lunes, 30 de septiembre de 2013

Mgn..Robert Hugh Benson, de R.P. Allan Ross, parte 2.


2.- Su vida:
             Robert Hugh Benson nació en Wellington College el 19 de Noviembre de 1871. Su padre  que finalmente se convirtió en el Arzobispo de Canterbury, fue durante ese tiempo rector ahí. Fue el menor de seis hijos, dos de los cuales, Arthur y Fredrick, alcanzaron posteriormente tal como él, distinción literaria.

             Algunos detalles interesantes sobre su infancia nos han sido otorgados por su hermano mayor en un libro biográfico, Hugh. Ciertamente él no parece haber sido una gran promesa en ningún ámbito durante esos primeros años. “Hablando en general – escribe su hermano – yo solía considerarlo como un niño rápido, inventivo, y con una mente muy activa, completamente poco sentimental.  Se encontraba probando hacer varias cosas a la vez, pero era impaciente y volátil. Nunca se hizo problema y en consecuencia, nunca hizo nada bien.”

             En 1885 ganó una beca para Eton, e ingresó al colegio en septiembre. Su hermano mayor Arthur era en esa época profesor ahí. Después de tres o cuatro años decidió que deseaba competir para ingresar al Servicio Civil de la India, y en vista a darle una mejor oportunidad de éxito, fue retirado de Eton  al centro de entrenamiento en Wren, ubicado en Londres. No está del todo claro si Hugh tomó su trabajo de preparación para el Servicio Civil de la India en serio. De todas formas cuando llegó el verano de 1890, él no lo aprobó, y decidió que entraría en el Trinity College de Cambridge a estudiar para los Classical Honours ( Classical Tripos, actuales en Cambridge. n. del trad.) Parece no haber trabajado muy duro y no se mostraba como ninguna promesa intelectual. Teniendo eventualmente decidido tomar las Órdenes, hacia 1892 se fue a estudiar con el dean Vaughan  (Charles John, n. de trad.) de Llandaff y fue ordenado diácono por su padre en la iglesia parroquial de Craydon en 1894. Comenzó su trabajo clerical en la misión de Eton, y completó su ordenación en 1895, sin embargo a finales de 1896 su salud sufrió un quiebre y fue a Egipto en el invierno junto a su madre y su hermana.

             Fue ahí donde Hugh comenzó a tener dudas acerca de la Iglesia Anglicana. Cayó en la cuenta en lo pequeña que era su iglesia. Era tenida por extranjera y parecía ser algo llevado por los ingleses donde quiera que ellos iban, tal como el baño de goma hindú – para usar su propio símil, un tanto irreverente. Lucía como extranjera en el país donde era plantada.

           Entrando a una iglesia católica en un pueblo en Egipto fue impresionado por el contraste. Era un pobre y pequeño edificio de adobe, pero parecía  ser tan visiblemente parte del lugar, que por primera vez se le ocurrió  pensar seriamente que Roma podía estar en lo correcto después de todo. Estos inconfortables sentimientos se profundizaron cuando regresó a casa a través de Palestina, sin embargo un año en Kemsing como cura, calmó en algo su ansiedad. Fue entonces que concibió el deseo de llevar una la vida religiosa y fue aceptado como novicio en la Comunidad de la Resurrección en Mirfield.  Los dos primeros años fueron dedicados al estudio y finalmente en Julio de 1901 hizo los votos.

          Hugh fue destinado a pasar dos años más en Mirfield, el primero de los cuales fue lo suficientemente feliz, pero entonces volvieron las antiguas  dificultades y éstas se intensificaron a tal punto que hubo de dejar la comunidad alrededor del verano de 1903, y fue recibido en la Iglesia Católica en Septiembre del mismo año.

         Nos ha dejado un recuerdo de los pasos que lo condujeron a su conversión (Confesiones de un converso), y nos parece conveniente resumirlos entonces brevemente. Gradualmente había visto la “necesidad de una Iglesia Docente para preservar e interpretar las verdades del cristianismo a cada generación sucesivamente”, y observó también que esta misma Iglesia Docente debía estar consciente del tesoro que se le había encomendado a su cargo. Cuando consideró a la iglesia anglicana, se dio cuenta que no correspondía a sus expectativas. Diversos puntos de vista eran permitidos en ciertos aspectos vitales, tal como el sacramento de la Penitencia. Él mismo estaba convencido de que era esencial para el perdón de los pecados mortales y que además formaba parte integral del sistema sacramental instituido por Jesucristo. Pero aunque este punto de vista era tolerado, “prácticamente todos los obispos lo negaban, y algunos negaban incluso el poder de la absolución”. En otras palabras, él simplemente estaba enseñando su propia y privada opinión en esta materia, la cual en definitiva estaba muy lejos de lo que a la iglesia anglicana concernía. Observó la falacia de confiar en las fórmulas escritas, las cuales pueden ser interpretadas en muchos sentidos, sin que se encuentre una voz viva que declare su real significado y una iglesia que “apelara meramente a las palabras antiguas no sería más que una sociedad anticuada”. En este caso en particular, estaba el asunto del Sacramento de la Penitencia. Él deseaba saber si debía o no enseñar a los penitentes si ellos debían confesar sus pecados mortales antes de la comunión, pero no obtuvo una respuesta satisfactoria. Pero éste fue un ejemplo de muchos, pues fueron muchas otras las cuestiones que lo preocuparon y sobre las cuales no obtuvo una enseñanza definitiva de parte de la iglesia anglicana. Dicho en sus propias palabras: “En torno a mí veía una Iglesia que, aunque aceptable en teoría, era inaceptable en la práctica”. Y por otro lado, miraba a la Iglesia Católica, a la cual ciertamente conocía por cuenta propia, enseñar con la más refrescante claridad las materias que a él le aproblemaban. Sin embargo, ahí existían dificultades en la manera de aceptar sus afirmaciones, tal como la definición de la Inmaculada Concepción en el siglo XIX y las demandas papales.

