Hace algo más de un mes que comenzamos un
nuevo año lectivo aquí en la universidad. Se ven caras nuevas en el campus y me
da la impresión que, en general, hay más alumnos nuevos que el año pasado no
así en mi instituto. En fin, a pesar de la baja en la cantidad de alumnos de
primer año mi trabajo como jefe de docencia este primer mes ha sido, como todos
los años, muy intenso con el papeleo, los horarios y las dudas de los alumnos
nuevos que entran y salen de mi oficina a cada rato. Estuve esta mañana con
tanto ajetreo que se me pasó la hora del almuerzo y a eso de las tres de la
tarde recién pude ir a engañar a mi pobre estómago que rugía con lamentos de
hambre desde el mediodía. Me dirigí entonces, bajo el abrazador sol de estos
días, al sucucho de amasandería a donde voy a merendar - para no llamarle
almuerzo - al menos una vez a la semana, y el cual está ubicado a
una cuadra de la universidad. A mi mujer no le hace gracia que yo concurra a
este local porque lo encuentra poco higiénico y de mal aspecto. Le doy la razón
en ambos puntos, pero a pesar de su apariencia el lugar me gusta porque las
empanadas son riquísimas, el rincón donde hay un par de mesas tiene una vista
espectacular y el dueño es un tipo muy simpático que me deja llevar mi propio
bebestible y no tengo que comprarlo ahí. Siempre está lleno de estudiantes
hambrientos que se gastan sus monedas en algún pan amasado con jamón y queso o
en una empanada frita o de horno.
Me instalé en la mesita que ocupo
siempre, junto a la ventana, esperando a que el dueño del local me llevara mi
pedido mientras me tomaba mi bebestible. La amasandería tiene solo unas
pocas mesas, unas tres o cuatro, de modo que es el mismo dueño el que las
atiende. Finalmente, al cabo de unos minutos me trae mi fragante empanada y
mientras la dejaba en la mesa, me metí la mano al bolsillo de mi pantalón para
darle una propina. Grande fue mi sorpresa cuando al hacerlo me encontré con una
carta, una carta que me había pasado mi ayudante en la mañana y que por trajín
de la jornada había olvidado por completo. Al panadero le entregué una buena propina que
agradeció dejando a mi lado un pocillo con pebre.
Me
quedé pensando en el momento en que Rafael, mi ayudante, me había entregado la
carta, y lo había hecho tal como se entrega el testimonio en una carrera de
posta en atletismo cuando ya iba él con bastante retraso corriendo a una clase.
- Hola profesor, chao profesor...un
hombre, que dijo ser un conocido suyo, le dejó esta carta.
Olvidada por completo había estado
escondida en el fondo del bolsillo de mi pantalón y ahora la tenía en mis
manos. El sobre, un tanto arrugado, iba dirigido a mi muy solemnemente: Sr.
Ph.Dr. Mateo Mansfield, presente, pero no tenía remitente y a esa altura estaba
yo intrigado por completo. ¿Quién podía haberme dejado una carta y no me había
esperado sabiendo que mi oficina está siempre abierta y dispuesta para una buena
conversación con un café recién molido? Abrí el sobre y leí lo siguiente:
"Me han
comentado de su forma de pensar y de enseñar, por lo que quisiera comentar lo
que he visto en la sociedad que vivimos. La plena descortesía, humillaciones,
profanaciones e insultos de unos a otros. Ya la gente no se preocupa del otro,
de sentir por el prójimo. Prefiere pisotearlo y reírse de él.
Esto es
producto de que la mayoría de nuestros pastores se han dedicado a no
preocuparse de su rebaño y de la enseñanza de sus Padres. Las jóvenes que usan
la sexualidad para obtener cosas o logros (casa, auto, ascensos, dinero, etc)
pisoteando al resto. Jefes que abusan de su posición contra sus subordinados.
Ladrones que violentan la seguridad de los moradores en sus casas y no temen
matar a una persona.
¿Por qué la
sociedad ha perdido los valores y principios morales que se requerían para
tener una sana convivencia? Ahora solo hay gritos, en vez de conversar. Engañar
en vez de ser veraz. Estafar cuando no están satisfechos con su propio dinero.
Pisotear al otro, en vez de ser amable con el. Abusar del amor cuando no se
debería.
¿Cómo hemos
llegado a esta situación?
