sábado, 27 de septiembre de 2014

Los Sentimentalistas de R.H.Benson, primera parte


 


          
             
           Con dolor hemos visto las penosas noticias relativas a lo ocurrido en el obispado de la Ciudad del Este, sin embargo quisiera poder distraer un poco la atención sobre esto, a quienes aún tienen la paciencia de leer lo que publico, con un post que no tiene nada que ver con los temas curiales y con la incertidumbre que se ha apoderado de nuestras almas. Estamos conscientes que la cosa se está complicando y que nosotros, casi como meros espectadores que no podemos hacer mucho, estamos llamados a ser, contra viento y marea, buenos cristianos y a ganarnos el Cielo a pesar del Obispo de Roma y de sus arbitrios.

         En fin, he terminado de leer esta magnífica novela de Mgr. Benson: The Sentimentalists escrita mientras estaba ejerciendo su apostolado en Cambridge en el año 1906.  Tuve la suerte de poder encontrar esta novela en español, y digo suerte porque con el inconstante ritmo de traducción que tengo, difícilmente la hubiera podido leer en inglés de un tirón como lo hice con la traducción al español del padre Juan Mateos. Estuve comparando a vuelo de pájaro la traducción al inglés y debo decir que, si bien es completamente loable el esfuerzo que hiciera para la editorial Gustavo Gili el padre Mateos en el año 1925, hay muchos aspectos que se extrañan de la traducción original. No soy nadie para decir que es una mala traducción, pero comparando los textos, la edición española deja mucho que desear y es deficiente. Y cuando no le calza, agrega frases, aunque con el bien intencionado propósito de transmitir mejor lo que el autor quiere expresar. Intentaré, teniendo como base el texto del padre Mateos, hacer una nueva traducción de esta novela apenas me dé el tiempo y ojalá algún día pueda publicarla. Creo que vale la pena plenamente  hacer este trabajo porque esta novela es simplemente una delicia. Es de aquellos libros que en cada página se encuentra una enseñanza. Además la trama es ágil y no se detiene en descripciones ociosas y tediosas.  Me trajo a la memoria, apenas comencé a leerla, Retorno a Brideshead de Waugh, imposible sustraerse de relacionarla con esta novela, pues sus protagonistas se sitúan en la acomodada clase alta católica inglesa, con sus sofisticados y educados estudiantes de Eton y Oxford. En ambas novelas se plantea el tema de la redención que para algunos, únicamente se alcanza a través del sufrimiento. También me recordó en ciertos aspectos más banales a la actual Downton Abbey con sus lacayos, garden party, y todos los convencionalismos de aquellos primeros años del siglo 20.
 
       Sin embargo, más allá de estos pintorescos detalles sociológicos lo que interesa es la historia que está detrás y la enseñanza que nuestro querido autor quiere dejar: algunas personas solamente logran la purificación y la redención de sus almas mediante la aniquilación completa de los  subjetivismos y de aquello que los mantiene esclavizados a sí mismos. El carácter se forma en el sufrimiento, en la austeridad y en la renuncia a aquellas tendencias que nos convierten en sujetos sentimentales llevados más la subjetividad de las emociones que por la objetividad de la verdad. Existen ciertos personajes que para reformarse necesitan caer en lo más hondo del foso para poder resurgir renovados y este es el propósito fundamental del libro.

         Voy a intentar resumirles la novela insertando además algunos fragmentos que me ayudarán con esta tarea. La novela comienza  con la visita de un enigmático personaje, Chris Dell,  a su viejo amigo de la época de Oxford, Dick Yolland, amigo que ahora es sacerdote católico. Chris es el clásico tipo afectado, un poseur, como le llama Benson.

Christopher Dell era sin duda alguna lo que los franceses llaman un poseur, es decir, un perpetuo actor de gestos y maneras estudiados; no obstante, a la vez era también mucho más que todo eso”.

