Beatrice
«Reconozco, Señor, que vuestras cruces son los medios de vuestra sabiduría y las prendas de vuestra eternidad; pero que al menos no sean demasiado pesadas y superiores a nuestras fuerzas... No creo que haya en el mondo nadie tan probado como yo: ¿cómo queréis que resista? Si fueran cruces ordinarias, yo las llevaría con paciencia; pero son tan nuevas y tan extraordinarias, que me dejan aplastado». Y el Señor le respondió: «Un enfermo, en medio de sus dolores, piensa siempre que no hay otros como los suyos; y cada pobre se figura que no hay otra miseria igual. Si te enviara otras cruces, emplearías el mismo lenguaje. Ten, pues, valor, y sé firme y generoso. Resígnate por completo en mi voluntad; acepta con paciencia todas las cruces que yo tenga a bien enviarte, y no rechaces ninguna; pues sabes que quiero tu bien y conozco perfectamente qué es lo que más te conviene. La experiencia te ha hecho ver que todas las cruces que yo te envío, sean las que fueren, te elevan y te unen más íntima y firmemente a mi Divinidad, que cuantas puedas tú voluntariamente escoger… Si la aflicción no fuera molesta, ¿sería aflicción? ¿Qué extraño es que te pese la cruz, si no la amas? Amala, y la llevarás fácilmente… Si inundado de consuelos espirituales te abrasases en amor, no ganarías tanto como sufriendo las sequedades y pruebas que te envío… Vive, pues, en paz, seguro de que no has de perecer bajo la cruz. Más fácil es que caigan en pecado diez almas que gozan las delicias de la gracia que no una sola que está en aflicción: el enemigo no tiene ningún poder contra las que amorosamente gimen bajo la cruz. Aunque fueras el primer doctor del mundo y el más sabio teólogo de mi Iglesia, y aunque hablaras de Dios con la lengua de los ángeles, serías menos santo y menos amable a mis ojos que un alma que vive sujeta a mis cruces. Concedo mis gracias a buenos y malos, pero reservo mis cruces para los escogidos... La aflicción aleja al hombre del mundo y lo acerca al cielo. Mientras más lo abandonan los amigos de la tierra, más aumenta en él mi gracia, y lo eleva y lo hace divino. De la cruz proceden la humildad, la pureza de conciencia, el fervor de espíritu, la paz, la tranquilidad del alma, la discreción, el recogimiento, la caridad y todos los bienes que ésta produce»."
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