jueves, 24 de diciembre de 2015

Feliz Navidad e invitación a Santa Misa Tradicional

Resultado de imagen para pesebre
Estimados fieles lectores del blog: les deseo una muy Feliz y Santa Navidad. Que el Niño Dios les bendiga y traiga paz a sus hogares. No nos olvidemos de agradecer a Dios por todos los dones que nos ha entregado este año.

Dos especiales peticiones: rezar especialmente por aquellos que este año han perdido a un ser querido y hoy pasarán la primera Navidad sin ellos. Para que el Buen Dios sea su compañía y su consuelo. Y en segundo lugar, rezar por aquellos amigos y conocidos que siendo buena gente desde el punto de vista meramente humano, viven alejados de la Fe o simplemente han dejado de creer, para que el Niño de Belén toque su corazón y encuentren la Verdad que nos lleva a la Vida Eterna y al final cuando se nos pida cuenta nos volvamos a encontrar en la Patria Celestial. ¿Cómo no querer que aquellos que son nuestros amigos sean salvos? Rezemos por nosotros y por ellos.

 Por especial encargo de su párroco, don Jaime Herrera González, les hago una cordial invitación para asistir a la  Santa Misa Tradicional de Navidad el día viernes 25 a las 12 hrs. en la parroquia Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro en el Cerro Toro, Valparaíso.








miércoles, 16 de diciembre de 2015

El águila de sangre, por Mgr. Robert Hugh Benson





              El águila de sangre

Cuando volví una noche a mi pieza encontré, en la pequeña estantería cerca de la ventana, un libro cuyo título ahora he olvidado, pero que describía aquellos lejanos días en los que la religión de Cristo y los dioses del norte coexistían en Inglaterra. Lo leí durante una o dos horas antes de dormirme, y de nuevo cuando me estaba vistiendo a la mañana siguiente. Durante el desayuno hablé sobre él.

- “Sí” – dijo el viejo – “este era uno de los libros de mi padre. Recuerdo haberlo leído cuando era niño. Creo que se refería a lo poco informado y lo poco científico de esos días. Mis padres pensaban que todas las religiones, a excepción del cristianismo, eran obra del demonio. Yo creo, sin embargo, que San Pablo nos da un poco más de esperanza acerca de esto.”

Durante un rato no dijo nada más, pero en el transcurso de la mañana, mientras yo caminaba de un lado a otro en el terraplén que corre bajo los pinos junto al camino de la entrada, vi al sacerdote acercándose a mí con un libro en su mano. Él estaba un poco empolvado y su rostro sonrojado.

-“Fui a buscar algo que pienso puede interesarte después de lo que hablamos en el desayuno” – comenzó – “finalmente lo encontré en el altillo”.

Comenzamos a caminar juntos de arriba abajo.

-“Me ocurrió una cosa curiosa” – dijo – “Cuando era niño recuerdo habérselo contado a mi padre cuando volví a casa y el recuerdo permaneció en mi mente. Unos años antes un viejo profesor estaba alojando en casa junto a nosotros, y una noche después de la cena en la que habíamos estado hablando acerca de lo mismo que tú me contabas durante el desayuno, mi padre me lo hizo contar de nuevo. Cuando terminé el profesor me preguntó por qué no lo escribía para él. Entonces yo lo escribí en este libro primero y posteriormente hice una copia para él y se la envié. El libro en sí es una especie de diario irregular que algunas veces usé para escribir. ¿Te importaría escucharlo?”.

Cuando le dije que me gustaría oír la historia, él retomó la palabra una vez más.

- “En primer término debo explicarte las circunstancias.  Yo tenía alrededor de dieciséis años. Mis padres se habían ido de vacaciones al extranjero, y yo me fui a quedar con un amigo del colegio a su casa, no muy lejos de Ascot. Solíamos tomar nuestro almuerzo y luego ir a pasar el día, cuando estaba despejado pues era época de Navidad, junto a los brezales. Debes tener presente que por aquella época yo solamente era un chico de colegio y por tanto me atrevo a decir, que exageré o sobrevaloré un poco los detalles, pero en el hecho principal de la historia puedes confiar. ¿Sentémonos mientras lo leo?”

Así pues nos sentamos nuevamente en un escaño que estaba al final del terraplén, con una vieja casa disfrutando del sol frente a nosotros. Él comenzó a leer:

-“Cerca de las seis de la tarde, en uno de esos días de fines de Enero, Jack y yo estábamos todavía caminando por los altos brezales cerca de Ascot. Habíamos estado caminando todo el día y nos habíamos perdido. Sin embargo, nos mantuvimos caminando en línea recta lo más que pudimos, sabiendo que en cualquier momento nos cruzaríamos con el camino principal. Estábamos muy cansados y silenciosos, hasta que de pronto Jack exclamó y señaló una luz que venía a través del brezal. Permanecimos sin movernos por unos momentos para ver si la luz se movía, pero se mantuvo estática.

-¿Qué es eso? – Pregunté – no puede haber una casa por aquí cerca.

- Supongo que será la casa de los escoberos – dijo Jack.

Le pregunté qué quería decir.

- No lo sé exactamente – dijo Jack – creo que son una especie de gitanos.

Tropezamos con los brezos mientras la luz se fue intensificando de manera constante. La luna comenzó a asomarse. Era una noche clara, una de esas noches frescas, sin ese viento que viene después de un otoño húmedo. Jack se sumergió en una zanja oculta y yo escuché el hielo agrietarse. Él salió a toda prisa.

-¡Por Júpiter! Mañana patinaje – dijo.

Como cada vez estábamos más cerca, comenzamos a ver que nos estábamos aproximando a un pequeño bosque de abetos y el brezal comenzó a hacerse menor. Miré a la luz y entonces vi que ahí existía una estructura, una especie de casa desde la que salía la luz. La ventana, aparentemente, era de una forma irregular y la casa parecía estar apoyada contra un alto abeto en las afueras del bosquecito. Aunque estábamos cerca nuestros pies no metían ruido en el brezal. Pude darme cuenta que la casa estaba construida alrededor del abeto, el cual servía como una especie de viga central. La casa estaba hecha de ramas de acacia y cubierta con pesada paja y brezo.