       Lleno de mañas, de refinamiento y de estudiados modales, me hizo recordar por un momento al desagradable personaje de Anthony Blanche de Retorno a Brideshead, aunque Dell no era homosexual, es más todo lo contrario: el tipo tenía buen arrastre con las mujeres que veían en él a un caballero fino y de mundo, más allá de todos sus teatrales maneras. Tenía ese modo de hablar que arrastra espantosamente las palabras, ridículamente exagerado para todo. Benson reconoce – según cita Martindale – que el personaje de Chris Dell es una grotesca caricatura, una violenta parodia de algunos individuos que, siendo en el fondo muy buenos,  son tremendamente histriónicos, teatrales en sus modales, en su hablar y que no están dispuestos a renunciar a sus caprichosos gustitos por nada del mundo. Suelen hacerse las víctimas, como niños mimados que hacen pataletas, y nunca tienen la culpa de lo que les pasa, sino que es el mundo que no los entiende. No me cabe la menor duda que Benson conoció a muchos de estos Chris Dell y que lejos de ser parodias de los mismos, estas personas existen y son tal cual.

        Dell se había convertido al catolicismo en su época de Oxford y  a pesar de ser sincero respecto de su catolicismo, vivía prendiéndoles velas a los dioses griegos, a Hermes y a cuanto dios griego más, y llevaba para todos lados un ejemplar de Bocaccio, casi como un pagano con estúpidas prosopopeyas, o como diríamos en Chile, un siútico. Tenía además la sospecha de una reputación de un vividor y libertino,

 “pero Chris había tenido siempre el buen acuerdo de no hablarle del asunto, y el sacerdote se había guardado muy bien de preguntarle: aquello era demasiado repugnante”.

          Había llevado una licenciosa vida en Italia y en París, lugar este último donde había convivido con una mujer, y habiéndolo perdido todo  en negocios poco limpios vuelve a Inglaterra. Caído en desgracia llega a pedirle ayuda a su amigo sacerdote y cuando él le ofrece alojamiento y pasar además unos días en la casa de su padre, Chris se muestra agradecido y sincero. Dick incluso piensa pedirle a su padre que le dé algún trabajo para que el hombre se gane la vida, mientras encuentra algo más estable.

       Después que Dick le comprara ropa decente en una lujosa tienda de Londres,  aquellos trajes finos y pijamas de seda que tanto le gustaban, parten al día siguiente a Amplefield donde vive el padre de Dick, que le dará a Chris trabajo como bibliotecario para que ponga en orden la enorme biblioteca que se encuentra lastimosamente desordenada. Cerca de la casa paterna viven los Hamilton, familia compuesta por la viuda, la hija y un sobrino, Jack Hamilton (que el padre Mateos traduce como Juanito Hamilton) un joven de diecisiete años estudiante de Eton.  También estaba siempre presente en la casa un antiguo amigo de la familia Lord Brasted que habiendo sido muy amigo del esposo de la viuda, ahora pasaba algunas temporadas para acompañarla a ella y a su hija. Muy cercano al círculo de los Hamilton está el reverendo anglicano del lugar, muy querido por ellos, el vicario James Stirling el cual tenía su particular mirada sobre sus “colegas de la comunión romana”:

“otra de las opiniones del reverendo Stirling sobre el clero católico, era que cuanto más condescendiente y enemigo de controversias se mostrara un sacerdote romano en su conversación, tanto más segura y temible era su habilidad en el arte de conquistarle prosélitos”.

        Me causa gracia esta observación de Benson, que provenía del ambiente anglicano,  y que por tanto, sabía muy bien como ellos miraban a los católicos y los recurrentes comentarios desconfiados que se hacían de éstos.

         Ambos amigos van de visita a esta casa, donde Chris se luce con sus historias sobre Italia y se gana el aprecio y la admiración de todos excepto de Lord Brasted. De vuelta en la casa de Dick, reciben la visita de un extraño viejo medio ermitaño, amigo de Mr. Yolland, que tiene fama de ser medio místico y de ser por otra parte, un penitente que purga los pecados de una  antigua vida disoluta que trajo como consecuencia la muerte de su esposa. Era el último descendiente de una antigua familia católica escocesa que vivía  en un enorme castillo, Foxhurst, solo, acompañado únicamente por sus sirvientes, el capellán y de vez en cuando algunas visitas que buscaban en el viejo sus consejos. Este señor, Mr. Rolls, es un espigado viudo de mirada melancólica que pasaba largas horas en su capilla, en oración.  Después de haber cenado con él en la casa de los Yolland, a Chris no le causa una buena impresión.