          Para Hugh no hubo más remedio que lanzarse a ciegas en este desconcertante laberinto de controversia y leer qué era lo que decían los partidarios de la Iglesia Católica y sus oponentes sobre estas materias. Gradualmente comenzó a realizar cosas que nunca antes había hecho. Una de estas cosas fue encontrar que la verdadera Iglesia Católica podía no era solamente un asunto de erudición, pues no podía ser que los ignorantes y cortos de ingenio estuvieran en una manifiesta desventaja en materias de salvación: “Ahora sabía que la sencillez y la humildad eran mucho más importantes que los conocimientos patrísticos”. Las palabras de Nuestro Señor adquirían un profundo significado bajo esta nueva e insospechada luz: “En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entrareis en el Reino de los Cielos.” (Mt. 18, 3) Comenzó a orar más ardientemente que nunca por luz, y en esta etapa de su viaje encontró libros que lo ayudaron especialmente “a romper con las dificultades que aún se me planteaban con relación a Roma y con los últimos remanentes  de teoría que todavía me mantenían unido a la iglesia de Inglaterra.” Estos libros fueron: Doctrine and Doctrinal Disruption de Mallock, England and the Holy See, de Spencer Jones y The Development of Doctrine, de Newman; el último de los cuales fue: “el que como arte de magia disipó la niebla flotante, dejando ante mi vista la Ciudad de Dios con toda su fuerza y su belleza”. Contempló a la Iglesia Católica como la verdadera Iglesia que por siglos ha permanecido “sobre el fundamento inconmovible del Evangelio”.

        Reconoció en Ella a la Esposa Mística de Cristo, y dificultad tras dificultad se fundieron  mientras observaba su rostro. Entonces, se volteó y contempló nuevamente a la iglesia de Inglaterra y advirtió un extraordinario cambio, “…no es que ya me fuera imposible amarla…Ella poseía ciento de virtudes, un lenguaje delicado, un pensamiento romántico; una aroma placentero a su alrededor. Ella era infinitamente agradable y conmovedora; tenía la ventaja de vivir en la penumbra de su propia indefinición dentro de casas espléndidas que no había edificado; su estilo era gracioso y sus expresiones refinadas; su música y su lenguaje siguen pareciéndome extraordinariamente hermosos. Y por encima de todo, a la madre nutricia de muchos de mis amigos y durante treinta años también a mí me educó y me cuidó con indulgente cariño. (…) Ahí pues, se erguía mi antigua señora, amante y apasionada, reclamándome como a su servidor por vínculos humanos. Del otro lado, en medio de una llamarada de intensa luz, se erguía la Esposa de Cristo, dominante e imperiosa, pero con una mirada en sus ojos y una sonrisa en sus labios que sólo podían proceder de una visión celestial, reclamándome, no porque aún hubiera hecho algo por mí, no porque yo era un inglés que amaba los caminos ingleses o incluso el italiano si fuese el caso, sino que simple y llanamente yo era un hijo de Dios, y porque a ella Él le había dicho: llévate a este hijo por mí y yo te pagaré lo que gastes. Porque en definitiva, Ella era Su Esposa y yo era Su hijo”. En otras palabras, ahora él se había convencido de la verdad de las demandas de la Iglesia Católica, pero sintió que era su deber seguir  en conexión con la Comunidad de Mirfield.

         Los meses que transcurrieron después de que Hugh abandonó Mirfield, y antes de ser recibido en la Iglesia Católica, los pasó en Tremans, la retirada casa de su madre en Horsted Keynes en Sussex. Se había formado en su mente que era su deber convertirse en católico, y esto se lo dejó en claro a su madre, con la cual no tenía secretos, pero a pedido de ella, había esperado con el fin de darse tiempo para reaccionar si tal cosa sucedía. Pasó el tiempo escribiendo una novela histórica: “¿Con qué autoridad?”, una ocupación que no solamente le dotó de seguridad y valor para su espíritu sometido a una dura prueba, sino que también le permitió observar más claramente que nunca que la comunión anglicana no poseía una identidad de vida con la antigua Iglesia de Inglaterra. Desde el comienzo de Septiembre, la novela se encuentra avanzada en sus tres cuartas partes y el 11 de Septiembre de 1903 su autor fue recibido en la Iglesia católica en Woodchester por el padre Reginald Buckler,o.p.

        Hugh Benson abandonó Inglaterra por Roma en la festividad de Todos los Santos de 1903, y antes de atravesar el canal, tuvo la satisfacción de darle sus últimos toques a su primera novela, ¿Con qué autoridad?. Un año después volvió a Inglaterra debidamente ordenado como sacerdote de la Iglesia Católica, estableciéndose pronto en Cambridge, donde instaló su  residencia junto a monseñor Barnes en Llandaff House. Pasó dos o tres años en Cambrigde, hasta que comenzó a caer en la cuenta de que su trabajo tendía más en dirección  a la escritura y a la predicación que en la mera labor pastoral. Por otra parte, ahora estaba comenzando a tener ingresos por sus libros y por tanto, era capaz de poner en práctica un proyecto que ya tenía forma en su mente. Se propuso hacer para sí mismo un hogar en algún lugar apartado, donde podría estar libre de interrupciones y donde podría escribir y leer, y de vez en cuando salir a predicar  cuando se presentara la ocasión. “Una pequeña capilla perpendicular y una casa blanqueada de cal al lado, es precisamente lo que ahora deseo”, escribió por aquel tiempo: “debe estar en un dulce y secreto lugar preferentemente en Cornwall (Hugh, pág 14). El resultado fue que adquirió una casa en el caserío de Hare Street cerca de Butingford, donde pasó los últimos siete años de su vida.
                                                                      (continuará....)

