En
fin, he terminado de leer esta magnífica novela de Mgr. Benson: The
Sentimentalists escrita mientras estaba ejerciendo su apostolado en Cambridge
en el año 1906. Tuve la suerte de poder
encontrar esta novela en español, y digo suerte porque con el inconstante ritmo
de traducción que tengo, difícilmente la hubiera podido leer en inglés de un
tirón como lo hice con la traducción al español del padre Juan Mateos. Estuve
comparando a vuelo de pájaro la traducción al inglés y debo decir que, si bien
es completamente loable el esfuerzo que hiciera para la editorial Gustavo Gili
el padre Mateos en el año 1925, hay muchos aspectos que se extrañan de la
traducción original. No soy nadie para decir que es una mala traducción, pero
comparando los textos, la edición española deja mucho que desear y es
deficiente. Y cuando no le calza, agrega frases, aunque con el bien
intencionado propósito de transmitir mejor lo que el autor quiere expresar.
Intentaré, teniendo como base el texto del padre Mateos, hacer una nueva
traducción de esta novela apenas me dé el tiempo y ojalá algún día pueda
publicarla. Creo que vale la pena plenamente hacer este trabajo porque esta novela es
simplemente una delicia. Es de aquellos libros que en cada página se encuentra
una enseñanza. Además la trama es ágil y no se detiene en descripciones ociosas
y tediosas. Me trajo a la memoria,
apenas comencé a leerla, Retorno a Brideshead de Waugh, imposible sustraerse de
relacionarla con esta novela, pues sus protagonistas se sitúan en la acomodada
clase alta católica inglesa, con sus sofisticados y educados estudiantes de
Eton y Oxford. En ambas novelas se plantea el tema de la redención que para
algunos, únicamente se alcanza a través del sufrimiento. También me recordó en
ciertos aspectos más banales a la actual Downton Abbey con sus lacayos, garden
party, y todos los convencionalismos de aquellos primeros años del siglo 20.
Sin embargo, más allá de estos
pintorescos detalles sociológicos lo que interesa es la historia que está
detrás y la enseñanza que nuestro querido autor quiere dejar: algunas personas
solamente logran la purificación y la redención de sus almas mediante la aniquilación
completa de los subjetivismos y de
aquello que los mantiene esclavizados a sí mismos. El carácter se forma en el
sufrimiento, en la austeridad y en la renuncia a aquellas tendencias que nos
convierten en sujetos sentimentales llevados más la subjetividad de las
emociones que por la objetividad de la verdad. Existen ciertos personajes que
para reformarse necesitan caer en lo más hondo del foso para poder resurgir
renovados y este es el propósito fundamental del libro.
Voy a intentar resumirles la novela insertando
además algunos fragmentos que me ayudarán con esta tarea. La novela
comienza con la visita de un enigmático
personaje, Chris Dell, a su viejo amigo
de la época de Oxford, Dick Yolland, amigo que ahora es sacerdote católico.
Chris es el clásico tipo afectado, un poseur, como le llama Benson.
“Christopher Dell era sin duda alguna lo que los franceses llaman un
poseur, es decir, un perpetuo actor de gestos y maneras estudiados; no
obstante, a la vez era también mucho más que todo eso”.
Lleno de mañas, de refinamiento y de
estudiados modales, me hizo recordar por un momento al desagradable personaje
de Anthony Blanche de Retorno a Brideshead, aunque Dell no era homosexual, es
más todo lo contrario: el tipo tenía buen arrastre con las mujeres que veían en
él a un caballero fino y de mundo, más allá de todos sus teatrales maneras.
Tenía ese modo de hablar que arrastra espantosamente las palabras,
ridículamente exagerado para todo. Benson reconoce – según cita Martindale –
que el personaje de Chris Dell es una grotesca caricatura, una violenta parodia
de algunos individuos que, siendo en el fondo muy buenos, son tremendamente histriónicos, teatrales en
sus modales, en su hablar y que no están dispuestos a renunciar a sus
caprichosos gustitos por nada del mundo. Suelen hacerse las víctimas, como
niños mimados que hacen pataletas, y nunca tienen la culpa de lo que les pasa,
sino que es el mundo que no los entiende. No me cabe la menor duda que Benson
conoció a muchos de estos Chris Dell y que lejos de ser parodias de los mismos,
estas personas existen y son tal cual.
Dell se había convertido al catolicismo
en su época de Oxford y a pesar de ser
sincero respecto de su catolicismo, vivía prendiéndoles velas a los dioses
griegos, a Hermes y a cuanto dios griego más, y llevaba para todos lados un
ejemplar de Bocaccio, casi como un pagano con estúpidas prosopopeyas, o como
diríamos en Chile, un siútico. Tenía además la sospecha de una reputación de un
vividor y libertino,
“pero
Chris había tenido siempre el buen acuerdo de no hablarle del asunto, y el
sacerdote se había guardado muy bien de preguntarle: aquello era demasiado
repugnante”.
