lunes, 19 de octubre de 2015

R.H. Benson a 101 años: 19 de Octubre de 1914 - 19 de Octubre de 2015

       
La capilla de R.H. Benson en Hare Street House, Buntingford
  "Benson parecía estar en la cima de su ascendiente e influencia. Nadie podía prever que, antes de que el año llegara a fin, una neumonía truncaría su vida de forma abrupta e inesperada a la temprana edad de cuarenta y tres años.
          El sábado 17 de Octubre recibió los últimos sacramentos e hizo profesión de su fe con voz claramente audible. A la mañana siguiente, mientras le administraban el Viático, era tal su serenidad que él mismo respondió a las oraciones e incluso llegó a corregir al sacerdote cuando se equivocó durante el rezo del Misereatur. A lo largo del fin de semana experimentó cierta engañosa mejoría y al día siguiente, consciente de que iba a morir, le preguntó al sacerdote si había llegado su hermano."Sí", le contestó; "está en casa". "Gracias a Dios", repuso él.
          Mientras aguardaba la presencia de su hermano junto a su lecho, estuvo rezando con el sacerdote las oraciones de los moribundos. Las palabras de Arthur Benson son las que mejor pueden describir sus últimos momentos:

Al entrar, Hugh clavó sus ojos en mí, con una expresión de triunfo en su extraña sonrisa, y dijo con voz clara y nítida: "¡Arthur, esto es el fin!". Me arrodillé junto a su lecho. Él me miró y supe, de ese modo en el que solo él y yo sabíamos entendernos, que no lo diría ni lo demostraría, pero que se alegraba de que estuviera con él. Se reanudaron las oraciones. Hugh se santiguó una o dos veces, una o dos veces pronunció una oración...De repente le preguntó a la enfermera: "Enfermera, ¿sirve de algo resistirse a morir...hacerse violencia?". Ella contestó: "No, monseñor, solo estar lo más tranquilo posible". Entonces cerró los ojos y su respiración se aceleró...En un par de ocasiones alzó las manos como intentando tomar aire y lanzó un pequeño suspiro; no había lucha ni dolor. Luego habló de nuevo: "Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía". Entonces la enfermera, que estaba tomándole el pulso, soltó su mano y dijo: "Se acabó". Estaba muy pálido y parecía un niño, con los ojos abiertos de par en par y los labios separados. Le besé la mano, aún caliente y firme, y salí con canon Sharrock, que me dijo: "¡Ha sido maravilloso! He visto morir a mucha gente, pero a nadie con tanta suavidad y rapidez". (C.C. Martindale, SJ, The life of monsignor Robert Hugh Benson, vol.2, pp.432-433)"

                                                                                Joseph Pearce, Escritores Conversos, Ed.Palabra.

lunes, 5 de octubre de 2015

Militancia cristiana, por John Henry cardinal Newman

                                                             

          "¿Contiene vuestra práctica religiosa alguna dificultad, u os resulta fácil en todos los aspectos? ¿Buscáis simplemente la comodidad en vuestro modo de vivir, o encontráis además alegría en someteros al querer de Dios? En una palabra, ¿es vuestra religión un trabajo? Porque si no lo es, no es religión en absoluto. Aquí tenemos ya, antes de examinar vuestro razonamiento, la prueba de su incorrección, porque os lleva a concluir que mientras Cristo desarrolló una tarea, y los santos - los pecadores incluso - la cumplen igualmente, vosotros, por el contrario, que no sois santos ni pecadores, nada tenéis que hacer. Y si alguna vez tuvisteis una misión, la consideráis ya cumplida.

          Se diría que habéis alcanzado vuestra salvación antes del tiempo fijado y que, al permanecer en la tierra más de lo previsto, nada os queda en qué ocuparos. Los días de trabajo han terminado vosotros, y ha comenzado una perenne vacación.

¿Pero acaso os envió Dios al mundo, a diferencia de otros hombres, para estar ociosos en lo espiritual? ¿Es vuestra única misión buscar satisfacciones en una tierra donde sois peregrinos y viajeros de paso? ¿Sois más que los hijos de Adán, destinados a obtener el pan con el sudor de la frente antes de volver a la morada de donde salieron? A menos que trabajéis, os esforcéis y luchéis contra vosotros mismos no podéis llamaros seguidores de aquellos que "a través de muchos afanes entraron en el reino de Dios".

