La cruz del calvario, tallada por Benson y colocada por él en el jardín de su casa en Hare Street |
"The world is neither white with black spots nor black with white spots; it is black and White" R.H.Benson
Una las Paradojas del Catolicismo de R.H. Benson se titula Joy and Sorrow. Me resulta difícil dar con el término exacto para "sorrow", pues traducirlo como dolor me trae siempre a la mente la palabra "pain", y apunta a otro sentido. "A man of sorrows", dice Isaías, y se traduce casi siempre como Varón de dolores. Es una manía mía esta la de buscar el término preciso y como me parece más adecuado pena que dolor para este caso, lo dejaremos así.
Antes de pasar a la traducción que he realizado sobre este sermón, quisiera comentar a propósito del tema, algunas cosas que quizás no tengan tanto que ver directamente con los argumentos de Benson, a pesar de que atañen a lo mismo. La vida está llena de momentos alegres y tristes, es blanca y es negra como dice nuestro cura inglés. Y como la Verdad es el justo medio entre dos extremos, me chocan tanto la gente que anda siempre con su alegría desbordante del "sonríe Dios te ama", como la del que ve todo negro sin esperanza y se siente que Dios nos ha abandonado a nuestra suerte.
No es posible vivir una vida de jarana permanente porque somos naturaleza caída y por tanto vamos estar siempre golpeados por el sufrimiento y los días malos. Nuestros pecados siguen crucificando a Cristo. La vida misma nos enseña que estar "hiperventilados" siempre no es lo normal. Nos dolemos por el mal que hay en el mundo, causado por nuestra ruptura con el Bien Eterno, y este dolor - que es el mal de pena causado por el pecado original - no se puede tapar con escapes transitorios de fiestas, tecnologías, centros comerciales o lo que se les ocurra por más que tratemos de convencernos que sí. Porque pareciera que nuestro mundo vive tan lleno de problemas que en vez de refugiarse en la templanza de una vida conforme a la Voluntad de Dios, se arranca en el continuo ruido que intenta tapar su conciencia. El mundo está mal y como no quiero saber más de aquello me lanzo con todas mis fuerzas y recursos a tapar al menos por un rato mis problemas. Entonces nos transformamos en hedonistas, en gozadores...total ya que la vida está tan dura, pasémosla bien...yo..yo...yo y mi individualismo. Sin embargo, por más que tratamos de escapar del sufrimiento, más sufrimos. Mientras más escapamos por el camino del disfrute, más nos persigue la desazón; y mientras lo hacemos, vamos dejando una estela de consecuencias negativas a nuestro paso.
Se nos pide que resistamos y que esperemos, que confiemos cumpliendo la Voluntad de Dios. La mayoría de las veces es muy difícil no sucumbir a la tentación de la desesperanza. La vida no es un jolgorio de felicidad con momentos duros; ni tampoco es amargura permanente con uno que otro momento de dicha. La vida tiene alegrías y tiene penas, y hay que aprender - aunque nos lleve toda la vida - a vivirla con sus momentos buenos y sus momentos malos con paciencia, con fidelidad a lo que se nos pide. Vaya aquí un ejemplo personal: me levanto con la tentación de la desidia, sin ganas de hacer nada, con el ánimo por el suelo viendo todo negro y la depresión se me pega a la espalda como un virus que pretende achatarme. Sin embargo, como yo sé que es una tentación - y el maligno sabe donde se encuentran nuestras debilidades y entonces por ahí trata de dominarnos - entonces intento no escucharla. Está ahí casi todo el día intentando que le haga caso y en la medida de mis fuerzas la ignoro, literalmente me hago la sorda a sus susurros. Le pido ayuda al Sagrado Corazón y al Niño Jesús para que me den la fuerza para no hacerle caso. Sé que está ahí siempre y si sucumbo a escuchar la voz de la desesperanza, como una torre que se cae, me caigo. La tentación de pensar que todo está perdido, de que todo está mal, la combato con la confianza que me da la virtud teologal de la Esperanza. ¿Qué sería de mi vida sin Ella? No lo sé, y no quiero ni pensarlo. En consecuencia: somos católicos que vemos que hay dolor, lo experimentamos a diario. Eso nos remece, nos apena, nos duele ver como se demuele la cristiandad, pero sabemos que algún día el mal que nos aflige se va a acabar. Hay que resistir al mundo confiados y esperanzados. La Esperanza es la que nos da el consuelo y la alegría suficiente para seguir cada día adelante cumpliendo nuestro deber, sirviendo a Dios. Sabemos que Cristo vino a liberarnos de la esclavitud del pecado y que ha resucitado, y que nosotros Como decía el padre Castellani: ni pesimismo ni optimismo, sino esperanza. Ahí está la clave de todo.