Yo estaba cada vez más ansioso porque nunca había escuchado acerca de los “escoberos” (fabricantes de escobas), y también, lo confieso, un poco temeroso porque el lugar era solitario y sólo éramos dos niños. Yo me adelanté  y alcancé la ventana y miré adentro. En las paredes de dentro estaban colgadas unas frazadas y unas ropas para mantener al viento afuera. Había un viejo y largo banco en la esquina. El suelo al parecer estaba cubierto con ramas y mantas. La pared opuesta estaba despejada, parcialmente cerrada con una valla de acacia que estaba apoyada contra ella. Medio sentada, medio tumbada sobre el banco había una anciana con su rostro cubierto. Una lámpara de aceite colgaba desde una de las ramas del abeto que ayudaba a formar el techo. Aparte de la anciana, no había señal de otro ser vivo en el lugar. Vi que Jack se aproximó por detrás y hablo sobre mi espalda.

-¿Puede usted indicarnos la ruta más próxima para llegar al camino principal? – preguntó.

La anciana se sentó súbitamente, con una mirada de terror en su rostro. Ella estaba extraordinariamente sucia y lucía decrépita. Pude observar, a través de la mortecina luz de la lámpara, que ella tenía un viejo rostro arrugado, con los oscuros ojos hundidos, mientras que las cejas y el pelo eran canos. Su boca comenzó a balbucear mientras nos miraba. De repente hizo un gesto violento hacia la ventana para saludarnos.

Jack repitió la pregunta y la anciana se puso de pie y cojeó con calma y encorvada hacia la puerta y en un momento estuvo junto a nosotros. Fue ahí cuando me di cuenta de lo pequeña que era. No podía tener más de cinco pies de altura y estaba muy torcida. Debo decir una vez más, que me sentí muy intranquilo y sobresaltado con esta terrorífica y vieja creatura cerca de mí mirándome hacia arriba. Ella me tomó del abrigo y con su mano hacía señas rápidas en cualquier dirección. Parecía estar advirtiéndonos sobre el bosquecito, pero sin decir absolutamente nada.

Jack se puso más impaciente.

-¡Sorda vieja tonta! – dijo él en voz baja y luego fuerte y lentamente - ¿Puede usted indicarnos la ruta más próxima para llegar al camino principal?

Entonces ella pareció entender y apunto con energía en dirección al camino desde donde veníamos.

-¡Esto no tiene sentido! – Dijo Jack – nosotros venimos de ahí. Vamos por este camino, no podemos pasar toda la noche aquí – Entonces se tornó hacia un lado de la casita y desapareció en el bosquecito.

La anciana soltó mi abrigo al instante y comenzó a correr tras Jack y yo me fui al otro lado de la casa y vi a Jack moviéndose frente a la casa ya que los abetos estaban dispersos en la orilla del bosque. La luz de la luna se filtraba a través de ellos. Observé que la anciana, al volverme hacia el bosque, se había detenido, sabiendo que ella no podía divisarnos y permaneció de pie con sus manos extendidas y emitiendo un curioso sonido, entre llanto y sollozo. Yo estaba un poco incómodo porque no la habíamos tratado a ella con cortesía. Me detuve, pero justo en ese instante Jack me llamó:

- Ven – dijo – seguro que encontraremos el camino al final de esto.

Entonces yo continué y al voltearme hacia atrás, vi que la pequeña anciana seguía de pie como antes. Vi, entremedio de los árboles, como ella se llevó una mano a la boca y emitió un curioso silbido que por alguna razón me asustó. Pareció demasiado fuerte para ser dicho por algo tan pequeño.
Tan pronto entramos al bosque la oscuridad se hizo mayor. Aquí y allá en un espacio abierto, la luz de la luna cubría con manchas blancas el suelo cubierto con agujas de abeto, siendo rodeados por una gran área oscura. A pesar de que el bosque se situaba sobre un terreno elevado, los árboles crecían tan densamente, que no podíamos ver el campo alrededor. De vez en cuando nos tropezábamos con alguna raíz o éramos atrapados por alguna zarza. Me pareció que estábamos siguiendo un estrecho  sendero que nos conducía más y más profundamente hacia el corazón del bosque. De pronto Jack se detuvo y levantó su mano.

-¡Cállate! – dijo.
Me detuve y escuchamos sin respirar. Después de un instante dijo nuevamente, “Cállate, viene algo”, y saltó fuera del sendero detrás de un árbol y yo lo seguí.

Fue entonces cuando escuchamos algo arrastrarse frente a nosotros y un gruñido. Una enorme criatura se aproximó corriendo por el sendero y una vez que pasó yo la miré, aunque mi mente estaba aterrorizada. Vi que era un enorme cerdo, pero la cosa que me quitó el aliento y enfermó, fue que esta cosa corrió casi toda la distancia con una profunda herida en su espalda desde donde brotaba sangre. La criatura, que gruñía pesadamente, se derrumbó camino a la casa, y luego el sonido despareció a lo lejos.

Al apoyarme contra Jack pude sentir su brazo temblando mientras abrazaba el árbol.

-Oh, Oh – dijo en seguida – debemos salir de aquí. ¿Por cuál camino? ¿Por cuál camino?

Pero yo seguía atento escuchando e hice que se mantuviera en silencio.

- Espera – le dije - hay algo más.

Desde fuera del bosque, frente a nosotros, se sintió un jadeo y el suave sonido de unos pies que cojeaban por el sendero. Nos agachamos lo más bajo que pudimos y observamos. Enseguida la figura de un hombre encorvado se hizo visible abriéndose paso rápidamente a través del camino. Parecía estar sobresaltado y sin aliento. Su boca se estaba moviendo, hablaba consigo mismo en voz baja con un tono quejumbroso, pero sus ojos examinaban el bosque de lado a lado.

Tan pronto como llegó donde estábamos, nos recostamos en el suelo y apenas nos atrevíamos a respirar. Vi que una de sus manos, que colgaba al frente, se abría y se cerraba y que estaba manchada con algo que a la luz de la luna se vía negro. Él no nos vio ya que estábamos escondidos detrás de una gran zarza, luego continuó por el sendero y entonces todo volvió a estar en silencio.

Cuando pasaron unos minutos en una perfecta calma, nos levantamos y nos fuimos, pero ninguno de los dos se animó a caminar por el sendero desde donde habían venido estas dos terribles cosas chorreantes, y nos fuimos tropezando con el suelo quebrado, manteniendo un curso paralelo al sendero, por alrededor de unas doscientas yardas.

Jack comenzó a recobrarse e incluso a hablar y a reír del susto, del cerdo y del viejo. Después me dijo que no había visto la mano del anciano.

Más adelante el camino comenzó a hacerse cuesta arriba y en esta parte súbitamente detuve a Jack.

-¿No lo ves? – pregunté.

Actualmente apenas recuerdo lo que dije o hice, pero esto es lo que mi amigo me dijo después. Jack me contó que no había nada especial. Lo que había era una loma en el terreno, y que en esta parte los árboles se separaban.