          El combate es señal genuina de un cristiano. El cristiano es soldado de Cristo, no otra cosa. Si habéis vencido al pecado mortal, como decís, entonces debéis combatir vuestras faltas veniales: no hay más remedio, si sois soldados de Cristo. Pero tratad de no ser ingenuos. No penséis haber  conseguido un triunfo definitivo. No podéis vivir en paz con enemigos de Dios, ni siquiera los más insignificantes. Si condescendéis con vuestros pecados veniales, sabed que junto a ellos y bajo su sombra acecha el pecado mortal. Los pecados mortales son criatura de los veniales, que a pesar de no ser letales por sí mismos, tienden a la muerte. Imagináis haber aniquilado a los gigantes que dominaban vuestro corazón, y que nada debéis ya temer. Pero los gigantes amenazan aún, pueden surgir todavía del polvo y esclavizaros de nuevo antes de que reaccionéis.

La consumación de un propósito es la única prueba de haberlo cumplido. Así fue el gozo del Señor en su solemne última hora al haber hecho la obra para la que fue enviado. "Te he glorificado en la tierra  - dice en su oración al Padre -; he terminado la misión que me confiaste; he manifestado Tu nombre a cuantos me diste..." (Jn. 17, 4-6). Fue asimismo la consolación de San Pablo: "He librado la buena batalla - exclama -; he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Ahora me aguarda la corona de justicia que el Señor, justo juez, me entregará en aquel día". (II Tim. 4, 7)

                            

         ¡Qué diferente será nuestra imagen de las cosas cuando muramos y pasemos a la eternidad, respecto a los sueños e imaginaciones que nos engañan ahora!¿Qué hará el mundo entonces por nosotros? ¿Rescatará nuestras almas del Purgatorio o quizás del infierno? Hemos sido creados para servir a Dios; hemos recibido talentos para glorificarle; tenemos una conciencia para obedecerle; se nos ofrece la perspectiva del cielo para que la mantengamos siempre ante nuestra mirada; se nos han concedido la luz y la gracia para seguirlas y salvarnos mediante su auxilio.

         ¡Desgraciados los que han muerto sin cumplir su misión, los que llamados a la gracia han vivido en pecado, los que invitados a adorar a Cristo han preferido el mundo incrédulo y loco, los que convocados a luchar han permanecido ociosos, los que invitados a ser católicos se han detenido en la religión de sus padres!

          ¡Triste destino el de quienes recibieron dones y no los han usado o los han usado mal; alcanzaron riquezas y las gastaron sólo en sí mismos; tuvieron talento, y defendieron lo pecaminoso, ridiculizaron lo verdadero o sembraron dudas contra lo sagrado; dispusieron de tiempo, y lo dilapidaron con malas compañías, libros perversos o diversiones frívolas! ¡Pobres aquellos que, siendo alabados por su vida anodina o naturalmente bondadosa, nunca intentaron purificar sus corazones y vivir en la presencia de Dios!

          El mundo pasa de una edad a otra, pero los santos ángeles y los elegidos de Dios no cesan de dolerse ante la pérdida de vocaciones, la destrucción de esperanzas, el desprecio del amor de Dios y la ruina de las almas. Una generación se añade a otra en el cielo, y cuando dirige su mirada hacia la tierra apenas divisa otra cosa que un ejército de espíritus guardianes, melancólicos y pensativos, que siguen con ansiedad los pasos del hombre encomendado a su custodia y tratan, muchas veces en vano, de protegerle de sus enemigos. Los tiempos discurren, y el hombre no acaba de creer que lo que es ahora, dentro de poco no será, y que otras cosas, no presentes aún, serán durante toda  la eternidad.

          Al final espera el juicio; el mundo pasa; es como un artificio y un escenario; orgullosos palacios se derrumban, la atareada ciudad ha enmudecido y las naves de Tarsis no se ven ya. La muerte sorprende a todo corazón y a toda carne; el velo se ha rasgado. Alma que te diriges hacia la eternidad, ¿cómo has empleado tus talentos, tus oportunidades, la luz que se te dio, las advertencias recibidas, la gracia que Dios infundió en ti?

         ¡Oh Señor y Salvador nuestro, ayúdanos en aquella hora con la fuerza de tus Sacramentos y la suavidad de tus consuelos! Que las palabras de absolución desciendan sobre mí, y el santo óleo me unja, y tu Cuerpo sea mi comida, y tu Sangre que rocíe. Que mi dulce Madre María respire sobre mí, y mi ángel me susurre paz, y mi querido padre San Felipe (Neri) me sonría, de modo que yo obtenga el don de la perseverancia y muera, como deseo vivir, en Tu fe, Tu Iglesia, Tu servicio y Tu amor."

