En Las Confesiones de un Converso, monseñor Benson señala
varios de los fundamentos que lo condujeron a Roma. Estos mismos están
desarrollados de un modo más sistemático en un folleto que se titula A City set on a Hill, (Una ciudad
asentada sobre un monte), el cual se publicó al poco tiempo de su conversión. De
este último escrito analizaremos su primer capítulo. He querido detenerme a considerar
este texto no solamente por lo llamativo de su argumentación a favor del
catolicismo, sino porque además nos permite reflexionar sobre los actuales
momentos que vive la Iglesia. Momentos de incertidumbre, de demasiadas dudas y
muy pocas respuestas, donde pareciera que la confusión hace tambalear la barca
de Pedro. Sus razones, lejos de ser algo anacrónico y pasado de moda, pueden ser
de gran ayuda para redescubrir, aunque nos parezca obvio, que nuestro Señor
fundó una única Iglesia que tiene determinados elementos fundamentales que
están construidos para salvar nuestras almas y a través de ella llevarlas al
Cielo.
Con
este panfleto Benson intenta mostrar, a quienes cuestionaban su conversión, las
razones de la misma. Sabe que estas razones, que a él lo convencieron, puede
que algunos las consideren válidas y legítimas en su búsqueda de la verdadera
Iglesia, o puede que a otros no les convenzan para nada. Benson parece decirnos: “después
de un largo estudio y meditación, después de rezar y suplicar por luces, estos
son los motivos que me hicieron ver que la doctrina de la Iglesia funcionaba, y que Ella constituía el camino de Dios para la salvación, de los sabios y
de los ignorantes, de los santos y de los pecadores”.
Presenta, al modo científico, una hipótesis y luego da tres grandes grupos de argumentos. La
hipótesis es la siguiente: para salvar al mundo se necesita una sociedad, que
es el Cuerpo Místico de Cristo, que por ser un organismo vivo debe estar sujeto
a algunas leyes elementales. Estas leyes solamente la Iglesia Católica las
tiene, y por tanto sola Ella puede salvar al mundo.
1.
Unidad y
Subordinación:
Para que esta Sociedad salve al mundo, debe ser reconocida por el mismo y ser
evidente para él.
La
Iglesia está compuesta por hombres de todo tipo, algunos más carnales, otros
más espirituales. La Iglesia tiene que
ocuparse de salvar al que tiende a lo más carnal y santificar al que tiende a
lo más espiritual. “Así como las almas
son llevadas por los sentidos, deben ser también devueltas por los sentidos”.[1]
Benson ha tratado extensamente en Las Paradojas del Catolicismo una larga
enumeración de aparentes contradicciones en las que caería la Iglesia, y que
sus enemigos siempre han usado, sin fundamentos, para reprochárselas. Una de
estas contradicciones es que la Iglesia es divina y humana, tiene un lado
terrenal tanto como divino para poder llevar a cabo su trabajo. De ahí el
sistema sacramental que lleva a los hombres, mediante las formas sensibles, a la
gracia sobrenatural. Dios al aproximarse a los hombres de esta manera, no se
denigra, sino por el contrario, manifiesta el triunfo de su amor. La Iglesia es
Divina porque mora en el Cielo, es sobrenatural y mira constantemente el rostro
de Dios; pero es también humana y habita en medio de la humanidad. La
Iglesia, “Ocupa un lugar en el mundo con el
objetivo expreso de congregar para sí misma y santificar por su gracia al mismo
mundo que ha caído frente a Dios”[2] . Debe ser tan humana,
como divina; tan externa, natural y visible como interna, sobrenatural e
invisible.
Si
la Iglesia quiere atraer al mundo, ella debe tener una unidad real, como la de una
familia o la de una nación. Debe estar unida a una cabeza visible, a una doctrina,
a unos objetivos claros, con un lenguaje, con costumbres universales, etc. La
Iglesia debe poseer un magisterio que sea el que enseñe “una doctrina clara en relación con el tesoro que se le ha encomendado,
y especialmente en aquellos aspectos de los que depende la salvación de sus
hijos”.[3]
Contrario a lo que él observó en la Iglesia
Anglicana, “En la Iglesia Católica no hay
disparidad de criterios en materia de fe, algo que los anglicanos aceptan
aparentemente como “su cruz”.[4]Se
necesita una autoridad que sea intolerante a interpretaciones magisteriales que
se excluyen mutuamente. Un requerimiento
para esta unidad es la subordinación u obediencia, de este modo los individuos
que forman parte de esta Divina Sociedad están subordinados al bien común que
en última instancia será también en beneficio del individuo mismo. La Iglesia no puede tener disparidad de criterios sobre los temas que pertenecen a la economía de la salvación.
