Paradojas del Catolicismo
Santidad y Pecado
Santo, Santo, Santo Is. 4, 3
Jesucristo vino al mundo
a salvar a los pecadores I Tim. 1, 15
Un par de acusaciones muy diferentes
(por lejos más vitales que aquellas acusaciones baratas de mundanidad o de
ultra mundanidad que ya hemos considerado) concernientes a las preceptos de
bondad predicados por la Iglesia, y su propia presunta incapacidad para vivir
de acuerdo a éstos. Pueden ser resumidas brevemente diciendo que la mitad del
mundo considera a la Iglesia demasiado santa para la vida humana, y que la otra
mitad no la considera suficientemente santa. Podemos denominar a estas críticas
respectivamente como la pagana y la puritana.
I.
Es el pagano quien la acusa de excesiva santidad:
“Ustedes los católicos” – nos dicen –
“son demasiado duros con el pecado y no lo suficientemente indulgentes con la
pobre naturaleza humana. Déjenme tomar como ejemplo a los pecados de la carne.
Aquí hay una serie de deseos implantados por Dios o por la Naturaleza (puedes
elegir el nombre del poder detrás de la vida) con sabios y ciertamente
esenciales propósitos. Estos deseos son probablemente los más feroces conocidos
por el hombre y ciertamente los más atrayentes. Tal como sabemos, la naturaleza
humana es la cosa más extraordinariamente
inconsistente y vacilante. Ahora bien, yo estoy consciente que el abuso
de estas pasiones conduce al desastre, y que la naturaleza tiene sus
inexorables leyes y castigos. Pero ustedes los católicos agregan nuevos
horrores a la vida con la absurda e irracional insistencia en que los abusos
causan ofensas a Dios. Porque no solamente denuncian ferozmente “los actos de pecado”,
como lo llaman ustedes, sino que según parece presumen al ir más allá incluso hasta
el mismo deseo. Ustedes son lo bastante poco prácticos y crueles al decir que
entretenerse deliberadamente pensando en este pecado puede cortar al alma de la
entrega de los favores de Dios.
O, para ir más lejos, considera
ideales imposibles de soportar con respecto al matrimonio. Estos ideales tienen
cierta belleza propia para las personas que pueden aceptarlos. Tal vez ellos
puedan tener, usando una frase católica, los Consejos de Perfección, pero es
soberanamente ridículo insistir sobre esto como regla de conducta para toda la
humanidad. La naturaleza humana es la naturaleza humana. No puedes obligar a la
mayoría a seguir los sueños de unos pocos.
O
considera, para tener una mirada más amplia, las normas generales que sostienen
para nosotros las vidas de los santos. Estos santos aparecen al ordinario
hombre común como algo para nada admirable. No nos parece admirable que San
Luis apenas pueda levantar sus ojos del suelo; o que Santa Teresa se golpeara a
sí misma en una celda; o que San Francisco se flagelara a sí mismo con zarzas
por temor a estar cometiendo pecado. Este tipo de actitudes son total y
fantásticamente fastidiosas. Ustedes los católicos parecen apuntar hacia un
precepto que es simplemente indeseable. Ambos, métodos y fines, son igualmente
inhumanos e inadecuados para el mundo en el que vivimos. La verdadera religión
está seguramente algo, por lejos, más sensible que esto. La verdadera religión
no debiera forzar ni afanarse hasta lo imposible. No debiera buscar
perfeccionar la naturaleza humana a través de un proceso de mutilación. Ustedes
tienen una excelente puntería en algunos aspectos y excelentes métodos en
otros, pero con las supremas exigencias ustedes van completamente más allá de
los límites. Nosotros los paganos no estamos de acuerdo con su moralidad, y
tampoco admiramos a aquellos que ustedes aclaman como exitosos. Si ustedes fueran menos santos y más naturales;
menos idealistas y más prácticos, serían de gran ayuda para el mundo al cual
ustedes desean auxiliar. La religión debiera ser robusta, de un viril
crecimiento y no el delicado invernadero en que la han convertido”.
La segunda acusación proviene de los Puritanos:
“El catolicismo no es lo suficientemente santo para ser la Iglesia de Cristo,
porque ¡cuán complaciente es ella para con aquellos que nuevamente lo ultrajan
y lo crucifican a Él! Quizás no es verdad, como solemos pensar, que los
sacerdotes católicos realmente dejan a sus penitentes cometer pecados. Sin
embargo, la extraordinaria facilidad con la que es dada la absolución viene a
ser prácticamente lo mismo. Esta Iglesia lejos de haber elevado a la especie
humana ha rebajado, de hecho, sus
preceptos por su actitud para con aquellos de sus hijos que desobedecen las
leyes de Dios.
