viernes, 31 de octubre de 2014

De "Los papeles de un Paria": En un Requiem, por Mgr. Robert Hugh Benson


                                                             Papeles de un Paria


                                                         En un Réquiem

                                                                                                          Noviembre de 1903

        Esta mañana asistí a uno de los más impresionantes dramas del mundo. Me refiero a la Solemne Misa de Réquiem celebrada con ocasión de la celebración del Día de Todos los Difuntos de la Iglesia Católica.

        Fue cantada en una hermosa iglesia, cuyo altar, gradas y retablos estaban cubiertos de negro. En el centro del coro se destacaba un gran catafalco con la forma de gigantesco ataúd, amarillo y negro, cubierto con un gran tapiz y, junto a él, seis candeleros tan altos como un hombre, sosteniendo cada uno una vela amarilla ardiendo. Había tres sacerdotes en el altar, dos de ellos pertenecientes a la iglesia y el tercero, que actuaba como diácono, me pareció que era un monje por su amito con capucha y la muceta que caía sobre sus hombros. Había un pequeño coro de niños que cantaron muy dulcemente y un hombre que cantó como solista (porque el órgano no fue usado) interminables y sombrías melodías de un gran libro que estaba sobre un atril. Fue una mañana oscura, tanto adentro como afuera, y las inmensas y delgadas columnas de la iglesia se elevaban hacia las penumbras donde bien podían haber estado atestadas de almas mirando. Abajo tal vez habría unas cien personas (modestamente vestidas con ropas negras) la mitad de las cuales eran niños, que permanecieron de pie, arrodillados y sentados en silencio por espacio de una hora.

        Soy consciente de que muchos consideran estas ceremonias como fútiles e inútiles y hasta peor aún. Sin embargo ellos lo hacen desde su dogmático punto de vista y a mí por ahora eso no me preocupa. Esta es una representación de la muerte y de lo que ésta significa, y creo que vale la pena describirlo, porque dudo seriamente que haya alguna otra religión bajo el sol que otorgue tan adecuado y movido cuadro de la única gran tragedia en la medida que ésta puede oscurecer la luz del sol para todos nosotros.

         La Iglesia no hace excepciones o concesiones  en el caso de sus hijos, ni siquiera cuando han muerto en olor de santidad. Todos los que no han cumplido, afirma ella, necesitan de la misericordia de su Dios. Porque así como en este día las almas de los difuntos son consideradas como un todo, así también por cada alma separada que muere en comunión con ella, ella prescribe la penitencia, el duelo y la súplica. No hay intentos de canonizar antes de tiempo, ni desesperados esfuerzos de brillo o de triunfo. Las flores blancas y las coronas de laurel aún se mantienen sin reconocimiento en su ritual. Es lo mismo para todos: negro, amarillo pálido y negro nuevamente atravesándolo todo. Las melancólicas melodías gimen y se elevan como si de veras las almas estuvieran llorando desde un abismo donde no hay agua. Hay esperanza, ciertamente, pero no con toques de exultación porque el tiempo para esto todavía no ha llegado.

         Con todo, su fe y  su caridad son ilimitadas. En su calendario están escritas las palabras: In die ómnium defunctorum, sin excepción o cláusulas de eliminación. En su santuario se alzó el catafalco, un ataúd material vacío, pero lleno a sus ojos místicos con una multitud de olvidados y de recordados, y que ningún hombre puede contar,  se apresuran a tomar aquí un refugio bajo un féretro tan amplio como su amor y tan pesado como la muerte. Alrededor de este emblema de la humanidad muerta se eleva un muro de fuego, significado por los seis candeleros que arden desde la cera amarilla, como para mantener fuera la oscuridad de la tumba. Y sobre éste van sus sacerdotes rociando agua bendita para limpiar la corrupción y ahogando con el triste perfume del fragante incienso, el olor que ni siquiera ella puede eliminar por completo.

        Ella es nuevamente la que siendo eternamente joven e inmortal se identifica con la multitud de los muertos, reuniéndolos a todos ellos bajo su propia persona. Así como ella mira hacia adelante con los ojos aterrorizados al Gran Día que proclama estar próximo, así también ella llora de miedo uniéndose a todos los que entonces necesitarán misericordia:
                                    Quid sum miser tunc dicturus?                                             
                                    Quem patronum rogaturus?
                                    Cum vix justus sit securus?

         Nuevamente  ella vuelve su mirada al lugar  desde donde brota su esperanza:
                                 
                                        Recordare, Jesu pie,
                                       Quod sum causa tuae viae;
                                       Ne me perdas illa die…
                                       Qui Mariam absolvisti,
                                       Et latronem exaudisti,
                                       Mihi quoque spem dedisti.
 
         Entonces, una vez más ella se vuelve sobre sí misma hacia el presente, y mientras todavía permanece en la tierra, reza por aquellos que ya no lo están, como una madre rezaría por sus hijos ausentes:   
                  ¡Oh! Señor, dales el descanso eterno, y que la luz perpetua brille sobre ellos…
               Luego, como si estuviera en una piadosa lucha contra su propio credo, que declara que los destinos eternos están decididos en el momento de la muerte, suplica a Dios para que libre a las almas de sus hijos fallecidos de las puertas del infierno,  y rememorando el Día que está siempre frente a sus ojos dice: “Líbrame, Señor”,  -  suplica por boca de sus sacerdotes – “de la muerte eterna en aquel Día terrible, en que se han de conmover los cielos y  la tierra, cuando vengas a juzgar al mundo por el fuego. Tiemblo y temo, mientras llega el juicio y la ira venidera…” “Puedan ellos descansar en paz. Amén”
         “Ninguna otra religión” – escribe un autor francés – “tiene la porción más caritativa y la más augusta misión que se le ha asignado al hombre, elevando, por su Santa Consagración a toda la humanidad hacia arriba, casi deificándola, a través del oficio sacerdotal. El sacerdote, mientras la tierra lamenta o se calla, puede avanzar hasta el borde de los abismos e interceder (…) Tímido y distante, dolorido y dulce, y este amén dice: “hemos hecho lo que pudimos, pero…pero…”