 

sábado, 21 de septiembre de 2013

El martirio de las cosas

         Hace unas semanas atrás se llevó a cabo en Santiago una marcha para pedir por la legalización del aborto. Se escucharon los mismos gritos y proclamas que yo había visto y oído en internet, cuando los mismos de siempre hicieron de las suyas en Buenos Aires hace unos meses atrás. Palabras groseras y sacrílegas dichas por jóvenes mujeres que en sus rostros lucían un odio manifiesto por la Iglesia. ¡Qué vocabulario! - pensaba yo...¿qué clase de mujeres son éstas?
          Las hordas de orcos (as) y troll (as) llegaron a la catedral de Santiago dispuestos a causar el mayor daño posible al interior del templo. Era la fiesta además de Santiago Apóstol, y querían, desde luego, hacerse notar y escandalizar a los fieles que a esa hora asistían a la misa oficiada por el arzobispo. Tras el desalojo, se comprobó el daño causado: las paredes llenas de blasfemias que ni me atrevo a reproducir aquí, un confesionario roto, el lugar que ocupan los Héroes de la Concepción profanado, junto a un altar lateral. Gracias a Dios, posteriormente se realizó un misa de desagravio y el arzobispo se querelló contra los que habían profanado la catedral.
         A lo que voy con este relato es a ver el fenómeno de lo que significa para esta gente martirizar las cosas sagradas. Hay un ensañamiento con imágenes, paredes de templos, crucifijos, etc, etc,  pues éstos representan lo que tanto odian, y puesto que no pueden (por ahora) "castigar" físicamente a los fieles, lo hacen con las cosas sagradas. Y esto, ¡por Dios qué duele! Duele ver profanado el nombre de Dios y de la Santísima Virgen, de los santos. Duele ver cómo destruyen las hermosas imágenes hechas por algún artista que ha puesto todo su amor en hacer algo bello por amor a Dios.
        Ahora bien, uno podría hasta entender su ataque a las cosas sagradas, porque ciertamente odian la religión, y por tanto su representación material. Lo más terrible es cuando este martirio de las cosas sagradas viene desde dentro de la Iglesia. De los mismos católicos y especialmente de los clérigos y obispos. No estoy inventando nada: cuando fue la reforma del fatídico CV 2, muchos curas y obispos desmantelaron los altares, botaron imágenes y se deshicieron de los ajuares sacerdotales de la misa antigua...y lo siguen haciendo. Uno puede encontrar, en los que yo llamo  los anticuarios -mercenarios- litúrgicos,  absolutamente de todo lo necesario para "armar" una capilla: desde reclinatorios, aras bendecidos, misales, etc,  hasta confesionarios, sagrarios, cálices,  y altares, todos ellos dados de baja por los curas y por algunos conventos de monjas que no quieren saber nada que tenga olor a misa tradicional...como el Obispo de Roma, que si me conociera me catalogaría de ideóloga del ursus antiquor.  Habría que preguntarle qué es lo que  él entiende por "ideología". Yo, al menos, aplico este término generalmente en términos políticos, como la ideología marxista-totalitaria.  Creo que existe un prejuicio enorme en el que ahora gobierna la Iglesia, y sin más nos tira estas descalificaciones gratuitas como si fuésemos la peor escoria de la Iglesia.
        Volviendo al tema del martirio de las cosas, hace un tiempo mi marido conversaba con un amigo acerca de un curita viejito que decía la misa con tanta pulcritud. El amigo le dijo mi esposo: "estos mismos viejitos de ahora que ves tan inofensivos, son los mismos que corrieron a desmantelar sus parroquias, así que no te engañes." Los objetos litúrgicos no son de propiedad del cura de turno que administra la parroquia (salvo que sean suyas por regalo o compra personal), sino que pertenecen al patrimonio de toda la Iglesia, y por tanto nadie les ha dado autorización para andar vendiéndolas o regalándolas aunque sea para recaudar fondos para la parroquia. Se permutan objetos litúrgicos que son verdaderas obras de arte por otras que definitivamente son de mal gusto, feas, y casi blasfemas. El mal gusto ha llegado también a los objetos sagrados. Tampoco son propiedad del papa de turno, por tanto, no puede venir a decir que va a vender o regalar el patrimonio ornamental de la Iglesia para supuestamente, ayudar a acabar con el hambre en el mundo..espero en Dios que no lleguemos a eso.
         A lo largo de la historia se han sucedido una serie de lamentables acontecimientos en los cuales no sólo han sido martirizados los fieles, sino también las cosas sagradas, tal como ocurrió en la Reforma en Inglaterra,  en la Revolución Rusa, en la Guerra Civil Española y actualmente lo vemos en los templos católicos orientales en Egipto y en Siria.
        Tengo en mi biblioteca un libro que mi esposo compró hace unos años. "Historia de la persecución religiosa en España 1936 -1939" de Antonio Montero Moreno. En este libro hay todo un capítulo dedicado al martirio de las cosas. Es horrendo a lo que el odio a la fe puede llegar. Antes la persecución venía desde fuera, de los enemigos de la religión...lo que ahora estamos viviendo, es una persecución interna que cada día se hará más manifiesta hacia aquellos que nos oponemos no sólo a la profanación y abusos litúrgicos, sino que a los que queremos vivir según las enseñanzas milenarias de la Iglesia y del Evangelio de Cristo. Les dejo unos párrafos de este admirable librito, para que vean a lo que puede llegar la maldad del hombre y para no olvidar de nuestra memoria estos lamentables hechos, junto con aquellos hombres, mujeres y niños que con riesgo de morir, se la jugaron con todo para salvar las cosas sagradas del martirio y de la profanación. Que tengan un domingo santo en familia.

