sábado, 20 de febrero de 2016

Prefacio de Mgr. R.H.Benson al libro sobre el Cardenal Reginald Pole




The Angelical Cardinal, Reginald Pole, por Catherine Mary Antony, con un prefacio de Fr. R.H. Benson.

Es casi imposible imaginar un carácter menos adecuado para la estimación popular en las necesidades de su tiempo que el que poseía Reginald Pole en el periodo del cisma inglés. Fueron días de furia, de brutalidad y, literalmente, de maquiavélica diplomacia, y el temperamento del Cardenal, que tuvo una  gran participación en aquellos días, fue de gentileza, amabilidad y de una sencilla transparencia. Fue una época en la que los scholars sufrieron por su conocimiento de la verdad; los cristianos por su fidelidad; y los ciudadanos del Reino de Dios (porque esta lealtad incluye, pero a su vez trasciende)  por el patriotismo. Desde un punto meramente temporal fue casi una ventaja ser ignorante, inconsciente y egoísta.

No es de sorprender que el Cardenal, un amante de la paz y del estudio, con una conciencia delicada y apasionadamente celoso por las almas, y reconocido por el mundo como exitoso, hubiera fallado en casi todas las tareas sobre las que tomó parte. Falló en su primera misión en Inglaterra, y en su segunda misión con los soberanos del continente; y su éxito en la reconciliación de su país con la Santa Sede fue, tal como él mismo lo previó, nada más que temporal. Finalmente, incluso él falló en mantener, frente los hombres, la única reputación que le importaba, esto es, su reputación como un perfecto cristiano católico y murió bajo la sospecha de herejía.

Sin embargo, la historia gradualmente prueba los caminos de Dios a los hombres.   Todo aumento de nuestro conocimiento del pasado conduce sostenidamente, aunque desapasionadamente, a elevar el fracaso de Pole a una victoria la cual es en realidad la única que vale la pena ganar. Mientras los reyes traicionaban su confianza,  (e incluso los papas la mantienen condicionalmente) mientras Enrique VIII pierde su alma y Pablo IV su cabeza, Reginald Pole al final retuvo su inocencia cristiana y  todo lo que tenía por ganado, lo perdería si pudiera con ello ganar a Cristo.

Él rezó, se aventuró, fue por aquí y para allá con  una sencilla intención y un amargo auto sacrificio. Su madre murió trágicamente por la causa por la que él trabajó, y tuvo que soportar el reproche de que lo hubiera hecho mejor si él  hubiese muerto de manera similar.  A pesar de que los asuntos en los cuales él estaba ocupado llegaron a un infeliz resultado, la culpa no estuvo ni en su gestión, ni en sus capacidades o  ni en su buena voluntad. El fracaso de una tarea imposible ha sido ocasión, como ha ocurrido varias veces en la historia, de un sorprendente éxito personal.

Con respecto a la sospecha de herejía en la cual él cayó,  se hace innecesario decir alguna palabra para refutarla. Porque su naturaleza era la contraparte exacta de lo cual están hechos los autoelegidos. A Belén llegaron a la cuna de Dios dos clases de personas, los listos y los simples, los reyes y los pastores, y fue el burgués el que se mantuvo en casa. El sentido se puede encontrar en todas las épocas de disturbios religiosos, y el Cardenal Pole, por sobre todos los otros, fue quien combinó en sí las características de rey y  pastor. Su enseñanza fue profunda y su simplicidad también. Por tanto, él, junto con Moro y Fisher y uso cientos más, mantuvieron la fe; mientras que Enrique, Cranmer y Cromwell la perdieron.

En cuanto a su actitud hacia las penas infringidas en nombre de la religión durante el reinado en Inglaterra, es necesario decir un par de cosas, aunque tal como un brillante escritor lo ha remarcado recientemente, es una labor inútil discutir el asunto con la esperanza de llegar a un proceso justo en actual era del sentimentalismo y del humanitarismo extravagante, pues las personas temen más a la muerte que al pecado y reniegan del dolor como el mayor de los males.

                              

Primero, sin embargo,  debe recordarse que el Protestantismo de la época era de un carácter totalmente diferente, tanto moral como dogmáticamente, al que desde entonces se ha desarrollado. Ahora se destaca, por el lado moral, un inofensivo individualismo, frecuentemente acompañado de una real piedad personal, e igualmente concediendo y demandando tolerancia e individualismo, los cuales por el mismo hecho de su negación de una autoridad viviente en materia de fe, tampoco puede imaginar una virtud superior que la tolerancia, la cual al fin y al cabo es, en materias de estado, esencialmente indiferentista. Pero en la época de los Tudor es vez de eso encontramos la anarquía e incluso la coerción, y los nacionalistas de Enrique e Isabel, más que por su estricto protestantismo, son reconocidos por esto no menos que María. Negando la autoridad religiosa se negó aquello que estaba detrás de todos los gobiernos europeos de la época y su significado subraya sin lugar a dudas el hecho  de que todos los movimientos sediciosos contra María fueron inaugurados y forjados en su nombre. Al negar, entonces, la autoridad en materia de fe creció la presunción de anarquía para merecer las penalidades impuestas por el estado en defensa propia, sobre todos aquellos que amenazaban su derecho a recibir obediencia. Porque fue la Cámara de los Comunes de Inglaterra y no primariamente a los eclesiásticos o a la misma reina quienes demandaron estos castigos.