Había llevado una licenciosa vida en Italia y en París, lugar este
último donde había convivido con una mujer, y habiéndolo perdido todo en negocios poco limpios vuelve a Inglaterra.
Caído en desgracia llega a pedirle ayuda a su amigo sacerdote y cuando él le
ofrece alojamiento y pasar además unos días en la casa de su padre, Chris se
muestra agradecido y sincero. Dick incluso piensa pedirle a su padre que le dé
algún trabajo para que el hombre se gane la vida, mientras encuentra algo más
estable.
Después que Dick le comprara ropa
decente en una lujosa tienda de Londres, aquellos trajes finos y pijamas de seda que
tanto le gustaban, parten al día siguiente a Amplefield donde vive el padre de
Dick, que le dará a Chris trabajo como bibliotecario para que ponga en orden la
enorme biblioteca que se encuentra lastimosamente desordenada. Cerca de la casa
paterna viven los Hamilton, familia compuesta por la viuda, la hija y un
sobrino, Jack Hamilton (que el padre Mateos traduce como Juanito Hamilton) un
joven de diecisiete años estudiante de Eton. También estaba siempre presente en la casa un
antiguo amigo de la familia Lord Brasted que habiendo sido muy amigo del esposo
de la viuda, ahora pasaba algunas temporadas para acompañarla a ella y a su
hija. Muy cercano al círculo de los Hamilton está el reverendo anglicano del
lugar, muy querido por ellos, el vicario James Stirling el cual tenía su
particular mirada sobre sus “colegas de
la comunión romana”:
“otra
de las opiniones del reverendo Stirling sobre el clero católico, era que cuanto
más condescendiente y enemigo de controversias se mostrara un sacerdote romano
en su conversación, tanto más segura y temible era su habilidad en el arte de
conquistarle prosélitos”.
Me causa gracia esta observación de Benson, que provenía del ambiente
anglicano, y que por tanto, sabía muy
bien como ellos miraban a los católicos y los recurrentes comentarios
desconfiados que se hacían de éstos.
Ambos amigos van de visita a esta casa,
donde Chris se luce con sus historias sobre Italia y se gana el aprecio y la
admiración de todos excepto de Lord Brasted. De vuelta en la casa de Dick,
reciben la visita de un extraño viejo medio ermitaño, amigo de Mr. Yolland, que
tiene fama de ser medio místico y de ser por otra parte, un penitente que purga
los pecados de una antigua vida disoluta
que trajo como consecuencia la muerte de su esposa. Era el último descendiente
de una antigua familia católica escocesa que vivía en un enorme castillo, Foxhurst, solo,
acompañado únicamente por sus sirvientes, el capellán y de vez en cuando
algunas visitas que buscaban en el viejo sus consejos. Este señor, Mr. Rolls,
es un espigado viudo de mirada melancólica que pasaba largas horas en su
capilla, en oración. Después de haber
cenado con él en la casa de los Yolland, a Chris no le causa una buena
impresión.
Durante unos meses entonces
encontraremos a Chris trabajando como bibliotecario en la casa de Amplefield.
Por un asunto de conciencia y de preocupación por el futuro de su amigo, Dick
consigue para él un trabajo como periodista en un diario. A todo esto Chris se
ha comprometido en matrimonio con la joven niña Hamilton – Annie – a la que le
dobla la edad. Tiene que esperar un par de años para casarse con ella, pues es
menor de edad. Chris queda prendado por la inocencia de la niña y ella está
maravillada con este hombre de mundo que le habla de las maravillas de Italia.
Esta relación a Dick le causa inquietud y expectación.
“Por una
parte Annie era protestante, rica heredera de una gran fortuna, muchacha de
inocencia inmaculada y de nada vulgar belleza. Chris, al contrario, no podía
hacer valer otros títulos que los de católico vagabundo, más pobre que una
rata, y más corrido y baqueteado que titiritero de feria”.
La
verdad es que a nadie le gusta este noviazgo: ni a la madre, ni a Lord
Brasted, ni a Dick, ni al Sr. Yolland. Chris, que no le contó ni a la madre ni a la hija
algunas de sus aventuras pasadas, finalmente cae en desgracia cuando Lord
Brasted se entera de sus correrías en París, de la mujer con la que ha
convivido y decide desenmascararlo frente a Annie. Durante la escena, en la
cual también está presente el padre Yolland, Chris ofrece un nuevo espectáculo
melodramático, con un ataque de histeria. Enfrentado a la familia y a la niña,
ella decide echarlo y él explota con una serie de frases blasfemas y llenas de
resentimiento, culpando a Dios. Si el perdón existe y yo ya confesé mis
pecados, entonces ¿por qué se me juzga de esta manera? Si se me rechaza de este
modo, parece entonces que el perdón no existe, ni tampoco Dios:
“Me voy entonces, donde les he dicho y los dejo a ustedes y a su Dios,
juntos. Me suicidaría si creyera en Él, para decirle lo que pienso. Entre todos ustedes han hecho una gran cosa:
ustedes han arruinado un alma…Y a ti, padre Yolland, no tengo nada más que
decirte…me has mentido sobre Dios, no existe el perdón, ni ninguna otra cosa
más en el mundo.”
