La primera cosa que a uno lo marca es su fecundidad. Comenzó a escribir libros alrededor de diez años antes de morir. Antes que su mano fuera acallada por la muerte, él había escrito muchas novelas de considerable extensión, y muchas de las cuales deben haber implicado una no despreciable cantidad de lecturas. Escribió alrededor de media docena de composiciones históricas por ejemplo, muchas de las cuales han involucrado una buena cantidad de profundos estudios. En efecto, él mismo nos ha develado sus denodados esfuerzos cuando escribió su primera novela de tipo histórico: “¿Con qué autoridad?”. En las “Confesiones de un Converso”, encontramos aquella alusión: “Trabajé durante ocho o diez horas cada día, ya sea escribiendo o leyendo o poniendo notas en cada libro histórico y panfleto que caía en mis manos. Encontré párrafos en revistas, frases sueltas en cierto ensayo. Y con todos ellos trabajé, y reuní el material con que mi libro creció.”
Fue lo mismo con las demás novelas históricas que él escribió más tarde
en su vida. Si alguno puede figurarse que estas novelas son el resultado de la
efervescencia de una imaginación brillante, remítase al prefacio de “¡Ven
potro, ven soga!” (publicado en 1912), y lo encontraremos desilusionado de él
mismo. El escritor afirma que casi la totalidad del libro es un hecho
histórico, y reconoce su deuda con la “pila de veinte o treinta libros” que
estaban en su escritorio cuando lo escribió.
Parece entonces que él fue un escritor esmerado, aunque sus libros nos
dan la idea que la escritura le va muy natural y que los trazos venían
corriendo a toda velocidad, con apenas una pausa para reflexionar.
Muchos lectores de sus libros serán probablemente de la opinión que el
peculiar don de Hugh Benson como escritor, se manifiesta sencillamente de mejor
manera en los trabajos de pura ficción. Cuando por un lado se ve atado a los hechos
históricos, el poder de su imaginación no alcanzaba su plenitud. Él se
deleitaba en el análisis de sus personajes y sus mayores momentos los hemos
visto en las creaciones de su propia imaginación. Por esta razón, si debemos
buscar alguna revelación en sus escritos, a estos libros debemos volcarnos, y
tendremos una buena cantidad de material.
Poseemos la autoridad de Mr. Arthur Benson para declarar que los libros
de su hermano y sus personajes, “son
proyecciones de su propia personalidad. Es él quien está detrás de ellos”, y
relata que Hugh “era como muchas de las cosas que él hizo, como un juego en el
cual él participaba con todas sus fuerzas”. Estoy completamente de acuerdo con
esta afirmación, aunque debo confesar que no comparto su admiración por “La Luz
Invisible”. El cuento no tiene una
genuina continuidad, sino que más bien parece la creación de alguien que va
tanteando alguna cosa, desconociendo exactamente lo que él desea expresar, y en
consecuencia es insatisfactorio. La explicación de esto está dada en “Las
Confesiones de un Converso”: “Desde un punto de vista espiritual, La Luz
Invisible, me desagrada profundamente. La escribí con un estado de ánimo enfervorizado y ahora
reconozco en ella un muy sutil estado de sentimentalismo. Yo estaba luchando
por reafirmarme a mí mismo en las verdades de la religión, adoptando por lo
tanto, un tono positivo y afirmativo que fue en parte insincero”.
Sin embargo, aparte de “La Luz
Invisible”, tenemos más de una docena de trabajos de pura ficción para tratar,
y en estos encontramos constantemente determinados elementos que son
recurrentes, y podemos comprobar con
seguridad que éstos son proyecciones del propio escritor. Una de las cosas que
impresionan por sí mismas al lector es el
llamado elemento místico. Por esto entiende el escritor, la realización de cosas invisibles, y la convicción de que
son éstas las cosas que realmente importan, y que la unión con Dios a través de
la oración es el verdadero trabajo de la vida terrenal. Él había encontrado en
la enseñanza de la Iglesia Católica la solución a sus dificultades, y en la
enseñanza de sus grandes místicos la explicación de los misterios de la oración
– este maravilloso poder que puede destrabar, por así decirlo, las mismas
puertas del Cielo, e influenciar los
destinos terrenales de una manera insospechada por la mayoría de los hombres.
Como tan bien lo expresa Tennyson:
“Muchas cosas son forjadas por la
oración,Más que las que el mundo imagina.
Y por eso vuestra voz se levanta,
Como una fuente para mí día y noche.
Porque los hombres son mejores que las
ovejas y que las cabras,
Que alimentan una vida ciega sin
cerebro,
Si, conociendo a Dios, ellos no
levantan las manos para orar.
¿Quién puede tanto para ellos como para
sí mismos llamarle amigo?
