Hace
exactamente diez años escribí esta novela apocalíptica, y este año 2019 la he
autopublicado en su segunda edición en Kindle Direct Publisching de Amazon, tanto en formato de libro de tapa
blanda como de eBook Kindle, con varios aumentos y correcciones al original.
Por aquel año 2009 había leído varias novelas de este corte como el Señor del
Mundo, de R.H. Benson; Los papeles de Benjamín Benavides y Su Majestad Dulcinea
del padre Castellani, Juana Tabor y 666
de Hugo Wast, entre los que recuerdo, y quedé fascinada con el tema y con el
tratamiento novelado del mismo, y me propuse hacer yo misma una nueva novela
parada en este siglo XXI. A cada escritor que estudia y hace una hermenéutica
del Apocalipsis siguiendo la Tradición, le corresponde agregar un nuevo
ladrillo en la construcción de su interpretación en la medida que el tiempo
avanza hacia la Parusía y que las
profecías comienzan a sernos un poco más claras conforme se van cumpliendo
y apreciamos las señales.
¿Una
novela católica? ¿Una novela católica para el tema del Apocalipsis? Sí, y ¿por qué no? ¿Acaso soy la
primera? Y aunque parezca extraño me hago esta pregunta porque el género
novelesco es mal visto en algunos círculos católicos. Ellos están para cosas superiores más que
para leer “novelitas”, y claro, yo lo
entendería si solo existieran autores y
libros que no aportan a enriquecer lo único que de verdad importa: agradar a
Dios y salvar el alma. A la mala
literatura Castellani la llamó
“literatura desagradable y de pesadilla”, y me parece perfecto que no
lean novelas sosas y que no contribuyen a elevar el espíritu. De hecho yo tampoco las leo. Pero que existan
novelas desechables en sus contenidos, no hace a la novela despreciable en sí
misma, no solo porque ha sido utilizada por grandes maestros de la literatura
católica para evangelizar, sino porque más bien suena al típico intelectualismo
de las élites tradicionalistas que caen en el fariseísmo despreciando todo
aquello que ellos consideran de un nivel inferior para su alcurnia intelectual.
Yo también me considero tradi, pero no se me ocurría jamás decir que no leo
novelas, como las de Jane Austen, porque no están a mi altura. ¡Pamplinas!
¿Cómo no va a ser gratificante y un recreo para el espíritu leer por ejemplo
a P. G. Wodehouse? ¿O me van a decir que
tampoco leen las novelas de Dostoievski? Y cito el buen libro de Sebastián
Randle donde hace hablar al padre Castellani con el Cardenal Newman creando
diálogos entre ellos en base a textos de ambos.
“Castellani hizo una pausa. Pero pronto
recomenzó con algo conexo. “Los fariseos odian la literatura porque son
fanáticos”. “¿Cómo es eso?”, preguntó el inglés. Castellani contestó de
inmediato: “El fanatismo tiene atinencia al fariseísmo pero no es lo mismo.
Todo fariseo es fanático pero no todo fanático es fariseo. ¿Qué es el
fanatismo? El fanatismo consiste en poner arriba de todos los valores religiosos
– lo cual está bien – y después suprimir o despreciar todos los otros valores,
lo cual está mal. Los valores religiosos son ciertamente los más altos de
todos, son la cúspide de la pirámide de los valores, pero la pirámide no es
pura cúspide; la cúspide tiene que estar sustentada por la falda. Si Ud., se
sube a la cúspide y después retira la falda, se cae Ud., y la cúspide; y ésta
deja de ser cúspide. El fanático es muy religioso o cree serlo; pero da en
despreciar todo el resto, la ciencia, el arte, la nobleza e incluso las
virtudes naturales, el talento, el genio, es espíritu de empresa. Su religión
se desboca, como si dijéramos. Hay religiosos que son buenos religiosos (o lo
creen) y desprecian a medio mundo; desprecian, por ejemplo, a las otras Órdenes
Religiosas o a los casados, desprecian el Matrimonio. Son fanáticos.”
La Gran conversación Castellani –
Newman, Sebastián Randle, Editorial Vórtice, Buenos Aires, 2005, pág.71.
