jueves, 17 de noviembre de 2016

En el aniversario 145 del nacimiento de R.H. Benson, una reflexión



       
  En un día, 18 de Noviembre, como hoy hace 145 nacía Monseñor Robert Hugh Benson. Como sabrán tiene un libro donde explica el proceso de su conversión y los motivos que lo llevaron a dar el gran paso. Hace tiempo que me vengo preguntando si estuviera vivo ahora ¿se convertiría? Bueno, ante todo al conversión es un llamado de Dios, pero vistas la actual situación de la Iglesia tengo mis dudas especialmente después de leer unos párrafos de su libro Confesiones de un converso que transcribiré más abajo. Juzguen ustedes mismos y verán que uno de los motivos que lo condujo a su conversión fue precisamente la sólida doctrina que la Iglesia siempre creyó y enseñó, la claridad de la misma.

Es obvio que la actual iglesia anglicana está peor que nosotros y en vías de desaparición, pero nosotros nos estamos protestantizando sin que muchos se estén dando cuenta de ello. Tan sólo observando el caso más reciente de lo que está sucediendo con el asunto de la Amoris Laetitia pareciera que ahora cada cual interpreta lo que más le conviene para su personal situación.  Lo que llevó a mi querido monseñor a abrazar la fe católica ya no es tal porque la autoridad que debe enseñar, ya no enseña a la luz de la Tradición y de la Escrituras, sino que se basa en interpretaciones antojadizas y acomodaticias al momento presente. Vemos con estupor soluciones y criterios antagónicos entre los obispos acerca de asuntos esenciales para la salvación de las almas, y no hay ya quien corrija, sancione y aclare. Estamos como ovejas sin pastor. 

         Valga pues mi homenaje en su cumpleaños a este hombre de Dios que tuvo el coraje para convertirse, Oremos para que esté descansando en paz y para que interceda por nosotros.

          "Si el Cristianismo es, como lo creo, una Revelación auténtica, el Magisterio de la Iglesia debe tener una doctrina clara en relación con el tesoro que se le ha encomendado, especialmente en aquellos aspectos de los que depende la salvación de sus hijos.

          Puede no definirse o permitir divergencias en puntos meramente especulativos; por ejemplo, deja que sus teólogos discutan durante siglos sobre el modo de obrar de Dios, sobre los mejores términos filosóficos para profundizar en los misterios o sobre los límites concretos de certeza en el poder de ese Magisterio y en el modo de ejercerlo.

          Pero en los temas que afectan directamente a las almas - los Sacramentos, la gracia y sus efectos, etc -, no sólo debe tener clara su fe, sino que ha de transmitirla continuamente; y, no menos continuamente, silenciar a quienes la oscurecen o la interpretan erróneamente.

           Ahora bien, no era ese el caso de la Comunión anglicana en la que yo me encontraba. Yo era ministro de una iglesia que parecía no tener criterios claros y únicos, ni siquiera en materias directamente relacionadas con la salvación de las almas. Una de mis obligaciones consistía en predicar y practicar la doctrina de la Redención que Dios había llevado a cabo por medio de la vida y muerte de Nuestro Señor Jesucristo; y yo sabía muy bien que era una doctrina sacramental. Sin embargo, cuando busqué en mi entorno una exposición firme de esa doctrina, no la encontré.      Ciertamente, muchas personas aceptaban y enseñaban lo mismo que yo aceptaba y enseñaba; había sociedades a las que yo pertenecía - la English Church Union y la Confraternity of the Blessed Sacrament - que no vacilaban en ese sentido. Pero es imposible afirmar que la autoridad de mi iglesia fuera igualmente clara.

         Tomemos como ejemplo un solo punto esencial: la doctrina sobre la Penitencia. En realidad, yo ignoraba si estaba permitido o no enseñar que era indispensable para obtener el perdón del pecado mortal. Prácticamente todos los obispos lo negaban, y algunos de ellos negaban incluso el poder de absolver. Sin embargo, aun admitiendo que mi opinión se toleraba, el hecho de que también se toleraran otras opiniones excluyentes era la prueba palpable de que la mía no era asumida. Yo daba a conocer, del mejor modo posible, mi parecer particular sobre un punto que estaba oficialmente sin definir, y estaba enseñando como una cosa cierta algo que era oficialmente incierto. Y, cada vez con mayor claridad, veía la imposibilidad de afirmar que la Iglesia de Inglaterra exigía la Confesión sacramental.

         Muchos de nuestros clérigos resolvían este dilema de un modo muy sencillo. No apelaban a la voz viva de la Iglesia de Inglaterra, sino a las formulaciones escritas, explicándolas de acuerdo a su propio criterio. Pero yo veía difícil hacer esto sinceramente, pues intuía que una formulación escrita no sería nunca decisiva en una Iglesia donde tales formulaciones pueden ser interpretadas en varios sentidos y la autoridad no sólo no decide cuál es el verdadero, sino que, en realidad, tolera interpretaciones que se excluyen mutuamente.

         Cada vez con más claridad veía la absoluta necesidad de una autoridad viviente que interpretara de un modo actual las palabras originales afirmadas por el Magisterio. Una iglesia que apelara sólo a palabras antiguas no sería más que una sociedad anticuada.

