El águila de sangre
Cuando
volví una noche a mi pieza encontré, en la pequeña estantería cerca de la
ventana, un libro cuyo título ahora he olvidado, pero que describía aquellos
lejanos días en los que la religión de Cristo y los dioses del norte coexistían
en Inglaterra. Lo leí durante una o dos horas antes de dormirme, y de nuevo
cuando me estaba vistiendo a la mañana siguiente. Durante el desayuno hablé
sobre él.
- “Sí”
– dijo el viejo – “este era uno de los libros de mi padre. Recuerdo haberlo
leído cuando era niño. Creo que se refería a lo poco informado y lo poco
científico de esos días. Mis padres pensaban que todas las religiones, a
excepción del cristianismo, eran obra del demonio. Yo creo, sin embargo, que
San Pablo nos da un poco más de esperanza acerca de esto.”
Durante
un rato no dijo nada más, pero en el transcurso de la mañana, mientras yo
caminaba de un lado a otro en el terraplén que corre bajo los pinos junto al
camino de la entrada, vi al sacerdote acercándose a mí con un libro en su mano.
Él estaba un poco empolvado y su rostro sonrojado.
-“Fui a
buscar algo que pienso puede interesarte después de lo que hablamos en el
desayuno” – comenzó – “finalmente lo encontré en el altillo”.
Comenzamos
a caminar juntos de arriba abajo.
-“Me
ocurrió una cosa curiosa” – dijo – “Cuando era niño recuerdo habérselo contado
a mi padre cuando volví a casa y el recuerdo permaneció en mi mente. Unos años
antes un viejo profesor estaba alojando en casa junto a nosotros, y una noche
después de la cena en la que habíamos estado hablando acerca de lo mismo que tú
me contabas durante el desayuno, mi padre me lo hizo contar de nuevo. Cuando
terminé el profesor me preguntó por qué no lo escribía para él. Entonces yo lo
escribí en este libro primero y posteriormente hice una copia para él y se la
envié. El libro en sí es una especie de diario irregular que algunas veces usé
para escribir. ¿Te importaría escucharlo?”.
Cuando
le dije que me gustaría oír la historia, él retomó la palabra una vez más.
- “En
primer término debo explicarte las circunstancias. Yo tenía alrededor de dieciséis años. Mis
padres se habían ido de vacaciones al extranjero, y yo me fui a quedar con un
amigo del colegio a su casa, no muy lejos de Ascot. Solíamos tomar nuestro
almuerzo y luego ir a pasar el día, cuando estaba despejado pues era época de
Navidad, junto a los brezales. Debes tener presente que por aquella época yo
solamente era un chico de colegio y por tanto me atrevo a decir, que exageré o
sobrevaloré un poco los detalles, pero en el hecho principal de la historia
puedes confiar. ¿Sentémonos mientras lo leo?”
Así
pues nos sentamos nuevamente en un escaño que estaba al final del terraplén,
con una vieja casa disfrutando del sol frente a nosotros. Él comenzó a leer:
-“Cerca
de las seis de la tarde, en uno de esos días de fines de Enero, Jack y yo
estábamos todavía caminando por los altos brezales cerca de Ascot. Habíamos
estado caminando todo el día y nos habíamos perdido. Sin embargo, nos
mantuvimos caminando en línea recta lo más que pudimos, sabiendo que en
cualquier momento nos cruzaríamos con el camino principal. Estábamos muy
cansados y silenciosos, hasta que de pronto Jack exclamó y señaló una luz que
venía a través del brezal. Permanecimos sin movernos por unos momentos para ver
si la luz se movía, pero se mantuvo estática.
-¿Qué
es eso? – Pregunté – no puede haber una casa por aquí cerca.
- Supongo
que será la casa de los escoberos – dijo Jack.
Le
pregunté qué quería decir.
- No lo
sé exactamente – dijo Jack – creo que son una especie de gitanos.
Tropezamos
con los brezos mientras la luz se fue intensificando de manera constante. La
luna comenzó a asomarse. Era una noche clara, una de esas noches frescas, sin
ese viento que viene después de un otoño húmedo. Jack se sumergió en una zanja
oculta y yo escuché el hielo agrietarse. Él salió a toda prisa.
-¡Por
Júpiter! Mañana patinaje – dijo.
