Magdalen College, Oxford |
"No hay caridad cristiana, sino mera justicia, al disculpar lo excusable. Para ser cristianos, debemos perdonar lo inexcusable, porque así procede Dios con nosotros..."Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Sólo en estas condiciones podemos ser perdonados. Si no las aceptamos, estamos rechazando la misericordia divina. La regla no tiene excepciones y en las palabras de Dios no existe ambigüedad."
C.S. Lewis
Tal como lo señala C.S. Lewis en este ensayo sobre el perdón que he citado, se nos exige perdonar no solamente lo que nos han hecho y tiene una excusa, sino también aquello que no la tiene, porque cuando Dios nos perdona lo hace sin condiciones.
No es fácil perdonar, especialmente cuando nos han herido de una manera feroz. Sin embargo, nosotros no somos nada para negarle el perdón a otro. Si Dios es capaz de perdonarlo todo, nosotros no podemos dejar de hacerlo, y menos si repetimos una y mil veces en nuestras vidas: perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Por otra parte, el sabernos capaces de dejar el resquemor atrás nos trae tranquilidad al espíritu. No se puede vivir sintiendo odio o rencor en el corazón, no es cristiano y es obra del mismísimo demonio. Nos daña y nos "afea" espiritualmente, llegando a convertirnos en seres amargados. Antes de llenarnos de devociones y de obras materiales de caridad, debemos hacer la mejor de las caridades hacia el prójimo y esta es perdonar. ¿Perdonar aunque no nos pidan disculpas? Sí, por supuesto. Hay que dejar en el olvido la ofensa y el daño causado, y además intentar - no digo justificar - pero sí comprender las razones que al otro lo han llevado a hacernos el mal. Hace pocos días terminé de leer la biografía de Ana Catalina Emmerick, de Joaquim Bouflet, y por lo que señala el libro, ella siempre buscaba la manera de comprender las razones que habían llevado a algunos a tratarla con dureza. Pues bien, ella tomaba estos malos tratos como pruebas de Dios para purificar su alma y para ofrecer estos disgustos por la salvación de las almas. Ella pensaba además que por su culpa esa gente la había tratado con aspereza, ¡siendo que era toda entera sumisa y obediente!
Para una, que no tiene nada de santa, es bastante difícil llegar a un grado de mansedumbre espiritual como la de la beata Emmerick, y lograr perdonar de corazón. Pero es lo que hay que hacer, si queremos que Dios haga lo mismo con nosotros. No se puede llegar al cielo con el alma endeudada. No hay mejor cosa en la vida que estar en paz con uno mismo y con el prójimo. Por esto mismo es menester realizar ciertas aclaraciones. Hay en esta viña del Señor, cierta clase de personas que viven "buscándonos el odio". En vista de aquello, si esa persona me ha hecho algo y yo, olvidando la ofensa, le perdono de corazón, voy a tratar por todos los medios de alejarme de ella. No quiero que me mal interpreten en lo que digo y que crean que me contradigo en el ejercicio de la caridad. Pues, desde el punto de vista de la perfección cristiana, debiera con mayor razón juntarme con esa persona a fin de santificarme y de enseñarle a ella lo errada que está en su actitud. Ahora bien, no siempre se puede, y si juntarme con esa persona va a significar hacerme perder la paz y hasta pecar, mejor es alejarme. Tú por allá y yo por acá, cada uno en lo suyo en perfecta armonía. Si no nos vamos a entender y vamos a volver a ofendernos, mejor nos apartamos. No es bueno exponerse a ocasiones de pecado, y si esa persona me hace pecar...Me pasaba con ciertos parientes que vivían atacando el hecho de seguir la Tradición y asistir a la misa de siempre. Las burlas y las humillaciones eran tales que se hacía insufrible estar con ellos, y por la paz de mi alma y por el bien de ellos también, decidí juntarme lo menos posible.
Quiero a continuación compartir un texto de la Actas de los Mártires. Deja una hermosa lección: de nada sirve estar dispuesto a arrojarme a las garras de los leones por Cristo, si antes no he perdonado a mi hermano que suplica mi perdón.
