lunes, 13 de mayo de 2013

¿Qué debemos pedir a Dios?

          Sufro un par de afecciones físicas, de esas que no matan,  pero que se transforman en algo bastante molesto puesto que producen dolor crónico. Hay días que se me hacen insoportables, y me dan ganas de hacerme pedazos las partes que duelen. Me da rabia, mucha rabia porque me limitan en mi trabajo de la casa, en la lectura y en la escritura, y lo peor es que me pone muy mal genio. Cuando ocurre le pido a mi Señor Jesús que por favor me quite el dolor para me que deje trabajar en paz. Es a lo primero que uno atina cuando está medio tumbado: pedir para que Dios le devuelva la salud a uno. El instinto de supervivencia hace su aparición y nos quiere buenos y sanos, llenos de energía para enfrentar la vida. Sin embargo, la lectura del Diálogo de la Fortaleza contra la Tribulación, de Santo Tomás Moro, puso en vilo mi continua petición por la recuperación de la salud. El texto en cuestión  se los daré ,como siempre, al final. Lo que propone  el santo inglés es que no debemos pedir siempre para que Dios nos sane, sino que más bien debemos aprovechar esa enfermedad que Dios permite en nosotros para poder hacer méritos. No lo dice alguien que en teoría nos propone algo que quizás es digno de virtudes heroicas, sino que este consejo proviene de un hombre que experimentó en carne propia el sufrimiento.
         "Si quieres Señor sáname, como sanaste a tantos y tantos cuando estuviste entre nosotros como Hombre. Y si no conviene para mi salvación que yo me recupere, entonces dame la fortaleza, la paciencia y un espíritu trascendente para poder llevar esta dolencia con resignación, por amor a ti y al prójimo" Esa oración que me la he inventado la digo cuando estoy mal.  Le pido el espíritu de fortaleza también para poder sobrevivir al dolor sin causar dolor a los que me acompañan.
         Sé que cuesta, sé que cuando uno está sufriendo dolores horribles no tiene cabeza para andar ofreciendo el sufrimiento, sino que lo único que quiere es sentirse mejor, aliviarse aunque sea por un rato. Hay dolores que son terribles y que a uno lo dejan tirado. Por eso creo que antes de llegar a ese estado de sufrimiento que no nos permite razonar bien,  hay que "conversar" con Dios para que llegado el momento nos asista para sacarle provecho a la enfermedad desde el punto de vista espiritual. Nosotros no sabemos lo que Dios tiene pensado para el bien de nuestra alma, y debemos confiar y confiar, una vez y otra vez, que sea lo que sea, es porque su Voluntad así lo quiere. Una cosa es decirlo y otra padecerlo...confiemos por tanto a la Misericordia de Dios y al conocimiento que tiene de nuestras almas esta intención: pidamos para que no nos pruebe más allá de nuestras fuerzas y que llegado el momento de padecer, nos consuele con su presencia en la Sagrada Comunión, con la infusión de las virtudes y especialmente con la fortaleza del alma.
 