2- Inteligibilidad y autoridad: La Iglesia debe ser inteligible
tanto para los simples como para los listos.
Para las personas
comunes y corrientes el mejor método de orden social es aquel que se parece más
a una monarquía o a una democracia con un presidente a la cabeza. Para que una
sociedad funcione debe estar regida por un sistema piramidal de gobierno, lo
que le otorga estabilidad, acceso y le confiere un sentido de finalidad. La
Iglesia necesita (…) “de una autoridad
viviente que interprete de un modo actual las palabras originales afirmadas por
el Magisterio. Una Iglesia que apelara sólo a palabras antiguas no sería más
que una sociedad anticuada.”[5] El sistema jerárquico que
esta Divina Sociedad posee lo ha establecido nuestro Señor. Él le da a los distintos grados de jerarquía,
diferentes y variadas comisiones donde Él es el Rey Supremo y Soberano, y “repudió y prohibió a sus seguidores el
espíritu tiránico”[6].
Nuestro Señor ha dejado
representantes para cada una de Sus oficios: los sacerdotes en virtud de Su
sacerdocio; a los predicadores, que representan su función profética. En razón
de esta misma representación es que ha dejado a uno para que le represente en
su reinado terrenal, alguien que ocupa Su sitio en el reino terrenal. Es en los
Santos Evangelios donde Monseñor Benson encuentra la doctrina del primado de
Pedro, en la cual Pedro es el Maestro y Señor de todos los cristianos. “En total encontré veintinueve pasajes de la
Escritura – desde entonces he encontrado algunos más – en los que la primacía
de Pedro está claramente implícita, y ninguno contrario o incompatible con esta
misión”[7]
3.- Desenvolvimiento y desarrollo del
organismo: La Iglesia debe seguir un mismo desarrollo tal como los otros
organismos vivos.
Todos
los organismos están compuestos por unidades que forman parte de un todo que se
desarrolla conforme a las circunstancias externas que lo afectan y lo asisten.
La diferencia entre un organismo vivo y una organización radica en la asimilación. Benson lo explica del
siguiente modo: un organismo vivo, como un ave, al tomar agua, la asimila y la
hace parte suya. Toma lo que le sirve de ésta y desecha lo que no necesita. En
cambio, una organización, como un montón de arena en una caja, al echarle agua
ella escurre, no pasa a formar parte de ella. La absorbe, pero no la asimila.
Una vez seca, la arena seguirá tal como antes, y el agua no la habrá hecho
crecer ni habrá cambiado sur propiedades internas. La Iglesia como un organismo
vivo debe tener la capacidad de asimilar, como principio de su desarrollo.
Ahora
bien, la mera asimilación no es suficiente, porque si lo hace
desproporcionadamente, tal como en cualquier organismo vivo, tarde o temprano
se envenenaría. Por esto es que debe tener el poder de discernir entre el
veneno y el alimento. “Puesto que hay falsedad
en el mundo, será sólo una cuestión de tiempo cuanto absorbe y cuando
finalmente morirá. Este discernimiento debe ser garantizado por Dios mismo”.[8]
Si Cristo no hubiera prometido que las puertas del infierno no
prevalecerían contra ella (Mateo 16, 18), la Iglesia moriría o de hambre, por
temor a envenenarse, o sería envenenada por sus propios errores. “Entonces, si creemos que la Iglesia es
inmortal, esto parecería implicar necesariamente que ella está garantizada a no
tomar en su sistema cualquier cosa que sea mortal para su existencia. En otras
palabras, ella debe ser infalible en materias de vida o muerte, es decir, en la
fe y en la moral”.[9]
Cuando
la Iglesia toma o asimila para sí en su sistema doctrinal alguna verdad que sea
del mundo secular – como un método filosófico para expresar el dogma – debe
saber descartar todo aquel contenido que la pueda envenenar. Para mantener sana
de los errores y de las herejías, “debe
tener el poder de rechazar de su sistema de teología todos aquellos elementos
que, al ser absorbidos, lo vuelcan a la corrupción y la ponen en peligro en vez
de alimentar su vida. En otras palabras, ella debe tener el poder de definición
diciendo: “Esto es verdad, y yo lo incorporo. Esto no es verdad, lo desecho”.” [10]
¿Cómo puede la Iglesia evitar
la corrupción interna? Porque eventualmente algún individuo dentro suyo se
infecta con la falsedad, corriéndose el riesgo de contagio hacia los otros
miembros y en definitiva hacia todo el cuerpo. Para evitar el contagio, y si no
ha podido este individuo ser purificado y regenerado, este miembro corrupto
debe ser dejado fuera, lo cual se lleva a cabo a través de la excomunión. “Si la Iglesia no tuviera este poder en
funcionamiento activo, significaría que ella ha comenzado a corromperse a sí
misma”. [11] ¿Será que el progresivo abandono de esta sana medida nos ha llevado a la crisis de la que ahora somos testigos dentro de la Iglesia? Porque pareciera que ahora cualquiera puede decir lo que se le antoje con respecto a la doctrina innmutable, puede hacer el experimento litúrgico que se le venga en gana y nadie es sancionado, ni amonestado.