Como anécdota, cuando intenté publicar esta
novela en una editorial acá en Chile, en una editorial católica tradi que ya no
existe, el editor señaló que él no leía novelas y que, por tanto, no las
publicaba. Hubiera sido para mí más útil que me hubiera dicho: “su novela es
muy mala, redáctela mejor, corríjala y tal vez la publiquemos”, pero me cerró
las puertas en las narices por el mero hecho de ser una novela. Me fue mal
también cuando se la presté a un cura amigo que, tras tenerla en su poder por
un buen tiempo y yo pedirle el ejemplar de vuelta, me sale con que tampoco él
lee novelas y que no le ha visto.
Género
literario subvalorado, y hasta despreciado por muchos en el mundo católico, ha
sido, sin embargo ganado por el
paganismo que publica y publica novelitas new age o de corte erótico a destajo
batiendo récord de ventas.
Creo
que los católicos debemos volver a ganar un espacio en el mundo de la literatura,
devolviéndole a la novela católica el importante rol de hacer apostolado
mediante historias que acerquen al público a la Fe. Hay tantos y tantos temas
que pueden ser tratados de manera amena, sencilla y eficaz. Se puede hacer un
muy buen apostolado enseñando doctrina a través de novelas que atrapen al
lector hasta el final. ¿Por qué dejar este espacio a los neopaganos, a los
ateos, a los que escriben novelas para burlarse de nuestro Señor y que luego
las hacen películas, y de pasadita ganar millones escandalizando a los fieles? ¿Nos
falta creatividad o es nos hemos llenado de complejos?
Mostrar
a personajes comunes y corrientes, con vidas similares a las que cada uno de
nosotros lleva, con sus mismas inquietudes y problemas, y ser
capaces de transmitir las respuestas y los consuelos que la religión católica
da, es un gran desafío y una tremenda oportunidad para volver reencantar a los
lectores, que andan como perdidos en medio de los lobos, con lo que la religión
católica enseña y predica desde que nuestro Señor fundó la Iglesia. Sorprender
al lector y llevarlo a decir “a mí me pasa lo mismo, vaya, no soy el único”.
Sí, porque el hombre es el mismo siempre, con los mismos problemas
existenciales, con las mismas dificultades y
en búsqueda de respuestas y de sentidos, y una novela que los aborde
desde el punto de vista católico vaya que puede ayudar. Un tema, una novela.
Tal como lo hizo R.H. Benson, cuando para tratar el problema del sentido el
sufrimiento escribió Initiation; para el
peligro del espiritismo escribió The Necromancers, por dar un par de ejemplos.
¿Acaso no se han sentido atrapados por la lectura de los libros de Louis de
Wohl y sus novelas históricas sobre Santo Tomás, sobre San Pablo, sobre Santa
Elena, sobre san Ignacio de Loyola, etc, etc? Su lectura, ¿no los ha acercado a
ver a estos Santos como personas más cercanas e imitables que una hagiografía
que los pone casi como seres angelicales? ¿Por qué dejamos de hacer este tipo de
literatura? ¿Acaso ya no teníamos nada más que decir frente a las inquietudes y
dificultades de la vida?
No todos aprenden de la misma forma, ni tienen
la capacidad para leer a los grandes maestros de teología…y tampoco les
interesa. ¿Por qué no acercar a esas mismas personas a los santos, a los Padres
de la Iglesia y a sus soluciones frente a las dificultades primero a través de
relatos simples como en una novela para luego entrar en la formación filosófica
y teológica? Podemos crear en las personas la inquietud por formarse y por
aprender más porque quizás no han tenido la ocasión de conocer el gran tesoro
que tiene la filosofía y la teología católica porque lo ven como algo que solo
compete y que pueden entender los eruditos. Las almas necesitan saber lo que es
necesario para salvarse. ¿Cómo podrían buscar a Aquel no conocen y cómo podrían
llegar a amarle si no les han hablado de Él, si no saben a Quién es el que buscan?.
