Nota de Bensonians:
He seguido con la traducción (tolerable espero, acepto y agradezco correcciones) de Las Paradojas del Catolicismo de Monseñor Benson. Con esta completamos cinco capítulos:
http://bensonians.blogspot.com/2013/04/riqueza-y-pobreza.html
http://bensonians.blogspot.com/2013/05/la-alegria-y-la-pena.html
http://bensonians.blogspot.com/2014/11/paradojas-del-catolicismo-santidad-y.html
http://bensonians.blogspot.com/2015/01/paradojas-del-catolicismo-la-paz-y-la.html
Todas tienen como eje central la dicotomía entre el ser Divino y Humano de la Iglesia y de su aparente contradicción en muchos variados tópicos que han sido tratados por Monseñor Hugh Benson en estas paradojas. El método es el mismo: primero las dificultades y luego los argumentos que las rompen.
5.- El Amor de Dios y el Amor del Hombre
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Todas tienen como eje central la dicotomía entre el ser Divino y Humano de la Iglesia y de su aparente contradicción en muchos variados tópicos que han sido tratados por Monseñor Hugh Benson en estas paradojas. El método es el mismo: primero las dificultades y luego los argumentos que las rompen.
5.- El Amor de Dios y el Amor del Hombre
Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón…
y a tu prójimo
como a ti mismo
Lucas X, 27
Hemos considerado dos cargos
interpuestos contra el catolicismo desde los
cuarteles
opuestos. A saber: que nosotros somos o muy mundanos o muy espirituales;
demasiado ocupados con los asuntos temporales en vez de los espirituales o
demasiado metafísicos, lejanos y dogmáticos para ser verdaderamente prácticos.
Vamos a considerar estos mismos dos cargos formulados pero, por así decirlo,
desde un plano evidentemente espiritual. Son cargos que nos acusan de hacer grandes actividades
en nuestro ministerio hacia los hombres y a su vez por otra parte, demasiadas
atenciones para con Dios.
I.
(i) Es una queja recurrente contra los católicos, tanto para los laicos como
para los clérigos, que ellos tienen un celo extremo en sus intentos de proselitismo.
La religión espiritual y verdadera, como hemos dicho, es un asunto íntimo y
personal, como el amor entre un esposo y una esposa. Es esencialmente privado e
individual. Se ha dicho que: “La religión de todos los hombres sensibles es
precisamente la que ellos mantienen para sí mismos”. Por lo tanto, la tolerancia
es un sello de espiritualidad porque si soy verdaderamente religioso tendré
mucho respeto por la religión de mi prójimo como por la mía propia. No buscaré
interferir en sus relaciones con Dios más de lo que yo le permitiría a él
interferir en la mía.
Ahora bien, los católicos son
notoriamente intolerantes. No es que existan solamente católicos intolerantes -
porque desde luego la intolerancia se encuentra en todas las personas de mente
estrecha – sino que los principios católicos son en sí mismos intolerantes, y
cada católico que vive para estar a la altura de ellos está destinado a ser así
también. Y esto podemos verlo ilustrado cada día:
Primero, existe el tema de las misiones
católicas para los paganos. Se nos dice que no hay misioneros más incansables y
más devotos que aquellos de la Iglesia. Su celo desde luego, es una prueba de
su sinceridad, pero también es prueba de su intolerancia. Porque después de todo, ¿no pueden
ellos dejar solos a los paganos, puesto que la religión es, en este sentido, un
asunto privado e individual? Acorde a esto nos han sido sugeridos hermosos
cuadros acerca de la paz doméstica y la felicidad reinante entre las tribus de
África Central hasta el arribo de los frailes predicando sus destructivos
dogmas. Intentamos observar las elevadas
doctrinas y la ascética vida del brahmán, el significativo simbolismo del
hindú, la filosofal actitud de Confucio. Todas estas variadas relaciones de
amistad con Dios – se nos informa – son un asunto completamente privado de
aquellos que viven según ellos, y si los católicos fuesen verdaderamente
espirituales entenderían que esto fue así siempre y no buscarán suplantarlo con
un sistema el cual de alguna manera se ha convertido esencialmente en una
manera europea de mirar las cosas. Estos antiguos credos y filosofías están
mejor adaptados para el temperamento oriental.