(La traducción de
este párrafo es mía porque la del padre Mateo casi no tiene nada que ver con el
original en inglés)
Cabe señalar que el
padre Yolland era un buen cura, pero le faltaba carácter para imponerse a estas
manifestaciones teatrales de Chris, y que mal entendía el afecto por un dejar
hacer lo que quisiera a su amigo para no herirlo, incluso cayendo él mismo
también en sentimentalismos, pues se dejaba llevar por la emoción y por los
convencionalismos más que por la razón. ¿A quién no le ha pasado alguna vez que
por creer herir a alguien al decirle la verdad, omite y finalmente todo se
arruina a causa de nuestros falsos respetos humanos? Por miedo a romperle el
corazón a alguien, lo dejamos ser, cuando debiéramos hacer lo contrario por su
propio bien. Y estas cosas no solamente pasan a nivel individual, sino también
a nivel social, cuando frente a un error nos quedamos callados para equivocadamente, no ofender.
Gracias a Mr. Rolls la niña Annie se
libra de caer en la histeria que le provoca esta gran desilusión amorosa y el
caballero de mirada melancólica logra curar sus heridas mediante algunas largas
conversaciones a solas con la chica. Al mismo tiempo, Chris, que había vivido
en Londres con Dick por algún tiempo, finalmente se pierde de vista por dieciocho meses. Deambula por París donde
había vuelto con la mujer que termina por echarlo nuevamente y acaba viviendo
en un barrio de mala reputación donde se ha dedicado a escribir algunos
artículos para diarios y alguno que otro poema.
Preocupado por la suerte de Chris,
Mr. Rolls cita a su casa al padre Yolland a fin de proponerle un plan para
salvar a Chris. La única manera de rescatar a este poseur según Mr. Rolls es
hacerlo añicos, idea que espanta a Dick:
“-Él
sólo necesita una cosa, tal como usted o como yo, padre. No necesito decir lo
que es. Pero el camino por el cual la Gracia llega es otro asunto y está en
nuestras manos. El camino puede ser el Amor o la Ira, y pienso que en este caso
es la ira. Recuerde que él ha vivido una vida repugnante e indecente.
-
¿Y bien, señor? – La voz de Dick tembló mientras hablaba.
-
Pienso que este hombre debe ser hecho trizas. (This man must be broken to
pieces, I think)”
Dick no puede creer lo que está oyendo
y le insiste a Mr. Rolls que es todo lo contrario lo que hay que hacer para
poder sacar a Christopher adelante:
-
Mr. Rolls yo jamás hubiera telegrafiado hoy si hubiera pensado…si yo hubiera
imaginado que usted pensaba todo eso…Él…Él necesita amor…y ternura…y…y…levantarse
de a poco. No es que me olvide de sus faltas…pero por el amor de Dios no diga
que…
-
¿Sí padre?
-
¡Oh Dios! ¡¿Acaso usted no entiende?! ¡¿No entiende?! – exclamó Dick
apasionadamente.
Sin poder entender lo que estas
palabras “hacerle trizas” significan y bastante perplejo y apesadumbrado, Dick
a pesar de no estar muy convencido, acepta a ciegas las condiciones que le
impone Mr.Rolls y a pedido de él va a buscar a Chris para traerlo al castillo
de Foxhurst a pasar unos meses con el viejo, pues el mismo Mr. Rolls se encargará
del tratamiento de este enfermo del alma, que necesita un golpe duro que rompa
el molde cristalizado y solidificado por la fantochería dramática que oculta su
verdadero ser natural, y para lograrlo apelará a su amor propio. ¿Cómo será el
encuentro del padre Yolland con Chris después de tanto tiempo? ¿Aceptará venir
con él al castillo?
Continuará……
Es interesante seguir por el camino que has emprendido , Beatrice, de darnos a conocer la obra de Robert Hugh Benson, para aliviarnos de la lucha entre el bien que algunos, pocos tratamos de ejercer y el mal , instalado comodamente en la Iglesia , y sobre todo en el Vaticano.
ResponderEliminarAsí es Luis, pues incluso hasta en la guerra los soldados tiene momentos de esparcimiento. Llega un punto en que todo el bombardeo de información satura y si bien es necesario estar informado, el exceso asfixia.
ResponderEliminarsaludos,
Beatrice