La muerte, tapiz de R.H.Benson en su casa de Hare Street fuente: |
Con profunda tristeza tenemos que
anunciar la muerte en la casa del Obispo de Salford en la mañana del lunes, del
muy reverendísimo Mgr. Robert Hugh Benson. Él había estado indispuesto hace algún
tiempo y la última semana les informamos que él había sido obligado a cancelar
todos sus compromisos hasta Navidad. Sin embargo, su condición no daba ninguna
razón para serias aprehensiones y el fin vino rápidamente a causa de una falla
al corazón.
Su trabajo y su carrera serán
considerados en nuestras principales columnas. Sin embargo podemos establecer aquí brevemente los principales acontecimientos
de su vida. El cuarto hijo varón del fallecido Arzobispo Benson de Canterbury,
había nacido en Wellington College en 1871, cuando su padre era rector ahí. Fue
educado en Eton y en el Trinity College de Cambrigde e intentó al comienzo
ingresar al ejército, pero la lectura de John Inglesant lo hizo cambiar de
opinión y dejando Cambridge estudió para el ministerio anglicano con el dean
Vaughan, en Llandaff. Después de su ordenación sirvió como coadjutor en la misión
de Eton, Hackney Wick y en Kempsing cerca de Sevenoaks. En 1898 ingresó a la
Comunidad de la Resurrección en Mirfield. En 1903 fue recibido en la Iglesia
Católica en el priorato de Woodchester, y fue ordenado sacerdote al año
siguiente en Roma. De ahí en adelante él puso devotamente toda su alma y
corazón al servicio de la Iglesia a través de la palabra y de la pluma. Fue muy
solicitado como predicador, y sin embargo encontraba tiempo para escribir
libros, cuyo propósito fue el de explicar mediante ellos al mundo de habla
inglesa el orbe de la fe que él había abrazado.
También en sus novelas, junto con establecer las verdades de la religión,
procuró remover los prejuicios de los periodos controversiales de la historia inglesa
los cuales son expuestos al lector con verdad y viveza.
Dice el Manchester Guardian: “Tuvo las cualidades esenciales de un gran
predicador: claridad, una entrega rápida y una incuestionable habilidad para la
polémica. Estaba poseído por aquel tipo de celo que distingue a los conversos y
sus novelas, trabajos de exposición y sus escritos tractarios conforman una
gran cantidad de obras literarias. Todos sus talentos fueron puestos al
servicio de su Iglesia. No es difícil
imaginar que él podría haber tenido una considerable influencia en la
literatura si hubiera estado menos interesado en considerar a la literatura
como medio y más preocupado en considerarla como fin, pues su docena de novelas
están escritas con un propósito: con el propósito de poner ante el mundo la
eficacia de la doctrina en la historia y en los acontecimientos sociales de la
Iglesia Católica (…) Como Newman, él escribió el inglés con distinción. A pesar
de la cantidad de su trabajo, su punto de vista y su estilo producen un efecto, un efecto de la
más monitoreada precisión sin sentimentalismos.”
El Daily Telegraph confirma un
testimonio similar acerca de sus talentos y del magnífico uso de los mismos:
“En sus libros y con su vida Robert Hugh Benson fue casi de principio a fin, un
misionero de su Iglesia. Como novelista él exhibió un genuino don literario,
pero como el Cardenal Newman, él miró más allá de su arte exclusivamente con un
fin espiritual. (…) En todo lo que él escribió y dijo lució visiblemente una
sinceridad apasionada. En su partidismo él pudo haber sido limitado, pero fue
intenso e hizo muchos conversos. A todos los que le conocieron les dio la
impresión de una extrema simplicidad, humildad y amabilidad. Él vivió una vida
santa. Nada pudo restringirlo del ardor de la campaña misionaria por la que fue
conducido a ambos lados del Atlántico. Había quedado claro durante los años
pasados que él se había agotado a sí mismo, pero fue claro también que él fue
un hombre cuya vida debía arder, no destellar, hasta su fin.”