         "La destrucción de un objeto sacro puede o no tener carácter de profanación, según el móvil que le dé pie y el modo con que se realice. Hay que dar por descontado que todas las ruinas sacras de la guerra civil española están como empapadas de profanación. Es más, las profanaciones son mucho más abundantes que los destrozos; hasta el punto de que muchos inmuebles cuya estructura material apenas si sufrió desperfectos fueron tanto más ofendidos que otros aniquilados totalmente.
         Antes de relatar un fugaz anecdotario de profanaciones de edificios, de imágenes, de vestiduras o vasos sagrados, parece de justicia otorgar el primer puesto a los sacrilegios cometidos directamente con el Dios viviente de nuestros templos, oculto en el sacramento eucarístico. Las profanaciones directas se la Sagrada Eucaristía se repitieron, desgraciadamente, con relativa profusión, pese al empeño ejemplar que por evitarlas demostraron muchos pastores de almas e incluso los simples fieles. Tales manifestaciones diabólicas fueron tristemente heterogéneas. Escojamos algunas.      
   En el pueblo abulense de Herradón de Pinares, cuando los milicianos allanaron el templo parroquial, hay testigos que recuerdan cómo uno de ellos se encaró con el sagrario en estos términos:
- Ríndete a los rojos. Hace tiempo que tenía ganas de vengarme de ti.
        Diciendo y haciendo, disparó contra el Santísimo Sacramento y según corroboran los mismos declarantes, sintió un fuerte mareo, que le obligó a echarse al suelo.
- ¿Qué te pasa?
- Nada, que me acuerdo de mi madre.
         He aquí lo ocurrido en Santa Cruz del Valle, pueblo de 1.100 habitantes, de doble población aproximadamente que Herradón de Pinares: "El 13 de los corrientes fui a Santa Cruz del Valle a reconciliar la iglesia y reponer el santo crucifijo, encontrándome la iglesia sin una imagen, ni el santo copón que contenía las sagradas formas. Los altares, gracias a Dios, han sido respetados, y lo mismo las ropas y algunos objetos de plata o metal. El Santísimo, me aseguran, lo comieron sacrílegamente."
        Consta, en efecto, que un individuo del pueblo se comió cínicamente, ante la presencia de otros, todo el contenido del sagrado copón.
         Esta otra anécdota es de Jumilla, en la diócesis de Murcia. Un copón de hostias consagradas, sacado de la iglesia del Salvador, fue arrojado a la calle, en donde las partículas consagradas permanecieron por algún tiempo, sin que nadie se atreviese a recogerlas porque los milicianos lo impedían. Después uno de ellos tomó el copón y fue pregonándolo por las calles como si se tratase de una mercancía.
      Aún más desalmado fue el gesto de los milicianos de El Esparragal, en la misma diócesis y provincia. Dentro del sagrario estaba el Santísimo Sacramento, y, al advertirlo los asaltantes, se repartieron las sagradas formas, comiéndolas con absoluta irreverencia." (...)
         Aunque, por lo general, el ataque y profanación consciente del Santísimo Sacramento se dio más bien como excepción, no es excesivo calcular en varios centenares, y quizá en cerca de un millar, los sagrarios forzados sacrílegamente. (...)
         Es de advertir que no hubo sacramento o sacramental que no tuviera un sucedáneo grotesco en la horrenda liturgia de las profanaciones. Desde luego, la misa fue repetidamente parodiada en todas las secuencias burlescas ya referidas. El bautismo lo fue menos veces. Recordemos una. Ocurrió en la iglesia de Navarredondilla, provincia y diócesis de Ávila, que había sido convertida en matadero, donde tuvo lugar una farsa blasfema de bautizo. El miliciano que "oficiaba" había regalado poco antes, como muñeco, a una hijita suya una imagen del Niño Jesús. Vestido de sotana, requirió varias clases de licores y fue derramándolos sobre una criatura al son de chocarrerías e irreverencias.
         La confesión fue remedada, con parecidos escarnios, en Ramacastañas, anejo de Arenas de San Pedro, dentro de la misma provincia. La crónica diocesana, que recoge los datos allegados en marzo de 1937 por el sacerdote don José Serrano y la aportación presencial de doña Victoria Fernández, cierra así el balance de los excesos: "Se organizaron burlescas procesiones por las calles. Las presidía una miliciana vestida con ornamentos sacerdotales.
- ¿Quién se quiere confesar? Nosotros le confesamos.
       Y allí esperaban, metidos en el confesionario, la llegada de los penitentes. Los vasos sagrados, según nos han declarado, fueron también objeto de burlas soeces. Nos resistimos a describirlas. La cruz procesional, el crucifijo del altar, incensario, lámpara, cáliz y copón aparecieron aplastados por completo."
         Largatera y Navalcán fueron teatro de mofas semejantes en relación con el sacramento del matrimonio. Siempre revestidos con uno y otro atuendo de sacristía, concentraron en ambos lugares un buen número de esculturas de santos y con ellas procedieron a simular una boda bufa, orquestada por risotadas y palabrotas. En el primero de estos pueblos abulenses, donde también descuartizaron las imágenes para guisar con sus astillas y acribillaron a tiros un cuadro de Santo Domingo, fue paseada en andas por el recinto del templo parroquial una miliciana sin pudor. Los retablos sirvieron de leña en algunos hogares".
Antonio Montero Moreno
Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939
B.A.C, 1998, 2da. Edición.

