lo
que ahora deseo”, escribió por aquel tiempo: “debe estar en un dulce y secreto
lugar preferentemente en Cornwall (Hugh, pág 14). El resultado fue que adquirió
una casa en el caserío de Hare Street cerca de Butingford, donde pasó los
últimos siete años de su vida.
(continuará....)