Consolatrix Afflictorum
Si para ti fuera una carga…
ella
misma, por tu amor, me levantará cuando corra riesgo de caer y
me
consolará cuando esté afligido.
San
Leandro de Sevilla
La
carta que sigue se explica por sí misma. La original me la leyó mi amigo en uno
de aquellos días de mi estadía con él. Me la facilitó, a petición mía, para
hacer una copia. El sermón al que se hace referencia en el primer párrafo de la
carta, fue predicado el día de Navidad en un húmedo lugar extranjero.
Villa
___________
Reverenciado
y Querido Señor_________
Diciembre
29, 18..
Escuché
con gran atención su sermón del día de Navidad. Yo ya soy un hombre mayor y
estoy inválido, por tanto entenderá usted que tengo pocos amigos. Creo que no
hay nadie que piense que no estoy loco si les cuento la historia que me
propongo contarle. Durante muchos años he guardado en silencio este asunto ya
que suele ser recibido con incredulidad. Sin embargo, me imagino que para usted
será creíble, pues cuando yo lo vi y lo
escuché el día de Navidad, pensé y vi a alguien a quien lo sobrenatural es algo
más que un cuento de hadas bello y simbólico, y que abraza la idea de que es
posible que lo invisible por puede, algunas veces, manifestarse por sí mismo. Tal
como nos lo recordó, la Religión de la Encarnación descansa en el hecho que lo
Infinito y lo Eterno por sí se
manifiestan en términos de espacio y tiempo, y en esto consiste la grandeza del
amor de Dios. Pues, tal como usted dijo, la Creación, la Encarnación y de igual
forma el Sistema Sacramental en diversos grados, son manifestaciones de Dios
bajo esas condiciones, y sin duda no puede ser “materialístico” (sea lo que sea
lo que esta expresión signifique) creer que el mundo “espiritual” y los
personajes que lo habitan, se expresen ellos mismos de la misma manera que su
Hacedor.
De
cualquier manera, ¿tendría usted
paciencia conmigo para que le relate esta historia? No puedo creer que
tal gracia deba ser mantenida en la oscuridad.
Cuando
tenía cerca de siete años mi madre falleció, y mi padre me dejó casi
exclusivamente al cuidado de los sirvientes. Como sea que fuere, yo debo de
haber sido un niño difícil o mi niñera debió ser una mujer dura, pues nunca le
di a ella mi confianza. Yo vivía aferrado a mi madre como el santo se aferra a
Dios, y cuando la perdí, prácticamente el corazón se me partió. Noche tras
noche me quedaba despierto con la luz del fuego en el cuarto, recordando cómo
se veía ella cuando iba a acostarse. Cuando finalmente yo me quedaba dormido me parece ahora como si nunca hubiera hecho nada excepto soñar con ella, y el
despertar era sólo un encuentro con el vacío desolado. Me torturaba a mí mismo
cerrando mis ojos e imaginando que ella estaba ahí, y entonces los abría y veía
el cuarto vacío. Yo me daba vuelta, me sacudía y sollozaba sin emitir ruido, y supongo
que estaba cerca del límite que divide la sanidad de la locura.
Durante
el día me sentaba en las escala cuando quería mantenerme alejado de la niñera y
pretendía escuchar los pasos de mi madre moviéndose detrás de mí, y que su
puerta estuviera abierta y yo escuchara su vestido en la alfombra. Abría mis
ojos de nuevo y la misma crueldad me obligaba a comprender que ella se había
ido. Entonces una vez más me decía a mí mismo que todo estaba tan bien y que
ella estaba lejos por el día, pero que volvería en la noche. En las tardes yo
estaba feliz, pues la hora de su regreso estaba cerca. Incluso cuando yo decía
mis oraciones pasaba por alto el momento en el que me había engañado a mí mismo
creyendo que cuando la puerta estuviera abierta, después que me hubiera
acostado, mi madre me miraría dentro de mi habitación.