Los principales trabajos de Mgr.
Benson son los que siguen: La luz Invisible; ¿Con qué autoridad?; El triunfo
del rey; El Señor del Mundo; La tragedia de la reina; Los convencionalistas;
Los sentimentalistas; Los espiritistas; Un aventador; Las denominaciones no
católicas; Alba triunfante; Cristo en la Iglesia; El cobarde; La religión del
hombre común; ¡Ven potro, ve soga!; El Ermitaño Richard Raynal; Las confesiones
de un converso; Un hombre mediocre; Iniciación; Paradojas del Catolicismo;
Peces raros y su último trabajo: Vexilla Regis, un libro de oraciones para los
soldados en la guerra que está en vísperas de ser publicado.
Los
Últimos Días:
Estamos en deuda con el canónigo
Sharrock de la Catedral de Salford, por el siguiente recuento de los últimos
días de Mgr. Benson y de su muerte:
“Monsignor
Benson me escribió el 22 de Septiembre diciendo que no estaba bien y en vista
de que él se había comprometido a predicar un ciclo de sermones en la Catedral
de Salford durante el mes de Octubre, me solicitó estar preparado para recibir
un telegrama en caso de que su médico declarara su condición como grave. Dijo: “Le escribo esto en caso que usted
reciba un inesperado telegrama, confiando en que no me imaginará como un
dilatador ni como un perverso”. Más tarde escribió una segunda carta diciendo
que había visto a su doctor, quien declaró que los dolores eran síntoma de una
“falsa angina” y aunque era doloroso, no era de carácter serio. Se le permitió
continuar con su trabajo.
Como yo estaba lejos de casa no le vi el
4 de Octubre, primer domingo del mes, cuando él predicó, sin embargo fui
informado que lució un poco indispuesto. Él se presentó el lunes 5 de Octubre
en Ulverston, y ahí dio una semana de misiones. En el atardecer del día sábado
10 de Octubre me encontré con él en la
Estación Victoria, en Manchester y me llamó la atención de inmediato el cambio
de su condición. Se mostró incapaz de
moverse con su vivacidad usual y se detenía a los pocos pasos para inhalar
profundas respiraciones a fin de aliviar el súbito dolor. Él estaba muy
confiado que este apuro era solamente de carácter temporal, ya que su corazón
se había mostrado bastante sonoro. Halló la subida de las escaleras muy
cansadoras y las subió muy lentamente. Cada expresión de ansiedad de mi parte
se encontró con la confianza de que el dolor, aunque severo, no tendría
consecuencias. A pesar de todas las protestas y súplicas, él declinó resueltamente
mi solicitud que debía descansar y dejar
su trabajo en la catedral para otro día del mes de Octubre. Con su cortesía de
siempre, hizo a un lado mis objeciones. Él predicó en la tarde del domingo por
la noche, aunque su sermón fue más breve que lo usual y observé la ausencia de
su usual animación. A su regreso a la sacristía, se vio obligado a descansar
por un buen rato en una silla. Pronto se recobró, aunque se retiró a descansar
algo más temprano que lo usual con la esperanza de poder recuperarse de la
falta de sueño que había experimentado durante la semana producto del dolor.