Nuestros
pastores haciendo, algunos, oídos sordos a ciertas situaciones. Cuando deciden
actuar, solo lo hacen por una sola vía: el vaticano y no por la otra vía:
justicia civil. Deben darse ambas vías. Personas que cuando van a
comulgar, literalmente, arrollan a otras personas para llegar al sacerdote, y
este no les reprocha que están frente al objeto más sagrado que existe en el
mundo. Abuso y re-abuso de los “ministros de comunión”, que solo deben actuar
cuando exista REAL necesidad. ¡Sus manos no están consagradas y tocan el objeto
sagrado, y el Sacerdote lo aprueba!
¡El Sagrario
apartado del centro de la parroquia o capilla del lugar de donde debería estar!
Y nadie (sacerdote incluido) le llame la atención.
¿Cómo
cambiaron tanto los Valores de antaño con los “nuevos”?
¿Qué me
dirá, Sr. Profesor, de todo esto?"
La releí varias
veces. La carta era un bombardeo de temas salpicados por aquí y por allá.
Los primeros haciendo referencia a la sociedad en general y los segundos
relativos a la Iglesia. Por el tipo de
pregunta y el lenguaje que usaba de inmediato supe quién era el misterioso
personaje epistolar: un atormentado amigo que vive buscando respuestas y que
por más que yo me esfuerce en responder parece no quererlas entender. Acude a
mí buscando consejo, pensando en que soy una gran eminencia que puede
responderlo todo, y no entiende que no soy ningún sabio ni un iluminado y que
mi sabiduría (si es que puedo denominarla así) únicamente radica en intentar
escuchar y asimilar lo que los grandes maestros, aquellos que nos conducen a la
Verdad, han enseñado, y de entre todos estos maestros el único que puede ser
llamado con autoridad Maestro. Puedo formular miles de respuestas, llenar
cartas y cartas con consejos que casi llegan al borde de convertirse en lugares
comunes, puedo citar y citar las SS.EE, palabras de santos y filósofos, pero si
su espíritu no está llano a querer que esas palabras se hagan algo concreto en
su vida, no saco en limpio absolutamente nada. Palabras perdidas, palabras que
se las lleva el viento. El oído, o la vista en este caso, puede estar presto a
escuchar o a ver, pero si la voluntad iluminada por la inteligencia no quiere
asimilarlo no es mucho lo que sirve dar respuestas.
Terminé mi colación, volví a guardar la carta en el bolsillo y me fui directo a mi oficina a responderla. Suponía que mi amigo estaba realmente interesado en que yo contestara, en la medida de los posible, a sus inquietudes, así que me senté frente a mi notebook y me puse a escribir lo que pensaba acerca de todo este aluvión de interrogantes.
Mi
estimado amigo en Cristo:
Creo
que son demasiadas cosas las que preguntas que me planteas. Sé que te
atormentan porque las sufres a diario y comprendo tu rabia y tu angustia, pero
debes – y recalco el debes – elevarte por sobre ellas y buscar paz a tu
espíritu. Por el momento te diré lo que pienso acerca de tus cuestionamientos
sociales, es decir, de la primera parte de tu misiva. Te quedaré debiendo mi
visión acerca de la segunda parte, haré todo lo posible por responder pronto a
sabiendas que por el momento estoy colapsado de trabajo.
Lo que nosotros como católicos estamos soportando
es el hedor que viene de un cuerpo podrido. Este cuerpo es la sociedad que se
infectó cuando sacó a Dios de su vida. Arrancó de a poco a Dios de su vida
dejando la herida abierta sujeta a que en ella entren gérmenes y bacterias,
(léase liberalismo entre otros) que la han enfermando aniquilándose poco a
poco, yendo contra sí misma producto de su locura, tal como se enferma un
cerebro humano cuando las bacterias llegan a la cabeza. Y así han pasado los
años y las generaciones y el abandono de Dios y de la práctica religiosa nos
tienen a nosotros, ¡pobres de nosotros!, sufriendo esta herida que supura por
todos lados y que esperamos de una buena vez reviente y sea curada de cuajo. La
sociedad está enferma, el hombre moderno está enfermo porque le falta Dios. Tanto individual como colectivamente prefiere
seguir en este pus, revolcándose en sobre sí mismo haciendo oídos sordos a ese
grito en su ser más íntimo que no es otro que el llamado de Dios para que
vuelva a Él, a darse cuenta que está mal. Desde que Dios ya no reina en la sociedad,
a ésta no le importa agradarlo ni servirlo, ni cumplir con sus mandamientos. Lo
que ella haga no tiene ya consecuencias para la eternidad, y sus fines son emanantista
y hedonistas, y el desenfreno es total.
