miércoles, 31 de julio de 2024

La vocación universal a la hobbitud, pór Julian Kwasniewski

         Hay muchos que no seremos jamás llamados a ser un Aragorn, o un

Gandalf, o un Frodo, o ni siquiera un Sam Gangee. La gran mayoría de nosotros

será los hobbits que nunca entendieron, en realidad, lo que estaba ocurriendo y

fueron incluso inconscientes del peligro de que los salvó el heroísmo de unos

cuantos aventureros desconocidos, que peleaban a enorme distancia de casa.

Pero es terrible la tentación de abandonar nuestros queridos sembradíos cuando,

mirando cada uno su “palantir” de bolsillo, ve las fuerzas del mal alineadas y listas

para destruír el mundo que amamos.

                        

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo evitaremos abandonar nuestros deberes a

fin de seguir una vocación a salvar el mundo que no es, propiamente, la nuestra?

Lo evitaremos si descubrimos que las pequeñas realidades materiales pueden -

debido a la encarnación de Nuestro Señor- “llegar a ser parte de una obra mucho

mayor, que pueden conducir a la Bienaventuranza”; si descubrimos que las cosas

débiles y frágiles son, en realidad, más fuertes y duraderas que las maquinaciones

de quienes parecen poderosos en este mundo.


En un ensayo titulado “Una Navidad perdurable”, Hilaire Belloc, apologeta

católico, historiador y pensador político, escribe sobre el modo cómo las

entrañables y venerables tradiciones de la Navidad pueden dar continuidad y solaz

a los acontecimientos transitorios y tristes de la vida mortal. Belloc enumera una

multitud de aflicciones que entristecen la vida del hombre: “Las amenazas de

desesperación, el remordimiento, la necesidad de expiación, el insoportable

hastío, la tediosa repetición de cosas aparentemente estériles, innecesarias y

desprovistas de sentido, la lejanía, la mutua incomprensión de los espíritus”. Saber

que Belloc perdió a dos de sus hijos en las Guerras Mundiales agrega intensidad a

sus palabras, hasta que éstas alcanzan su clímax cuando dice que la pena “de los

hombres jóvenes que han muerto en la guerra antes que sus padres se debilitaran

con la edad; la pena de los peligros de enfermedad en el cuerpo y aun en el alma,

de la ansiedad, del honor acosado, de todas las amarguras del vivir – todo ello se

convierte en parte de una empresa mayor, que puede conducir a la

Bienaventuranza”.


Esta cita de Belloc es una explicación excelente y poética de la realidad

encarnacional de muestra religión: se adquiere la santidad y se da gloria a Dios

con las cosas ordinarias y difíciles de la vida; y no sólo con las ordinarias y difíciles

sino también con las bellas y gozosas.


En nuestros tiempos, cuando una increíble confusión y oscuridad permean

todos los niveles de la sociedad, es fácil olvidar esta verdad. Entre la corrupción

política, la puja por un nuevo echar a andar el mundo por no se sabe quién, y el

sínodo universal del Papa Francisco, es fácil perder de vista el hecho que las

cosas pequeñas y débiles de este mundo se han vuelto poderosas por la

encarnación de Nuestro Señor. San Pablo escribe:


“Dios escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y Dios

eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; escogió Dios a lo vil, a lo

despreciable del mundo, a lo que no es nada, para destruír lo que es, de manera

que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios” (1 Corintios 1, 27-29).

Esta verdad está maravillosamente descrita en la trilogía épica de Tolkien,

“El Señor de los Anillos”.


Los hobbits de Tolkien son la quintaesencia de lo doméstico y lo poco

aventurero. Pero, como reiteradamente observa Gandalf, un hobbit es más que lo

que ven los ojos. A pesar de su vida tranquila y rústica, los hobbits tienen fuerzas

escondidas, que ellos mismos desconocen. Cuando el Anillo llega a las manos de

Frodo, vemos en él un símbolo del mal, concentrado e hipócrita, que pasa a

depender del pueblo más sencillo de la Tierra Media. Pero aunque Frodo y sus

tres compañeros hobbits finalmente salvan de Sauron a su mundo, el resto de los

habitantes de la comarca participan poco o nada de la epopeya: siguen

preocupados de sus sembrados y de sus familias, ignorantes del desastre que los

amenaza.


