lunes, 23 de febrero de 2015

Misa Tradicional en Valparaíso: Primer Domingo de Cuaresma

          Tal como lo habíamos anunciado en diciembre pasado http://bensonians.blogspot.com/2014/12/misa-tradicional-de-navidad-en-nuestra.html , el párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, del Cerro Toro en Valparaíso Presbítero Jaime Herrera, fue sometido a una delicada operación de la que, gracias a Dios,  ha salido muy bien. Recordemos que el padre Jaime reza la misa tradicional en su parroquia todos los domingos y fiestas de guardar. Debido a su recuperación no podrá rezar la misa hasta mediados de Marzo, sin embargo la Misa Tradicional no ha sido suspendida ante la ausencia de su párroco, sino que éste está siendo remplazado por Monseñor Jaime Astorga Paulsen, quien la seguirá rezando a las 13 hrs. cada domingo hasta que el padre Jaime esté en condiciones ya de retomar sus funciones parroquiales.
       Agradecemos a Dios por el éxito de la operación del padre Jaime y a monseñor Astorga por su buena voluntad de venir a rezar la misa. Le pedimos a Dios para que el padre Herrera pueda seguir con más fuerza su ministerio sacerdotal.
Estas son algunas fotos de la misa de ayer, Primer Domingo de Cuaresma.
















sábado, 14 de febrero de 2015

La paciencia de Dios, por Mgr. Ronald A. Knox



                   La Paciencia de Dios

Y dijo al encargado de su viña: Mira, van ya tres años que vengo buscando el fruto de esta higuera y no encuentro ninguno. Por tanto, échala abajo. ¿Para qué está obstruyendo la tierra? Lc. 13, 7.

      Hemos visto que, a pesar de los trabajos que Nuestro Divino Señor se tomó para curar las heridas de nuestra naturaleza caída, siempre quedarán, de acuerdo con su propia profecía, miembros malos, miembros poco satisfactorios de la Iglesia que Él deseó y compró para sí con su preciosa sangre. Y hemos visto que aunque Él lo sabe, no nos permite que pongamos como excusa la presciencia divina; como si ésta necesitara nuestros pecados: el alma individual es responsable de los escándalos que pueda crear en la Iglesia, por mucho que esos escándalos estén previstos en el plan del Arquitecto divino. Y ahora llegamos a otra pregunta: ¿Cuáles son las condiciones – no podemos atrevernos a decir la explicación -  de la paciencia divina frente al pecado humano? ¿Cómo es posible que Dios vea a los hombres pecando y prevea que nunca abandonarán sus pecados ni ganarán su entrada al Reino de los cielos, y, sin embargo, no intervenga para vindicar su propia ley, y terminar de una vez con la vida humana de la que tan mal uso se hace, y que sólo puede dañar a los que la rodean? Y hay otra pregunta complementaria planteada desde el lado del hombre: ¿Cuáles son las condiciones de nuestro contrato? ¿Hasta dónde podemos permitirnos desdeñar las llamadas y las inspiraciones del Espíritu Santo? ¿Cuándo y cómo se nos puede ofrecer una segunda oportunidad?

         Se trata de un tema muy amplio que contiene profundos misterios de teología y lecciones prácticas de la máxima importancia moral. Además, es un tema al que recurre continuamente la enseñanza de Nuestro Señor.

       Comencemos con la parábola de la semilla, que crece en secreto porque la alegoría que contiene está estrechamente relacionada con las que hemos estudiado anteriormente. “Así es el Reino de Dios, como si un hombre arrojara semilla en la tierra, y se acostara y se levantara, noche y día, y la semilla brotara y creciera sin que él lo supiese. Y cuando el fruto ha aparecido, inmediatamente empuña la hoz, porque la cosecha ha llegado” (Mc. 4, 26-28). Si suponemos que el Reino de Dios significa el fin del mundo y el juicio final, tendremos que identificar al Reino con la cosecha. Pero si, de acuerdo con el principio que hemos seguido hasta ahora, consideramos al Reino de Dios como un segundo nombre para la Iglesia, entonces el Reino de Dios, el período de la lucha de la Iglesia, se compara aquí al período completo que media entre la siembra y la cosecha. Recordad una vez más cuál era la clase de reino que los judíos esperaban: una manifestación abierta del poder de Dios, una teofanía en la que Dios respondería al grito milenario de sus siervos: “Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Despierta, y no estés siempre ausente de nosotros”Ps.43, 23. Él haría surgir en Judá un héroe nacional, o algo más que un héroe nacional, un triunfo visible sobre los paganos. En ese milenio que iba a venir, los hombres aprenderían al fin, para su beneficio o para su pérdida, que existe un Dios que dirige los destinos humanos y se ocupa del bienestar de sus siervos.