¡Considera lo que alguno de estos hijos
suyos han hecho! ¿Existe en la historia algún criminal más monumental que los
criminales católicos? Posee algunos hombres que han caído tan bajo como los
Borgia en la Edad Media, o como Gilles de Rais y una veintena de otros. ¿Cómo
hombres y mujeres que tal vez por su fe eran considerados “buenos católicos”,
sin embargo en sus vidas no eran más que una mera desgracia para la humanidad?
Observa los países latinos con sus apasionados registros de crímenes, tal como
la inmoralidad sexual de Francia y España, o la turbulenta y pródiga Irlanda, o
la brutalidad ignorancia del católico inglés. ¿Existe otra denominación de la
cristiandad que exhiba tales deplorables especímenes como las monjas
desbocadas, como los sacerdotes apóstatas o como los viciosos papas del
catolicismo? ¿Cómo es posible que estas historias de iniquidad sean dichas del
catolicismo del mismo modo como son dichas de cualquier otra secta no
cristiana? Aceptemos todas las exageraciones que quieras, todos los prejuicios
de los historiadores, todos los despechos de sus enemigos, y todavía existirán
seguramente vestigios suficientes de criminalidad católica para mostrar que lo
mejor de la Iglesia no es mejor que alguna otra religión, es más, es peor,
infinitamente peor. La Iglesia Católica por tanto, no es lo suficientemente
santa para ser la Iglesia de Cristo”.
II. Cuando dirigimos nuestra mirada a los
Evangelios encontramos que estas dos acusaciones son, de hecho, precisamente
aquellas que fueron interpuestas contra nuestro Divino Señor.
En primer lugar, indudablemente, Él fue
odiado por su santidad. ¿Quién puede dudar que los terribles preceptos que Él
predicó (la prédica católica que también es una de las acusaciones de los
paganos) fueron la principal causa de su rechazo? Porque después de todo, fue
Él quien primero proclamó que las Leyes de Dios obligan no solamente a la
acción, sino también al pensamiento. Pues fue Él el primero que pronunció que
el hombre es un asesino o un adúltero incluso cuando en su corazón desea estos
pecados. Fue Él quien elevó los preceptos de la Cristiandad a un precepto de
perfección. “Sed perfectos como mi Padre
Celestial es perfecto” ¿Quién ofrece a los hombres aspirar a ser buenos
como Dios?
Fue entonces Su santidad lo que primero
suscitó en Él la hostilidad del mundo: la radiante candente santidad con la que
Su sagrada humanidad fue revestida. “¿Quién
de vosotros me argüirá de pecado?...El que de vosotros esté libre de pecado,
que arroje la primera piedra.” Estas son palabras que traspasan los llanos
formalismos de los Escribas y Fariseos, y que despiertan un odio imperecedero.
Fue esto seguramente, lo que le condujo irresistiblemente a su rechazo final en
el balcón de Pilatos y la elección en su lugar de Barrabás: “¡Este hombre no! ¡No a
esta pieza de incorruptible perfección!; ¡no a esta Santidad que devela
nuestros corazones, sino a Barrabás! ¡Tan confortable pecador como nosotros
mismos! ¡A este ladrón en cuya compañía nos sentimos tan a gusto! ¡A este asesino cuya vida no es en absoluto un
contraste de la propia nuestra!” Jesucristo fue encontrado demasiado santo para
el mundo.
Pero por otra parte, tampoco fue
considerado lo suficientemente santo. Esta acusación fue explícitamente
presentada contra Él una y otra vez. Fue horroroso para estos guardianes de la
ley que este predicador de lo correcto pudiera sentarse junto a publicanos y
pecadores; que este profeta permitiera que una mujer como Magdalena lo tocara. Si de hecho este hombre
fuera un profeta, él no podría soportar estar en contacto con los pecadores; si
de hecho fuera celoso por el Reino de Dios, no podría tolerar la presencia de
tantos que eran enemigos suyos. Sin embargo, Él se sentó a la mesa de Zaqueo,
en silencio y sonriendo, en vez de suplicar para que el techo se cayera. Él
llamó a Mateo desde la oficina de impuestos en vez de hacerlos volar por los
aires a ambos. Él tocó al leproso, a quien la propia Ley de Dios declara
inmundo.
III. Estas son las dos acusaciones presentadas en
contra de los discípulos de Cristo, y en
contra del Maestro, y es innegable que
en ambas hay verdad.
Es verdad que la Iglesia Católica
predica una moralidad que está totalmente más allá del alcance de la naturaleza
humana abandonada a sí misma; que sus preceptos son preceptos de perfección y
que ella incluso prefiere el peldaño más bajo de la escalera sobrenatural al
más alto peldaño de la natural.
Y sin duda también es verdad que el
caído o el católico infiel es infinitamente el miembro más degradado de la
humanidad, más que un pagano o un protestante caído; que los monumentales
criminales de la historia son criminales católicos y que estos monstruos del
mundo (Enrique VIII, por ejemplo, sacrílego, asesino y adúltero; Martín Lutero
cuyo libro impreso de conversaciones alrededor de la mesa son indignas de cualquier casa respetable; o la
Reina Isabel, perjura, tiránica e impúdica) fueron personas que tuvieron todo
lo que la Iglesia Católica puede darles: los preceptos de su enseñanza, la guía
de su disciplina y la gracia de sus sacramentos. ¿Cómo reconciliar esta
paradoja?
