viernes, 19 de junio de 2015

El Viajante, por Mgr. Robert Hugh Benson

                                                           
                                                                      El Viajante

Estoy sorprendido, no porque el viajante retorne de Bourne, sino porque retorna tan rara vez.

The Pilgrim’s Way.

          Una de estas tardes, como estábamos sentados juntos frente a la  gran chimenea del salón principal de la casa, comenzamos a conversar acerca de un viejo asunto: la relación entre la ciencia y la fe. “No es sorprendente” – dijo el sacerdote – “que para mentes superficiales sus conclusiones parezcan diferir,  más aún si  que cada uno piensa que tiene la última palabra. Sus puntos de vista son muy diferentes.  El punto de vista científico indica que su juicio no debe comprometerse ni una sola pulgada sin antes llegar a una evidencia intelectual. El punto de vista religioso señala que, con el fin de descubrir algo, vale la pena conocer su fe un poco antes que su evidencia. Debe avanzar en échelon. Este es el principio básico de las promesas de nuestro Señor: “Actúa como si fuera cierto, y te será dada la luz”. El científico, por otra parte, dice: “No presumas de comprometerte hasta que la luz te sea dada”. La diferencia entre ambos métodos descansa, desde luego, en el hecho que la religión admite al corazón y al hombre en su totalidad en la barra de testigos, mientras que la ciencia sólo admite la cabeza e incluso escasamente a los demás sentidos.   Es más, es seguro que la evidencia de la experiencia está en el lado de la religión, porque la verdad es que cada gran logro está inspirado más en el corazón  que en la cabeza, es decir, por los sentimientos, por la pasión y no por un cálculo de probabilidades. Así también son los misterios de Dios son develados por primera vez  por asalto a aquellos que los transmiten: “El Reino de los Cielos padece violencia, y los que usan la violencia se apoderan de él”.

          “Por ejemplo” – continuo después de un momento – “el punto de vista científico respecto a las casas embrujadas es que no existe evidencia de ellas más allá de lo que podría considerarse como la telepatía, una especie de lectura mental. A pesar de esta apariencia de pensamiento científico, tan común ahora, la mayor parte de la humanidad continúa creyendo en ellas. En la práctica, ninguno de nosotros acepta realmente el punto de vista científico como suficiente”.

- ¿Has tenido tú mismo alguna experiencia de este tipo? – le pregunté.

- Bueno – dijo el sacerdote sonriendo - ¿seguro que no te vas a reír de esto? No existe nada más común que pensar tales cosas como materia para el humor y yo no puedo soportarlo. Por lo menos para alguien estas historias son sagradas, y por lo tanto, debería serlo para todas las personas deferentes.

Le aseguré que trataría esta historia con respeto.

- Bueno, te creo,  te la contaré. Esto sucedió hace unos pocos años y es así como comienza: Un amigo mío estaba, y aún lo está, a cargo de una iglesia en Kent, la cual no voy a nombrar, pero que se ubica a menos de tres millas de Canterbury. El distrito cayó en buenas manos católicas hace muchos años. Recibí un telegrama  en esta misma casa, un día o dos antes de Navidad, de mi amigo diciéndome que él había caído súbitamente con un feroz ataque de influenza que por esos días devastaba a Kent. Me preguntaba si podía ir, en lo posible enseguida, para tomar su lugar en Navidad.  Justo en ese momento había dejado de trabajar activamente a raíz de una creciente debilidad, pero era imposible resistirse a esta súplica. Entonces Parker empacó mis cosas y juntos nos fuimos en el siguiente tren.

         Encontré a mi amigo muy enfermo y totalmente incapacitado para hacer algo, así que yo le aseguré que podía manejarme perfectamente y que no debía estar ansioso. Al día siguiente, un miércoles, la víspera de Navidad, fui a la pequeña iglesia a escuchar confesiones. Es una hermosa iglesia antigua, y aunque pequeña, está llena de cosas interesantes. El viejo altar fue recolocado. Hay una cruz con una escalera que  conduce a un altillo.   Un  armario en la parte norte del santuario  ha sido colocado como receptáculo para el Santísimo Sacramento, en vez del antiguo relicario colgante. Uno de los hallazgos más interesantes descubiertos en la iglesia fue el antiguo confesionario. En la parte más baja de la reja que separa el coro de la nave (rood screen), al lado sur, se había encontrado un espacio cubierto con roble y según un anticuario de Alcuin Club, al cual mi amigo le había pedido que examinara la iglesia, declaró que,  sin lugar a dudas,  antes de la Reforma en este espacio se escuchaban las confesiones. Por tanto, el lugar fue restaurado y colocado en su antiguo uso.
  