Pongo entonces a su disposición otra más de la Paradojas del Catolicismo. El procedimiento de monseñor en estos sermones es colocar en primer lugar las dos objeciones más comunes, para luego pasar a contra argumentarlas. La segunda objeción me parece escucharla a diario en algunos grupos católicos primaverales con sus muestras de optimismo ciego e irracional. He aquí el texto de Benson:
Paradojas del Catolicismo
IV-
Alegría y Tristeza:
Gozaos y
alegraos… (Mateo, 5, 12)
Bienaventurados los que lloran… (Mateo, 5, 5)
La Iglesia Católica, como se ha visto,
es siempre demasiado “extremista” para el mundo. Ella se satisface nada más que
con la Paz Divina y su causa ha sido
ocasión para las más sangrientas guerras, más que cualquiera librada por
motivos meramente humanos. Ella no se satisface con la mera bondad, sino que
urge siempre a la Santidad hasta a sus
niños, aunque tolera simultáneamente a los pecadores, a quienes hasta el mundo
desprecia. Vamos a considerar ahora cómo, en el cumplimiento de estos dos
aparentes mutuos contradictorios
preceptos de Nuestro Señor, el regocijarse y el llorar, una vez más aparecen al
mundo como extravagantes en ambos sentidos a la vez.
I- Una acusación común contra ella es su
excesivo regocijo; es arrogante, confidente, y optimista cuando ella debiera
ser tranquila, templada y sensible.
“Este mundo” – exclama su crítico – “es en
su totalidad un lugar muy triste e incierto, no existe un rayo de luz que no
tenga una nube delante; después de todo no existe la esperanza de no ser decepcionado.
Entonces, cualquier religión que reclame
ser apropiada a la naturaleza humana, debe siempre poseer algo de tristeza e
incluso de vacilación con respecto a esto. La religión debe andar con cuidado
todos los días, si ella quiere andar mano a mano con la experiencia. La muerte
es segura; ¿es segura la vida? La función de la religión es
ciertamente, ayudar a iluminar esta oscuridad, aunque no con un gran rayo de
luz. Ella puede esperar, aspirar, suponer, insinuar; de hecho, es su deber.
Pero ella no debe proclamar, denunciar ni comentar. Ella debe ser más sugestiva
que exhaustiva; más sensible que viril; esperanzada más que positiva;
experimentada más que dogmática.”
“Ahora
bien, el catolicismo es al mismo tiempo,
muy ruidoso y demasiado confiado. Observa el espectáculo de la
liturgia católica un día de misa cantada. ¿Ha existido alguna vez algo más
arrogante? ¿Qué tiene que hacer ese estallido de colores, esas voces clamando,
ese soplido de trompetas, con las tenues medias luces del mundo y el misterio
de la oscuridad desde la cual provenimos y hacia la cual volvemos? ¿Qué tienen
que hacer los dogmas revelados con las gentiles conjeturas de la filosofía?
¿Qué tiene que hacer este optimismo con la incertidumbre de la vida y del
futuro? Y sobre todo, ¿qué tiene de simpática esta absurda exultación con la miseria del mundo?”
“¡Cuán
diferente es todo esto con el espíritu del Varón de Dolores! Leemos que Jesús
lloró, pero él nunca rio. La suya fue una vida triste, partiendo por el oscuro establo de Belén hasta el
oscuro monte Calvario. Él fue lo que fue porque sabía lo que significa el
dolor. Fue a causa de sus penas que tocó el corazón de la humanidad. Dijo:
“Bienaventurados los que lloran”. Bienaventurados son los que nada esperan,
porque no serán decepcionados."
