domingo, 14 de marzo de 2021

Sermones de Cuaresma Cardenal Newman, 1

Las privaciones de Cristo, meditación del cristiano por John Henry cardinal Newman


 «Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo

pobre por vosotros, para que vosotros seáis ricos por su pobreza» (2 Cor 8,9)

A medida que pasa el tiempo y se acerca la Pascua, se nos pide no solo que lloremos nuestros pecados, sino todos los sufrimientos que padeció nuestro Señor por culpa de ellos. ¿Por qué, hermanos míos, le damos tan poca importancia a esto en nuestro corazón? ¿Por qué estamos tan acostumbrados a dejar que este tiempo litúrgico llegue y pase como otro cualquiera, sin pensar en Cristo más que en otros tiempos, o al menos sin que el corazón se conmueva? ¿No es verdad que esto es así? Y si lo es, ¿no será bueno que os pregunte por qué? No nos conmovemos al ver la amarga pasión que sufrió por nosotros nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Tampoco experimentamos aflicción por los pecados que la provocaron, ni nos sentimos particularmente cercanos a ella. No sufrimos con Él. Si venimos a la iglesia, escuchamos y luego nos vamos; no queda la menor pesadumbre, o esa pesadumbre nos dura unos pocos momentos. Y muchos nunca vienen a la iglesia, y para ellos, claro está, este tiempo sagrado es un tiempo como otro cualquiera. Comen, beben, duermen, se levantan, van a sus asuntos y sus diversiones, como siempre. No llevan consigo el pensamiento de Jesucristo, que murió por ellos; no va con ellos dondequiera que vayan, con ellos «tanto si comen, como si beben, o hacen cualquier otra cosa» (1 Cor 10,31). De ningún modo puede decirse que «vivan», como dice san Pablo, «en la fe del Hijo de Dios, que los amó y se entregó a sí mismo por ellos» (Ga 2,20).

 Desgraciadamente, esto no puede negarse. Sin embargo, si es verdad que el Hijo de Dios bajó del cielo a esta tierra, dejó de lado su gloria y se abajó a que le despreciaran, le trataran cruelmente y le dieran muerte sus propias criaturas —seres a los que Él había creado, a los que había preservado hasta entonces y a los que estaba manteniendo en la vida y en la existencia—, ¿no es entonces razonable que un acontecimiento tan grande nos conmueva? ¿No se comprende enseguida que se necesita un estado mental sumamente irreligioso, o una enorme ingratitud, una enorme lejanía, muy poco amor, muy poca reverencia, muy poca contrición, muy poca humildad, muy poco arrepentimiento, muy poco deseo de enmienda, después de lo que Él ha hecho y sufrido por nosotros? ¿Y no será, más bien, que Alguien a quien debemos tan enormes beneficios tiene derecho a pedirnos una gratitud desbordante, una cercanía extrema, un amor fervoroso, una reverencia profunda, una contrición acerba, un arrepentimiento serio, un deseo y un anhelo ardientes de un corazón nuevo? ¿Quién podrá negarlo? ¿Por qué, entonces, hermanos, esto no es así?, ¿por qué hacemos así las cosas? Con dolor pronostico que pasará el tiempo, llegarán y pasarán la Semana de Pasión, el Viernes Santo, el día de Pascua, y las siguientes semanas, y muchos de vosotros estaréis lo mismo que estáis ahora: ni un solo paso más cerca del cielo, ni un solo paso más cerca de Cristo en la vida y en el corazón, sin que el pensamiento de los dones de Dios, y vuestros propios pecados y deméritos, hayan dejado en vosotros huellas duraderas que os salven.

¿Por qué esto? ¿Por qué entendéis tan malamente el evangelio de vuestra salvación? ¿Por qué tenéis los ojos tan en penumbra y los oídos tan sordos? ¿Por qué tenéis tan poca fe, tan poco espíritu sobrenatural en el corazón? Por esta razón, hermanos míos, si he de decirlo con una sola palabra, porque meditáis poco. Meditáis poco, y por eso nada os deja huella.

¿En qué consiste meditar en Cristo? No es más que esto: pensar habitualmente y con constancia en Él y en sus obras y sufrimientos. Es tenerlo presente como el Todo, a quien podemos contemplar, dirigirnos y adorar cuando nos levantamos, cuando nos acostamos, cuando comemos y bebemos, cuando estamos en casa y cuando salimos al extranjero, cuando trabajamos, caminamos o descansamos, cuando estamos a solas, y cuando estamos con otras personas. Esto es meditar. Y así, y con nada menos que esto, el corazón comenzará a sentir lo que debe sentir. Tenemos un corazón de piedra, un corazón duro como el pedernal, y la vida de Cristo no deja huella en él. Sin embargo, para salvarnos, necesitamos un corazón tierno, sensible, vivo; tenemos que romper ese corazón, hacerlo saltar en pedazos como se hace con la tierra dura, y cavar y regar, y trabajarlo, cultivarlo, hasta hacer de él un jardín, el jardín del Edén, agradable a Dios, un jardín donde el Señor pueda caminar y habitar. Un jardín lleno no de espinas y zarzas, sino de plantas olorosas y de hortalizas, árboles y flores divinas. El solar estéril y seco debe hacer surgir manantiales de agua viva. Este cambio ha de darse en nuestros corazones si queremos salvarnos; en una palabra, hemos de adquirir lo que por naturaleza no tenemos, la fe y el amor. Y ¿cómo lo lograremos, con la gracia de Dios, si no nos aplicamos a una meditación concreta de las cosas divinas, a lo largo del día? San Pedro describe lo que quiero decir, refiriéndose a Cristo: «a quien amáis sin haberlo visto; y en quien, sin verlo todavía, creéis y os alegráis con un gozo inefable y glorioso» (1 P 1,8).


Cristo se fue de este mundo. No lo vemos. Nunca lo llegamos a ver, solo hemos leído y oído hablar de Él. Es un viejo dicho «Si no te veo, me olvido de ti». Estad seguros de que será así, que así debe ser, en lo que respecta a nuestro Señor, si no nos esforzamos continuamente a lo largo del día por pensar en Él, en su amor, sus mandamientos, sus dones, sus promesas. Tenemos que traer a la imaginación lo que leemos en el evangelio y en libros piadosos acerca de Él, debemos recapacitar sobre lo que escuchamos en la iglesia, tenemos que pedir a Dios que nos ayude a hacerlo, que bendiga nuestro esfuerzo, y que seamos capaces de hacerlo con sencillez, sinceridad y con suma reverencia. En una palabra, meditar, porque todo esto que digo es meditación, y es algo que puede hacer hasta la persona menos instruida; y lo hará, si se decide a ello.

De esa meditación, de ese considerar las obras y los sufrimientos de Cristo, hay que decir dos cosas. La primera es demasiado evidente para mencionarla, y si lo hago es porque de no hacerlo, parecería que la olvido, cuando en realidad, estoy de acuerdo. Y es esta: que la meditación no es cosa agradable al principio. Lo sé; la gente la encontrará sumamente pesada y la cabeza se les irá con mucho gusto a otros asuntos. Así es; pero pensad que, si Cristo estimó que vuestra salvación merecía el gran sacrificio de sus sufrimientos voluntarios por vosotros, ¿no deberías tú pensar (que es lo que te toca) que tu salvación merece el pequeño sacrificio de aprender a meditar sobre esos sufrimientos? ¿No se te podrá pedir al menos que, una vez que Él ha hecho el trabajo, tú lo creas y lo aceptes?


Mi otro comentario es este: solo muy poco a poco irá la meditación ablandando nuestros duros corazones, e igualmente, la historia de los sufrimientos y dolores de Cristo nos acabará moviendo realmente, pero a un paso lento. No lo lograremos pensando en Cristo una vez, dos veces. Es a base de insistencia, con calma y constancia, con la imagen de Cristo en nuestra alma, como poco a poco adquiriremos algo de calor, luz, vida y amor. No notaremos ningún cambio en nosotros. Será como el nacimiento de las hojas en primavera. No las ves crecer; por mucho que observes, no lo ves. Pero cada día que pasa crecen, y todas las mañanas puede uno decir que están más altas que el día anterior. Con las almas es igual; por supuesto, no cada mañana, pero sí cada cierto periodo de tiempo, podemos sentirnos más vivos y piadosos que antes, aunque en el intervalo éramos inconscientes del avance.

