En la capilla del convento
En ella todos sus
anhelos están entremezclados y reunidos.
Las almas mudas se
expresan a través de ella.
Bajos sus pies siente la tierra
Vibrar con una profunda pasión.
Pasan a través suyo nuestras
mareas de sentimientos,
Y encuentran a su Dios
dentro de su alma
Un alma contemplativa
En
la tarde siguiente a esa misma hora, viniendo
hacia dentro de la casa para tomar el té, encontré al anciano sentado
bajo el dintel de la puerta abierta mirando el césped con un libro en sus
rodillas y con un dedo metido entre las páginas. Me extendió el libro mientras
me acercaba y me señaló el título: “Las moradas del castillo interior”.
-
Justo estaba leyendo – dijo – la descripción de Santa Teresa acerca de la
diferencia entre la visión intelectual y la imaginativa. Es curioso como ella
realmente es insuficiente al expresarlo, excepto para alguien al que le ha sucedido
tener una visión como las que ella refiere. Supongo que uno de los
signos de la realidad del mundo espiritual es que nunca se podrá describir tan
bien como se lo conoce.
Yo
me senté.
- Lo siento, pero no entiendo ni una palabra
de lo que estás diciendo – respondí sonriendo. Para responderme él abrió el
libro, y leyó una curiosa, jadeante e incoherente frase de Santa Teresa, o al
menos es lo que a mí me pareció.
-
Lo siento, yo todavía…
-
¡Oh! – Respondió casi con impaciencia – seguramente tú lo sabes, en realidad sabes, pero no lo
reconoces.
-¿Puedes
darme algún ejemplo? – pregunté.
Él
se quedó pensando por un momento en silencio y luego me dijo:
-
Creo que puedo, si tú estás seguro que no te aburrirás con esto.
Sirvió
té para los dos y luego comenzó:
-
La mayoría de las historias que te he contado son de la visión imaginativa, lo
cual no significa que esta visión sea irreal o falsa. Para la mayoría de las
personas eso es lo significado por
“imaginativo”. Pues bien, expresa solamente que se presenta como en forma de
una imagen visible. Parece más que todo que la función de la imaginación es la
de visualizar realidades, y que es un abuso de esta facultad emplearla
principalmente para visualizar fantasías. En cambio, es posible a la realidad
espiritual representarse al intelecto a
sí misma viva y claramente. Por tanto la
persona a la que se le da esta visión
intelectual, por así decirlo, no “ve” nada, sino que únicamente “aprehende”
algo que es verdad. En seguida eso se te
hará más claro.
Hace
unos años atrás tomé mis vacaciones haciendo una solitaria caminata. No te
contaré donde fui, pues existen otras personas a los que les concierne esta
historia, a las cuales les desagradaría enormemente que se hablara públicamente
de ellas de la manera en la que voy a tener que hacerlo. Sin embargo, es
suficiente decir que llegué al pueblito al atardecer. Mi objetivo al llegar a
ese lugar era visitar un convento de monjas de clausura las que tenían una gran
reputación de santidad. Traía conmigo una carta de presentación para la madre
superiora y sabía que así iba a ser admitido en la capilla. Dejé mi bolsa en la
posada y luego caminé hacia el convento el cual estaba un poco lejos de la
ciudad.
Una
hermana lego me abrió la puerta y me invitó a ir hacia el locutorio mientras le avisaba a la Madre Superiora.
Después de esperar unos pocos minutos en una modesta habitación con su suelo de
cera de abejas y sus grabados y objetos religiosos, una maravillosa y noble
señora mayor con el rostro sereno y arrugado llegó con mi carta en su mano.
Hablamos unos minutos acerca de varios asuntos mientras tenía en mi mano un
grueso vaso con un vino de prímula.