-¿No ves nada en la cima de la loma, en el claro, donde se refleja la luz de la luna?
Jack me dijo después que él pensó que me había vuelto loco de repente y se llenó de miedo.

- ¿No ves a la mujer que está ahí? Tiene un  rubio cabello largo  tomado en dos trenzas y unos gruesos brazaletes de oro en sus brazos desnudos. Lleva una túnica que está rodeada con un cinturón que nace desde sus rodillas. En su pelo, en su cinturón y en sus brazaletes tiene una joya roja, y sus ojos brillan a la luz de la luna. Ella está a la espera de lo que se le ha escapado.

Jack me contó que cuando yo le dije eso, caí de bruces con mis manos extendidas y comencé a hablar, pero él no podía entender una palabra de lo que decía. Él mismo miró la loma ininterrumpidamente, pero ahí no había nada más que tres abetos erguidos en forma circular y un espacio vacío en el medio y desde ahí se llegaba al brezal, y eso era todo. Este montículo estaba a unas cincuenta yardas de nosotros.

Según cuenta Jack, yo yací ahí por unos minutos y luego me levanté y miré a mi alrededor. Recuerdo que vi al cerdo y al viejo, pero nada más. Yo estaba aterrorizado ante el recuerdo e insistí en abordar un nuevo rumbo a través del bosque y dejar la loma detrás nuestro. No supe porqué el montículo este me asustaba, pero no quería ir cerca de él. Jack sabiamente no dijo nada más hasta más tarde.

Prontamente encontramos nuestra ruta fuera del bosquecito. Dimos contra el brezal a una media milla o algo, y  fue así como llegamos al camino que Jack conocía y volvimos a casa.

Cuando le relatamos nuestra historia  - y Jack para mi asombro había agregado la parte que ni yo mismo recordaba – al padre de Jack, él no dijo nada, sin embargo al día siguiente nos llevó a identificar el lugar. Para nuestra mayor sorpresa la casa de los escoberos se había esfumado. Había unas ramas pisoteadas alrededor del árbol, la rama ahumada desde donde colgaba la lámpara de aceite y las cenizas de la leña estaban esparcidas fuera de lo que fue la casa. Pero no había señal del anciano ni de su esposa.

Nos fuimos caminando por el sendero, ahora iluminados por un alegre sol escarchado y encontramos oscuras salpicaduras por aquí y por allá en las ramas. Estaban secas y descoloridas. Finalmente llegamos al montículo, pero a medida que nos acercábamos mi desosiego fue creciendo, pero era vergonzante mostrar mi temor a plena luz del día.

En la cima encontramos una cosa curiosa y el padre de Jack nos dijo que era una vieja costumbre de los escobemos que nadie había sido capaz de explicar. El suelo había sido excavado con una pala, para darle una forma de corredor inclinado bajo la tierra. El corredor no tenía más de cinco yardas de largo y al final, donde estaba recubierto con tierra, tenía una especie de altar hecho con tierra y piedras planas que tenían pegadas con yeso pedazos de porcelana china y vidrio. Aunque lo que más nos sorprendió fue encontrar una oscura mancha de algo que empapaba en profundidad la tierra frente al altar y que todavía estaba húmeda.”

El viejo leyó hasta aquí y luego dejó reposar el libro.

“Cuando yo le conté toda esta historia al profesor” – dijo – “él parecía estar profundamente interesado. Según recuerdo nos dijo que la herida del cerdo se identificaba con la naturaleza del sacrificio que el anciano había comenzado a ofrecer. Él lo llamó “el águila de sangre”, y agregó algunos detalles que no voy a discutir contigo. Dijo también que los escoberos han confundido dos ritos y que solamente un sacrificio humano es el que se ofrece como águila de sangre. De hecho, para él todo le parecía muy familiar, y agregó otras cosas más que no he podido recordar ni verificar.”

- ¿Y la mujer en el montículo?

- “Bueno”– dijo el viejo sonriendo – “el profesor no quiso escuchar mi evidencia acerca de esto. Él aceptó la primera parte de la historia y simplemente declinó poner atención a lo de la mujer. Dijo que yo había  estado leyendo los cuentos de Norse y que estaba alucinando. Incluso dio a entender que yo era un romántico. Bajo otras circunstancias creo que a este método de tratamiento de las evidencias podría ser llamada “crítica de nivel superior”.

- Pero todo esto es un bestial y repugnante culto – le dije.

- “Sí, sí” – dijo el viejo – “muy brutal y repugnante, pero no mucho mayor ni mejor que la fe del profesor, porque al fin y al cabo, ya ves,  él era solamente un experto ritualista”.


                                                                      R.H. Benson, The Light Invisible



lunes, 9 de noviembre de 2015

El Observador, por Mgr. R.H. Benson

                                                              
En primer lugar debemos hacer al órgano de la visión análogo al elemento que contempla
Maeterlinck

 Al día siguiente salimos después del desayuno, y caminamos de arriba abajo por un sendero de hierba entre dos hileras de setos de tejo. El rocío aún cubría el pasto que estaba bajo la sombra, y una delgada tela de araña seguía colgada, como una pieza de batista desgarrada, a los tejos desparramándose a ambos lados. Cuando pasamos por segunda vez por el sendero, el viejo súbitamente paró y al apartar con el pie hacia el tejo una suave hoja levantó un ratón muerto, lo miró y tieso como estaba, lo colocó en la palma de su mano. Vi que sus ojos lentamente se llenaron con ávidas lágrimas de vejez.

-“Él ha elegido su propio lugar para descansar” – dijo – “dejemos que yazca aquí. ¿Para qué disturbarlo?” – y gentilmente lo dejó de nuevo en el suelo, luego cogiendo un poco de tierra humedecida la esparció sobre el ratón. “La tierra a la tierra, la ceniza a la ceniza, con seguridad y con certera esperanza” – dijo él. Entonces se detuvo y enderezándose con dificultad continuó caminando y yo le seguí.-“Ayer parecías muy interesado en mi historia” – me dijo – “¿Puedo contarte cómo fue que vi una señal muy diferente cuando era un poco mayor?” – Y cuando yo le indiqué lo extraña e interesante que había sido su historia, él comenzó:

- “Te conté que para mí fue imposible volver a ver  de nuevo lo que había visto en el claro. Durante unas pocas semanas, tal vez meses, lo intenté forzándome a mí mismo a sentir esa Presencia, o por último, para ver la túnica. Sin embargo, no pude porque es un don de Dios, así como visión ordinaria no puede ser ganada por el esfuerzo del hombre ciego. Por tanto, dejé de intentarlo.

