Paradojas del
Catolicismo
La Paz y
la Guerra
Bienaventurados
los pacificadores, porque ellos serán llamados Hijos de Dios. (Mateo 5, 9)
No
creáis que he venido a traer paz sobre la tierra. No he venido a traer la paz,
sino la espada. (Mateo 10, 34)
Hemos considerado que una y misma es la clave de las Paradojas de los
Evangelios y las Paradojas del catolicismo: que la Vida que los produce es al
mismo tiempo Divina y Humana. Vamos a considerar a continuación cómo ésta
resuelve las del catolicismo, especialmente aquellos cargos que nuestros
adversarios reclaman contra ella. Porque vivimos días en que el catolicismo ha
dejado de ser considerado por los hombres inteligentes como algo demasiado
absurdo para ser discutido. Motivos concluyentes son dados por aquellos que
permanecen fuera de nuestras fronteras, por la actitud que ellos sustentan.
Estas acusaciones categóricas que son hechas hacen necesario que deban ser
aceptadas o refutadas.
Ahora bien, aquellos que permanecen
fuera de los muros de la Ciudad de la Paz en verdad no saben nada acerca de
cómo sus ciudadanos conducen sus vidas, nada acerca de la armonía y
conciliación que solamente el catolicismo puede dar. Sin embargo, puede ser que
en ciertos lugares en los largos contornos de la ciudad contra el cielo, en el
lugar que ocupa en el mundo, en su amplio efecto sobre la vida humana en
general, bien puede ser que estos observadores independientes puedan saber más
que el devoto que vive dentro. Vamos entonces a considerar sus reflexiones no
necesariamente como totalmente falsas. Puede ser que ellos hayan captado
vistazos que nosotros hemos omitido y relaciones que cualquiera de nosotros da
por aceptado o hemos fallado por completo al verlas. Puede ser que estas
acusaciones resulten ser nuestras encubiertas credenciales.
I- Hemos dicho que
cada religión digna de ese nombre, tiene como su principal objetivo y su
principal demanda a considerar el establecimiento o el fomento de la paz entre
los hombres. Señaladamente esto fue así en los primeros días de la cristiandad.
Fue esto lo que el gran Profeta predijo acerca de la labor de su Divino Fundador cuando viniese sobre la
tierra. La naturaleza recobrará su armonía perdida y la discordia entre los
hombres cesará cuando Él, el Príncipe de la Paz se aproxime. Las grandes
bestias yacerán juntas en amistad. El
león y el cordero, el leopardo y el niño. Es más, fue un mensaje de paz el
que los ángeles proclamaron sobre Su cuna en Belén. Fue el Don de la Paz el que
él mismo prometió a sus discípulos. Fue la
Paz de Dios que sobrepasa a todo conocimiento la que el gran Apóstol elogió
de sus conversos. Entonces, tal como lo dijimos, esto es la esencia del
catolicismo. Esta es la suprema bendición de los pacificadores: que ellos serán
llamados Hijos de Dios.
Sin embargo, cuando nos volvemos al
catolicismo se nos hace ver que él no es un recolector, sino un dispersor; que
la Iglesia no es una hija de la paz, sino una madre de desunión. ¿Existe hoy en
Europa un país atormentado, retóricamente hablando, que no le deba a los
reclamos del catolicismo parte de su propia miseria? ¿No es sino el catolicismo
el que subyace en el corazón de la lealtad dividida de Francia, en la miseria
de Portugal o en las discordias de Italia? Miramos atrás en la historia y
encontramos el mismo cuento donde sea. ¿Qué fue lo que en la política de
Inglaterra produjo tantos disturbios desde el siglo XII hasta el siglo XV, y la
desgarró en dos en el siglo XVI, por una resuelta rebeldía de esta nación
adolescente a la tiranía de Roma? ¿Qué subyace en las guerras religiosas de
Europa; detrás del Fuego de Smithfield, del potro de Isabel; del sangriento día
de San Bartolomé sino la intolerante e intolerable religión que no llegaría a
ningún acuerdo incluso con el más razonable de sus adversarios? Desde luego que
es imposible determinar en conjunto la culpa al decir que en muchas instancias
fue el católico el agresor, sin embargo, no es menos cierto decir que los
principios católicos son los que dieron la ocasión, y el católico reclama ser
la infeliz causa de todos este incalculable torrente de miseria humana.