¿Los culparemos por ello? No. Lo que hacen es cumplir con su deber,

siguiendo su personal vocación. Frodo habría hecho lo mismo si no hubiera sido

abordado por Gandalf. El no escogió ser el Depositario del Anillo. Pocos de

nosotros seríamos Depositarios del Anillo; por el contrario, los más de entre

nosotros están llamados a ser padres y madres, hermanos y amigos. Tenemos

que trabajar en nuestro pequeño sembradío para alimentar el futuro del mundo a

través del amor a nuestras familias y a nuestro patrimonio católico, a través de la

enseñanza de la verdad y de la creación de belleza y orden con nuestros mejores

esfuerzos. Aunque el libro se enfoca en la Hermandad, “El Señor de los Anillos” de

Tolkien contiene incisivos y bellos pasajes que pueden ayudarnos y animarnos en

nuestras vidas de hobbits hogareños.


Después de la batalla de Helm’s Deep, el Rey Théoden se asombra de los

Ents que lo ayudaron en la lucha, y que pensaba eran sólo creaturas legendarias.

Gandalf le contesta:


“Debieras alegrarte, Rey Théoden, porque ahora está en peligro no sólo la

vida de los Hombres, sino la vida de aquellas cosas que has creído eran de

leyenda. No careces de aliados, aunque no los conozcas”

Théoden contesta con uno de los pasajes más verdaderos y más tristes de

Tolkien:


“Pero también debería estar triste”, dijo Théoden. “Porque cualquiera sea el

rumbo que tome la guerra, ¿no podría terminar de un modo tal que mucho de lo

que fue bello y maravilloso desaparezca para siempre de la Tierra Media?”. “Sí,

podría ser”, dijo Gandalf. “El mal de Sauron no puede ser totalmente curado, ni se

puede hacer como si no hubiera existido. Pero estamos destinados a ese futuro.

Por ahora, ¡continuemos el viaje que hemos comenzado!”.

Es verdad, creo, que el mundo moderno ha visto la destrucción de cosas

que no volverán jamás. Y cada día hay más destrucción. Pero ello no significa que

se nos permita desesperar. Como dice Denethor:

“¿Pensaste acaso que los ojos de la Torre Blanca eran ciegos? No; he visto

más de lo que te imaginas, Necio Gris. Porque tus esperanzas no son más que

ignorancia. ¡Ve pues, y trabaja en tu curación! ¡Ve adelante y pelea! Vanidad. Por

un breve espacio, por un día, puede que triunfes en la lid. Pero no hay victoria

posible contra el Poder que está surgiendo ahora, que sólo ha tocado esta ciudad

con un dedo de su mano. Todo el Oriente está en marcha. Y en este preciso

instante el viento de tus esperanzas te está engañando, mientras hace avanzar

por el Anduin a una flota de velas negras. El Occidente ha fallado. Es tiempo de

que partan todos los que no quieren ser esclavos”. A esta diatriba, que culmina

con ese “El Occidente ha fallado”, replica Gandalf: ”Tales consejos sin duda harán

que se cumpla la victoria del Enemigo”.


¿Qué hemos de deducir de todo esto? Debemos aprender que tenemos

aliados que no conocemos, debemos darnos cuenta de que hay muchas cosas

que se están yendo de este mundo y que nosotros seremos los últimos en

recordar, y debemos darnos cuenta de que dudar de la fuerza de nuestra cultura

de Occidente -que se basa en la Cristiandad- hasta el punto de abandonarla, sólo

aumentará las probabilidades de la victoria del Enemigo.


