III
Volvamos una vez más a nuestro punto
principal, el cual es en pocas palabras, la relación entre la posesión de la
Infalibilidad por parte de la Iglesia y de su Pontífice, y la aparente
ignorancia de las prerrogativas en determinadas épocas de la Iglesia (aunque
tal como lo he tratado de mostrar, existe un suficiente número de indicaciones
que la ignorancia no era más que una cierta y ocasional falta de reconocimiento
explícito). A continuación nos preguntaremos si existe alguna analogía para
esta situación en las otras ramificaciones de la vida orgánica. ¿No es toda la
teoría simplemente una única teoría,
extremadamente conveniente y absolutamente sin paralelos? Yo pienso que no.
Aunque soy consciente de que las
analogías no prueban nada, sin embargo nos disponen cierta y correctamente a
creer. Un hecho o una doctrina sin una analogía, requiere por lejos, muchas más
pruebas que una que puede ser parangonada. Por esta razón es que la Encarnación es
en todos los aspectos, la doctrina fundamental del cristianismo. Ciertamente es
un único suceso, sin que se encuentre una analogía similar, excepto en un gran minuto y de manera velada. Sin embargo,
una vez que por fe aceptamos la doctrina de la Presencia Real, ella se vuelve
casi inevitablemente creíble, ya que es en muchos sentidos una prolongación del
proceso. La Encarnación es la analogía del Santísimo Sacramento, y no
viceversa. Creemos lo segundo porque creemos lo primero. Por lo tanto, nosotros
necesitamos algo como un paralelo a la posición de la Infalibilidad en el
esquema de la Iglesia, un espíritu, un objeto, y una relación entre ellos –
correspondiendo a la conciencia explícita de la Iglesia, el depósito y la
Infalibilidad. Y en orden a que esta analogía pueda ser completada, la relación
en nuestra analogía debe ser idéntica a la relación de la cual es análoga.
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R.H. Benson en Hare Street House |
Pienso que esto se encuentra en las
instancias de las ciencias exactas.
Estrictamente hablando, como Mr.
Illingworth señala, el objeto-materia de las ciencias exactas no tiene una
existencia concreta, sino que consta de abstracciones formadas por el intelecto.
No existe tal cosa como “dos” en el mundo objetivo, solamente existen dos
caballos o dos manzanas. Estrictamente hablando, nuevamente, no existe tal cosa
como una línea, un punto o un círculo.
Por tanto pues, las ciencias de la
aritmética y de la geometría son abstracciones formuladas por el intelecto, y
son el uno y único objeto con el cual el entendimiento puro es infalible. El
intelecto es literalmente infalible en aritmética. El intelecto individual
puede cometer errores, como cada escolar es consciente, pero lo es solamente
porque otras consideraciones, emociones y distracciones entran en el cálculo.
El intelecto puro, abstraído de todo lo demás es incapaz de cometer errores en
estos asuntos. El intelecto no solamente nunca comete un error, sino que es
incapaz de hacerlo. No se ha descubierto que nadie haya podido hacer que 2+2
sea otro excepto 4, ¡aunque es perfectamente cierto que dos cosas que se suman
a 2 muy a menudo pueden ser 5 o 3!
(Además, podemos decir entre
paréntesis, que cada facultad que sobrevive debe ser infalible para con su
propio objeto. El ojo, considerado en general, debe ser infalible para con la
luz; el oído para con la vibración del sonido. Si no lo fuesen, los ojos y los
oídos hace mucho tiempo que hubieran dejado de existir)
Ahora bien, aunque podemos poner
reparos a este paréntesis, pienso que no podemos objetar la analogía del
entendimiento puro y de las ciencias exactas. Tenemos aquí un entendimiento, un
objeto, y una relación de infalibilidad entre ellos.
