jueves, 27 de junio de 2013

Relato de una primera misa en The King's Achievement


           El año 2010 me enteré de la traducción de este libro de Benson, llevado a cabo por un destacado abogado de la city de Buenos Aires. No pudiendo encontrarlo en Chile me contacté directamente con él y este afortunado acontecimiento sirvió para hasta la fecha nos uniera una gran amistad, y tuve la dicha de recibirle en mi casa hace un par de años oportunidad que me sirvió además para pedirle que me autografiara el libro que me había enviado de regalo desde Argentina.
         La novela "El Triunfo del Rey" (Editorial Céfiro, 2009) transcurre en los días de Enrique VIII, con  Santo Tomás Moro y  San John Fisher  prisioneros en la Torre de Londres, con un Cromwell haciendo de las suyas en los monaterios e iglesias católicas. Patético resulta leer en estas páginas como la casi totalidad del clero inglés corre a firmar el Decreto de la Supremacía del Rey sobre la Iglesia de Inglaterra. Quien esté interesado en conocer la verdadera historia de la Reforma en Inglaterra debiera leer la trilogía de  libros donde Benson trata acerca de este periodo: El triunfo del Rey, (1905) ¿Con qué autoridad? (1903) y  La tragedia de la Reina (1906), además de la historia de los mártires ingleses en el triste época de Isabel I, ¡Ven potro!, ¡ven soga!. Prometió hacer un libro sobre la historia de este periodo, pero no pudo llevarlo a cabo...Dios se lo llevó a su lado antes de que pudiera hacerlo.
       En fin, el post tiene como finalidad compartir con ustedes este hermoso texto sobre la primera misa que reza uno de los protagonistas de la historia, Christopher Torridon. Creo no equivocarme al decir que siempre me pareció ver en este personaje la figura de Hugh Benson y de los sentimientos que lo embargaron en su primera misa como recién ordenado sacerdote católico.  Resaltan en el textos frases inspiradas de un exquisito lenguaje que describen el momento del "corazón del misterio" como le llama al Canon de la Consagración. Benson amaba la Santa Misa. Se le preguntó en varias ocasiones qué era lo que más amaba hacer en el mundo y él dijo: decir Misa y tal vez, mucho después escribir libros. La Santa Misa y la oración eran el eje de su vida sacerdotal. El capítulo que recojo para ustedes se titula precisamente: Sacerdos in aeternum.