Este es el otro modo en que nuestro crítico encontrará fallas, para nuestro pesar.
“¿Por
qué la religión de ustedes los católicos
no es más acorde con el mundo feliz en el cual vivimos? ¡Indudablemente
la función suprema de la religión es animar, fomentar, poner énfasis en el lado
positivo de la vida! Debiera ser iluminadora, brillante y fraternal. Porque, después
de todo, este es un mundo hermoso y lleno de alegría. Es verdad que hay
sombras, aunque no puede haber sombras sin sol; hay muerte, pero observa cómo
la vida continuamente brota nuevamente desde la tumba. Puesto que todas las
cosas trabajan juntas para el bien; ya que Dios ha tomado los dolores para
hacer al mundo más dulce, es poco halagador para el Creador tratarlo como un
valle de miseria. Vamos a hacer entonces las cosas mejor y a olvidar las
peores. Vamos a dejar que las cosas queden atrás y vayamos hacia las cosas que
están delante. Vamos a insistir en que el mundo es blanco con unas manchas
negras sobre él, seamos optimistas, felices y confiados.”
“Mas,
ustedes los católicos son unos pobres de espíritu, una raza miserable. Mientras
otras denominaciones están, poco a poco, eliminando la melancolía, ustedes
insisten sobre esto. Mientras el resto de nosotros está de acuerdo con que el
Infierno existe, pero es un espectro, el pecado es un error y el sufrimiento no
es más que curativo, ustedes los católicos siguen insistiendo sobre su
realidad; que el Infierno es eterno, que el pecado es una oposición deliberada
de la voluntad humana contra la Divina, y que el sufrimiento es judicial.
Pecado, Penitencia, Sacrificio, Purgatorio e Infierno – estas son las viejas
pesadillas del dogma- y sus frutos son lágrimas, dolor, terror. ¿Qué es lo que
está mal en el catolicismo entonces? ¿Es su penumbra, es su dolor? Porque con
seguridad esto no es el Cristianismo de Cristo, tal como nosotros ahora lo
aprendemos y entendemos. Cristo, entendido correctamente, es el Hombre de la
Alegría, no del dolor. Lo más característico de sí mismo, por así decirlo, es
como el sonriente pastor de Galilea, rodeado de sus ovejas; es como el amigo de
los niños, de las flores y de los pájaros; es como el Predicador de la Vida y
de la Resurrección – lo más característico de sí mismo es como coronado, ascendido y
glorificado más que como el ensangrentado mártir de la Cruz, al cual ustedes
colocan encima en sus altares. Regocijaos, entonces, y sean alegres, y lo
halagarán a Él mejor.”
Una
vez más entonces, parecemos estar equivocados, cualquiera sea el lado hacia el
cual nos tornemos. El rostro rojizo del fraile con su barril de cerveza es la
caricatura de nuestra alegría. ¿Puede ser éste, se preguntan, un seguidor del
Varón de Dolores? El lánguido rostro del asceta, con sus ojos vueltos hacia el
cielo, es la concepción que tiene el
mundo de nuestro dolor. La alegría Católica y el dolor Católico son igualmente
ardientes y extremos para un mundo que se deleita en la moderación. En ambos
dolor y alegría – un poco de melancolía, pero no mucha; y un poco de
jovialidad, pero no excesiva.
II.
En primer lugar entonces, es importante recordar que estas acusaciones no han sido hechas contra nosotros
por primera vez ahora. Incluso en los días del Imperio Romano pensaban que eran
signos de la falta de humanidad del
cristianismo. “Estos cristianos” se decía “lo más probable es que estén
embrujados. Mira como ellos se ríen en
el potro y con el látigo, y van a la arena como ¡si fueran al lecho nupcial!