                               

         En la víspera de Navidad yo me senté en el presbiterio bajo una tenue luz, mientras los penitentes venían y se arrodillaban, frente a la reja en un simple peldaño, y hacían sus confesiones a través de la vieja apertura.Yo sé que esto es un gran cliché, pero no puedo dejar de mirar una vieja pieza de mobiliario sin una estremecedora curiosidad, como una cosa que ha estado saturada de emociones humanas. Este viejo confesionario me conmovió más que cualquier cosa que hubiera visto en mi vida. A través de la pequeña abertura han llegado miles de pecados, grandes y pequeños, con el peso del dolor, y de nuevo, por el Divino Intercambio, aquellas cargas han recibido a cambio el bálsamo de la Sangre del Salvador. ¡He aquí una puerta abierta al cielo! A través de ella este extraño comercio entre el pecado y la gracia puede llevarse a cabo. La gracia presionando y desbordando, dando un abrazo a cambio del pecado. O bonum commercium!

El sacerdote permaneció en silencio por un instante. Sus ojos resplandecían y entonces volvió a hablar.

-  El día de Navidad y los tres siguientes pasaron muy felices. El domingo después del servicio de la noche, salí de la sacristía y vi una niña esperándome. Cuando le pregunté si me buscaba, ella me dijo que su padre y otros seis miembros de su familia habían tenido influenza en casa, y no estaban en condiciones de salir. Sin embargo el padre, que estaba mucho mejor, iría a trabajar al día siguiente y si a mí me parecía, vendría con alguno de sus hijos para hacer sus confesiones en la tarde y su comunión a la mañana siguiente.

Amaneció el lunes y ofrecí el Santo Sacrificio de manera usual. Pasé la mañana principalmente con mi amigo, el cual ya era capaz de sentarse y de hablar por un buen rato, aunque aún no estaba en condiciones de abandonar la cama.

         En la tarde fui a caminar. Durante toda la mañana una depresión frecuente  afectó  mi alma y no me había dejado descansar. Esta depresión tuvo una cualidad peculiar. Todas las almas que intentan, dentro de sus limitaciones, servir a Dios saben por experiencia de aquellas tristezas opresivas por medio de las cuales nuestro Señor nos prueba y nos confirma. Sin embargo, ésta no era una de ese tipo. Esta depresión estaba mezclada con un elemento de terror, como el de un mal inminente.

         A medida que comencé a andar por la carretera esta opresión se hizo más profunda. No percibía ninguna razón de tipo físico. Yo me sentía bien, el clima era agradable, el aire y el ejercicio no me afectaban. Al final retorné, cerca de las tres y media, desde el hito que indica las 16 millas que hay hacia Canterbury. Ahí descansé por un momento. Buscando el sur este divisé que a lo lejos estaban reuniéndose en el horizonte unas densas nubes. Volví a casa y cuando llegué escuché muy a lo lejos un intenso retumbar, como sonoros y lejanos disparos, y lo primero que pensé fue que alguno de los fuertes de la marina en el sur habían comenzado una práctica de artillería, pero luego noté que esto era demasiado irregular y prolongado para ser un ejercicio de cañones. Entonces me calmé  al llegar  a la conclusión que era una tormenta lejana, ya que percibí que el estado de la atmósfera podía justificar la depresión que tanto me preocupaba. Los rayos parecían estar más cerca, pues retumbó más fuerte y después de unos tres o cuatro minutos, cesó.

                Sin embargo, no sentí ningún alivio. Cuando llegué a casa un poco después de las cuatro, Parker me trajo el té y luego me quedé dormido en un sillón junto al fuego. Al cabo de un rato fui despertado después de un problemático e infeliz sueño por el mismo Parker que me entregó mi abrigo y me dijo que era hora de ir a mi cita en la iglesia. No recuerdo lo que soñé, pero fue siniestro e inspirador de mal, y con un pequeño fragmento de él aún pegado a mí, miré a Parker con algo de temor y él permaneció en silencio junto al sillón sosteniendo el abrigo.