Sin embargo, es casi imposible decir
que la conciencia humana, como un todo, haya alguna vez formulado para sí misma
esta inmensa prerrogativa. Es verdad que el hombre ha actuado en base a lo que
los matemáticos han establecido, aunque yo dudo mucho si es posible decir que
haya una opinión popular externa que sostenga que los matemáticos sean en su
mayor parte infalibles en su ciencia. Los hombres confían en ellos, es verdad,
arriesgan fortunas por ellos; pero a menos que les ocurra tener el asunto
sometido a ellos dogmáticamente, siempre van a rehuir de declarar la
infalibilidad del intelecto en cualquiera que sea el asunto. Sin embargo, esto
es un hecho.
Entonces, ¿no tenemos aquí una
analogía que es algo más que fantástica?
En términos generales, el objeto hacia el
cual la infalibilidad se dirige es a la revelación cristiana de Dios. Es verdad
que esto es tan complicado como todas las otras ciencias juntas porque
conciernen a todo lo humano, cuerpo, alma y espíritu. Y de hecho, no
necesariamente en todos los detalles, porque nuestro Señor no vino a revelarnos
todos los datos topográficos, pero, en resumen, todo lo que concierne a la
acción moral del hombre para con Dios y la revelación del mismo al hombre, en
otras palabras, la fe y la moral.
Pero si el objeto es estupendo, el
entendimiento, del cual es el objeto, es igualmente estupendo, porque no es
menor que la conciencia moral de todo el género humano. Si bien es cierto que
de una vez para siempre el objeto revelado es una cantidad fija en sí misma, la
aprehensión total no se puede alcanzar sino que hasta que se haya aplicado
sobre cada entendimiento. Es un evangelio para cada creatura. El Reino de Dios
es la suma de los reinos de este mundo, así como también los trasciende. Las
filosofías, los temperamentos, las experiencias individuales, los
descubrimientos científicos, incluso las mismas artes, todas estas cosas tienen
sus cometidos, como un siglo sigue al otro, no solo adornando, sino en realidad
desenvolviendo y ayudando la expresión
del espíritu y de la verdad del cristianismo.
Por lo tanto, por principio básico no
cabe duda que deberíamos esperar que la relación entre el cuasi divino
entendimiento y el objeto de esencia vital debiera ser tan infalible como lo es
la que existe entre el entendimiento y las ciencias exactas. Y como si para
asegurarnos que esta infalibilidad no debiera ser esperada por el núcleo de
aquellos que, en cada edad del cristianismo, son los representantes del género
humano; para asegurarnos que la defección o ignorancia de muchos no debiera
frustrar los propósitos de Dios. Nuestro Señor declara que Él mismo estará con
aquellos que se someten a Él, y que el Espíritu de la Verdad los guiará hacia
verdad, ¿qué otra cosa más significa la
declaración que “las puertas del infierno no prevalecerán?”
Además entonces de examinar nuestra
analogía una vez más, vemos que aunque la prerrogativa ha existido desde el principio, y aunque siempre se ha actuado conforme a esto, no siempre ha sido explícitamente reconocido. Los teólogos lo han reconocido; los laicos los han apoyado, pero no se le ha prestado la atención, sino hasta que se hizo una declaración formulada.
CONCLUSIÓN
Por tanto, cuando investigamos una vez más sobre la Cristiandad en general,
vemos que en una comunión, y solamente en una comunión, este proceso de
reconocimiento ha seguido adelante gradual y explícitamente, culminando en el
perfectamente inevitable decreto vaticano. Nunca hubo ahí un tiempo en que no
existiera un cisma en el cuerpo. La herejía brotó prácticamente y simultáneamente
con la revelación, y el hecho que una gran parte del Este se separara de Roma
en una fecha comparativamente temprana, y que parte del Norte siguiera este
ejemplo posteriormente, afecta el asunto no más que la defección de Himeneo.