Ahora, a modo de ejemplo, diré unas palabras sobre la voluntaria humillación de Cristo, para sugeriros consideraciones que deberíais tener en cuenta en todo momento, pero especialmente en este tiempo santo del año; consideraciones que en su pobre medida os prepararán para ver a Cristo en el cielo, y que mientras tanto os prepararán para verlo en la fiesta de Pascua. La Pascua llega un solo día al año; dura poco, como los demás días. ¡Ojalá lo aprovechemos, ojalá le saquemos el máximo partido, y lo disfrutemos! ¡Ojalá no pase como los demás días, sin dejarnos su fragancia y su recuerdo!

Así pues, hermanos, mientras llegan los días solemnes de la Pascua, vamos a repasar las privaciones del Hijo de Dios hecho hombre, que han de ser vuestra meditación durante estas semanas santas.

Cristo parece dirigirse principalmente a los pobres. Llegó al mundo pobre. San Pablo, en el texto, dice que «conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros seáis ricos por su pobreza». Que no piensen los pobres que sus privaciones y dificultades son solo suyas y que nadie jamás las ha experimentado. El Dios Altísimo, el Hijo de Dios, que reinaba junto al Padre desde la eternidad, el Santísimo, Él, incluso Él, se hizo un hombre pobre y sufrió las privaciones de los pobres. ¿Qué privaciones son esas? Una casa en malas condiciones, mala ropa, poca comida o mala, escasa diversión y entretenimiento, no ser tenido en alta estima, depender de otros para vivir, no tener horizonte para el futuro. ¿Cuáles fueron las de Cristo, el Hijo de Dios vivo? ¿Dónde nació? En un establo. No creo que mucha gente haya pasado por semejante indignidad. Nacer, no en la paz y tranquilidad de un hogar sino en medio del ganado. ¿Y cuál fue su primera cuna, si se la puede llamar así? Un pesebre. Así comenzó su vida en la tierra. Y su condición no mejoró con el paso de los años. En una ocasión dijo que «las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lucas 9,58). No tenía casa. Cuando empezó a predicar era lo que hoy llamaríamos con desprecio un vagabundo. Hay personas que se ven obligadas a dormir donde pueden; en buena medida, ese parece haber sido el caso de nuestro Señor. Marta y otros le dieron hospedaje pero, aunque es poco lo que sabemos, por lo poco que sabemos, parece que vivió una existencia más dura que la de cualquier campesino. Pasó cuarenta días en el desierto. ¿Dónde creéis que dormía? En cuevas. Y ¿Quién le acompañaba? Compañeros peores que los que tuvo al nacer. Nació en una cueva, pasó cuarenta noches en una cueva. En su nacimiento, al menos, estaba entre bestias mansas, la mula y el buey. Pero sus cuarenta días de tentaciones los pasó «con los animales salvajes» (Mc 1,13). Esas cavernas del desierto estaban llenas de criaturas feroces y venenosas. Allí durmió Cristo; y hubieran caído sobre Él, si no fuera por el brazo invisible de su Padre y por su propia santidad.


El frío es otra adversidad que nos aflige. También Cristo la sufrió. Permaneció noches enteras en oración en lo alto de un monte. Se levantaba antes del amanecer y se iba a sitios solitarios a rezar. Durante la noche estaba en el mar.

El calor es un inconveniente que no nos afecta demasiado en nuestro país, pero es muy terrible en el Este donde vivió nuestro Señor. Aunque la gente se queda en casa cuando el sol está en lo alto para que no les haga daño, vemos que Cristo se sentó en el pozo de Jacob a mediodía, cansado del camino.

Fijaos también en esto, que ya he hecho notar. Durante su vida pública, estuvo viajando continuamente de un lado a otro, a pie. Y en Jerusalén hizo una vez su entrada montado, para cumplir una profecía.

Pasó hambre y sed. Tuvo sed en el pozo y pidió a la samaritana que le diera agua. Tuvo hambre en el desierto, cuando ayunó cuarenta días. Otra vez, absorbido en obras de misericordia, ni Él ni sus discípulos encontraron tiempo para comer (Mc 6,31). Y por supuesto, yendo de un sitio a otro como era su costumbre, rara vez tendría previstas las comidas. Y ¿qué tipo de comida sería la suya? Normalmente estaba en los alrededores de un mar interior o lago, llamado mar de Genesaret o de Tiberíades, y Él y sus discípulos se alimentaban a base de pan y pescado, una parca dieta propia de los pobres de hoy, o más escasa aún. Sabemos que en cierta ocasión bien conocida había cinco panes y dos peces pequeños. Después de la Resurrección les ofreció a los apóstoles «unas brasas preparadas, un pez encima y pan» (Jn 21,9); es decir, lo de siempre.

Sin embargo, hay que notar que a pesar de esta penuria tanto Él como los suyos estaban en condiciones de dar limosna a los pobres. No se permitían aprovechar y consumir del todo lo poco que tenían. Cuando Judas el traidor salió para cometer su traición y Jesús le habló, algunos apóstoles pensaron que el Señor le daba instrucciones acerca de las limosnas que había que dar a los pobres, lo cual demuestra que solían hacerlo.

Poca falta hará señalarlo, pero también se encontraba Él en posición subalterna. A veces le invitaban a comer los ricos. A veces, ya lo he dicho, personas piadosas le servían de su patrimonio (Lc 8,3). En sus mismas palabras, vivió como los cuervos, a los que Dios alimenta, o como la hierba del campo, que la viste Dios.

¿Tengo que añadir que tuvo pocos recreos, pocos entretenimientos? Difícilmente es oportuno hablar de este tema en el caso de Alguien que vino de Dios y que tenía otros pensamientos y caminos bien distintos de los nuestros. Hay, sin embargo, inocentes pasatiempos que Dios nos da para contrapesar los trabajos de la vida; nuestro Señor estuvo expuesto a esos trabajos y es posible que hubiera una compensación. Pero se abstuvo. Se ha hecho notar que jamás se le presenta riendo. A menudo leemos que suspira, que gime, que llora. Fue un «varón de dolores y experimentado en el sufrimiento» (Is 53,3). Vayamos ahora a otros sufrimientos más grandes que tomó sobre sí cuando se hizo pobre. Entre ellos, desprecio, odio y persecuciones por parte del mundo. Ya en su niñez su madre tuvo que huir a Egipto con Él para evitar que Herodes lo matara. Al volver, resultó peligroso vivir en Judea y lo llevaron a Nazaret, lugar de no buen nombre, donde la santísima Virgen vivía cuando se le apareció el ángel Gabriel. No hace falta decir cómo fue tenido en nada y perseguido por los fariseos y los sacerdotes cuando empezó su predicación, y hubo de huir una y otra vez para salvar la vida, que ellos estaban buscando quitarle.

Otro gran sufrimiento del que nuestro Señor no huyó es lo que nosotros llamamos pérdida de los seres queridos, o de amigos, que mueren. Esto no le era fácil de soportar a quien tenía una sola persona de su familia en la tierra y muy pocos amigos, pero lo aceptó por nosotros. Lázaro era su amigo y lo perdió. Sabía, claro, que podía recuperarlo, y así lo hizo. No obstante, lloró amargamente por él por la razón que fuera, de manera que los judíos dijeron «mirad cuánto le amaba» (Jn 11,36). Pero caso mayor de pérdida, si osamos llamarlo así, fue el acto primordial de humillación en sí mismo, al dejar su gloria eterna y bajar a la tierra. Lo cual, por supuesto, es para nosotros un gran misterio de principio a fin; y sin embargo se digna hablarnos, por medio del Apóstol, de su «vaciarse de su gloria», de manera que con razón y con toda reverencia podamos considerar que experimentó una pérdida inefable y portentosa, al —por así decir— desheredarse a sí mismo por un tiempo, y hacerse semejante al hombre pecador.

Pero todo esto no fueron más que los comienzos del dolor para Él. Para verlo en su plenitud vayamos a su Pasión. En la angustia que sufrió entonces vemos todos los demás dolores concentrados y sobrepujados, aunque diré poco de esto ahora porque «su tiempo aún no ha llegado» (Jn 7,6).