Al fin llegué a la edad de dieciocho años, esa terrible edad cuando el alma parece haber quedado reducida a una chispa cubierta con una montaña de cenizas. Cuando la sangre, el fuego, la muerte y el ruido fuerte parecen ser las únicas cosas que interesan, y todas las cosas sensibles retroceden y se ocultan del terrible mediodía de la virilidad. Alguien me regaló una de aquellos revólveres que tú conoces. Amaba la sensación de poder que me daba porque nunca había tenido un arma. Por una o dos semanas en las vacaciones de verano yo estuve contento disparando a un blanco, o a la superficie del agua. Me deleitaba observar cómo quedaba el cartón destrozado o cómo  en la tranquila piscina se hacía trizas su espejo donde el cielo y el verde yacían durmiendo. Al tiempo esto dejó de interesarme y anhelé ver a alguna cosa viviente que repentinamente dejara de vivir por mi deseo. Ahora – y él levantó su mano en señal de desaprobación – pienso que la caza es necesaria para algunos temperamentos. Después de todo, la matanza de creaturas es necesaria para alimentar al hombre, y este deporte, me dirás, es la alegre supervivencia del hombre para obtener el alimento, y requiere ciertas nobles cualidades de resistencia y destreza. Yo sé todo esto y además  sé que para algunos temperamentos es un desahogo, un escape para el humor que encuentra de esta manera una mala ventilación. Pero esto último yo sé que para mí no era necesario.

Y aunque no existía excusa, yo salí una tarde de verano con la sana intención de dispararle a algunos conejos mientras ellos corrían para buscar refugio en el campo abierto. Caminé a través de una cerca, al lado izquierdo había un bosque y a mi derecha había una verde pradera. Bueno, a causa de mi propia falta de habilidad pensé que podía oír el correteo y la prisa de los conejos alrededor mío. Puede verlos a la distancia, sentados y escuchando con sus orejas levantadas. Como estaba oculto tras la cerca no estaba lo suficientemente cerca de ellos para tener la ocasión de disparar y acertar. Durante todo el trayecto que me tomó llegar al final de la cerca mi ánimo estaba impaciente.

                       

Me escondí por unos instantes apoyándome en el seto mirando hacia esta agradable y fresca pradera abierta. El sol se había sumergido en ese momento detrás del cerco frente a mí, y todo estaba en las sombras excepto donde colgaba la belleza de unas hojas de una haya a la que todavía les daba el sol. Las aves estaban comenzando a llegar desde los campos y se asentaban una a una en el bosque tras de mí, permaneciendo ahí para cantar la última línea de la melodía. Yo pude escuchar la tranquila prisa y luego el sorpresivo aleteo de una paloma que volvía al hogar, y mientras la escuchaba oí de repente el despliegue de otros sonidos y el consonántico sonido de un tordo en alguna parte arriba mío. Miré hacia las alturas en vano. Traté de ver al ave y después de unos momentos alcancé a verla como una más de las hojas del haya separadas por el viento. Su cabeza estaba levantada y todo su cuerpo vibraba con la alegría de la vida y de la música. Tal como alguien dijo, su cuerpo era como un corazón latiendo. El último rayo de sol sobre la colina lo alcanzó y lo bañó con una calidez dorada. Entonces las hojas se cerraron de nuevo cuando la brisa cayó sobre ellas, pero aun así su canto siguió sonando.

En ese momento vino a mí el ciego deseo de matarlo. Todas las demás creaturas habían huido de mí y corrido a casa. Por fin aquí estaba la víctima. Había que derramar la sombría ira que había estado amontonando durante mi caminata y exigía esta vida como un sustituto. Recordaba simultáneamente con esto, que había salido a matar por comida, esta era mi justificación. Conjuntamente yo vi ambos argumentos, y no tenía justificación, ninguna excusa.

Volteé mi cabeza de un lado a otro y me corrí unos pasos para poder capturar nuevamente alguna señal suya. A pesar de que él sonaba fantástico y sobre estimulante, en todo mi ser había una lucha entre la luz y la oscuridad. Cada fibra de mi ser me decía que el tordo tenía derecho a vivir. ¡Ah! Lo tenía merecido, la labor estaba esperando porque esta misma canción lo guiaba derecho hacia la muerte. Sin embargo, la negra sombra de mi ira se había alojado en mi conciencia y ahora estaba luchando por mantenerla subyugada hasta que el tiro fuera disparado. Esperé en silencio a la brisa, la que llegó con un aroma frío y dulce como la muerte del jardín, y las hojas se separaron. Ahí él cantó al atardecer, y en un momento yo levanté el arma y apreté el gatillo. Con el chasquido del percutor vino desde arriba el silencio, y después de un interminable momento llegó la suave prisa de algo cayendo y el leve golpe sobre las hojas del año pasado. Yo me quedé medio horrorizado y miré atentamente entre las hojas muertas. Todo pareció oscuro y brumoso. Mis ojos aún estaban un poco encandilados por el fondo brillante del sol  y por las nubes rosadas sobre las que yo había mirado con mucha firmeza, y el espacio entre las ramas era un mundo de sombras. Continué  mirando unas pocas yardas más allá tratando de distinguir el cuerpo del tordo, temiendo escuchar la lucha de las alas que se batían en medio de las hojas secas.

                  

Fue entonces cuando distraidamente levanté un poco los ojos, y a una o dos yardas más allá de donde el tordo yacía estaba un arbusto de rododendro. Los capullos habían caído y fuera del contorno de la sombra pesadas hojas estaban tristes por el menudo toque de color. Cuando lo miré, puede ver un rostro mirando desde las ramas más altas. Tenía la cabeza completamente calva y en la cara delgados labios se abrían en una gran sonrisa. En las comisuras de su boca había una gran cantidad de líneas y sus ojos estaban envueltos en pliegues de regocijo. Lo más terrible acerca de todo esto fue que sus ojos no me estaban mirando a mí, sino que se dirigían hacia las hojas. Los pesados párpados permanecían caídos y la larga, estrecha y brillante abertura mostraba cómo los ojos reían por debajo suyo. La frente se inclinó hacia atrás con rapidez, como la cabeza de un gato. El rostro era de color tierra y los contornos de la cabeza se desvanecieron por detrás de las orejas y del mentón hacia la penumbra del oscuro bosque. Por lo que alcancé a ver, no tenía ni garganta, ni extremidades, ni cuerpo. El rostro simplemente colgaba como una máscara oriental girando en una vieja tienda de curiosidades, y sonreía con una auténtica delicia, no a mí, sino al cuerpo del tordo. No hubo un cambio de expresión en todo el tiempo que lo miré, sino simplemente una silenciosa sonrisa de placer petrificada en su rostro. No pude sacar mi vista de ahí. Supongo que después de uno o dos minutos el rostro se había ido. Yo no lo vi irse, pero tomé conciencia de que yo estaba mirando sólo las hojas. Pues bien, en ese lugar no había un follaje o un juego de sombras que pudiera posibilitar tomarlo como con la forma de un rostro. Puedes adivinar cómo me forcé a mí mismo a creer que eso era todo, cómo volví mi cabeza para poder captarlo de nuevo, pero no vi un indicio de un rostro.