Después de una horrible noche de dolor
y de gran desvelo, decidió volver a Londres el lunes 12 de Octubre en el tren
de la mañana. Habíamos andado no más de unas pocas yardas cuando me ordenó
detener un taxi y llevarlo al doctor más cercano. No podía soportar más el
dolor. Con mucha dificultad lo traje de vuelta a la casa y se mandó a buscar al
doctor más próximo, el cual vino inmediatamente. El examen dio como resultado
el veredicto anterior, y el remedio fue señalado: se consideró conveniente
cancelar todos los compromisos presentes. Monseñor suspendió su juicio al
respecto. El dolor cedería con el tratamiento y con unos días de tranquilidad,
pasaría. Después de dos horas de sueño, esa noche el agudo dolor regresó con
gran violencia y continuó todo el martes sin pausa. La noche del martes y la
mañana del miércoles no se vio ningún alivio y fue citado un especialista para
compartir el diagnóstico del médico tratante. Un largo examen dio como
resultado la confirmación de la decisión anterior, y aunque el dolor continuó
por algún tiempo, cedió con el tratamiento alrededor del mediodía del
miércoles. Entonces él se fue a la cama y al parecer estuvo en vías de recobrar
el sueño, el que consiguió interrumpidamente la noche del miércoles. La
congestión del pulmón derecho comenzó a manifestarse el jueves y, a pesar de
continua observación del especialista y del doctor, por la noche del jueves tuvo un gran avance.
Todavía no se anticipaba ningún peligro y su espléndida vitalidad fue lo
suficiente para confundirnos acerca de su indisposición.
El peligro real vino a manifestarse el viernes, y el sábado se vio un pequeño
cambio. Entonces pareció oportuno prepararlo para una eventualidad peor. Con
todo, él mismo tenía la suficiente confianza en sus propias fuerzas para la
recuperación. Recibió los últimos sacramentos con gran devoción y, sin que se
le pidiera, realizó su profesión de fe con marcada fuerza y vivacidad. La mañana del domingo vio un cambio después
del descanso nocturno, el cual puso a prueba tanto al doctor como a la
enfermera. Nunca deliró, pero su
agitación era crítica. El domingo en la mañana le administré el Sagrado
Viático. Su piedad y su devoción fueron muy conmovedoras. Contestó a todas las
oraciones incluso corrigiéndome cuando mi emoción causó mi equivocación en el
Misereatur.
En la mañana del domingo recibió la
visita de su hermano (Mr. Arthur C. Benson) lo que le produjo una gran placer.
Me informó entonces que podría estar bien para el martes, “aunque” agregó
luego, “esta dificultosa respiración produce una terrible punzada”. Sus
facultades mentales estaban tan
intensamente vivas como siempre y no se observaba ningún signo de
agotamiento mental. Sus fuerzas lucían bien, pero fue únicamente la evidencia
de que la terrible tensión ocasionada por la neumonía empezaba a manifestarse
en el corazón. Más tarde, hacia el atardecer, por primera vez abandoné la
esperanza. Él me habló continuamente de sus amigos y me dio una serie de
instrucciones.
A la una de la madrugada del lunes,
habiéndolo dejado por un momento, fui convocado a toda prisa por la enfermera.
Entrando a la habitación del enfermo, vi que el último llamado había llegado.
Él mismo me dijo estas palabras: “se ha hecho la voluntad de Dios”. Me mandó
llamar a su hermano que estaba en el cuarto continuo. Fueron recitadas las
oraciones por los moribundos, y nuevamente él participó en las respuestas,
clara y distintamente. Una vez, cuando hice una pausa, en el nombre de Dios él
me ordenó continuar. Detuvo las oraciones dos o tres veces para darle algunas
instrucciones a su hermano. Una vez solicitó orientación acerca de la correcta
actitud en torno a la muerte. Posteriormente cuando hice una pausa pronunció la
oración: “Jesús, José y María os doy el corazón y alma mía”, unido a nosotros
en su consumación. Consciente la mayor parte del tiempo hasta el final,
aparentemente sin dolor, entregó sin oposición su alma a la 1:30 de la
madrugada del lunes. Murió con los ojos puestos en el sacerdote y fue como si
simplemente se hubiera puesto a dormir.
Sus últimas instrucciones, escritas
antes de su muerte y encontradas sobre su escritorio en Hare Street, son que
debe ser enterrado ahí y la misa de Requiem cantada en su propia capilla. Su
cuerpo fue llevado desde Salford, en la medianoche del martes, a Buntingford donde arribó el miércoles
por la tarde a las 15:18.”
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