Sí hablaré de esto: primero, y es muy asombroso y maravilloso, del terror arrollador que sintió ante los sufrimientos que iban a llegar. Esto muestra lo grandes que eran; pero es también como si hubiera decidido pasar por todo posible dolor por nosotros, incluido el del miedo. Dijo «Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir?: ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Pero si para esto he venido a esta hora!» (Jn 12,27). Y cuando llegó la hora, este terror supuso el comienzo de sus sufrimientos y le hizo agonizar y sudar sangre. Rezaba «Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea tal como yo quiero, sino como quieres tú» (Mt 26,39). Añade san Lucas que «entrando en agonía oraba con más intensidad y le sobrevino un sudor como de gotas de sangre que caían hasta el suelo» (Lc 22,43-44).

A continuación, fue entregado traidoramente a la muerte por uno de sus amigos. ¡Qué duro golpe! Ya estaba muy solo sin esto. Pero en esta última prueba, uno de los doce apóstoles, su amigo familiar, le traiciona, y los demás le abandonan y huyen, aunque poco más tarde san Pedro y san Juan recuperaron algo de valor y le siguieron. Pero enseguida san Pedro incurrió en un nuevo pecado aún mayor, al negarle tres veces. ¡Qué gran cariño sentía por ellos, y con cuánto natural afecto del corazón quiso acercarse a ellos al llegar el momento de la prueba, y cómo ellos le fallaron, queda claro en las palabras que les dice en la Última Cena: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc- 22,15)!


Poco después comenzó su Pasión; tanto en el cuerpo como en el alma nuestro santo Salvador, el Hijo de Dios, Señor de la vida, fue entregado a la maldad del gran enemigo de Dios y del hombre. Job fue puesto en manos del demonio en el Antiguo Testamento, pero dentro de unos límites: en primer lugar, al Maligno no se le permitió tocar su persona y después, cuando se le permitió tocar su persona, no se le permitió quitarle la vida. Pero Satanás pudo, o pensó que podía, triunfar sobre la vida de Cristo, que confiesa a sus perseguidores «ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas» (Lc 22,53). Le coronaron y desgarraron la cabeza con espinos, y a bastonazos se la llenaron de cardenales; le ensuciaron la cara con escupitajos, le destrozaron los hombros cargándole la pesada cruz, la espalda se la desgarraron y rajaron con el látigo, las manos y los pies se los taladraron con clavos; como suprema injuria, le hirieron el costado con una lanza; tenía la boca seca por una sed insoportable y el alma oscurecida hasta tal punto que gritó «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt 27,46). Así estuvo colgado de la cruz durante seis horas, todo su cuerpo hecho una llaga, expuesto en casi completa desnudez a los ojos de los hombres, «despreciando la ignominia» (Hb 12,2), abucheado, burlado y maldecido por cuantos le veían. Sin duda a Él se le aplican, en su plenitud, las palabras del profeta «¡Oh vosotros, cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor como mi dolor, como el que me atormenta, con el que me castigó el Señor el día de su ira ardiente!» (Lam 1,12).


¡Qué minucia son nuestras penas comparadas con esto! ¡Qué poco es nuestro dolor, nuestras privaciones, disgustos, comparados con lo que Cristo quiso tomar voluntariamente sobre sí! Si Él, el sin pecado, sufrió esto, ¿qué hay de extraño en que nosotros, pecadores, tengamos que sobrellevar, si es el caso, una centésima parte de todo eso? ¡Qué ruines y miserables somos por entender tan mal esos sufrimientos, por no dejar que nos impresionen hondamente! ¡Ay, si los sintiéramos como es debido, desde luego que serían para nosotros, en tiempos como el que ahora llega, mucho peores que la muerte o la dolorosa enfermedad de un amigo! En esos tiempos deberíamos negarnos a tomar placer en las cosas de este mundo, perderle el gusto a lo de la tierra; deberíamos perder el apetito, sentirnos realmente mal, y comer y beber, y trabajar, solo por obligación. La Semana Santa en que pronto entraremos será una semana de duelo, como cuando hay velatorio en una casa. Desde luego, no podemos sentirnos así solo porque queramos y debamos sentirnos así. Son sentimientos que no se pueden forzar. No exhorto a este o aquel a sentirse así puesto que no depende de él. No podemos provocarnos esos sentimientos; o si podemos, es mejor que no lo hagamos porque serían provocados, lo cual es malo. Un sentimiento profundo es el fruto natural y necesario de un corazón santo. Pero si no podemos sentir así a voluntad, e inmediatamente, sí podemos echar a andar por ese camino. Podemos crecer en gracia hasta que sintamos así. Y mientras tanto, podemos abstenernos de pequeños placeres y comodidades de la vida, abstinencia que nos dispone a obtener ese sentimiento; una abstinencia que observaríamos de forma espontánea si verdaderamente tuviéramos esos sentimientos. Meditemos en los sentimientos de Cristo; gracias a esa meditación, con el paso del tiempo, poco a poco, iremos adquiriendo esos sentimientos profundos. Pidamos a Dios que haga por nosotros lo que nosotros no podemos: hacernos sentir; y que nos dé el espíritu de agradecimiento, amor, reverencia, humildad, temor de Dios, arrepentimiento, santidad, y fe viva.

                                                                                               Traducción de Víctor García Ruiz

                                                                                                   Sermones Parroquiales, vol. 6.



domingo, 7 de marzo de 2021

Sermón 3 de Cuaresma de San Agustín de Hipona: El Sentido de la Cuaresma

 El Sentido de la Cuaresma


          En su pasión, nuestro Señor Jesucristo pone ante nuestros ojos las fatigas y los dolores del mundo presente; en su resurrección, la vida eterna y feliz del mundo futuro. Toleremos lo presente y esperemos lo futuro. Por eso, en estas fechas nos encontramos en los días que significan las fatigas del siglo presente – la mortificación de nuestras almas con el ayuno y las prácticas cuaresmales -; en las fechas próximas en cambio, significamos los días del siglo futuro, al que aún no hemos llegado. He dicho “significamos” no “tenemos”. Por tanto, hasta el día de la pasión estamos en tiempo de contrición; después de la resurrección, de alabanza.

          Así, pues, en aquella vida, en el reino de Dios, nuestra ocupación será ésta: ver, amar, alabar. ¿Qué actividad hemos de tener allí? En esta vida hay ocupaciones que son fruto de la necesidad y otras que son fruto de la iniquidad ¿Cuáles son las obras fruto de la necesidad? Sembrar, arar, binar, navegar, moler, cocer, tejer, y cosas semejantes. También son fruto de la necesidad nuestras buenas obras. Tú no tienes necesidad de repartir tu pan con el hambriento, pero la tiene aquel a quien se lo das. Acoger al peregrino, vestir al desnudo, redimir al cautivo, visitar al enfermo, aconsejar a quien delibera, liberar al oprimido, son obras de misericordia y son fruto de la necesidad. ¿Qué obras son fruto de la iniquidad? Robar, asaltar a mano armada, emborracharse, participar en juegos de fortuna, cobrar intereses; ¿Quién es capaz de enumerar todos los frutos de la maldad? En aquel reino no habrá obras que sean fruto de la necesidad, porque no habrá miseria alguna; ni habrá obras que sean fruto de la iniquidad, porque desaparecerá toda molestia. Donde no hay miseria, no hay obras fruto de la necesidad; y donde no hay malicia, no hay obras fruto de la iniquidad. ¿Cómo vas a trabajar por el alimento, si nadie tiene hambre? Limosna, ¿Cuándo la vas a dar? ¿Con quién repartes tu pan, si nadie tiene necesidad de él? ¿A qué enfermo visitarás, donde la salud reina inquebrantada? ¿A qué muerto darás sepultura, si la inmortalidad nunca muere? Desaparecen las obras que son fruto de la necesidad; en cuanto a las obras fruto de la iniquidad, si las haces aquí, no llegarás allí. ¿Qué hemos de hacer allí? Decídmelo. ¿Nos dedicaremos a dormir? En efecto, aquí, cuando los hombres no tienen nada que hacer, se entregan al sueño. Allí no hay sueño, porque no hay desfallecimiento alguno. Si no hemos de hacer obra de necesidad alguna, si no nos entregamos al sueño, ¿Qué vamos a hacer? Que nadie se asuste ante la perspectiva del aburrimiento, que nadie piense que también ahí va a existir. ¿Acaso ahora te aburre estar sano? En este mundo, todas las cosas producen hastío; solo la salud está excluida de ello. Si la salud no causa tedio, ¿va a causarlo la inmortalidad? ¿Cuál será entonces nuestra ocupación? Decir: Amen y Aleluya. Una cosa es la que hacemos aquí y otra la que haremos allí; no digo día y noche, sino en el día sin fin: repetir lo que ya ahora dicen sin cansarse las potestades del cielo, los serafines: Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos. Esto lo repiten sin cansarse. ¿Se fatiga, acaso, ahora el latir del pulso? Mientras vives, tu pulso sigue latiendo. Trabajas, te fatigas, descansas, vuelves a tu tarea, pero tu pulso no se fatiga. Como tu pulso no se cansa mientras estás sano, tampoco tu lengua y tu corazón se cansarán de alabar a Dios cuando goces de la inmortalidad. Escuchad, un testimonio sobre vuestra actividad. ¿Cuál será? Esa actividad será un ocio. Actividad ociosa: ¿en qué consistirá? En alabar al Señor. Escuchad la sentencia: Dichosos los que habitan en tu casa. Es el salmo quien lo dice: Dichosos los que habitan en tu casa. Y por si buscamos la causa de esa dicha: “¿Tendrán mucho oro?” Quienes tienen mucho oro son, en igual medida, miserables. Dichosos los que habitan en tu casa. Dichosos, ¿por qué? En esto consiste su dicha: Te alabarán por los siglos y siglos. 

