miércoles, 19 de agosto de 2015

La túnica verde, por Mgr. Robert Hugh Benson

Nota: Esta es la primera historia, del primer libro que Monseñor Benson publicó en 1903.  Se trata de historias cortas "medio místico, medio imaginativo" que un viejo sacerdote le va contando a un joven amigo suyo. A Benson posteriormente este libro no le gustó y en Las Confesiones de un Converso, dice textualmente: "es una obra que me desagrada profundamente". Creo que exageró un poco en su apreciación, y si bien no es una obra genial, son historias amenas que dejan cristianas enseñanzas. Es el primer y único libro de su época de anglicano. 
La que sigue a continuación, es además la tercera historia que traduzco de este libro. Pretendo, Dios mediante, terminar de traducir el libro completo este año. Cualquier corrección a la traducción es bienvenida.     
             Beatrice
                                              
                                         La Túnica Verde
Para ver un mundo en un grano
Y un cielo en una flor silvestre,
Abrazar el Infinito en la palma de la mano
Y la eternidad en una hora
Blake

El viejo sacerdote permaneció en silencio por un momento. El zumbido de una gran abeja retumbó hasta una buena distancia y cesó cuando la blanca campana de una flor a mi lado, cayó sorpresivamente bajo su peso.

- No he sido claro – dijo el sacerdote de nuevo – déjame pensar por un minuto – Y se echó para atrás.

Estábamos sentados en una pequeña terraza de baldosas rojas en su jardín, en un ángulo protegido por el muro. A uno de nuestros lados se levanta la vieja e irregular casa, con sus ventanas enrejadas y sus techos con líquenes que culminan con un campanario. Al otro lado miré, a través de un agradable jardín donde grandes amapolas escarlatas cuelgan como llamas inmóviles, hacia el alto cerco vivo de tejos detrás de los cuales se levanta una verde masa de un pesado olmo sobre el cual se lamentaba una paloma, y arriba de todo esto, un tierno cielo azul.

                  

El sacerdote estuvo todo el tiempo mirando hacia el frente, con los ojos de niño que brillaban extrañamente en su delgado rostro bajo sus cabellos blancos. Estaba vestido con una vieja sotana que a la luz se veía raída y verde.

-No – dijo de pronto – no me refiero a la fe, sino únicamente a que Dios me ha dado el don de una intensa forma de percepción espiritual. Dicho don es realmente común a todos nosotros según nuestra medida. Es la facultad por la cual verificamos por nosotros mismos lo que hemos recibido de la Autoridad y abrazamos por fe. La vida espiritual consiste, en parte, en ejercitar esta facultad. Esta forma de facultad Dios ha tenido a bien otorgarme, tal como a ti Él ha tenido a bien otorgarte un agudo poder para ver y disfrutar de la belleza donde puede que otros no la vean.  A esto se le llama percepción artística. No es por mérito tuyo o mío, no más que lo es el color de nuestros ojos, o la facultad para las matemáticas, o un cuerpo atlético.

En mi caso, sobre el cual pareces estar bien interesado, la percepción a veces es tan aguda, que el mundo espiritual se me aparece tan visible como lo que llamamos mundo natural. En tales momentos, aunque yo generalmente sé la diferencia entre lo espiritual y lo natural, ellos se me aparecen de manera simultánea, como en el mismo plano. Depende de mí elegir a cuál de los dos ver más claramente.

Permite que te lo explique mejor. Es una cuestión de enfoque. Hace unos instantes tú estabas mirando el cielo, pero no veías el cielo, sino que en su lugar tienes ante ti tus propios pensamientos. Entonces yo te hablé y de a poco tú me miraste, luego me viste y tus pensamientos desaparecieron. Ahora podrás entenderme si te digo que esos repentinos vistazos que Dios me ha concebido eran como pensar cuando miras el cielo: los ves a ambos, al cielo y a tus pensamientos al mismo tiempo, en el mismo plano, como te lo señalé. O piénsalo de otra forma. Conoces la placa de vidrio que está atravesada en la parte superior de la chimenea en mi estudio. Bueno, depende de cómo enfoques tus ojos y tu intención, ya sea para ver el vidrio y la chimenea, o la habitación reflejada en el vidrio. ¿Puedes imaginar lo que sería si viéramos a ambos lados al mismo tiempo? Es como eso – y él hizo un extraño gesto con sus manos.