I- Había un presbítero, por nombre Sapricio, y un laico llamado Nicéforo, amigo íntimo del presbítero. Se querían los dos con tal cariño que cualquiera hubiera pensado eran hermanos carnales, salidos de un mismo seno, pues el amor que se tenían sobrepasaba el que es de ley en la humana naturaleza. En esta amistad habían permanecido largo tiempo cuando el demonio, aborrecedor de todo lo bueno y enemigo del humano linaje, metió entre ellos tal disensión que, llevados de su diabólico odio, evitaban hasta encontrarse en pública plaza.
II- En esta maldad pasaron también mucho tiempo; pero Nicéforo, volviendo sobre sí y dándose cuenta que el odio es cosa diabólica, rogó a otros amigos suyos que fueran al presbítero Sapricio e intercedieran por él pidiéndole le perdonara y aceptara su arrepentimiento. Pero el otro no accedió a perdonarle. Por segunda vez envía Nicéforo otros amigos con el fin de obtener la reconciliación; pero Sapricio se negó igualmente a recibir las súplicas de éstos. El buen Nicéforo otra vez rogó a nuevos amigos suyos muy queridos a ver si al fin obtenía el perdón de su falta, por dos y tres veces pedido, para que sobre la palabra de dos o tres testigos se asiente el asunto (Deut. 19, 15). Mas Sapricio, hombre de dura cerviz y de corazón implacable, olvidado de nuestro Señor Jesucristo, que dijo: Perdonad y se os perdonará, y: Si no perdonáis a los hombres sus pecados, tampoco vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros los vuestros (Mt. 18, 35), por más que todos se lo rogaban, no le quiso perdonar. Nicéforo, en fin, como hombre temeroso de Dios y fidelísimo a su gracia, viendo cómo Sapricio no había hecho caso alguno de los comunes amigos, cuyas súplicas de perdón no quiso aceptar, corrió él mismo a su casa y, postrándose a sus pies le dijo: "Perdóname, padre, por amor del Señor." Mas él, ni aun así vino en reconciliarse con él como amigo, cuando era su deber, aun sin ruego ninguno, desde el momento que recibió la primera excusa, haberle recibido en su amistad, como cristiano y presbítero que era y que profesaba servicio del Señor.
III. Así las cosas, de pronto estalla una persecución y tribulación grande en la ciudad donde ambos vivían. Sapricio fue detenido y entregado al gobernador: En presencia ya suya, díjole el gobernador:
-¿Cómo te llamas?
Sapricio dijo:
-Me llamo Sapricio.
-Gobernador. - ¿de qué familia eres?
-Sapricio. - Soy cristiano.
-Gobernador. -¿Clérigo o laico?
-Sapricio.- Soy presbítero.
-Gobernador.- Nuestros Augustos Valeriano y Galo, señores de esta tierra y de todos los confines del Imperio romano, han mandado que los que se llaman cristianos sacrifiquen a los dioses inmortales y eternos. Mas si alguno, con desprecio de los Augustos, rechaza su edicto, sepa que se le doblegará por varios géneros de tortura y se le condenará por fin a terrible muerte.
Sapricio, puesto junto al gobernador, le contestó:
- Nosotros, los cristianos, tenemos por rey a Cristo, porque Él es el verdadero Dios, hacedor del cielo y de la tierra y del mar y de todo cuanto en ellos se contiene: mas los dioses todos de las naciones no son sino demonios. Perezcan, pues, de la faz de la tierra entera los que no pueden ni ayudar ni dañar a
nadie, obras que son manos de los hombres.
iv- Irritado entonces el juez, le hizo meter en el tornillo de Arquímedes y que de este modo le atormentaran terriblemente. Pero Sapricio le dijo al gobernador:
- Sobre mi carne tienes poder para ejercitar tu crueldad; pero sobre mi alma sólo tiene poder el Señor Jesucristo que la crió.
Sapricio resistió largo tiempo los tormentos. Y ya, como vio el juez que no lograba hacerle apostatar, pronunció contra él sentencia en estos términos:
"Condeno a la pena capital a Sapricio, presbítero, que ha despreciado los edictos imperiales y se ha negado a obedecerlos, no queriendo sacrificar a los dioses inmortales para no abandonar la esperanza de los cristianos."
v- Saliendo, pues, Sapricio para el lugar del suplicio y caminando presuroso hacia la celeste corona del martirio, el buen Nicéforo que lo oyó, salióle corriendo al encuentro y, arrojándose a sus pies, le dijo:
- Mártir de Cristo, perdóname si en algo te he ofendido.