Entonces
según pasaban las horas, mi falsa fe se iba quebrando y lloraba hasta quedarme
dormido, soñando con ella y despertándome de nuevo llorando. Miro hacia atrás y
me parece como si todo esto se hubiera prolongado por meses, pero en realidad
supongo que no debieron de haber sido más que unas pocas semanas o de lo
contrario habría perdido el juicio. Después de todo, yo estaba colgando al borde del
precipicio retrocediendo amorosamente por la seguridad y la paz.
Por
aquella época solía dormir solo en la guardería, y mi niñera ocupaba una
habitación afuera de ésta. La guardería de noche tenía dos puertas: una a los
pies de mi cama y la otra más lejos al fondo del dormitorio, en la esquina en
la diagonal opuesta a la que estaba a los pies de la cama. La primera se abría
hacia el descanso de la escala y la segunda hacia el dormitorio de la niñera,
y ésta permanecía abierta unas pocas pulgadas. En mi dormitorio no había luz,
sino que la lámpara de noche permanecía encendida en la pieza de la niñera, y gracias a la luz de la chimenea mi habitación no estaba en una oscuridad total.
Una
noche estaba acostado despierto – supongo que eran alrededor de las once -
después de haber atravesado por una hora de fatal miseria, mitad caminando,
mitad medio dormido. Había estado llorando en silencio por temor a que mi
niñera me escuchara a través de la puerta semiabierta, enterrando mi cara
encendida en la almohada. Me estaba sintiendo realmente extenuado, escuchando
los latidos de mi propio corazón y engañándome a mí mismo con la fe de creer
oír los pasos de mi madre acercándose a mi dormitorio. Al levantar mi rostro, me encontraba mirando la puerta a los pies de mi cama, cuando ésta
se abrió súbitamente sin ningún ruido, y ahí, tal como lo pensé, estaba mi
madre con la luz de una lámpara de aceite a un lado brillando sobre ella. Me
pareció que estaba vestida como la había visto en una oportunidad en Londres,
cuando entró a mi dormitorio para darme las buenas noches antes de irse a una
recepción. Su cabeza relucía unas joyas que resplandecían con la luz rosada del
fuego que se dejaba caer en el dormitorio. Una manta oscura le envolvía el cuello
y su espalda. Con una mano tomó el borde de la puerta y una gran gema
brilló en uno de sus dedos. Ella parecía estar mirándome. Por un instante yo
me senté en la cama, sorprendido, pero no asustado. ¿Acaso no era lo que yo
tantas veces había imaginado?. Y la llamé: ¡Madre! ¡Madre!
Después
de estas palabras ella se volteó y miró hacia el descanso de la escala, dando un ligero movimiento con su
cabeza, como si alguien estuviera ahí esperándola o despidiéndole, y luego se
volvió hacia mí de nuevo. La puerta se cerró tras ella silenciosamente, y pude
ver en la luz del fuego y en la tenue luz
que venía de la otra puerta que ella extendía sus brazos hacia mí. Aparté mi
ropa de cama y la revolví toda hacia los pies. Ella me levantó con
delicadeza en sus brazos, pero no dijo ninguna palabra y yo tampoco. Levantó su
manto un poco y me envolvió con él y yo
estaba en la dicha. Mi cabeza sobre su hombro y mis brazos alrededor de su
cuello. Caminó con suavidad y sin hacer ruido hacia la mecedora que estaba junto
al fuego y se sentándose ahí comenzó a balancearse.
Sé que
esto puede ser difícil de creer, pero le aseguro que no dije nada y que no
desee decir nada en ese instante. Suficiente era que ella estuviera ahí. Supongo que después de
un rato me quedé dormido, porque me encontré a mí mismo sumido en un llanto
agónico y temblando nuevamente, pero aquellos brazos me abrazaron con firmeza y
puede de nuevo encontrar la paz, aunque ella no dijo una sola palabra ni
levantó su rostro.