Porque si nosotros pudiéramos identificar al Cuerpo Místico de Cristo,
seguramente debiéramos mirar entre los que reclaman por este despliegue gradual
e creciente reconocimiento de las leyes de su propia vida, las cuales pasan por
sucesivos movimientos de autoconciencia de la infancia hasta la madurez.
Probada por esta característica esencial de la vida orgánica, la teoría de la
infalibilidad de todos estos cuerpos que dicen haber conservado la sucesión
episcopal actuando en conjunto seguramente falla, porque es imposible decir que
la Iglesia, así interpretada, es más consciente de su infalibilidad ahora que
en Nicea o Constantinopla. Y aún más, cediendo a la posibilidad de esta teoría,
nos enfrentamos con el hecho que a las comuniones externamente divididas por
cuya fe en común se reclama la infalibilidad, se niega rotundamente – lo niega
Roma, lo niega el Este, y Canterbury al menos titubea. ¿Es más creíble que esta
teoría deba ser cierta del todo, a pesar de estas explícitas negaciones de sus
partes, más que la verdad de la teoría de Roma, la cual nunca ha sido negada
por aquellos para quienes es reclamada, a excepción de unos individuos en
particular? Si el fenómeno del galicanismo se arguye en respuesta a esto, quiero señalar primero que el movimiento
galicano fue considerado como una novedad, o en el mejor de los casos, como una
antigua verdad que había desaparecido hace siglos. Una demanda que hicieron,
más o menos, todas las herejías. En segundo lugar, este galicanismo, a
excepción de ahora que tiene un disminuido y vago carácter, ha dejado de
existir. Y en tercer lugar, este galicanismo es en términos generales, una
negación perfecta del catolicismo, en el sentido del que habla San Pablo como
siendo un rompimiento de las barreras nacionales. Ciertamente este tipo de
galicanismo tiene su precursor en la historia del cristianismo primitivo. Es
descendiente directo de aquellos viejos intentos de parte de algunos
emperadores como Constantino, Teodosio II, Zenón, Anastasio y Justiniano para
quebrar la unidad de la Iglesia Católica mediante el rompimiento de la conexión
con Roma. La iniciativa de la resistencia en el Oriente de vez en cuando parece
desde siempre haber sido un acto del
poder secular.
Pero si a pesar de todo esto la “teoría
difusiva” de la infalibilidad es realmente verdad, entonces efectivamente
tenemos una vida totalmente sin analogía en todo el reino de la creación. Una
vida que carece de analogía porque es absolutamente inferior a toda las demás
vidas. Mientras el niño crece de la infancia a la madurez, aprendiendo
gradualmente sobre sus capacidades y sus limitaciones; mientras que el árbol en
su ejercicio es prácticamente infalible en la elección de los químicos
sustentables para su desarrollo; mientras que la mente humana en general ha
aprendido a través de centurias con mayor claridad en qué reinos está la
autoridad en lo infalible y en lo empírico, lo reservado para el entendimiento
del Cuerpo Místico de Cristo va a pasar de la coherencia a la incoherencia, y
de su voz en el discurso al silencio.
Tampoco la teoría del Oriente es la más
comprensible, ya que no es más que una teoría. ¿No ha surgido en la acción
porque quien está ahí en el Oeste, excepto aquellos quienes ha hecho un estudio
especial sobre la cuestión que incluso es
más consciente de que lo que teoría es? El Este, como ha sido ya muy
bien resaltado, solamente trató de ser llamado católico, no serlo. La teoría
incluso hasta donde yo he sido capaz de entender, no acerca del
desenvolvimiento. Mientras los teólogos orientales se aferran efectivamente a
la tradición, es a una tradición que frena, más que soporta. Esto no florece de
concilio en concilio, sino que manda a sus adherentes a aferrarse a viejas
tradiciones a través de las cuales construyen
muros por temor a que sus seguidores vayan más lejos.
Entonces si puedo recapitular en unas
pocas frases, ésta es la llave que aparece, como ninguna otra, para encajar en
las aulas de la historia.