Observa como Lorenzo se mofa sobre su parrilla”. Y una vez más “Ellos
deben estar embrujados por su morbosidad y por su amor por las tinieblas. Son
enemigos de la alegría, de las risas humanas y de los placeres comunes. Pero en
fin, ellos no son hombres de
verdad, después de todo. Sus alegrías
excéntricas cuando otros están llorando, y su tristeza extravagante cuando todo
el mundo está feliz -" Estos son los
grandes signos a los cuales apelan sus enemigos
como prueba de que algo ajeno a este mundo los estaba inspirando; como prueba
de que ellos no podían ser simples amigos del género humano, como se atrevían a
pretender.
Resulta interesante recordar que nuestro mismo Divino
Señor llamaba la atención por estas acusaciones: “El Hijo del Hombre viene comiendo y bebiendo. El Hijo del Hombre
se sienta en las Bodas de Caná y en la casa de un hombre rico se sienta en la mesa: ¡He
aquí a un glotón bebedor de vino! El Hijo del Hombre se regocijó y tú le
propones estar triste. Juan el Bautista
no llegó ni comiendo ni bebiendo, un ascético envuelto en su piel de
camello, con palabras de penitencia y con reproches en su boca, y tú dices, Él está endemoniado…Nosotros hemos cantado
para ti y tú no has danzado. Hemos jugado en las bodas como niños en la
plaza del mercado, y tú nos has hablado de estar silenciosos y de pensar sobre
nuestros pecados. Nosotros hemos llorado
por ti, en lugar de eso te hemos
preguntado sobre jugar en los funerales, y tú nos has dicho que era morboso
pensar en la muerte. Hemos llorado y tú no te lamentas.
III.
Desde luego, el hecho es que ambos, alegría y tristeza deben ser parte de todas
las religiones, ya que juntas la alegría
y la tristeza constituyen parte de la experiencia. El mundo no es blanco con manchas negras ni
negro con manchas blancas, es blanco y es negro. Esto en tan cierto como que el otoño
sigue al verano y que la primavera sigue al invierno. No es menos cierto que la
vida surge de la muerte, como que la muerte sigue a la vida.
Entonces,
la religión si se adecua a la experiencia, no puede ser desapasionada. Por el
contrario, debe ser apasionada, ya que la naturaleza humana es apasionada
también; y en gran parte debe ser más que apasionada. No debe moderar su aflicción, sino que debe
profundizarla. No debe desterrar las alegrías, sino que debe exaltarlas.
Debe
llorar – con las más amargas lágrimas que cualquiera en el mundo pueda derramar
– con los que lloran; y debe regocijarse también – con una alegría que ningún
hombre pueda quitar – con los que se regocijan. Debe sumergirse profundamente y
debe triunfar abundantemente si verdaderamente viene de Dios y es servidora de
los hombres, puesto que sus pensamientos son más elevados que los nuestros y su
Amor es más ardiente.
Lo
que Cristo hizo cuando vivió en la tierra. En un determinado momento, Él se regocijó enormemente en el
espíritu y aquellos que lo observaban estaban maravillados; y en otro, Él sudó
sangre a causa de la angustia. En un determinado momento Él se ensalzó sobre lo alto del
ardiente Monte de la Transfiguración; en otro
Él fue hundido en lo más profundo
que un corazón humano puede penetrar en lo más bajo del Huerto de Getsemaní. Mirad y ved si hay algún dolor como mi dolor.
IV.
Entonces, una vez más, la Iglesia es,
tal como su Señor, Divina y Humana.
Ella
es Divina, y por tanto, se regocija – tan llena del vino nuevo del Reino de su Padre que los hombres
la quedan mirando con desprecio.
Es
completamente cierto que el mundo es infeliz. Los corazones están partidos, las familias, los países, los
siglos están devastados por el pecado. Aunque la Iglesia es Divina ella sabe, no
solamente supone, espera y desea, sino que
Ella sabe que aunque todas las cosas llegan a su fin, los mandamientos
de Dios los superan ampliamente. Desde hace años, ella sabe – y por tanto no
todas las críticas del mundo la pueden estremecer – que su Señor bajó del
cielo, que nació, murió, resucitó y ascendió, y que Él reina con un poder
invencible. Ella sabe que Él retornará
nuevamente y que tomará el reino y reinará. Ella sabe, porque es Divina, que en cada
tabernáculo suyo en la tierra, el Señor de la alegría se encuentra oculto; que
María intercede; que los Santos están con Dios; que la Sangre de Jesucristo nos
limpia de todo pecado. Observa a tu alrededor sus construcciones
terrenales, éstas son los símbolos y las
imágenes de estas cosas. Ahí está la alegre luz frente al altar, y están los
santos rígidos con oro y gemas; está María “causa de nuestra alegría”,
resplandeciente, con su radiante niño en sus brazos.