No puedo decirte cómo lo hice, pero aunque yo estaba medio fuera de mí mismo, me adentré en el bosque buscando furiosamente entre las hojas el cuerpo del tordo hasta que al fin lo encontré y lo levanté. Al tocarlo noté que aún estaba blando y tibio. Su pecho estaba un poco rizado y una gotita de sangre yacía en la raíz del pico bajo los ojos, como una lágrima de consternación y dolor ante tal inmerecida e inesperada muerte. Lo lleve al cerco y lo traspasé corriendo a grandes zancadas  buscando por allí y por allá detrás en la horrible creciente oscuridad del bosque, el rostro sonriente que se había mofado de la muerte. Pensé, tal como ahora al mirar atrás, que no  podía dejar al tordo ahí para que se rieran de él, y que debía sacarlo a la pradera limpia y aireada. Cuando llegué a la mitad de la pradera me dirigí a un estanque que nunca está seco, incluso en los veranos más calurosos. Puso al tordo en la orilla y entones deliberadamente y con todas mis fuerzas arrojé mi pistola al agua y luego saqué de mis bolsillos las balas y las arrojé también. Luego me volví de nuevo al lastimoso cuerpecito, sintiendo que por fin yo había tratado de reparar el daño. Por ahí cerca había una vieja cueva de conejo. El pasto estaba creciendo en su entrada y una maraña de redes y hojas detrás. Escarbé un pequeño espacio entre las hojas y entonces coloqué el cuerpo del tordo. Recuerdo que recogí un poco de arena del suelo y con esto cubrí el cuerpo diciendo, frenándome inconscientemente, “tierra a la tierra, ceniza a la ceniza con una segura y certeza esperanza”. Me detuve entonces sintiendo que había sido un poco profano, aunque ahora ya no lo pienso así.

Me vestí para la cena mirando hacia la oscura pradera donde yacía el tordo. Recuerdo sintiéndome feliz porque ninguna cosa mala podía mofarse del indefenso muerto donde estaba, fuera en la límpida pradera donde el viento sopla y las estrellas brillan.”

Entonces en medio de nuestro ir y venir sobre el camino de tejos, vi un pequeño escaño de pie al final, detrás del sendero. Frente a nosotros colgaba un crucifijo con un alero sobre él. El viejo lo había colocado años atrás. Como él no habló, me volteé hacia él y vi que estaba mirando fijamente la Imagen en la cruz, y yo pensé  en  Él, el cual llevó nuestras penas y cargó con nuestros dolores y fue uno con el Padre celestial, y  sin el cual ni siquiera un gorrión cae al suelo.

                                                                     R.H Benson,  The Light Invisible




















lunes, 19 de octubre de 2015

R.H. Benson a 101 años: 19 de Octubre de 1914 - 19 de Octubre de 2015

       
La capilla de R.H. Benson en Hare Street House, Buntingford
  "Benson parecía estar en la cima de su ascendiente e influencia. Nadie podía prever que, antes de que el año llegara a fin, una neumonía truncaría su vida de forma abrupta e inesperada a la temprana edad de cuarenta y tres años.
          El sábado 17 de Octubre recibió los últimos sacramentos e hizo profesión de su fe con voz claramente audible. A la mañana siguiente, mientras le administraban el Viático, era tal su serenidad que él mismo respondió a las oraciones e incluso llegó a corregir al sacerdote cuando se equivocó durante el rezo del Misereatur. A lo largo del fin de semana experimentó cierta engañosa mejoría y al día siguiente, consciente de que iba a morir, le preguntó al sacerdote si había llegado su hermano."Sí", le contestó; "está en casa". "Gracias a Dios", repuso él.
          Mientras aguardaba la presencia de su hermano junto a su lecho, estuvo rezando con el sacerdote las oraciones de los moribundos. Las palabras de Arthur Benson son las que mejor pueden describir sus últimos momentos:

Al entrar, Hugh clavó sus ojos en mí, con una expresión de triunfo en su extraña sonrisa, y dijo con voz clara y nítida: "¡Arthur, esto es el fin!". Me arrodillé junto a su lecho. Él me miró y supe, de ese modo en el que solo él y yo sabíamos entendernos, que no lo diría ni lo demostraría, pero que se alegraba de que estuviera con él. Se reanudaron las oraciones. Hugh se santiguó una o dos veces, una o dos veces pronunció una oración...De repente le preguntó a la enfermera: "Enfermera, ¿sirve de algo resistirse a morir...hacerse violencia?". Ella contestó: "No, monseñor, solo estar lo más tranquilo posible". Entonces cerró los ojos y su respiración se aceleró...En un par de ocasiones alzó las manos como intentando tomar aire y lanzó un pequeño suspiro; no había lucha ni dolor. Luego habló de nuevo: "Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía". Entonces la enfermera, que estaba tomándole el pulso, soltó su mano y dijo: "Se acabó". Estaba muy pálido y parecía un niño, con los ojos abiertos de par en par y los labios separados. Le besé la mano, aún caliente y firme, y salí con canon Sharrock, que me dijo: "¡Ha sido maravilloso! He visto morir a mucha gente, pero a nadie con tanta suavidad y rapidez". (C.C. Martindale, SJ, The life of monsignor Robert Hugh Benson, vol.2, pp.432-433)"

                                                                                Joseph Pearce, Escritores Conversos, Ed.Palabra.

lunes, 5 de octubre de 2015

Militancia cristiana, por John Henry cardinal Newman

                                                             

          "¿Contiene vuestra práctica religiosa alguna dificultad, u os resulta fácil en todos los aspectos? ¿Buscáis simplemente la comodidad en vuestro modo de vivir, o encontráis además alegría en someteros al querer de Dios? En una palabra, ¿es vuestra religión un trabajo? Porque si no lo es, no es religión en absoluto. Aquí tenemos ya, antes de examinar vuestro razonamiento, la prueba de su incorrección, porque os lleva a concluir que mientras Cristo desarrolló una tarea, y los santos - los pecadores incluso - la cumplen igualmente, vosotros, por el contrario, que no sois santos ni pecadores, nada tenéis que hacer. Y si alguna vez tuvisteis una misión, la consideráis ya cumplida.