-Está bien – dije – aunque me cuesta entenderlo. Pero por favor, cuéntame, si quieres, la primera visión de este tipo que has tenido.

-Yo creo – comenzó – que la primera clarividencia ocurrió cuando yo era niño, por lo que deduzco a partir de los diarios de mi madre. No tengo el diario ahora conmigo, pero hay una nota en el que ella describe cómo yo había visto un rostro mirando a través del muro y había corrido hacia dentro desde el jardín, medio asustado, pero no aterrorizado. Pero yo no recuerdo nada de esto. Mi madre parece pensar que debo haber estado caminando dormido. Si no fuera por lo que me ha pasado desde entonces tal vez hubiera pensado que sueño demasiado. Hay otra explicación que me parece más probable. La primera clarividencia que yo recuerdo es como sigue:

Cuando tenía alrededor de cuarenta años vine a casa al final de julio por vacaciones. El coche con el pony estaba esperándome en la estación cuando llegué alrededor de las cuatro de la tarde. Sin embargo,  como había un atajo por el bosque, puse mi equipaje en el coche y yo caminé la milla y media solo. De pronto el sendero campestre se sumergió dentro del bosque de pinos y yo me acerqué a las resbaladizas agujas bajo los altos arcos de los pinos con la intensa y extasiante felicidad del regreso a casa que algunas naturalezas conocen tan bien. A veces deseo que  los primeros pasos tras la muerte sean así. El aire estaba lleno de un dulce sonido que parecía enfatizar la profunda tranquilidad de los bosques y las suaves luces que se mueven entre el sombrío verdor. Esto yo lo sé ahora, pero en aquel entonces no lo sabía, hasta ese día, aunque la belleza, el color y el sonido del mundo ciertamente me afectaban. Mas, yo no era consciente de ello, como tampoco del aire que respiraba, porque yo no sabía por aquel entonces lo que ellos significaban. Pues bien, me fui en dirección hacia esta resplandeciente penumbra fijándome solamente en los árboles que podían subirse, en las ardillas y las polillas que podían ser atrapadas y en los palos que podían ser transformados en flechas y arcos.

Debo decirte algo acerca de mi religión por ese entonces. Era la religión de los niños bien educados. En primer término, por ponerlo de alguna manera, estaba la moralidad: yo no debo hacer ciertas cosas, y debo hacer ciertas otras. A media distancia había una percepción de Dios. Déjame decirte que yo me daba cuenta que estaba presente para Él, pero Él no estaba presente para mí. Nuestro Salvador moraba a media distancia, como alguien que me parecía generalmente tierno, a veces severo. En último término aquí subyacen unos certeros misterios sacramentales y estos eran principalmente asuntos de gente adulta. E infinitamente lejos como nubes apiladas sobre el horizonte del mar, estaba el mundo invisible del Cielo desde donde Dios me miraba.  Ahora  las puertas y las calles doradas son imponentes en su exclusividad; las tardes del domingo brillan con una luz de esperanza y las húmedas mañanas son inefablemente lúgubres, pero todo esto carecía de interés para mí, pues a mi lado reposaba el agradable mundo tangible y éste era real. Por ahí en una imagen borrosa yacía la religión, reclamando mi homenaje, pero no mi corazón.