Sapricio no le respondió palabra.
Nicéforo, empero, hombre santo, se le adelanta por un atajo y le sale nuevamente al encuentro antes de dejar el mártir la ciudad y nuevamente le dirige la súplica:
- Mártir de Cristo, yo te lo suplico, otórgame tu perdón y olvida lo que como hombre te pude ofender. Mira que estás ya para recibir la corona de manos del Señor a quien no has negado, sino que le confesaste en presencia de muchos testigos.
Mas el otro, con corazón endurecido, ni le quiso conceder su perdón ni se dignó siquiera contestarle una palabra, de modo que los mismos verdugos se volvieron a Nicéforo y le dijeron:
-¡ Habrase visto hombre más estúpido que tú! Marcha este desgraciado a que el corten la cabeza y ¿vienes tú con monsergas de perdón a un sentenciado a muerte?
Mas Nicéforo les contestó:
- Vosotros no sabéis lo que yo pido al confesor de Cristo; Dios sí lo sabe.
Y llegado que hubieron al lugar donde Sapricio tenía que ser ejecutado, díjole nuevamente el santo Nicéforo:
- Escrito está :Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.
Pero por más que decía estas y semejantes cosas, el durísimo amigo no le prestó oído alguno. No había manera de doblegar aquel áspero carácter, otro tiempo amigo, pues cerró sus oídos como sierpe sorda que no oye la voz del encantador.
vi- Por eso, infalible es el Señor que dijo : Si no perdonareis, no se os perdonará a vosotros (Mt. 18,35); pues viendo que no se doblaba ni tenía compasión ni misericordia de su prójimo, sino que se mantenía en su odio irreconciliable, le privó de su divina gracia o, por mejor decir, fue él mismo quien se hizo ajeno a la gracia celeste, por su actitud para con su hermano, que fuera además otrora amigo auténtico y viejo.
Entonces dijeron los verdugos a Sapricio:
- Ponte de rodillas, para cortarte la cabeza.
Y Sapricio preguntó:
-¿Por qué me vais a cortar la cabeza?
- Porque no has querido sacrificar - le respondieron -, sino que has despreciado el edicto imperial por amor de un hombre llamado Cristo.
Oyendo esto, el malaventurado Sapricio dijo a los verdugos:
- No me hiráis, pues yo estoy dispuesto a hacer lo que mandan vuestros emperadores y sacrifico a los dioses.
De este modo le cegó el rencor y apartó de él la gracia; pues el que puesto en tan grandes tormentos no negó a nuestro Señor Jesucristo, venido al término de la muerte, cuando estaba para alargar la mano al premio del combate y recibir la corona de la gloria, le negó y se hizo apóstata.
vii. Oyendo esto San Nicéforo, suplicaba a Sapricio diciendo:
- Hermano, no te hagas un transgresor y niegues a nuestro dueño Cristo; no quieras por nada del mundo, yo te lo suplico, convertirte en apóstata suyo; no pierdas la corona celeste que te ganaste a costa de muchos tormentos.