          Se diría que habéis alcanzado vuestra salvación antes del tiempo fijado y que, al permanecer en la tierra más de lo previsto, nada os queda en qué ocuparos. Los días de trabajo han terminado vosotros, y ha comenzado una perenne vacación.

¿Pero acaso os envió Dios al mundo, a diferencia de otros hombres, para estar ociosos en lo espiritual? ¿Es vuestra única misión buscar satisfacciones en una tierra donde sois peregrinos y viajeros de paso? ¿Sois más que los hijos de Adán, destinados a obtener el pan con el sudor de la frente antes de volver a la morada de donde salieron? A menos que trabajéis, os esforcéis y luchéis contra vosotros mismos no podéis llamaros seguidores de aquellos que "a través de muchos afanes entraron en el reino de Dios".

          El combate es señal genuina de un cristiano. El cristiano es soldado de Cristo, no otra cosa. Si habéis vencido al pecado mortal, como decís, entonces debéis combatir vuestras faltas veniales: no hay más remedio, si sois soldados de Cristo. Pero tratad de no ser ingenuos. No penséis haber  conseguido un triunfo definitivo. No podéis vivir en paz con enemigos de Dios, ni siquiera los más insignificantes. Si condescendéis con vuestros pecados veniales, sabed que junto a ellos y bajo su sombra acecha el pecado mortal. Los pecados mortales son criatura de los veniales, que a pesar de no ser letales por sí mismos, tienden a la muerte. Imagináis haber aniquilado a los gigantes que dominaban vuestro corazón, y que nada debéis ya temer. Pero los gigantes amenazan aún, pueden surgir todavía del polvo y esclavizaros de nuevo antes de que reaccionéis.

La consumación de un propósito es la única prueba de haberlo cumplido. Así fue el gozo del Señor en su solemne última hora al haber hecho la obra para la que fue enviado. "Te he glorificado en la tierra  - dice en su oración al Padre -; he terminado la misión que me confiaste; he manifestado Tu nombre a cuantos me diste..." (Jn. 17, 4-6). Fue asimismo la consolación de San Pablo: "He librado la buena batalla - exclama -; he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Ahora me aguarda la corona de justicia que el Señor, justo juez, me entregará en aquel día". (II Tim. 4, 7)

                            

         ¡Qué diferente será nuestra imagen de las cosas cuando muramos y pasemos a la eternidad, respecto a los sueños e imaginaciones que nos engañan ahora!¿Qué hará el mundo entonces por nosotros? ¿Rescatará nuestras almas del Purgatorio o quizás del infierno? Hemos sido creados para servir a Dios; hemos recibido talentos para glorificarle; tenemos una conciencia para obedecerle; se nos ofrece la perspectiva del cielo para que la mantengamos siempre ante nuestra mirada; se nos han concedido la luz y la gracia para seguirlas y salvarnos mediante su auxilio.

         ¡Desgraciados los que han muerto sin cumplir su misión, los que llamados a la gracia han vivido en pecado, los que invitados a adorar a Cristo han preferido el mundo incrédulo y loco, los que convocados a luchar han permanecido ociosos, los que invitados a ser católicos se han detenido en la religión de sus padres!

          ¡Triste destino el de quienes recibieron dones y no los han usado o los han usado mal; alcanzaron riquezas y las gastaron sólo en sí mismos; tuvieron talento, y defendieron lo pecaminoso, ridiculizaron lo verdadero o sembraron dudas contra lo sagrado; dispusieron de tiempo, y lo dilapidaron con malas compañías, libros perversos o diversiones frívolas! ¡Pobres aquellos que, siendo alabados por su vida anodina o naturalmente bondadosa, nunca intentaron purificar sus corazones y vivir en la presencia de Dios!

          El mundo pasa de una edad a otra, pero los santos ángeles y los elegidos de Dios no cesan de dolerse ante la pérdida de vocaciones, la destrucción de esperanzas, el desprecio del amor de Dios y la ruina de las almas. Una generación se añade a otra en el cielo, y cuando dirige su mirada hacia la tierra apenas divisa otra cosa que un ejército de espíritus guardianes, melancólicos y pensativos, que siguen con ansiedad los pasos del hombre encomendado a su custodia y tratan, muchas veces en vano, de protegerle de sus enemigos. Los tiempos discurren, y el hombre no acaba de creer que lo que es ahora, dentro de poco no será, y que otras cosas, no presentes aún, serán durante toda  la eternidad.

          Al final espera el juicio; el mundo pasa; es como un artificio y un escenario; orgullosos palacios se derrumban, la atareada ciudad ha enmudecido y las naves de Tarsis no se ven ya. La muerte sorprende a todo corazón y a toda carne; el velo se ha rasgado. Alma que te diriges hacia la eternidad, ¿cómo has empleado tus talentos, tus oportunidades, la luz que se te dio, las advertencias recibidas, la gracia que Dios infundió en ti?

         ¡Oh Señor y Salvador nuestro, ayúdanos en aquella hora con la fuerza de tus Sacramentos y la suavidad de tus consuelos! Que las palabras de absolución desciendan sobre mí, y el santo óleo me unja, y tu Cuerpo sea mi comida, y tu Sangre que rocíe. Que mi dulce Madre María respire sobre mí, y mi ángel me susurre paz, y mi querido padre San Felipe (Neri) me sonría, de modo que yo obtenga el don de la perseverancia y muera, como deseo vivir, en Tu fe, Tu Iglesia, Tu servicio y Tu amor."