      En lugar de esto, Dios duerme. Nuestro Señor nos lo dice así en su parábola: Dios duerme. Dos veces en las parábolas se nos dice que Dios duerme, y dos veces que se va de viaje a un país alejado. Sabemos, naturalmente, que Dios, aunque mora en la luz inaccesible, está, sin embargo, presente en todos los tiempos a todas sus criaturas, y que nada de lo que ocurre en todo el espacio y en toda la existencia puede quedar fuera de su conocimiento y noticia. La idea que mencionamos es, pues, una idea metafórica, pero se trata de una metáfora que los oyentes de Nuestro Señor entenderían en seguida. Cuando el profeta Elías se burlaba de los sacerdotes de Baal porque su dios no les ayudada, les decía: “Gritad más alto, porque a lo mejor se ha ido de viaje, o a lo mejor está dormido y tenéis que despertarle” (3 Reyes, 18, 27). Un dios que duerme o que está de viaje significa un dios que se porta como si no le interesara el bienestar de sus siervos, y los dejara entregados a ellos mismos. Y así ocurre en muchos pasajes de los Salmos, como el que acabo de citar: “Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Despierta, y nos esté siempre ausente de nosotros”. Los judíos, pues, pensaban en el Reino como el momento en que Dios despertaría de un sueño. Nuestro Señor les dice que el Reino será como si Dios despertara sólo para sembrar nueva semilla en su campo, y luego se volviera a dormir. El labrador de la parábola despierta de su sueño todos los días; esto puede querer decir que Dios interviene de cuando en cuando providencialmente en la historia del mundo, pero en general nuestra lección es la de que Dios nos sigue dejando entregados a nosotros mismos, sigue dejando a cada hombre que obre a su manera sin obstáculos, mas sin que por ello sanciones o apruebe su acción. Así seguirá siendo hasta la cosecha. La cosecha, lo mismo que la vez anterior, es el fin del mundo, y Nuestro Señor en esta ocasión, como en otras, no quiere dar a sus oyentes ninguna indicación acerca de cuándo ocurrirá tal acontecimiento.

       Pero, para sus oyentes judíos, la paciencia de Dios es un tema de importancia inmensa, mucho más importante de lo que ellos mismos creen. Ellos mismos, el pueblo escogido, están siendo juzgados. Y parece ser que poco tiempo antes de la Pasión Nuestro Señor les abre los ojos acerca de la posición que ocupan casi con los mismos términos. Me refiero naturalmente, a la parábola de los malos viñadores (Lc. 20, 9-16). En esta ocasión, los agentes humanos a que se refiere no son comparados con hojas que brotan y van madurando para la cosecha, sino con los cultivadores de la cosecha misma. Aquí habla de viña, utilizando un símbolo que no podía dejar de ser reconocido. ¿No se había quejado David de que la viña que Dios había sacado de Egipto, y que era su pueblo escogido, yacía ahora sin empleo, de modo que los que pasaban arrancaban sus racimos? ¿No había cantado Isaías, en nombre de Dios que hablaba por él, una canción referente a su viña – la viña que había sido tan cuidadosamente plantada y vallada, con una torre para guardarla y una prensa para recoger el fruto-, la viña cuya cosecha de uva se aguardaba y que sólo había producido uva silvestre? Este pasaje tuvo que saltar al recuerdo de los oyentes de Nuestro Señor. Y cuando siguió hablando del seto y de la torre y de la prensa para el vino, no podía ya caber ninguna duda. “Escuchad. ¡Está hablando de nosotros! Al fin, sin pretender ocultarlo, está hablando de nosotros”. ¿Y los sirvientes que habían sido apedreados y golpeados y expulsados de la viña, quiénes podían ser sino los viejos profetas, los profetas cuyas tumbas habían construido los fariseos con tanto entusiasmo, pero no sin escrúpulos de conciencia acerca de la actitud de sus padres, que habían sido los asesinos de los profetas? Se os había dado una oportunidad tras otra – les dice Nuestro Señor -, mensaje tras mensaje os fue enviado para apartaos de vuestra vía de pecado, ¡y ése era el provecho que sacabais de tales oportunidades! Apenas podían negar sus argumentos, pero ¿a dónde iría a parar?