       Ahora bien, todo esto puede parecer un peligroso sin sentido para mucha gente, pero ya lo dije antes: yo no estoy interesado en el dogma. Esto fue como un reflejo de mis propios instintos humanos y las imágenes en este Réquiem me conmovieron profundamente. Más allá de si este sacrificio y aquellas oraciones triunfan o no, para mí el asunto fue no obstante, el más sorprendente drama, tan verdadero como la vida y como la muerte.
         La muerte es un hecho extremadamente desagradable, pero es un hecho, y yo supongo que no existe un hombre vivo que no se haya formado alguna idea al respecto. Lo primero que se viene a la mente es el horror y la oscuridad, y no es de menor importancia pretender que no estamos conscientes de estas características. El Evangelio de la Alegría predicado tan jovial y animadamente por Stevenson, y que fue acogido tan agradecidamente por muchos miles de lectores, es deficiente si no considera nuestro propio final. Por supuesto que la perfección de la filosofía está en unir todos los datos conocidos en una teoría única, pero para muchos de nosotros es necesario ir hacia el conjunto de la vida y considerar a los elementos componentes uno por uno, ya que todavía no hemos alcanzado las serenas alturas de la contemplación eterna. Mientras nosotros consideremos el fenómeno del Nacimiento no nos será posible hacerle justicia al de la Muerte – la cuna y la tumba están muy lejos de ser incluidas en una sola mirada – no más que en el matrimonio de un hombre comenzar a involucrar a su abogado para la corte de divorcio.
         Por eso sin duda es saludable para nosotros ahora y entonces, aunque no demasiado frecuentemente, mirar constantemente sobre los ataúdes y camposantos. Así como habitar siempre en el cámara nupcial o en el comedor es limitado y enervante, así también es morboso y depresivo poner nuestras tiendas de acampar permanentemente en un cementerio.  Es más, no es de la mejor de las filosofías nivelar las tumbas y sembrar pasto y plantar flores ahí, colocando un arroyo alrededor y pretender que es algo más. No es algo más, es un cementerio.
         Pues bien, este elemento de la muerte se reconoce perfectamente en una misa de Réquiem. Me agobia dejarlo claro para aquellos que no pueden ver esto por sí mismos: la indescriptible terrible combinación de los colores amarillo y negro; del mortífero contraste entre las llamas y la cera opaca desde donde suben. Ningún hombre puede salir de una misa de Réquiem, donde él se ha comportado con una compostura mental decente, sin sentirse consciente, ya sea por los signos que él ha mirado, o por los sonidos que ha escuchado – aquellos lamentos sin el acompañamiento del agradable órgano, aquellos grupos de neumas que suben y van decayendo a medida que suben – sin sentirse consciente que la muerte es una cosa terrible y repulsiva. Yo lo desafío a ser elocuente con el Evangelio de la Alegría después de diez minutos cesado el último amén.
          Esto es enfrentado, pero no se queda ahí. Otras emociones han sido representadas y entre ellas la principal emoción es la esperanza que se niega a morir resueltamente. Un hombre puede reírse del Purgatorio y proclamar en la sociedad de debates que se considera a sí mismo como una vela que habrá pronto de ser apagada. Sin embargo, cuando él esté completamente solo y haya bebido su  vaso de whisky con agua, arrojado la colilla de su cigarrillo al fuego, cerrado las últimas puertas, se levante y silbe agudamente en su dormitorio, entonces me aventuro a afirmar que él no habría bebido su vaso tan animadamente o silbado tan agudamente, si él no estuviera completamente consciente que en alguna parte debajo de su hermoso chaleco hay una débil y leve esperanza que sobre exageró el caso justo ahora en la posada de Jones.
        Esta emoción por tanto, al margen de las explícitas afirmaciones del dogma, ha sido representada en la misa de Réquiem ¿Por qué  otra razón más habría olor a incienso, las gotas de agua y las llamas de las velas? Está bien hablar de la “Confraternidad de los Infieles donde en un altar el cirio no arde; donde el sacerdote – en cuyo corazón no habita la paz – debe celebrar con una pan sin bendecir y con un cáliz sin vino”, pero después de todo  cuando tal  santuario es levantado, yo  predigo que alguno de los miembros de la Confraternidad no dudarán, con muchas disculpas y renuncias, en encontrar la ocasión para insistir en encender la cerilla. Así como los hombres no pueden vivir sin fuego y luz, así tampoco los corazones pueden continuar latiendo sin esperanza.
       Estas dos emociones, terror y esperanza, están sólidamente unidas a una trinidad por un tercero que toma parte de la naturaleza de ambas, me refiero a la penitencia.
        Todos nosotros tenemos la perfecta libertad para rechazar esta palabra. Es posible que la asociemos con la hipocresía, o a una mentalidad débil, o a lágrimas de cocodrilos, pero conocemos su significado y seguramente puede presentarse como un recibo del equipaje que todos llevamos con nosotros y que contiene en su paradójica constitución el remordimiento de un pasado irrevocable  y que, ciertamente, no es ni tan pasado ni tan irrevocable. La caridad, como lo señala Mr. Chesterton en alguna parte, es el perdón de lo imperdonable. ¿Podemos añadir a esto que es penitencia es la negación de lo innegable?
          También esta emoción está bien representada en un Réquiem. De hecho, podemos decir que nada más está representado salvo en la medida en que es un elemento de ésta. Desde el Confíteor Deo omnipotenti de las tres negras y blancas figuras inclinadas a los pies del altar hasta el inseguro Amen, la representación completa no es nada más que un corazón roto que solloza de pena. Es posible que nosotros podamos rechazar la idea teológica del pecado, pero no podemos dejar de evitar pensar que hay ciertos eventos (que viene a ser prácticamente la misma cosa)  en nuestras propias vidas y en las vidas de las otras personas, de los cuales estamos extremadamente arrepentidos, ciertos fracasos al hacer lo correcto,  ciertos triunfos que hubiéramos preferido haber fallado. 
         Y supongo también que cuando este desagradable hecho se vuelve inminente para el testigo del Requiem, experimentaremos ese arrepentimiento más vivamente, y que al fin y al cabo, no es para nada descabellado hacerlo.
        Muy bien entonces, esto es exactamente lo que en la Misa de Difuntos se levanta por sobre cualquier otra forma de devoción funeraria. La Iglesia Católica no imita al hombre ilustre que cuando se  requiere al amigo que lo llora en la hora de la muerte para que declare que fue lo que le dio tal radiante sobrenatural a su rostro, la respuesta acompañada de una paciente sonrisa es: “el recuerdo de una larga y bien gastada vida”. Por el contrario, ella no hace ninguna referencia a las virtudes del fallecido, aunque es justo decir que ha hecho esto el día anterior. Ella no reconoce victorias e incluso pide disculpas por las fallas, es más, hace lo que considera aún mejor: ella las deplora.
         La conclusión de todo este asunto es que yo me alegro de haber atravesado por aquel ejercicio en el día de Todos los Difuntos, porque siento que ellos han sido extremadamente buenos para mí.  No necesito que se me recuerde que estoy vivo, ni que la inmortalidad puede ser solamente una brillante conjetura, ni que yo soy una persona extremadamente fina, viril, exitosa y capaz. Pero no está mal que se me diga en silencio, de una manera muy impresionante y vívida   que yo ciertamente voy a morir algún día, que la esperanza es un hecho que debe tenerse en cuenta y que a pesar de mi singular probidad y extraordinarios dones, que aquí hay unos pocos incidentes  y un largo cúmulo de triunfos que debiera lamentar.