Tal como hemos dicho cuán singularmente
diferente es esta religión de la discordia a la religión de Jesucristo; a todos
aquellos reclamos dogmáticos y disciplinarios a la mansedumbre del Pobre Hombre
de Nazaret. Si la verdadera cristiandad se haya hoy presente en cualquier
lugar, entre éstos se haya oculto, y más bien debe buscarse entre nuestros
humanitarios gentiles de cada país. Hombres que luchan por la paz a toda costa,
hombres entre cuyas principales virtudes están aquellas de la tolerancia y la
caridad. Hombres que, en su caso, se han ganado la bienaventuranza de ser
llamados hijos de Dios.
II.- Demos una
vuelta a la vida de Jesucristo a partir de la vida del catolicismo. De hecho, en principio parece como si el
contraste pareciera estar justificado. Nosotros no podemos negar los cargos de
nuestros críticos. Cada una de sus afirmaciones históricas son verdad, y además
es verdad que el catolicismo ha dado ocasión para más derramamiento de sangre
que cualquiera de las ambiciones o celos humanos.
Además es cierto que Jesucristo pronunció
esta bienaventuranza; que él pidió a sus seguidores buscar la paz y que Él les
recomendó, en el climax de su exaltación, la paz que solamente Él podía
otorgar.
Sin embargo, cuando lo observamos más de
cerca el caso no es tan simple. Primero porque, ¿qué fue de hecho, el efecto
directo e inmediato de la Vida y Personalidad de Jesucristo sobre la sociedad
en la cual Él vivió sino esta gran discordia, este gran derramamiento de sangre
y miseria, que son los cargos que se levantan contra su Iglesia? Fue
precisamente por esta cuenta que Él fue entregado a las manos de Pilato. Él
irritó a la gente. Se ha hecho a sí mismo rey. Es un contencioso, un demagogo,
un ciudadano desleal, un peligro para la paz de Roma.
En efecto, aquí parece haber sido de
excusa para estos cargos. No fue el lenguaje del moderno “humanitarismo” de los
modernos tolerantes “cristianos” el que salió de los labios divinos de
Jesucristo. “Id y decid a esas raposas”.
Él reclama a los gobernantes de su gente: “¡Ay
de vosotros sepulcros blanqueados por dentro lleno de huesos de muertos!
¡Vosotros víboras!” Este es el
lenguaje que él usó para con los representantes de la religión de Israel. ¿Es
este el tipo lenguaje que oímos de parte
de los modernos líderes del pensamiento religioso? ¿Podría tal lenguaje ser
tolerado en un momento por los humanitarios púlpitos cristianos hoy? ¿Es
posible imaginar un lenguaje más enardecedor, con más “anticristianos
sentimientos”, como lo llaman hoy, que
estas palabras pronunciadas por nada menos que por el Divino Fundador del
cristianismo? ¿Qué hay de esa sorprendente escena cuando lanza las mesas en el
atrio del templo?
Y en cuanto al efecto de tales palabras
y métodos, nuestro Señor mismo es bastante explícito. “No se confundan” - clama
al moderno humanitarismo que reclama para sí el representarlo a Él – “No se
confundan porque no he venido a traer la paz a cualquier precio. Hay cosas
peores que la guerra y el derramamiento de sangre. Yo no he venido a traer la
paz, sino la espada. Yo he venido para dividir a las familias, no a unirlas; a
desgarrar a los reinos, no a soldarlos. Yo he venido a poner a la madre contra
la hija y a la hija contra la madre. Yo no he venido a establecer la tolerancia
universal, sino la Verdad universal”
¿Cómo entonces se
concilia esta paradoja? ¿En qué sentido puede ser posible que el efecto de la
Personalidad del Príncipe de la Paz, y por lo tanto de su efecto sobre Su
Iglesia a pesar de que clama ser amigo de la paz, no debe ser la paz, sino la
espada?
III.- Ahora bien
(1), la Iglesia Católica es una sociedad humana. Es decir, está constituida por
seres humanos. Humanamente hablando ella dependerá de las circunstancias
humanas. Ella puede ser asaltada, debilitada y desarmada por enemigos humanos.
Ella mora en medio de la sociedad humana, y tiene que tratar con la sociedad
humana en la que está.
Si ella no fuera humana, si ella fuese
meramente una sociedad divina, una lejana ciudad en los cielos, un lejano
futuro ideal a la que la sociedad humana se está aproximando, no existiría
conflicto en absoluto. Ella nunca se encontraría cara a cara con el shock de
las pasiones y de los antagonismos de los hombres. Ella podría suprimir, de vez
en cuando, sus Consejos de Perfección,
su llamado a la vida más elevada, si no fuera porque estos son principios
vitales y actuales que está obligada a propagar entre los hombres.