                              

“Por tanto, teniendo todavía un hijo, el más querido para él, lo mandó también a ellos en último lugar, diciendo: Por lo menos prestarán reverencia a mi hijo” (Lc. 20, 13). ¿Qué quiere decir ahora? Durante un momento los oyentes estaban desconcertados, mas pronto apunta en ellos lo que estas palabras suponen. Ahora comprenden lo que el nuevo Profeta pretende ser.  ¿Y qué hicieron? Le crucificaron. “Porque se proclamó a sí mismo Hijo de Dios” – en esta parábola de los malos viñadores fue donde encontraron la base de su acusación -. La parábola significa: “A vosotros los judíos se os han estado ofreciendo una y otra vez nuevas oportunidades. Ahora llega la prueba suprema. Ahora tenéis que decidir lo que vais a hacer con el Hijo de Dios”. Y le crucificaron. ¿Se ha dado nunca a una nación advertencia más franca? ¿Ha habido asesinos que obraron con los ojos tan completamente abiertos? Pero recordad que no terminaba aquí la parábola. La acusación presentada contra Él fue la de haberse hecho Hijo de Dios, pero había nuevos motivos para su odio en las palabras con que concluía Nuestro Señor: “Él vendrá y destruirá a esos viñadores y dará la viña a otros”. ¡A otros! ¡A los gentiles! ¿Qué tiene que decir Nicodemo, qué tiene que decir José de Arimatea en defensa de esto? Echadle fuera, ¡echadle fuera! ¡Crucificadle!

        No podríamos dejar de reconocer en la historia del pueblo judío la indecible paciencia de Dios en su trato con él. Primero un profeta y luego otros fueron llamados, instruidos, enviados en misión; una calamidad tras otra fueron lanzadas contra el pueblo rebelde; una liberación tras otra se produjeron cuando ya toda liberación parecía imposible, y siempre el pueblo volvía a sus pecados y olvidaba su Alianza. Y ahora al fin las arenas se habían secado. Habrá una nueva misión y esta vez el emisario es el propio Dios. Se trata de matar o de curar: Israel ha llegado a la crisis de su larga vacilación: “Sin duda, prestarán reverencia a mi hijo”. Pero no; podéis ver desde los mismos comienzos de la misión de Nuestro Señor cuál había  de ser la decisión. Teniendo ojos no ven, y teniendo oídos no oyen, ni tampoco comprenden. ¿Por qué? Sin duda, no es difícil de entender. Con cada una de sus negativas para aceptar a los mensajeros de Dios, el hábito de la rebelión se ha arraigado más fuertemente en el corazón judío; un acto de apostasía tras otro han moldeado su espíritu hasta que se encuentra preparado para la mayor de las apostasías. Nunca es demasiado tarde para arrepentirse. Los judíos podían haber aceptado, como pueblo, la ocasión que tantos judíos individuales aceptaron, de arrepentirse y retornar a Dios, pero, a causa de los hábitos que la historia había creado en ellos, era casi seguro que fracasarían en la prueba.