         "Un hombre puede desear muchas veces y sin pecado que Dios le quite la tribulación, pero ni podemos desearlo así siempre, ni tampoco (salva alguna excepción) si no es bajo cierta condición, explícita o implícita, porque las tribulaciones, como sabes, son de muchas clases: vienen unas por pérdida de bienes o posesiones; algunas por nuestra enfermedad; otras por pérdidas de amigos; o de algún daño a nuestros cuerpos; también por el miedo a perder lo que nos gustaría salvar a toda costa; bajo esto cae todo lo que hemos hablado. Tememos la pérdida de posesiones, o la pérdida de nuestros amigos, o su aflicción y pena, o la nuestra, por enfermedad, prisión, o cualquier otro dolor corporal; podemos ser atribulados con el terror de la muerte, y muchos hombres buenos lo son con un temor que quien más necesitaría tenerlo no lo tiene de ninguna manera, a saber, el miedo a perder por el pecado mortal la vida de su pobre alma. Ésta es la tribulación más dolorosa de todas.
         Cuando hay muchas, un hombre puede pedir a Dios que le quite algunas y confortarse con la esperanza de que así lo hará. Contra el hambre, la enfermedad, los daños  corporales, y contra la pérdida  del cuerpo o del alma , los hombres pueden legítimamente rogar muchas veces a la bondad de Dios, por ellos mismos o por sus amigos. Muchas devotas oraciones en el servicio común de nuestra santa Madre la Iglesia son expresamente rezadas con ese propósito. Y también nos ayudan en esas situaciones algunas de las peticiones del Pater Noster,  en el que pedimos nuestro alimento cotidiano y ser preservados de caer en la tentación y que nos libre del mal.
        Aun así no hemos de rezar siempre para que quite de nosotros todo tipo de tentación. Si un hombre pide la salud en cada enfermedad, ¿cuándo se mostraría contento de morirse e ir con Dios? Y ésta es la actitud que un hombre ha de tener; de lo contrario, no irá bien.
        Para los hombres buenos es una tribulación sentir en sí mismos el conflicto de la carne contra el espíritu, la rebelión de la sensualidad contra la regla y el gobierno de la razón, restos que quedan en la humanidad de nuestro viejo pecado original, del que San Pablo con tanto dolor se lamenta en su epístola a los Romanos (21, 6). Pero, a pesar de esto, no hemos de rezar para que desaparezca del todo este tipo de tribulación, pues la providencia de Dios nos la ha dejado para que luchemos contra ella y para que por medio de la razón y de la gracia la conquistemos y la usemos para nuestro mérito.
          Por la salvación de nuestra alma podemos rezar con atrevimiento. Podemos rezar por la gracia, por fe, esperanza  y caridad, y por cada virtud que nos sirva para ir al cielo. Pero, por lo que se refiere a las otras cosas que antes he mencionado y en las que se contiene materia para toda tribulación, no debemos nunca hacer nuestra petición muy precisa, sino que debemos expresar o dar como entendida una condición, a saber, que si Dios ve que lo contrario es mejor para nosotros, lo dejamos todo a su voluntad; y en lugar de retirar nuestra aflicción, le pedimos en ese caso que nos dé fortaleza espiritual para llevarla alegremente o, al menos, la fuerza para soportarla con paciencia. Pues si nos empeñamos en no tener alivio en nada que no sea la desaparición de la tribulación, entonces una de dos: o estamos prescribiendo a Dios que no nos conceda nada mejor de lo que le exigimos, aunque Él lo haría, o le declaramos que sabemos mucho mejor que Él lo que es mejor para nosotros.
         Deseemos por tanto su socorro en la tribulación, pero dejemos a su amorosa voluntad la manera de darlo. Cuando lo hagamos, no dudemos de que así como en su sabiduría infinita ve mejor que nosotros lo que nos conviene, así en su soberana bondad nos dará lo que de verdad es mejor. De otro modo, si presumimos inclinarnos a nuestra propia elección, puede ocurrir que escojamos neciamente lo peor ( a no ser que Dios mismo nos ofrezca escoger, como lo hizo con David, dejándole que eligiera su propio castigo, una vez que su orgullo le había llevado a pensar en hacer censo de su pueblo) Y al prescribir a Dios de modo tan exacto lo que queremos que haga por nosotros - a no ser que rechace nuestra locura por amor nuestro - en su indignación nos concederá nuestra petición, y muy pronto descubriremos que se convertirá en daño. ¿Cuántos hombres recuperan la salud el cuerpo, cuando hubiera sido mejor para la salud de sus almas seguir enfermos?
          ¿Cuántos salen de la prisión y caen luego en males de los que la prisión les hubiera mantenido apartados? ¿Cuántos, a quienes ha repugnado perder sus bienes materiales, han perdido la vida poco después al conservarlos? Tan ciega es nuestra mortalidad, y tan inconsciente de lo que va a ocurrir, tan incierta también de cómo pensaremos mañana, que Dios no podría castigar más fácilmente a un hombre que concediéndole todos sus insensatos deseos.
          Qué cabeza tenemos nosotros, pobres locos, para saber lo que será mejor, cuando el mismo bienaventurado Apóstol, que tres veces pidió a Dios que apartara de él su grave tribulación, fue contestado por Dios de manera que venía a decirle que era un loco al hacer tal petición, porque la ayuda de su gracia fortalecerle en esa tribulación era mucho mejor para él que quitársela. Al experimentar la verdad de esa lección, nos advierte para que no seamos demasiado alocados al pedir cualquier cosa de Dios, ni tampoco muy precisos en nuestra petición, sino que dejemos la elección a su gusto. Su propio Espíritu Santo desea tanto nuestro bienestar, que se podría decir que suspira por nosotros de modo que ninguna lengua puede expresar. Dice San Pablo: Nos autem quid oremus ut oportet nescimus, sed ipse Spiritus postulat pro nobis gemitibus inenarrabilibus: Pues no sabiendo ni siquiera qué hemos de pedir en nuestras oraciones, ni cómo conviene hacerlo, el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables.
         Digo entonces en conclusión: nunca pidamos de Dios exactamente nuestro propio alivio librándonos de la tribulación, sino su ayuda y fortaleza de la forma que quiera. De esta manera, podemos encontrar alivio aun en esa petición, pues estamos seguros de que esta disposición viene de Dios, y también de que, si ha empezado a trabajar en nosotros, no dejará de continuar con nosotros a no ser que huyamos de Él. Si Él mora en nosotros, ¿qué puede hacernos daño? Si Deus nobiscum quis contra nos: Si Dios está con nosotros, dice San Pablo, ¿quién puede estar contra nosotros?"
   Santo Tomás Moro, Diálogo de la Fortaleza contra la Tribulación, Editorial Rialp, 2002.
 