        Durante unos meses entonces encontraremos a Chris trabajando como bibliotecario en la casa de Amplefield. Por un asunto de conciencia y de preocupación por el futuro de su amigo, Dick consigue para él un trabajo como periodista en un diario. A todo esto Chris se ha comprometido en matrimonio con la joven niña Hamilton – Annie – a la que le dobla la edad. Tiene que esperar un par de años para casarse con ella, pues es menor de edad. Chris queda prendado por la inocencia de la niña y ella está maravillada con este hombre de mundo que le habla de las maravillas de Italia. Esta relación a Dick le causa inquietud y expectación.

 Por una parte Annie era protestante, rica heredera de una gran fortuna, muchacha de inocencia inmaculada y de nada vulgar belleza. Chris, al contrario, no podía hacer valer otros títulos que los de católico vagabundo, más pobre que una rata, y más corrido y baqueteado que titiritero de feria”.

        La  verdad es que a nadie le gusta este noviazgo: ni a la madre, ni a Lord Brasted, ni a Dick, ni al Sr. Yolland. Chris, que  no le contó ni a la madre ni a la hija algunas de sus aventuras pasadas, finalmente cae en desgracia cuando Lord Brasted se entera de sus correrías en París, de la mujer con la que ha convivido y decide desenmascararlo frente a Annie. Durante la escena, en la cual también está presente el padre Yolland, Chris ofrece un nuevo espectáculo melodramático, con un ataque de histeria. Enfrentado a la familia y a la niña, ella decide echarlo y él explota con una serie de frases blasfemas y llenas de resentimiento, culpando a Dios. Si el perdón existe y yo ya confesé mis pecados, entonces ¿por qué se me juzga de esta manera? Si se me rechaza de este modo, parece entonces que el perdón no existe, ni tampoco Dios:

Me voy entonces, donde les he dicho y los dejo a ustedes y a su Dios, juntos. Me suicidaría si creyera en Él, para decirle lo que pienso.  Entre todos ustedes han hecho una gran cosa: ustedes han arruinado un alma…Y a ti, padre Yolland, no tengo nada más que decirte…me has mentido sobre Dios, no existe el perdón, ni ninguna otra cosa más en el mundo.”

 (La traducción de este párrafo es mía porque la del padre Mateo casi no tiene nada que ver con el original en inglés)

        Cabe señalar que el padre Yolland era un buen cura, pero le faltaba carácter para imponerse a estas manifestaciones teatrales de Chris, y que mal entendía el afecto por un dejar hacer lo que quisiera a su amigo para no herirlo, incluso cayendo él mismo también en sentimentalismos, pues se dejaba llevar por la emoción y por los convencionalismos más que por la razón. ¿A quién no le ha pasado alguna vez que por creer herir a alguien al decirle la verdad, omite y finalmente todo se arruina a causa de nuestros falsos respetos humanos? Por miedo a romperle el corazón a alguien, lo dejamos ser, cuando debiéramos hacer lo contrario por su propio bien. Y estas cosas no solamente pasan a nivel individual, sino también a nivel social, cuando frente a un error nos quedamos callados para  equivocadamente, no ofender.

        Gracias a Mr. Rolls la niña Annie se libra de caer en la histeria que le provoca esta gran desilusión amorosa y el caballero de mirada melancólica logra curar sus heridas mediante algunas largas conversaciones a solas con la chica. Al mismo tiempo, Chris, que había vivido en Londres con Dick por algún tiempo, finalmente se pierde de vista  por dieciocho meses. Deambula por París donde había vuelto con la mujer que termina por echarlo nuevamente y acaba viviendo en un barrio de mala reputación donde se ha dedicado a escribir algunos artículos para diarios y alguno que otro poema.
          Preocupado por la suerte de Chris, Mr. Rolls cita a su casa al padre Yolland a fin de proponerle un plan para salvar a Chris. La única manera de rescatar a este poseur según Mr. Rolls es hacerlo añicos, idea que espanta a Dick:

