martes, 30 de abril de 2013

Sermón sobre el Infierno

 
"El infierno es el infierno", dicen los santos. ¿Por qué los condenados no se convertirán? Porque ya no tendrán tiempo. ¡Oh, momento a partir del cual ya no habrá tiempo!...la eternidad (San Agustín). Será el eterno presente. El siempre siempre, jamás jamás...He aquí lo que aplastará al condenado. Es un castigo tal que ni podemos imaginarlo"
 Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola
 
            Hablar sobre el Infierno es estos tiempos liberales y paganos es casi como dar una prédica en el desierto. La mejor jugada que ha hecho del demonio es hacerle creer a la humanidad que él no existe ni tampoco el Infierno. ¿Preocuparnos por la salvación eterna? ¿Para qué si todos están salvados? El otro día escuchaba por la radio a un "médium" que decía que él no creía en el Infierno porque todas las personas que se habían contactado a través suyo estaban felices, cualquiera que haya sido su vida, ahora gozaban de una paz absoluta. Todos felices, no hay nada de qué preocuparse. Le recomendaría al médium leer The Necromancers, de Benson. No es bueno jugar con aquello que no conocemos y que está más allá de nuestro alcance y dominio. Tal como lo dijo Chesterton, es como jugar con fósforos en un polvorín.
         Pero la existencia del Infierno es un dogma de fe. Nuestro Señor habló en varias ocasiones acerca de él y sus palabras no son para nada dulces y livianas. Es un tema serio porque la eternidad está en juego: la eternidad...¿podemos llegar a conmensurar lo que significa esta palabra? Si en algunas ocasiones,  estando  a la mitad  de la vida, estamos ya cansados y agotados por los problemas, dolores, incomprensiones, ¿qué será una eternidad sufriendo sin descanso?
           Si el Infierno no existiera, ¿para qué iba a encarnarse Cristo? ¿Qué sentido tendría su dolorosa Pasión y Muerte si todos estamos ya salvados? Podemos hacernos un sinnúmero de preguntas y todas nos conducen a aceptar la realidad del Infierno.  Es ahora, en cada hora de vida que se nos regala, que nos jugamos la Vida Eterna. Viéndolo de esta manera bien vale la pena aguantar el sufrimiento por amor a Dios, porque sabemos que no quedará sin recompensa. Nos unimos a la Cruz para vivir también nuestra pasión y de esta manera ganar el Cielo, y para ayudar también a ganarlo para nuestro prójimo. 
         Por eso es necesario cada día hacer el ejercicio de recordar que el Infierno existe. Debe movernos principalmente el dolor de ofender a Dios (contrición), pero también está ahí en nuestra mente el recuerdo de que podemos perderlo todo y sufrir por siempre si pecamos (atrición). La tarea no es fácil. La vida no lo es. Pidamos a Dios que nos ayude a vivir conforme a Su voluntad, a serle fiel hasta el final. Solos no podemos. Nadie está libre de caer en el último momento, aunque bien es cierto que moriremos según hayamos vivido. No hay que bajar la guardia ni creerse que por estar ligado a la Tradición uno está salvo. Confiamos en que Dios tendrá misericordia con nosotros, y para que la tenga, debemos estar preparados para morir en cualquier momento. Es indudable que, si por la gracia de Dios nos salvamos, nos vamos a encontrar con muchas sorpresas al toparnos  con gente que no pensábamos encontrar, y a su vez extrañaremos la ausencia de algunos que pensábamos encontrar y  que no están.
         Ahora les dejo este sermón de la época de anglicano de R.H.Benson.  De anglicano no sé que tendrá, pero es así. El libro desde donde lo traduje se llama Sermon Notes, vol.1. El volumen 1 está dedicado a los sermones anglicanos. Son una serie de prédicas recogidas por el biógrafo oficial de Benson, el padre Martindale, s.j, y más que sermones elaborados son bosquejos, esquemas o apuntes. Estos volúmenes fueron publicados después de la muerte de monseñor y el padre Martindale se los dedica a Lord Halifax, muy amigo de Benson. Recalco la idea de que son bosquejos, y por eso a veces resulta medio extraño seguirlos. No son textos plenamente armados, sino esquemas. Va lanzando ideas que, lógicamente sabiendo donde quiere llegar, uno puede unir. Algunos están más elaborados que otros, pero todos son iluminadores y siguen siempre el mismo método de predicación que ya habíamos anunciado. Están traducidos tal cual están en el libro a fin de no dar interpretaciones mías particulares. Este sermón corresponde a un grupo de prédicas del tiempo de Adviento que incluye a demás los siguientes temas que iremos traduciendo de a poco: Muerte, Juicio y  Cielo.
 
                                                                     INFIERNO
 
                                                                                                       "Donde el gusano no muere y el fuego no se apaga"
 Marcos, 9, 44-46, 48 
 
Introducción: -¡Es una materia tremenda! Temo hablar de aquello, ¡Dios mío, guíame! Es un tema impopular. Existe un gran movimiento en este siglo contra el Infierno.- "Irreconciliable con la misericordia de Dios." ¿Cómo se atreven los hombres a hablar así? El punto es: ¿ se  nos reveló a nosotros? No hay nada en el mundo que entendamos. "En todo caso, ¿no es el evangelio del Amor." Pero las palabras de nuestro Señor son claras - (texto) Lo repite tres veces. - "Nuestro Señor fue tan tierno." Entonces lo terrible es que Él  que es todo Amor, que llora "vengan todos a mí", que sufrió tanto, diga precisamente esas terribles palabras. Dice nuevamente: "mejor hubiera sido para ese hombre no haber nacido."
         Una vez más está la Rebelión contra la idea de que las personas que nunca han tenido la oportunidad deben ser condenadas, pero no lo están. Sabemos que Dios quiere que todos los hombres se salven. Todos los hombres tienen la oportunidad de escapar - Sólo irán aquellos que persisten en rechazar - quienes usan del libre albedrío contra Dios - quienes lo rechazan continuamente.
 
I. ¿Qué es el Infierno?
  Nuestro Señor habló de Fuego: no es, desde luego, exactamente un fuego material ( Nota del padre C.C. Martindale: Los católicos abrazamos la idea de que es fuego "real", aunque no necesariamente hay fuego "material" en el Infierno) aunque "fuego" nos otorga una mejor imagen acerca de lo que es el sufrimiento. Nosotros tendremos cuerpos espirituales; y ahí habrá una agonía como la agonía del fuego. Nuestro Señor encontró en la palabra "fuego" la mejor expresión - luego yo también puedo usarla. Pero esto no es todo.
 