Además, si ella fuera meramente humana,
ahí no habría conflicto. Si ella de verdad estuviera ascendiendo desde abajo,
como simple resultado de un finísimo pensamiento religioso del mundo, como el mayor sello de agua del logro
espiritual, ella podría comprometerse, contenerse, y permanecer en silencio.
Sin embargo, ella es ambas cosas: divina
y humana, y por lo tanto, su guerra es cierta e inevitable. Porque ella habita
en medio de los reinos de este mundo y éstos están constituidos, hasta el día
de hoy, sobre bases completamente humanas. Los hombres de estado y los reyes,
hasta el presente, no fundan sus políticas sobre consideraciones
sobrenaturales. Su objetivo es el gobierno de sus súbditos, promover la paz y
la unión de éstos. Si es necesario hacer la guerra, en nombre de la paz de sus súbditos,
en un plano completamente natural. El comercio, las finanzas, la agricultura,
la educación para las cosas de este mundo, la ciencia, el arte, la exploración,
las actividades humanas en general, éstos en su aspecto puramente natural son
el objeto de casi todos los hombres de estado modernos. Nuestros gobernantes
están, en sus facultades públicas, ni a favor ni en contra de la religión. La
religión es un asunto privado para el individuo, y los gobernantes permanecen a
un lado, o en todo caso, confiesan hacerlo.
Y es en esta clase de mundo, en esta
moda de la sociedad humana, que la Iglesia Católica, en virtud de su humanidad,
está obligada a habitar. Ella también es un Reino, aunque no de este mundo, sin
embargo está en él.
(2) Porque ella
también es Divina, es decir, su mensaje contiene un número de principios
sobrenaturales revelados a ella por Dios. Ella está constituida
sobrenaturalmente. Ella reposa sobre bases sobrenaturales. Ella no está
organizada como si este mundo lo fuera todo. Por el contrario, ella
definitivamente coloca el Reino de Dios primero y a los reinos de este mundo,
de modo definitivo, en segundo lugar. La Paz de Dios primero y la armonía entre
los hombres después.
Por lo tanto, ella está sujeta a ser
ocasión de desunión cuando sus principios sobrenaturales chocan contra los
principios de naturaleza humana. Por ejemplo, sus leyes sobre el matrimonio
están en conflicto con las leyes sobre el matrimonio de la mayoría de los
estados modernos. No sirve de nada decirle que modifique estos principios.
Sería como decirle que cesara de ser sobrenatural, que cesara de ser ella
misma. ¿Cómo podría ella modificar lo que ella cree que es su Divino Mensaje?
Puesto que ella está organizada sobre
una base sobrenatural, hay ahí elementos sobrenaturales en su propia
constitución, los cuales no puede modificar más que los dogmas. Recientemente
en Francia a ella le ofrecieron, si lo hiciera, el reino de este mundo. De hecho, se le propuso
que podría retener su propia riqueza,
sus iglesias y sus casas para rendir su
principio de llamamiento espiritual al Vicario de Cristo. Si ella hubiera sido
solo humana, ¡cuán evidente hubiera sido su deber! ¡Qué inevitable hubiera sido
para ella modificar su constitución en concordancia con las ideas humanas y
para preservar sus propiedades intactas! ¡Cuán enteramente imposible debe ser
tal ganga para la sociedad que es tan divina como humana!
¡Entonces a tomar coraje! Deseamos la
paz por sobre todas las cosas, esto es, la Paz de Dios, no la paz que el mundo
que puede darla y después quitarla también. No la paz que depende de la armonía de la naturaleza con la naturaleza, sino de la naturaleza con la
gracia.
Mas, mientras el mundo esté dividido en
fidelidades; mientras el mundo, o un país, o una familia o incluso el alma
individual base en sí mismo los principios naturales divorciados de los
divinos; mientras a este mundo, a este país, a esta familia y a este corazón
humano la religión sobrenatural del catolicismo les brindará la espada, no la
paz. Y lo hará hasta el final, hasta el final mundial aplastante del Armagedón
mismo.
“Yo vengo” – clama el Jinete sobre el
Caballo Blando – “a traer la paz, pero una paz que el mundo jamás sueña. Una
paz construida sobre los eternos
cimientos del mismo Dios, no sobre las movedizas arenas de los acuerdos
humanos. Y hasta que la Visión claree, debe haber guerra, en efecto, hasta que
la Paz descienda y sea aceptada. Hasta entonces, más vestidos deben ser
salpicados con sangre y desde mi Boca vendrá de vuelta no la paz, sino la
espada de doble filo”.