                                                                                     John Henry Newman, Discursos sobre la fe


viernes, 2 de octubre de 2015

El catolicismo que profeso

                         "Es menester estar demasiado vilmente enamorado de sí mismo para escribir de sí mismo sin empacho, únicamente me disculpa el hecho de no escribir para lo que todos escriben: esto es, para pavonearse ante el lector."
Fiodor M. Dostoyevski, El adolescente


NOTA: He publicado este artículo en Adelante la Fe, portal al que agradezco enormemente la posibilidad de hacerlo sin censurar mi escrito, y en especial a su director Miguel Ángel Yáñez. Lamentablemente hay gente que no entiende mi posición con respecto a mi inasistencia a la misa nueva, tomada en conciencia luego de años de estudio al respecto, y que se ha escandalizado con mis palabras. Sin embargo, confirmo aquí cada una de las palabras que publico y es más, insisto en que mi decisión es absolutamente personal. No soy cura, ni obispo, ni "madre" espiritual de nadie,  soy una simple seglar y no voy a decirles que no vayan a la misa nueva ni tampoco les voy a decir que vayan. Trato de vivir en consecuencia con lo que pienso y  si defiendo a morir la Misa Tradicional parto dando el ejemplo. No es un tema sencillo y fácil de explicar en un par de líneas. Tengo una imposibilidad moral de asistir a la misa nueva y me gustaría que aquellos que me reprochan esto primero estudien un poco el asunto. Aquí les dejo un link para que, antes de enviarme comentarios mandándome al infierno por no ir a  la misa nueva los domingos cuando no puedo ir a la tradicional, se informen un poquito: enlace Stat Verita
Saludos, Beatrice

         Hago la cita de Dostoyesvki  porque lo que leerán  en este artículo es mi propia vivencia. Tal vez a algunos no les parezca, y pensarán que mi cosmovisión y mi ruta han sido tomados por orgullo. No es así, créenme que no. Aquí no han cabido ni las emociones, ni los sentimientos,  ni gustos personales, sino que la búsqueda racional de la Verdad que es la que en definitiva debe guiar nuestras decisiones.

          Quiero relatar en breves palabras mi fe como católica tradicional y su contraste con la fe de aquellos que no lo son y que constituyen la gran masa de los católicos de a pie y de los llamados neoconservadores. Hace unos meses escribí un artículo muy similar a este artículo  y les ruego perdonen la insistencia  y la repetición al respecto, pero el presente viene a completar el anterior.

        La voluntad decide lo que el entendimiento le ha mostrado como verdadero y en conciencia, en absoluta conciencia, toma su determinación. Esto es lo que yo he hecho. Dios a lo largo de vida nos va guiando y nos revela el  camino, poniendo personas y, porqué no decirlo, libros y maestros que nos conducen hacia una buena dirección. Nuestro Señor se las arregla de una u otra manera para que nos conduzcamos por el sendero del bien, aunque para esto a veces deba servirse de procesos traumáticos y dolorosos que nos dicen que ese camino por el que vamos no es el que conviene. Algunos se hacen los sordos y los ciegos y se van en dirección opuesta, de lo cual tendrán que dar cuenta. Pero si somos dóciles a sus señales y a sus llamados, iremos descubriendo el camino hacia donde Él quiere llevarnos para el bien de nuestra alma y de su salvación. He tratado de escuchar su voz y Él se las ha arreglado para conducirme hasta la Tradición, y de manera singular, hasta la Santa Misa Tradicional.

         Pues bien primero señalar que, tal como lo he dicho en varias ocasiones, desde el motu propio Summorum Pontificium no voy a la misa nueva. Si por distancia o razones de fuerza mayor no puedo ir a la misa tradicional, santifico el domingo de otra manera ya sea leyendo las lecturas del día o practicando el oficio del Motus Spiritualis que publicara el padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa. A la misa novus ordo no voy por la sencilla razón que me es imposible en conciencia volver atrás. Guardando las proporciones,  hago una analogía con el mito de la caverna de Platón: una vez que se ha conocido la Luz es imposible volver a la caverna, ¿¡quién querría volver a la misa nueva después de vivir, sí, vivir la misa tradicional y sabiendo además toda la teología que hay detrás de la nueva!? Sé que hay gente que le da igual y que no ve mayor diferencia,  pero yo encontré en la misa tradicional un tesoro y a ella me he aferrado con toda mi alma y con todo mi corazón.