(a) La ausencia de Dios. - El único lugar donde Dios no está ( nota del Padre C.C. Martindale: Dios está presente en el Infierno por su ubiquidad [ubiquity]). El lugar donde los hombres que han cerrado su corazón a Dios, encuentran su hogar. Esto es posible, lo sabemos. "No apaguen el espíritu" (1 Tel. 5, 19). "Mirad que estoy en la puerta y golpeo" ( Ap. 3,20) - Lo que es la agonía - En este mundo un hombre perverso vive en la Presencia de Dios - Dios está a su alrededor - El amor de Dios lo envuelve con un manto. Todas las cosas agradables de la tierra - el amor del hogar - la naturaleza - todo contiene a Dios: en el Infierno todas estas cosas están ausentes - todo es oscuridad - desesperación. La vida del cuerpo es un don de Dios - en el Infierno, es muerte en vida.
 
(b) Los compañeros.- En la tierra hasta el más impío y el más miserable tiene un amigo. La falta de amigos es casi uno de los más terribles dolores. En la prisión muchos hombres solitarios han sido salvados de su locura por una criatura - un ratón, una araña. La naturaleza humana clama por el compañerismo - En el Infierno hay algo, algo peor que la soledad - cada falta encuentra su hogar ahí. Miren los rostros de la lujuria, de la desesperación, de la pasión desenfrenada. En la tierra hay algunos puntos a favor - difícilmente un hombre cualquiera es del todo malo. En el Infierno no hay ningún rayo de bondad o amor - todo está negro con el pecado.
 
(c) El remordimiento.- El alma en el Infierno ha visto la terrible gloria de Dios. En el Juicio ella ha visto el espíritu de los Santos - el Rostro del Señor - y ahora sabe lo que ha perdido; y lo peor de todo, uno sabe que es enteramente por culpa de ella. En la tierra nos consolamos a nosotros mismos  - "Bueno, no fue mi culpa - Yo estaba extraviado - la tentación fue más fuerte." En el Infierno el alma observa que ella tuvo su oportunidad - que ella pudo ser conquistada, y que Dios le otorgó las gracias suficientes para ganar, y que por su propia falta ella está en el Infierno - "Allá seré el llanto y el rechinar de dientes" (Mt. 8, 12,etc)
 
(d) La ausencia de esperanza.- En la tierra siempre miramos el futuro con esperanza. Hay una tenue luz que brilla - algún día yo seré feliz. Al menos podemos esperar morir - hay una oportunidad de que será mejor - el suicida espera eso. Pero en el Infierno no hay esperanza ( Nota del Padre C.C. Martindale: en contraste con el Infierno, el Cielo no puede describirse como un lugar de esperanza) La Esperanza habita en el Cielo. Ella se sienta ahí, junto a los Santos - ( En el Infierno. n.tr) No hay siquiera ganas de morir - Solamente hay eternidad y un interminable abismo - Y al final de los siglos ni estará más cerca del final que del primer momento.
 
II. Escuchen el lamento de las almas en pena.
        "Nosotros alguna vez fuimos hombres y mujeres como ustedes - vivíamos en el mundo de Dios. Reíamos y llorábamos como ustedes - pecábamos y hacíamos nuevos propósitos como ustedes. Teníamos amigos - padres, hogares. Vimos el amanecer y la nieve - el maravilloso mundo hecho por Dios. Alguna vez fuimos cristianos como ustedes - fuimos bautizados, confirmados, comunicados - escuchamos sermones, dijimos nuestras oraciones - Pero - estamos aquí.
Tengan cuidado, tengan cuidado, para que vosotros no vengáis a este lugar de tormento."
                                                                                          R.H.Benson, Sermon Notes, 1917
     
    
 
  
 


jueves, 25 de abril de 2013

Sermones y Prédicas, el método de R.H. Benson 

If priest would only take as much care about their Sunday sermons as ordinary laymen take about their everyday work, we wouldn´t have long to wait for the conversion of England”
Mgr. R.H. Benson

         Monseñor Benson fue en su época considerado  como uno de los mejores predicadores. Recorría el Reino Unido visitando las numerosas iglesias a las cuales era llamado por sus párrocos para que fuera a decir alguna prédica. También visitó los E.E.U.U para dar conferencias, y predicó para los fieles de habla inglesa en Roma. Dictó además una serie de retiros espirituales en monasterios y conventos.
         Se ha escrito bastante sobre el peculiar estilo de Benson para predicar.  Joseph Pearce en su libro Escritores Conversos, en uno de los dos capítulos dedicados a Benson, hace referencia al modo como predicaba, y sus prédicas eran verdaderas puestas en escena, bastante teatrales. Se movía de allá para acá, levantaba la voz con el fin de mantener atento al auditorio. Más allá de la anécdota, me interesa rescatar y destacar que una buena prédica puede hacer un enorme bien a las almas. Una palabra sabia y reconfortante dicha en el momento preciso puede provocar hasta una conversión. Sé que no soy nadie para criticar, porque sufro de pánico escénico y sería incapaz de dar una prédica, a no ser tal vez que la llevara escrita, pero creo que actualmente los sacerdotes dejan mucho que desear.
         Mi crítica apunta a varios tópicos entre los que destaco: algunas prédicas son demasiado largas.  Prácticamente centran la misa en ella, y hablan y hablan repitiendo una y mil veces lo mismo, como si estuviéramos escuchando variaciones sobre el mismo tema, para luego decir lo que queda de la misa incluida la consagración a la velocidad del rayo. Otras son hechas casi al borde de la improvisación, malas, malísimas. Se nota a la distancia que se está improvisando y que no se ha tenido la preocupación de preparar algo que valga la pena escuchar. Algunos por parecer simpáticos o estar “en onda” con su feligresía, llegan a decir incluso desaciertos que rayan en la herejía. Escuché una vez decir a un cura – que ya llevaba cerca de media hora predicando y nos tenía al borde del colpaso por el encierro  y el calor de la pequeña capilla  – que cuando comulgamos  también comemos el cuerpo de la Santísima Virgen por ser la Madre de Dios. Comprenderán que esta frase hizo que  me cayera de espaldas al igual que Condorito, ¡plop!. ¿ Estará pensando bien lo que está diciendo o se dejó llevar por un arrebato de amor a nuestra Madre del Cielo? Para no faltar a la caridad me quedo con esto último, pero no deja de ser sorprendente e inquieante que un sacerdote formado en una cierta fraternidad, diga este tipo de cosas. Si van a aprovechar ese instante de la misa para evangelizar,  entonces háganlo bien, aprovechen el tiempo y den frutos.
         Una buena prédica debiera ser dinámica y que mantuviera atentos a los oyentes. Ni corta ni excesivamente larga. A veces es necesario tomarse el tiempo para hablar de lo que actualmente nadie dice. La prédica debe estar referida a comentar el tema de cada una de las lecturas, desde el Introito hasta el Evangelio e incluso la Secreta y el postcomunión.  Hay tantos y tantos santos que han escrito muy buenos sermones, como San Agustín. Si el sacerdote no se siente preparado para explicar bien los Sagrados Misterios, aférrese a lo que dicen otros. Newman también tiene bellos e iluminadores sermones. ¿Por qué no estudiar bien lo que se va a decir? ¿Por qué improvisan o dicen burradas? ¿Pereza o mala formación? Creo que la mezcla de ambos, y además la idea de que los fieles no van a entender, a no ser de que se les trate como estúpidos incapaces de comprender lo que se les está diciendo. Es un círculo vicioso. Por un lado nos quejamos del bajo nivel de comprensión de la gente al leer y al escuchar un discurso o una prédica, y en vez de revertir esto elevándoles su nivel, lo achatamos predicando con un bajísimo nivel formativo. Se puede catequizar mucho con un buen sermón, sencillo, sin complicaciones, claro y distinto como diría Descartes.
        Tuve el gusto de escuchar  la prédica de un padre que vino a decirnos misa a la  capilla de nuestra casa. Habló corto, preciso y muy clarificador sobre las lecturas de ese día. Me dejó con una grata impresión y una muy buena enseñanza. Por eso creo que todo depende de la voluntad que se tenga para preparar algo bueno, que sea enriquecedor de nuestra Fe. Que nos deje huella en el alma y que nos sirva para meditarlo después.
         Quiero ahora referirme a Monseñor. Me gustaría en estas líneas traducirles algunos párrafos del libro que ya cité en un post anterior. Se trata del libro del padre  Reginald J.J Watt. Este libro si bien se encuentra gratuitamente en pdf, está en inglés solamente.  El libro en cuestión para mí como Bensoniana es una joyita y me urge compartirlo. El bien es de suyo comunicable, decía mi maestro de metafísica y es la pura verdad.  Cuando encontramos que algo vale la pena compartirlo, hacemos lo imposible por llevarlo a otros para que experimenten la misma alegría. El libro, Robert Hugh Benson, Captain in God’s Army, (Editorial Burns Oates and Washbourne, Londres, 1920) es muy ameno y nos otorga otra perspectiva acerca de  la personalidad y del trabajo de Benson en sus distintas facetas: como sacerdote, novelista, predicador, director espiritual, artista, etc. Es el testimonio de un amigo que compartió unos años con él. El padre Watt dedica un título y varios capítulos dentro de ese título, a mostrar la faceta de Benson como predicador.   
    Creo que es oportuno para el blog que mis lectores vayan captando un poco la metodología que usa Benson en sus prédicas, ya que si Dios quiere y Virgen, pretendo ir traduciendo varios de ellos y publicarlos en el blog. Entonces, no se diga más, adelante con el texto: 

