Hoy se cumplen 103 años de la muerte de Monseñor Benson. He encontrado este artículo escrito por un sacerdote norteamericano amigo de Benson y lo he traducido para ustedes. En él encontrarán algunos aspectos íntimos de su vida y remarca por sobre todo el fuerte celo sacerdotal de quien hoy cumple un nuevo aniversario de fallecimiento. Ruego a ustedes una oración por el eterno descanso de su alma. Las fotos son originales del artículo del padre McMahon.
“Soledad” la última novela de Mgr. Benson, cualquiera sea el veredicto de los críticos,
será siempre para mí su mejor novela por un prejuicio de interés personal. Él escribió
los últimos capítulos en las pocas horas de la mañana de un brillante día del
agosto recién pasado, cuando por última vez yo viajé a Hare Street para ser su
invitado por un fin de semana. Esa noche, después de la cena y después de
mencionar los temas tratados en la novela y el propósito que perseguía al
usarlos, él me leyó aquellos capítulos finales. La escena fue muy interesante e
íntima.
Gracias
a unas adquisiciones posteriores él había aumentado los terrenos que
originalmente rodeaban la casa de Hare Street, hasta abarcar unas considerables
tres o cuatro propiedades continuas. En una de ellas había levantado dos
encantadores y pintorescos cottages. Creo que su idea era formar una
distinguida colonia de católicos en esta remota y aburrida villa inglesa, que
no había experimentado la presencia de católicos hasta que él llegó a
establecerse ahí. Fue atraído por la belleza de la puerta de hierro forjado
estilo Carlos II, la cual conduce a la larga, espaciosa, cuadrada y confortable
casa que él compró. De esto estoy seguro, por su pórtico y sus viejos
revestimientos.
Fue
en uno de estos cottages, ocupado por una señora de distinguido linaje,
conversa ella también, (N.Tr.: se trata de Miss Lyall, hija de Sir Alfred
Lyall) donde fuimos invitados a tomar nuestro café. Fue una práctica habitual ir con él a la denominada
en forma elegante, “sala de estar de la casa de campo” a beber una pequeña taza
de café y fumar innumerables cigarros mientras en un semicírculo alrededor de
la hermosa habitación iluminados por una tenue luz de un candelabro eléctrico,
se sentaban sus huéspedes y unos cuantos vecinos y visitas de ella. Apenas se
intercambiaban los saludos la criada entraba con el brillante juego de café y
entonces, con su característica impaciencia por la pérdida de tiempo, él
preguntaba si podía comenzar. Leía rápidamente entre frecuentes aspiraciones a
su cigarro. Para los desacostumbrados ojos americanos era divertido ver a estas
graves damas inglesas, todas con “grandes aires”, alargando plateadas cajas de
cigarros y encenderlos con calma fumando plácidamente mientras él leía, hasta
que alguna interjección causaba que la lectura fuera suspendida al tiempo que
una animada discusión tomaba lugar para decidir sobre algún punto de vista
literario o de apreciación artística. Él no tomaba las críticas dócilmente. Al
primer síntoma de desacuerdo se ponía rígido a la expectativa del ataque y con
la determinación de defenderse. En más de un punto de la discusión de aquella
tarde y en las posteriores, él tendría el buen sentido de analizar las críticas
sobre las materias. Y entonces, con el cigarro pendiendo de sus labios,
clavaría su lápiz en el manuscrito o quizás mantendría firme el manuscrito con
la mano que sostenía el cigarro, el cual ardía con rapidez distribuyendo
naturalmente sus cenizas libremente y con una fina indiferencia, y haría las
correcciones.