Ella
me contó que el convento era una antigua fundación que había sido una casa de
campo desde época de la disolución de las casas religiosas, hasta que había
sido adquirida por la comunidad unos veinte años atrás. Todavía quedaban las
antiguas construcciones que eran parte de las clausuras y la parte sur de la
antigua iglesia, la cual era ahora la capilla. La totalidad estaba conformada
por uno o dos muros formando un patio por donde ella había llegado. Detrás de
la casa estaba el jardín que se podía ver desde la ventana del locutorio. Desde
donde yo estaba sentado pude ver una o dos cruces que señalaban el cementerio
de las monjas.
Hice averiguaciones acerca de cómo la
comunidad pasaba el tiempo. “Nuestro objetivo” – dijo la señora – “es
interceder perpetuamente por los pecadores. Tenemos la gran alegría de tener al
Santísimo Sacramento con nosotros en la capilla, y a excepción de los oficios y
de la misa, siempre hay alguna hermana arrodillada en adoración. Después nos
ocupamos de un par de señoras que están enfermas desahuciadas las cuales han
venido a pasar sus últimos días con nosotras. Nos ganamos la vida bordando.”
Le
pregunté cómo era que podían recibir extraños si su orden era de clausura.
“Solamente las hermanas lego y yo misma podemos recibir extraños. Creemos que
es necesario”.
Después
de una pequeña conversación le pregunté si podía ver la capilla, y ella
inmediatamente me llevó a ahí a través del patio. Al caminar por ese lugar me
señaló la clausura, construía actualmente en uno de los corredores, y el largo
muro en ruinas de la antigua nave la cual formaba uno de los lados del
cuadrilátero. Enfrentamos una tumba y un perro collie se nos unió en la puerta.
Los tres avanzamos lentamente a través de la puerta en el centro del muro oeste
de la restaurada nave central. El dorado sol del atardecer descansaba sobre el
muro frente a nosotros y en la ruinosa base de la torre central de la antigua
iglesia, alrededor de la cual unos grajos giraban y revoloteaban.
El
viejo sacerdote se interrumpió y se volteó hacia mí, sus ojos ardían.
-
Qué cosa más maravillosa es la vida religiosa – dijo – y sobretodo la vida
contemplativa. Aquí estaban estas monjas, y sin duda ellas y sus hermanas más
jóvenes aún lo están, sin lo que a los ojos del mundo hace que la vida valga la
pena vivirla: existe prácticamente un silencio perpetuo; se pasan horas en la capilla; sin lujos; sin diversiones;
sin poder de elección; y por último siempre hay hambre y cansancio. Pero aun
así, no hay dimisiones. La felicidad presente
en vistas a la felicidad futura, tal como el mundo lo supone siempre, pero
ellas son intensa y radiantemente felices ahora en este tiempo presente. No sé qué
más pruebas puede querer alguien de que nuestro Señor encuentra en estos hombres y mujeres a los más entusiastas,
y de hecho, su única alegría es estar sirviéndolo perteneciéndole a Él.
Bueno,
recuerdo que alguna idea similar a esta estaba en mi mente cuando crucé el
patio junto a esta maternal señora con su feliz y tranquilo rostro. Ella
llevaba más de cincuenta años en religión – me dijo mi amigo - Ella se detuvo
en la puerta. “No entraré” –dijo – “pero usted me encontrará en el locutorio
cuando salga”.
Ella
se dio la vuelta y regresó con el collie caminando lentamente junto a ella con
su cola dorada levantada la cual golpeaba el hábito negro.
La
puerta estaba semi abierta y tenía una gruesa cortina colgada. Yo la empujé con
suavidad y di un paso dentro. Al principio me pareció muy oscura en contraste
con los brillantes rayos del sol afuera. Después me percaté que estaba
arrodillado frente a una gran reja de hierro, la cual no tenía puerta. A la
izquierda, en la esquina más alejada de la capilla brillaba una tenue luz azul
en una delgada lámpara de plata delante de una imagen de nuestra Señora. En el
lado opuesto al mío estaban las gradas frente al altar mayor, pero no muy lejos
porque como recordarás, la capilla es lo que queda de lo que fue la nave
central de la iglesia. En el muro este, al centro del cual estaba el altar
mayor, era más largo que ambos. En el muro del lado sur había un segundo altar.