   
Robert Hugh Benson, Capitán del Ejército de Dios., por el R. P. Reginald J.J Watt.        
“Él predicaba tres tipos de sermones: controversiales, devocionales y mixtos, y en el tercer tipo encontramos a R.H.B dando lo mejor de sí. En todos sus sermones la controversia y la devoción se superponen, pero realmente el típico sermón de Benson tiene a ambos en igual mezcla. A uno explicando, ampliando o ilustrando al otro, y consecuentemente él fue capaz de atraer a cada miembro de sus variadas feligresías y darle a cada uno algo para llevarse consigo” (pág. 139)
“Aunque indudablemente en el púlpito Hugh se encuentra en su mejor elemento, siempre lucía extremadamente nervioso. Su nerviosismo sin embargo, era más bien resultado de su temperamento nervioso más que del “terror”.  Me disculpo por la palabra, pero ésta expresa mejor el sentido que podría expresar la palabra “miedo”, que comunica una noción más intelectual, pues todos los sentimientos de Benson eran físicos, y en el púlpito este nerviosismo era más que evidente. Una vez que se ponía en acción  en un sermón, él lo disfrutaba a fondo. La conducta nerviosa se mantenía a todo lo largo del sermón y era característico, pero no de la forma en que lo afectase a él interiormente, pues su mente permanecía lo más clara posible, y él conservaba toda su genialidad. Donde el terror realmente lo afectaba era durante el tiempo dedicado a la preparación del sermón. Durante las horas que él dedicaba a la elaboración de un sermón, él estaba en un estado comúnmente conocido como “miedo visceral”. Únicamente puedo comparar este sentimiento, tan familiar para todo el mundo, como el peso en la boca del estómago, que a uno lo hace sentir incómodo mientras espera afuera de una habitación en la cual uno está pronto a someterse a una tortura desconocida, como a un examen oral. Es la misma sensación que hace necesario para algunos pacientes tener viejas revistas mensuales ilustradas a su disposición mientras esperan en la sala del dentista.  Monseñor Benson, gran predicador, sobre el que penden miles de palabras, varias horas antes de predicar era verdaderamente una figura patética. Quería estar a solas y de esta manera era mejor dejarlo. Se sentaba  inquieto, con el libro de sermones sobre sus rodillas. No podía mantenerse quieto ni por un minuto: cruzaba y volvía a cruzar las piernas; se movía de un lado a otro en su silla, se acariciaba su barbilla, se rascaba y se desordenaba el cabello. Estaba completamente inquieto y muy irritable.  Hundía su cara en sus manos, y entonces volvía a su libro, saltaba de su asiento y encendía otro cigarrillo – claro está – el fumaba todo el tiempo, y caminaba alrededor de la habitación para luego volver a sentarse. Cómo lo hacía para controlar este estado de postración nerviosa momentos antes de subir al púlpito siempre va a constituir para mí un misterio.
Esta agonía preliminar no se daba solamente con ocasión de predicar un sermón en una iglesia importante o para una ocasión especial. Él  fue muy concienzudo y exigente en la preparación de cada sermón que  predicó.  Pasaba por la misma tortura antes de una  charla no publicitada para veinte personas un miércoles por la noche en Hare Street House; como en la preparación  de un sermón para la Catedral de Westminster anunciada con semanas de anticipación y en la cual la comunidad era de miles. Nunca fue descuidado con el método y siempre consideró ante la feligresía, la Gloria de Dios para la cual predicaba. Fue el predicador ideal para una parroquia pequeña y fue incapaz de adoptar la actitud de decir: ¡0h es solamente un pueblito rural, da lo mismo qué hacer!
No contento con el extraordinario cuidado en su  preparación, él estaba convencido de que el cuidado y de preparación convertían a cualquiera en un buen predicador.
-“Si los sacerdotes pusieran un poco más de esmero en sus sermones dominicales, tal como cualquier laico se esmera en su trabajo diario, no tendríamos que esperar por mucho tiempo la conversión de Inglaterra”. – decía.
- “Pero” – respondí – “no todos podemos ser buenos predicadores”.
- “Oh, sí, sí pueden, si lo quieren. El problema es que a muchos sacerdotes no les interesa”.
- Creo que estás equivocado.
- Bueno, si a ellos les importa, ¿cómo lo demuestran? Una y otra vez yo he conocido sacerdotes que en la noche del sábado no saben  sobre qué van a predicar en la mañana del domingo, y mientras ellos se suben al púlpito, leen el Evangelio, hacen unas observaciones des-conexas y después de seis meses de estar haciendo esto, desarrollan un sermón que predican  domingo tras domingo -  ¡y luego hablan acerca de la “fuga” de los fieles!
- Pero seguramente son algunos hombres que no han podido y nunca podrán ser capaces de predicar – argüí.
- Si hay aquí un hombre que tiene todo en su contra como predicador, ese hombre soy yo – dijo – yo tengo este bestial impedimento en mi hablar[i], y soy tan nervioso como una gallina.
- ¿Por qué no escribes un libro sobre la predicación?
- Lo haré algún día – pero he aquí que nunca lo hizo, y su sistema, a excepción de unas pocas  agradecidas personas que lo aprendieron de él, se perdió. Era un sistema maravillosamente útil, y él estaba siempre dispuesto a exponerlo a cualquiera que tuviera ansias de aprender.
Sus tres primeras sugerencias eran: ser natural, ser cuidadoso y no tomar notas en el púlpito.
“Cada hombre tiene su  propio  estilo – decía – y este es el único estilo con el cual él siempre podrá predicar bien.  No es aconsejable solicitarle a un hombre nervioso que se contenga a sí mismo; y por otra parte,  como algunos hombres son incapaces de dejar de ser ellos mismos, luego sé tú mismo.
Él mismo fue ejemplo de esto. Cada sermón le tomaba alrededor de siete u ocho horas de arduo trabajo. Se tenía que fijar el tema y entonces se formulaban las ideas. Luego se hacían las adiciones y las eliminaciones, y cuando él tenía  todo su material, tenía que ser dividido en varios puntos. En una prédica normal de veinte minutos, podía usualmente tardar entre treinta y treinta y cinco minutos, y consistía en una introducción, tres puntos, y la conclusión. “En la introducción tienes que señalar sobré qué es lo que vas a hablar. Se los dices. Entonces, les muestras que es lo que has dicho y no te olvides de finalizar con una explosión (bang)”
Cada punto era subdividido  y se le añadían ilustraciones y ejemplos. “Yo siempre trato de sacar alguna sonrisa en el sermón,” explicaba. Entonces, podía trabajar cuesta arriba en un todo conglomerado, añadiendo todos los adornos necesarios. “Cuando predicas, siempre muestra los dados, es de gran ayuda para el predicador, pero es  aún mejor para la feligresía”.