Sin embargo, el asunto es peor aún. Los modernos hombres de mundo dicen que puede
argumentarse que después de todo, aquellas religiones orientales no han
desarrollado las virtudes y gracias que tiene el cristianismo. Pueden sostener
que si los misioneros perseveran en el tiempo la religión del este elevará la
religión hindú más alto que lo que sus propias obscenidades han logrado hacer, y que la civilización
producida por el cristianismo es en realidad de un tipo más alto, a pesar de
los malos sub-productos, que los cazadores de cabeza de Borneo y que los
sangrientos salvajes de África.
De todas formas no hay excusa que
valga para que los intolerantes católicos hagan proselitismo en los hogares
católicos. Porque generalmente hablando en el propio círculo familiar en el
único que no se puede confiar es en el católico porque tarde o temprano lo
encontrarás, si él vive totalmente para sus principios, insinuando elogios para
su propia fe y debilidad para la tuya. A tus hijos e hijas él los considera una
presa fácil. Él no tiene en cuenta la paz de tu hogar en vistas a la
propagación de sus propios principios. En primer y en último lugar, él está
caracterizado por este espíritu dogmático e intolerante que es exactamente lo
contrario a todo lo que el mundo moderno estima que es el verdadero espíritu
cristiano. El verdadero cristianismo es entonces, como se ha dicho, un asunto
privado, personal e individual de cada alma con Dios.
(ii)El
segundo cargo levantado contra los católicos es que ellos hacen de la religión
algo demasiado personal, privado e íntimo para ser considerada la religión de
Jesucristo. Y esto queda ilustrado a partir del supremo valor que en la Iglesia
ocupa lo que es conocido como la vida contemplativa.
Porque si hay un elemento en el
catolicismo que el hombre de la calle selecciona especialmente para reprobarlo
es la vida de las órdenes de clausura. Se supone que es ser egoísta, morboso,
introspectivo e irreal y establece un violento dramático contraste con la vida
ministerial de Jesucristo. Con una enorme familiar elocuencia se vierte solemnemente sobre ella una acusación como si nada se
hubiese dicho sobre esto antes. Se ha dicho que “un hombre no puede alejarse
del mundo encerrándose a sí mismo en un monasterio”, “un hombre no debiera pensar demasiado sobre
su propia alma, sino que en el bien que él podría hacer en el mundo en el cual
Dios lo ha puesto” “cuatro paredes blancas no son el medio ambiente adecuado
para un cristiano filantrópico”.
Pero después de todo, ¿qué es la vida
contemplativa sino precisamente lo que el mundo ahora recomienda? ¿Podría la
religión hacerse más íntima, privada y personal entre el alma y Dios como la
que practica el cartujo o el carmelita?
Es hecho es, desde luego, que los
católicos están equivocados hagan lo que hagan. Demasiados extremos en todo
aquello que emprenden. Son demasiado activos y no se retiran lo suficiente en
su proselitismo; demasiado retirados y no lo suficientemente activos en su
contemplación.
II.
Ahora bien, la vida de Nuestro Divino Señor presenta, desde luego, ambos
elementos: el activo y el contemplativo, los cuales siempre han distinguido a
la vida de su Iglesia.
Por tres años Él se abocó al trabajo de
predicar Su revelación y a fundar la Iglesia, la que estaba destinada a ser su instrumento
a través de los siglos. Por lo tanto, Él anduvo libre y rápidamente tanto en
una ciudad, como en un país. Estableció Sus divinos principios y presentó sus
divinas credenciales en las fiestas de matrimonio, en el mercado, en las rutas,
en las atestadas calles, en las casas. Él
siempre realizó obras de misericordia. Dio preceptos espirituales y
ascéticos enseñando en el Monte de las Bienaventuranzas; instrucciones
dogmáticas en Cafarnaún y en el desierto al este de Galilea; discursos místicos
en el Cenáculo de Jerusalén y en las cortes de los templos. Sus actividades y
su proselitismo fueron ilimitados. Él rompió los círculos domésticos y las
rutinas de los oficios. Llamó al joven desde su estado; a Mateo desde la
oficina de impuestos; y a Santiago desde el negocio de pescado de su padre. Él
realizó una demostración final de su ilimitada demanda de humanidad en su
Procesión del Domingo de Ramos, y en el día de la Ascensión ratificó y
comisionó las actividades proselitistas de su Iglesia para siempre en su colosal
encargo a los Apóstoles: “Por tanto id y enseñad
a todas las naciones…enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he
encomendado y yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del
mundo”.