                                                       

                                        

        

 

viernes, 24 de octubre de 2014

Tópicos del día, por Wilfrid Meynell, The Tablet, 24 de Octubre de 1914



 La muerte de Mgr. R.H.B se presenta con tal dolor y  sentido de pérdida, que ni siquiera el tiempo de guerra y la gran lista de héroes muertos puede disminuir u oscurecer. Aquellos ligados a él por lazos espirituales y por afectos personales tienen al menos este consuelo: (y nosotros no ofrecemos ningún otro) aquellos lazos son perdurables. El corazón sabe de amarguras con tales separaciones como a ningún otro. Y a los más cercanos seguramente se les une la auténtica simpatía del gran público católico que lo conoció solamente por sus trabajos, escritos y obras; por referencias de su magnanimidad; de vista o de oído en los púlpitos y en las conferencias. Estos estarán representados por uno que, cuando la noticia fue telegrafiada desde Salford a Londres en la mañana del lunes después de un silencio dijo: “Se siente como cuando uno ha perdido  a un familiar”. Justamente lo contrario del decir popular acerca de la partida de un hombre público, uno siente que ha perdido a un amigo. Mgr. Benson dejando a su propia familia entró a la gran familia de la Iglesia Católica y encontró de hecho, cien veces más afecto en aquellos que hacen el supremo sacrificio por amor a Cristo. Por tanto, sucede que cada católico ha perdido a un familiar, y a un familiar que ha dejado tras de sí un legado. Parece como si la pérdida de un hombre activo de finos talentos es irreparable. Al menos dejemos que sea nuestro consuelo saber que sus actividades se conviertan en una cosecha continua. Robert Hugh Benson, muriendo a la temprana edad de cuarenta y tres años logró más en ese corto periodo que lo que es dado a contar en una larga vida. Los once años de su vida católica juzgada por su laboriosidad, deben ser llamados en una frase poética, once años de años. Un completo sometimiento de su voluntad fueron sus notas, y una prueba evidente fue la infatigable labor de su pluma, la cual fue por eso tan capaz de comprometerse con anticipación a incrédulos editores con una certeza de cumplimiento.  Esto exigió un trabajo pesado para un hombre cuyo negocio estaba, en cierto sentido, en su sensibilidad de aprehensión. Someter el ánimo a lo que iban a ser sus propias “copias” puede apreciarse únicamente en escritores de su propia categoría. Lo cierto es que tal esfuerzo no puede hacerse sin el peligro eminente de colapsar. Un volantín ocioso en el aire con una larga vida desaliñada no logra nada. Pero una máquina aérea, tal como aquellas con que el autor del Señor del Mundo llenó nuestra atmósfera, tiene, con un vuelo alto y decidido, una caída más desastrosa. Un pequeño tirón reporta muerte y destrucción. Mgr. Benson sabía que un vuelo alto significaba la caída aniquiladora, y buscando en “el brillante rostro del peligro” él no retrocedió sobre las huellas su sentido del deber y del servicio por él marcado. ¿Por qué iba a retroceder creyendo  en lo que él creía y siendo además, lógico? Fue característico de él, como uno que a su vez era todas las cosas a todos los hombres y nada para ningún hombre, que hace poco cuando un quiromántico le preguntó por su mano, él se la ofreció y al serle dicho que podría morir antes de los cincuenta, exclamó: “¡Qué buenas noticias!”.
        Cuando Robert Hugh Benson después de los días de Eton y Cambrigde, después de la ordenación, de la experiencia de parroquia y de su intento de vida comunitaria siendo anglicano, entró a la Iglesia Católica él solamente tenía treinta y dos, y no había dado ninguna pequeña o pública señal del posible desenvolvimiento mental y espiritual. Poca gente probablemente vislumbró su futuro, incluso con la adivinación que puede estar en el destino del quiromántico. Tal vez se podría haber supuesto que su importancia dependía de lo paradójico de su posición: que el hijo de un Primado Protestante se convirtiera en católico – que el hijo del arzobispo de Canterbury que habló con frivolidad de la Iglesia Católica en Inglaterra llamándola como “la misión italiana” – se convirtiera en uno más entre sus misioneros. Curiosamente, con las debidas distinciones, es lo que sucedería si dijéramos que el hijo del Kaiser, caminando en la cautividad hoy por Piccadilly, debido a su posición su suerte sería la de un suplente útil para abrir un bazar del que su señoría estaba tan provocativamente carente.
         Los gentiles modales de este hombre joven de ojos azules y hermosos cabellos tal vez favorecieron la noción de su abandono a tal destino, y es una prueba y un triunfo de las hazañas de Mgr. Benson que su origen fuera rápidamente olvidado por su propia originalidad y que llegara a ser  más eminente por sí mismo que por ser considerado o señalado nada más que por ser el hijo de su padre. Estas actividades, que no se basaron en meros impulsos y que por tanto, le costaron muy caro, fueron abarcadas en su totalidad, públicas y privadas, y emprendidas siempre con un solo propósito: servir a los demás. Para tal fin las dificultades existían solamente para ser superadas. Uno de sus hermanos cuenta de Robert Hugh que, en la infancia, él le temía a entrar a una pieza oscura y siendo interrogado porqué, dijo: “yo veo s-s-sangre”. Este arrancarse por temor a lo desconocido se trasformó después en la vida, a mil y una renuncias a confrontarse a cosas, lugares y rostros extraños.