Mas Sapricio no quiso oír nada en absoluto y precipitadamente corría hacia la perdición de la muerte extrema, perdiendo tamaña gloria en un momento, en lo que tarda en caer el golpe de la espada. De este modo se cegó y ensordeció este malaventurado por su rencor, pues no quiso escuchar a nuestro Señor, que nos dice a gritos en su Evangelio: Si estando para ofrecer tu ofrenda en el altar, allí te acordares que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda sobre el altar y marcha primero a reconciliarte con tu hermano y luego ven a ofrecer tu ofrenda (Mt. 5,23). Y en otra ocasión, preguntándole Pedro, príncipe de los Apóstoles: ¿Cuántas veces pecará contra mí mi hermano y habré de perdonarle, hasta siete? El Señor le respondió: No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt. 18, 20) Mas aquel desgraciado no quiso perdonar ni una sola vez, y eso a quien le pedía perdón y con tanta insistencia se lo suplicaba. El Señor mandó perdonar a todos de corazón y dejando la ofrenda sobre el altar correr a la reconciliación: mas éste ni con la punta de la lengua se dignó dar una palabra de indulgencia, ni consistió en otorgar perdón a quien se lo suplicaba, sino que cerró sus entrañas a un hermano suyo. Por eso se le cerraron a él las puertas del reino de los cielos y se le retiró la gracia del divino y vivificante Espíritu y perdió la gloriosa corona del martirio. por tanto, hermanos amadísimos, precavámonos también nosotros contra esta diabólica operación y perdonémoslo todo a todos, para que también a nosotros nos perdone el Señor Cristo, conforme a lo del Evangelio: Perdónanos nuestras deudas (Mt. 6,19), pues fiel es el que lo ha prometido.
viii.- Cuando el bienaventurado Nicéforo vio como Sapricio se pasaba al enemigo, dijo a los verdugos:
- Yo soy cristiano y creo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo a quien éste ha negado. Descargad, pues, sobre mí el golpe de la espada.
Mas ellos no se atrevieron a ejecutarle sin orden del gobernador; todos, sin embargo, estaban maravillados de que así se entregara a la muerte, pues no cesaba de repetir: "Soy cristiano y no sacrifico a vuestros dioses".
Uno de los ejecutores corrió a dar la noticia al gobernador, diciéndole:
- Sapricio ha venido en sacrificar a los dioses; pero allí se nos ha presentado otro que quiere morir por amor del que llaman Cristo, gritando libremente a voz en cuello que es cristiano y no sacrifica a los dioses ni obedece a las órdenes de nuestros emperadores.
ix.- Oído que hubo esto el gobernador dio contra él sentencia, diciendo:
- Si no sacrifica a los dioses, según los edictos de los emperadores, muera al filo de la espada.
Y volviendo los verdugos, decapitaron al santo Nicéforo, conforme a la orden del gobernador. Y de este modo consumó su martirio San Nicéforo y subió al cielo coronado, premio de su fe en Cristo y de su amor a la concordia y humildad. Y, en efecto, por haber sido inclinado a la caridad, se ciñó la corona del martirio y mereció ser contado en el número de los mártires, para alabanza de gloria de la grandeza y de la gracia de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, con quien sea al Padre gloria, potencia, honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Actas de los Mártires, versión española de Daniel Ruiz Bueno, B.A.C, 1951.
Me ha dejado esta entrada sin palabras.
ResponderEliminarUn abrazo
Querido Bate: me alegre que le haya gustado.
ResponderEliminarUn abrazo,
Beatrice
Te dije que me estaba haciendo adicto a tu blog, despues de leer este ultimo,creo que es imprescindible....
ResponderEliminarsaludo en CRISTO,Nuestro Señor
criollo y andaluz
Querido Marcos: Muchas gracias. Espero que no se me vayan los humos a la cabeza con semejantes comentarios. Me gusta compartir las buenas lecturas, esas que nos hacen mejores cristianos. Una lectura necesaria para nuestros tiempos es la de las Actas de los Mártires, la recomiendo sin chistar.
ResponderEliminarun abrazo
Beatrice
Estimada Beatrice: desde hace ya 8 meses y 3 días he tenido que alejarme con todo el dolor del mundo de mi familia (grande) quedándome con mi familia (chica), debido a nuestra forma de vida era para ellos motivo de burlas y de ocasión de pecado tanto para ellos como para nosotros. Reconozco que cuesta perdonar el daño recibido. Solo el ver nuestra propia misera y nuestras cotidianas ofensas a Nuestro Señor nos permite aceptar las debilidades del prójimo y rogar que no seamos medidos con la misma vara que medimos, o mejor dicho, que MIDO ya que el "medimos" suena muy lejano y soy yo el que es intolerante con los demás y tolerante hasta el extremo conmigo mismo..