                                                                San Agustín de Hipona, Sermón 211 A

                                                                

domingo, 28 de febrero de 2021

Sermón 2 de Cuaresma de San Agustín de Hipona: La oración, el ayuno y la limosna

                  La oración, el ayuno y la limosna



Las tentaciones del mundo, las asechanzas del diablo, la fatiga de esta vida, los placeres de la carne, el oleaje de estos tiempos tumultuosos, y todo tipo de adversidad, corporal o espiritual, han de ser superados, contando con la ayuda misericordiosa de Dios nuestro Señor, mediante la limosna, el ayuno y la oración. Estas tres cosas han de enfervorizar la vida entera del cristiano, pero sobre todo cuando se acerca la solemnidad de Pascua, que, al repetirse todos los años, estimula nuestras mentes, renovando en ellas el saludable recuerdo de que nuestro Señor, el hijo único de Dios, nos otorgó su misericordia, ayunó y oró por nosotros. En efecto, limosna es un término griego que significa “misericordia”. ¿Qué misericordia pudo descender sobre los desdichados mayor que aquella que hizo bajar del cielo al creador del cielo y revistió de un cuerpo terreno al creador de la tierra? Al que desde la eternidad permanece igual al Padre, le hizo igual a nosotros por la mortalidad, otorgó forma de siervo al señor del mundo, de forma que el pan sintió hambre, la saciedad sed, la fortaleza se hizo débil, la salud fue herida y la vida murió. Y todo ello para saciar nuestra hambre, regar nuestra sequedad, consolar nuestra debilidad, extinguir la iniquidad, e inflamar la caridad. El creador es creado, el señor sirve, el redentor es vendido, quien exalta es humillado, quien resucita muere: ¿hay mayor misericordia? Con la referencia a la limosna, se nos ordena que demos el pan al necesitado; él, para darse a nosotros, que estábamos hambrientos, se entregó antes por nosotros a gente desalmada. Se nos manda que recibamos al peregrino; él vino por nosotros a su propia casa, y los suyos no lo recibieron. Bendígalo nuestra alma a él, que se muestra misericordioso con todas las iniquidades de ellos; a él, que sana todas sus dolencias, que libra su vida de la corrupción, que la corona en su compasión y misericordia; él, que sacia de bienes sus deseos. Ejercitemos, pues, el deber de la limosna, tanto más generosa y frecuentemente cuanto más se acerca el día en que celebramos la limosna que se nos hizo a nosotros. El ayuno, sin misericordia, de nada sirve a quien lo hace.

Ayunemos también con la humildad de nuestras almas al acercarse el día en que el maestro de la humildad se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte de cruz. Imitemos su crucifixión traspasando las pasiones indómitas con los clavos de la continencia. Castiguemos nuestro cuerpo y reduzcámoslo a servidumbre; y para que la carne indómita no nos conduzca a lo ilícito, quitémosle algo de lo lícito para domarla. Siempre ha de evitarse la crápula y la embriaguez; pero en estos días ha de prescindirse de los banquetes lícitos. En todo tiempo se ha de execrar y huir del adulterio y la fornicación, pero en estos días ha de usarse con moderación del matrimonio. La carne te obedecerá dócilmente en no irse tras lo ajeno si está acostumbrada a dominarse en lo suyo. Estate atento a no cambiar en vez de disminuir tus placeres. Hay quienes, en lugar del vino acostumbrado, buscan licores raros, y, privándose del de la uva, se sienten compensados con los jugos más deliciosos de otras frutas; con tal que no sean carnes, se procuran con diligencia los más variados y suculentos manjares, y se entregan en este tiempo, como si fuera el más adecuado, a exquisiteces que en otra ocasión sería vergonzoso buscar. De esta forma, la observancia de la cuaresma, en lugar de ser freno a las antiguas pasiones, sirve de ocasión para nuevos deleites. Vigilad, cuanto podáis, hermanos, para que estas cosas no se introduzcan, sin daros cuenta, en nuestra vida. Que el ayuno vaya unido a la economía. Como hay que evitar la hartura del vientre, hay que estar alerta ante los incentivos de la gula. No se trata de detestar ninguna clase de alimentos, sino de refrenar el placer carnal. Esaú no fue reprobado por comer carne de toro o aves cebadas, sino que apetecer, de forma inmoderada, lentejas. El santo David se arrepintió de haber deseado el agua más de lo que era justo. Por tanto, no ha de repararse, o más bien sostenerse, nuestro cuerpo en los días de ayuno con alimentos costosos y difíciles de encontrar, sino con los comunes y más baratos.

En estos días, nuestra oración sube al cielo con la ayuda de las piadosas limosnas y los parcos ayunos, pues no es ningún descaro que un hombre pida a Dios misericordia si él no la ha negado a otro hombre y si la serena mirada del corazón de quien pide no se encuentra turbada por las confusas imágenes de los deleites carnales. Sea, pues, casta nuestra oración, no sea que deseemos no lo que busca la caridad, sino lo que ambiciona la pasión; evitemos pedir cualquier mal para los enemigos, no sea que, pudiendo dañarles o vengarnos de ellos, mostramos nuestra crueldad en la oración. Del mismo modo que nosotros alcanzamos la buena disposición para orar mediante la limosna y el ayuno, así también la misma oración se convierte en limosnera cuando se eleva no solo por los amigos, sino hasta por los enemigos, y se abstiene de la ira, del odio y de otros vicios perniciosos. Si nosotros nos abstenemos de los alimentos, ¡Cuánto más debe abstenerse de ella de los venenos! Además, aunque nosotros reponemos fuerzas tomando a su debido tiempo algunos alimentos, nunca hemos de ofrecerle a ella los alimentos antes mencionados. Sea el suyo un ayuno perpetuo, porque ella tiene un alimento propio que se le ordena tomar incesantemente. Absténgase, pues, siempre del odio y aliméntese siempre del amor.

                                            San Agustín de Hipona, Sermón 207



domingo, 21 de febrero de 2021

Sermón de Cuaresma de San Agustín de Hipona: La concordia fraterna y el perdón de las ofensas

 

La concordia fraterna y el perdón de las ofensas

San Agustín, de Sandro Botticelli

Estos días santos en que nos entregamos a las prácticas cuaresmales nos invitan a hablaros de la concordia fraterna, para que quien tenga alguna queja contra otro acabe con ella antes que ella acabe con él. No echéis en saco roto estas cosas, hermanos míos. En esta vida frágil y mortal, llena de peligros por las numerosas tentaciones de esta tierra, ningún justo que ora para no verse sumergido en ellas puede hallarse libre de todo pecado; y único es el remedio que nos permite vivir: lo que Dios, nuestro maestro, nos mandó decir en la oración: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Hemos llegado a un acuerdo con Dios y hemos pactado con Él las condiciones de nuestro perdón; en señal de garantía hemos plasmado ahí nuestra firma. Con plena confianza pedimos que nos perdone, pero a condición de perdonar también nosotros; si no perdonamos nosotros, no soñemos en que se nos perdonen nuestros pecados; no nos hagamos ilusiones. Que ningún hombre se llame a engaño, pues a Dios nadie le engaña. Es muy humano airarse, pero ¡ojalá no fuese posible! Es muy humano airarse, pero tu ira, una pequeña yema cuando nace, no debe convertirse en la viga del odio con el riesgo de las sospechas. Una cosa es la ira y otra el odio, pues no es raro que el padre se aíre contra el hijo, sin por eso odiarle; se aíra para corregirle. Por tanto, si se aíra para corregirle, su ira nace del amor. He aquí que por qué se dijo: Ves la paja en el ojo ajeno, pero no ves la viga en el tuyo. Condenas la ira en los demás, al tiempo que retienes el odio en ti mismo. Comparada con el odio, la ira es una paja. Con todo, si la nutres, se convertirá en viga; si, en cambio, la extraes y la tiras, se reducirá a nada.