         Ahora bien, la misa tradicional es el punto culminante, detrás de ella existe toda la doctrina católica que se ha ido desenvolviendo a lo largo de los siglos.  Entonces aquí es donde me he encontrado ya no sé cuántas veces haciéndome siempre la misma pregunta: la fe que profeso ¿es la misma que profesa el 90 o más por ciento de los católicos? Y tras un análisis que contempla una serie de puntos que detallaré más adelante, he llegado a la conclusión que no, que simplemente no tenemos la misma fe, ya que no creemos en lo mismo ni hablamos el mismo idioma para expresar esa fe. Anoto  solamente algunos de los hechos que más me han llamado la atención porque me ha tocado enfrentarlos. Sé que hay un millón de cosas más, pero me centro en estos porque, tal como dije, me han salido al camino en boca de personas conocidas.

        A la mayoría de los bautizados como católicos no les interesa su  fe en lo más mínimo,  excepto para participar en acontecimientos sociales, como la ceremonia del bautismo o el matrimonio. A ellos les importa un bledo profundizar en el conocimiento de la fe y menos les importa lo que está pasando en la Iglesia, y si les interesa es para decir: ¡por fin la Iglesia se está modernizando! La mayoría de los católicos no están preocupados por la salvación de sus almas porque se les ha venido diciendo que prácticamente todos estamos salvados y que el infierno, si es que existe, está vacío. Todo muy light y adecuado a las emociones de cada uno como aquel que va a misa cuando siente que necesita de Dios o le hace falta un poco de vida espiritual.

          Como católica tradicional me he encontrado hablando un lenguaje completamente diferente al que habla un católico novus ordo o incluso neocon que insiste en no ver el quiebre entre la Tradición y la nueva teología.  Para muestra un botón: me llega una invitación a la "misa a la chilena" con sus respectivos bailes y cuecas, del colegio de mis hijos y el encargado de la invitación dice, al final de la misma, que será "animada" por el grupo de pastoral... ¿animar la misa? ¿Algo así como las barras de fútbol que animan el partido o las porristas del baloncesto o del futbol americano? ¿Estamos hablando de la misma misa? ¿Del sacrificio incruento de Cristo? No, para ellos la misa es en primer lugar cena, banquete, una fiesta. Por eso es que insisto: expresamos una fe distinta porque hablamos en términos diferentes, y si bien usamos las mismas palabras, ellas expresan diferentes conceptos. Podrán encontrar miles de ejemplo en el moderno vocabulario católico post concilio: pueblo de Dios, sacerdocio común de los fieles, el sacerdote que preside la eucaristía...y para qué decir de cómo se le ha cambiado el nombre a los sacramentos.  En consecuencia, ¿Hablamos del mismo credo? Pienso que las palabras expresan realidades y por tanto son decidoras al momento de significar lo que expresan, y dentro de la Iglesia están conviviendo realidades que se contraponen y por tanto se excluyen: una de las dos está equivocada, no caben dos lecturas. La Verdad es excluyente.

          Ahora bien, lo más grave es la negación de las verdades de la Fe. ¿Tengo la misma fe de alguien que siendo católico niega, por ejemplo, la Segunda Venida de Cristo? Claro que no. Rezamos en el Credo que Cristo ha de venir a juzgar a vivos y muertos; leemos en el Apocalipsis que Cristo vendrá en su Parusía y que tendrá lugar la resurrección de los muertos. San Pablo también nos ha hablado del fin de los tiempos, del misterio de iniquidad, etc. ¿Con qué me he encontrado? Con católicos que dicen que el Apocalipsis es el tiempo de la Iglesia y que ya ha pasado; que Cristo ya vino y que no es una profecía escatológica del fin de los tiempos. Esto en boca de teólogos y curas. Realmente resulta escabroso escuchar cómo un profesor de religión le enseña a sus alumnos a no creer lo que está contenido en el Apocalipsis y escuchar de uno de éstos decir: "¿Qué se fumó San Juan para escribir todo esto?" haciendo mofa de la Revelación. Palabras blasfemas que me ha contado uno de mis hijos que llegó del colegio anonadado por lo que escuchó y eso que el chico sólo tiene trece años. ¡Hay que ver cómo a nuestros hijos les están envenenando el alma en los colegios católicos! Si estos pobres chicos no son formados y armados en la sana doctrina por sus padres en casa, lo más probable es que sean confundidos hasta perder la fe.