Invariablemente
a la hora establecida para las oraciones de la noche, él se detenía súbitamente
y con un brusco “Buenas noches” se apuraba a salir a través del oscuro sendero
que cruza el variado jardín, familiar para él, pero muy difícil para el
extraño, deteniéndose para indicar algún peldaño peligroso o una rama sobresaliente
hasta llegar a la capilla. Los sirvientes se reunían y pronto la puerta que
daba al camino público se abría, y en la oscuridad del crepúsculo se esparcía
la luz de la lámpara del sagrario. Podían apreciarse las figuras de nuestro
círculo de lectura de hace un rato, y sobre sus cabezas lucían mantillas
españolas y sus ricos vestidos crujiendo mientras se arrodillaban cada una en
su lugar acostumbrado. Luego, desde su puesto detrás de la reja que separa el
coro de la nave que sus propias manos habían ayudado a tallar, llegaba la
severa y sumisa voz que cinco minutos antes había estado formulando sus propias
mágicas palabras para representar amorosas escenas, o conmovedoras emociones,
pero que ahora reproducían reverentemente las hermosas oraciones de completas. Terminada
la lectura unos a uno los devotos se marchaban desapercibidamente, dejándolo
acurrucado en su actitud favorita leyendo maitines y laudes, con la luz
sobrenatural de la lámpara del altar.
Por mucho tiempo en mi mente vivirá el recuerdo
de dos escenas en apariencia tan diversas, aunque en realidad están muy
conectadas. Porque la historia basada en la soledad de Elsa se urdirá con la
gran pasión y con la tragedia de la soledad de su niña-heroína católica que la
trajo de vuelta a Dios, y que encuentra su explicación en esta delgada figura
ahora absorbida en la oración delante del altar de Dios. Porque él intentó en
verdad usar su don literario dando a conocer, a través de las creaciones de su
mente, las manifestaciones de ese Dios que vive en su oración.
II.-
Creo
que “Soledad” da no sólo la pista más clara sobre el propósito de Mgr. Benson
al escribir sus novelas, sino que también para todo el carácter de su vida
católica. Él estaba siempre esforzándose por traer a Dios a los hombres, y no
contento con llegar a los que pudieran ir a oírlo predicar, buscó una mayor
audiencia entre quienes despreciarían sus instancias desde el púlpito, pero que
podrían ser conquistados a través de la historia de una novela. Esto es
evidentemente el propósito de “Soledad”. Creo que artísticamente es uno de sus
mejores trabajos. No hay mucha introspección como en “El cobarde”, tal vez su
mejor estudio psicológico, sin embargo, esto realza su interés como historia.
El tema de Elsa es una constante a lo largo del libro, como el tema del Grial
en la música de Parsifal. Incluso entre la seductiva sensualidad de la música
del segundo acto de Parsifal suena el motivo del Grial como una advertencia y
un contraste. A lo largo de “Soledad” el tema de Elsa está presente. El trágico
incidente a través del cual es transmitido su sentido de su insolación es muy
poético y completo, y la emocionante escena final es artísticamente embellecida
en un alto grado. La lección es poderosa. El propósito del libro, como revelado
en aquel noctibus ambrosianis, fue un
poco para enseñar exactamente el peligro que reviste para un católico estar
asechando aquellos matrimonios mixtos a los cuales el predicador católico con
tanta fiereza y tan a menudo denuncia inútilmente.
Este
esfuerzo para transmitir algunas verdades o enseñanzas católicas fue el
propósito fundamental de todas las novelas escritas por Mgr. Benson. Poseía el
maravilloso don de imaginación, el espléndido poder de la descripción, una
notable capacidad para la observación y un genio para la creación de personajes
que parecían reales. De hecho, él podía llegar a impregnarse con cualquier
lugar o periodo. La primera vez que me visitó aquí en América tres años atrás,
mencionó que había estado escribiendo una novela que trataba el tema de la
muerte de Carlos II. Estaba muy prendido con ese canalla real porque, tal como
él decía, era genuino. Lo que más le interesaba de él era la muerte católica de
Carlos. Sin embargo, no estaba satisfecho en cómo estaba escrito el libro. El
año pasado, con ocasión de su segunda visita, alegremente me contó como por
este disgusto había arrojado su manuscrito al fuego. Luego se había sumergido
por dos semanas en las bibliotecas leyendo e investigando sobre ninguna otra
cosa más que sobre el reinado de Carlos II, y así fue como escribió la novela
que apareció después con el nombre de “Bichos Raros”. (Oddfish)
Durante
mi visita a él en el último verano tuve una larga caminata una mañana, la cual
me condujo a través de algunas encantadoras villas. Yo no estaba familiarizado
con el país y estaba ansioso por identificar estos lugares que me habían
impresionado. A mi regreso a la biblioteca, donde él había estado trabajando,
observé un largo mapa colocado en una esquina. Pensando que podría ser el mapa
del condado que me mostraría aquellos poblados le consulté por esto y me
sorprendí al escuchar su comentario: “¡Oh! Este es un plano de Londres de la
época de Carlos que yo agrandé y dibujé a escala. En el puedo encontrar mi
camino a cualquier parte.”