                                                                 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

11 de Septiembre de 1903



        Durante los días que siguieron a su llegada al priorato dominico de Woodchester, R.H.Benson estuvo preparando su alma para ser recibido en la Iglesia. Asistía a misa, a los oficios diarios especialmente a Completas, cuando se reza el Salve Regina dominico. Parafraseando a Martindale y haciendo una rápida traducción del capítulo dedicado a esos días, encontramos a un Benson escribiéndole a su madre para contarle que no será necesario re-bautizarlo (para consuelo de su madre), pues el bautizo realizado por su propio padre, el Arzobispo de Canterbery, era válido en la intención del mismo.
         Al atardecer de este día el padre Buckler escuchó su confesión en la capilla de Woodchester y le dio el beso de la paz diciéndole: En el futuro tendré que llamarte Mi querido Hugh. Hugh amó esta actitud parternal, y aludía a esto en las cartas siempre con el corolario - refiriéndose al padre Bucker - como: ¡él es querido viejo!.
         Al día siguiente a su confesión recibió la  Sagrada Comunión de manos del Prior. Resulta interesante leer el testimonio de Benson al referirse a la reacción tanto de los anglicanos como de los católicos cuando su conversión se publicó en los diarios de la época.
He aquí el texto de Benson, en sus Confesiones:
 