Como
cada vez estábamos más cerca, comenzamos a ver que nos estábamos aproximando a
un pequeño bosque de abetos y el brezal comenzó a hacerse menor. Miré a la luz
y entonces vi que ahí existía una estructura, una especie de casa desde la que
salía la luz. La ventana, aparentemente, era de una forma irregular y la casa
parecía estar apoyada contra un alto abeto en las afueras del bosquecito.
Aunque estábamos cerca nuestros pies no metían ruido en el brezal. Pude darme
cuenta que la casa estaba construida alrededor del abeto, el cual servía como
una especie de viga central. La casa estaba hecha de ramas de acacia y cubierta
con pesada paja y brezo.
Yo
estaba cada vez más ansioso porque nunca había escuchado acerca de los
“escoberos” (fabricantes de escobas), y también, lo confieso, un poco temeroso
porque el lugar era solitario y sólo éramos dos niños. Yo me adelanté y alcancé la ventana y miré adentro. En las
paredes de dentro estaban colgadas unas frazadas y unas ropas para mantener al
viento afuera. Había un viejo y largo banco en la esquina. El suelo al parecer
estaba cubierto con ramas y mantas. La pared opuesta estaba despejada,
parcialmente cerrada con una valla de acacia que estaba apoyada contra ella.
Medio sentada, medio tumbada sobre el banco había una anciana con su rostro
cubierto. Una lámpara de aceite colgaba desde una de las ramas del abeto que
ayudaba a formar el techo. Aparte de la anciana, no había señal de otro ser
vivo en el lugar. Vi que Jack se aproximó por detrás y hablo sobre mi espalda.
-¿Puede
usted indicarnos la ruta más próxima para llegar al camino principal? –
preguntó.
La
anciana se sentó súbitamente, con una mirada de terror en su rostro. Ella
estaba extraordinariamente sucia y lucía decrépita. Pude observar, a través de
la mortecina luz de la lámpara, que ella tenía un viejo rostro arrugado, con
los oscuros ojos hundidos, mientras que las cejas y el pelo eran canos. Su boca
comenzó a balbucear mientras nos miraba. De repente hizo un gesto violento
hacia la ventana para saludarnos.
Jack
repitió la pregunta y la anciana se puso de pie y cojeó con calma y encorvada
hacia la puerta y en un momento estuvo junto a nosotros. Fue ahí cuando me di
cuenta de lo pequeña que era. No podía tener más de cinco pies de altura y
estaba muy torcida. Debo decir una vez más, que me sentí muy intranquilo y
sobresaltado con esta terrorífica y vieja creatura cerca de mí mirándome hacia
arriba. Ella me tomó del abrigo y con su mano hacía señas rápidas en cualquier
dirección. Parecía estar advirtiéndonos sobre el bosquecito, pero sin decir
absolutamente nada.
Jack se
puso más impaciente.
-¡Sorda
vieja tonta! – dijo él en voz baja y luego fuerte y lentamente - ¿Puede usted
indicarnos la ruta más próxima para llegar al camino principal?
Entonces
ella pareció entender y apunto con energía en dirección al camino desde donde
veníamos.
-¡Esto
no tiene sentido! – Dijo Jack – nosotros venimos de ahí. Vamos por este camino,
no podemos pasar toda la noche aquí – Entonces se tornó hacia un lado de la
casita y desapareció en el bosquecito.
La
anciana soltó mi abrigo al instante y comenzó a correr tras Jack y yo me fui al
otro lado de la casa y vi a Jack moviéndose frente a la casa ya que los abetos
estaban dispersos en la orilla del bosque. La luz de la luna se filtraba a
través de ellos. Observé que la anciana, al volverme hacia el bosque, se había
detenido, sabiendo que ella no podía divisarnos y permaneció de pie con sus
manos extendidas y emitiendo un curioso sonido, entre llanto y sollozo. Yo
estaba un poco incómodo porque no la habíamos tratado a ella con cortesía. Me
detuve, pero justo en ese instante Jack me llamó:
- Ven –
dijo – seguro que encontraremos el camino al final de esto.
Entonces
yo continué y al voltearme hacia atrás, vi que la pequeña anciana seguía de pie
como antes. Vi, entremedio de los árboles, como ella se llevó una mano a la
boca y emitió un curioso silbido que por alguna razón me asustó. Pareció
demasiado fuerte para ser dicho por algo tan pequeño.