La actitud de Pole entonces fue de conformidad a los métodos de su época, tal como fue la aquiescencia a que un capellán de corazón compasivo estuviera detrás del juez cuando la sentencia a muerte fuera dicha. Si él no levantó su voz contra el principio del castigo, por lo menos no lo invocó en el otro lado. Es ridículo compararlo aunque sea por un instante con un hombre como Enrique que ahorcó a los cartujos por afirmar la supremacía del Papa e hizo quemar a Frith por impugnar el sacramento del altar. Mientras que Bonner y Gardiner son acusados de rigidez e incluso de truculencia, tal acusación no puede ser hecha contra Pole. De hecho, su clemencia en algunas ocasiones hacia ciertos seguidores de Lutero fue la que colocó su ortodoxia bajo sospecha. Sin embargo, esto es lo más destacable cuando nosotros reflexionamos sobre la manera en la que él ha sufrido bajo circunstancias paralelas.

 Esperamos entonces que este volumen no solamente traiga a la memoria el nombre de Reginald Pole, sino que también destaque la verdad, tal como se ilustra en su vida y en sus aventuras, desde toda la intrincada maraña de falsedad deliberada o involuntaria, con la que se ha confundido la mente de los lectores ingleses.

Robert Hugh Benson,
San Silvestro, Roma
Marzo de 1909



1 comentario:

  1. ¿Fue traducido el libro al español, Beatrice?; porque el Cardenal en tanto personaje histórico es polémico e interesantísimo, y aún hoy hay quienes dan por hecho su heterodoxia. Copio unos párrafos del opúsculo del erudito argentino Carlos A. Moreyra, "El idioma secreto de Cervantes":

    "1- El 18 de enero de 1556 completó Carlos V la abdicación de todos sus dominios de los Países Bajos, Italia, España y América en favor de su hijo Felipe II. Quedábale sólo Alemania, el Imperio que regía de hecho su hermano Fernando desde años atrás. Muy viejo a los cincuenta y seis años, muy cansado, Carlos sólo ansiaba la paz final de su retiro del Yuste.
    Mas la paz le era esquiva. Sentíase siempre el mentor de Felipe, cuyo señorío de Nápoles le disputaba ahora mismo el Papa Paulo IV. El conflicto se deslizaba hacia la guerra.
    El octogenario Paulo odiaba con furia napolitana a los españoles, dominadores de Italia, y acusaba a Carlos V, y ahora también a Felipe II, de herejes y favorecedores de herejías. ¿No había ocurrido ante los propios ojos de él, Paulo, entonces cardenal Carafa, aquel salvaje saco de Roma de 1527, en que los soldados de Carlos V profanaron templos, incendiaron palacios, violaron, robaron, torturaron y mataron en la Ciudad Santa por más de una semana?. ¿No había intentado repetidas veces el emperador un acuerdo con los protestantes en que la verdad católica se sacrificaba a su ambición, como en aquel Coloquio de Ratisbona de 1541, en que el cardenal Contarini, mal aconsejado legado papal, aceptó por un momento la herética doctrina de la doble justificación?. ¿No había presionado Carlos sobre el Concilio de Trento para obtener concesiones a los herejes, y no había despreciado en 1548 la recién formulada doctrina católica promulgando aquel Interin de Augsburgo en que la doble justificación volvía a asomar? ¿No acababa de aceptar, en 1555, aquella Paz de Augsburgo que admitía al luteranismo como religión legal en el Imperio junto con el catolicismo?. ¿Y qué podía esperarse de aquel Felipe II, “que sigue las huellas de su padre, sobrepasándole en infamia”?. ¿No lo mostraba la guerra que se disponía a hacer ahora al Vicario de Cristo?.
    2.- “Si estalla la guerra –decía Paulo al embajador de Venecia- pronunciaremos una sentencia tan terrible que el sol quedará oscurecido y el emperador y su hijo privados de sus reinos.” Con la ayuda de Dios y del rey francés Enrique II daría además a aquellos herejes su merecido con las armas.
    En setiembre de 1557 la guerra de Italia estaba terminada y el Papa, vencido, firmaba una paz que dejaba Nápoles a Felipe. Enrique II, rudamente batido por los españoles en San Quintín, seguiría luchando, pero en Francia.
    Mas en el conflicto Paulo IV veía también una lucha contra la herejía, y aquí no iba a dejarse vencer. En mayo de 1557, al tiempo que urgía, en plena guerra, los trámites de la excomunión de Carlos y Felipe y hablaba a los jesuitas de la herejía y el cisma del último, puso en prisión en Roma al cardenal Morone, “que repetidas veces había sido llamado futuro Papa por los imperiales y gozaba de gran reputación con Felipe II y María de Inglaterra” (Pastor). Y si éste mal matrimonio no lo hubiera impedido, lo mismo habría hecho con el cardenal Pole, candidato de Carlos casi electo Papa en 1549 y que era ahora el nuncio inglés. Morone y Pole habían profesado, con Contarini, la doble justificación ,y se los acusaba de persistir en ella no obstante la definición contraria del Concilio. El fin del Papa se lo oyó así el veneciano Navagero: “Quisimos obviar el peligro que amenazó en los últimos cónclaves, y tomar precauciones en vida nuestra para que en lo futuro no siente el Demonio a uno de los suyos en la silla de San Pedro”.


    El marinero de la balada de Coleridge

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