Porque toda la redondez de la tierra,
en todos los sentidos
Está limitada por las doradas cadenas alrededor de los pies de Dios.”
Está limitada por las doradas cadenas alrededor de los pies de Dios.”
(Morte d’Arthur)
Luego, como era de esperar, la admiración de Hugh Benson por los
miembros de las órdenes contemplativas es ilimitada. Porque ellos extraen desde
el origen el manantial de poder, y su influencia se difunde a lo largo y a lo
ancho. Por contemplativos no significa para él sólo aquellos que se retiran del
mundo y dedican su vida a la oración, sino también a aquellos que, mientras
están en el mundo, han pasado a través de los más básicos niveles de oración y
han alcanzado la oración contemplativa. Como ejemplo tenemos los místicos,
significando con esa palabra, aquellos que a través de la oración han llegado a
cierta comprensión de lo concerniente a lo invisible – esta comprensión
consciente que viene al alma que ha alcanzado el estado de contemplación.
Tal como lo hemos establecido desde el comienzo de este impreso, hay
algunos que sostienen que este estado del alma está al alcance de todos. La
gracia de la contemplación, de acuerdo a esta mirada, no es algo reservado a
ciertas almas privilegiadas, y denegada a otras, no importa cuánto puedan
esforzarse tras esto; pues ningún alma puede alcanzar este estado sin la gracia
de Dios. Pues esta gracia no está negada a aquellos que son lo suficientemente
generosas en el camino de la auto renuncia. El hecho que los contemplativos en
el mundo son escasos es porque son comparativamente pocos los suficientemente
generosos en sus esfuerzos tras la perfección. Mas, cuando el alma ha alcanzado
este estado de oración y consigue la contemplación, entonces ha logrado un
estado de desprendimiento de las cosas de la tierra, y una unión con Dios que
le otorga un poder maravilloso, esto es, un recurso de incansable actividad.
Estas actividades pueden manifestarse a sí mismas en una vida de oración, si el
alma tiene la vocación; o bien, pueden manifestarse a sí mismas en un trabajo
exterior activo y con una incansable energía para llevar a cabo las obras de
Dios en cualquiera que sea el estado de la vida contemplativa. Imaginar que un
místico es una persona soñadora que no tiene una relación con este mundo, pero
que está siempre encerrado en éxtasis, es dar una mala impresión del verdadero
misticismo y otorgarle una reputación que no merece. Lo cierto es que el
verdadero místico es un trabajador muy activo y la fuente de su actividad está fundada
en la oración. Sería muy fácil dar adelantados ejemplos de la maravillosa
capacidad de trabajo que poseen estos hombres y mujeres que han alcanzado el
más elevado grado de oración.
Este parece haber sido el caso de
Hugh Benson. Casi no existe un libro suyo donde no toque el tema de la oración,
y en algunos encontramos intentos de describir con palabras la experiencia real de contemplación – de
hecho, casi podríamos decir que la oración y su influencia es el motivo
subyacente de sus libros. Podemos rastrearlo desde que escribió su primer gran libro hasta el
último. “La luz Invisible” fue escrita antes de convertirse en Católico, pero
una de las historias contiene “En la capilla del convento”, donde aborda esta
materia y enfatiza la actividad de la vida de oración, mientras que en su último gran libro,
“Soledad”, que no fue publicado sino hasta después de su muerte, la heroína,
después de decepciones mundanas, encontró en la oración frente al Tabernáculo
que “las lejos de ser una mera vacuidad, todo lo demás a su lado parece estar
vacío”.
Uno de sus libros “Richard Raynal”, está dedicado enteramente a la
historia de un ermitaño. A través del libro – que es deliberadamente arcaico en
su estilo, aunque no es característico del autor – uno no puede dejar de pensar
que el hombre que lo escribió tiene que haber tenido alguna experiencia con la
oración contemplativa, o que de todas formas tuvo que haber estado
extraordinariamente interesado en esta materia. Esta impresión se profundiza
más cuando uno lee los otros libros del autor. Aun cuando el autor está
profesamente escribiendo novelas, hay muchos pasajes en relación a la oración,
y en más de uno hay un intento de
describir experiencias de contemplación. Tomemos, por ejemplo, el siguiente
párrafo del Señor del Mundo:
“Él comenzó, como tenía por costumbre en sus oraciones
mentales, por un acto de abstracción del mundo de los sentidos. Bajo la imagen
de quien se sepulta bajo la superficie, se obligó a descender a lo más íntimo,
hasta que el murmullo del órgano, el ruido de los pasos, la rigidez del
respaldo en que tenía apoyadas las muñecas parecieron quedar aparte, lejos, y quedó reducido a la condición de
persona, de individuo provisto de un corazón palpitante, simple intelecto que le
sugería una imagen tras otra, emociones demasiado lánguidas para agitarse. Hizo
entonces un segundo descenso, renunció a cuanto poseía, a cuanto era, y tomó
plena conciencia de que incluso el cuerpo quedaba atrás, de que su corazón y su
mente, sobrecogidos en la Presencia en que se hallaban, se aferraban en lo más
íntimo y con total obediencia a la voluntad que de ambos se había enseñoreado,
al tiempo que los protegía. Respiró hondo una vez más al sentir la Presencia
que surgía a su alrededor. Repitió mecánicamente unas cuantas palabras y se dejó
hundir en la paz que sigue a la renuncia de todo pensamiento.