          "El viernes, día fijado para mi admisión, di un paseo solitario en medio de una total indiferencia y visité la iglesia de Minchinhampton, al otro lado del valle. Recuerdo que empezó a llover y que tomé el té en un pequeño establecimiento de cuyas paredes colgaba una divertida lista de instrucciones a los clientes, así como las proezas del dueño y su propósito de mantener el orden. Alrededor de las seis de la tarde volví al convento.
          No sé lo que me impulsa a contar esto, excepto que me resulta imposible acordarme de otra cosa que no sean los pequeños detalles de los acontecimientos de aquellos días. Si recordara alguna maravillosa experiencia mística, seguramente tampoco la contaría; pero lo cierto es que no las hubo.           
         No sentía nada en mi interior, salvo la absoluta certeza de que, al cruzar las puertas de Su Iglesia, estaba cumpliendo la Voluntad de Dios. Tampoco tenía la experiencia de una oración elevada, tentaciones contra la fe ni nada por el estilo. Debo confesar que este estado de ánimo duró no sólo durante mi recepción y mi Primera Comunión, sino a lo largo de algunos meses más. Ni siquiera Roma, donde recibí lecciones sorprendentes y extraordinarias, me proporcionó excesivas emociones.
         En realidad, estaba experimentando la reacción natural de la auténtica y dolorosa lucha que había comenzado casi un año antes. En ese tiempo había pasado por toda la gama de estados de mi vida espiritual, y, como resultado, mis facultades se habían sumergido en una especie de letargo. Y si lo menciono ahora es porque he sabido de más de un converso profundamente asombrado y decepcionado ante una experiencia similar. El alma espera ver el cielo abierto, una efusión de gracia palpable, torrentes de gozo, una gloria deslumbrante y sonidos sobrenaturales; y, en su lugar, sobre ella desciende un pesado velo atravesado por una luz: la Estrella de la Fe, tan cierta y tan firme como Dios en Su trono. (...)
         Alrededor de las seis y media, el padre Reginald me llevó a la capilla y allí, arrodillado ante el Prior, me confesé, hice los actos de fe, esperanza, caridad y contrición, y recibí la absolución; no así el bautismo sub conditione - aunque realmente estaba deseándolo -, pues hubo dos testigos de mi bautismo anterior que dieron fe de que la ceremonia se había efectuado perfectamente de acuerdo con los requisitos católicos. Entonces me besó como un padre a su hijo y yo entré en la iglesia para la acción de gracias.
         A la mañana siguiente el prior me administró la Sagrada Comunión en la preciosa capilla. Me quedé todo el domingo con ellos, en medio de una curiosa y desapasionada especie de creciente gozo en mi interior. El lunes viajé hacia el norte para instalarme con mi amigo sacerdote, que era capellán en una residencia católica. (...)
        Y ahora comenzaba a vivir las consecuencias inevitables de mi actuación. No recuerdo el número de cartas que recibí tras publicarse en la prensa mi conversión, pero fueron por lo menos dos voluminosos repartos diarios. Debía contestarlas todas y lo que lo hacía más difícil era que únicamente dos o tres procedían de católicos. Cosa natural, pues yo conocía muy pocos. Sin embargo, hubo un telegrama que me conmovió: lo enviaba el sacerdote a quien tanto debía y de cuya conversión me había enterado con tristeza en Damasco seis años antes.
          El resto de las cartas procedía de anglicanos - clérigos, hombres, mujeres e incluso niños- ; la mayoría me llamaba traidor (aunque de esas había pocas), loco vanidoso, impaciente y testarudo, o fanático desagradecido. Algunas de esas personas ocultaban sus sentimientos lo mejor que podían, pero la mayor parte manifestaba claramente su modo de pensar. Recibí de un pastor, todavía anglicano, una entusiasta nota de felicitación por haber sido lo bastante afortunado al encontrar mi camino en la Ciudad de la Paz. Ocho años después también él entraba en la Ciudad.
         Creo que las contesté todas, incluso la de una mujer que me recordaba el sermón sobre el Hijo Pródigo que prediqué en una ocasión y en el que yo había instado a los fieles a volver a la casa del Padre. Le contesté que insistía en ello, que era exactamente lo que yo había hecho y que con ese propósito había dejado la Iglesia de Inglaterra. Le expresaba, por fin, mi esperanza de que un día ella viniera también. La mujer entregó mi carta a su párroco y éste me replicó inmediatamente con una violenta acusación de traición, diciendo que, cuando me invitó a predicar a su parroquia, pensaba que yo era digno de confianza; ahora lamentaba que mi "perversión" hubiera envilecido tan rápidamente mi personalidad. Yo le respondí citando los comentarios de su feligresa y haciéndole ver que no podía responder de un modo distinto del que lo había hecho. Él me escribió una vez más disculpándose, diciendo que la mujer le había dado a entender que yo le había  que escrito primero y lamentando haber empleado tan duras expresiones.
          También recibí otra carta que me causó tanto dolor como sorpresa. Era de una mujer de mediana edad a la que consideraba una auténtica amiga, esposa de un eminente miembro de la Iglesia anglicana. La carta era breve, amarga y feroz; en ella me reprochaba la deshonra que había acarreado al buen nombre y a la memoria de mi padre. Me pareció incomprensible entonces - y me lo sigue pareciendo ahora - que una persona sincera y profundamente religiosa, como sin duda lo era ella, pudiera hacerme semejantes reproches; como si el pensamiento de la deshonra de mi padre no hubiera sido una tentación diabólica que yo ni siquiera pensé en consentir.
         Muy distintas fueron las serenas y generosas frases de determinado obispo anglicano que, hablando con mi madre tras mi marcha a Roma, le dijo: "Recuerde que, después de todo, él ha seguido el dictado de su conciencia. Y ¿qué otra cosa hubiera deseado su padre?". Lo único que puedo decir es que mi antigua amiga seguramente había escrito esa carta en un momento de cólera ciega.
         Poco después un pastor me informó de que yo había caído en un cisma que daba lugar a un "fruto amargo", y que en  mi caso, como en otros muchos, "el honor había salido volando". El origen fue que, tras mi ordenación en Roma, fui a vivir inocentemente a su misma ciudad - aunque yo no ejercía en aquel momento funciones de predicador - y que dos años antes había dirigido, en contra de mi voluntad, una misión anglicana en su parroquia. En mi respuesta le insinuaba que, si no retiraba aquellas expresiones - que solía repetir en conversaciones privadas - debía tener en cuenta que yo era libre de enviar su carta a los periódicos. Y las retiró.
        No obstante, debo reconocer con el mayor agradecimiento que, salvo algunas excepciones de este estilo, tales controversias fueron bastante escasas, y la caridad que demostró conmigo la comunión anglicana en general llegó, sencillamente, a asombrarme. Yo no sabía que hubiera tanta generosidad en el mundo."
 
                                  R.H.Benson, Confesiones de un Converso

sábado, 7 de septiembre de 2013

Leaving Tremans 1903

Hace exactamente 110 años, un día 7 de Septiembre de 1903,  R.H. Benson dejaba la casa de su madre en Tremans, vestido de laico, para dirigirse al Priorato Dominico de Woodchester. Se iba  de la casa materna para ser recibido en la Iglesia Católica, por el padre Reginald Buckler, o.p.
Los días que había pasado en la casa de su madre tras dejar Mirfield, estuvieron cargados de trabajo para él, pues pasó  todo ese tiempo escribiendo su novela histórica By What Authority?
Fue un duro golpe para sus contemporáneos anglicanos ver como el hijo menor del Arzobispo de Canterbury abandonaba su iglesia por Roma. Cartas recriminatorias y dolidas le llegaban a él y a su madre, y muchos esperaban que después de un tiempo Hugh volvería a su antigua iglesia. Pero ante la Verdad ya no podía seguir resistiéndose, aun sabiendo el costo humano que le traería dejar sus afectos. ¿Cuántos se han negado a dar el paso por miedo a sentirse rechazados por los suyos? Hay que ser valiente para dar el paso y para dejarlo todo para seguir a la Verdad.
Les dejo estos párrafos de Benson en Las Confesiones de un converso,  a propósito de este viaje y de sus primeros días con los dominicos de Woodchester. Fue admitido en la Iglesia Católica un simbólico 11 de Septiembre. Espero en ese día, compartir con ustedes la segunda parte de este hermoso recuerdo.