Tan
pronto entramos al bosque la oscuridad se hizo mayor. Aquí y allá en un espacio
abierto, la luz de la luna cubría con manchas blancas el suelo cubierto con
agujas de abeto, siendo rodeados por una gran área oscura. A pesar de que el
bosque se situaba sobre un terreno elevado, los árboles crecían tan densamente,
que no podíamos ver el campo alrededor. De vez en cuando nos tropezábamos con
alguna raíz o éramos atrapados por alguna zarza. Me pareció que estábamos
siguiendo un estrecho sendero que nos
conducía más y más profundamente hacia el corazón del bosque. De pronto Jack se
detuvo y levantó su mano.
-¡Cállate!
– dijo.
Me
detuve y escuchamos sin respirar. Después de un instante dijo nuevamente,
“Cállate, viene algo”, y saltó fuera del sendero detrás de un árbol y yo lo
seguí.
Fue
entonces cuando escuchamos algo arrastrarse frente a nosotros y un gruñido. Una
enorme criatura se aproximó corriendo por el sendero y una vez que pasó yo la
miré, aunque mi mente estaba aterrorizada. Vi que era un enorme cerdo, pero la
cosa que me quitó el aliento y enfermó, fue que esta cosa corrió casi toda la
distancia con una profunda herida en su espalda desde donde brotaba sangre. La criatura, que gruñía pesadamente, se derrumbó camino a la casa, y luego el
sonido despareció a lo lejos.
Al
apoyarme contra Jack pude sentir su brazo temblando mientras abrazaba el árbol.
-Oh, Oh
– dijo en seguida – debemos salir de aquí. ¿Por cuál camino? ¿Por cuál camino?
Pero yo
seguía atento escuchando e hice que se mantuviera en silencio.
-
Espera – le dije - hay algo más.
Desde
fuera del bosque, frente a nosotros, se sintió un jadeo y el suave sonido de
unos pies que cojeaban por el sendero. Nos agachamos lo más bajo que pudimos y
observamos. Enseguida la figura de un hombre encorvado se hizo visible
abriéndose paso rápidamente a través del camino. Parecía estar sobresaltado y
sin aliento. Su boca se estaba moviendo, hablaba consigo mismo en voz baja con
un tono quejumbroso, pero sus ojos examinaban el bosque de lado a lado.
Tan
pronto como llegó donde estábamos, nos recostamos en el suelo y apenas nos
atrevíamos a respirar. Vi que una de sus manos, que colgaba al frente, se abría
y se cerraba y que estaba manchada con algo que a la luz de la luna se vía
negro. Él no nos vio ya que estábamos escondidos detrás de una gran zarza,
luego continuó por el sendero y entonces todo volvió a estar en silencio.
Cuando
pasaron unos minutos en una perfecta calma, nos levantamos y nos fuimos, pero
ninguno de los dos se animó a caminar por el sendero desde donde habían venido
estas dos terribles cosas chorreantes, y nos fuimos tropezando con el suelo
quebrado, manteniendo un curso paralelo al sendero, por alrededor de unas
doscientas yardas.
Jack
comenzó a recobrarse e incluso a hablar y a reír del susto, del cerdo y del
viejo. Después me dijo que no había visto la mano del anciano.
Más
adelante el camino comenzó a hacerse cuesta arriba y en esta parte súbitamente
detuve a Jack.
-¿No lo
ves? – pregunté.
Actualmente
apenas recuerdo lo que dije o hice, pero esto es lo que mi amigo me dijo
después. Jack me contó que no había nada especial. Lo que había era una loma en
el terreno, y que en esta parte los árboles se separaban.
-¿No
ves nada en la cima de la loma, en el claro, donde se refleja la luz de la
luna?
Jack me
dijo después que él pensó que me había vuelto loco de repente y se llenó de
miedo.
- ¿No
ves a la mujer que está ahí? Tiene un
rubio cabello largo tomado en dos
trenzas y unos gruesos brazaletes de oro en sus brazos desnudos. Lleva una
túnica que está rodeada con un cinturón que nace desde sus rodillas. En su
pelo, en su cinturón y en sus brazaletes tiene una joya roja, y sus ojos
brillan a la luz de la luna. Ella está a la espera de lo que se le ha escapado.
Jack me
contó que cuando yo le dije eso, caí de bruces con mis manos extendidas y
comencé a hablar, pero él no podía entender una palabra de lo que decía. Él
mismo miró la loma ininterrumpidamente, pero ahí no había nada más que tres
abetos erguidos en forma circular y un espacio vacío en el medio y desde ahí se
llegaba al brezal, y eso era todo. Este montículo estaba a unas cincuenta
yardas de nosotros.