         La iglesia está a unos pasos. El jardín y el cementerio están continuos uno del otro. Me fui llevando la linterna que Parker había encendido para mí. Recuerdo haber escuchado a lo lejos, hacia el sur de la villa, los cascos de un caballo al galope.  A mí me pareció que un caballo galopaba, pero de repente el sonido desapareció a lo lejos, justo detrás de la loma.Cuando entré en la iglesia me encontré con que el sacristán había encendido un par de velas tal como yo le había dicho, y podían distinguirse las figuras arrodilladas de tres o cuatro personas en el lado norte. Cuando estuve listo, tomé mi lugar en la silla fuera de la reja del coro, en el lugar que ya he descrito, y entonces uno por uno, el trabajador y sus hijos se acercaron e hicieron sus confesiones. Recuerdo estar sintiendo, tal como en la víspera de Navidad, el extraño encanto de este antiguo lugar de penitencia, que evoca tanto a Dios como al hombre, cada uno con su tierno carácter de Salvador y penitente, con la luz roja ardiendo como una luminosa flor en la oscuridad ante mí, para recordarme cómo Dios estuvo habitando con los hombres y fue su Dios.

                                             

         Ahora bien, no sé cuánto tiempo había pasado, cuando escuché el sonido de cascos de caballos, pero esta vez en la villa, justo bajo el cementerio de la iglesia. Entonces se sintió un súbito silencio y luego una ráfaga de viento abrió las puertas de par en par, y las velas comenzaron a consumirse y a chisporrotear con la corriente de aire. Una de las niñas fue y cerró la puerta. El niño que estaba arrodillado frente a mí finalizó la confesión, recibió la absolución y descendió a la iglesia. Yo esperé al próximo, ignorando cuantos estaban ahí.

Al cabo de unos minutos me moví de mi asiento con la intención de pararme pensando que ahí no había nadie más, cuando una voz susurró  una oración claramente a través de la ventanilla. No pude captar bien las palabras, pero supuse que fueron las de la fórmula usual que utilizan para pedir una  bendición, por tanto le di la bendición y esperé, un poco asombrado, por no haber escuchado llegar al penitente. Luego la voz comenzó de nuevo.

El sacerdote se detuvo por un momento y miró alrededor. Pude observar que estaba temblando un poco.

- ¿Prefieres no continuar? – le  dije – Creo que te inquieta e incomoda relatármelo.

- No, no – dijo – está bien, sólo que es un tanto horroroso, muy horroroso.  Pues bien, la voz empezó de nuevo con su susurro rápido y ruidoso, pero lo raro fue que yo con dificultad, entendía una palabra. Eran frases por aquí y por allá. Podía captar el nombre de Dios y de nuestra Señora, luego habló unas pocas palabras en francés que yo conocía: “le roy” pronunció una y otra vez. Lo que primero pensé fue que debía ser alguna forma extrema de un dialecto desconocido para mí. Pensé, por tanto, que era una persona mayor que estaba sorda porque cuando intenté, después de unas pocas frases, de explicarle que no le entendía, el penitente no puso atención, sino que susurró rápidamente sin pausa. Poco después pude percibir en él que estaba bajo un terrible estado de angustia. La voz quebrada y sollozante,  y luego casi gritando. A pesar de este fuerte murmullo del otro lado de la reja, yo podía oír sus dedos golpeando y moviéndose incesantemente, como si estuviera golpeando una puerta de barrotes para ser admitido.  Por un momento estuvo en silencio,  y al final fue repitió una fórmula de clausura, la cual fue creciendo y luego cesó. Como yo me moví para levantarme y dar la vuelta  para explicarle que no había sido capaz de entenderle, un o dos sonoros gemidos salieron del penitente. Me levanté rápido y miré a través de la parte abierta de la reja y ahí no había nadie.

         No tienes idea del shock que me produjo. Me quedé mirando, supongo que por uno o dos minutos, a través de la reja el escaño vacío y tal vez dije algo en voz alta porque escuché una voz desde el fondo de la iglesia:

-¿Llamó usted señor? – era el sacristán que estaba con su linterna y sus llaves listo para cerrar.