                    
        



8 comentarios:

  1. Estimada Amiga:
    Si Dios nos va a probar con el dolor físico, le pido a lo menos que nos de los consuelos espirituales. Que nos asista con sus sacramentos para que nunca perdamos la paz.
    Eso es todo lo que le puedo comentar, que el dolor duela menos con los consuelos del alma.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es lo que yo también espero.
      Gracias como siempre por comentar,
      Beatrice

      Eliminar
  2. Y el Señor también nos consuela poniendo en nuestras manos los buenos libros que nos dejaron nuestros hermanos mayores (éstos sí son nuestros hermanos mayores, se entiende ¿no?)y que siempre es un deleite leer en papel o encontrarse un trocito en internet
    Yo también tengo a mano este libro de sto. Tomás Moro, en su portada con un cuadro de Rembrandt.

    Se me ocurre que también el dolor, crónico o no, tiene un mensaje importante para nuestro entorno: el de ejercer la caridad con nosotros, los que quisiéramos no enfermar

    ResponderEliminar
  3. Estimado anónimo: los buenos autores nos acompañan y nos hablan, son los gigantes sobre los cuales estamos parados y a falta de buenos directores y de buenos pastores recurrimos a ellos.
    Es el mismo libro, con la imagen de Cristo descendido de la cruz.
    Gracias por sus palabras,
    Beatrice

    ResponderEliminar
  4. Gracias por traer lo de Tomás Moro, Beatriz. Pensando en estos temas, de no pedir demasiado por el alivio de nuestros dolores, hay un hecho relacionado íntimamente y que tiene que ver con la vida de muchos santos. Me refiero a los estigmatizados, a los cuales Dios "premia", o mejor "corona" -porque no es mérito propio- su santidad con sus llagas y dolores en esta vida. Y los manda a sufrir, y se averguenzan inicialmente, quedan desconcertados, y terminan pagando misteriosamente en su carne lo queda de las tribulaciones de Cristo (Col I, 24).
    W.


    ResponderEliminar
  5. Estimado W: Estos estigmatizados son almas tan queridas por Dios que las ha hecho partícipes de su Pasión. Ellos que tienen un corazón inocente y que intentan agradar a Dios en todo ofrecen su dolor por las almas de los pecadores, por los ingratos, por los que no creen...por todos nosotros, cargando la Cruz sobre sus espaldas completando la pasión de Cristo.
    Gracias por su comentario,
    Beatrice

    ResponderEliminar
  6. Saludos a la distancia estimada bensoniana. En estas cosas trato como de llevarme al extremo de estar fuera de mi y no ser yo (aunque el intento no siempre se concreta), es decir cuando vengo al yo las pequeñas molestias se hacen pesarosas, el pobrecito yo, trato de sustraerme de el, es como sostener una vara y fustigarle en la espalda y decirle "calla ya necio", pero el malandrín sigue de inoportuno cual niño caprichoso, es la pugna, es la batalla necesarisima, tan pronto salgo de comulgar cuando ya en la calle veo una mujer voluptuosa y !suaz¡ a sacar la vara. A veces me veo tan miserable, siendo proclive a tanta debilidad, pero el meollo del asunto es eso, fortuna nuestra es la debilidad cuando es combatida en y por CRISTO.

    Por cierto con respecto al tema anterior te comento que practicamente soy miembro del grupo Una Voce, somos jovenes con las mismas inquietudes, espero encontrar allí mas que amigos, soldados, camaradas unidos en su lucha por la fe de siempre. Ayer recibimos a un sacerdote de la FSSPX, un buen cura, recio, otro buen motivo para la cohesión y la lucha.

    ResponderEliminar
  7. Querido Pseudopenitente:
    En nuestra debilidad ahí está nuestra fortaleza dice San Pablo. Hay que tomar esa flaqueza y elevarla para convertirla en un triunfo, en méritos para el cielo aunque sea con azotes. El maligno está siempre a la vuelta de la esquina - o a la salida de la misa - para tentarnos.
    Hoy tuve la bendición de asistir a la misa de Pentecostés en Una Voce Magnificat (Chile) en Santiago, donde tres de mis hijos acolitaron. Así que estamos en el mismo círculo.
    Gracias por sus comentarios,
    Un abrazo,
    Beatrice

    ResponderEliminar

Comentarios anónimos solo se publicarán sin son un aporte al blog