Observa,
amigo, como el sentido común ha desaparecido y que estamos teniendo que llegar
al absurdo de defender lo que antes jamás hubiéramos pensado era necesario
defender. El mundo está patas para arriba, eso es obvio. Tenemos que andar
cuidándonos de ofender a sensibilidad estúpida de las cabezas termocéfalas que
se arrojan el ser la voz de la mayoría.
Las
almas de los hombres están confundidas y eso les trae insatisfacción e
inconformismo, entonces para poder llenar ese vacío se arrojan como unos locos
a abrazarse a sí mismos buscando el placer y las diversiones que ahora tienen
por montones. La vida está para pasarla
bien, ¡qué va! Nos encontramos rodeados de gente que acumula en su interior
muchas frustraciones y problemas, y así va acumulando y acumulando esta rabia
que tiene que reventar por algún lado y revienta a la primera oportunidad desatando
su rabia con el pobre mortal que se cruzó en su camino y que por casualidad le
golpeó el auto o le hizo perder el tiempo con un descuido, ejemplos hay por
miles. Por consiguiente, como anda alterado, el pobre tipo estresado se
desquita con el que se le atravesó y vamos, lo insulta, lo denigra, lo agrede y
hasta en algunos casos puede llegar a matarlo. ¡Si te matan por un móvil! ¡te
matan porque los miraste feo! Porque el que te molesta es una cosa, un estorbo.
No es un prójimo, no es un alter Christus, y como toda caridad viene de Dios,
al enfriarse esta ya no nos estamos mirando como criaturas de Dios creadas para
amar, conocer y servir a Dios, sino como un desconocido al que me está
permitido ofender y humillar. La descortesía, la falta de caballerosidad, el
egoísmo, la prepotencia, la falta de empatía, el resentimiento y todo lo que
dices son fruto de la falta de la Caridad porque Dios ya no reina en nuestras
almas, ni en las familias ni en la sociedad.
Esa es la radiografía del mundo en el que
estamos. ¿Qué podemos hacer nosotros para sobrevivir en esta selva y no
pegarnos un tiro, o volvernos locos, o acriminarnos con alguien? Si sufrimos a
la sociedad es porque Dios quiere que en medio de el hedor seamos luz y
combatamos. No creas que voy a sentarme contigo a lamentarme por lo que te pasa
con la gente, no, no voy a animar tu desconsuelo para llorar juntos, sino que voy
a animarte a combatir y a ser uno de los que lleve la antorcha de la Fe. Dice
el cardenal Newman que el combate es señal genuina de un cristiano. El combate
no solo contra el demonio y la carne, sino contra el mundo. No somos del mundo
y debemos procurar salvar nuestra alma con los medios que Dios no da. Esto es
para valientes y para hombres con coraje, como aquellos pequeños hobbits que
demostraron tenerlo más que nadie frente a las puertas de Mordor. Se combate al
mundo con firmeza, pero con caridad, siendo lo que somos, verdaderos hijos de
Dios. Donde Dios me ha colocado, contra todas las pruebas a la que a diario
somos sometidos, ahí tenemos que estar de pie con nuestras armas espirituales llevando la Bandera del Rey.
Estás lleno de cuestionamientos, está bien, no
somos unos seres irracionales incapaces de reflexionar sobre nuestra
existencia. Pero todo tiene un límite y el límite es no quedarse exclusivamente
con las preguntas. El “Por qué” y el “para qué” a veces terminan por
enloquecernos. Las preguntas están ahí, desde que el hombre eligió ponerse en
el lugar de Dios y darle la espalda y lamentable (o afortunadamente porque
nuestra salvación está más cerca) el misterio de la iniquidad opera con más
fuerza hoy, perdemos cada día más, la poca inocencia que nos quedaba. Que no te
extrañe que las cosas sean así, desde el momento en que los hombres asesinan a
sus propios hijos dentro del vientre de sus madres, cualquier cosa se puede
esperar.