Si prestáis atención cuando se leyó la carta de San Juan, una frase suya debió infundiros terror. Dice así: Pasaron las tinieblas; ahora brilla la verdadera luz. Y a continuación añade: Quien piensa ser luz y odia a su hermano, está aún en las tinieblas. Quizás haya quien piense que tales tinieblas son idénticas a las que sufren los encarcelados. ¡Ojalá fueran como ésas! Y, con todo, nadie quiere verse en medio de ellas. En las tinieblas de la cárcel pueden ser encerradas también las personas inocentes, como, por ejemplo, los mártires. Las tinieblas los envolvían por doquier, pero en sus corazones resplandecía la luz. En la oscuridad de la cárcel no podían ver con los ojos, pero contemplaban a Dios amando a los hermanos. ¿Queréis saber a qué tinieblas se refería cuando dijo: quien odia a su hermano está aún en tinieblas? En otro lugar dice: Quien odia a su hermano es un homicida. Quien odia a su hermano camina, sale, entra, sin el peso de cadena alguna y sin verse recluido en ninguna cárcel; no obstante, está aprisionado por la culpa. No penséis que está libre de la cárcel; su cárcel es su corazón. Cuando escuchas: Quien odia a su hermano está aún en las tinieblas, no has de despreciar tales tinieblas. Para eso añadió: Quien odia a su hermano es un homicida. ¿Caminarás tranquilo odiando a tu hermano? ¿Rehúsas reconciliarte con él a pesar de que Dios te concede tiempo para ello? Advierte que eres un homicida, y sigues con vida; si el Señor se aírase contra ti, al instante serías arrebatado envuelto en el odio a tu hermano. Dios te perdona, perdónate a ti mismo; haz las paces con tu hermano. ¿Acaso quieres tú, pero no quiere él? A ti te basta con eso. Tienes un motivo más para compadecerte de él, pero tú estás libre y puedes decir con tranquilidad: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Quizá fuiste tú quien le ofendiste; quieres reconciliarte con él y decirle: “Hermano, perdóname la ofensa que te hice.” Pero él no quiere perdonarte, no quiere olvidar la deuda, no quiere perdonarte lo que le debes. ¡Él se las arregle cuando vaya a orar! Él, que no quiso perdonarte tu ofensa, ¿qué hará cuando vaya a recitar la oración? ¿Qué hará? Diga: Padre nuestro que estás en los cielos. Y continúe diciendo: Sea santificado tu nombre. Di todavía: Venga tu reino. Sigue: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. ¡Adelante!: Danos hoy nuestro pan de cada día. Todo eso has dicho; atento ahora, no sea que quieras saltarte lo que viene a continuación y cambiarlo por otra cosa. No hay otro camino por donde puedas pasar; ahí te encuentras retenido. Di, pues, y dilo sinceramente: Perdónanos nuestras deudas. O cállatelo, si no tienes motivo para decirlo. Pero ¿dónde queda lo que dijo el Apóstol: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no habita en nosotros. Si, pues, te remuerde la conciencia por tu fragilidad y se manifiesta por doquier en este mundo la abundancia de iniquidad, di: Perdónanos nuestras deudas. Pero considera lo que sigue. Tú que no quisiste perdonar a tu hermano, vas a decir: Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿O vas a callarte esas palabras? Si te las callas, nada recibirás, y, si las pronuncias, dices una falsedad. Dilas, pues; y dilas de forma que sean verdad; pero ¿cómo van a ser verdad, si no quisiste perdonar el pecado a tu hermano?

Cristo enseñando a rezar el Pater Noster

He amonestado a una clase de personas; ahora voy a consolarte a ti, quienquiera que seas - si es que hay alguno -; a ti que dijiste a tu hermano: “Perdóname el que te haya ofendido”; y si lo dijiste con todo el corazón, con auténtica humildad, con caridad no fingida, tal como lo ve Dios en tu corazón, lugar del que brotaron esas palabras, aunque él no quiera perdonarte, no te preocupes. Uno y otro sois siervos, ambos tenéis el mismo Señor; si estás en deuda con tu consiervo y él no quiere perdonártela, acude al común Señor. Exija el siervo, si puede, lo que te ha perdonado el Señor. Digo más: a quien no quiere a su hermano, le he amonestado a que haga eso mismo que no quería cuando se ponga él a pedir perdón, no sea que, cuando él ore, no reciba lo que desea. Y al que pidió perdón a su hermano por la ofensa hecha y no lo recibió, le he encarecido que esté seguro de recibir de su Señor lo que no consiguió de su hermano. Tengo todavía algo que añadir. Con frecuencia se oye decir: “Te ofendió tu hermano y no quiere pedirte perdón.” ¡Ojalá desarraigue Dios tales palabras de su campo, es decir, de vuestros corazones!¡Cuan numerosos son los que, conscientes de haber ofendido a sus hermanos, rehúsan decir: “Perdóname”! No se avergonzaron de pecar, y se avergüenzan de pedir perdón; no sintieron vergüenza ante la maldad, y la sienten ante la humildad.

A éstos, ante todo, se dirige mi exhortación. Quienes estáis en discordia con vuestros hermanos y, recogidos en el interior de vuestros corazones, os habéis examinado y habéis emitido un juicio justo reconociendo que no debíais haber hecho lo que hicisteis ni haber dicho lo que dijisteis, pedid perdón a vuestros hermanos, haced con ellos lo que dice el Apóstol: Perdonándoos mutuamente, como Dios os perdonó en Cristo; hacedlo, no os avergoncéis de pedir perdón. Lo digo, pues, a todos: a varones y mujeres, pequeños y grandes, laicos y clérigos, e incluso a mí mismo. Escuchémoslo todos, temamos todos. Si hemos ofendido a nuestros hermanos, si todavía se nos da un margen de tiempo para vivir, es que aún no nos ha llegado la muerte; y, si aún vivimos, aún no hemos sido condenados. Mientras nos dure la vida, hagamos lo que nos manda nuestro Padre, que será el juez divino; pidamos perdón a nuestros hermanos, a los que quizá ofendimos en algo y el algo les dañamos. Hay personas humildes según los criterios de este mundo que se engríen si se les pide perdón. He aquí lo que quiero decir: puede darse el caso de que el amo peque contra su siervo, pues, aunque uno es amo y el otro siervo, ambos dos son, no obstante, siervos de otro, pues uno y otro fueron redimidos por la sangre de Cristo. Con todo, parece duro que mande y ordene también que si, por casualidad, el amo peca contra su siervo riñéndole o golpeándole injustamente, tenga que decirle: “Excúsame y perdóname”; y ello no porque no deba hacerlo, sino por temor a que el otro comience a engreírse. ¿Qué hacer, pues? Arrepiéntase ante Dios, castigue su corazón en presencia del Señor, y, si no puede decir: “Perdóname”, porque no es conveniente, háblale con dulzura, pues ese dirigirse a él con dulzura equivale a pedirle perdón.