      Y éste es, sin duda, el camino que sigue Dios con los pecadores también bajo la nueva ley. Su paciencia parece infinita; una y otra vez les concede la oportunidad de borrar el pasado. Y no porque la gracia sea rechazada se hace más débil la oferta siguiente. Por el contrario, si pensáis en que la última oportunidad que se dio a los judíos fue también la mejor de todas, ya que Dios Todopoderoso bajó de los cielos para intentar llevarlos a Él, encontraréis incluso razones para suponer que cuando más yerra el pecador más poderosa es la acción de la gracia para animarle a que vuelva. Pero Dios no se inmiscuye en la composición de nuestra naturaleza, y ésta es de tal índole, que tanto nuestros buenos hábitos como los malos crecen en respuesta a cada uno de los actos que los ponen en funcionamiento. Pasamos fácilmente de un pecado venial a otro, y a cada vez la gracia habitual que actúa en nosotros ofrece resistencia, pero la dominamos. La gracia no disminuye según van pasando las semanas, pero el hábito que se está imprimiendo en nuestro carácter queda más profundamente grabado con cada fracaso sucesivo. El primer mensajero enviado a la viña es golpeado por los colonos, el segundo herido, el tercero muerto. Y entonces, al fin, llega la tentación decisiva, la tentación al pecado mortal, y con ella viene la gracia, lo sabemos, la gracia suficiente para resistirlo, un impulso de gracia más fuerte que los que hemos sentido hasta entonces. Pero se ha afianzado el hábito, la facilidad de marchar en dirección equivocada, ¡y cuántas veces se impone el hábito! Transferid todo este proceso al caso de un alma que ha perdido ya la primera gracia por un pecado mortal y que, al volver a experimentar los estímulos piadosos de una gracia nueva como única protección contra las tentaciones, los desobedece, una y otra vez. Su última oportunidad llega a la hora de la muerte: el hábito de la impenitencia ha crecido; ante él se alza la última tentación: la de la impenitencia final. ¿Quién podrá decir las oleadas de gracia que riegan este corazón, las oraciones que la Madre de los Dolores ofrece por su conversión? Pero tropieza con el hábito…De tener un mal fin, del poder del demonio, líbranos, Señor.

         Aún hay otra parábola cuya tesis principal está estrechamente ligada a la de los viñadores, la parábola de la higuera. Pese a todos los cuidados y a la esperanza ansiosa de su propietario, la higuera sigue siendo estéril. Córtala, dice, ¿para qué he de ocupar la tierra en balde. (Lc. 13, 6-7) Y agrega un terrible sentido a esta parábola, en que la higuera representa claramente a la nación judía, el hecho de que Nuestro Señor, como recordaréis, hizo efectivamente que se secara una higuera que había a la entrada de Jerusalén, al ver que no tenía fruto, como en testimonio contra el pueblo que le había rechazado. Pero observad que en este caso tenemos un nuevo personaje: el jardinero. Resiste la sugerencia del propietario y le pide que dé permiso para que el árbol sea conservado un año más, en que cavará a su alrededor y le echará estiércol, y hará todo lo posible para volverlo fructífero. Creo que no puede haber duda de que  este jardinero es Nuestro Señor en su sagrada humanidad, intercediendo ante su Padre en favor del pueblo de su antiguo convenio. ¿Qué esfuerzo dejó de realizar con este fin? ¿Qué camino de arrepentimiento dejó de abrir a sus súbditos rebeldes? Y pidió por ellos hasta el final: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí este cáliz”. ¿No había aquí un pensamiento para Judas, un pensamiento para sus perseguidores, cuyas antorchas ya brillaban entre los cercanos árboles? Sin duda, el jardinero de la parábola es el Jardinero que velaba en Getsemaní.

        Si el orden que da San Lucas a los acontecimientos tiene algún significado, esta parábola fue dicha inmediatamente después de la pregunta planteada acerca de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con sus sacrificios, y sobre los dieciocho hombres, encima de los cuales cayó la torre de Siloé (Lc. 13, 4). Debía suponerse que esos hombres eran especialmente pecadores, para merecer tal suerte? Nuestro Señor contesta que no, y añade: “Si no hiciereis penitencia, todos pereceréis igualmente”. No es la muerte del cuerpo lo que importa, es la disposición del alma que la recibe, y el pecador que, dándose tiempo para el arrepintiendo, no hace uso de la oportunidad, no sale mejor liberado que si le hubieran lanzado violentamente a la eternidad como a aquellos. Y en este momento llega la parábola de la higuera, que nos advierte  de que hay un límite  a la larga la paciencia de Dios Todopoderoso. Pero parece, por lo que oímos del jardinero, que es posible una intervención que prolongue el plazo de la tolerancia divina. No cabe duda que esto es importante. ¿Puede ser que nuestras oraciones sirvan para ganar al pecador un plazo que le permite arrepentirse?