         Él se aniquiló completamente a sí mismo de modo que luchó contra las dudas de manera que nunca permitió que sus defectos en la entrega aminoraran  sus apariciones en el púlpito o en las tribunas. Las conferencias no podían ser aburridas cuando él estaba ahí para darles vida, para entregarse literalmente tal como ahora lo comprobamos con su propia vida. La ausencia en él de todo deseo de brillar, de toda vanidad, lo cual para un severo moralista como Manning era sensiblemente sospechoso del predicador popular, le permitió sin embargo, en cualquier servicio, en cada ocasión, hablar sobre lo última cosa que él esperaba pensar o hablar: sobre sí mismo.
        La multitud de personas que él recibió en la Iglesia: hombres de mundo, mujeres de noble corazón, no fueron pocos. Los pre-graduados a quienes llamaban Bensonians en Cambridge, y que revivieron un verdadero campo de batalla del apostolado de Cambridge desde los tiempos de Tennyson, escucharon de él su propio camino y sendero que lo condujo a la Jerusalén Celestial. Ellos sabían que como clérigo anglicano él constantemente había escuchado confesiones y que consideraba a la confesión exactamente con la misma reverencia y santidad que un católico, y que rezaba su rosario como una monja. Ellos sabían que él se había apartado de las altas esferas críticas y que se había volcado hacia el hombre de a pie y que por él “La religión del hombre común” fue compuesta posteriormente. Y con relación a esto,  el profesor von Harnack el presumido intérprete de antiguos documentos, haciendo una parodia de lo común, dice que el Hombre Común que  corre puede leer. Monseñor Benson tampoco se abstuvo de agradecer incluso a aquellos que lo clasificaban junto con la literatura  de Wardour Street. John Inglesant tuvo una poderosa influencia en su joven imaginación y lo posicionó entre las influencias que lo acercaron a la Iglesia. Y siempre hasta el final de todos los recuentos vino la profesión: “todos los días de mi vida le agradezco a Dios más y más que soy católico”. Todos los días también este agradecimiento fue hecho manifiesto en más que meras palabras. Sus trabajos, fácilmente recordados por todos los que leen, no necesita mayor enumeración. Si él no estaba componiendo una novela con algún propósito, él estaba compilando un libro de oraciones, o escribiendo una obra de misterio, o hablando en las esquinas y predicando un ciclo de sermones en Roma, o en Londres, o en sus últimas horas en Salford. O estaba instruyendo y recibiendo a los conversos, o bautizando al hijo de alguien para complacer a la madre. O llamando a un envejecido lisiado para agradar a una joven hija; o dando conferencias, o escribiendo versos, los cuales eran en sí mismos una revelación de su carácter y una revelación que ahora podemos hacer pública. Y en cuanto a  lo que para él era su tiempo de ocio, estuvo  la elaboración de un esquema para una colonia de católicos; o decorando con sus propias manos sus producciones en Hare Street House en Buntingford. Solamente la última semana nosotros imprimimos, a solicitud de él, un conmovedor pedido para que  pudiera ser salvado, lo más posible,  del creciente y exigente castigo por tanta publicidad: la recepción de una enorme bolsa de cartas. Pues entre sus muchas tareas sacerdotales, una empresa personal fue la de ser un prolífero escritor de cartas, un ejercicio permanente de su pluma que nosotros no vamos aquí a intentar hacer mayores apreciaciones.

         De sus novelas históricas en general él se inclinaba a decir muchas veces lo que señaló en “¡Ven potro, ven soga”!: “Me temo que este es el tipo de libro del cual cualquiera que conozca la historia, educación y costumbres de la era Isabelina, no debiera encontrar dificultad en la escritura”. Sí, en este tipo de novela el autor probó conspicuamente su laboriosidad  y su facilidad, poco comunes, pero no una rara facultad. Entonces en “Iniciación” y otros estudios de la vida actual, él no era nadie más que un individuo, pues en esto él pertenecía a su época y no a otra. Ahí fue él mismo y no otro. La sensibilidad no estuvo ausente en estos libros y  ni en la  producción de otros. Cuando en los romances históricos él describió el martirio, tenemos también su propio comentario al respecto: “A mí me parece que para alguien que nunca ha estado en el potro, yo he tenido un éxito bastante bueno escribiendo sobre cómo se debe haber sentido estar ahí, y el estado mental al que debió haber inducido. Cuando hube terminado de escribir la escena, estaba consciente de la gran e inconfundible, incluso ligera sensación de dolor en mis propias muñecas y tobillos.” Obviamente existió una aprehensión  necesaria por el tipo de libro  el cual benefició grandemente al otro,  y la actual experiencia del héroe en “Iniciación” pudo no haber sido transmitida si por sí mismo si el autor  no se hubiera sometido sin anestesia a una dolorosa operación en una clínica y que ayudó también a darle una realidad terrorífica al registro del potro. De modo similar es la descripción de los dolores de cabeza del héroe (¡cuán héroe real!) en “Iniciación”, la más vívida descripción de  este tipo en toda la literatura inglesa, la cual solamente pudo haber sido escrita por alguien que lo ha sufrido personalmente. Y sufrido con una sensibilidad que es por fortuna la corona de acero conferida solamente a muy poco elegidos. Ser tan capaz de sufrir y aun así enfrentarlo, tal como lo podemos decir acerca de lo que acabamos de contar, para abordarlo y abrazarlo, es una de las muchas maravillas de la ahora terminada – o para la nunca terminada – carrera de Mgr. Benson.  Su muerte fue apropiada a su perpetuo sentido de desapego, lejos de su hogar. La falla del corazón fue una paradoja final en la historia de un hombre cuyo corazón nunca había fallado antes. Fue un alma  herida para ser sanada, o incluso una no pactada bondad para ser hecha.