Cuando el sermón había alcanzado cierto grado de preparación, estaba listo para entrar en su libro, donde se le asignada una página. Estaba escrito muy claramente y con gran cuidado, como una especie de semi-texto, a mano semi-imprenta, con los puntos principales en mayúsculas; los secundarios subrayados. Para el subrayado recomendaba tintas de color, especialmente a los principiantes, aunque él siempre usaba tinta negra corriente. Cuando tenía todo el sermón escrito, lo dejaba afuera  (del libro, n. del tr.) para visualizar la página. Yo creo que en la necesidad de su visualización está el punto débil de su sistema. Algunas personas no pueden visualizar y no es bueno esperar que lo hagan. Si tú se lo hubieras dicho a R.H.B  hubiera respondido: “Por supuesto que pueden, si lo desean”.  Entonces la última cosa que  hacía era elegir el texto. “Hace que el texto se adapte a tu sermón, nunca prediques desde el texto”, esta fue una de las mejores lecciones que  él enseñó.         (págs. 146 – 150)
Cualquier observación sobre R.H.B como predicador estará fatídicamente incompleta si no se hace referencia a su generosidad de ideas. Una de las cosas más atractivas de sus prédicas radica en su originalidad. No hay nada relativo a él o a sus sermones, su estilo o cualquier materia que no sea original. Los temas más antiguos, parecían como nuevos; los más aburridos adquirían  un interés tan inesperado como bienvenido. Fue un predicador con ideas y nunca necesitó “plagiar” nada a nadie. Algunas veces lo hacía, pero abiertamente. Un día le pregunté acerca de esto y él respondió:
- “Como regla no es muy bueno tomar los sermones de otras personas, no suenan como auténticos. Únicamente puedes ser convincente con tu propio material”
-¿Acaso tú nunca sacaste ideas de otras personas? – le pregunté.
- ¿Ideas?  ¡Oh sí, bastantes! Si son buenas y sirven para mi tema, las uso sin ningún escrúpulo. Por ejemplo, uso a menudo la analogía que hace Newman entre nuestra Señora y Eva.
- ¿Les confiesas la autoría de las ideas a tus fieles?
- Por supuesto que no, esto echaría a perder todo el sermón. Yo lo incorporo en el conjunto de mi propio trabajo. Se pondría terriblemente aburrido si me pusiera a dar referencias por cada idea que tomo.
- Puedo imaginar a la gente molestarse por alguien más que usa sus ideas sin reconocimiento.
- Bueno, ellos no tienen razón para estarlo. Si un hombre piensa en algo bueno que va servir para ayudar, él debería únicamente estar feliz si otros lo usan para mejor”
Y sin duda R.H.B fue tan bueno como sus palabras con respecto a esto. Una vez regresó encantado a Hare Street House porque en la tarde anterior él había escuchado a un sacerdote predicar, casi palabra por palabra, uno de sus sermones de La Amistad de Cristo.
- ¿Él sabía que estabas en la iglesia? – le pregunté.
- No, pero pienso escribirle y contarle, ¿debería?
- Lo vas a hacer sentir incómodo.
- Nunca lo haría, además, tal vez él lo esté predicando mucho, y si yo le escribo podría dejar de hacerlo.
 Como ya lo he dicho, era extraordinariamente generoso con las ideas. Si se encontraba escribiendo un nuevo curso de sermones, él me contaba acerca de ellos y me ofrecía sus nuevas ideas con una timidez casi cómica. Mientras se encontraba compilando sus “Paradojas”, me preguntó si podía ayudarlo a encontrar textos que fueran contradictorios cuando tuviera todo el material listo. Pasé a decirle que pensaba que era una gran idea. Inmediatamente después de un momento de indecisión me dijo:
- ¿Por qué nos los predicas tú también?
- No es una buena idea. – Dije – Cuatro sermones fácilmente podrían agotar todo lo que podría decir en términos contradictorios.
- Oh, basura – respondió – Yo te ayudaría con los puntos y ese tipo de cosas. Te diré lo que haremos. Yo voy a predicar cualquiera de este montón, y si tomas  aquí el mismo texto que yo estoy tomando, en cualquier parte que sea, ambos estaremos trabajando en el mismo texto al mismo tiempo y seremos capaces de ayudarnos formidablemente el uno al otro.
Esa era su manera de disponer. Y fue así como yo comencé a tener lecciones de sermones y prédicas con él, y nunca en mi vida encontré lecciones más interesantes y valiosas.” (pág 150 – 154)
El padre Martindale en su biografía sobre Mgr. Benson hace referencia también su método para predicar. Desconozco si el padre Watt conoció la cita que hace Martindale, pero al parecer no, puesto que asume – como se leyó arriba – que el método de Benson se había perdido casi completamente. Al menos tenemos los lineamientos generales de éste, pero no dudo que hubiera sido muy de provecho para las futuras generaciones contar con un “manual” de predicación. Son consejos absolutamente deliciosos y llenos de un asombroso sentido común, demostrando una vez más la  generosidad de Benson al compartir con otro sacerdote su propio sistema.  He aquí unas líneas que corresponden a una carta que Monseñor le envió a un sacerdote de nombre J. Bradley:
    (¿hará esto?) Este es mi propio sistema. Pero hay otros…con gran prisa. R.H.B
1.- Predique y dé conferencias  sobre temas, no sobre textos. Elija los textos al final y tenga los contenidos en la mente tan claros como sean posibles como para poder ser dichos en una sola frase.
                    Por ejemplo: para producir contrición.
                                             Para explicar tal o cual dogma.
                                             Para refutar tal o cual cargo.
2.- Construya el sermón como un sistema orgánico: cabeza – tronco y cola de esta forma:
            Introducción….
           Punto: 1.-……
                        2.-……
                        3.-……
                        4.-……
          Conclusión
   Los puntos son la parte importante y deben ser preparados primero (no menos de dos y no más de cuatro), ellos son la columna vertebral. Cada uno debe ser capaz de ser enunciando en una sentencia.
3.- Construya notas deliberada y lentamente, de modo que la vista pueda tomarlas con una sola mirada (con letra clara y pequeña) Usar el subrayado es una buena idea; la letra mayúscula al principio, tintas o lápices de colores. Yo creo que la memoria trabaja más fácilmente, visualmente que intelectual o lógicamente. Use otros símbolos  o herramientas para llamar la atención, y cuando los elija, use siempre los mismos en todos los sermones. V.gr. paréntesis cuadrados [   ] para las ilustraciones.
4.- Escriba la última frase en su totalidad, o casi [nunca al predicar intente desarrollar el último enunciado, aunque sea mucha la tentación].
5.- Hago todo esto uno o dos días antes de predicar; y entonces, justo antes de predicar, siéntese cómodo con las notas delante de usted, agarrándolas como imágenes fotográficas en su cabeza. Si fuera posible, dormite o tenga una pequeña siesta. Esto mantendrá y aclarará su memoria extraordinariamente. Yo lo hago invariablemente.      [Nunca caminar antes de predicar]
6.- Deje que la introducción sea interesante y aparentemente algo desconectada del asunto principal. Esto toma y fija su atención.
7.- No se haga problema por las palabras de antemano, a menos que sea un punto muy espinoso o difícil de definir. Esto significará que al principio será lento y vacilante (uno no debe preocuparse por eso), pero será absolutamente seguro en unos pocos meses.
8.- Nunca se aprenda un sermón de memoria. Sepa qué es lo espera transmitir, absoluta y  claramente, no las palabras. (A no ser que uno sea un actor nato,  aprender de memoria significa mecanicidad  y torpeza)
9.- Al hablar, tenga cuidado con las consonantes, y las vocales se cuidarán por sí mismas.