Cuando
me desperté ella ya se había ido. Era ya de mañana y yo estaba en la cama. La
niñera estaba corriendo las cortinas y el sol invernal se fijó en la pared. Fue
el día más feliz que tuve desde que mi madre murió porque sabía que volvería de
nuevo. Al acostarme esa tarde estuve despierto esperando tan pleno de felicidad
y de certeza que me quedé dormido. Cuando me desperté el fuego se había apagado
y no había luz, excepto un estrecho rayo que llegaba a través de la puerta del
dormitorio de mi niñera. Me quedé ahí por un par de minutos esperando
expectante por ver la puerta abrirse a los pies de mi cama. Sin embargo, los
minutos pasaban y el reloj del hall abajo dio las tres. Caí entonces en un mar
de lágrimas. La noche pronto pasaría y ella no había venido. Me balanceé de
lado a lado tratando de sofocar mi llanto y a través de mis lágrimas vi llegar el destello de una luz brumosa por la
puerta abierta y ahí estaba ella de nuevo. Volví a estar una vez más en sus
brazos, con mi rostro sobre su hombro, y nuevamente me quedé dormido.
Esto
ocurrió noche tras noche, aunque no siempre, sino a menos que yo me despertara
y llorara. Al parecer ocurría cuando yo necesitaba desesperadamente que ella viniera y entonces venía.
Ahora
bien, pasaron dos curiosos incidentes que ocurrieron en el mismo orden en que
los escribiré a continuación. Al presente comprendo el segundo; el primero en
su totalidad no lo he comprendido, o mejor dicho, tiene varias posibles
explicaciones.
Una
noche, mientras estaba en sus brazos junto al fuego, se deslizó en la parrilla
un gran carbón que cayó con un gran estruendo despertando a la niñera en la
otra habitación. Creo que ella pensó que algo malo había ocurrido porque
apareció en la puerta con un chal sobre sus hombros, sosteniendo una lámpara de
noche con una mano y protegiéndose la vista con la otra. Yo iba a hablar cuando
mi madre puso su mano sobre mi boca. La niñera avanzó en la habitación y pasó
al lado nuestro, aparentemente sin vernos, yendo directo a la cama, mirando
bajo las mantas, y entonces se volteó conforme y volvió a su dormitorio. Al día
siguiente yo me las arreglé para sacarle información preguntándole si había
ocurrido algo que la perturbara ya que había venido a mi dormitorio, pero me
respondió que me había visto durmiendo tranquilamente en mi cama.
En
segundo incidente ocurrió así: una noche yo estaba recostado, medio doblado,
contra el pecho de mi madre. Mi cabeza apoyada sobre su corazón, y no como
usualmente me recostaba con mi cabeza sobre su hombro. Al estar ahí me pareció
como si escuchase un sonido extraño, como el sonido del mar en una concha, pero
más melodioso. Es difícil de describir, pero era como el murmullo de una
multitud lejana, sobrepuesta con una pulsación musical. Me acurruqué más cerca
y escuché, y entonces pude distinguir, creo, una innumerable replicar de
campanas de iglesias, como de otro mundo. Luego escuché otro sonido más
intenso, eran palabras, pero no pude distinguirlas. Una y otra vez una voz
parecía sobreponerse sobre las otras, pero no podía entender las palabras. Las
voces clamaban en diferentes tonos: pasión, alegría, desesperación, monotonía,
y al escucharlas me quedé dormido. Cuando miro hacia atrás no tengo dudas sobre
qué voces eran aquellas que escuché.
Ahora
viene el final de la historia. Mi salud comenzó a mejorar tan notoriamente que
los cercanos lo percibieron. Nunca más le di curso, durante el día al menos, a
las viejas fantasías lastimeras; y en la noche cuando, me imagino, la voluntad
relaja en forma parcial su control, siempre y cuando mi angustia no llegara a
cierto punto, ella estaba ahí para confortarme. Sin embargo, sus visitas se
fueron distanciando, y yo cada día la necesité menos hasta que al fin cesaron.
Ahora bien, su última visita, la cual
tuvo lugar en la primavera del año siguiente, es a la que quiero referirme.