lunes, 20 de octubre de 2014

Obituario en The Tablet, 24 de Octubre 1914

La muerte, tapiz de R.H.Benson en su casa de Hare Street
fuenteromanmiscellany.blogspot.com
                                        
        Con profunda tristeza tenemos que anunciar la muerte en la casa del Obispo de Salford en la mañana del lunes, del muy reverendísimo Mgr. Robert Hugh Benson. Él había estado indispuesto hace algún tiempo y la última semana les informamos que él había sido obligado a cancelar todos sus compromisos hasta Navidad. Sin embargo, su condición no daba ninguna razón para serias aprehensiones y el fin vino rápidamente a causa de una falla al corazón.
        Su trabajo y su carrera serán considerados en nuestras principales columnas. Sin embargo podemos  establecer  aquí brevemente los principales acontecimientos de su vida. El cuarto hijo varón del fallecido Arzobispo Benson de Canterbury, había nacido en Wellington College en 1871, cuando su padre era rector ahí. Fue educado en Eton y en el Trinity College de Cambrigde e intentó al comienzo ingresar al ejército, pero la lectura de John Inglesant lo hizo cambiar de opinión y dejando Cambridge estudió para el ministerio anglicano con el dean Vaughan, en Llandaff. Después de su ordenación sirvió como coadjutor en la misión de Eton, Hackney Wick y en Kempsing cerca de Sevenoaks. En 1898 ingresó a la Comunidad de la Resurrección en Mirfield. En 1903 fue recibido en la Iglesia Católica en el priorato de Woodchester, y fue ordenado sacerdote al año siguiente en Roma. De ahí en adelante él puso devotamente toda su alma y corazón al servicio de la Iglesia a través de la palabra y de la pluma. Fue muy solicitado como predicador, y sin embargo encontraba tiempo para escribir libros, cuyo propósito fue el de explicar mediante ellos al mundo de habla inglesa el orbe de la fe que él había abrazado.  También en sus novelas, junto con establecer las verdades de la religión, procuró remover los prejuicios de los periodos controversiales de la historia inglesa los cuales son expuestos al lector con verdad y viveza.
         Dice el Manchester Guardian: “Tuvo las cualidades esenciales de un gran predicador: claridad, una entrega rápida y una incuestionable habilidad para la polémica. Estaba poseído por aquel tipo de celo que distingue a los conversos y sus novelas, trabajos de exposición y sus escritos tractarios conforman una gran cantidad de obras literarias. Todos sus talentos fueron puestos al servicio de  su Iglesia. No es difícil imaginar que él podría haber tenido una considerable influencia en la literatura si hubiera estado menos interesado en considerar a la literatura como medio y más preocupado en considerarla como fin, pues su docena de novelas están escritas con un propósito: con el propósito de poner ante el mundo la eficacia de la doctrina en la historia y en los acontecimientos sociales de la Iglesia Católica (…) Como Newman, él escribió el inglés con distinción. A pesar de la cantidad de su trabajo, su punto de vista y  su estilo producen un efecto, un efecto de la más monitoreada precisión  sin sentimentalismos.”
        El Daily Telegraph confirma un testimonio similar acerca de sus talentos y del magnífico uso de los mismos: “En sus libros y con su vida Robert Hugh Benson fue casi de principio a fin, un misionero de su Iglesia. Como novelista él exhibió un genuino don literario, pero como el Cardenal Newman, él miró más allá de su arte exclusivamente con un fin espiritual. (…) En todo lo que él escribió y dijo lució visiblemente una sinceridad apasionada. En su partidismo él pudo haber sido limitado, pero fue intenso e hizo muchos conversos. A todos los que le conocieron les dio la impresión de una extrema simplicidad, humildad y amabilidad. Él vivió una vida santa. Nada pudo restringirlo del ardor de la campaña misionaria por la que fue conducido a ambos lados del Atlántico. Había quedado claro durante los años pasados que él se había agotado a sí mismo, pero fue claro también que él fue un hombre cuya vida debía arder, no destellar, hasta su fin.”
         Los principales trabajos de Mgr. Benson son los que siguen: La luz Invisible; ¿Con qué autoridad?; El triunfo del rey; El Señor del Mundo; La tragedia de la reina; Los convencionalistas; Los sentimentalistas; Los espiritistas; Un aventador; Las denominaciones no católicas; Alba triunfante; Cristo en la Iglesia; El cobarde; La religión del hombre común; ¡Ven potro, ve soga!; El Ermitaño Richard Raynal; Las confesiones de un converso; Un hombre mediocre; Iniciación; Paradojas del Catolicismo; Peces raros y su último trabajo: Vexilla Regis, un libro de oraciones para los soldados en la guerra que está en vísperas de ser publicado.