En
definitiva, la novela católica puede ser un excelente medio de apostolado, y en
especial, del apostolado tradicional. Entiendo que a este género narrativo se
le haya despreciado por la mala literatura que existe actualmente, pero no
podemos ceder este espacio a los enemigos de la fe ya que, nos guste o no, la
gente sigue leyendo novelas y lo que el mercado ofrece es una soberana basura
descartable.
Esta
es una de las razones que me ha llevado a publicar esta segunda edición a un
público más amplio: revalorizar la importancia que tiene la novela católica
para llegar con sana y buena doctrina a un público que desconoce hasta los
rudimentos de nuestra religión y que del tema apocalíptico solo sabe lo que las
películas de Hollywood les muestra. Tal como lo decía el padre Castellani:
“La
gran cuestión hoy día no es convertir a los salvajes al cristianismo, sino
convertir a los cristianos en cristianos”.
(La
gran conversación, Castellani-Newman, Sebastián Randle, o.c. pág. 73)
Con
esto no quiero decir que mi novela es “la gran novela católica” ni mucho menos.
Mi prosa no pretende ser del de una gran obra literaria – de hecho me dijo
alguien por ahí que mi novela carecía de interés literario – ni la de un genio
de la literatura. No me da para tanto. Mi estilo es básico y hasta
rudimentario, pero no importa, lo que verdaderamente importa es la historia
misma, en el escenario del fin de los tiempos, con todo lo que he podido
recoger de las Sagradas Escrituras, de las interpretaciones de los grandes
teólogos, y en especial de Castellani, Benson y Newman. He hecho un esfuerzo, un gran esfuerzo por
crear esta narración, me obligué a
estudiar el tema de la Parusía y me he entretenido creando a mis personajes y
sus aventuras. Pasados diez años desde su primera edición es para mí
sorprendente que muchas de las cosas que pensé que podían pasar, ahora las estamos
viviendo. Y no es porque tenga el don de profecía ni nada que se le parezca,
sino que pude vislumbrar algunas cosas porque tuve buenos maestros en estos
hombres de Dios que he citado y que me dieron pistas sobre como la historia se
ha de desplegar.
He trasladado a mi Mateo y a su familia al
tiempo de la realización de las profecías apocalípticas, con todas las
consecuencias morales y materiales que va a acarrear mantenerse fiel a Cristo y
a su Iglesia: persecución, dolor espiritual, pérdida material, crisis de fe, y
un largo etc. Mi novela es protagonizada
por la gran familia de este querido ente de razón que es mi personaje
principal. Una familia católica tradicional que bien podría ser la suya o la
mía y que, en un poco tiempo, se ve envuelta en la vorágine de la persecución
del Anticristo viendo cómo poco a poco su tranquila y rutinaria vida se va
desintegrando. Ellos nunca imaginaron que estaban hechos para lo heroico y que
Dios les tenía preparada una gran prueba que tendrían que sellar con su vida,
ya que para ganar hay que perder, porque perdiendo todo lo humano ganaron al
único que es nuestro Todo.
No
soy nadie en el mundo literario y reconozco mis limitaciones, pero en esta
novela he puesto mi corazón y me sentiría muy honrada que pudieran comprar y leer mi cuento. Los animo a leerla, y si
llegan a hacerlo, a comentarme qué les ha parecido. Para comprarla pinchen aquí
Les recordamos visitar la página de Marchando Religión para encontrar más artículos.
Bueno, el librito tiene buena pinta. Pero a mí me gustaba que usted se llamara Beatrice. Aunque no es mal patrocinio el de San Pablo, prefería la evocación del Dante.
ResponderEliminarAtrapante y sugestivo. Felicitaciones por la reedición.
ResponderEliminarGracias mi querido Coronel Kurtz. He mejorado la redacción y elimidao y agregado a su vez varios párrafos. Diez años...cómo ha pasado el tiempo.
EliminarSu novela , Señora , no debiera sólo ser recomendable...debiera ser de lectura obligatoria.
ResponderEliminarMis oraciones por Ud y su Familia están siempre.
Criollo y andaluz.
Querido Marcos, me preguntaba qué sería de ti. Qué bueno saber que estás bien. Gracias por tu incondicional apoyo. Saludos a la jefa y a tus niños.
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