“-Él sólo necesita una cosa, tal como usted o como yo, padre. No necesito decir lo que es. Pero el camino por el cual la Gracia llega es otro asunto y está en nuestras manos. El camino puede ser el Amor o la Ira, y pienso que en este caso es la ira. Recuerde que él ha vivido una vida repugnante e indecente.
- ¿Y bien, señor? – La voz de Dick tembló mientras hablaba.
- Pienso que este hombre debe ser hecho trizas. (This man must be broken to pieces, I think)”

        Dick no puede creer lo que está oyendo y le insiste a Mr. Rolls que es todo lo contrario lo que hay que hacer para poder sacar a Christopher adelante:
- Mr. Rolls yo jamás hubiera telegrafiado hoy si hubiera pensado…si yo hubiera imaginado que usted pensaba todo eso…Él…Él necesita amor…y ternura…y…y…levantarse de a poco. No es que me olvide de sus faltas…pero por el amor de Dios no diga que…
- ¿Sí padre?
- ¡Oh Dios! ¡¿Acaso usted no entiende?! ¡¿No entiende?! – exclamó Dick apasionadamente.

        Sin poder entender lo que estas palabras “hacerle trizas” significan y bastante perplejo y apesadumbrado, Dick a pesar de no estar muy convencido, acepta a ciegas las condiciones que le impone Mr.Rolls y a pedido de él va a buscar a Chris para traerlo al castillo de Foxhurst a pasar unos meses con el viejo, pues el mismo Mr. Rolls se encargará del tratamiento de este enfermo del alma, que necesita un golpe duro que rompa el molde cristalizado y solidificado por la fantochería dramática que oculta su verdadero ser natural, y para lograrlo apelará a su amor propio. ¿Cómo será el encuentro del padre Yolland con Chris después de tanto tiempo? ¿Aceptará venir con él al castillo?

                                                               Continuará……

       

       

viernes, 19 de septiembre de 2014

Sobre los católicos divorciados vueltos a casar

Carta de San Jerónimo a San Amando de Burdeos
Sobre los católicos divorciados vueltos a casar

Carta de San Jerónimo, en la que el Doctor de la Iglesia explicaba la cuestión de los católicos divorciados vueltos a casar a un sacerdote francés que le preguntaba por un caso real:
 
“Encuentro adjunto a tu carta de preguntas un breve escrito que contiene las siguientes palabras: ‘pregúntale si una mujer que ha dejado a su marido por ser un adúltero y un sodomita y se ha visto obligada a tomar otro marido mientras el primero todavía vive está o no en comunión con la Iglesia sin hacer penitencia por su pecado’. […]

A la hermana […] que pregunta esto sobre su estado no le des mi sentencia, sino la del Apóstol: ‘¿O es que ignoráis, hermanos, - hablo a quienes entienden de leyes - que la ley no domina sobre el hombre sino mientras vive? Así, la mujer casada está ligada por la ley a su marido mientras éste vive; mas, una vez muerto el marido, se ve libre de la ley del marido. Por eso, mientras vive el marido, será llamada adultera si se une a otro hombre; pero si muere el marido, queda libre de la ley, de forma que no es adultera si se casa con otro’ (Rm 7,1-3). Y en otro lugar: ‘La mujer está ligada a su marido mientras él viva; mas una vez muerto el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero sólo en el Señor’ (1Co 7,39).

Así el Apóstol ha zanjado cualquier alegación y ha declarado que, si una mujer se vuelve a casar mientras su marido está vivo, es una adúltera. No hace falta que me cuentes historias sobre violencia, la insistencia de una madre, la severidad de un padre, la multitud de parientes, los trucos y la insolencia de los criados o las pérdidas de bienes. Mientras su marido esté vivo, aunque sea adúltero y sodomita, esté manchado por todos los crímenes y se haya divorciado de su esposa movido por sus propias maldades, sigue siendo su marido y no puede casarse con otro. No es el Apóstol quien decide esto por su propia autoridad, sino Cristo que habla a través de él. Pablo simplemente recuerda las palabras de Cristo, que nos dice en el Evangelio:

 ‘Yo os digo: Quienquiera repudie a su mujer, si no es por causa de fornicación (1), se hace causa de que se cometa adulterio con ella; y el que toma a una mujer repudiada, comete adulterio’ (Mt. 5,32).

