Así se inició la amistad. Ahora comienza el proceso.
La clave de una perfecta amistad consiste en que los amigos se den a
conocer mutuamente, dejando a un lado las reservas y mostrándose tal y como
cada uno es.
La primera etapa, pues, de la amistad divina es la revelación del mismo
Jesucristo. En nuestra vida espiritual, haya sido tibia o fervorosa, se ha dado
un elemento predominante de inconsistencia. Es cierto que hemos sido dóciles,
que nos hemos esforzado por evitar el pecado, que hemos recibido la gracia, la
hemos perdido y la hemos recuperado, que hemos adquirido méritos o los hemos
desperdiciado, que hemos intentado cumplir con nuestros deberes y procurado
mejorar y amar. Todo ello es cierto delante de Dios, pero no ha calado en
nuestro propio ser. ¿Hemos rezado? Sí, aunque escasamente. Hemos hecho
meditación: nos planteamos un tema, reflexionamos sobre él, hacemos un
propósito y terminamos, siempre con el reloj a la vista para no alargarla
demasiado.
Pero después de aquella nueva y maravillosa experiencia todo cambia.
Jesús empieza a mostrarnos no sólo las maravillas de su pasado, sino la gloria
de su presencia. Comienza a vivir con nosotros, rompe el molde en el que le
había metido nuestra imaginación: vive, se mueve, habla, actúa, toma un camino
u otro, y todo ante nuestra mirada. Comienza a revelarnos los secretos que se
ocultan en Su humanidad. Hemos oído hablar de sus obras desde que éramos niños,
rezamos el Credo, conocemos el Evangelio…Y sin embargo, ahora pasamos del
conocimiento de sus hechos al conocimiento de Él. Empezamos a comprender que la
Vida Eterna comienza en el momento presente, porque consiste en “conocerte a
Ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo Tu enviado”. Nuestro Dios se ha
convertido en nuestro Amigo.
Jesús, por su parte, nos pide lo mismo
que nos ofrece. Se nos manifiesta abiertamente y exige que hagamos lo mismo.
Como nuestro Dios, conoce cada fibra de los seres que ha creado, y como nuestro
Salvador, cada circunstancia pasada en la que fuimos infieles a sus mandatos;
pero como nuestro Amigo, espera que se lo contemos.
Podríamos decir que la diferencia
entre el trato con un conocido y el que establecemos con un amigo radica en
que, en el primer caso, tratamos de disimular para presentar una imagen
agradable y atractiva; empleamos el lenguaje como un disfraz y la conversación
como un camuflaje. En el segundo caso, dejamos a un lado los convencionalismos
y las “presentaciones” e intentamos mostrarnos tal y como somos, abriéndole
nuestro corazón.
Esto es, pues, lo que la amistad divina
requiere de nosotros. Hasta ahora el Señor se ha contentado con muy poco. Ha
aceptado el diezmo de nuestro dinero, una hora de nuestro tiempo, unos cuantos
pensamientos y algunos sentimientos demostrados en ceremonias religiosas y de
culto. Él ha aceptado todo lo que le hemos dado, en lugar de darnos nosotros
mismos. A partir de ahora nos pide que acabemos con todo eso, que nos abramos a
Él completa y rendidamente, que nos mostremos tal y como somos; en una palabra,
que dejemos a un lado esos ingenuos cumplidos y seamos profundamente auténticos.
Cuando un alma cree sentirse desilusionada o defraudada de la amistad
divina no suele ser porque haya traicionado u ofendido a su Señor, o porque no
haya estado a la altura de las circunstancias en otros aspectos, sino porque
nunca le ha tratado como a un amigo, ni ha sido lo bastante valiente como para
cumplir la condición imprescindible en una auténtica amistad: la total
sinceridad con Él. Es menos ofensivo decir rotundamente “No puedo hacer lo que
me pides porque soy cobarde”, que esgrimir unas razones excelentes para no
hacerlo.
(…) Hay momentos de fascinante felicidad – en la comunión o en la
oración -, momentos que se nos antojan experiencias imborrables en la vida, y
ciertamente lo son; momentos en los que todo el ser se siente invadido e
inundado por el amor: cuando el Sagrado Corazón no es ya un mero objeto de
adoración sino algo vibrante que late en nosotros; cuando nos rodean los brazos
del esposo y nos besa en los labios…
Hay también momentos de tranquilidad y placidez, de un cariño sereno y
profundo al mismo tiempo, de un afecto y un entendimiento mutuo que satisfacen
todos los anhelos de nuestra mente y de nuestro corazón.
Pero hay también períodos – meses o años – de miseria y aridez, en los
que nos parece necesario tener paciencia con nuestro divino Amigo; ocasiones en
las que creemos sentir su desdén o frialdad. Y habrá realmente momentos en los
que tendremos que recurrir a toda nuestra lealtad para no abandonarle
decepcionados. Habrá incomprensión, sombras, tinieblas…
Después, con el transcurso del tiempo y según vayamos superando la
crisis, volveremos a confirmar la convicción que nos unió a nuestro Amigo.
Porque realmente la suya es la única amistad en la que no cabe decepción
posible, y Él, el único amigo que no puede fallar. Es la única amistad en la
que nuestra humildad y nuestra entrega nunca serán suficientes, nuestras
confidencias nunca demasiado íntimas, ni nuestros sacrificios lo bastante
grandes. Este Amigo y su amistad justifican plenamente las palabras de uno de
sus íntimos: “…porque todo lo considero basura ante el sublime conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas por ganar a
Cristo”.
Sin duda Monseñor Benson logró tener una relación muy estrecha con Dios. Rompió las barreras entre la relación entre Dios y el hombre.
ResponderEliminarCasi siempre las almas más débiles y menos edificadas del espíritu miramos a Dios de abajo hacia arriba. Lo miramos desde nuestras miserias hasta lo más sublime y superior como lo es Él. Romper eso implica abandonarse totalmente a las manos del creador, es verlo con un amor más perfecto, ya no simplemente como criatura a creador, sino con amor incondicional hacia el amado.
Ya no se lo mira con miedo al infierno, sino como Dios amoroso que nos crea simplemente con un acto de amor. Muy pocas almas, y lo digo con honestidad y convicción, llegan a abandonarse de esa manera con Dios.
Si algo ayudó a profundizar esta relación que tenía Monseñor Benson con Cristo Nuestro Señor, era esa vida monacal que trataba de llevar. Tenía muchas horas de oración durante el día, las practicaba con mucho celo y no dejaba que nadie ni nada invadiera esos espacios
tan sagrados para él.
La liturgia de las horas y la Lectio Divina debieron ser sus herramientas espirituales para mantenerse siempre mirando al cielo. Cual cenobita desde su casa de campo, siempre acogió a los que lo iban a ver, los acogió como al otro Cristo, mirando a cada uno de sus huéspedes como al mismo Cristo.
Adhiero profundamente en que una verdadera amistad nace con la sinceridad, con el mostrarse tal cual es uno, sin caratulas ni máscaras que lleven a engaño. A Dios no lo podemos engañar, por eso debemos ser siempre sinceros con Él y con los demás. De esta manera de relacionarnos nos va a permitir encontrar a los verdaderos amigos.
Un abrazo.
Exacto Fraile, sólo quien ha experimentado la Amistad con Cristo de esa manera, puede llegar a decir lo que dijo.
ResponderEliminarMás adelante iremos desarrollando la vida de Benson, especialmente su vida de oración.