A pesar de esto, debe recordarse que esto
no fue toda su vida en la tierra, es más, no fue una parte considerable de ésta
si se estima por el número de años. Porque él estuvo activo por tres años, pero
por treinta él estuvo retirado en su casa de Nazareth. E incluso aquellos tres
años una y otra vez fueron interrumpidos por retiros: en el desierto por
cuarenta días; en la montaña toda la noche en oración; ordenando a sus
discípulos a apartarse y a descansar. El gran climax de su ministerio también
fue forjado en el silencio y en la soledad. Él se apartó como a un tiro de
piedra en el huerto de Getsemaní de aquellos que más lo amaban. Él rompió su
silencio en la cruz para despedirse de su propia Santa Madre. Por sobre todo él
explícita y enfáticamente recomendó la vida de oración contemplativa como lo
más alto que puede vivirse en la tierra. Hablándole a Marta señaló que la
actividad, incluso el más necesario de los deberes, no es después de todo donde
mejor se puede poner el tiempo y el amor. María
ha elegido la mejor parte… solo una cosa es necesaria, y que a ella nadie se la arrebatará, ni siquiera
el celo amoroso de una hermana.
Finalmente la falta ha sido encontrada
tanto en Jesús, como en su Iglesia precisamente en estos dos puntos. Cuando Él
estaba viviendo una vida de retiro en el país, fue increpado por no asistir a
la celebración y exponer sus
afirmaciones en forma clara y justificada, esto es, por la actividad,
por sus pretensiones mesiánicas. Y cuando lo hizo se le suplicó para que ofreciera sus demandas para mantener
la paz, para justificar Sus pretensiones de espiritualidad, con humildad y
retiro.
III.
Por lo tanto, la reconciliación de estos dos elementos dentro del sistema
católico es fácil de encontrar
(i)
Lo primero es la Divinidad de la Iglesia que da cuenta de su pasión por Dios.
Para ella, como para nadie más en la tierra, está revelado el Rostro de Dios
como la Absoluta y Final Belleza que yace más allá de los límites de toda la
creación. Se puede decir que ella en su Divinidad disfruta incluso en su
permanencia en la tierra, de la gran visión beatífica que embelesa siempre la
Sagrada Humanidad de Jesucristo. Entonces, con toda la compañía del Cielo, con
María Inmaculada, con los Serafines y con los glorificados santos de Dios, ella
reside, viéndolo a Él que es invisible.
Mientras los ojos de su humanidad se
mantienen en su lugar, mientras sus humanos miembros caminan por fe y no por la vista, ella en su divinidad,
que es la garantía de la presencia de Jesucristo en medio de ella, siempre habita en los lugares celestiales
y está siempre lista para ir al Monte
Sion y a la Ciudad de Dios viviente, y a Dios mismo, el cual es la Luz en
la que todas las cosas justas son vistas para ser justas.
No es de extrañar entonces que ahora y
siempre algunos hijos elegidos suyos cojan un espejo que refleja lo que ella
misma observa con el rostro descubierto: que algunas almas católicas a veces
son escogidas y llamadas por Dios para este sorprendente privilegio de repente
deben percibir como nunca antes que Dios es la única Belleza Absoluta, y que
comparado con la contemplación de esta Belleza – cuya contemplación es después
de todo la Vida Eterna a la cual
finalmente cada alma redimida llegará – todas las actividades de la vida
terrena son nada. Esta alma en su pasión por este adorable Dios correrá hacia
la habitación secreta y golpea la puerta
y ora a su Padre que está escondido, y así permanecerá orando. Un canal
oculto de vida para la totalidad de este Cuerpo de la cual ella es un miembro.
Un intercesor por todos los que componen esta Sociedad de la cual es una
unidad. En silencio ahora ella se sienta a los pies de Jesús y escucha la voz
que es como el sonido de muchas aguas.