Una moderna pared de ladrillos lo cierra en el norte. Sobre el altar había un
fino crucifijo negro y blanco con seis delgadas velas rosadas y más arriba
estaba el Sagrario cubierto con una cortina de seda blanca y delante parpadeaba
un pequeño punto rojo.
Recé
un par de oraciones y luego noté por primera vez una silueta oscura ascendiendo
desde el centro justo frente al altar. Me quedé perplejo por un instante, luego
me di cuenta que era una monja en su hora de intercesión. Su espalda se volvió
hacia mí cuando se arrodilló en el reclinatorio y su negro hábito cayó rígido
en sus hombros y abajo se mezcló con su estameña negra. Ahí estaba ella rezando arrodillada con perfecta inmovilidad.
No tuve, no tenía ninguna noción acerca de su edad. Podría haber tenido unos
veinticinco o veintisiete años.
Al
estar arrodillado ahí pensé detenidamente, preguntándome por la edad de la
monja, hace cuánto tiempo que había profesado, cuándo moriría, si ella era
feliz. Lo siento, pensé más en ella que
en Él que estaba tan cerca. Entonces una especie de ira se apoderó de
mí, y comparé en mi mente la vida de una feliz mujer en el mundo con la de esta
pobre criatura. Me imaginé la vida, tal como uno lo ve tan a menudo en los
hogares, con una madre con sus hijos creciendo cerca suyo, con sus manos
ocupadas en el saludable trabajo hogareño y con su vida glorificada por el amor
de un buen hombre. Ella poniéndose mayor, pasando de felicidad en felicidad,
confortando, ayudando, endulzando el alma de cuantos conoce. Pensé, reprendiéndome a mí mismo, ¿No fue
esto para lo que esta mujer – y para los hombres también – fueron creados?
Después
pensé en la amarga vida de clausura, ¡con tanto desamor y desolación como estos
mismos muros! Pensé si existía ahí también
en la vida religiosa una extraña y peculiar alegría; si existía incluso
una abstinencia de dolores y ansiedades como la que estropea la felicidad de
tantas vidas en el mundo. Y sin embargo, después de todo, la vida contemplativa
es inútil y estéril. La vida activa puede ser suficientemente buena si las
oraciones y el asunto de la disciplina funciona eficazmente, si el sacerdote es
más ferviente cuando ejerce su ministerio afuera y si la hermana de la caridad
es más caritativa. Sí, pensé, la vida religiosa activa está razonablemente
bien, pero la contemplativa ¡Uf! Porque al fin y al cabo ella es esencialmente
egoísta y constituye un pecado contra la sociedad. Tal vez fue necesaria cuando
la crueldad del mundo era más feroz y se protestaba contra aquello mediante
este retiro, pero ahora no, ¡ahora no! ¿Cómo puede la masa levar si la levadura
se retira? ¿Cómo puede un alma servir a Dios renunciando al mundo que Él creó y
amó?
Y
entonces – dijo el sacerdote volviéndose de nuevo a mí - fui un pobre tonto ignorante, pensando que
la mujer que estaba arrodillada frente a mí era menos útil que yo, y que mis
palabras, acciones, sermones y vida hacían más por la promoción del Reino de
Dios que sus oraciones. Luego, cuando alcancé el clímax de la tontería y del
orgullo, Dios fue bueno conmigo y me dio una lucecita.
La
verdad es que no sé cómo explicarlo. Además, nunca lo he expresado con palabras, excepto para mí
mismo. Fui consciente, con mi intelecto, de uno o dos hechos claros. A fin de
contarte aquellos hechos, voy a usar un
lenguaje figurado, pero recuerda que esto es una traducción y una paráfrasis de
lo que yo vi.
