jueves, 25 de julio de 2013

Por mor del deber

                                           
                                "Aquellos a quienes les gustaría que el Dios de la Sagrada Escritura fuera más puramente ético, no saben lo que piden. Si Dios fuera kantiano, si no nos aceptara hasta que fuéramos a Él por los motivos más puros y mejores, ¿quién podría salvarse? Y esta ilusión de autosuficiencia puede encontrarse del modo más fuerte en algunas personas muy honestas, bondadosas y templadas y, por lo tanto, sobre aquellas personas debe caer la desgracia"
                                                                                                  C.S. Lewis, El problema del dolor
 
          La cita del epígrafe anterior esta situada en un contexto que tal vez, no tenga mucho que ver con aquello hacia lo cual quiero llegar con este post, pero sin embargo ilustra de manera perfecta aquello que Kant afirmaba cuando decía que mis actos morales deben ser movidos siempre y de manera única por mor o amor al deber.  El contexto en el cual está inserto este párrafo de Lewis hace referencia aquellas personas que sólo se acuerdan de Dios cuando es el último recurso y que aún así, Dios en su misericordia y en su infinita falta de orgullo, escucha y acepta nuestras súplicas. Ahora bien, frente a algunas personas que quieren ser autosuficientes y que pretenden salvarse por una especie de voluntarismo pelagiano, Dios las hace aterrizar en su rigorismo mediante el dolor, según la tesis de Lewis.
         Este es, en fin, el contexto, pero no apunto en este caso al dolor como algo medicinal para nuestra alma. Quiero centrarme en el motivo que nos lleva a cumplir con la ley de Dios: si Dios fuera kantiano, ¿quién podría salvarse? El rigorismo es algo que está muy lejos de ser la razón por la cual debemos movernos para cumplir con Dios. Reducir la religión a una moral está, como dice Lewis muy lejos de ser la religión cristiana. La moral es importante, pero la ley moral se "cae de madura" como diríamos en el campo, pues es una consecuencia y no una causa, pues mi interés y mis acciones consisten en agradar a Dios, porque le amo, y por tanto me comporto según Él me pide que lo haga. No puedo pretender decir que amo a Dios y actúo haciendo precisamente lo contrario a lo que me pide, eso no es amar de veras y puede aplicarse también a nosotros: te amo, pero te soy infiel...¿qué clase de amor es eso?.  Si amo verdaderamente a Dios, con todo mi ser y con toda mi alma, la ley simplemente viene a completar el conjunto, puesto que - y reitero - si amo a Dios busco agradarlo y para esto cumplo con sus mandamientos. "Si alguno me ama, guardará mi palabra" (Jn, 14, 23).
         Ahora bien, Dios sabe que continuamente transgredimos sus mandatos, cayendo casi siempre en los mismos pecados aunque tengamos la mejor intención de no volverlos a cometer. Somos naturaleza caída que necesitamos de la ayuda de la gracia para poder seguir por este valle de lágrimas. "Por una parte, cuando pecamos, perdemos a Cristo, que ya no está presente en nosotros por la gracia; pero por otra, asombrosamente real y trágica, Cristo sigue amándonos. Sigue interesado en nuestra salvación." Robert Hugh Benson, La amistad de Cristo. Y es por eso que aunque caídos en el pecado Dios sigue esperando que nos volvamos a El arrepentidos. 
           Que no nos mueva entonces a cumplir la ley de Dios ese rigorismo farisaico que vacía a la ley de su verdadero sentido. Los fariseos cumplían la ley a cabalidad, pero les faltaba el santo temor de Dios, aquel que nos hace apenarnos cuando ofendemos a Dios por ser Él quien es. A los fariseos les faltaba precisamente el amor a Dios, pues el cumplimiento de la ley estaba regido por su orgullo, por su enorme amor propio...yo no soy como ese, yo soy perfecto porque cumplo la ley...por mor del deber.
         Dios no solamente nos acepta cuando venimos movidos por los más nobles sentimientos, sino que, más que nunca cuando venimos saliendo del barro, cuando nos presentamos ante Él sucios como somos por el pecado para que Él nos limpie y nos devuelva la amistad que perdimos al fallar.  " No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". Ante unos oyentes que se inclinaban naturalmente por la idea opuesta( ya sabemos que el mayor peligro para un alma religiosa radica en el fariseísmo) expone su criterio subrayándolo con tres parábolas tremendas: considera a la dracma perdida como más preciosa que las otras nueve monedas de plata; a la oveja desaparecida en el desierto como más valiosa que las noventa y nueve que permanecen en el redil; al hijo rebelde perdido en el mundo como más querido que el heredero y mayor, a salvo en el hogar" Robert Hugh Benson, La amistad de Cristo.
     

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