Así
permaneció un rato. A los lejos, y en lo más alto resonaba el éxtasis de la
música, el clarín de las trompetas, las límpidas notas de las flautas, si bien
eran tan insignificantes como los meros ruidos de la calle para quien va
quedándose dormido. Había traspasado el velo de las cosas y se encontraba más
allá de las barreras que imponen el sentido y la reflexión, en ese lugar
secreto cuyo camino de acceso había aprendido con esfuerzo constante. Se
hallaba en esa extraña región en la que las realidades son evidentes, en donde
las percepciones van de acá para allá con la velocidad de la luz, en donde las
oscilaciones de la voluntad captan ora un acto, ora otro, y lo moldean y lo aceleran;
el lugar en el que todas las cosas tienen punto de encuentro, en donde se
conoce la verdad, se moldea y se paladea, en donde el Dios Inmanente es uno y
el mismo que el Dios Trascendente, en donde el significado del mundo interior
se manifiesta en toda su evidencia por medio de su interior, y la Iglesia y sus
misterios se contemplan a medio de una aureola de gloria”.
He transcrito este largo pasaje porque
pienso que esto es una característica
del escritor. Pareciera que el hombre que escribió este pasaje, debe haber
tenido alguna experiencia que él está intentando describir. Y esta opinión está
confirmada por otros pasajes en los trabajos del autor. Los procesos de la vida
espiritual son realidades evidentes para él. Presenciamos cómo en más de uno de
sus libros nos encontramos con un cierto tipo de hombre: aquel que ha pasado a
través de diferentes estados de la vida espiritual y ha alcanzado aparentemente
la vida “unitiva”. El autor evidentemente mira a éstos como tipos ideales (los
llama “místicos”, ver “Los Convencionalistas”), armados para ser guías y
consejeros de otros, ya sea que ellos han hecho de la contemplación el gran
objetivo de sus vidas, o ya sea que ellos vivan en el mundo. Ellos son
justamente Mr. Rolls en “Los Sentimentalistas”, Christopher Dell en “Los
Convencionalistas”, y Mr. Morpeth en “Iniciación” – hombres que han sido
purificados por las pruebas y han encontrado en la oración el secreto de la paz
del alma. Nuevamente en “Alba triunfante”, donde trata de representar al mundo
desde el punto de vista del futuro bajo la suposición de un poderoso crecimiento de la Iglesia
Católica, el escritor describe a Irlanda como el gran monasterio contemplativo
de Europa, y al mismo tiempo, como el gran hospital mental. El contemplativo
viene a ser un psicólogo competente para tratar todos los casos de depresión y
colapso mental porque tiene la capacidad de impartir a los otros en un grado exacto, la paz que él
mismo ha alcanzado.
Otros ejemplos como éste podrían ser citados
en los que Hugh Benson habla de la oración y de su influencia. Existe una
historia en la mitología clásica que relata la historia de un hombre que
descifró por sí mismo el laberinto a través de un hilo de oro. Hugh Benson
encontró en la oración la llave para abrir los misterios del mundo de Dios, y
que luce como un hilo de oro corriendo a través de sus diferentes trabajos y
enlazándolos a ambos. Él siempre trata de expresar en términos corrientes lo
intrincado de la vida espiritual, en sus tres amplias divisiones: de la purgativa,
de la iluminativa y de la vía unitiva, y escoge como sujetos de estas
experiencias, no como bien podría esperarse, a un miembro de una orden
contemplativa, sino al hombre que está ahí, a la vera del camino ( “Otros
dioses no”, parte 2, capítulo 6), como para mostrar que en su opinión estas
experiencias están al alcance de todos quienes son lo suficientemente generosos,
y que responden con fidelidad a la
gracia. Aquellos que están interesados podrán leer el mejor tratamiento
devocional sobre el mismo tema en “La Amistad de Cristo”.