Me
percaté que en el Sagrario había una gran agitación y movimiento. Algo que
latía como un corazón enorme, y las vibraciones de cada pulsación parecían
hacer temblar todo el suelo. Puedes imaginarlo también como el movimiento de
una fuente profunda y clara cuando el tazón que lo contiene es sacudido, y se
producen como ondas circulares cruzando y recirculando con rápidos revoloteos.
O también puedes imaginarte esto como el débil movimiento de luces y sombras
que pueden ser vistos en el centro de un horno caliente. O puedes figurártelo
como un sonido, como el sonido del palo mayor de una nave con el aparejo
moviéndose con un viento constante; o como el sonido de lo más profundo de un
bosque en un mediodía de julio.
El
rostro del sacerdote estaba activo y sus narices se movían nerviosamente.
-
¡Qué desesperante es expresar todo esto! – Dijo – recuerda que todas estas
imágenes son muy inferiores a lo que yo percibí. Son solamente un parafraseo de
una realidad espiritual que me fue mostrada. En ese instante, yo estaba
consciente que ahí había algo con la misma actividad en el corazón de la mujer,
pero yo no sabía cuál era el centro de control. Yo no sabía si la iniciativa
manaba del Tabernáculo y se comunicada a sí mismo a la voluntad de la monja, o
si ella, encorvada sobre sí hacia el Sagrario, ponía en movimiento este enorme
poder latente. A mí me pareció posible que la solución estaba en el hecho de
que eran las dos voluntades las que cooperaban cada una reaccionando sobre la
otra. Esto ahora de alguna manera, me
parece cierto como expresión total del libre albedrío, de la oración y de la
gracia. De todos modos como te lo he dicho, la unión de estos dos se me
representa formando como una especie de engranaje que irradia una
inmensa luz, sonido o movimiento.
En
aquel momento percibí algo más. Una vez me quedé dormido en uno de esos trenes
rápidos del norte, y no me desperté hasta que llegamos a la última estación. Lo
último que vi antes de caer dormido fue esa serena oscuridad de los bosques y
de los campos por donde íbamos cruzando y fue
muy chocante despertar con el zumbido brillante del terminal y el conducir a través de las calles atestadas,
bajo el fulgor eléctrico de las luces y de las ventanas. Sentí algo por el
estilo. Un momento antes me había imaginado a mí mismo lejos del movimiento y
de la actividad en este tranquilo convento, pero parecía que de alguna manera
había entrado al centro de una vida ocupada y agitada. Escasamente puedo poner
una sensación más clara que esta. Yo estaba consciente que la atmosfera estaba
cargada con energía y un gran poder parecía estar en movimiento y que yo estaba cerca del centro de toda esa
conmoción.
Piensa
sobre esto de la siguiente manera: ¿alguna vez has tenido que esperar en una
oficina de la City de Londres? Si lo has hecho sabrás que una intensa
tranquilidad puede coexistir con una intensa actividad. Existen personajes
silenciosos aquí y ahí alrededor de las oficinas. Puede que haya un personaje
así como un gran financista sentado en su oficina casi inmóvil, pero sabes que
cada movimiento que ejecuta estremece, por llamarlo de alguna forma, desde esta
silenciosa habitación a todo el mundo. Imagina cuántas personas están listas
para obedecerle o para resistirle. Cuántas vidas se levantan, o cuantas
fortunas se hacen y se pierden con los gentiles movimientos de este solitario y
tranquilo hombre en su oficina. Bueno, eso mismo ocurría aquí. Yo percibí a esta negra figura arrodillada en
el centro de la realidad y de la fuerza, y que con los movimientos de su voluntad y de
los labios controlaba los destinos espirituales de la eternidad. Desde esta
pacífica capilla arrancaban los destinos del poder espiritual que se perdían en
la lejanía, confundiéndose en lo profundo, en lo terrible y en lo intenso de su
fuego escondido. Las almas saltan y se remecen en conflicto tal como esta tensa
voluntad se esfuerza por ellos. Incluso las almas, en el momento mismo de dejar
el cuerpo, se debaten con la muerte en vistas a la vida espiritual y caen
desvanecidas y salvadas a los pies del Redentor al otro lado de la muerte.