Algunas
veces sus observaciones fallaban. Yo había escrito una descripción de Hare
Street House para “el consumo doméstico” de algunos de sus devotos amigos de
América. El estaba interesado en escuchar mi descripción. Comencé diciendo que
el muro que cerraba la propiedad era una alta empalizada de madera o una valla
de madera y él me interrumpió para decir “¡Oh no!, te equivocas en esto, el
muro es de ladrillo”. Y lo que ocurrió es que era otra cara de la misma moneda.
Yo había caminado hacia abajo del camino donde la valla era de hecho una empalizada
de madera, pero como él siempre giraba hacia arriba del camino, en su dirección
¡el muro era de ladrillo!
III.-
Todos
estos dones o facultades de los que él hacía uso eran para llevar a sus
lectores a entrar en contacto con las cosas y la con vida católicas.
Personalmente desconozco si hay alguna otra descripción más fascinante de una
misa católica que la que se encuentra en “¿Con qué Autoridad”? y en” “El Triunfo del Rey”. Estos relatos
históricos son sin dudas fascinantes tanto para los no-católicos como para los
católicos. La poesía y los auto sacramentales de la liturgia católica están tan
artísticamente empleados que uno se hace insensible a la inoculación de la
verdad dogmática. Sin embargo, me parece que una lectura no católica
inteligente a la exquisita descripción de las flores ornamentales del altar y
al fino análisis de las oraciones litúrgicas que conducen a la consagración,
debe no solamente tener la más clara idea del credo católico sobre la Presencia
Real, sino que debe compartir de alguna manera la reverencia de los católicos
por este misterioso ritual.
Los
lectores de sus novelas deben también haber notado su gran respeto por las
antigüedades. Un gracioso ejemplo lo ilustrará y explicará. Caminábamos un día
a inspeccionar una finca recién adquirida por una devota amiga suya, Lady
Gifford. El capellán se encontraba viviendo de modo muy confortable en el
extremo de un largo granero, donde las habitaciones habían sido alhajadas con
todas las comodidades modernas. La otra parte del granero había sido convertida
en una considerable capilla que, en mi opinión, podía acomodar a unas cien
personas. Se le había colocado suelo de cemento, artefactos de calefacción a
vapor y se le había aplicado una impermeabilización a los laterales y las
paredes se habían reforzado con tornillos de acero. La apariencia en su
totalidad era muy buena. Encontré a Benson mirando con atención los pilares de
madera verticales que sostenían el techo y hablando con entusiasmo con el
capellán. Estos pilares habían sido carcomidos casi hasta un punto peligroso
por el ganado que había ocupado los establos ahí por centurias. A mi pragmática
mentalidad americana le pareció mejor echar abajo toda la estructura y
construir un edificio moderno. Pero esto para los ojos de Benson habría sido
una profanación. La razón radicaba en que este lugar era un enlace que se
extendía de vuelta hacia los tiempos en que Inglaterra era católica y dote de
nuestra Señora. Ahora como capilla católica daba una lección objetiva de
continuidad. Por tanto, en todos sus libros está tratado el tema de las
antiguas casas y hogares católicos. El lector no puede evadir el hecho de que
son descritos edificios reales existentes y que las escenas representadas en
ellos los conectan con los católicos de la antigua Inglaterra.
A
mi juicio, y me alegra decir que también a juicio suyo, desde el punto de vista
literario “Richard Raynald, ermitaño” es el mejor de sus libros. Es una gema
perfecta. Tiene el refinamiento, la elegancia de estilo, el final que sus otros
libros, escritos a prisa y bajo gran presión, carecen con demasiada frecuencia.