Los Últimos Días:
        Estamos en deuda con el canónigo Sharrock de la Catedral de Salford, por el siguiente recuento de los últimos días de Mgr. Benson y de su muerte:
         “Monsignor Benson me escribió el 22 de Septiembre diciendo que no estaba bien y en vista de que él se había comprometido a predicar un ciclo de sermones en la Catedral de Salford durante el mes de Octubre, me solicitó estar preparado para recibir un telegrama en caso de que su médico declarara su condición como grave.  Dijo: “Le escribo esto en caso que usted reciba un inesperado telegrama, confiando en que no me imaginará como un dilatador ni como un perverso”. Más tarde escribió una segunda carta diciendo que había visto a su doctor, quien declaró que los dolores eran síntoma de una “falsa angina” y aunque era doloroso, no era de carácter serio. Se le permitió continuar con su trabajo.
       Como yo estaba lejos de casa no le vi el 4 de Octubre, primer domingo del mes, cuando él predicó, sin embargo fui informado que lució un poco indispuesto. Él se presentó el lunes 5 de Octubre en Ulverston, y ahí dio una semana de misiones. En el atardecer del día sábado 10 de Octubre me encontré  con él en la Estación Victoria, en Manchester y me llamó la atención de inmediato el cambio de su condición. Se mostró  incapaz de moverse con su vivacidad usual y se detenía a los pocos pasos para inhalar profundas respiraciones a fin de aliviar el súbito dolor. Él estaba muy confiado que este apuro era solamente de carácter temporal, ya que su corazón se había mostrado bastante sonoro. Halló la subida de las escaleras muy cansadoras y las subió muy lentamente. Cada expresión de ansiedad de mi parte se encontró con la confianza de que el dolor, aunque severo, no tendría consecuencias. A pesar de todas las protestas y súplicas, él declinó resueltamente mi solicitud que  debía descansar y dejar su trabajo en la catedral para otro día del mes de Octubre. Con su cortesía de siempre, hizo a un lado mis objeciones. Él predicó en la tarde del domingo por la noche, aunque su sermón fue más breve que lo usual y observé la ausencia de su usual animación. A su regreso a la sacristía, se vio obligado a descansar por un buen rato en una silla. Pronto se recobró, aunque se retiró a descansar algo más temprano que lo usual con la esperanza de poder recuperarse de la falta de sueño que había experimentado durante la semana producto del dolor.
        Después de una horrible noche de dolor y de gran desvelo, decidió volver a Londres el lunes 12 de Octubre en el tren de la mañana. Habíamos andado no más de unas pocas yardas cuando me ordenó detener un taxi y llevarlo al doctor más cercano. No podía soportar más el dolor. Con mucha dificultad lo traje de vuelta a la casa y se mandó a buscar al doctor más próximo, el cual vino inmediatamente. El examen dio como resultado el veredicto anterior, y el remedio fue señalado: se consideró conveniente cancelar todos los compromisos presentes. Monseñor suspendió su juicio al respecto. El dolor cedería con el tratamiento y con unos días de tranquilidad, pasaría. Después de dos horas de sueño, esa noche el agudo dolor regresó con gran violencia y continuó todo el martes sin pausa. La noche del martes y la mañana del miércoles no se vio ningún alivio y fue citado un especialista para compartir el diagnóstico del médico tratante. Un largo examen dio como resultado la confirmación de la decisión anterior, y aunque el dolor continuó por algún tiempo, cedió con el tratamiento alrededor del mediodía del miércoles. Entonces él se fue a la cama y al parecer estuvo en vías de recobrar el sueño, el que consiguió interrumpidamente la noche del miércoles. La congestión del pulmón derecho comenzó a manifestarse el jueves y, a pesar de continua observación del especialista y del doctor,  por la noche del jueves tuvo un gran avance. Todavía no se anticipaba ningún peligro y su espléndida vitalidad fue lo suficiente para confundirnos acerca de su indisposición.
       El peligro real vino a manifestarse  el viernes, y el sábado se vio un pequeño cambio. Entonces pareció oportuno prepararlo para una eventualidad peor. Con todo, él mismo tenía la suficiente confianza en sus propias fuerzas para la recuperación. Recibió los últimos sacramentos con gran devoción y, sin que se le pidiera, realizó su profesión de fe con marcada fuerza y vivacidad.  La mañana del domingo vio un cambio después del descanso nocturno, el cual puso a prueba tanto al doctor como a la enfermera. Nunca deliró, pero  su agitación era crítica. El domingo en la mañana le administré el Sagrado Viático. Su piedad y su devoción fueron muy conmovedoras. Contestó a todas las oraciones incluso corrigiéndome cuando mi emoción causó mi equivocación en el Misereatur.
       En la mañana del domingo recibió la visita de su hermano (Mr. Arthur C. Benson) lo que le produjo una gran placer. Me informó entonces que podría estar bien para el martes, “aunque” agregó luego, “esta dificultosa respiración produce una terrible punzada”. Sus facultades mentales estaban tan  intensamente vivas como siempre y no se observaba ningún signo de agotamiento mental. Sus fuerzas lucían bien, pero fue únicamente la evidencia de que la terrible tensión ocasionada por la neumonía empezaba a manifestarse en el corazón. Más tarde, hacia el atardecer, por primera vez abandoné la esperanza. Él me habló continuamente de sus amigos y me dio una serie de instrucciones.
         A la una de la madrugada del lunes, habiéndolo dejado por un momento, fui convocado a toda prisa por la enfermera. Entrando a la habitación del enfermo, vi que el último llamado había llegado. Él mismo me dijo estas palabras: “se ha hecho la voluntad de Dios”. Me mandó llamar a su hermano que estaba en el cuarto continuo. Fueron recitadas las oraciones por los moribundos, y nuevamente él participó en las respuestas, clara y distintamente. Una vez, cuando hice una pausa, en el nombre de Dios él me ordenó continuar. Detuvo las oraciones dos o tres veces para darle algunas instrucciones a su hermano. Una vez solicitó orientación acerca de la correcta actitud en torno a la muerte. Posteriormente cuando hice una pausa pronunció la oración: “Jesús, José y María os doy el corazón y alma mía”, unido a nosotros en su consumación. Consciente la mayor parte del tiempo hasta el final, aparentemente sin dolor, entregó sin oposición su alma a la 1:30 de la madrugada del lunes. Murió con los ojos puestos en el sacerdote y fue como si simplemente se hubiera puesto a dormir.
         Sus últimas instrucciones, escritas antes de su muerte y encontradas sobre su escritorio en Hare Street, son que debe ser enterrado ahí y la misa de Requiem cantada en su propia capilla. Su cuerpo fue llevado desde Salford, en la medianoche  del martes, a Buntingford donde arribó el miércoles por la tarde a las 15:18.”
        



martes, 14 de octubre de 2014

¿Qué harán los curas de buena voluntad?