Según
cuenta Jack, yo yací ahí por unos minutos y luego me levanté y miré a mi
alrededor. Recuerdo que vi al cerdo y al viejo, pero nada más. Yo estaba
aterrorizado ante el recuerdo e insistí en abordar un nuevo rumbo a través del
bosque y dejar la loma detrás nuestro. No supe porqué el montículo este me
asustaba, pero no quería ir cerca de él. Jack sabiamente no dijo nada más hasta
más tarde.
Prontamente
encontramos nuestra ruta fuera del bosquecito. Dimos contra el brezal a una
media milla o algo, y fue así como
llegamos al camino que Jack conocía y volvimos a casa.
Cuando
le relatamos nuestra historia - y Jack
para mi asombro había agregado la parte que ni yo mismo recordaba – al padre de
Jack, él no dijo nada, sin embargo al día siguiente nos llevó a identificar el
lugar. Para nuestra mayor sorpresa la casa de los escoberos se había esfumado.
Había unas ramas pisoteadas alrededor del árbol, la rama ahumada desde donde
colgaba la lámpara de aceite y las cenizas de la leña estaban esparcidas fuera
de lo que fue la casa. Pero no había señal del anciano ni de su esposa.
Nos
fuimos caminando por el sendero, ahora iluminados por un alegre sol escarchado
y encontramos oscuras salpicaduras por aquí y por allá en las ramas. Estaban
secas y descoloridas. Finalmente llegamos al montículo, pero a medida que nos
acercábamos mi desosiego fue creciendo, pero era vergonzante mostrar mi temor a
plena luz del día.
En la
cima encontramos una cosa curiosa y el padre de Jack nos dijo que era una vieja
costumbre de los escobemos que nadie había sido capaz de explicar. El suelo
había sido excavado con una pala, para darle una forma de corredor inclinado
bajo la tierra. El corredor no tenía más de cinco yardas de largo y al final,
donde estaba recubierto con tierra, tenía una especie de altar hecho con tierra
y piedras planas que tenían pegadas con yeso pedazos de porcelana china y
vidrio. Aunque lo que más nos sorprendió fue encontrar una oscura mancha de
algo que empapaba en profundidad la tierra frente al altar y que todavía estaba
húmeda.”
El
viejo leyó hasta aquí y luego dejó reposar el libro.
“Cuando
yo le conté toda esta historia al profesor” – dijo – “él parecía estar
profundamente interesado. Según recuerdo nos dijo que la herida del cerdo se
identificaba con la naturaleza del sacrificio que el anciano había comenzado a
ofrecer. Él lo llamó “el águila de sangre”, y agregó algunos detalles que no
voy a discutir contigo. Dijo también que los escoberos han confundido dos ritos
y que solamente un sacrificio humano es el que se ofrece como águila de sangre.
De hecho, para él todo le parecía muy familiar, y agregó otras cosas más que no
he podido recordar ni verificar.”
- ¿Y la
mujer en el montículo?
- “Bueno”–
dijo el viejo sonriendo – “el profesor no quiso escuchar mi evidencia acerca de
esto. Él aceptó la primera parte de la historia y simplemente declinó poner
atención a lo de la mujer. Dijo que yo había
estado leyendo los cuentos de Norse y que estaba alucinando. Incluso dio
a entender que yo era un romántico. Bajo otras circunstancias creo que a este
método de tratamiento de las evidencias podría ser llamada “crítica de nivel
superior”.
- Pero
todo esto es un bestial y repugnante culto – le dije.
- “Sí,
sí” – dijo el viejo – “muy brutal y repugnante, pero no mucho mayor ni mejor
que la fe del profesor, porque al fin y al cabo, ya ves, él era solamente un experto ritualista”.
R.H. Benson, The Light Invisible
Gracias por subir este cuento, Beatrice.
ResponderEliminarA los que frecuentamos páginas de grupos europeos cercanos en ciertos puntos a la visión católica tradicional pero que se distancian en lo religioso (identitarios, Nueva Derecha, etc.), textos como el de Benson nos resultan de gran interés. Es que la tentación de cierto paganismo en aquellos grupos parece siempre latente, aún en pleno siglo XXI.
El marinero de la balada de Coleridge
Marinero, muchas gracias por su fidelidad y por sus palabras. Aún me quedan diez cuentos de La Luz Invisible por traducir y Dios mediante trataré de al menos sacar uno por semana, aunque lo veo difícil.
ResponderEliminarUn abrazo y Feliz Navidad