[i] Nota de la traducción: Monseñor Benson se refiere a su problema con la tartamudez que lo afectaba y molestaba especialmente en sus conversaciones privadas y no así en el púlpito.
                                                                     


 





 
 
 
 
 
 
 
 
 

lunes, 22 de abril de 2013

Despilfarro y pérdida de tiempo


    
         Si en esta vida hay cosas que me sacan de mis casillas, es el despilfarro. No por avaricia ni  por estar demasiado apegada a los bienes materiales, sino porque me parece absolutamente poco cristiano estar desperdiciando los bienes que Dios nos ha regalado. Creo que uno de los males de este mundo actual es tener demasiada liviandad para deshacerse de cosas  de todo tipo que aún pueden servir.  Me basta ver el uso que se le da por ejemplo, al papel. Es horrorosa la cantidad de papel blanco que se pierde. Antes, según me contaba hace unos años mi madre, en el colegio de monjas donde estudió, los cuadernos a los que les quedaban hojas en blanco eran reutilizados para hacer por ejemplo, pequeñas libretas. Se me va a argumentar en contra que hoy somos muchos más ecológicos y que se está reciclando y reutilizando mucho más. Pero eso es mitología. No es tan así. Si bien hay un poco más de conciencia que hace diez años, todavía se desaprovechan recursos. 
       Siempre les llamo la atención a mis hijos sobre el uso que se le da a la ropa, al papel, a los juguetes, al papel higiénico, a los útiles escolares. Vivo retándolos cuando no cuidan sus cosas, cuando ocupan más de lo que necesitan y cuando botan cosas que pueden servirles a otros. Todas las cosas cuestan no sólo dinero, sino que trabajo. Alguien fabricó ese objeto, alguien lo pensó y debe utilizarse hasta cuando verdaderamente ya no sirva. Mis hijos me cuentan verdaderas aberraciones de sus compañeros de colegio,  y cómo despilfarran lo que a sus padres les ha costado trabajo comprar. No digo que mis hijos no lo hagan, pero trato de crearles conciencia. Algunas veces para una tarea por ejemplo, imprimen una imagen que les han pedido para algo y les obra la mitad de la hoja: "No la botes - les digo - porque me sirve para anotar la lista de compras, o algún recado, o alguna cita para el blog". La mejor prédica es el ejemplo, y eso trato de hacer.
        Y así como se malgastan y despilfarran los bienes materiales, también se despilfarra la vida. Tengo a algunos conocidos de mi edad, unos cuarentones y cuarentonas que siguen solteros, y que a esta altura de la vida miran para atrás y se dan cuenta de cómo hasta ese momento no han construido nada. ¡ Qué amarga sensación llegar a la mitad de la vida y encontrarse que no se ha hecho con ella nada que trascienda ni deje huella! Dejaron pasar la vida, ya sea por razones de "desarrollo profesional" o simples egoísmos y cuando se ven que están quedándose solos, se ponen melancólicos y se arrepienten de sus vidas. Puede ser muy entretenido estar solo en algún momento. Hacer lo que se me venga en gana con mi vida, sin tener que pensar en marido, esposa, o hijos, pero todo este entretenimiento tiene su tope, y la soledad aparece con su cara más lúgubre.
       Por eso es que debemos aprender a no malgastar el tiempo. Porque tiempo tenemos, ¡era que no!, pero somos desordenados con él, y muchas veces la desidia nos agarra y cuando queremos que nos suelte, se nos pasó el tiempo. No sé si a ustedes les ocurrirá, pero cuando tengo demasiados quehaceres, mi cabeza se trastorna un poco más de lo normal, y termino no haciendo nada de lo que debía. Mi cerebro se bloquea y manda todo a la punta del cerro. Por eso lo mejor es organizar el tiempo, especialmente cuando no se está bien. Si estoy cansada, me tomo mi tiempo. Duermo una siesta, reposo escuchando música,  cambio de actividad haciendo algo recreativo, etc. Porque la mente y el cuerpo me lo piden. Si estoy cansada e intento hacer mis tareas en este estado, voy a reventar y andaré con el genio atravesado, importunando a cuantos se me crucen por el camino. Descansar  y darse un tiempo breve para uno, no es una pérdida de tiempo, es reponer las fuerzas para hacer cosas mejor. Hay tanto que hacer, tantas cosas que podemos construir, pensar, escribir, meditar, que no podemos perder el tiempo haciendo necedades, hablando leseras y viendo porquerías en la t.v.
         Les dejo una cita de Séneca acerca del tiempo y de la vida. Prometo en unos días más publicar algo de Monseñor Benson, que para eso es el blog.