         Es aterrador observar y escuchar la liviandad – por no decir que se trata de una obra deliberada para destruir la Iglesia y hacer que se pierdan las almas -  con que se toman las enseñanzas perennes de la Iglesia y los mandatos de Dios, y fruto de esto es que tenemos a católicos que aprueban el aborto, el divorcio a la católica y a lo civil, el uso de medios anticonceptivos, la aceptación de las uniones homosexuales, el sacerdocio femenino, en definitiva, todo lo que el liberalismo y el modernismo ha querido introducir en la mente de los católicos ignorantes. Entonces tenemos un catolicismo a la medida, que terminan  desfigurando la fe para transformarse  en una nueva religión porque, a fin de cuentas, lo que estorba se arranca, triunfando el subjetivismo y el relativismo que ofende y desprecia a Dios gravemente.

         Por consiguiente, quien rechaza todas estas mentiras y quiere vivir conforme a la enseñanza tradicional de la Iglesia, conforme a aquello que desde siempre la Iglesia ha creído y enseñado,  buscando agradar a Dios por amor a Él y por su propia salvación, tendrá que asumir las consecuencias que ello conlleva. Consecuencias espirituales y también prácticas. Todo tiene un costo en la vida cuando se está dispuesto a actuar conforme a la recta conciencia que se afirma en los mandatos divinos. Los costos los he ido asumiendo. Por ejemplo,  ya me he acostumbrado a no participar desde hace años de la vida de mi parroquia, a viajar doscientos kilómetros para ir a misa, a peregrinar de aquí para allá para encontrar a un sacerdote que confiese sin manipular las conciencias y sin que nos digan burradas. Creo que no me equivoco si digo que los fieles tradicionales  nos hemos acostumbrado al desamparo espiritual, a que nos miren con suspicacia, casi con lástima, a hacernos sentir que somos rebeldes y orgullosos y que hemos sido incapaces de adaptarnos al siglo, que somos intransigentes e inflexibles especialmente ahora con los últimos acontecimientos a propósito del motu propio “Mitis et misericors Iesus” y del futuro sínodo de la familia. Porque yo me pregunto ¿Cómo puede haber una dicotomía entre la doctrina inmutable revelada por Cristo y su ejercicio práctico? Es una irracionalidad.  Pues bien, en lo que a mí se refiere, imposible aceptar el divorcio a la católica disfrazado de misericordia. No podré aceptar jamás que se quiera disfrazar la mentira y en el engaño diciendo que no van a cambiar la doctrina, sino la aplicación práctica de ella y que tiene que adaptarse a los tiempos y a realidad actual.

          Sin embargo en medio de la confusión y de las ambigüedades que parecen haberse tomado la Iglesia, todavía es posible rescatar lo que conserva de la Tradición, y es por eso que me mantengo en la Ella y reconozco a sus autoridades, aunque no las obedezco cuando actúan contra las enseñanzas de Cristo.  La Iglesia es Divina y humana tal como repite una y otra vez monseñor Benson, y por tanto es la parte humana de la Iglesia la que sistemática y proféticamente ha abandonado la misión que se le encomendó: “Predica la Palabra, insta a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina. Porque vendrá el tiempo en que no soportarán más la sana doctrina, antes bien con prurito de oír se amontonarán maestros con arreglo a sus concupiscencias. Apartarán de la verdad el oído, pero se volverán a las fábulas. Por tu parte, sé sobrio en todo, soporta lo adverso, haz obra de evangelista, cumple bien tu ministerio.” 2 Tim, 4, 2-5. Continúa entonces  a pesar de toda la apostasía de alguno de sus miembros,   y sigue siendo sostenida sobrenaturalmente por la Trinidad Santa.  Vemos como en ella aún hay miembros que siguen siendo fieles y dando el buen combate. El trigo se ha mezclado con la cizaña y será de esta manera hasta que venga el Segador, y tal vez ahora estemos presenciando el inicio de una Iglesia doméstica, de un pequeño rebaño que deberá resistir desde las catacumbas asistidos por sacerdotes que resistirán al error y a las falsas doctrinas. Aquellos pastores fieles deberán guiarnos y confortarnos con los sacramentos a los que queremos seguir siéndole fieles a Cristo y a la Iglesia. Por eso es que, aunque la Iglesia atraviese por esta verdadera pasión no me separaré de Ella. Hoy más que nunca tendremos que estar en el Calvario, a los pies de la Cruz para dar testimonio y obrar conforme a los mandatos eternos e inmutables de Cristo.