Pero su propósito es el mismo: reproducir una etapa de la vida en Inglaterra
que solía ser católica y hacer a los modernos ingleses pensar sobre su regreso
a esta idílica mística existencia que está en tan agudo contraste con el
materialismo de la actual vida inglesa.
Sus
críticos inconscientemente daban testimonio de la existencia de este mismo
propósito subyacente. Recalco el hecho que cierto periódico francés escrito
para sacerdotes examinó una serie de sus novelas que habían sido traducidas al
francés, señalando su profundo significado religioso e incidentalmente llamando
la atención un par de veces sobre un punto en el cual el escritor de la crítica
había descubierto a Benson en el error. El juicio del Times no pasará al
olvido. El crítico del Times notó el hecho que Mgr. Benson había dado una nueva
concepción del Jesuita histórico a la literatura inglesa y esto en el futuro
debía ser considerado. El mismo documento apunta a la escena del lecho de
muerte de Carlos en “Bichos raros” como digno de un comentario especial.
IV-
El
propósito que se muestra tan claro en sus novelas fue, desde luego, un reflejo
de lo que dominaba su vida como sacerdote católico. Esta vida se extendió
solamente por una década, pero compensó en intensidad lo que le faltó en años.
Escogió la predicación como un llamado especial, y en ella trabajó hasta el
final. Estaba especialmente agradecido por la oportunidad de venir a este país,
el cual le fascinaba enormemente y cuya complejidad le interesaba muchísimo. Su
primer viaje a América fue por una invitación de la familia Bellamy Storers. En
esa ocasión él dio diez conferencias en la famosa residencia de la Sra. Jack
Gardiner en Boston. Con posterioridad estos fueron publicados con el nombre de “Cristo
en la Iglesia”. De un modo u otro su visita a Boston no causó mucha impresión,
aunque predicó varias veces en la catedral. Pero al menos se hizo conocido por
el hecho de ser él un predicador. Cuando vino a Nueva York respondiendo a mi
invitación a predicar durante la cuaresma en la Iglesia de Nuestra Señora de
Lourdes, fue interesante constatar cuán bien conocido era él en especial entre
los no católicos.
Dos
cosas han contribuido a establecer su reputación. La primera es por sus
relaciones. Es pintoresco y sorprendente pensar que el hijo del arzobispo de
Canterbury predicara como católico en una iglesia católica. Numerosos fueron
atraídos por este hecho, como por ser conocido por sus propios libros y por los
de sus hermanos. El interés despertado entre los no católicos en su
comparecencia aquí fue una revelación para nosotros y llegó a ser embarazoso.
Como es natural nuestra primera preocupación fue para con nuestros católicos,
pero no podíamos rechazar los requerimientos que nos llovían a cántaros y
pronto encontramos que, con el fin de dar una oportunidad a todos, él tendría
que dar una conferencia en un amplio salón público. Por lo tanto, durante su
primera visita cuaresmal a nosotros en dos ocasiones el gran salón de baile del
Hotel Astor fue repletado al máximo con una distinguida audiencia compuesta en
gran parte por los no católicos. El encanto de su personalidad quedaría grabado
en los que lo escuchaban. Las personas que lo han escuchado en Inglaterra o en
Roma recorrieron algunas veces grandes distancias solamente para oírlo en Nueva
York. Nuestra pequeña iglesia ordinariamente acomoda ochocientos cincuenta
personas cuando está completa, pero llegaron a estar mil doscientas apretujadas
en muchos de los sermones de Benson. Cuando él regresó dos años después
encontramos que fue necesario que dictara conferencias adicionales semanalmente
en nuestros auditorios.