                                                      El tiempo y la Vida:
           No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho. La vida es suficientemente larga para hacer en ella cosas grandes si la empleáramos bien. Pero el que se lo pasa en vaciedades, el que no se dedica a nada bueno, siente, al empuje de la última hora inevitable, que se le ha escapado la vida sin darse cuenta de que estaba caminando por ella. No se nos ha dado una vida breve, sino que nosotros hacemos que lo sea; y no somos pobres de tiempo, sino que lo desperdiciamos. Pasa como con los que se han hecho con grandes riquezas, pero que no son sensatos; todo se les disipa en un instante. Si esas riquezas, aunque no fueran muchas, llegan a un buen administrador, se acrecientan con su mismo uso. Así, nuestra vida es bastante larga para quien la sabe usar bien.
                              
                                                                             Séneca, De la brevedad de la vida, I, 1.





miércoles, 17 de abril de 2013

Nuestras pequeñas renuncias

 
          Después de mis breves oraciones nocturnas, le pregunté a mi esposo hace unos días, si Dios efectivamente tenía en cuenta lo que le rezo. Mira - le dije - las más de las veces me siento bastante miserable y muy poco fiel a Dios. Creo que me amo demasiado a mí misma y comparada con algunos santos, me siento como abusando de la bondad de Dios al pedirle tantas cosas. ¿Con qué descaro me planto frente a Dios para hablarle siquiera? Paso por periodos de verdadera rabia conmigo misma por ser tan poco consecuente con lo que creo; por ser tan poco lo que cumplo con mis propósitos. Debiera hacer más y mi pereza y autocompasión no me lo permiten.  ´
         ¿Qué le importa a Dios si yo renuncio a comerme el chocolate que me trajo mi esposo, por amor a Él y mi prójimo? ¿Qué le importa a Dios si yo le ofrezco el tedio de levantarme todos los días para hacer todos los días lo mismo, arrastrando la vida en la rutina que me agobia y me aburre hasta el tuétano? Nada le importa - me digo - ¿cómo va a estar pendiente de esta mediocre e indigna cristiana? ¿Cómo podría ofrecerle tan poca cosa?
       Y entonces al día siguiente continuo leyendo la biografía de Santo Cura de Ars, y encuentro lo siguiente:

"Es menester, dirá en una de sus catequesis, ofrecer a Dios nuestros pasos, nuestro trabajo y nuestro reposo. ¡Oh cuán hermoso es hacerlo todo por Dios! Ea, alma mía, si trabajas por Dios, trabajarás tú, mas Dios bendecirá tus obras; serás tú quien andarás, mas Dios bendecirá tus pasos. Todo lo tendrá en cuenta; la privación de una mirada, de un gusto, todo quedará escrito...Hay personas que saben aprovecharse de todo, aun de las inclemencias del tiempo; hace frío y ofrecen a Dios sus pequeñas molestias. ¡Oh qué belleza ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas." ( El cura de Ars de  Francis Trochu)

Entonces sí, Dios tiene presente lo que le ofrecemos aunque nos parezca que es una poca cosa, y se vale de estas pequeñas renuncias para atraer almas hacia El, para sacar a las Benditas Almas del Purgatorio, para consolar a los que sufren, en fin, incluso para la salvación de nuestras almas. Y la vida toma otro color, y lo que nos causaba tedio, va a seguir haciéndolo, pero será ocasión de ofrenda a Dios, y de este modo el tedio adquiere sentido. No se nos pide lo imposible, sino que en lo cotidiano, buscar las ocasiones de entregar a Dios nuestros trabajos, nuestros dolores, nuestras penas y también nuestras alegrías. El quedarnos callados cuando la furia se va a la cabeza por algo que nos dijeron o que leímos y que encontramos injusto hacia nosotros...¿Cómo yo podría rechazar un regalo de uno de mis hijos? Todo lo contrario, lo acepto con ternura porque sé que ha puesto todo su ser y buena voluntad en dármelo por amor a su mamá. ¡Con mayor razón si se trata de Dios! ¡Con qué gusto recibe nuestros regalitos!
 
Por último otro consejo del Santo Cura:

"Amigo mío, el demonio no hace mucho caso de la disciplina y de otros instrumentos de penitencia. Lo que le pone en bancarrota son las privaciones en el comer, beber y dormir. Nada teme tanto como esto, y por lo mismo nada es tan agradable a Dios".

martes, 16 de abril de 2013

Ave verum corpus natum

 
Salve, verdadero Cuerpo nacido de María
quien fue por los hombres crucificado;
¡He aquí! la sangre mezclada con agua,
que fluye desde el costado traspasado
 
Señor de la Vida, que entonces sufriste,
cuando nos acerquemos a nuestro último aliento
se  Tú para nosotros nuestro Alimento y nuestro socorro,
en la hora terrible de la muerte.
 
Robert Hugh Benson, Poems.
 

miércoles, 10 de abril de 2013

Y perdónanos nuestras deudas...

Magdalen College, Oxford
"No hay caridad cristiana, sino mera justicia, al disculpar lo excusable. Para ser cristianos, debemos perdonar lo inexcusable, porque así procede Dios con nosotros..."Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Sólo en estas condiciones podemos ser perdonados. Si no las aceptamos, estamos rechazando la misericordia divina. La regla no tiene excepciones y en las palabras de Dios no existe ambigüedad."
C.S. Lewis
 