       Claro que pueden. Otras dos parábolas, poco conocidas y tal vez menos comprendidas, arrojan alguna luz sobre la dudas que todos sentimos a veces de que la oración humana pueda modificar las intenciones – así nos parece – del Dios eterno. La del amigo importuno que consigue que le presten los panes que pide, pese a estar ya en la cama el dueño de la casa, gracias a su insistencia impertinente (Lc. 11, 5-10). La de la viuda pobre que consigue del mismo modo obtener reparación de la injusticia, a pesar de caer en manos de un juez malo (Lc. 18, 2-5).¿Por qué – preguntamos – se compara aquí a Dios con un amigo bastante mal dispuesto; por qué, sobre todo, con un juez injusto que ni teme a Dios ni respeta a hombre alguno? La respuesta, creo, es la que estamos buscando: en ambas parábolas, la insistencia consigue algo que no parecía que pudiera obtenerse dadas las circunstancias. ¿No quiere esto decir que nuestras oraciones pueden realmente variar la marcha de los acontecimientos en forma diferente a la esperada? Dios previó desde toda la eternidad el ofrecimiento de estas oraciones; no hay, pues, alteración en el propósito divino, pero nuestras oraciones han conseguido algo. La insistencia importuna ha prevalecido.

        Debemos recordar esta verdad teológica cuando meditemos sobre la parábola de la higuera. No sólo el Jardinero, que es el mismo Señor, puede interceder por los pecadores, sino que también nosotros a través de sus méritos, podemos conseguir que se prolongue la paciencia de Dios. Pensad en vosotros, si os gusta, como niños que habéis sido autorizados a cultivar cada uno un pequeño rincón del gran jardín; unas cuantas almas para quienes podemos conseguir la gracia con nuestras oraciones. Leed las vidas de aquellas almas escogidas que vivían muy próximas a Dios, como Santa Catalina de Siena o Santa Gemma Galgani, y veréis cómo luchaban con Dios, casi podría decirse cómo le obligaban a llevar a cabo la conversión de los pecadores más endurecidos. Dios sabe que nuestras oraciones, comparadas con las de ellas, tendrán poco peso, pero siempre tendrán alguno. Mirad alrededor del mundo y veréis el pecado sin castigo y la virtud sin recompensa y podréis creer que Dios duerme, que no toma interés por la cosecha que ha sembrado, pero no es así. En general, no se inmiscuye entre nosotros con evidencia externa de su poder y advertencias claras del peligro que corremos, pero dentro de los corazones humanos testarudos, los corazones que rechazan a sus mensajeros y crucifican de nuevo al Hijo de Dios, la influencia misericordiosa de su gracia sigue obrando; sigue dispuesta a obrar si nosotros intercedemos por ella.
                                      Ronald A. Knox,  Sermones Pastorales.



viernes, 6 de febrero de 2015

Sitiados por el neo-paganismo

                                       
                                         "Es obvio, pues, que el Anticristo no hará “mártires cristianos”. Ni permitirá que la confesión de Cristo sea alegada por los auténticos fieles. Serán, éstos, perseguidos, llevados a juicio, condenados, por cualquier otra cosa: por haber corregido con violencia a sus hijos o a sus discípulos, por discriminar a los homosexuales, por matar a un perro…o por negar el “Holocausto”. En una palabra, por la comisión de algún “delito” inscrito en el nuevo código de la moral mediática masificada y en el decálogo de los derechos humanos”.
                                               Federico Mihura Seeber, “El Anticristo”

          En estas vacaciones me he dedicado a leer lo que en mi casa tengo sobre los mártires de los primeros siglos del cristianismo. Comencé releyendo Calixta de J.H. cardinal Newman, luego seguí con Fabiola de Nicholas cardinal Wiseman y ahora empecé con las Actas de los Mártires en la edición de Ruiz Bueno, de la BAC. Estas lecturas han constituido un bálsamo y un aliciente a mi golpeada fe que intenta, con la ayuda de Dios, seguir adelante en medio de los continuos golpes que recibe mi entendimiento y mi corazón de parte de los neo-paganos y de los hombres sin fe que gobiernan la Iglesia. Digo sin fe porque si la tuvieran no permitirían lo que permiten, ni se alegrarían de lo que Dios prohíbe.

