sábado, 7 de septiembre de 2013

Leaving Tremans 1903

Hace exactamente 110 años, un día 7 de Septiembre de 1903,  R.H. Benson dejaba la casa de su madre en Tremans, vestido de laico, para dirigirse al Priorato Dominico de Woodchester. Se iba  de la casa materna para ser recibido en la Iglesia Católica, por el padre Reginald Buckler, o.p.
Los días que había pasado en la casa de su madre tras dejar Mirfield, estuvieron cargados de trabajo para él, pues pasó  todo ese tiempo escribiendo su novela histórica By What Authority?
Fue un duro golpe para sus contemporáneos anglicanos ver como el hijo menor del Arzobispo de Canterbury abandonaba su iglesia por Roma. Cartas recriminatorias y dolidas le llegaban a él y a su madre, y muchos esperaban que después de un tiempo Hugh volvería a su antigua iglesia. Pero ante la Verdad ya no podía seguir resistiéndose, aun sabiendo el costo humano que le traería dejar sus afectos. ¿Cuántos se han negado a dar el paso por miedo a sentirse rechazados por los suyos? Hay que ser valiente para dar el paso y para dejarlo todo para seguir a la Verdad.
Les dejo estos párrafos de Benson en Las Confesiones de un converso,  a propósito de este viaje y de sus primeros días con los dominicos de Woodchester. Fue admitido en la Iglesia Católica un simbólico 11 de Septiembre. Espero en ese día, compartir con ustedes la segunda parte de este hermoso recuerdo.

          "Creo que nadie habrá entrado en la Ciudad de Dios con menos emoción que yo. Me sentía totalmente insensible: ni alegría, ni tristeza, ni temor ni ilusión. Allí estaba la Verdad, tan lejana como una cumbre helada, y yo tenía que abrazarla. Nunca, ni por un instante, dudé de ella, ni - es innecesario decirlo- he dudado desde entonces. Yo intentaba reprocharme mi frialdad, pero fracasaba. Pasaba del brillo de la luz artificial, del calor, la claridad y la amistad, a la pálida luz de la fría y monótona certeza. Estaba completamente seguro, pero indiferente.
           Llegué a Shoud al anochecer. Durante el camino recé por última vez el Oficio anglicano y, después de unos minutos de espera, tomé el autobús hacia Woodchester, a pocas millas de distancia.
          El trayecto fue tan aburrido como todo lo demás, aunque no debería haberlo sido, pues el paisaje era hermoso y romántico. Un extenso valle serpentea entre colinas que se elevan a ambos lados, como en algunos parajes italianos. Seguimos adelante. Yo escuchaba distraído la conversación de un anciano de mejillas sonrosadas y me fijaba en unos niños que hacían travesuras. Pero nada de todo aquello me importaba ni despertaba mi interés.
          Al pie del empinado camino que une la carretera con el priorato me esperaba un hermano lego, y juntos subimos por el sendero. A la tenue luz del crepúsculo, cerca de la verja de la iglesia, aguardaba una persona vestida de blanco que, al vernos, bajó al camino y estrechó mis manos entre las suyas. Sin embargo, incluso entonces me sentía profundamente torpe y atontado.
          No pretendo describir con detalle los tres días que siguieron. Después de todo, no creo que interesen a nadie. Tampoco voy a describir la inacabable amabilidad, cortesía y paciencia que encontré en el padre Reginald, en el Prior y en todos los que se relacionaron conmigo.
         Mi instructor y yo pasamos juntos tres tardes, paseando y charlando de esto y aquello. En mi tiempo libre estudiaba el Penny Catechism. Sin embargo, debo mencionar un detalle, aun a riesgo de molestar al querido padre dominico. Un jueves me preguntó si tenía alguna duda, y yo le contesté que ninguna. "¡Seguramente las indulgencias!", dijo. Le indiqué que no me creaban la menor dificultad. Yo no estaba seguro de entenderlas perfectamente, pero sí de creer en ellas como, por supuesto, en todo lo que la Iglesia proponía a mi fe. Sin embargo, no se quedó satisfecho y me instruyó detalladamente sobre ese punto.
         Por las tardes nos reuníamos durante un par de horas en una habitación del primer piso. Yo oía Misa todas las mañanas y trataba de hacer una especie de meditación. De vez en cuando asistía a otras actividades, y siempre a Completas y a la exquisita ceremonia dominica de la Salve que se rezaba a continuación"


                                                                          

4 comentarios:

  1. Querida Beatriz, remarco estas palabras tuyas: "¿Cuántos se han negado a dar el paso por miedo a sentirse rechazados por los suyos?
    Ni te haces una idea. O bueno, sí, te la haces, y sabes claramente lo que cuesta dar el paso. Ha dejado por el camino a muchos amigos y familiares, pero en cambio, he ganado un padre misericordioso. No hay comparación alguna, verdad?

    Abrazo desde una España inhóspita.

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  2. Querido Bate:
    Me hago un idea...se no crea que no. Obviamente no al mismo nivel que Benson o de Newman, pero a mínima escala se siente el rechazo cuando se opta por seguir la Verdad, pero ¿sabe qué? Es exactamente como la parábola del tesoro escondido: imposible no abrazarse a la Verdad a pesar de todas las consecuencias humanas que "arrastra" consigo. Como usted bien dice: no hay comparación.
    Un abrazo desde este recóndito Chile,
    Beatrice

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  3. Gracias por recordar esta fecha. Una abrazo. Sergio

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  4. Estimado Sergio: Ya ha pasado 110 años de la conversión. Mañana espero seguir con la segunda parte.
    Gracias y un abrazo,
    Beatrice

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