Permanecí por un instante sin respuesta. Luego cuando hablé, mi voz sonaba rara en mis oídos:

-¿No hay nadie más Williams? ¿Se fueron todos? – le dije algo por el estilo.

Williams levantó su linterna y miró alrededor de la oscura iglesia.

-No, señor, no hay nadie.

Crucé el presbiterio para ir a la sacristía, pero repentinamente a mitad de camino de nuevo la tranquilidad de la villa fue interrumpida por el desesperado galope de un caballo.

-¡Ahí, ahí! – Grité - ¿Escuchó eso?

Williams se acercó desde la iglesia hacia donde estaba yo.

-¿Está usted enfermo, señor? ¿Voy a buscar a su criado?

Hice un gran esfuerzo y le señalé que no era nada, sin embargo él insistió en acompañarme a casa. No quise preguntarle si él había escuchado el galope del caballo porque al fin y al cabo pensé que tal vez no existía  una conexión entre esto y la voz que susurraba.

          Me sentí muy agitado y perturbado. Después de cenar solo, lo único que pensé fue en irme a la cama lo más pronto posible. En mi camino hacia ella entré a echar un vistazo a mi amigo por uno o dos minutos. Me pareció que estaba muy luminoso y con ganas de conversar, y me quedé ahí con él mucho más rato de lo que había pensado. No le conté nada acerca de lo sucedido en la iglesia, pero lo escuché de él mientras hablaba sobre la villa y el vecindario. El asunto fue que mientras estaba yo por desearle las buenas noches, él me dijo algo así:

 “Bueno, no te retengo, pero he estado pensando, mientras tú estabas en la iglesia, acerca de una historia que el anticuario me contó sobre  este lugar. Dijo que uno de los asesinos de Santo Tomás Becket vino aquí la misma noche del crimen. Hoy justo es ese día, ¿sabes? Supongo que fue por eso que me acordé”.

          Mientras mi amigo me contaba esto, mi viejo corazón comenzó a latir furiosamente y tuve que hacer un gran esfuerzo para controlarme. Le señalé que me gustaría conocer la historia.

“La verdad es que no hay mucho que contar” – dijo mi amigo – “Ellos no saben quién se supone que fue. Por ahí se ha dicho que estuvo uno de los cuatro caballeros o uno de los hombres armados”

- Pero, ¿cómo fue que él llegó aquí? – Pregunté - ¿y por qué?

- Se supone que su alma se sintió aterrorizada y que él corrió aquí en busca de la absolución, lo cual, desde luego, es imposible.

- ¿Él vino solo? – Dije - ¿cómo llegó?

-Bueno, tú sabes, después del asesinato ellos saquearon la casa y los establos del arzobispo. Se dice que este hombre obtuvo uno de los caballos más rápidos y que galopó como un loco, sin saber dónde y que se precipitó sobre la villa hacia la iglesia donde estaba el sacerdote, y que luego volvió a montar y se fue cabalgando. Creo que el sacerdote incluso está enterrado en el presbiterio en alguna parte. Mira, yo creo que es una historia muy vaga e improbable. También en Gatehouse como en Malling dicen que uno de los caballeros durmió ahí la noche del asesinato.

No dije nada más, pero supongo que lucía extraño porque mi amigo comenzó a observarme con cierta ansiedad. Me ordenó irme a la cama, tomé mi candelabro y me fui.

         Bien– dijo el sacerdote volviéndose hacia mí – esa es la historia. No es necesario que te diga que  he estado pensando mucho sobre el asunto y solamente dos teorías me parecen creíbles. Hay otras dos, que sin dudas serían propuestas, pero que  a mí me parecen poco creíbles.

        En primer lugar, se podría decir que yo estaba obviamente  indispuesto: mi depresión previa y mi sueño mostraron que estuve imaginando todo el asunto. Si tú quieres pensar así, bueno, piénsalo.

        En segundo lugar, es posible afirmar, junto con la Sociedad de Investigación Psíquica, que toda esta cosa fue transmitida desde el cerebro de mi amigo al mío ya que él estaba bajo un estado energético, mientras que yo estaba en un estado pasivo, o alguna cosa de este tipo.
Estas dos teorías, que podrían ser llamadas “científicas” (término que significa que no existe ni un pelo de verdad antes que los hechos con los que el intelecto,  pobre instrumento en el mejor de los casos, es  capaz lidiar) crean a su vez una nueva camada de dificultades insolubles.