             

Bien pues, entonces caminé a través de aquellos bosques. Yo, una diminuta criatura humana, aun mayor, si lo hubiera sabido, que estos gigantes de cuerpo y brazos rollizos y engalanados que se agitaban sobre mí. Mi sendero pronto llegó a una explanada y a mi izquierda un largo claro bordeado por pinos y helechos, con una alfombra de pasto cortada por conejos y con un apacible estanque en el centro, a unas cincuenta yardas de mí. No puedo contarte cómo comenzó la visión. Me encontraba  de pie perfectamente calmado, sin experimentar ninguna clase de shock consciente. Mis labios estaban secos, mis ojos ardían a causa de la intensidad con la cual había estado mirando hacia el claro del bosque, y estaba con un pie dolorido a causa de la presión que yo había ejercido sobre él. Debió haber venido a mí y haberme cautivado con tal rapidez que mi cerebro no tuvo tiempo para pensar. Por tanto, no hubo trabajo para la imaginación, sino una clara y sorpresiva visión.

Esto es lo que recuerdo haber visto: me paré en el borde de una túnica verde. Estaba hecha de un material de este color. Un gran pliegue quedó a plena vista, pero yo estaba consciente que se extendía por unas ilimitadas millas. Esta gran túnica verde resplandecía por sus bordados, que eran líneas rectas de color amarillo oscuro a ambos lados los cuales se fundían dentro del verde oscuro en la parte superior. En el centro yacía una pálida ágata cosida delicadamente a la túnica con unas finas puntadas oscuras. Sobresalía en la parte superior de esta sedosa túnica un forro azul.

Yo estaba consciente que esta túnica era enorme, más allá de lo concebible, y que estaba parado como si estuviera en uno de sus pliegues y que ésta reposaba sobre un suelo invisible. Era más claro que cualquier otro pensamiento. Pero más claro todavía que cualquier otro pensamiento, distinguí con certeza que esta túnica no había sido arrojada y abandonada, sino que vestía a una Persona. Es más, este pensamiento mostró una ondulación que corrió a lo largo de la parte superior del verde oscuro, tal como si el usuario de la túnica justo acabara de agitarla y yo sentí en mi rostro la brisa de su movimiento. Supongo que fue esto lo que me hizo volver sobre mí.

Entonces miré de nuevo, y todo estaba como la última vez que yo había pasado por aquí. Ahí estaba el claro del bosque, el estanque, los pinos y el cielo entre éstos, y la Presencia se había ido. Me sentí como un niño caminando a casa desde la estación, y frente a mí estaban los queridos encantos del pony, las pistolas de aire, las caminatas tras caminatas en las mañanas en mi propio dormitorio alfombrado.

 Traté de ver nuevamente como lo había visto, pero no estaba, no existía nada parecido a una túnica y por sobre todo ¿dónde estaba la Persona que la usaba? No había otra vida, salvo la mía propia y la de los insectos que cantaban en el aire y la tranquila vida meditativa de las cosas que crecen. Pero, ¿quién era esta Persona a la que yo súbitamente había percibido? Y entonces vino a mí esta idea como un shock y aun así yo estaba incrédulo. No podía ser este Dios de los sermones y de las largas oraciones que exige mi presencia domingo tras domingo en su pequeña capilla, este Dios que me observaba como un padre severo. Y pensé en porqué la religión me habla acerca de que todo es vanidad e irrealidad, y que los conejos y los estanques, los claros de los bosques no son nada comparados con el que está sentado en un gran trono blanco.

No necesito decirte que nunca hablé de esto en casa. Me pareció que había tropezado con una escena que fue casi terrorífica, que debió haber sido pensada en la cama, o durante una inactiva solitaria mañana en el jardín y de la cual no debe hablarse. Y puedo con temor decirte que cuando ocurrió yo comprendí que después de todo,  solamente está Dios.

El viejo paró de hablar, y yo miré de nuevo el jardín sin preguntarle nada. Traté de imaginar cómo las amapolas fueron bordadas a la túnica, y escuchar cómo era el parloteo de los estorninos, pero el susurro de sus movimientos, el tintineo de las joyas contras las joyas, el lamento de la paloma y el crujido de la pesada seda, pero no pude. Las amapolas flamearon y los pájaros conversaron y sollozaron, pero eso fue todo.


R.H. Benson, The Light Invisible 

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