Otras, allanadas y desvanecidas por el pecado, despiertan y gruñen ante la
misericordiosa estocada de las oraciones de esta pobre monja.
El
sacerdote ahora estaba temblando de entusiasmo.
-
Sí – dijo – sí, y yo en mi estúpida arrogancia había pensado que mi vida era más
activa en el mundo de Dios que la de ella.
Solamente si estuviéramos locos podríamos pensar que un pequeño
comerciante provinciano, tan bullicioso y del otro lado del mostrador, tiene
una vida más activa y vívida que la vida del director que está sentado en su
escritorio en la City. Sí, es un símil vulgar, pero es lo único que puedo
pensar para poder finalmente expresar lo que sé que es verdad. Ahí frente a mí yace
mi pequeña y estrecha vida, hecha de apocadas oraciones, de esforzados y
débiles negocios con los almas. ¡Cuán complaciente había sido yo con todo esto!
¡Cuán auto-centrado! ¡Cuán fuera de la marea real del movimiento espiritual! Y
mientras tanto, por años posiblemente, esta monja se ha afanado detrás de
aquellos muros en el silencio de la gracia, con el murmullo del mundo llegando
débilmente a sus oídos. El clamor de los
pueblos y de las naciones, el de las
personas a las que el mundo considera importantes afuera sonando como las voces
de los niños jugando en una enlodada calle. Porque, en efecto, esto es lo que
somos nosotros comparados con ella: niños haciendo pasteles de barro o jugando
a la tienda afuera de la oficina del financista.
El
sacerdote se mantuvo después en silencio y su rostro comenzó a calmarse de
nuevo. Después de un instante retomó la palabra.
-
Bueno – dijo – creo que esto ha sido una visión intelectual. No existe una
representación de imagen o de sonido, sólo puedo expresar lo que me ha sido
mostrado como cierto bajo aquellas figuras. Cuando miro hacia atrás casi me
parece como si el aire de la capilla estuviese lleno de un murmullo y una
niebla luminosa, mientras las corrientes de necesidad y de gracia iban de aquí
para allá, aunque yo sabía que realmente el silencio era profundo y el aire
estaba oscurecido.
Entonces
yo le hice una tonta observación.
-
Si te sientes así respecto de la vida contemplativa, me pregunto si no intentas
entrar por ti mismo.
El
sacerdote me miró por un instante.
-
Seguramente sería imprudente para un pequeño comerciante sin ninguna habilidad
en particular competir con un Rothschild.
R.H Benson, The Light Invisible
A pesar de ser laico, tener familia y estar en el mundo, siempre admiré la vida contemplativa y de clausura, y trato de visitar monasterios siempre que puedo (el de los monjes trapenses en Azul, provincia de Buenos Aires, es particularmente hermoso, y logra conciliar muy bien la vida de clausura de los monjes con la hospitalidad hacia aquellos que quieren experimentarla un poco). Nunca pensé que tal vida es estéril, siempre pude notar, de manera muy ténue y difusa, la visión intelectual tan bien descrita acá. Maravilloso texto sobre la tremenda utilidad - y hoy en día más que nunca - de la vida monástica de clausura.
ResponderEliminarDisfruto inmensamente de tus traducciones de "The Light Invisible", gracias nuevamente por el trabajo!
Estimado Carlo: coincido con usted. Pareciera que esta historia hubiera sido escrita en estos tiempos actuales, a un mundo el cual sólo valora la acción y que menosprecia la contemplación.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus palabras, son un golpe anímico para mí.
Un abrazo,
Beatrice