Había
dormido bien toda la noche, pero me había despertado en la oscuridad justo
antes del amanecer a raíz de un sueño que olvidé, pero que me dejó con mis
nervios afectados. Me aterroricé y
grité, y de nuevo la puerta se abrió y ahí estaba ella. Tenía sus joyas en el
cabello, y la manta sobre sus hombros. La luz del descanso de la escala
alumbrada parcialmente su rostro. Trepé por la cama y fui tomado y llevado a la
mecedora y me quedé dormido. Cuando me desperté ya había amanecido. Las aves
estaban cantando y piando, y una agradable luminosidad verde estaba en el
dormitorio. Yo aún seguía en sus brazos. Por primera vez excepto por la vez que
ya mencioné, yo me había despertado fuera de la cama, y fue una gran alegría
encontrarla ahí. Como me moví un poco vi que la manta que nos cubría a ambos
era de un azul oscuro, con uno intrincado diseño de flores, hojas y aves entre
las ramas. Entonces me volteé un poco más para ver su cara ya que estaba tan
cerca de mí, pero ella se corrió, e incluso como yo me moví ella se levantó y
me llevó hacia la cama. Mientras levantaba y arreglaba la ropa de cama seguía
sosteniéndome con un brazo. Luego me dejó gentilmente sobre la cama, con mi
cabeza sobre la almohada. Y entonces por primera vez, le vi el rostro
claramente. Ella se dobló sobre mí y puso su mano sobre mi pecho, como
previniendo que me levantara. Mi miró directo a los ojos y vi que no era mi
madre.
Hubo un
momento de shock ciego y de dolor, di un gran sollozo y me habría levantado de
mi cama, pero su mano me mantuvo abajo y aproveché para mirarla a los ojos. No
era mi madre y sin embargo, ¿hubo alguna vez tal rostro de madre como este? Me
pareció estar mirando dentro de una profundidad de indescriptible ternura y
fortaleza, y en esa fuerza me apoyé en ese momento de miseria. Di uno o dos
sollozos mientras miraba, pero estaba más tranquilo y la paz vino a mí y aprendí mi lección.
Por
aquel entonces no supe quién era, pero mi pequeña alma observó vagamente que mi
propia madre por alguna razón no podía en ese momento venir a mí, que la
necesitaba tanto, y que otra Gran Madre había tomado su lugar. Después de la
primera impresión no sentí ni rabia, ni celos porque uno que ha mirado dentro
de este amable rostro no puede tener tales pensamientos indignos.
Luego
levanté un poco mi cabeza y recuerdo que besé la mano que sostenía la mía, con reverencia y lentamente. No sé por qué lo hice, excepto por una cosa natural que
me obligaba a hacerlo. La mano era fuerte, blanca y delicadamente fragante.
Después la retiró y estando junto a la puerta esta se abrió, ella se fue y la
puerta se cerró.
Desde
esa fecha no he vuelto a verla, pues no necesité hacerlo, ya que sé quién es y
que, con el favor de Dios, la volveré a ver de nuevo y la próxima vez espero
que mi madre y yo estemos juntos. A lo
mejor no sea por mucho tiempo, y tal vez ella me permita besar su mano de nuevo.
Ahora,
mi estimado señor, no sé qué le ha parecido a usted todo esto, y puede ser que
le parezca, aunque no creo que sea así, una niñería. Sin embargo, de alguna
manera no hay cosa que yo desee más que esto, porque nuestro Salvador mismo
dijo que seamos como niños y nuestro Salvador también descansó una vez en el
pecho de su madre. Yo sé que estoy poniéndome viejo y que los hombres viejo
algunas veces somos muy tontos. Pero tal como Sus palabras, esta experiencia
parece cada vez más hablarme sobre que el Reino de los Cielos tiene una puerta
baja y angosta para que solamente los niñitos puedan entrar, y que debemos
volver a ser pequeños de nuevo y dejar todas nuestros bultos si queremos pasar
a través de ella.
Esta,
querido y reverenciado señor, es mi historia. ¿Puedo pedirle si puede usted
recordarme algunas veces en el Altar y en sus plegarias? Porque seguramente
Dios le exigirá más a quien ha recibido tanto de Él, y ya que aún no tengo nada
para presentarle y mi tiempo ha de estar cerca del fin, incluso su infinita
paciencia tiene su límite.
Créame,
Suyo
fielmente,
“___,____”
R.H.Benson, The Light Invisible
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