Si algo puedo aconsejarte es a ignorar el mal que
viene de nuestros coetáneos. Ya, te doy el punto, los demás nos humillan, nos pisotean,
nos maltratan, nos deprecian, somos incomprendidos, perseguidos, tratados injustamente.
¿Y? ¿voy a quedarme dándome pena a mí mismo o levantaré la cabeza, tomaré mi
arma y seguiré luchando por ser un ejemplo, tratando de, en medio de los
demonios, ser santo? ¿acaso nuestro Señor no sufrió lo mismo? ¿Qué somos
nosotros para pedir menos? El sufrimiento espiritual es incluso muchas veces
mayor que el físico y es insoportable, pero tiene que ser por algo: nos debe
conducir al Cielo. No somos unos resentidos. porque nosotros no podemos serlo
si tenemos fe. Nosotros ofrecemos a Dios nuestro dolor y esperamos que sea Él
el haga justicia. " No os tengáis por sabios ni volváis a nadie mal por
mal; antes procurad obrar bien no sólo ante Dios, sino también ante todos los
hombres. Si es posible, cuando esté de vuestra parte, vivid en paz con
todos los hombres; no os venguéis, amados míos, mas dad lugar a que pase la
ira, porque escrito está: A mí me pertenece la venganza; Yo haré justicia, dice
el Señor". " No te dejes vencer del mal, sino vence el mal con
el bien" ( Rom. 12, 16 -21) No podemos anidar en nuestro
corazón odio hacia estas personas que nos hacen sufrir. No los odiamos, los
superamos, vamos más allá, seguimos nuestro peregrinaje. Nos apartamos, dentro
de lo posible, con nuestro silencioso padecimiento, que debiera ser un alegre padecimiento,
y vamos por la vida siendo luz, no dejando de ser lo que somos: amables,
educados, pacientes. Estamos siendo ayudados misteriosamente a través de la
oración de nuestros hermanos en la fe. Nos asisten los sacramentos y en la
Santa Misa encontramos la fuente de salud que sana nuestros corazones
heridos. "Como maltratados, aunque no muertos; como tristes, estando
siempre alegres; como necesitados, aunque hemos enriquecido a muchos; como que
nada tenemos, y todo lo poseemos...", dice San Pablo.
Por
último, y te lo repito: no estés dándole vueltas en tu cabeza a las acciones
que se hacen en tu contra. Es el demonio que quiere torturar tu alma y hace que
te revuelques una y otra vez pensando en todo lo que la gente te hace sufrir,
en lo mala que está la sociedad, eso ya lo sabemos, ¿voy a lamentarme
eternamente por eso? No, no se puede vivir así, es una tortura. Cada uno tiene
su propia cruz y por Dios que hay gente que lo está pasando mucho peor que
nosotros.
Nunca
está de más recordar el evangelio del apóstol del cual llevo mi nombre, para
que sirva de consuelo y nos prepare el ánimo cuando observemos que lo que ahora
sucede se pondrá cada vez peor: “Después os entregarán a la tribulación y os
matarán y seréis odiados de todos los pueblos por causa de mi nombre. Entonces
se escandalizarán muchos, y mutuamente se traicionarán y se odiarán. Surgirán números
falsos profetas, que arrastrarán a muchos al error; y por efecto de los excesos
de la iniquidad, la caridad de los más se enfriará. Mas el que perseverare
hasta el fin, ése será salvo”. (Mt. 24, 9-13)
Tuyo
con afecto,
Mateo
Mansfield B.
p.d:
Te cuento lo siguiente para que te sirva de consuelo: están a punto de echarme
de la universidad, ja,ja,ja ¿no te parece gracioso?. Soy un inadaptado a los
nuevos tiempos y creo que, así como voy, pronto tendré que irme a vivir con mi
familia como un desterrado a algún pueblo lejano en el sur o en el norte.
¿quizás formar una colonia católica autosustentable? Lo estoy pensando…lo
estamos pensando.
p.d.
2: queda pendiente la segunda parte de tus preguntas.
Nota de Beatrice: aunque Mateo es un personaje ficticio recibió de veras esta carta de parte de uno de sus fieles lectores. Agradezco la colaboración de este sincero lector.
Nota de Beatrice: aunque Mateo es un personaje ficticio recibió de veras esta carta de parte de uno de sus fieles lectores. Agradezco la colaboración de este sincero lector.