Solo me queda dirigirme a aquellos que, siendo ofendidos, sus ofensores no les quisieron pedir perdón, pues a quienes no quisieron concederlo a sus hermanos que lo solicitaban, ya les dije lo conveniente. Ahora, pues, me dirijo a todos vosotros, dado lo sagrado de estos días, para que desaparezcan vuestras discordias. Pienso que alguno de vosotros, conscientes de estar enemistados con los hermanos, habéis reflexionado en vuestro interior, y hallado que no sois vosotros los ofensores, sino los ofendidos. Y, aunque ahora no me lo digáis, porque soy yo quien debe hablar estando en este lugar, mientras que lo vuestro es callar y escuchar, con todo, quizá en vuestra reflexión penséis y os digáis: “Yo quiero hacer las paces, pero él fue quien me dañó, él quien me ofendió, y no quiere pedir perdón.” ¿Qué he de hacer? ¿He de decirle: “Vete tú y pídele perdón”? De ningún modo. No quiero que mientas; no quiero que digas: “Perdóname”, tú que sabes que no ofendiste a tu hermano. ¿Qué te aprovecha convertirte en tu acusador? ¿Qué esperas que te perdone aquel a quien no dañaste ni ofendiste? De nada te aprovechará; no quiero que lo hagas. ¿Estás seguro, has examinado el caso detenidamente, sabes que fue él quien te ofendió a ti, no tú a él? “Lo sé”, respondes. Repose tu conciencia sobre ese conocimiento seguro. No vayas al hermano que te ofendió, y menos a pedirle perdón. Entre vosotros dos debe haber otros pacificadores que le insten a que se adelante a pedirte perdón; a ti te basta con estar dispuesto a perdonar, dispuesto a hacerlo de corazón. Si estás dispuesto a perdonar, ya has perdonado. Pero tienes algo todavía por lo que orar; ora por él para que te pida perdón; sabiendo que le es dañoso el no pedirlo, ruega por él para que lo pida. Di al Señor en tu oración: “Señor, tú sabes que no he sido yo quien ofendió a aquel hermano mío, sino más bien él a mí; sabes también que le daña el haberme ofendido, si no me pide perdón; yo, con el mejor deseo, te suplico que le perdones.”

Os he recordado lo que debéis hacer, juntamente conmigo, en estos días de ayuno, prácticas devotas y continencia para poneros en paz con vuestros hermanos ¡Qué yo que me apeno de vuestras discordias, pueda gozarme de vuestra paz! Perdonándonos mutuamente cualquier queja que uno tenga contra otro, celebremos con confianza la Pascua, celebremos con confianza la pasión de quien, sin deber nada, pagó el precio en vez de los deudores. Me refiero a Jesucristo el Señor, que a nadie ofendió, y, en vez de exigir tormentos, prometió premios. A Él le tenemos como testigo en nuestros corazones, para que, si hemos ofendido a alguien, pidamos perdón con corazón sincero; y si, alguien nos ofendió, estemos dispuestos a concederlo y a orar por nuestros enemigos. No suspiremos por la venganza, hermanos. ¿Qué otra cosa es la venganza sino alimentarse del mal ajeno? Sé que cada día llegan hombres, hincan sus rodillas, abajan su frente hasta tocar la tierra y a veces hasta riegan su rostro con lágrimas; y, en medio de tanta humildad y postración, dicen: “Señor, véngame, da muerte a mi enemigo.” Ora, sí, para que dé muerte a tu enemigo y salve a tu hermano: dé muerte a la maldad y salve a la naturaleza. Pide a Dios que te vengue, pero de esta manera: perezca lo que en tu hermano te perseguía, pero permanezca en él para serte devuelto a ti”

                    San Agustín de Hipona, Sermón 211 (Cuaresma circa anno 140)

  Imagen: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Sandro_botticelli,_sant%27agostino_nello_studio,_1480_circa,_dall%27ex-coro_dei_frati_umiliati,_01.jpg

    Imagen 2: https://picryl.com/media/christ-teaching-the-pater-noster-from-bl-yt-11-f-52v-f14ad4

viernes, 25 de diciembre de 2020

El Nacimiento en un pesebre, por Mons. Marcel Lefebvre

 


          "Si queremos ir unos momentos a la gruta de Belén y tratar de considerar lo que sucedió en el momento del nacimiento de nuestro Señor, sigamos a los pastores. En sus rostros leemos la alegría y el entusiasmo al pensar que los ángeles les habían señalado al mesías, el Salvador que esperaba todo Israel. ¡Por fin ha nacido! "Esto tendréis por señal: encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc. 2, 12). Por tal motivo, los pastores se apresuraron a ir a ver a aquel niño, el Salvador de Israel y de todas las naciones. Y si nosotros hubiéramos podido acompañarlos y unirnos a ellos, habríamos encontrado - como dice el Evangelio - a María, a José y al Niño en el pesebre.

          Observemos bien la insistencia del Evangelio sobre el hecho de que el Niño Jesús fue puesto en un pesebre, o sea, en un comedero para animales.

         La propia Iglesia se complace en mostrarnos los detalles entre los que nació Jesús. Tenía que haber una presencia de animales, como cantamos en un responso durante la noche de Navidad: !¡Oh gran misterio y admirable sacramento, el que los animales contemplaran al Señor nacido y reclinado en un establo!" (4to. responso del Oficio de Maitines de Navidad.) Los animales vieron a Jesús. La Iglesia quiere señalar con ello que no sólo es el Creador sino también el Dueño. Todas las criaturas tienen que rendirle homenaje, incluso las irracionales.

         "Toda carne verá la salvación de Dios" (Lc. 3, 6). La carne de los hombres, la de las aves, la de los animales y la de los peces verá a nuestro Señor (cf. 1 Cor 15, 39), pues es el Creador y el Dueño.

          Por esta razón, Jesús quiso nacer en un pesebre."

                                                          Monseñor Marcel Lefebvre, en "La Vida Espiritual"

                          ¡Feliz Navidad queridos lectores de Bensonians!

martes, 22 de diciembre de 2020

El tiempo que nos dieron


 "- Ayer te hablé de Sauron el Grande, el Señor Oscuro. Los rumores que has oído son ciertos. En efecto, ha aparecido nuevamente, y luego de abandonar sus dominios en el Bosque Negro, ha vuelto a la antigua fortaleza en la Torre Oscura de Mordor. Hasta vosotros, los hobbits, habéis oído el nombre, como una sombra que merodea en las viejas historias. Siempre después de una derrota y una tregua, la Sombra toma una nueva forma y crece otra vez.

- Espero que no suceda en mi época.- dijo Frodo.

-También yo lo espero - dijo Gandalf -, lo mismo que todos los que viven en este tiempo. Pero no depende de nosotros. Todo lo que podemos decidir  es qué haremos con el tiempo que nos dieron. Y ya, Frodo, nuestro tiempo ha comenzado a oscurecerse. El enemigo se fortalece rápidamente, y hace planes todavía no maduros, pero que están madurando. Tenemos mucho que hacer. Tendremos mucho que hacer aun cuando no mediara ese riesgo espantoso". 

         J.R.R Tolkien, El Señor de los Anillos, La comunidad del anillo, Cap 2, "La sombra del Pasado"

     Fotografía gentileza de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:West_Farthing-Tuck_Borough.jpg


domingo, 18 de octubre de 2020

Las Cartas de Roma, por Monseñor R. H. Benson (2)

 Nota de la Traducción: al cumplirse un nuevo aniversario del fallecimiento de Monseñor Benson este 19 de octubre publico la segunda parte y final de las cartas de Roma. No tiene desperdicio que las lean, añorarán sin duda haber estado en la Roma de San Pío X.

                                                                        Las Cartas de Roma (2)

Sobre el día de Navidad:

(viii) “La Misa de medianoche aquí en San Silvestro in Capite fue hermosa la noche pasada. Detrás del altar mayor hay una puerta, de alrededor de cuatro pies de alto, abierta hacia una pieza pequeña donde las monjas suelen oír la misa. Esta habitación estaba convertida en un establo, con una escenografía de un cielo azul, con nubes y árboles detrás, y un techo de madera encima con enredaderas y un pequeño pilar como muro sujetándolo. Al frente un gran fardo de paja con el Niño santo recostado sobre él con los brazos extendidos, y todo envuelto con una luz brillante. Estaba realmente hermoso, y había una orquesta con un arpa en el lado oeste de la galería. Esta mañana, después de la Misa cantada, el sol súbitamente hizo brillar el oro del altar y al Niño que yacía en el portal. Repentinamente todas las velas se volvieron amarillo ahumado.”

Uno ha visto este efecto una docena de veces, pero es necesario que Monseñor Benson lo exprese:

“Ayer después de mediodía fui a Santa María la Mayor, y escuché una parte de las Vísperas y vi la Cuna expuesta en su relicario de cristal y plata. Y luego ¡fui a la Iglesia Armenia Unida a la Misa de las 4 de la tarde! Fue todo muy raro, con música y matracas bárbaras; con las palabras de la Consagración cantadas en voz alta y un velo blanco que súbitamente corrió por el altar después de la Elevación, mostrando al celebrante detrás de una especie de neblina, y luego una vez retirada el sacerdote ¡estaba usando una corona con joyas! Sin embargo, esto da un gran sentido de catolicidad y está completamente en contra de la idea de que Roma tuerce todo a su propio estándar.