(1)
Primero, la Iglesia Católica es Divina. Es decir, ella mora en los Cielos. Ella
mira siempre el rostro de Dios. Ella tiene consagrado en su corazón la Sagrada
Humanidad de Jesucristo y la impecable perfección de la Inmaculada Madre, desde
donde la Su humanidad fue extraída. ¿Cómo es entonces posible que ella deba
contentarse con cualquier pequeño precepto de perfección? Si ella fuese una
sociedad que se desarrolla desde abajo, es decir, una mera sociedad humana,
ella nunca podría avanzar más allá de aquellos preceptos que han sido escalados
en el pasado por sus hijos más nobles. Pero mientras en ella mora lo
sobrenatural; mientras María fue dotada desde lo alto con un don al cual ningún
otro ser humano podía aspirar; mientras el Sol de Justicia desciende desde los
Cielos para conducir a la vida humana
bajo términos humanos, ¿cómo puede ella contentarse con cualquiera cosa menor a
la altura desde donde estos provienen?
(2)
Pero ella también es humana y habita en medio de la humanidad. Ocupa un lugar
en el mundo con el objetivo expreso congregar para sí misma y santificar por su
gracia al mismo mundo que ha caído frente a Dios. Estos marginados y estos
pecadores son el gran material para el cual ella trabaja. Estos desechados
productos de la vida humana, estos desfigurados tipos y especímenes de la
humanidad que no tienen esperanza en nada excepto en ella.
Primeramente porque de hecho ella
desea poder levantarlos, y frecuentemente ha sido capaz de hacerlo, primero para la
santidad y luego para sus propios altares. Porque ella y por ella solamente levanta a los pobres estercoleros para ponerlos
junto al Príncipe. Ella coloca frente a la Magdalena y al ladrón nada menos
que sus propios preceptos de perfección.
Aunque en un sentido ella no se
satisface con nada menos que esto, en otro sentido ella está satisfecha con
infinitamente casi nada. Si ella puede traer al pecador hasta el borde mismo de
la Gracia; si ella puede sacar del asesino agonizante un llanto de contrición;
si ella puede volver los ojos de éste
hasta el crucifijo con una mirada de amor, sus labores estarán recompensadas
por mil. Porque si bien no lo ha conducido a la cabeza de la santidad, al menos
lo ha conducido a sus pies y lo ha colocado bajo la escalera de lo sobrenatural
que va del infierno hasta el Cielo.
Porque solo ella tiene este poder.
Solo ella es completamente confidente en la presencia del pecador, porque solo
ella tiene el secreto de la cura. En su confesionario está la Sangre que puede
hacer al alma limpia, y en su Tabernáculo está el Cuerpo que será su alimento
de vida eterna. Solo ella se atreve a ser su amiga porque solo ella puede ser
su salvadora. Entonces, si sus santos son un signo de su identidad, no menos lo
son sus pecadores.
Porque ella no solamente es la Majestad
de Dios habitando en la tierra, ella también es Su amor, y por tanto, sus limitaciones
son únicamente de ella. Este Sol de Misericordia que brilla y esta Lluvia de
Caridad que escurre, sobre buenos y malos,
son el gran Sol y la gran Lluvia que da la vida de ella. Si yo subo a los Cielos ella está ahí, entronizada
con Cristo, a la mano derecha de Dios; si yo
desciendo a los infiernos también ella está ahí, haciendo retroceder a las
almas del abismo desde donde ella puede rescatarlos. Porque ella es esta gran
escalera que ya hace tanto tiempo vio Jacob. La escalera plantada aquí en la
sangre y en el limo de la tierra, elevándose hacia la inmaculada Luz del
Cordero. La santidad y la no santidad son ambas suyas por igual, y ella no se
avergüenza de ninguna de las dos: la santidad de su propia Divinidad, la cual
pertenece a Cristo, y la no santidad de aquellos marginados miembros de su
humanidad a los cuales ella sirve.
Por su poder, que es de Cristo, la
Magdalena se convierte en penitente, y el ladrón fue el primero de los redimidos,
y a Pedro, la débil arena de la humanidad, en la Roca sobre la cual ella está construida.
Gracias por traducir al español a un autor tan desconocido como necesario en España y Latinoamérica. Este tipo de labor es muy importante, y tanto más admirable cuanto a más sensación de ingratitud está expuesta.
ResponderEliminarGracias Alonso, muchas gracias. Me motiva a seguir acercando al mundo de habla hispana a monseñor Benson.
EliminarGracias a la tecnología la gente dejo de leer . Y gracias a la lectura en papel aprenderemos a dejar apagados los celulares.
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