Fíjate en que dice: ‘el que toma a una mujer repudiada, comete adulterio’. Ya sea ella la que ha dejado a su marido o su marido el que la ha dejado a ella, quien la toma comete adulterio. Eso explica por qué los Apóstoles, al contemplar la dura carga del matrimonio, exclaman: ‘Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse’ (Mt 5,10).Nuestro Señor les responde: ‘El que pueda entender, que entienda’ (cf. Mt 19,10.12) y mediante el ejemplo de los tres eunucos, inmediatamente muestra la bienaventuranza de la virginidad, que no está encerrada en ningún vínculo de la carne […]

Así pues, si esta hermana […] desea recibir el Cuerpo de Cristo y no ser considerada una adúltera, debe hacer penitencia. Al menos desde el momento en que emprenda una nueva vida, todas las relaciones conyugales con su segundo marido deben cesar. Sería más correcto llamarlo adúltero que marido. Si encuentra que esto es difícil y que es incapaz de dejar a un hombre al que ha entregado su amor, si pone los placeres sensuales por encima de nuestro Señor, que tenga en cuenta la afirmación del Apóstol: ‘No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios’ (1 Co 10,21). Y también dice: ‘¿Qué unión hay entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Belial?’ (cf. 2Co 6,14-15).

Por lo tanto, te ruego que la confortes y la animes a buscar la salvación. La carne que está enferma debe ser cortada y cauterizada. No hay que culpar al tratamiento sino a la herida si el cirujano muestra una severidad misericordiosa que resguarda no resguardando de la verdad y sólo es cruel para hacer el bien”.

Carta de San Jerónimo a San Amando de Burdeos (en torno al año 394).
Nota
1 No quiere decir que en el caso de adulterio de la mujer el marido tenga el derecho de casarse con otra, sino solamente apartar a la adúltera. El vínculo del matrimonio subsiste hasta la muerte de uno de los contrayentes. (Comentario Mons. Dr. Juan Straubinger).
 

domingo, 14 de septiembre de 2014

Santa Misa Tradicional Exaltación de la Santa Cruz, Parroquia Nuestra Señora de Pto. Claro, Valparaíso

"Para nosotros, toda nuestra gloria está en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual está nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección, y por la cual hemos sido salvados y libertados. Ps. Apiádate Dios de nosotros, y bendíganos: halla brillar sobre nosotros la luz de su rostro, y tenga misericordia."
              Introito: Gálatas 6,14; Salmo 66, 2
 