Santa María Mggiore
Santa Maria Maggiore

“Esta es la mejor Fiesta de todas, ¿no estás de acuerdo? Dios viene a nuestro nivel, mientras que nosotros tenemos que aspirar a Él. Supongo que es por esto por lo que es más popular. Aquí la Iglesia aún es un hormigueo de gente, con un tintineo continuo de las campanas hasta mediodía desde no sé qué hora desde esta mañana. Por supuesto que todos los sacerdotes están diciendo sus tres Misas hoy, y la devoción de la gente va más allá de toda descripción, y creo, en realidad, que especialmente es la de los hombres, quienes forman la mitad, si no más, de toda la feligresía del mediodía. Cada uno trae su propia silla y reclinatorio, y se plantan donde les place, en cualquier ángulo, apuntando en dirección a cualquiera de las misas que les guste. De pronto uno se encuentra con gente arrodillada en línea recta frente a uno y comenzando a escuchar esta misa. Casi todos los fieles escuchan las tres Misas de ese día. Yo estuve observando a un hombre muy bien vestido esta mañana, cuyos labios se movían incesantemente; y a otro, un niño campesino de pelo ondulado absolutamente extasiado e inmóvil arrodillado sobre las piedras, con su cara oculta, creo, durante una hora y media. ¡El sentido de reverencia está más allá de cualquier cosa que yo jamás haya soñado fuera del cielo!

Esta mañana un niño me siguió desde fuera de la iglesia y de pronto tomó mi mano y la besó,  tal como aquí hacen ellos a los sacerdotes. Me temo que esperaba un regalo de Navidad, ¡pero fue una conmovedora manera de solicitarlo!”

El padre Benson fue a Nápoles para la época de Navidad. A los que les gustan las imágenes de las palabras recordarán una o dos frases de uno de sus libros, describiendo las flautas de los pastores delante de una imagen de marfil de la Madre de Dios mientras atravesaba la bahía temprano en la mañana. El Vesubio yace “enorme y violeta” frente al rosado amanecer. Continuando con la carta dice abajo:

“La religión napolitana es maravillosa, una devoción muy intensa, combinada con muy extraña manera de comportamiento. Fui a Misa y a comulgar esta mañana y la gente estaba rezando en voz baja durante la comunión y cuando entraban. Y ahí estaba la más notable imagen que yo nunca había visto: ¡Nuestra Señora vestida en seda azul con un pañuelo de encaje en la mano!”

El padre Benson evidentemente no había estado aun en Mantua, donde en la gran Iglesia de San Andrés Nuestra Señora de los Siete Dolores todavía tiene un pañuelo de encaje y está vestida con un muy elaborado y ajustado vestido de terciopelo negro, adornado con diamantes y un ¡collar de Medici!

En otra carta de Nápoles donde se deleita con el pensamiento de toda la creación, animada e inanimada,  siendo atrapado y  absorbido por la Iglesia Católica como medio de hacer honor y gloria al Divino Creador en la belleza y en el esplendor, el padre Benson dice:

(viii) “Esta mañana había un gato sentado sobre el riel del comulgatorio al momento en que la Sagrada Comunión estaba siendo dada. A nadie le llamó la atención. No parecía estar fuera de lugar, ¿no parece bastante loco?”

(ix) “ Ahora déjame hablarte un poco más sobre Roma, y todo esto te concierne a ti. Primero que están los servicios de la octava (Epifanía). Estamos aquí teniendo, como creo que ya te conté, la mayoría de los ritos Orientales. Son muy curiosos y algunas veces grotescos. Existe la extraordinaria costumbre de hacer sonar varillas largas sobre el altar, que tienen las cabezas tintineantes, y que tienen como fin mantener a las moscas alejadas del Santísimo Sacramento y del sacerdote. En alguno de estos ritos el sacerdote usa una especie de corona imperial después de la consagración y en muchos de ellos la comunión se da en las dos especies. Todo esto es una sorprendente muestra de la catolicidad de la Iglesia. No existe la opresión del individualismo del cual la Iglesia es a menudo acusada. Hay aquí un maravilloso predicador italiano, con una hermosa articulación, muy agraciados gestos y extraordinaria pasión, y la iglesia está todos los días repleta. Desearía poder seguirle, pero todavía no sé el suficiente italiano."

San Silvestro in Capite

“[San Silvestro in Capite] es una iglesia hermosa. Me gustaría poder describírtela. Primero, tiene la típica arquitectura italiana y está cubierta por todos lados de frescos y unas pequeñas galerías a la izquierda con un enrejado a través del cual uno escucha algunas veces la Misa. A lo largo del final de la galería es para el coro y los músicos. Tiene cuatro capillas a cada lado y un amplio descanso con cuatro o cinco peldaños para subir al altar mayor.

“Temprano en la mañana hay ahí mucho movimiento en la Misa y en la Meditación…Yo siempre me adentro en una de las capillas frente a donde está reservado el Santísimo Sacramento y donde se dicen la mayoría de las Misas. Excepto por las velas es muy oscura. La Misa continua en dos o tres altares a la vez y generalmente presencio el final de tres o cuatro consagraciones y cerca de dos Misas completas, y así continúa  desde las cinco y media hasta las ocho. Luego el amanecer comienza a entrar sigilosamente, y más y más gente llega y uno los ve arrodillarse por todos los ángulos. Algunos están sentados, otros de pie atendiendo a los distintos altares. Tienen el extraordinario poder de seguirlas perfectamente aún sin un misal, según parece, en profunda oración. Uno no esperaría esto salvo de los religiosos o de la gente que tiene un entrenamiento especial, pero supongo que eso es la más elevada forma de oración para aquellos que pueden hacerlo. Parecen haber avanzado bajo la superficie hasta el silencio de la Gracia, y la Misa Rezada es exactamente el culto que lo ajusta y lo hace fructificar. Uno siente que el mundo en su totalidad está en una especie de intranquila e inútil actividad cuando se capta donde está el alma de estas personas. Todos los gritos de la calle y hasta la expectación de escuchar que la guerra se declara [Enero de 1904] y el correo inglés, todo esto parece tan externo y superficial. Porque justo aquí abajo, si se pudiera llegar ahí y detenerse, está la realidad.

Sin embargo, me parece que este es el lugar donde quienes somos católicos realmente nos conocemos el uno al otro, a los que ya partieron y a Nuestro Señor; y que Roma, Woodchester, nuestros propios hogares y el mundo entero están justo aquí. Si pudiéramos hacer un solo esfuerzo más y llegar ahí, y que la Misa que un sacerdote dice no es otra Misa, sino la misma como la que el Padre ________ dice en Inglaterra y la que un desconocido sacerdote dice en Australia.

Bueno me temo que esta es una carta triste, pero mi única excusa es que justo ahora no estoy bien del todo…Sabes que no es por la falta de una felicidad y gratitud intensa en mi corazón que no puedo poner todo por escrito. Debo dar lo mejor de mí para compensar, agradeciendo a Dios más y más por todas las grandes gracias que Él te ha dado.”

(x) “Para nosotros esto es tan inexplicable, cuando hemos tenido la gran gracia de entrar en la Iglesia y cómo los demás no lo ven también…esto es inexplicable, eso es el final de todo. Pero justamente porque estamos en la certeza total del catolicismo, podemos morar en la vida común en Cristo que nosotros, los del Cuerpo de Cristo, compartimos con aquellos que son de su Alma.

A mí me parece cada vez más que pronto habremos convencido a nuestros amigos que tenemos el corazón entero y fiel en nuestro catolicismo, y que podemos, después de todo, fijarnos más en lo que tenemos en común con ellos que aquello con lo que diferimos. Es realmente horrible escuchar a veces a los viejos católicos hablando de todos los que están fuera de la Iglesia como Anti-Cristo, y a mí me parece que quizás uno de los más grandes trabajos que nosotros los conversos podemos hacer es mostrarles a los viejos católicos que nuestra vida fuera de la Iglesia era real y cristiana, aunque equivocada e imperfecta.”

