La capilla de R.H. Benson en Hare Street House, Buntingford |
"Benson parecía estar en la cima de su ascendiente e influencia. Nadie podía prever que, antes de que el año llegara a fin, una neumonía truncaría su vida de forma abrupta e inesperada a la temprana edad de cuarenta y tres años.
El sábado 17 de Octubre recibió los últimos sacramentos e hizo profesión de su fe con voz claramente audible. A la mañana siguiente, mientras le administraban el Viático, era tal su serenidad que él mismo respondió a las oraciones e incluso llegó a corregir al sacerdote cuando se equivocó durante el rezo del Misereatur. A lo largo del fin de semana experimentó cierta engañosa mejoría y al día siguiente, consciente de que iba a morir, le preguntó al sacerdote si había llegado su hermano."Sí", le contestó; "está en casa". "Gracias a Dios", repuso él.
Mientras aguardaba la presencia de su hermano junto a su lecho, estuvo rezando con el sacerdote las oraciones de los moribundos. Las palabras de Arthur Benson son las que mejor pueden describir sus últimos momentos:
Al entrar, Hugh clavó sus ojos en mí, con una expresión de triunfo en su extraña sonrisa, y dijo con voz clara y nítida: "¡Arthur, esto es el fin!". Me arrodillé junto a su lecho. Él me miró y supe, de ese modo en el que solo él y yo sabíamos entendernos, que no lo diría ni lo demostraría, pero que se alegraba de que estuviera con él. Se reanudaron las oraciones. Hugh se santiguó una o dos veces, una o dos veces pronunció una oración...De repente le preguntó a la enfermera: "Enfermera, ¿sirve de algo resistirse a morir...hacerse violencia?". Ella contestó: "No, monseñor, solo estar lo más tranquilo posible". Entonces cerró los ojos y su respiración se aceleró...En un par de ocasiones alzó las manos como intentando tomar aire y lanzó un pequeño suspiro; no había lucha ni dolor. Luego habló de nuevo: "Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía". Entonces la enfermera, que estaba tomándole el pulso, soltó su mano y dijo: "Se acabó". Estaba muy pálido y parecía un niño, con los ojos abiertos de par en par y los labios separados. Le besé la mano, aún caliente y firme, y salí con canon Sharrock, que me dijo: "¡Ha sido maravilloso! He visto morir a mucha gente, pero a nadie con tanta suavidad y rapidez". (C.C. Martindale, SJ, The life of monsignor Robert Hugh Benson, vol.2, pp.432-433)"
Joseph Pearce, Escritores Conversos, Ed.Palabra.
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