La Iglesia como Cuerpo
Místico de Cristo tiene entonces estos cuatro elementos que son esenciales: la
asimilación, el discernimiento, la definición y la excomunión. Toma del mundo
aquellos elementos que la ayudan a desarrollarse. Descarta lo que no le sirve,
define con la ayuda de estos elementos y aparta a aquellos miembros que la
corrompen.
Para terminar estos
fundamentos, recapitularemos haciendo un pequeño resumen de estos tres grandes
grupos de argumentos en favor del catolicismo. (…) “vi a
la mística Esposa de Cristo crecer a lo largo de los siglos, desde la infancia
a la adolescencia, crecer en estatura y sabiduría; no porque sumara
conocimientos sino porque los desarrollaba; la vi fortalecer sus miembros,
abrir sus manos; cambiar, ciertamente, su aspecto y su lenguaje, y comenzar a
pronunciar palabras humanas para expresar cada vez con mayor claridad; la vi
sacar de su tesoro cosas nuevas y antiguas que, por otra parte, eran suyas desde
el principio; y habitaba por el Espíritu del Esposo e incluso sufriendo como
Él.”[12]
Para
convertir al mundo esta Sociedad, que es la Iglesia, debe poseer algunas
características que lo atraigan. La más obvia es la unidad, que nuestro Señor
estableció. Luego, debe tener una organización que sea natural para el mundo,
una especie de monarquía. Y ya que es un organismo – aunque el más elevado de
todos – sigue las mismas condiciones de otros organismos, y en particular, el
crecimiento, que no es otra cosa que el despliegue de las capacidades
interiores mediante la asimilación de sustancias externas. Para que este
proceso de asimilación no termine en desaparición, debe ser salvaguardada por
un criterio infalible contra el veneno letal, infalibilidad asegurada por Dios
mismo; y también por el poder de la expulsión del sistema de ciertos elementos
insalubres que han sido absorbidos.
A
modo de reflexión personal quisiera para terminar observar que lamentablemente
vivimos tiempos en que la Santa Iglesia no ha sido capaz de expulsar a tiempos
aquellos elementos que están envenenándola desde dentro, creando una gran
confusión y un gran padecimiento a una buena parte de sus miembros. Sin
embargo, no debemos olvidar que nuestro Señor nos ha prometido que estará con
nosotros hasta el fin de los tiempos. Desde la posición en que cada uno se
encuentra, desde su propio estado de vida debemos seguir combatiendo el buen
combate, siendo luz para el mundo “para que viendo vuestras buenas obras,
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo, 5, 16), tal como lo
hizo hace un siglo Robert Hugh Benson, sacerdote, predicador, escritor,
director de almas, y apologeta.
Recuerde que puede encontrar este artículo y otros muy interesantes en: http://marchandoreligion.es/
[1] ROBERT
HUGH BENSON, A city set on a hill, edición electrónica del texto
publicado por Catholic Thuth Society, 1905, pág. 20.
[2] ROBERT
HUGH BENSON, Paradoxes of Catholicism, Project Gutenberg E-Book,
www.gutenberg.net, 2005, pág. 19.
[3] ROBERT HUGH BENSON, Las
confesiones de un converso, o.c. pág.74.
[5] Ibidem
pág. 76
[6] ROBERT
HUGH BENSON, A city set on a hill, o.c. pág.29.
[7] ROBERT HUGH BENSON, Confesiones
de un converso, o.c. pág 86.
[8] Ibidem, pág. 35.
[9] Ibidem pág. 35.
[10] Ibidem pág. 38.
[12] ROBERT HUGH BENSON, Confesiones
de un converso, pág. 86-87.
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