(xi) “Esta mañana recé por ti bajo excepcionales circunstancias, justo después de recibir la comunión de manos del Papa. Alrededor de unas cincuenta personas asistimos a la misa en su capilla privada en una pequeña habitación abierta donde nos arrodillamos con el altar a la vista. Dijo la misa con tal simplicidad y humildad como lo haría un cura rural. No necesito decirte lo conmovedor que fue y todo lo que significó para mí. ¡Hace un año en un domingo como éste yo comenzaba mi misión en Cambridge! No hay mucho que describir en cuanto a la Misa. Imagina una inmensamente alta habitación tapizada con gobelinos rojos adamascados; una puerta de doble hoja y un gran altar de oro justo delante de la barra para comulgar y un santo, simple y viejo sacerdote con un rostro cobrizo cubierto por una casulla con joyas y una capa blanca y tres acólitos de blanco y escarlata sirviéndole, con un silencio de ultratumba, roto por el suave rumor de una voz algo patética. Él nos dio a todos la comunión personalmente.

(xii) “Te estoy enviando dos hojas, realmente Valentinas, porque ellas provienen de la capilla-catacumba de San Valentín en su día. (Por favor dale una al Padre__________.) Fuimos a escuchar la Misa ahí, cantada y ejecutada por los Padres Palotinos y sus estudiantes. La capilla-catacumba se abre a través de una puerta en la ladera de una colina, y las mismas catacumbas se abren en pasadizos en el mismo nivel hacia la izquierda, pero se han echado a perder porquelos Agustinos, quienes las convirtieron en celdas aparentemente, no terminaron lo que estaban haciendo…”

“Pienso que los [nacidos católicos] tienen la idea de que la mayoría de los clérigos anglicanos predican una especie de calvinismo en traje negro, y que precisamente unos pocos tontitos jóvenes  se colocan estas vestiduras algunas veces como una especie de “broma” detrás de puertas cerradas. Me parece que cada vez más que el primer paso para convertir es borrar este tipo de malentendido. La conversión de Inglaterra no podrá tener lugar hasta que Inglaterra sea comprendida. Toda la posición de los hombres de la High Church se asemeja a la de los viejos católicos: completamente insincera, y no puede ser considerada de buena fe, se hace más posible comprender su error al ver por sí mismo qué extraña posición es. ¡Ayer de nuevo leí los Treinta y nueve Artículos! Y me parece tan raro cómo los pude haber firmado (tal como lo hice y como miles lo están haciendo hoy) con una absoluta buena fe y sinceridad…”

“…El Miércoles de Ceniza estuvo muy conmovedor en San Juan de Letrán, donde fui por puro aprecio a John Inglesant, quien recibió las sagradas cenizas ahí. Qué maravilloso libro, es respecto a la vida interior.”

En Pascua el padre Benson escribe:

(xiii) “Aquí hay tanto por decir que uno no sabe por donde empezar, pero supongo que lo más importante es la Misa del Papa en San Pedro.”

San Pío X

“¡Fue sobrecogedor! La iglesia entera estaba empedrada con cabezas y sobre este enorme pavimento llegó el enorme dosel con la gran figura con joyas bajo él y los solemnes seguidores saludándolo detrás. Fue uno de los más vivos momentos. Al frente venía una interminable hilera de mitras avanzando a lo largo. Entonces el canto llano fue como una enorme intencionada voz hablante que de vez en cuando, gritaba en ese imponente lugar. Y desde luego, el gran momento final fue en la elevación, con un silencio de ultratumba, roto solo por las trompetas de plata exultantes en el domo. Esto da la sensación de una extraordinaria consumación: el Vicario de Cristo ofreciendo a Cristo, en el centro del mundo, con los representantes de todo el mundo cristiano ahí, y los ángeles resoplando las trompetas en lo alto. Uno siente como si todo lo que era importante o real estuviera enfocado ahí. Y luego, la procesión saliendo nuevamente en silencio y de vez en cuando, las trompetas resoplando por todas partes. Nosotros también fuimos hacia fuera y toda la piazza era una multitud negra…Justo en ese momento tuvimos el scirocco, y densas nubes y truenos y un blanco resplandor sobre todas las cosas. Lo más cansador y para poner a prueba al temperamento. Los ingleses pululaban por todas partes con rojas guías Baedekers bajo el brazo.”.                    .                .                   .                    .

“Han comenzado a llegar de nuevo las pruebas del libro de las Devociones de la Pre-Reforma y es simplemente una alegría corregirlas. Sin embargo, estoy tremendamente apenado de que a los católicos no les importe este libro. Es demasiado Sajón y precisamente palabras como “amistoso” por el momento no están permitidas. Pero estoy seguro de que a ti te gustará. Las devociones son una extraordinaria mixtura de pasión y moderación, de fuerza y delicadeza…Esta es una carta melancólica, estoy atemorizado por la tormenta y el leve estado febril son responsables. Tiemblo al pensar en los calurosos meses que vienen.”

Desearía que fuera posible reproducir, en el texto de la siguiente carta, la delicada esquelita de un hermano lego Benedictino con una larga escoba ilustrada en el original. Tiene cerca de una pulgada y un cuarto de alto, y es absolutamente fiel a la realidad, a pesar de la propia crítica del artista. La carta fue escrita desde San Anselmo.

(xiv) “________ _______ y yo hemos pasado un encantador tiempo en este monasterio Benedictino, en un retiro. Por lejos este el  mejor retiro que he tenido desde un punto de vista subjetivo. No hay reglas, ni direcciones y hacemos exactamente lo que queremos. Nos levantamos cuando queremos, rezamos mucho tiempo, cuando y donde queremos y, en consecuencia, es una especie de anticipo del Paraíso. Los benedictinos irradian tranquilidad y amor a Dios, y tienen sentido del humor y nos proveen de baños fríos. En realidad, no se me ocurre qué más esperar. Es un monasterio nuevo, muy grande, con una Iglesia-Abadía muy alta, con una avenida de encinas y lagartijas; con una colina azul a la distancia y viñedos por todos lados; con grandes habitaciones, frío mármol y escaleras. Cantan como los ángeles y su ceremonial es ideal. Esta tarde tuvimos vísperas pontificiales y ellos las hicieron como si (y es verdaderamente así) lo más importante del mundo fuera orar bien a Dios. Sentí que ahí estaba la plenitud del tiempo y del espacio. Tengo una galería en el techo toda para mí.”

“Hay unos encantadores hermanos legos que parecen gnomos (he dibujado mal el hábito, pero por supuesto te dará una impresión general) que le hacen a uno la habitación, barren el lugar y uno de ellos me subió tu carta esta tarde.”

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“Siento que podría retirarme aquí para siempre. Propiamente hablando cada uno es de diez días, pero espero que acorten los otros; ya que treinta días de retiro en seis semanas es bastante largo. Pero no me importa si por último ellos no lo hicieran…No he visto nada como Mirfield desde que me fui y eso era el Cielo…”

“Mi primera Misa ciertamente va a ser sobre el cuerpo de San Pedro. Pero las fechas son absolutamente inciertas hasta el momento. Te lo haré saber lo más pronto posible, cuando yo lo sepa…La manera italiana es así:  aspirar un poco de tabaco cuando se les pregunta por alguna cosa y decir: “¡Fa´niente, el tiempo fue hecho para los esclavos!”

“Tu relato sobre el religioso francés y la Salve Regina es de lo más conmovedor. Pero qué espléndido es que Inglaterra le diera refugio. Es una especie de acto de reparación para Tyburn, y puede brindar inmensas bendiciones…”

“Me temo que a los viejos católicos no les gustará mi “Libro del Amor de Jesús”. Su gusto por el inglés está completamente corrompido por las modernas oraciones latinizadas, llena de palabras como “amigable” “condescendencia” “fervor” y así. Se necesita ser educado en el Book of Common Prayer para saber lo que la lengua inglesa puede significar en la oración. Sin embargo, espero que los conversos y los anglicanos comprarán el libro….”

“…Esta es una carta muy inapropiada para estar escrita en un retiro, y temo que las personas piadosas la llamarían “des-edificante”. Pero no puedo hacer nada y no tengo tiempo para escribir otra.”

Cualquier comentario acerca de estas maravillosas cartas ciertamente sería muy “des-edificante”, aunque hay mucho acerca de lo cual el corazón arde por decir. Sin embargo, Monseñor Benson siempre y en cualquier momento escribió la más conmovedora descripción de la Misa del Papa en San Pedro por Pascua que yo, por mi parte, nunca he visto.

La carta de San Anselmo fue escrita en mayo de 1904. El padre Benson fue ordenado sacerdote en la Fiesta de San Antonio de Padua el 13 de junio. Después dijo su primera Misa, no sobre el cuerpo de San Pedro, sino sobre el altar de San Gregorio en la Colina Celia y regresó a Inglaterra.