          Tal como lo señala C.S. Lewis en este ensayo sobre el perdón que he citado, se nos exige perdonar no solamente lo que nos han hecho y tiene una excusa, sino también aquello que no la tiene, porque cuando Dios nos perdona lo hace sin condiciones.
          No es fácil perdonar, especialmente cuando nos han herido de una manera feroz.  Sin embargo, nosotros no somos nada para negarle el perdón a otro. Si Dios es capaz de perdonarlo todo, nosotros no podemos dejar de hacerlo, y menos si repetimos una y mil veces en nuestras vidas: perdona nuestras deudas como  nosotros perdonamos a nuestros deudores.
          Por otra parte, el sabernos capaces de dejar el resquemor atrás nos trae tranquilidad al espíritu. No se puede vivir sintiendo odio o rencor en el corazón, no es cristiano y es obra del mismísimo demonio. Nos daña y nos "afea" espiritualmente, llegando a convertirnos en seres amargados. Antes de llenarnos de devociones y de obras materiales de caridad, debemos hacer la mejor de las caridades hacia el prójimo y esta es perdonar. ¿Perdonar aunque no nos pidan disculpas? Sí, por supuesto. Hay que dejar en el olvido la ofensa y  el daño causado, y además intentar - no digo justificar - pero sí comprender las razones que al otro lo han llevado a hacernos el mal. Hace pocos días terminé de leer la biografía de Ana Catalina Emmerick, de Joaquim Bouflet, y por lo que señala el libro, ella siempre buscaba la manera de comprender las razones que habían llevado a algunos a tratarla con dureza. Pues bien, ella tomaba estos malos tratos como pruebas de Dios para purificar su alma y para ofrecer estos disgustos por la salvación de las almas.  Ella pensaba además que por su culpa esa gente la había tratado con aspereza, ¡siendo que era toda entera sumisa y obediente!
          Para una, que no tiene nada de santa, es bastante difícil llegar a un grado de mansedumbre espiritual como la de la beata Emmerick, y lograr perdonar de corazón. Pero es lo que hay que hacer, si queremos que Dios haga lo mismo con nosotros. No se puede llegar al cielo con el alma endeudada. No hay mejor cosa en la vida que estar en paz con uno mismo y con el prójimo.   Por  esto  mismo es menester realizar ciertas aclaraciones. Hay en esta viña del Señor, cierta clase de personas que viven "buscándonos el odio". En vista de aquello, si esa persona me ha hecho algo y yo, olvidando la ofensa, le perdono de corazón, voy a tratar por todos los medios de alejarme de ella. No quiero que me mal interpreten en lo que digo y que crean que me contradigo en el ejercicio de la caridad. Pues, desde el punto de vista de la perfección cristiana, debiera con mayor razón juntarme con esa persona a fin de santificarme y de enseñarle a ella lo errada que está en su actitud. Ahora bien, no siempre se puede, y si juntarme con esa persona va a significar hacerme perder la paz y hasta pecar, mejor es alejarme. Tú por allá y yo por acá, cada uno en lo suyo en perfecta armonía. Si no nos vamos a entender y vamos a volver a ofendernos, mejor nos apartamos. No es bueno exponerse a ocasiones de pecado, y si esa persona me hace pecar...Me pasaba con ciertos parientes que vivían atacando el hecho de seguir la Tradición y asistir a la misa de siempre. Las burlas y las humillaciones eran tales que se hacía insufrible estar con ellos, y por la paz de mi alma y por el bien de ellos también, decidí juntarme lo menos posible.
Quiero a continuación compartir un texto de la Actas de los Mártires. Deja una hermosa lección: de nada sirve estar dispuesto a arrojarme a las garras de los leones por Cristo, si antes no he perdonado a mi hermano que suplica mi perdón.
 