         O bien, puedes tomar tu postura desde el mundo espiritual y usar las facultades que Dios te ha dado para tratar con ellas, y entonces no te sentirás desconcertado sin poder hacer nada y tu intelecto ya no se esforzará al hacer una tarea que nunca antes hizo. Creo que puedes elegir una de estas dos teorías:

          La primera: esta emoción humana tiene el poder de influenciar o de saturar la naturaleza inanimada. Desde luego que esto constituye solamente el viejo y familiar principio sacramental de toda la creación. Las expresiones de tu cara, por ejemplo, son causadas por el desplazamiento de las partículas químicas de las cuales están compuestas y cambian de acuerdo a tus emociones. En consecuencia, debemos decir que las pasiones violentas de odio, ira, terror, remordimiento de este pobre asesino 700 años atrás, se combinaron para hacer un potente fluido espiritual que caló tan profundo en el mismo lugar donde todo fue derramado, y que bajo ciertas circunstancias es reproducido.  En un fonógrafo, haciendo una burda comparación, las vibraciones del sonido se trasladan a sí mismas primero en la cera y luego resurgen nuevamente como vibración cuando ciertas condiciones son cumplidas.

O secundariamente, puedes ser de la vieja  y simple escuela y decir que por alguna ley, vasta e insondable, más allá de nuestras percepciones, el espíritu personal de este hombre está atado al lugar y forzado a expiar su pecado una y otra vez, año tras año, intentando expresar su pena y buscando el perdón, sin la posibilidad de recibirlo. Desde luego que no sabemos quién es él. Si uno de los caballeros que más tarde recibió la absolución, que posiblemente no fue ratificada por Dios; o uno de los hombre de armas que lo asistió, y quien, como lo dice una antigua crónica “sine confessione…”

Pienso que no hay nada materialista  en creer que estos seres espirituales puedan estar confinados a expresarse sin límites de espacio y tiempo, y que la naturaleza inanimada puede ser el vehículo de lo invisible. Los argumentos contra tales posibilidades han sido silenciados, de una vez por todas, por los cristianos, por la Encarnación y por el sistema sacramental, cuyo principio total se hizo infinito y eterno de una vez para siempre, y aun así se expresa a sí mismo bajo las formas de la naturaleza inanimada, en términos de espacio y tiempo.

Con relación al otro punto, puede ser que no necesito recordarte que la tormenta de rayos y truenos que cayó sobre Canterbury  fue en el  mismo día y a la misma hora del asesinato del arzobispo.
                                                                             Robert Hugh Benson, en The Light Invisible, 1902







viernes, 12 de junio de 2015

Consagración al Sagrado Corazón de Jesús


Rendido a tus pies, ¡Oh Jesús mío!, considerando las inefables muestras de amor que me has dado y las sublimes lecciones que me enseña de continuo tu adorable Corazón, te pido humildemente la gracia de conocerte, amarte y servirte como fiel discípulo tuyo para hacerme digno de las mercedes y bendiciones que generoso concedes a los que de veras te conocen, aman y sirven.
Mira que soy muy pobre, dulcísimo Jesús y necesito de Ti como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar. Mira que soy muy rudo, ¡Oh soberano Maestro, y necesito de tus divinas enseñanzas para luz y guía de mi ignorancia. Mira que soy muy débil, ¡Oh poderoso amparo de los frágiles y caigo a cada paso, y necesito apoyarme en Ti para no desfallecer. Se todo para mí, Sagrado Corazón socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis pasos, remedio de mis males, auxilio de toda necesidad.
De Ti lo espera todo mi pobre corazón. Tú lo alentaste y convidaste, cuando con tan tiernos acentos dijiste repetidas veces en tu Evangelio: "Vengan a mí, aprendan de mí, pidan y llamen". A las puertas de tu Corazón vengo, pues, hoy, y llamo, y pido, y espero.
Del mío te hago, ¡Oh Señor!, firme, formal y decidida entrega. Tómalo Tú, y dame en cambio lo que sabes me ha de hacer bueno en la tierra y dichoso en la eternidad.
Amén