Esta falta de fe en las riquezas de Occidente es, me parece, el centro de los

fracasos y de los éxitos a medias de tantas técnicas apologéticas y catequísticas

que han usado los católicos desde los años 1960. Y explica también por qué se ha

abandonado fácilmente tanto de nuestro patrimonio y por qué todavía se lo valora

tan poco. Si realmente creyéramos en la grandeza del canto gregoriano y de la

polifonía renacentista; si verdaderamente creyéramos en las grandes artes

sagradas; si verdaderamente creyéramos en la doctrina tradicional de la Iglesia en

materias de fe y de moral, ¿no estaríamos orgullosos y entusiasmados por

compartirlas? ¿no esperaríamos atraer con ellas a los hombres, gracias a su

intrínseca verdad y su atractivo?


En cambio, sostenemos que “hay que ir a encontrar a los hombres adonde

están”, “hablarles en su propio idioma”, o “hay que hacerse aceptables”. Jamás

obraríamos de este modo si ofreciéramos un helado gourmet, una marca favorita

de cerveza, o un exótico relleno de pizza. En tal caso, diríamos “Tienen que probar

esto”, y a continuación obligaríamos a nuestros amigos a probar un poco y ver qué

les parecía. Y si nuestros amigos no quedaran maravillados, les diríamos “¿Qué

les pasa a todos Uds.?


Sin embargo, mientras tenemos suficiente confianza en nuestras papilas

gustativas como para endilgar a nuestros amigos un helado, una cerveza o una

pizza, no confiamos suficientemente en una tradición que tiene 2.000 años de arte,

creencias y liturgia como para ofrecerla al hombre moderno como algo “que podría

gustarle”. En realidad, a pesar de que Juan Pablo II nos amonestó “No tengáis

miedo”, tenemos miedo de tanto de lo que tenemos que ofrecer.

Pero todo esto nos trae a mi punto final: nuestra labor está en el terreno que

nos es conocido.


Gandalf dice del Anillo: “Si es destruído, entonces él [Sauron] fracasará… Y

así un gran mal habrá sido arrojado de este mundo. Hay otros males que pueden

venir; porque Sauron no es más que un sirviente o emisario”. Y prosigue el mago,

pronunciando quizá el grito de batalla y el lema de nosotros, los hobbits que nos

quedamos en casa:


“Pero no nos corresponde dominar todas las mareas del mundo sino hacer

lo que está a nuestro alcance por auxiliar a los tiempos en que vivimos,

desarraigando el mal en los terrenos que conocemos, para que los que vengan

después de nosotros puedan tener una tierra limpia que arar. Qué clima les tocará,

no nos corresponde decidirlo”.

               

Cada uno de nosotros tiene un campo, cada uno de nosotros tiene tiempo,

cada uno de nosotros tendrá, de un modo u otro, herederos, estudiantes, niños.

Para algunos -y quizá es lo mejor para la mayoría- se trata literalmente de

campos, de años de trabajo duro, de muchos niños, todo ello fruto de la

dedicación a la tierra y a la familia, de acuerdo con los criterios católicos de una

vida de hogar. Para otros, habrá campos, si no literales, verdaderos, de acción y

de labor; habrá quizá menos tiempo, y habrá quienes reciban su influencia

paternal a través de la enseñanza, de la tutoría, o de la dirección espiritual.


En otro nivel, debemos buscar en nosotros mismos males que erradicar.

Como escribió Paul McGuire en 1946, “Existe una solución al dilema moderno.

Está, curiosamente, en las manos, el corazón y la mente y la voluntad de todo

cristiano” (Integrity: segundo número, noviembre 1946). Porque estos campos

están en nuestro corazón, y si hay en ellos algún mal, siempre podremos hacer

algo al respecto, porque están dentro de nosotros mismos.


¿Cuándo nos vamos a destetar de los “palantires” de los smartphones y de

las redes sociales? ¿Cuándo vamos a desmalezar el terreno de nuestra alma con

oración diaria? ¿Cuándo vamos a negarnos a nosotros mismos y asumir

diariamente tareas manuales para limpiar y ordenar los espacios en que vivimos?