         "Chris conocía los detalles de la ceremonia y no tenía apuro alguno por disipar el sobrecogimiento que inundaba su alma. Se sentía al mismo tiempo natural e irreal; era absolutamente natural que él estuviese celebrando allí, en ese momento; no se concebía a sí mismo sino como sacerdote; se sentía relajado y sin embargo todo le parecía extraño e intangible mientras percibía las fuerzas sobrenaturales que crecían a su alrededor y atravesaban su alma.
          Era  consciente de lo que lo rodeaba; del espacio poco iluminado en torno suyo, de la blancura del paño, del brillo de los copones, del bello misal y del suave susurro de las vestimentas de los asistentes. Pero el conjunto parecía imbuido de una vida interior que volvía significativo y sacramental cada detalle; percibió asimismo una extraña vibración que agitaba el aire silencioso a su alrededor mientras pronunciaba las palabras sagradas que tantas veces había oído a otros sacerdotes.
          Mantuvo los ojos resueltamente bajos cada vez que debía volverse con los brazos abiertos hacia los asistentes, por lo que sólo borrosamente percibió los rostros que miraban desde la soleada nave. Hasta los ministros que lo acompañaban, Dom Anthony y otro más, semejaban a sus ojos figuras impersonales que se movían ajetreados en sus majestuosas ocupaciones con manos hábiles y eficientes.
         Al acercarse al corazón del misterio, y elevarse del coro de la iglesia un himno de ángeles, Chris experimentó un mayor alejamiento de las cosas sensibles. Incluso el brillo de las luces pareció borrarse ahora; frente a él sólo había el reflejo del cáliz y el pálido disco del pan del sacrificio.
          Al pronunciar pausadamente, con sus manos unidas "famulorum famularunque tuarum" pareció que el mundo se plegaba en aquellos puntos a los que dirigía su intención. Ante sus ojos cerrados fueron apareciendo las figuras tan queridas y hacia cada una de ellas dirigió la luz de la gracia. Primero Ralph, socarrón y distante en sus ricas vestimentas, inmerso en algún negocio satánico; Chris se aferró con fuerza al poder de Dios y lo envolvió y lo penetró con él. Luego Margaret, con miedo pero entregada a la voluntad de Señor, su madre, en su aire de complaciente amargura; su hermana Mary y su padre; enseguida sus hermanos en religión y especialmente el Prior, paralizado por el terror; y Dom Anthony con su conmovedora genialidad...
         ¡Ah, qué breve era el tiempo!; y sin embargo suficientemente largo como para que el Prior mirara severamente y el diácono se moviera intranquilo haciendo susurrar sus ropas.
          Abrió entonces los brazos nuevamente y dejó surgir el imponente caudal de peticiones, como un manantial que traspone los anchos portones abiertos hacia el infinito océano, en donde el corazón de Dios las absorberá en su propio Ser.
         Los grandes nombres desfilaron como palacios enfilados a la orilla de un río, con sus bases bañadas por la aguas de la liturgia - Pedro y Pablo, Simón y Tadeo, Cosme y Damián - vastos edificios radiantes por la luz de Dios, más allá de los cuales se atisbaba la línea brillante del océano infinito.
        Las manos se unieron e hicieron el signo de la bendición.
- Hanc igitur oblationem...
        Siguieron luego ligeros signos silenciosos, como si fuese el piloto de una nave ordenando desplegar las velas para encontrar vientos propicios.
         La voz del celebrante se convirtió en un murmullo y en medio del silencio general sus dedos frotaron suavemente el blanco mantel de lino antes de tomar delicadamente la Hostia con sus manos.
         Lanzó una mirada hacia lo alto, como dirigida al sol que brillaba afuera, en el cielo, hizo un signo silencioso y se inclinó hacia delante, como sometido al peso de un indescriptible sobrecogimiento, con los brazos apoyados en el altar y sosteniendo en sus manos, frente a él, el blanco disco.
         El débil rumor tras él mostró que los asistentes relajaban y modificaban sus posturas. Sir James levantó los ojos llenos de lágrimas para mirar a la distante figura púrpura ubicada bajo la fila de luces inmóvil y con las manos extendidas como si estuviera poseído por el amor de Dios.
          El murmullo de su voz rompió el silencio, como si ante la infinita piedad del Señor se alzara la infinita necesidad del hombre, "Nobis quoque peccatoribus", cayendo luego nuevamente en el silencio.
         Luego se oyó la voz fuerte y clara "Per omnia secula seculorum" y el coro respondiendo "Amén".
          Era el gran Misterio, pero ahora con la Presencia efectiva y real de Aquél que sostiene todas las cosas. Eran los hijos implorantes quienes, en medio del infinito océano de gracia, a través de los labios del sacerdote claman piedad al Padre de los Cielos y ruegan paz al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
         Desde su sitio lejano, Mary pudo ver cómo el sacerdote se inclinaba profundamente hacia Aquél a quien tenía entre sus manos; entonces ella murmuró suavemente las palabras acompañando las del celebrante: - Ave in aeternum sanctissima caro Christi...
         Mary escondió su cara entre las manos y cuando volvió a levantarla todo se había cumplido y el Señor había entrado y santificado el cuerpo y el alma de ese hombre por cuyas palabras Él había penetrado la naturaleza del pan."

                           Robert Hugh Benson, El Triunfo del Rey, Céfiro, 2009.
                                                                 (traducción de Carlos L. Bosch y Marcela García González)
           

         

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