          Este domingo se cumplen los 100 años de la muerte de Monseñor Benson. He estado preparando un pequeño material para publicar ese día y durante la semana. Nada de otro mundo, únicamente un par de traducciones de The Tablet de esa semana hace un siglo. Junto con esta preparación, durante estos días me he dedicado a buscar y buscar antecedentes sobre nuestro autor para subirlo al blog. En realidad no había querido meterme a tocar el tema del sínodo porque aparte del trabajo del centenario bensoniano, hay bloggeros que se expresan mejor que yo en esto, y con los cuales comparto cien por ciento su opinión. Sin embargo, hoy después de escuchar en las noticias de la tv que la "Iglesia Católica ha preparado un texto sin precedentes sobre los homosexuales y los vueltos a casar" no pude resistirme a tomar el teclado y largarme con este post.
          Chocante, por decirlo suave, el famoso resumen tentativo de la declaración final. Atenta contra la enseñanza de Nuestro Señor y contra toda la Tradición de la Iglesia.  Ya no condena las uniones homosexuales, sino que rescata el hecho que entre homosexuales exista amor, un "amor" tal que es capaz de llegar al sacrificio...¡por Dios de qué estamos hablando!

       Si el Concilio Vaticano II desarmó la liturgia y la doctrina tradicional en muchos aspectos, este papado está desarmando la teología moral de la Iglesia. Al menos Juan Pablo II fue enfático en este punto y habló claro, pero el  actual Obispo de Roma se está encargando de demoler la moral y el concepto de pecado, mandando constantemente mensajes subliminales, frases sueltas que si uno se da el trabajo de unirlas, descubre que lo que está haciendo es poner a la Iglesia al servicio del mundo. ¿Sus intenciones? No las conozco, hablo desde el fuero externo, pero él sabe perfectamente que basta lanzar mensajes equívocos y verdades a medias, para que la mayoría no pensante y poco y nada católica, que para que la opinión pública dé por hecho que :"el papa lo dijo, y si lo dijo el papa entonces...."
          Pero yéndonos hacia el plano práctico y poniéndome en el peor de los casos, que al parecer no está lejos de ser una mera ficción, si se terminara con un texto que sugiriera a cada obispo actuar según sus criterios pastorales iluminados por el documento, y  si en este documento se afirmara entre mucha palabrería, que es admisible darle la comunión a los divorciados vueltos a casar que llevan una vida juntos construida en el amor y bla, bla, (como les gusta adornar estos textos con palabras bonitas y de una crianza);  y que a los amancebados (lógicamente que no usarán esta palabra tan dura y tan poco misericordiosa) tampoco se les puede negar la comunión porque ellos viven en el "amor",y así como tampoco a los homosexuales activos, entonces ¿Cuáles serán las consecuencias para los curas que desobedezcan hacer lo que mandan sus obispos?  Cabe recordar que hemos estado viendo bautizos y bendiciones en parroquias católicas de homosexuales y transgéneros desde antes del sínodo, y que por tanto, estas cosas que digo no son tan lejanas. En fin, supongamos que sale a la luz este texto y que la casi totalidad de los obispos la acepta y obliga a sus sacerdotes a aplicarlo. ¿Qué harán los curas de buena voluntad y de sincero celo sacerdotal que se opongan a esto? ¿Qué harán los curas para los que la obediencia ciega es casi un dogma? ¿Qué harán cuando esa obediencia se oponga a la doctrina de la Iglesia como en este caso? ¿Tendrán el valor para oponerse a sus obispos aunque eso les signifique la suspensión (inválida por supuesto)? ¿Tendrán las agallas de oponerse siguiendo las palabras del Apostol:  "Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema" o intentarán justificar su obediencia ciega buscándole mil resquicios e interpretaciones al texto? Llegará el momento en que tendrán que tomar una decisión vital.  Aquí estamos hablando de la salvación de las almas, pues quien comulga en pecado mortal se hace reo de condenación y si un párroco sabe que esa persona que se acerca a comulgar es un amancebado, o un divorciado en segundas nupcias o un homosexual emparejado y le da la comunión igual según manda el fatal posible documento - para  que no  se  sientan excluirlos del cuerpo social de la Iglesia -, pues bien, ese sacerdote deberá darle cuentas a Dios por el sacrilegio realizado por su culpa y por el mal ejemplo que le está dando a todos sus fieles.
          ¿Y qué pasará, por el contrario, con el cura que en conciencia se opone y no les da la comunión? Lo más probable es que aquella persona a la que se le negó la comunión, vaya a acusar al cura  al obispo, y éste lo mandará a llamar, le pedirá cuentas, y si el sacerdote se mantiene fiel a Cristo será expulsado de la diócesis o suspendido. Para consuelo de estos buenos curas, no faltaremos los que les acogeremos. Tarde o temprano nosotros también deberemos decidir si queremos permanecernos fieles a Cristo y a la Iglesia, o si nos haremos parte de la demolición. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
         Es una mala señal para la Iglesia, cuando el mundo se complace en sus decisiones, porque al mundo le molesta Dios y buscará de cualquier forma sacarlo del camino. Si la Iglesia - o el Papa  en este caso - colabora en esto, el mundo se pondrá de pie para aplaudir y ella tendrá que seguir cediendo en otras materias, arrastrando a muchas almas a la condenación.
         Entonces y en un caso hipotético del peor escenario posible, ¿qué harán los curas cuando se les obligue a aceptar y a aplicar estas nuevas disposiciones? ¿Qué harán los curas papólatras y neocones cuando se les enrostre que  lo que antes sostenían y defendían, por un falso concepto de obediencia, ahora es lo contrario? Porque no eres ni frío ni caliente...dice Nuestro Señor. Por mi parte sé lo que tengo que hacer: tratar de vivir lo más cristianamente posible; recibir los Sacramentos en la medida de lo posible; enseñarles a mis hijos lo que está bien y lo que está mal, y buscar la salvación con temor y temblor.