                                                    Resultado de imagen para confesiones de un converso

        Me dijeron que me contentara con mi propia interpretación, pero eso era imposible, pues si tal interpretación era discutible, yo no podía enseñarla con autoridad. El Dr. Pusey me apoyaba, también Mr. Keble y otros. Pero yo afirmé que no podía apoyarme en la autoridad de ciertas personas - eminentes, sin duda - si otras, igualmente eminentes, tenían criterios opuestos. Un par de consejeros me dijeron que esas cuestiones no eran esenciales; que las verdades fundamentales del Credo Cristiano constituían lo absolutamente necesario, y que el testimonio anglicano sobre esas verdades era lo bastante claro.

         Mi respuesta fue que dichas cuestiones eran las más prácticas de todas, pues no se referían a remotos y abstractos planteamientos teológicos, sino a detalles reales de la vida cristiana. ¿Debía decir o no a los fieles que estaban obligados a confesar sus pecados mortales antes de comulgar? Este es un ejemplo entre otros muchos, porque las preguntas surgían por todas partes.

         En torno a mí veía una iglesia que, aun aceptable en la teoría, era inaceptable en la práctica. Sus hijos vivían y morían por decenas de miles ignorando realmente lo que creían era el Evangelio; ignorándolo no por negligencia propia, sino por la enseñanza deliberada de hombres acreditados como ministros, yo entre ellos. Unos fieles que sólo deseaban conocer y obedecer los preceptos de su iglesia y que deberían haber tenido la oportunidad de hacerlo. 

         Por otra parte estaba la Iglesia de Roma. Creo haber oído en distintos momentos todos los argumentos teóricos e históricos que se esgrimían en contra de sus enseñanzas; pero, desde un punto de vista práctico, esa no era la cuestión. Su doctrina funcionaba; puede que lo hiciera de forma mecánica o supersticiosa, pero funcionaba. Recuerdo que en una conversación comparé ambas doctrinas con dos fuegos preparados.

        La anglicana es comparable con un hombre que aplica una cerilla a una mezcla defectuosa de combustible: donde hay celo y sinceridad personales, prenderá la llama y las almas arderán y brillarán; pero, cuando desaparece la influencia o los criterios "católicos" particulares de un sacerdote, todo queda como antes.

        En la doctrina católica, sin embargo, es muy distinto: puede haber descuido o falta de piedad, pero el fuego arde de todos modos y al margen de las actitudes individuales, porque el combustible está bien preparado. Aunque un sacerdote sea descuidado, indolente o incluso laxo en sus opiniones personales, su rebaño conoce todo lo necesario sobre la salvación y sobre el modo de alcanzarla. El niño católico-romano más pequeño sabe exactamente cómo reconciliarse con Dios y obtener la gracia.

(...) Sin embargo, la doctrina romana era la sencillez misma. Un católico-romano puede decir con San Jerónimo: "Estoy en comunión con Su Santidad, es decir, con el Sucesor de Pedro. Sé que sobre esta roca está edificada la Iglesia". La doctrina romana funcionaba; la anglicana no."

                                                                            R.H. Benson, Confesiones de un converso


       Algo off topic, pero relacionado con lo mismo: No sé si a ustedes les pasa, pero al menos yo estoy hasta la coronilla con lo que está pasando con la Iglesia y con el papa. El grado de confusión que existe en las almas está llegando a grados exponenciales y la división entre los católicos es vertiginosa.

        Me tienen harta las sorpresas que cada día nos llegan de Roma y ya se me está haciendo realmente muy desagradable el continuo bombardeo de información que me llega a través de en diferentes sitios web y por facebook acerca de lo que dice y lo que hace el Obispo de Roma.  La información nos está ahogando y deprimiendo porque aparte de criticar y escandalizarnos no es mucho más lo que como simples fieles podemos hacer para contrarrestarla. Estar todos los días leyendo barbaridades como que los que vamos a la misa tradicional somos unos...¿cómo es que dijo? ¿Rígidos? Sí, rígidos, que llevamos una doble vida, que vamos a esta misa por una simple moda pasajera; o que son los comunistas los que piensan como cristianos. Uno tiene un límite y que lo estén insultando gratuitamente, basureando y juzgando el fuero interno colma, más todavía si no es posible defenderse de semejante ataque que viene de la máxima autoridad de la Iglesia.

           Trato de vivir lo más católicamente posible, según corresponde a mi estado como mujer casada y madre de familia y en lo que al papa actual se refiere he tomado hace mucho tiempo la consigna del "no se oye padre", porque el personaje habla de más y cuando tiene el deber de hacerlo no lo hace y deja a cuatro príncipes de la Iglesia esperando con total indolencia, falta de caridad y de respeto....Todo esto ya me tiene harta.

       Los católicos que nos precedieron en los siglos pasados cuando no tenían como nosotros tantísima información a disposición vivían más tranquilos haciendo lo que tenían que hacer sin preocuparse por lo que ocurría en Roma. No sé si ahora podemos vivir así porque al parecer necesitamos estar informados para saber quien es quien y  para no caer en manos de curas que están en muy feliz sintonía con lo que dice el Obispo de Roma, pero cuánto me gustaría poder hacerlo.

1 comentario:

  1. Beatrice,
    la doctrina católica sigue siendo uniforme y clarísima. La Biblia, el Catecismo, los documentos de los distintos Concilios Ecuménicos, y las proclamaciones de los Dogmas allí están, para quien los quiera consultar. Que haya quien no los quiera consultar, es otra cosa.

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