Durante
sus últimas dos visitas a los Estados Unidos fue siempre lo mismo. Donde quiera
que se anunciase que Mgr. Benson iba a hablar una multitudinaria audiencia era
garantizada. Se estima que durante aquellas dos visitas él se dirigió a más de
cien mil personas. Su actividad era una maravilla. Algunas veces predicaba unos
cinco sermones en un día. En varias instancias tuvo que viajar sobre cien
millas entre sermones. Parecía florecer con el entusiasmo. Nunca rechazaría una
invitación a predicar a menos que estuviera física o moralmente imposibilitado
para aceptar. Nunca se ahorró nada para sí mismo. Se interiorizó en el espíritu
de nuestra vida americana, disfrutando de la prisa y del bullicio de la misma,
simpatizando con sus aspiraciones y entendiendo sus instituciones. Nuestra
jerga lo atraía en razón de su pintoresco, y con orgullo infantil él se
pavoneaba en el correcto uso que de hacía de ella. Nuestras cortes y prisiones
le interesaban enormemente. Recuerdo su visita a Sing Sing donde, no contento
con hacer lo que de ordinario hacen las visitas, tuvo que sentarse en la silla
eléctrica por el gusto por aquella experiencia. Su veredicto sobre nuestro
sistema de prisiones fue que era vastamente superior al de su propio país.
Desde
el fondo de su corazón inglés él pudo y apreció lo que aquí encontró y, de
hecho, disfrutó con entusiasmo cada nueva experiencia. En una ocasión manejó en
la cabina del ingeniero la enorme locomotora moviendo uno de los expresos más
rápidos entre Nueva York y Albany. Más tarde confesó que su corazón estaba casi
en su boca durante el viaje, y él se retorcía mientras el enorme monstruo
tomaba las curvas alrededor de la desembocadura del Hudson, imaginando que éste
debía inevitablemente zambullirse en al río.
Resumiendo
sus impresiones de América él dijo una vez que sabía la diferencia entre su
país y el nuestro. Su país poseía antigüedades y sus monumentos, y la
conciencia de sus posesiones causaba que sus compatriotas vivieran demasiado en
el pasado. Aquí, donde todo era nuevo y las cosas debían, en efecto, ser
creadas, nosotros vivíamos mucho en el presente y no nos afanábamos
reflexionando sobre el pasado y aprendiendo de sus lecciones. Pensaba que esto
era particularmente cierto en la vida religiosa americana.
V-
Con su febril afán por el trabajo Mgr. Benson
delató la premonición de que no viviría mucho tiempo. En varias ocasiones él
expresó este sentimiento cuando se lo reprochaba. El volumen de trabajo que él
asumió era enorme. Su correspondencia era voluminosa y muy diversa. Disfrutaba
particularmente la comunicación con los no católicos. Tenía un maravilloso don
para apreciar sus puntos de vista y simpatizar con ellos, y esto lo llevó a
asociarse con muchas organizaciones no católicas. Uno de sus amigos más
apreciados fue el Rev. R. J. Campbell, el célebre clérigo de la City Temple de
Londres. Estaba asociado a él en el comité editorial de un periódico con el fin
de prevenir cualquiera mala interpretación de la enseñanza católica. Es por un
crédito de ambos que la asociación continuó hasta su muerte. De hecho, él solía
relatar con gusto cómo Mr. Campbell, el cual lo había invitado a una reunión de
no católicos, lo protegió de una audiencia cuando una importante porción de
ella comenzó a molestarlo. Este mismo entusiasta deseo de ser un punto de
contacto entre la Iglesia Católica y los miembros de la iglesia que él había
dejado lo llevó a actuar como uno de los miembros del equipo de sacerdotes
unidos a la capilla motorizada del apostolado inglés en su primer tour. Este
vagón evangélico católico iría a algunos pueblos o ciudades inglesas donde no
había una iglesia católica en un esfuerzo por reunir una audiencia que
escuchara la prédica de la doctrina católica. La experiencia de Benson fue unas
veces divertida, a veces peligrosa para su seguridad. Él estaba muy orgulloso
del resultado de uno de sus trabajos en el establecimiento de una iglesia
católica en Buntingford, un pueblo a dos millas de Hare Street y cerca de
treinta de Londres.