                                                                                     John Henry Newman, Discursos sobre la fe


viernes, 2 de octubre de 2015

El catolicismo que profeso

                         "Es menester estar demasiado vilmente enamorado de sí mismo para escribir de sí mismo sin empacho, únicamente me disculpa el hecho de no escribir para lo que todos escriben: esto es, para pavonearse ante el lector."
Fiodor M. Dostoyevski, El adolescente


NOTA: He publicado este artículo en Adelante la Fe, portal al que agradezco enormemente la posibilidad de hacerlo sin censurar mi escrito, y en especial a su director Miguel Ángel Yáñez. Lamentablemente hay gente que no entiende mi posición con respecto a mi inasistencia a la misa nueva, tomada en conciencia luego de años de estudio al respecto, y que se ha escandalizado con mis palabras. Sin embargo, confirmo aquí cada una de las palabras que publico y es más, insisto en que mi decisión es absolutamente personal. No soy cura, ni obispo, ni "madre" espiritual de nadie,  soy una simple seglar y no voy a decirles que no vayan a la misa nueva ni tampoco les voy a decir que vayan. Trato de vivir en consecuencia con lo que pienso y  si defiendo a morir la Misa Tradicional parto dando el ejemplo. No es un tema sencillo y fácil de explicar en un par de líneas. Tengo una imposibilidad moral de asistir a la misa nueva y me gustaría que aquellos que me reprochan esto primero estudien un poco el asunto. Aquí les dejo un link para que, antes de enviarme comentarios mandándome al infierno por no ir a  la misa nueva los domingos cuando no puedo ir a la tradicional, se informen un poquito: enlace Stat Verita
Saludos, Beatrice

         Hago la cita de Dostoyesvki  porque lo que leerán  en este artículo es mi propia vivencia. Tal vez a algunos no les parezca, y pensarán que mi cosmovisión y mi ruta han sido tomados por orgullo. No es así, créenme que no. Aquí no han cabido ni las emociones, ni los sentimientos,  ni gustos personales, sino que la búsqueda racional de la Verdad que es la que en definitiva debe guiar nuestras decisiones.

          Quiero relatar en breves palabras mi fe como católica tradicional y su contraste con la fe de aquellos que no lo son y que constituyen la gran masa de los católicos de a pie y de los llamados neoconservadores. Hace unos meses escribí un artículo muy similar a este artículo  y les ruego perdonen la insistencia  y la repetición al respecto, pero el presente viene a completar el anterior.

        La voluntad decide lo que el entendimiento le ha mostrado como verdadero y en conciencia, en absoluta conciencia, toma su determinación. Esto es lo que yo he hecho. Dios a lo largo de vida nos va guiando y nos revela el  camino, poniendo personas y, porqué no decirlo, libros y maestros que nos conducen hacia una buena dirección. Nuestro Señor se las arregla de una u otra manera para que nos conduzcamos por el sendero del bien, aunque para esto a veces deba servirse de procesos traumáticos y dolorosos que nos dicen que ese camino por el que vamos no es el que conviene. Algunos se hacen los sordos y los ciegos y se van en dirección opuesta, de lo cual tendrán que dar cuenta. Pero si somos dóciles a sus señales y a sus llamados, iremos descubriendo el camino hacia donde Él quiere llevarnos para el bien de nuestra alma y de su salvación. He tratado de escuchar su voz y Él se las ha arreglado para conducirme hasta la Tradición, y de manera singular, hasta la Santa Misa Tradicional.

         Pues bien primero señalar que, tal como lo he dicho en varias ocasiones, desde el motu propio Summorum Pontificium no voy a la misa nueva. Si por distancia o razones de fuerza mayor no puedo ir a la misa tradicional, santifico el domingo de otra manera ya sea leyendo las lecturas del día o practicando el oficio del Motus Spiritualis que publicara el padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa. A la misa novus ordo no voy por la sencilla razón que me es imposible en conciencia volver atrás. Guardando las proporciones,  hago una analogía con el mito de la caverna de Platón: una vez que se ha conocido la Luz es imposible volver a la caverna, ¿¡quién querría volver a la misa nueva después de vivir, sí, vivir la misa tradicional y sabiendo además toda la teología que hay detrás de la nueva!? Sé que hay gente que le da igual y que no ve mayor diferencia,  pero yo encontré en la misa tradicional un tesoro y a ella me he aferrado con toda mi alma y con todo mi corazón.

         Ahora bien, la misa tradicional es el punto culminante, detrás de ella existe toda la doctrina católica que se ha ido desenvolviendo a lo largo de los siglos.  Entonces aquí es donde me he encontrado ya no sé cuántas veces haciéndome siempre la misma pregunta: la fe que profeso ¿es la misma que profesa el 90 o más por ciento de los católicos? Y tras un análisis que contempla una serie de puntos que detallaré más adelante, he llegado a la conclusión que no, que simplemente no tenemos la misma fe, ya que no creemos en lo mismo ni hablamos el mismo idioma para expresar esa fe. Anoto  solamente algunos de los hechos que más me han llamado la atención porque me ha tocado enfrentarlos. Sé que hay un millón de cosas más, pero me centro en estos porque, tal como dije, me han salido al camino en boca de personas conocidas.

        A la mayoría de los bautizados como católicos no les interesa su  fe en lo más mínimo,  excepto para participar en acontecimientos sociales, como la ceremonia del bautismo o el matrimonio. A ellos les importa un bledo profundizar en el conocimiento de la fe y menos les importa lo que está pasando en la Iglesia, y si les interesa es para decir: ¡por fin la Iglesia se está modernizando! La mayoría de los católicos no están preocupados por la salvación de sus almas porque se les ha venido diciendo que prácticamente todos estamos salvados y que el infierno, si es que existe, está vacío. Todo muy light y adecuado a las emociones de cada uno como aquel que va a misa cuando siente que necesita de Dios o le hace falta un poco de vida espiritual.

          Como católica tradicional me he encontrado hablando un lenguaje completamente diferente al que habla un católico novus ordo o incluso neocon que insiste en no ver el quiebre entre la Tradición y la nueva teología.  Para muestra un botón: me llega una invitación a la "misa a la chilena" con sus respectivos bailes y cuecas, del colegio de mis hijos y el encargado de la invitación dice, al final de la misma, que será "animada" por el grupo de pastoral... ¿animar la misa? ¿Algo así como las barras de fútbol que animan el partido o las porristas del baloncesto o del futbol americano? ¿Estamos hablando de la misma misa? ¿Del sacrificio incruento de Cristo? No, para ellos la misa es en primer lugar cena, banquete, una fiesta. Por eso es que insisto: expresamos una fe distinta porque hablamos en términos diferentes, y si bien usamos las mismas palabras, ellas expresan diferentes conceptos. Podrán encontrar miles de ejemplo en el moderno vocabulario católico post concilio: pueblo de Dios, sacerdocio común de los fieles, el sacerdote que preside la eucaristía...y para qué decir de cómo se le ha cambiado el nombre a los sacramentos.  En consecuencia, ¿Hablamos del mismo credo? Pienso que las palabras expresan realidades y por tanto son decidoras al momento de significar lo que expresan, y dentro de la Iglesia están conviviendo realidades que se contraponen y por tanto se excluyen: una de las dos está equivocada, no caben dos lecturas. La Verdad es excluyente.