sábado, 11 de octubre de 2014

Una reseña del New York Times a una conferencia de R.H. Benson, 1912

                                                  
                                                La Opinión de Mgr.Benson
                                    Sobre el protestantismo
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                                        El hijo del fallecido primado, quien
                                          Renunció al credo de su padre,
                                                Analiza varias creencias.
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                                      VE UN PELIGRO EN EL SOCIALISMO.
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                                       Cataloga a los cristianos no-católicos
                                              Como místicos, sanadores,
                 socialistas cristianos y modernistas

         El muy reverendísimo Mgr. Robert Hugh Benson de Inglaterra, realizó una conferencia sobre el protestantismo la noche pasada en el Gran Ballroom del Hotel Astor. El salón y los cubículos estaban repletos de clérigos católicos y laicos, quienes aplaudieron al joven clérigo, cuya renuncia a la iglesia de Inglaterra – de la cual su padre el fallecido Arzobispo Benson, Arzobispo de Canterbury,  fue su cabeza espiritual –causó sensación hace unos años atrás.

                                              
         Esta fue la primera de dos conferencias. La segunda titulada “Catolicismo” será dictada el próximo jueves por la tarde en el mismo lugar. Mgr. Benson, usando una gran faja púrpura, fue presentado por el Reverendo Padre Joseph H. McMahon, rector de la Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, donde él está dando una serie de sermones sobre cuaresma.
         Algunos de los patrocinadores de estas conferencias son: Mr. And Mrs. William F. Sheehan, Adrian Iselin, jr., la condesa Iselin, Mrs. Robert I. Hoguet, Mr. And Mrs. T.T. Eckert, jr., Mrs. Amy Condert Breunig, John G. Agar, Edward J. Dunphy, Mrs. Theodore F. Tone y Miss Tone. Mr.  Y Mrs. Schuyler Warren, Mrs. De Lancey Kane, y Mr. y Mrs. Thomas Fitzsimons.
         Mgr. Benson, que luce como el típico joven colegial inglés, dijo que él tiene un gran respeto por la devoción y sincera devoción de la comunión anglicana que ha abandonado. Dice que él considera las controversias religiosas en el plano personal como ofensivas e infructuosas, mientras que las concernientes a los principios eran probablemente muy valiosas.
       Después de trazar la ruptura de la cristiandad protestante en varias sectas en la centuria que siguió a la Reforma, proceso que él describe como una consecuencia lógica de la renuncia de los protestantes a la suprema autoridad, Mgr. Benson dijo que estas sectas han comenzado ahora a organizarse ellas mismas en cuatro grupos: los místicos, los sanadores, los cristianos socialistas y los modernistas.
        Acerca de los espiritistas y de los teosofistas dijo que ellos dividen a la humanidad en dos clases: aquellos que son dignos de compartir los misterios espirituales y de recibir comunicaciones desde el mundo espiritual, otorgadas para interpretar el mundo material; y aquellos que incapaces de compartirlos. Dijo que para estos otros los místicos conciben que la forma ordinaria de la religión era suficiente.  Señala que la división del género humano en dos clases, la de los iniciados y la de los no iniciados, era contraria a la idea cristiana de que todas las almas son iguales delante de Dios.
        En el grupo de los sanadores Mgr. Benson destaca entre todos los tipos de sanadores mentales a los líderes del Movimiento Emmanuel y a los Cientistas Cristianos. Dijo que había leído diez veces “Ciencia y salud con la clave de las Escrituras” sin dominar su filosofía y ha sacado como conclusión que él no era esotérico como su filosofía. Declaró que los sanadores basan su filosofía ya sea en la negación del dolor, o en la teoría de que es el mal, y que el remedio para los cuerpos enfermos estaba en la condición precedente al triunfo de la espiritualidad. Agregó que la filosofía cristiana no niega el dolor, y no lo llama un el mal, sino que lo considera al sufrimiento voluntario como un gran instrumento para la santificación.
        Mgr. Benson declara que el socialismo es el enemigo más peligroso de la Iglesia. Dijo que la posición que ellos abrazan considera la vida social del mismo modo como los sanadores respecto a los cuerpos enfermos. Porque así denuncian los obvios males e injusticias y rememoran ciertas semejanzas en sus doctrinas con la cristiandad en muchos puntos, se exceptúa en un punto vital que es la relación con la eternidad más allá de las justicias temporales. El socialismo podría ser un estilo de apóstol del Anticristo. Recordó a sus oyentes que el Anticristo en muchos aspectos debe parecerse a Cristo para que pueda engañar. El peor aspecto del socialismo, incluso en su versión más elevada, era la instalación del Estado sobre la familia como unidad. Dijo que la familia comenzó el género humano, y la Divina Familia lo salvó. La subordinación de la familia significa el fin de la libertad.
         Al modernismo, Mgr. Benson lo denuncia como la anulación de todos los ideales cristianos. En la próxima conferencia él se referirá a los indicios del resurgimiento del catolicismo como el baluarte de la cristiandad histórica.

                            Publicado en el New York Times, 22 de Marzo de 1912.-

Post data: Supongo que habrán leído el post de Rorate Caeli sobre Monseñor Benson. Se me adelantaron...tendré que traducirlo para los lectores de habla hispana.