Fotos de la Festividad de la Santa Cruz 14 de Septiembre 2014
 








martes, 2 de septiembre de 2014

San Pío X y Monseñor R.H.Benson

San Pío X rezando la misa en la Capilla Sixtina
       
        A los lectores habituales del blog no les es desconocido que R.H. Benson fue ordenado sacerdote católico bajo los auspicios de San Pío X y que ambos dejaron este mundo hace  precisamente 100 años, separados por un par de meses. Tampoco les será desconocido saber la admiración que el sacerdote-escritor inglés sentía por la figura de San Pío X. En varias de sus cartas escribe acerca de la impresión que le causó la figura del papa Sarto mientras asistía como seminarista al Colegio Inglés:
“Mientras tanto, te envío una foto del Santo Padre. Él predica a la gente una vez cada dos semanas en los jardines vaticanos. Fulano de Tal fue a escucharlo y dijo que su simplicidad y ternura eran indescriptibles.  Como un gran párroco santo hablándole a su gente”.
“Ayer en la mañana fui a ver al Papa y a los cardenales ir al consistorio. La multitud de unos cientos repletaba el pasillo donde yo estaba para simplemente verlos pasar por ahí un par de veces, esperando de pie una hora y media antes y tres cuartos de hora en el intermedio. El Santo Padre caminó bendiciendo a su paso, con una gran joya en su dedo, con su mitra y su brillante solideo. La gente gritaba: “Evviva il Papa” y unos cuantos franceses: “Evvivá il Papa-re”, pero al Papa no le gusta esto y lo ha prohibido”.
“Esta mañana recé por ti bajo excepcionales circunstancias, justo después de recibir la comunión de manos del Papa. Asistimos a la misa en su capilla privada, alrededor de unas cincuenta personas. Una pequeña habitación abierta donde nos arrodillamos con el altar a la vista. Dijo la misa con tal simplicidad y humildad como lo haría un cura rural. No necesito decirte lo conmovedor que fue y todo lo que significó para mí. ¡Hace un año en un domingo como éste yo comenzaba mi misión en Cambridge! No hay mucho que describir en cuanto a la misa. Imagina una inmensamente alta habitación tapizada con gobelinos rojos adamascados; una puerta de doble hoja y un gran altar de oro justo delante de la barra para comulgar y un santo, simple y viejo sacerdote con un rostro cobrizo cubierto por una casulla con joyas y una capa blanca y tres acólitos de blanco y escarlata sirviéndole, con un silencio de ultratumba, roto por el suave rumor de una voz algo patética. Personalmente él nos dio a todos la comunión”  (del capítulo Cartas de Roma de Cartas Espirituales a uno de sus conversos)
        No podemos olvidarnos de la mención que hace Benson en su novela mejor conocida actualmente, donde se nos viene a la memoria patentemente la figura de San Pio X, cito:
Conocía bien el rostro del Papa por un centenar de fotografías y de películas. Incluso sus gestos le resultaban familiares, la leve inclinación de la cabeza al asentir, el elocuente y comedido movimiento de las manos. Ahora bien, y sin rehuir la impresión algo tópica, se dijo que su presencia viva era muy diferente.
        Era un hombre de avanzada edad, pero muy erguido, el que vio acomodado en el sillón. Era de mediana estatura, de complexión mediana, y con ambas manos aferraba los brazos repujados del sillón. Era su apariencia de una dignidad grande y estudiada. Sin embargo, fue la cara lo que más llamó la atención, aunque hubo de bajar la mirada tres o cuatro veces, cuando los ojos azules de Papa se clavaron en él. Eran unos ojos extraordinarios, que le vinieron a recordar lo que decían los historiadores sobre Pio X. Los párpados trazaban unas líneas rectas que le daban el aire de un halcón, aunque el resto del rostro en abierta contradicción con ellos. Carecía de filos. No era un rostro grueso, ni delgado, sino bellamente modelado, con un óvalo perfecto. Los labios eran finos, y tenían un deje de pasión en las comisuras; la nariz era aquilina y elegante, rematada en unas ventanas nasales finamente esculpidas. El mentón era firme, hendido, toda su cabeza denotaba una extraña juventud. Era un rostro de una gran generosidad, de gran dulzura, a caballo entre el desafío y la humildad, aunque eclesiástico en todas sus dimensiones. Tenía la frente ligeramente comprimida en las sienes; bajo el blanco solideo asomaban las canas. Fue objeto de risas y burlas en los teatros, nueve años antes, cuando se proyectó sobre la pantalla un rostro hecho con la superposición de los rasgos de varios sacerdotes afamados, junto a la imagen del Papa recién nombrado, pues uno y otro eran casi indistinguibles.
        Percy hizo a su pesar un esfuerzo por resumir la impresión, pero no se le ocurrió otra cosa que la palabra “sacerdote”. Eso era todo, y punto. ¡Ecce sacerdos magnus! Le dejó pasmado la juventud de aquella cara, no en vano pronto cumpliría el Papa ochenta y ocho años. Sin embargo, tenía el porte erguido, los hombros rectos, la cabeza igual que la de un atleta, y sus arrugas eran a duras penas perceptibles a la media luz. ¡Papa Angelicus!, dijo Percy para sus adentros” (El Señor del Mundo)
        Fue el mismo San Pío X quien lo nombró  uno de sus capellanes, un día 5 de Mayo de 1911, y no me cabe duda que sentía especial simpatía por este converso inglés.
        Le pedimos pues a San Pío X en su festividad por Monseñor Benson, para que esté gozando del descanso eterno, y por nosotros para que sigamos dando la batalla por la Fe hasta el final de modo que en el último día podamos entrar al Cielo como siervos fieles.