San Pío X rezando la misa en la Capilla Sixtina |
A
los lectores habituales del blog no les es desconocido que R.H. Benson fue
ordenado sacerdote católico bajo los auspicios de San Pío X y que ambos dejaron
este mundo hace precisamente 100 años, separados por un par de meses. Tampoco les será
desconocido saber la admiración que el sacerdote-escritor inglés sentía por la
figura de San Pío X. En varias de sus cartas escribe acerca de la impresión que le
causó la figura del papa Sarto mientras asistía como seminarista al Colegio Inglés:
“Mientras tanto, te envío una foto del Santo
Padre. Él predica a la gente una vez cada dos semanas en los jardines
vaticanos. Fulano de Tal fue a escucharlo y dijo que su simplicidad y ternura
eran indescriptibles. Como un gran
párroco santo hablándole a su gente”.
“Ayer en la mañana fui a ver al Papa y a los
cardenales ir al consistorio. La multitud de unos cientos repletaba el pasillo
donde yo estaba para simplemente verlos pasar por ahí un par de veces,
esperando de pie una hora y media antes y tres cuartos de hora en el
intermedio. El Santo Padre caminó bendiciendo a su paso, con una gran joya en
su dedo, con su mitra y su brillante solideo. La gente gritaba: “Evviva il
Papa” y unos cuantos franceses: “Evvivá il Papa-re”, pero al Papa no le gusta
esto y lo ha prohibido”.
“Esta mañana recé por ti bajo excepcionales
circunstancias, justo después de recibir la comunión de manos del Papa.
Asistimos a la misa en su capilla privada, alrededor de unas cincuenta
personas. Una pequeña habitación abierta donde nos arrodillamos con el altar a
la vista. Dijo la misa con tal simplicidad y humildad como lo haría un cura
rural. No necesito decirte lo conmovedor que fue y todo lo que significó para
mí. ¡Hace un año en un domingo como éste yo comenzaba mi misión en Cambridge!
No hay mucho que describir en cuanto a la misa. Imagina una inmensamente alta
habitación tapizada con gobelinos rojos adamascados; una puerta de doble hoja y
un gran altar de oro justo delante de la barra para comulgar y un santo, simple
y viejo sacerdote con un rostro cobrizo cubierto por una casulla con joyas y
una capa blanca y tres acólitos de blanco y escarlata sirviéndole, con un
silencio de ultratumba, roto por el suave rumor de una voz algo patética.
Personalmente él nos dio a todos la comunión”
(del capítulo Cartas de Roma de Cartas Espirituales a uno de sus
conversos)
No
podemos olvidarnos de la mención que hace Benson en su novela mejor conocida
actualmente, donde se nos viene a la memoria patentemente la figura de San Pio
X, cito:
“Conocía bien el rostro del Papa por un centenar
de fotografías y de películas. Incluso sus gestos le resultaban familiares, la
leve inclinación de la cabeza al asentir, el elocuente y comedido movimiento de
las manos. Ahora bien, y sin rehuir la impresión algo tópica, se dijo que su
presencia viva era muy diferente.
Era
un hombre de avanzada edad, pero muy erguido, el que vio acomodado en el
sillón. Era de mediana estatura, de complexión mediana, y con ambas manos
aferraba los brazos repujados del sillón. Era su apariencia de una dignidad
grande y estudiada. Sin embargo, fue la cara lo que más llamó la atención,
aunque hubo de bajar la mirada tres o cuatro veces, cuando los ojos azules de
Papa se clavaron en él. Eran unos ojos extraordinarios, que le vinieron a
recordar lo que decían los historiadores sobre Pio X. Los párpados trazaban
unas líneas rectas que le daban el aire de un halcón, aunque el resto del
rostro en abierta contradicción con ellos. Carecía de filos. No era un rostro
grueso, ni delgado, sino bellamente modelado, con un óvalo perfecto. Los labios
eran finos, y tenían un deje de pasión en las comisuras; la nariz era aquilina
y elegante, rematada en unas ventanas nasales finamente esculpidas. El mentón
era firme, hendido, toda su cabeza denotaba una extraña juventud. Era un rostro
de una gran generosidad, de gran dulzura, a caballo entre el desafío y la
humildad, aunque eclesiástico en todas sus dimensiones. Tenía la frente
ligeramente comprimida en las sienes; bajo el blanco solideo asomaban las
canas. Fue objeto de risas y burlas en los teatros, nueve años antes, cuando se
proyectó sobre la pantalla un rostro hecho con la superposición de los rasgos
de varios sacerdotes afamados, junto a la imagen del Papa recién nombrado, pues
uno y otro eran casi indistinguibles.
Percy hizo a su pesar un esfuerzo por resumir la impresión, pero no se
le ocurrió otra cosa que la palabra “sacerdote”. Eso era todo, y punto. ¡Ecce
sacerdos magnus! Le dejó pasmado la juventud de aquella cara, no en vano pronto
cumpliría el Papa ochenta y ocho años. Sin embargo, tenía el porte erguido, los
hombros rectos, la cabeza igual que la de un atleta, y sus arrugas eran a duras
penas perceptibles a la media luz. ¡Papa Angelicus!, dijo Percy para sus
adentros” (El Señor del Mundo)
Fue
el mismo San Pío X quien lo nombró uno
de sus capellanes, un día 5 de Mayo de 1911, y no me cabe duda que sentía
especial simpatía por este converso inglés.
Le
pedimos pues a San Pío X en su festividad por Monseñor Benson, para que esté
gozando del descanso eterno, y por nosotros para que sigamos dando la batalla
por la Fe hasta el final de modo que en el último día podamos entrar al Cielo
como siervos fieles.
Seguimos todos los lectores de su blog . rogando a Dios Todopoderoso por su completo restablecimiento , amiga Beatrice.
ResponderEliminarEstimado Luis: muchas gracias de todo corazón. Espero que ahora todo vuelva a la normalidad con mi salud,
ResponderEliminarUn abrazo,
Beatrice
Muy lindo Beatrice.
ResponderEliminarAgrego un dato a la semblanza del Papa en el Señor del Mundo.
Hablando sobre la figura del Papa en "El Señor del Mundo", Maritain dice en el prólogo a "el Misterio de la Iglesia" del P. Clerissac: "Siempre he creído que Benson, que le conocía mucho (al P. Clerissac), había trazado el personaje del Papa, en El Señor del mundo, pensando en él."
Lindo saberlo no?
Saludos!
Querido amigo En Gloria y Majestad: cómo estará mi cabeza que me había olvidado completamente de esa cita. Se agradece enormemente el aporte.
ResponderEliminarTe mando un abrazo,
Beatrice.