Siendo
esto lo dominante de su vida católica, no fue extraño entonces encontrarlo
mostrándose en todo su quehacer. Sus novelas, tal como lo he dicho, están
inspiradas por aquello y no contento con este método de propaganda, volcó su
atención al drama como medio de enseñanza. En los llamados auto sacramentales
él fu muy exitoso. Uno de ellos, “La Natividad”, capturó admirablemente el
espíritu de los antiguos auto sacramentales ingleses medievales e incluso el
pintoresco encanto de su lenguaje. Sus últimos auto sacramentales, “La
Habitación Superior”, la que será producida por primera vez en Nueva York este
invierno, por supuesto que no puede ser juzgada por la prueba práctica, sino
que ofrece una buena lectura y una gran posibilidad dramática como una
presentación de un auto sacramental del día de la Pasión con la introducción de
la figura del Señor. “La Doncella de Orleans” fue muy exitosa y un intento,
como inglés, de reparar las falsificaciones inglesas de este bello personaje.
Llegó a estar convencido en los últimos meses de su vida que él podía llegar a
convertirse en un exitoso autor de obras de teatro y consagró un considerable
tiempo a la dramatización de algunas de sus novelas. Un crítico competente que
leyó aquellos esfuerzos en el manuscrito pensó que podrían ser exitosos. Sé que
él colaboró con un famoso actor y manager en la construcción de una basada en
su más exitosa novela. Sin embargo, el punto débil en esto, a juicio del
colaborador, es el punto débil de sus novelas como creación artística, esto es,
el fracaso que tiene en el interés amoroso. Sus personajes femeninos apenas
hacen justicia a este sexo o a este interés humano.
Mgr.
Benson fue siempre un apasionado aficionado a la música. Resulta extraño decir
que él tocaba bastante bien tanto el piano como el órgano, pues lo hacía
solamente de oído. Pero también en sus últimos meses de su vida él hizo un
estudio formal de música. Su intensidad
y concentración para este proyecto una vez más triunfó y en unas pocas semanas
de hecho pudo tocar muy bien para un amateur. Su ansiedad e inquietud se mostró
también en su deseo por aprender a pintar. Su instructor fue un famoso de la
Academia Real que había caído bajo el encanto de su personalidad magnética y
que se sintió bastante orgulloso de las aptitudes de su pupilo.
VI-
No
puedo terminar esta desordenada reminiscencia sin insistir en lo admirable de
su magnetismo personal. Fascinó a la gente que sólo lo conoció por medio de sus
libros. Ha sido para mí un placer recibir numerosas cartas de personas que trataban
de describir la influencia de esta personalidad sobre ellas. Es difícil, casi
imposible, analizarlo exactamente. Su apariencia no impresionaba. Sus rasgos
eran algo toscos y su rostro no era atractivo. Sin embargo, cierta dignidad en
la delgada figura llamaba la atención. En el discurso era todo acción. Su
pequeño cuerpo se retorcía y se estremecía a causa de la presión de sus
emociones. Sus gesticulaciones eran prácticamente nulas y si había alguna era
brusca. Su voz era ronca y suavizaba solamente por la tensión de algún
irresistible entusiasmo, y con todo, él fascinaba a su auditorio. Poseía en un
alto grado el misterioso poder de atraer para sí las almas de los hombres. He
visto el maravilloso efecto sobre su audiencia mientras ellos respondían gradualmente
a su poder hasta sentarse rígidos y tiesos con la tensión, y suspendidos sin
aliento por el torrente de palabras que con ímpetu él arrojaba. El secreto era
esta personalidad. La adulación y el culto al heroísmo le eran ofrecidos en un
grado extraordinario, pero su simplicidad, inocencia y por sobre todo la
absorción de su apasionada vida le dieron la inmunidad contra la adulación y el
orgullo. Pasó ileso a través de las más terribles rigurosas pruebas para un
hombre de su posición y con sus poderes. La vanidad no tomó parte en ninguna de
sus composiciones.
Mgr.
Benson fue una gran fuerza para el bien espiritual. Su muerte, que llegó
inesperadamente, aturdió mucho a sus admiradores. El comentario del Atheneum
encontrará un gran eco aquí. Su muerte es una pérdida visible para la
literatura inglesa contemporánea. Es más, sus novelas fueron traducidas al
francés, alemán, y danés, y comandó todo un círculo de lectores. Por tanto, su
pérdida es lamentada por personas de muchas razas diferentes. Su vida fue una
llama de fuego. Es patético usar para él las heroicas palabras con las que su
última novela, “Soledad”, concluye.
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