          "Creo que nadie habrá entrado en la Ciudad de Dios con menos emoción que yo. Me sentía totalmente insensible: ni alegría, ni tristeza, ni temor ni ilusión. Allí estaba la Verdad, tan lejana como una cumbre helada, y yo tenía que abrazarla. Nunca, ni por un instante, dudé de ella, ni - es innecesario decirlo- he dudado desde entonces. Yo intentaba reprocharme mi frialdad, pero fracasaba. Pasaba del brillo de la luz artificial, del calor, la claridad y la amistad, a la pálida luz de la fría y monótona certeza. Estaba completamente seguro, pero indiferente.
           Llegué a Shoud al anochecer. Durante el camino recé por última vez el Oficio anglicano y, después de unos minutos de espera, tomé el autobús hacia Woodchester, a pocas millas de distancia.
          El trayecto fue tan aburrido como todo lo demás, aunque no debería haberlo sido, pues el paisaje era hermoso y romántico. Un extenso valle serpentea entre colinas que se elevan a ambos lados, como en algunos parajes italianos. Seguimos adelante. Yo escuchaba distraído la conversación de un anciano de mejillas sonrosadas y me fijaba en unos niños que hacían travesuras. Pero nada de todo aquello me importaba ni despertaba mi interés.
          Al pie del empinado camino que une la carretera con el priorato me esperaba un hermano lego, y juntos subimos por el sendero. A la tenue luz del crepúsculo, cerca de la verja de la iglesia, aguardaba una persona vestida de blanco que, al vernos, bajó al camino y estrechó mis manos entre las suyas. Sin embargo, incluso entonces me sentía profundamente torpe y atontado.
          No pretendo describir con detalle los tres días que siguieron. Después de todo, no creo que interesen a nadie. Tampoco voy a describir la inacabable amabilidad, cortesía y paciencia que encontré en el padre Reginald, en el Prior y en todos los que se relacionaron conmigo.
         Mi instructor y yo pasamos juntos tres tardes, paseando y charlando de esto y aquello. En mi tiempo libre estudiaba el Penny Catechism. Sin embargo, debo mencionar un detalle, aun a riesgo de molestar al querido padre dominico. Un jueves me preguntó si tenía alguna duda, y yo le contesté que ninguna. "¡Seguramente las indulgencias!", dijo. Le indiqué que no me creaban la menor dificultad. Yo no estaba seguro de entenderlas perfectamente, pero sí de creer en ellas como, por supuesto, en todo lo que la Iglesia proponía a mi fe. Sin embargo, no se quedó satisfecho y me instruyó detalladamente sobre ese punto.
         Por las tardes nos reuníamos durante un par de horas en una habitación del primer piso. Yo oía Misa todas las mañanas y trataba de hacer una especie de meditación. De vez en cuando asistía a otras actividades, y siempre a Completas y a la exquisita ceremonia dominica de la Salve que se rezaba a continuación"


                                                                          

viernes, 6 de septiembre de 2013

Chilenos con mala memoria...a mi no me vengan con cuentos

           Este blog no es uno de tipo político ni nada por el estilo. Sin embargo todo tiene su límite, y mi paciencia ya se colmó. Por todos lados han proliferado los recuerdos de los 40 años del Pronunciamiento Militar y las versiones que se dan obviamente siempre dejan a la izquierda como una pobre víctima de un grupo de ambiciosos milicos que quisieron tomarse el poder, y que a la gente poco menos que la andaban matando en la calle.
         Ayer salió un estudio que dice que más de la mitad de los chilenos no entiende lo que lee, pues bien, yo agregaría que además de lo anterior, los chilenos carecen de memoria. Sumado a esto, mis compatriotas carecen en su mayoría  de capacidad de análisis y  de interés por buscar la verdad. Se tragan todo lo que los medios les dicen y ni siquiera se cuestionan si tal cosa es efectivamente así. A mis compatriotas parece que se les borraron de su memoria los tristes años de la U.P...a mí no. Yo tenía cuatro años cuando ocurrió el Golpe Militar y me acuerdo de muchas cosas, como algunas imágenes que siempre me quedaron grabadas: me acuerdo de haber ido a hacer fila a Valparaíso con mis hermanos para conseguir  algo de comida, lo que racionaba la U.P con su inolvidable JAP. A ver si conseguía uno un poco de arroz con gorgojos, o pan, o pasta de dientes...; recuerdo cuando una vez los de la  Ramona Parra rayaron  con consignas marxistas un muro que había en toda una cuadra, enfrente de mi casa, y como al día siguiente los vecinos se organizaron para conseguir pintura y pintar esa asquerosidad.   Me acuerdo cuando mis padres tuvieron que dar sus argollas de matrimonio para contribuir con la reconstrucción del país tras el golpe y como en agradecimiento se les entregó una medalla de cobre que todavía está como reliquia en juna vitrina en casa de mi madre. Recuerdo a mi padre llegar muy tarde del trabajo cuando en el gobierno militar le dieron un cargo, porque había que trabajar muy duro para poder sacar a Chile adelante después de la ruina en la que los dirigentes de la U.P lo habían dejado.  El país estaba quebrado, no había para comer, nuestra moneda no valía nada. Los campos tomados por los campesinos no producían nada. Y mientras se expropiaban los fundos, no se expropiaban las deudas, ¿con que iban a pagar estos antiguos dueños de los fundos y parcelas sus deudas si les quietaron su fuente de ingreso? ¡Qué linda reforma! Los campo botados, las industrias tomadas, los estudiantes en peleas y huelgas permanentes, la guerra civil a una vuelta de la esquina...¿y me vienen a mí a decir que el gobierno de Allende fue el mejor que Chile ha tenido? ¡Qué memoria, qué desastre de memoria!
          Me choca escuchar a los mismos políticos de derecha que trabajaron para el Gobierno Militar -  y vaya cómo se enriquecieron en él- ahora pidiendo disculpas y dándose verdaderas vueltas de carnero. Usufructuaron de cuanto pudieron y ahora se dan vuelta la cahaqueta...si están tan arrepentidos, entonces que devuelvan todo lo que ganaron gracias a los militares y a tantos civiles que anónimamente dieron lo mejor de sí para transformar a mi país en lo que ahora es, al menos desde el punto de vista económico y del progreso social.
           No hay que ser mal agradecidos. Mucha gente murió defendiendo a Chile del marxismo y de que nos convirtiéramos en una segunda Cuba. En Chile estaba lleno de cubanos armados dispuestos a una guerra civil en cualquier momento. Porque a eso íbamos. Después del '73 hasta el último año del gobierno del General Pinochet vivimos en paz. Si uno no se metía en boches, ni en grupos armados, ni en protestas, no tenía nada que temer. No se andaba matando a la gente en las calles a mansalva como les están enseñando a los niños en el colegio. Yo recuerdo que a los doce años salía sola a la calle, iba al centro de Viña del Mar y subía el cerro donde vivía tranquilamente sin nada que temer por mi seguridad. Mi mamá no tenía miedo en dejarme salir sola a comprar...actualmente yo no pensaría en mandar a mi hija sola a la calle a esta misma edad.
           No señores, a mí no me vienen con historias falseadas. Y los mismos que alguna vez fueron partidarios del Régimen Militar, no se han dedicado a enseñarles a sus hijos la verdad histórica, lo que condujo a las FF.AA. a derrocar a Allende. Le han dejado el plato servido a la izquierda para que ellos manipulen la historia a su favor. Y estos críos burgueses van por el mundo despotricando contra un gobierno que ni conocieron, que ni vivieron, hablando cosas inventadas por el clásico lavado de cerebro izquierdista. El antiguo adagio del miente, miente que algo queda, sigue siendo utilizado por ellos, en complicidad con los acéfalos de mis compatriotas que no sólo han perdido su capacidad de asombro, sino que también la capacidad de pensar y de cuestionarse si efectivamente los hechos son tal cual nos lo narra la t.v y sus cientos de programas para recordar los 40 años del Golpe Militar.
La cosa es tan patética, tan penoso es ver cómo han aparecido los arrepentidos del Gobierno Militar que se me hizo vomitivo escuchar o ver las noticias.  Y mientras en Rusia no se juzgó a los comunistas, aquí en Chile no se les perdona a los uniformados habernos liberado del marxismo-leninismo, y ahí los tenemos a los pobres viejos militares encarcelados, solos, traicionados. Abogar por ellos es políticamente incorrecto. No puedo hacer mucho por ellos, pero sí rezar y ser agradecida por todo lo que hicieron para que mis hijos gocen de la libertad de crecer en un país tranquilo, a pesar de todo.
          No volveré a referirme a este tema, pero tenía que desahogarme.