         Imposible no hacer comparaciones entre nuestros actuales tiempos y la época en que la Iglesia se llenó de mártires en medio de las más cruentas persecuciones que ha enfrentado. Da vergüenza comprobar que nosotros somos unos católicos tibios, miserables, cobardes, faltos de fe que soportamos cómo se mancilla a Dios especialmente presente en la Eucaristía sin hacer casi nada. Vergüenza da comprobar cómo la jerarquía, desde el papa para abajo, tranza con el mundo neo-pagano y prende incienso – en nombre del ecumenismo -  a falsos dioses que nos están trayendo y nos traerán de modo más cruel, la ira de Dios. “Antes morir” - decían los mártires- “a reconocer a estos falsos dioses como dignos de recibir alabanza”.  “Nadie te lo va a recriminar” –les respondían- “nadie lo va a saber. Tú préndele incienso al Emperador y luego márchate a adorar a tu Dios.” “No, imposible, no puedo hacer eso. Prefiero morir a acarrearme la ira de Dios.” Así hacían los mártires y morían felices, sin considerarse dignos de aquel premio, por Dios. Hoy parece que ni siquiera el Vicario de Cristo está dispuesto a dar su vida por Dios. ¿Qué podemos pensar de alguien que frente a periodistas y al mundo en general, se burla y hace mofa dejando en ridículo a los que quieren vivir católicamente? ¿Han visto algo menos digno que un papa haciéndose el chistoso? ¿Un papa fotografiado teniendo como telón de fondo una idolátrica imagen de un dios pagano mientras coloca su mano sobre la Cruz de Cristo? ¡Impensado para aquellos primeros cristianos!

                             

       Los obispos y papas de los primeros siglos eran ejemplo de piedad y de virtudes cristianas en general para sus fieles. Estos últimos eran confortados en sus sufrimientos por estos pastores que estaban dispuestos a ser descubiertos  ya ser  muertos antes de dejar abandonados sin doctrina y  sin sacramentos a sus hijos espirituales. Nosotros por el contrario parece que estamos abandonados por quienes debieran confirmarnos en la fe. En lugar de llamar a la conversión, se anima a los no católicos a seguir con y en sus errores, en sus falsas religiones. ¿No se deberá eso a que simplemente se ha perdido la fe en la Iglesia? Vemos como en vez de llamar a la conversión a los pecadores públicos, como los sodomitas y transexuales, se les bendice y se los considera objeto de derecho, y más grave aún, se les anima a seguir con sus desviaciones.  Antes morir a ultrajar y cometer un sacrilegio a nuestro Señor presente en el Santísimo Sacramento…ahora quieren inventar subterfugios para permitir que los divorciados vueltos a juntar comulguen.  ¡Con cuánta delicadeza y piedad era tratado por estos cristianos de los primeros siglos nuestro Señor Sacramentado!. Algunos fieles cristianos lo tenían en sus casas para poder resistir a la persecución y el martirio, y en sus moradas ocupada el lugar de honor, escondido envuelto con las mejores joyas y telas. Hoy pasa de mano en mano sin el más mínimo respeto, sin la más mínima devoción.

        Jamás estos fieles hubieran podido conservar su fe si hubieran tenido pastores y sacerdotes como los que sufrimos nosotros. Aún quedan buenos pastores y buenos y santos sacerdotes, pero cada vez  que éstos levantan la voz para defender los derechos de Dios son acallados y la mano de la autoridad  eclesiástica, que quiere quedar bien con el mundo y con los enemigos de Cristo o pretende alcanzar algún “premio” curial, cae sobre ellos sin misericordia por haber sido fieles a su vocación, fieles a Cristo y  a su Iglesia.
        Mi ciudad natal, Viña del Mar,  es un afamado balneario que en esta época estival se repleta de turistas y todo está colapsado. Cuando viajo con mi familia a misa los domingos a Valparaíso y pasamos por Viña vemos a multitudes de personas haciendo ejercicios, trotando junto a las playas, vestidos holgadamente, tal holgadamente que da vergüenza ajena. Niños y adultos  que ya no recuerdan que el domingo es el día del Señor y por tanto no se acuerdan de Dios y menos de la misa. Contemplo a estos pobres neo pagamos y me siento tan extraña,  que he llegado a la conclusión que vivimos tiempos similares a los de los primeros cristianos con la salvedad que en este rincón del mundo aún no sufrimos la persecución cruenta. Eso sí, sufrimos otro tipo de padecimiento: el de sentirnos viviendo con un rechazo psicológico frente al mundo neo-pagano que nos rodea. ¿Qué porcentaje de católicos va a misa y sabe que no ir a misa es pecado mortal? ¿El 2%? 