“Nosotros somos los mediocres, nosotros somos los donantes a medias, nosotros

somos los que aman a medias; nosotros somos la sal que ha perdido su sabor”

escribió Caryll Houselander incisivamente en su poema “Una tarde en la catedral

de Westminster”. Recuperemos nuestro sabor. Hagámonos donantes en plenitud,

y plenos amantes. Pero, ¿a quién daremos, a quién amaremos?

A quien más obligación tenemos de dar y de amar es nuestra familia. La

obligación de amar al prójimo como a sí mismo encuentra su plenitud en nuestra

mujer y en nuestra familia, a quienes podemos amar y darnos de un modo único y

asiduo. Escuchar la “llamada universal a la hobbitud” debiera hacernos apreciar

esto más plenamente, y recordarnos cómo la encarnación ha transformado las

cosas ordinarias de esta vida.

En un artículo sobre los principios del trabajador cristiano, Donald Hessler

ha escrito:

“Es una gran ley de la naturaleza y de la gracia, dice Pío XII, que la

similaridad abre las puertas al acercamiento y al afecto. Dios se hizo hombre para

salvar al hombre. Cristo se hizo trabajador para salvar a los trabajadores. San

Francisco y Peter Maurin se hicieron pobres para salvar a los pobres. Así se

prolonga la encarnación”.


En nuestra época, a menudo es la humanidad, en sus aspectos más

profundos - la familia, la naturaleza misma del hombre y de la mujer-, la que

necesita ser salvada. Hagámonos nuevamente humanos para salvar a la

humanidad. Amemos y respetemos nuestra naturaleza de hombres y de mujeres.

Como dice Dorothy Day, contémonos entre quienes están abiertos a recibir la

inspiración de “rebajar su estándar de vida y elevar su estándar de pensamiento y

de amor”. Esto no tiene por qué ser terriblemente desagradable, porque si las

penas de Belloc se convierten en “parte de la gran empresa de la

Bienaventuranza”, Dorothy Day nos recuerda: “Creo firmemente, con Santa

Catalina de Siena que todo el camino hacia el cielo es cielo, porque El dijo “Yo soy

el Camino””.

Redescubramos nuestra familia, nuestro corazón, nuestros campos y

redescubrámonos a nosotros mismos, perdiendo el miedo tanto a las sublimes

realidades de nuestra fe, como a las cosas más básicas de nuestra humanidad. El

poema de Houselander se lamenta:

“Hemos tenido miedo

Del penetrante rayo de la verdad;

De las sencillas leyes de nuestra propia vida.

Hemos temido la primordial belleza

De las cosas humanas,

Del amor y del nacimiento y de la muerte”.


Estas “cosas humanas” de “primordial belleza” pueden parece muy débiles

frente al zeitgeist global. Pero estas cosas débiles del mundo han sido

fortalecidas. De hecho, poseemos las más poderosas armas contra los

globalizados Saurons de nuestra época; besos por la mañana, huevos revueltos,

canciones de fogata, verduras cultivadas en casa y niños que lloran, son más

poderosos que los planes mejor pensados de la UE o la ONU, y que los más

secretos designios de Bill Gates o del cardenal Roche. 


Estas pequeñas cosas están llenas de gracia porque María se hizo llena de

gracia. El Señor estaba con ella. Y el Señor está con nosotros: con nosotros en la

imbatible Misa inmemorial; con nosotros en nuestra devoción por el año litúrgico y

las prácticas tradicionales, como el Oficio Divino. Cuando entremos al próximo

Adviento temiendo el advenimiento de tantos acontecimientos grotescos y

temibles, hagamos nuestra la oración de Houselander:


“Pasemos hambre y sed;

Ardamos en las llamas;

Rompamos la corteza animal

De la complacencia.

Aviva en nosotros

La afilada gracia del deseo,

Brilla en nosotros,

 Emmanuel,

Luz sin sombras:

Arde en nosotros,

Emmanuel,

Fuego de amor;

Quema en nosotros,

Emmanuel,

Estrella de la mañana:

  ¡Emmanuel,

         Dios con nosotros!” 


19 diciembre 2022

Crisis Magazine, traducción Augusto Merino

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios anónimos solo se publicarán si son un aporte al blog