En la blancura de su celda ella lo observa a Él, cuyo rostro es como una llama de fuego, y en la austeridad y en el ayuno ella prueba y encuentra que el Señor es compasivo.
Desde luego que esto es una locura y un
disparate para aquellos que conocen a Dios solamente en su creación, y que le
imaginan meramente como el alma del mundo y la vitalidad de la vida creada.
Para éstos la tierra es su mayor cielo y la belleza del mundo la más noble visión que puede ser
concebida. Sin embargo, esta alma que es católica entiende que el Trono Eterno
está de hecho por encima de las estrellas y que la trascendencia de Dios es tan
verdaderamente cierta como su inmanencia. Dios
en sí mismo, aparte de todo lo que ha hecho, es todo justo y se basta a
sí mismo en Su propia Belleza. Para tal alma, si está llamada a una vida como
esta, no necesita que la Iglesia declare explícitamente que la vida contemplativa
es la más alta. Ella ya lo sabe.
(ii)
Al primer gran mandamiento de la ley entonces le sigue inevitablemente el
segundo, y la interpretación católica del segundo es, para lo que piensa el
mundo que no entiende ninguno de los dos, tan extravagante en su interpretación
como lo es el primero. Porque esta Divina Iglesia, que conoce a Dios, es
también una sociedad humana que habita junto a los hombres. Y ya que ella
unifica en sí misma la divinidad y la humanidad, ella no puede descansar hasta
que las ha unido en todas partes.
Como ella vuelve su mirada de Dios a los
hombres, contempla las almas inmortales hechas a imagen de Dios y hechas para
Él y por Él solo, buscando satisfacerse a sí mismas con la creación en lugar de
con el Creador. Ella escucha al mundo predicar la santidad del temperamento y
la santidad del individualismo, como si ahí no existiera un Dios trascendente
ni una revelación externa objetiva jamás hecha por Él. Ella observa como los
hombres, en lugar de buscar conformarse con la revelación de Dios hecha por él
mismo, intentan más bien conformar tales fragmentos de esta revelación a lo que
ellos han llegado según sus propios puntos de vista. Ella escucha hablar acerca
de “los aspectos de la verdad”, de las “escuelas de pensamiento” y de “los
valores de la experiencia” como si Dios nunca hubiera hablado de ambas en los
truenos del Sinaí o incluso en la voz de Galileo.
¿No es de extrañar entonces que su
proselitismo aparezca ante el mundo tan extravagante como su contemplación; su pasión por los hombres
tan poco razonable como su pasión por Dios, cuando este mundo la ve ofrecerse a
sí misma desde sus claustros y de sus lugares apartados para proclamar como con
trompetas aquellas demandas de Dios que Él ha dado a conocer, aquellas leyes
que Él ha promulgado y aquellas recompensas que ha prometido? Porque, ¿cómo
puede ella hacer lo contrario cuando ha mirado el glorioso Rostro de Dios y
luego los rostros vacíos y complacientes de los hombres y sabe de la infinita
capacidad de Dios por satisfacer a los hombres y la incapacidad casi infinita
de los hombres por buscar a Dios, cuando en efecto ve alguna pobre alma
encerrándose dentro de los mortales y fríos muros de su propio “temperamento” y
“punto de vista individual”, cuando la tierra, el cielo y el Señor de los dos
está esperando por ella afuera?
Luego, la Iglesia está muy interesada
en los hombres y muy absorta en Dios. Por supuesto que está muy interesada y
muy absorbida porque sólo ella conoce el valor y la capacidad de ambos porque ella
que es ambas: divina y humana. Porque la religión para ella no es un triunfo
elegante, ni una gentil filosofía, ni un agradable esquema de conjeturas. Es el
vínculo ardiente entre Dios y el hombre, ninguno de los dos puede estar
satisfecho sin el otro: Uno en virtud de Su Amor y el otro en virtud de su ser
creado. Sólo ella entiende y reconcilia la tremenda paradoja de la Ley que es
tan vieja como nueva: “Amarás al Señor
vuestro Dios, con todo vuestro corazón…y al prójimo a ti mismo”.
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