          Ahora bien, lo más grave es la negación de las verdades de la Fe. ¿Tengo la misma fe de alguien que siendo católico niega, por ejemplo, la Segunda Venida de Cristo? Claro que no. Rezamos en el Credo que Cristo ha de venir a juzgar a vivos y muertos; leemos en el Apocalipsis que Cristo vendrá en su Parusía y que tendrá lugar la resurrección de los muertos. San Pablo también nos ha hablado del fin de los tiempos, del misterio de iniquidad, etc. ¿Con qué me he encontrado? Con católicos que dicen que el Apocalipsis es el tiempo de la Iglesia y que ya ha pasado; que Cristo ya vino y que no es una profecía escatológica del fin de los tiempos. Esto en boca de teólogos y curas. Realmente resulta escabroso escuchar cómo un profesor de religión le enseña a sus alumnos a no creer lo que está contenido en el Apocalipsis y escuchar de uno de éstos decir: "¿Qué se fumó San Juan para escribir todo esto?" haciendo mofa de la Revelación. Palabras blasfemas que me ha contado uno de mis hijos que llegó del colegio anonadado por lo que escuchó y eso que el chico sólo tiene trece años. ¡Hay que ver cómo a nuestros hijos les están envenenando el alma en los colegios católicos! Si estos pobres chicos no son formados y armados en la sana doctrina por sus padres en casa, lo más probable es que sean confundidos hasta perder la fe.



         Es aterrador observar y escuchar la liviandad – por no decir que se trata de una obra deliberada para destruir la Iglesia y hacer que se pierdan las almas -  con que se toman las enseñanzas perennes de la Iglesia y los mandatos de Dios, y fruto de esto es que tenemos a católicos que aprueban el aborto, el divorcio a la católica y a lo civil, el uso de medios anticonceptivos, la aceptación de las uniones homosexuales, el sacerdocio femenino, en definitiva, todo lo que el liberalismo y el modernismo ha querido introducir en la mente de los católicos ignorantes. Entonces tenemos un catolicismo a la medida, que terminan  desfigurando la fe para transformarse  en una nueva religión porque, a fin de cuentas, lo que estorba se arranca, triunfando el subjetivismo y el relativismo que ofende y desprecia a Dios gravemente.

         Por consiguiente, quien rechaza todas estas mentiras y quiere vivir conforme a la enseñanza tradicional de la Iglesia, conforme a aquello que desde siempre la Iglesia ha creído y enseñado,  buscando agradar a Dios por amor a Él y por su propia salvación, tendrá que asumir las consecuencias que ello conlleva. Consecuencias espirituales y también prácticas. Todo tiene un costo en la vida cuando se está dispuesto a actuar conforme a la recta conciencia que se afirma en los mandatos divinos. Los costos los he ido asumiendo. Por ejemplo,  ya me he acostumbrado a no participar desde hace años de la vida de mi parroquia, a viajar doscientos kilómetros para ir a misa, a peregrinar de aquí para allá para encontrar a un sacerdote que confiese sin manipular las conciencias y sin que nos digan burradas. Creo que no me equivoco si digo que los fieles tradicionales  nos hemos acostumbrado al desamparo espiritual, a que nos miren con suspicacia, casi con lástima, a hacernos sentir que somos rebeldes y orgullosos y que hemos sido incapaces de adaptarnos al siglo, que somos intransigentes e inflexibles especialmente ahora con los últimos acontecimientos a propósito del motu propio “Mitis et misericors Iesus” y del futuro sínodo de la familia. Porque yo me pregunto ¿Cómo puede haber una dicotomía entre la doctrina inmutable revelada por Cristo y su ejercicio práctico? Es una irracionalidad.  Pues bien, en lo que a mí se refiere, imposible aceptar el divorcio a la católica disfrazado de misericordia. No podré aceptar jamás que se quiera disfrazar la mentira y en el engaño diciendo que no van a cambiar la doctrina, sino la aplicación práctica de ella y que tiene que adaptarse a los tiempos y a realidad actual.

          Sin embargo en medio de la confusión y de las ambigüedades que parecen haberse tomado la Iglesia, todavía es posible rescatar lo que conserva de la Tradición, y es por eso que me mantengo en la Ella y reconozco a sus autoridades, aunque no las obedezco cuando actúan contra las enseñanzas de Cristo.  La Iglesia es Divina y humana tal como repite una y otra vez monseñor Benson, y por tanto es la parte humana de la Iglesia la que sistemática y proféticamente ha abandonado la misión que se le encomendó: “Predica la Palabra, insta a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina. Porque vendrá el tiempo en que no soportarán más la sana doctrina, antes bien con prurito de oír se amontonarán maestros con arreglo a sus concupiscencias. Apartarán de la verdad el oído, pero se volverán a las fábulas. Por tu parte, sé sobrio en todo, soporta lo adverso, haz obra de evangelista, cumple bien tu ministerio.” 2 Tim, 4, 2-5. Continúa entonces  a pesar de toda la apostasía de alguno de sus miembros,   y sigue siendo sostenida sobrenaturalmente por la Trinidad Santa.  Vemos como en ella aún hay miembros que siguen siendo fieles y dando el buen combate. El trigo se ha mezclado con la cizaña y será de esta manera hasta que venga el Segador, y tal vez ahora estemos presenciando el inicio de una Iglesia doméstica, de un pequeño rebaño que deberá resistir desde las catacumbas asistidos por sacerdotes que resistirán al error y a las falsas doctrinas. Aquellos pastores fieles deberán guiarnos y confortarnos con los sacramentos a los que queremos seguir siéndole fieles a Cristo y a la Iglesia. Por eso es que, aunque la Iglesia atraviese por esta verdadera pasión no me separaré de Ella. Hoy más que nunca tendremos que estar en el Calvario, a los pies de la Cruz para dar testimonio y obrar conforme a los mandatos eternos e inmutables de Cristo.


domingo, 27 de septiembre de 2015

Imágenes de la Santa Misa Tradicional Colegio Mackay, Reñaca

Las siguientes imágenes corresponden a la Santa Misa Tradicional celebrada en honor de la Santísima Virgen del Carmen, Patrona de Chile. Por ser el mes de la patria, la Iglesia chilena dedica  el último domingo del mes de Septiembre a la oración por Chile y la misa que se reza es la del 16 de Julio.
La misa fue cantada por el padre Carlos Hamel, de la Fraternidad San José Custodio, en el oratorio del Colegio Mackay de Reñaca, en Viña del Mar.