Estamos todos de acuerdo con que la
Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Es esta colección de seres humanos y de
entendimientos – células individuales que fallecen y que son renovadas – las
que en virtud de la gracia son elevadas hacia una personalidad trascendente, la que nuestro Señor señala como suya propia.
Con todo, el entendimiento humano de la Iglesia sigue siendo humano y es de una
manera cuasi sacramental que la mente divina se une con él. Esta unión es de
tal naturaleza que el entendimiento humano de la Iglesia queda salvaguardado de
comprometerse al error. Aunque es cierto que todavía es necesario, a partir de
su propia humanidad y finitud, que deba luchar siempre hacia la completa
realización de los contenidos del entendimiento divino al cual está unido.
De pasada entonces vemos que la naturaleza
de este vínculo a pesar de ser un vínculo esencial y vital, no necesita al
menos en sus primeras etapas de la actividad del cuerpo, ser explícitamente
reconocida y definida por este cuerpo. Incluso a pesar de que, tal como la
historia y el sentido común lo muestren por igual, ha actuado sobre él.
Nosotros mirando más allá de la
historia, vimos que el núcleo de la cristiandad indudablemente incluso en los
primeros tiempos de la Iglesia, tomó forma en Roma. Y que fue en Roma también
que la definición explícita final de la manera en la cual la infalibilidad se
ejerce fue declarada. La historia nos mostró exactamente lo que debemos esperar
de la vida orgánica. Una aproximación gradual hacia el pleno entendimiento de
sí misma.
Además nuevamente consideramos el
lugar de la Tradición en la vida de la Iglesia, que es una comprobación sobre
las acreciones más que un cómplice de ellas. Y que esa misma cadena en la vida
de la cristiandad que mostraba el desenvolvimiento gradual de lo que yo he hablado,
mostró también una fidelidad y un celo hacia la Tradición sin doquier.
Consideramos en general, como un todo a la
naturaleza de la infalibilidad como una prerrogativa de la Iglesia. Y vimos que fue esencial para la supervivencia de la Iglesia tal como
indicamos para decirlo en términos suaves, por las mismas palabras de Cristo, y
que no fue la única prerrogativa, aunque es la prerrogativa de todo
entendimiento hacia su propio objeto.
Y finalmente vimos cómo en la misma
Comunión donde el desenvolvimiento de la conciencia ha sido tan evidente y
donde la Tradición ha sido reconocida como una fuente de verdad, un decreto
emitido definitivamente con todo el peso de la autoridad de la Iglesia,
definiendo no una nueva prerrogativa, sino simplemente poniendo los límites y
el ejercicio de una antigua
prerrogativa, la cual siglo tras siglo fue haciéndose cada vez más explícita.
La Infalibilidad del papa y la infalibilidad de la Iglesia no son dos poderes,
sino uno; aunque teóricamente el vicario de Cristo es infalible solo, aun
cuando él no es el explícitamente
designado intérprete de la Iglesia, sin embargo él prácticamente nunca puede
actuar así. E incluso si él lo hiciera sería en virtud de su relación para con
el entendimiento de Cristo, cuya relación en cuanto al entendimiento humano de
la Iglesia, es también la causa de su infalibilidad.
Entonces, una vez más echando un
vistazo al curso de la historia, yo traté de indicar como las otras dos teorías
de la unidad de la Iglesia – solamente aquellas únicas serias en la existencia
– solamente pueden tener éxito en vaciar la frase “El Cuerpo de Cristo”, de
todo significado. En una de aquellas teorías nos vemos a nosotros mismos
confrontados a una imagen sin vida. En la otra observamos que lo que Dios dotó
con vida sobrenatural, sin el cumplimiento de los procesos ordinarios de la
experiencia natural, la historia de la Iglesia, contra la cual las puertas del
infierno no podrán prevalecer, se convierte en una de retroceso y creciente la perplejidad.