                                                                 Martirio de San Nicéforo
         I- Había un presbítero, por nombre Sapricio, y un laico llamado Nicéforo, amigo íntimo del presbítero. Se querían los dos con tal cariño que cualquiera hubiera pensado eran hermanos carnales, salidos de un mismo seno, pues el amor que se tenían sobrepasaba el que es de ley en la humana naturaleza. En esta amistad habían permanecido largo tiempo cuando el demonio, aborrecedor de todo lo bueno y enemigo del humano linaje, metió entre ellos tal disensión que, llevados de su diabólico odio, evitaban hasta encontrarse en pública plaza.
        II- En esta maldad pasaron también mucho tiempo; pero Nicéforo, volviendo sobre sí y dándose cuenta que el odio es cosa diabólica, rogó a otros amigos suyos que fueran al presbítero Sapricio e intercedieran por él pidiéndole le perdonara y aceptara su arrepentimiento. Pero el otro no accedió a  perdonarle. Por segunda vez envía Nicéforo otros amigos con el fin de obtener la reconciliación; pero Sapricio se negó igualmente a recibir las súplicas de éstos. El buen Nicéforo otra vez rogó a nuevos amigos suyos muy queridos a ver si al fin obtenía el perdón de su falta, por dos y tres veces pedido, para que sobre la palabra de dos o tres testigos se asiente el asunto (Deut. 19, 15). Mas Sapricio, hombre de dura cerviz y de corazón implacable, olvidado de nuestro Señor Jesucristo, que dijo: Perdonad y se os perdonará, y: Si no perdonáis a los hombres sus pecados, tampoco vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros los vuestros (Mt. 18, 35), por más que todos se lo rogaban, no le quiso perdonar. Nicéforo, en fin, como hombre temeroso de Dios y fidelísimo a su gracia, viendo cómo Sapricio no había hecho caso alguno de los comunes amigos, cuyas súplicas de perdón no quiso aceptar, corrió él mismo a su casa y, postrándose a sus pies le dijo: "Perdóname, padre, por amor del Señor." Mas él, ni aun así vino en reconciliarse con él como amigo, cuando era su deber, aun sin ruego ninguno, desde el momento que recibió la primera excusa, haberle recibido en su amistad, como cristiano y presbítero que era y que profesaba servicio del Señor.
         III. Así las cosas, de pronto estalla una persecución y tribulación grande en la ciudad donde ambos vivían. Sapricio fue detenido y entregado al gobernador: En presencia  ya suya, díjole el gobernador:
-¿Cómo te llamas?
Sapricio dijo:
-Me llamo Sapricio.
-Gobernador. - ¿de qué familia eres?
-Sapricio. - Soy cristiano.
-Gobernador. -¿Clérigo o laico?
-Sapricio.-  Soy presbítero.
-Gobernador.- Nuestros Augustos Valeriano y Galo, señores de esta tierra y de todos los confines del Imperio romano, han mandado que los que se llaman cristianos sacrifiquen a los dioses inmortales y eternos. Mas si alguno, con desprecio de los Augustos, rechaza su edicto, sepa que se le doblegará por varios géneros de tortura y se le condenará por fin a terrible muerte.
         Sapricio, puesto junto al gobernador, le contestó:
- Nosotros, los cristianos, tenemos por rey a Cristo, porque Él es el verdadero Dios, hacedor del cielo y de la tierra y del mar y de todo cuanto en ellos se contiene: mas los dioses todos de las naciones no son sino demonios. Perezcan, pues, de la faz de la tierra entera los que no pueden ni ayudar ni dañar a
nadie, obras que son manos de los hombres.
         iv- Irritado entonces el juez, le hizo meter en el tornillo de Arquímedes y que de este modo le atormentaran terriblemente. Pero Sapricio le dijo al gobernador:
- Sobre mi carne tienes poder para ejercitar tu crueldad; pero sobre mi alma sólo tiene poder el Señor Jesucristo que la crió.
         Sapricio resistió largo tiempo los tormentos. Y ya, como vio el juez que no lograba hacerle apostatar, pronunció contra él sentencia en estos términos:
"Condeno a la pena capital a Sapricio, presbítero, que ha despreciado los edictos imperiales y se ha negado a obedecerlos, no queriendo sacrificar a los dioses inmortales para no abandonar la esperanza de los cristianos."
         v- Saliendo, pues, Sapricio para el lugar del suplicio y caminando presuroso hacia la celeste corona del martirio, el buen Nicéforo que lo oyó, salióle corriendo al encuentro y, arrojándose a sus pies, le dijo:
- Mártir de Cristo, perdóname si en algo te he ofendido.
     Sapricio no le respondió palabra.
     Nicéforo, empero, hombre santo, se le adelanta por un atajo y le sale nuevamente al encuentro antes de dejar el mártir la ciudad y nuevamente le dirige la súplica:
- Mártir de Cristo, yo te lo suplico, otórgame tu perdón y olvida lo que como hombre te pude ofender. Mira que estás ya para recibir la corona de manos del Señor a quien no has negado, sino que le confesaste en presencia de muchos testigos.
         Mas el otro, con corazón endurecido, ni le quiso conceder su perdón ni se dignó siquiera contestarle una palabra, de modo que los mismos verdugos se volvieron a Nicéforo y le dijeron:
-¡ Habrase visto hombre más estúpido que tú! Marcha este desgraciado a que el corten la cabeza y ¿vienes tú con monsergas de perdón a un sentenciado a muerte?
         Mas Nicéforo les contestó:
- Vosotros no sabéis lo que yo pido al confesor de Cristo; Dios sí lo sabe.
          Y llegado que hubieron al lugar donde Sapricio tenía que ser ejecutado, díjole nuevamente el santo Nicéforo:
- Escrito está :Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.
         Pero por más que decía estas y semejantes cosas, el durísimo amigo no le prestó oído alguno. No había manera de doblegar aquel áspero carácter, otro tiempo amigo, pues cerró sus oídos como sierpe sorda que no oye la voz del encantador.
         vi- Por eso, infalible es el Señor que dijo : Si no perdonareis, no se os perdonará a vosotros (Mt. 18,35); pues viendo que no se doblaba ni tenía compasión ni misericordia de su prójimo, sino que se mantenía en su odio irreconciliable, le privó de su divina gracia o, por mejor decir, fue él mismo quien se hizo ajeno a la gracia celeste, por su actitud para con su hermano, que fuera además otrora amigo auténtico y viejo.
          Entonces dijeron los verdugos a Sapricio:
- Ponte de rodillas, para cortarte la cabeza.
Y Sapricio preguntó:
-¿Por qué me vais a cortar la cabeza?
- Porque no has querido sacrificar - le respondieron -, sino que has despreciado el edicto imperial por amor de un hombre llamado Cristo.
        Oyendo esto, el malaventurado Sapricio dijo a los verdugos:
- No me hiráis, pues yo estoy dispuesto a hacer lo que mandan vuestros emperadores y sacrifico a los dioses.
        De este modo le cegó el rencor y apartó de él la gracia; pues el que puesto en tan grandes tormentos no negó a nuestro Señor Jesucristo, venido al término de la muerte, cuando estaba para alargar la mano al premio del combate y recibir la corona de la gloria, le negó y se hizo apóstata.
         vii. Oyendo esto San Nicéforo, suplicaba a Sapricio diciendo:
- Hermano, no te hagas un transgresor y niegues a nuestro dueño Cristo; no quieras por nada del mundo, yo te lo suplico, convertirte en apóstata suyo; no pierdas la corona celeste que te ganaste a costa de muchos tormentos.
        Mas Sapricio no quiso oír nada en absoluto y precipitadamente corría hacia la perdición de la muerte extrema, perdiendo tamaña gloria en un momento, en lo que tarda en caer el golpe de la espada. De este modo se cegó y ensordeció este malaventurado por su rencor, pues no quiso escuchar a nuestro Señor, que nos dice a gritos en su Evangelio: Si estando para ofrecer tu ofrenda en el altar, allí te acordares que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda sobre el altar y marcha primero a reconciliarte con tu hermano y luego ven a ofrecer tu ofrenda (Mt. 5,23). Y en otra ocasión, preguntándole Pedro, príncipe de los Apóstoles: ¿Cuántas veces pecará contra mí mi hermano y habré de perdonarle, hasta siete? El Señor le respondió: No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt. 18, 20) Mas aquel desgraciado no quiso perdonar ni una sola vez, y eso a quien le pedía perdón y con tanta insistencia se lo suplicaba. El Señor mandó perdonar a todos de corazón y dejando la ofrenda sobre el altar correr a la reconciliación: mas éste ni con la punta de la lengua se dignó dar una palabra de indulgencia, ni consistió en otorgar perdón a quien se lo suplicaba, sino que cerró sus entrañas a un hermano suyo. Por eso se le cerraron a él las puertas del reino de los cielos y se le retiró la gracia del divino y vivificante Espíritu y perdió la gloriosa corona del martirio. por tanto, hermanos amadísimos, precavámonos también nosotros contra esta diabólica operación y perdonémoslo todo a todos, para que también a nosotros nos perdone el Señor Cristo, conforme a lo del Evangelio: Perdónanos nuestras deudas (Mt. 6,19), pues fiel es el que lo ha prometido.
         viii.- Cuando el bienaventurado Nicéforo vio como Sapricio se pasaba al enemigo, dijo a los verdugos:
        - Yo soy cristiano y creo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo a quien éste ha negado. Descargad, pues, sobre mí el golpe de la espada.
        Mas ellos no se atrevieron a ejecutarle sin orden del gobernador; todos, sin embargo, estaban maravillados de que así se entregara a la muerte, pues no cesaba de repetir: "Soy cristiano y no sacrifico a vuestros dioses".
        Uno de los ejecutores corrió a dar la noticia al gobernador, diciéndole:
- Sapricio ha venido en sacrificar a los dioses; pero allí se nos ha presentado otro que quiere morir por amor del que llaman Cristo, gritando libremente a voz en cuello que es cristiano y no sacrifica a los dioses ni obedece a las órdenes de nuestros emperadores.
        ix.- Oído que  hubo esto el gobernador dio contra él sentencia, diciendo:
      - Si no sacrifica a los dioses, según los edictos de los emperadores, muera al filo de la espada.
        Y volviendo los verdugos, decapitaron al santo Nicéforo, conforme a la orden del gobernador. Y de este modo consumó su martirio San Nicéforo y subió al cielo coronado, premio de su fe en Cristo y de su amor a la concordia y humildad. Y, en efecto, por haber sido inclinado a la caridad, se ciñó la corona del martirio y mereció ser contado en el número de los mártires, para alabanza de gloria de la grandeza y de la gracia de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, con quien sea al Padre gloria, potencia, honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

                                 Actas de los Mártires, versión española de Daniel Ruiz Bueno, B.A.C, 1951.