martes, 3 de septiembre de 2013

Dame Señor


A veces me la paso refunfuñando ante la impotencia que me da no poder abarcarlo todo; a veces el genio me juega una mala pasada y de un pequeño detalle se hace un océano. ¿Falta de fe, falta de confianza en Dios? Sí, todo aquello y más. Somos débiles, se nos olvida que estamos de paso, que la vida es corta y llena de imprevistos que nos terminan dando una insoportable sensación de vértigo angustioso frente al futuro. Pues bien, cuando andamos así miramos a aquellos que a pesar de todo siguieron adelante confiados y de ellos tomamos su ejemplo. ¿Podrá uno imaginar la pena y el sufrimiento que significó para Santo Tomás Moro estar en la torre? Y a pesar de todo escribió esta oración que sirve también para nuestro consuelo.

                                                                        Dame Señor

                                                    Dame Señor, un poco de sol,
                                                    algo de trabajo y un poco de alegría

                                                   Dame el pan de cada día, un poco de mantequilla,
                                                   una buena digestión y algo para digerir.

                                                   Dame una manera de ser que ignore el aburrimiento,
                                                   los lamentos y los suspiros.

                                                   No permitas que me preocupe demasiado
                                                   por esta cosa embarazosa que soy yo.

                                                   Dame Señor, la dosis de humor suficiente
                                                   como para encontrar la felicidad en esta vida
                                                   y ser provechoso para los demás.

                                                  Que siempre haya en mis labios una canción,
                                                  una poesía o una historia para distraerme.

                                                  Enséñame a comprender los sufrimientos
                                                  y a no ver en ellos una maldición.

                                                 Concédeme tener buen sentido,
                                                 pues tengo mucha necesidad de él.

                                                 Señor, concédeme la gracia,
                                                 en este momento supremo de miedo y angustia,
                                                 de recurrir al gran miedo
                                                 y a la asombrosa angustia
                                                 que Tú experimentaste en el Monte de los Olivos
                                                 antes de tu pasión.

                                                 Haz que a fuerza de meditar tu agonía
                                                 reciba el consuelo espiritual necesario
                                                 para provecho de mi alma.

                                                Concédeme Señor, un espíritu abandonado, sosegado,
                                                apacible, caritativo, benévolo, dulce y compasivo.

                                                Que en todas mis acciones, palabras y pensamientos
                                                experimente el gusto de tu Espíritu Santo y Bendito.

                                                Dame, Señor, una fe plena,
                                                una esperanza firme y una ardiente caridad.

                                               Que yo no ame a nadie contra tu voluntad,
                                               sino a todas las cosas en función de tu querer.

                                              Rodéame de tu amor y de tu favor,
                                              Amén.