Pero
si fuera únicamente humana, ella se mantendría a la sombra de estas cosas – las
sombras de su propios deseos; ella susurraría su credo, murmuraría sus
oraciones, obscurecería sus ventanas. Pero ella es Divina, y ella ha bajado del
cielo, entonces no supone, ni
piensa, ni espera – ella sabe.
Pero
ella también es humana y habita en medio del género humano, que no la conoce y
por lo tanto, no la considerará a ella ni a su mundo, y entonces el colmo de su
exaltación será también la medida de su desesperación. El hecho es que ella conoce muy certeramente e intensificada
por mil su humano dolor, pues ella, que ha
venido para que tengan vida, observa como ellos no vendrán a ella, y no la
encontrarán. Ella observa como el triunfo certero es retrasado por mucho tiempo
debido a la falta de fe de ellos. “Si
hubiera sabido” – llora ella con el corazón roto las palabras del mismo
Jesús sobre Jerusalén, “¡Si hubieras
conocido las cosas que pertenecen a tu paz! ¡Contemplad y ved, entonces, si hay
algún dolor como el mío!, si hay un sufrimiento tan profundo y tan
penetrante como el mío, que tengo las Llaves del Cielo y veo a los hombres
alejarse de la puerta.
Así
pues, en la Iglesia destacan grupos simbólicos de imágenes, representando la
alegría y la tragedia, que comparados
con aquellos Venus y Adonis, son niñerías e imágenes semi-civilizadas – María
como una Reina triunfante, con el Niño coronado de oro en sus brazos, y
María como la Madre de los dolores, con
su Hijo muerto sobre sus rodillas. Porque sólo ella al ser Divina y Humana entiende que es la
Humanidad que se ha hecho Divinidad.
No
es de extrañar, entonces, que el mundo crea que es extravagante en ambos
sentidos al mismo tiempo. ¿Qué el mundo se aleje el Viernes Santo desde las indescriptibles
profundidades de su dolor y que el Domingo de Pascua desde las infranqueables
alturas de su alegría, llamando a una morbosa y a la otra histérica? ¿Qué el
mundo conoce de pasiones como éstas? ¿Qué puede saber, después de todo, el hedonista
saber de alegría, o el hombre de las finanzas arruinado de dolor? ¿Y qué puede
el moderado, auto-controlado, y auto-respetado hombre de mundo saber de ambos?
Entonces
finalmente en la Paradoja del Amor, la Iglesia posee ambas pasiones, a todo
trapo y ambas a la vez. Así como el amor
humano convierte la alegría en dolor y sufre en medio del éxtasis, así el Amor
Divino convierte el dolor en alegría, y sobre la Cruz se regocija y reina.
Porque la Iglesia es más que la Majestad de Dios reinando sobre la tierra; es
más que el desapasionado de lo Eterno; ella es el Sacratísimo Corazón del mismo
Cristo, el Eterno unido al Hombre, y ambos sufren y se gozan a través de esa
unión. Es Su gozo, el cual ella experimenta y extiende, en virtud de su
identidad con Él; y en medio del mundo caído existe el más supremo gozo de este
Sagrado Corazón que es sufrir dolor.
Estimada Amiga:
ResponderEliminarMuy realistas las reflexiones de Monseñor Benson. Se nota que conoció en profundidad- más allá del velo de los sentidos- qué es la Iglesia Católica. Conoció muy bien la Iglesia como también conoció muy bien la naturaleza humana de la cual la Iglesia no puede abstraerse.
Un abrazo.