Viña del Mar en verano
            El ideal del pagano romano corriente de aquellos primeros siglos era: “pasarlo bien que la vida es corta”. Disfrutar al máximo antes que nos pille la muerte. Volcarnos a los placeres más aberrantes, a las orgías y comilonas. ¿Acaso no parece ser  hoy el ideal del hombre moderno? El antiguo romano carecía del concepto cristiano de pecado y no había recibido la influencia de una sociedad cristiana. EL hombre moderno occidental de alguna forma es heredero del cristianismo y ha conocido de alguna manera el concepto de pecado, por lo que tiene mayor culpa al desconocer voluntariamente que aquello que hace está mal. El neo-pagano moderno vive para gozar la vida. Aplica una moral de buena convivencia, pero su moralidad interna es  la un hedonista que le rinde culto al cuerpo. No le interesa conocer la Verdad, porque para él no existe, y por tanto Dios les ha cerrado sus entendimientos por no querer buscarlo. Y cito a Belloc:  “Un hombre que se dirija cuesta arriba podrá estar al mismo nivel de otro hombre que se dirija cuesta abajo, pero ambos se hallan frente a caminos diferentes y tienen destinos diferentes. Nuestro mundo, que ha partido del antiguo paganismo de Grecia y Roma hacia la consumación de la Cristiandad y de una civilización católica de la que derivamos todos, es la negación misma de este mundo que abandona la luz de su religión ancestral y se desliza de vuelta hacia la sombra.” Las grandes herejías, Editorial Vórtice, pág. 208.

         El hombre moderno es un hedonista ególatra individualista que tiene la edad emocional de un niño de cuatro años - no su inocencia - sino sus mañas: mío, mío, todo es mío. Soy dueño de mi cuerpo, de mi tiempo, de mi vida y todo lo que se interponga frente a mi anhelos debe ser eliminado y combatido.

          Son tiempos difíciles para nosotros que intentamos agradar Dios y ganarnos el Cielo. Dios sabrá qué nos conviene para alcanzarlo, y no nos queda más que pedirle que nos dé la fuerza; que nos ponga en el camino a sacerdotes valientes y amantes de su Dios; y que aquellos que estamos en comunión de fe y de doctrina nos mantengamos unidos y consolados los unos con los otros, al igual que los primeros cristianos, para soportar los duros embates del enemigo. Alimentémonos con el Cuerpo de Nuestro Señor, oremos más que nunca los unos por los otros, y alimentémonos con los buenos libros de aquellos que nos han precedido en el tiempo. Recemos por los buenos sacerdotes para que sigan fieles y estén alegres en el Señor por tener el privilegio de sufrir al igual que su Maestro.

Padre Santiago González, Fundador de Adelante la Fe
         No estén desanimados ni tristes. Claro que duele ver cómo los que debieran representar la Voz de Dios le hacen el favor al demonio y al mundo. Pero ya está anunciado en el Evangelio y ya lo hemos citado antes: “Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención”. (Lucas, 21, 28) No sabemos ni el día ni la hora en la que Cristo vendrá en su Parusía, pero sabemos que vendrá y esto debe animarnos.


martes, 3 de febrero de 2015

Fiesta de la Purificación de la Sma. Virgen María en la Catedral de San Felipe

          El día 2 de Febrero se celebró, según el rito tradicional,  la Santa Misa de la Purificación en la Catedral de San Felipe, en el Valle del Aconcagua, en la Región de Valparaíso. Se bendijeron las candelas y se realizó la procesión correspondiente dentro del templo y en el atrio del mismo.
         Un grupo de jóvenes se ha organizado para rescatar el pasado católico de esta hermosa ciudad, y por su puesto la  Santa Misa Tradicional. Están aprendiendo a servir en el altar, juntando por aquí y por allá los paramentos para la misa y todo lo que se necesita para oficiarla. Felicitamos a través de este portal, al R.P Luis Reynoso quien cantó la misa y que también está aprendiendo a celebrarla según el rito tradicional. Mis hijos una vez más tuvieron el honor de ayudar en la misa como acólitos.
Dios bendiga esta noble iniciativa de estos jóvenes de San Felipe que sin dudas traerá esperanza y buenos frutos para este fértil valle.
Les dejo algunas fotos.