ResponderEliminarUn abrazo transcordillerano
Carlos
Querido Carlos: Lo entiendo perfectamente porque he pasado por lo mismo con respecto a la familia grande. El quiebre comienza a darse de a poco y uno se aleja, sin rencor ni odio, pero con dolor, cuando se da cuenta de que somos incompatibles. Si bien nos vemos para acontecimientos sociales, apenas se da la ocasión comienza el "trapeo", sin siquiera mediar provocación. Uno se va para dentro y descubre en la soledad a Dios, ya no hay interferencia con el mundo. Los tiene uno presente y ruega para que abran los ojos, y a su vez le pido a Dios que me enseñe a no juzgar y a no creerme que por ser tradi soy mejor ni mucho menos.
ResponderEliminarUn abrazo mirando el Aconcagua,
Beatrice
Comentario:
ResponderEliminarEn mi opinión, para poder perdonar de verdad, se necesita la gracia sobrenatural para hacerlo. Humanamente hablando, el hombre tiende a todo lo contrario, a devolver mal por mal. Por ello, sin una gracia especial de Dios, no se puede perdonar.
En consecuencia, para perdonar hay que estar dotado por la gracia de Dios. Si teológicamente el rencor y el odio son obras del Demonio, el perdón es obra exclusiva de Dios.
De hecho fue Cristo quien por primera vez nos habló acerca de esta virtud del amor. Cuando perdonamos nos asemejamos de cierto modo a Dios.
Pero ¿en qué consiste el perdón?, consiste básicamente en no guardar rencor ni odio contra nuestros enemigos, por muy graves que sean sus ofensas. En términos prácticos significa dar vuelta la página y seguir adelante, doliéndose del dolor que fuimos víctimas pero tratando de vivir nuestra vida como si jamás hubiéramos sido afectados por ese dolor.
Perdonar no es convivir permanentemente con la persona que nos ofende. Dada la fragilidad humana y los vaivenes del carácter, siempre es bueno alejarse de las ocasiones de pecado donde existe una debilidad en el carácter y cuando se carece de la virtud.
El mártir de Cristo debió haber dicho, mi corazón no guarda resentimientos contigo, y ahora permíteme ir al encuentro de mi Señor. Pero como todos nosotros tenemos talones de Aquiles, a veces nos dejamos persuadir por la imaginación mostrándonos imágenes que nos recuerden al que nos ofendió.
De allí las advertencias de Cristo, que nos dice estad alertas, y eso significa no bajen nunca la guardia ya que el Demonio nos acecha de día y de noche. Rezad al padre que está en lo alto, para que ilumine nuestras inteligencias y voluntades frágiles.
Finalmente, debo afirmar categóricamente que perdonar es un acto divino
Querido Fraile:
ResponderEliminarGracias por su aporte. Tiene toda la razón: no está en la naturaleza humana perdonar. Me basta ver esos dibujos animados japoneses donde está siempre presente la venganza, para darme cuenta de que perdonar es una acción cristiana. Se nos enseña a perdonar, desde niños. Por eso le repito, ¿Está en la ley natural impresa en todos los hombres perdonar? Me parece que no. Cristo fue el que nos enseñó a hacerlo y El nos ayuda a poder hacerlo.
Un abrazo,
Beatrice
Estoy plenamente de acuerdo con usted.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus reflexiones. Me parece acertadísimas. Quisiera agregar que como somos espíritus encarnados a casi todos les cuesta perdonar de modo inmediato. Esto es natural, las cosas no se arreglan de un día para otro y menos si debo convivir o ver con cierta frecuencia al que me dañó. Empero, y a sabiendas de que el perdón es sobrenatural, la mejor forma de comenzar a perdonar es el rezar por los enemigos, en especial por la salvación de su alma.
ResponderEliminarQuerido Anónimo:
ResponderEliminarTiene toda la razón. Debo confesar que soy bastante "picada" como decimos en Chile, y despotrico y me indigno cuando me siento pasada a llevar, pero luego la calma vuelve, pasa la tempestad y finalmente el tiempo hace que las pasiones se calmen y con la mente fría, uno se da cuenta de que las cosas no son para tanto y termina perdonando.
Rezar por mis enemigos o por aquello que a uno no le simpatizan, ¡por Dios que cuesta! A menos a mí.
Un abrazo y gracias por comentar,
Beatrice
. COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
ResponderEliminarEN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años