He oído decir, no sé con qué
autoridad, que Hugh Benson se sentía fuertemente atraído hacia los cartujos, y
que hubiera cambiado de buen grado la sotana y la vida activa por el hábito
cartujo y la vida de contemplación. Puede ser verdad, pero existen muchos
hombres a los cuales les atrae la vida cartuja y quienes, sin embargo, no
necesariamente tienen vocación. Existe, por ejemplo, la bien conocida instancia
de Santo Tomás Moro, y cualquier monasterio cartujo puede contar historias
acerca de aquellos que llegan, pero que no se quedan; tal como lo observó un
escritor cartujo: “Existen vocaciones que provienen de Dios, y otras que
provienen de la imaginación” (“La Gran Cartuja”, por un cartujo). Sea como
fuere, Hugh Benson ni siquiera intentó su vocación, y uno no puede dejar de
pensar que su peculiar talento se despliega sí mismo de la mejor manera en la
vida activa. Ahora bien, que él tenía inclinación hacia la vida contemplativa
es evidente a partir de sus escritos.
Estaba apasionadamente convencido de
la verdad que reclama la Iglesia Católica, y bajo su influencia su fino talento
fue desarrollado tal como el sol expande los pétalos de una flor y expone su
belleza a la vista. Antes de convertirse en católico él nunca hubo mostrado ser
una gran promesa, y aunque fue recibido en la Iglesia cuando tenía sobre los
treinta, él sólo había hecho una incursión dentro de los dominios de la
literatura. Su libro “La Luz Invisible”, escrito cuando era anglicano, tiene mérito
desde el punto de vista literario, pero los cuentos no logran atrapar al lector
como en sus trabajos posteriores. Esto puede ser particularmente notorio si uno
lo compara con el “Espejo de Shalott”, que son cuentos del mismo estilo, pero
que se manejan con mayor certeza y fuerza. En efecto, la Iglesia Católica
parece haber satisfecho completamente sus aspiraciones y descubrió en ella el
ideal que él había estado buscando. A la luz de sus enseñanzas derramadas a lo
largo de su vida, su poder adormecido despertó, y fue capaz de expresarse en el
modo que hasta anteriormente nunca había sido posible. La aceptación
incondicional de sus afirmaciones generó en él – para usar una expresión suya –
una cierta devoción fija que vino a conducir sus fuerzas en esta vida. Fue la
apasionada convicción de que ella es la
Maestra Divina marcada de humanidad; de
que ella es la verdadera guía en la unión del alma con Dios, y de que en ella, en la enseñanza de sus santos y
místicos, está contenido el secreto de aquellas misteriosas experiencias del
alma en oración, lo que produjo en él la “devoción fija” que lo urgía a darse a
sí mismo completamente al servicio de la Iglesia, con tal concentración de energía, que su sobrecargada
constitución cedió a la presión, y murió cuando él había vivido un poco más que
la mitad de lo que sería una vida de un hombre normal.
Aquellos que tuvieron el privilegio de
conocerlo personalmente hablan de cierto encanto en sus modales y en la
conversación, y de una atractiva simplicidad. Podía hablar acerca de sus
propios quehaceres con una completa ausencia de afectación, y siempre dispuesto
a escuchar las críticas a sus escritos. Seguramente esto es signo de una
verdadera humildad. A raíz de esto
conviene recordar que él fue un predicador con una reputación brillante; un
escritor cuyos libros tienen una inmensa circulación; y fue muy solicitado como
director espiritual. Pero ninguna de estas cosas minimiza su simplicidad. Antes
bien, tenemos el testimonio de su hermano (“Hugh, recuerdos de un hermano”)
para constatar que esta modestia parecía ir creciendo con los años.
Aquellos que han oído predicar a Hugh
Benson no olvidarán fácilmente la impresión. El rostro infantil, con una mata
de pelo desordenado, la figura delgada y la compostura un tanto torpe, no
auguraba mucho, pero cuando se había apasionado por su labor, tenía a sus
escuchas embelesados. Y esto también a pesar de sus defectos en el modo de
hablar, porque no tenía una buena voz y a veces sonaba tenso hasta el extremo. Apenas
hacía uso de gestos, y tal como los usaba, bien podía haberlos dispensado, pues
a medida que uno escuchaba el torrente de elocuencia y veía la delgada figura
balanceándose de acá para allá con una energía apasionada, uno olvidaba todos
los defectos de articulación y pronunciación, y se sentía arrebatado por la
intensa convicción del predicador. Supongo que esto fue el secreto de su éxito
como predicador: su inmensa sinceridad. Aquí existió un hombre que, a pesar de
su cierto y obvio defecto de oratoria, dijo lo que dijo con tal fuego de
convicción apasionada, y con tal energía concentrada en su propósito, que uno
no podía dejar de escuchar sus ardientes palabras. Por tanto, donde quiera que
él fuera, su éxito como predicador fue notable, y se dice que algunas veces
estaba comprometido hasta con dos años de anticipación. De sus facultades como
director espiritual no puedo referirme por falta de material. Ha aparecido un
libro (“Cartas de Monseñor Robert Hugh Benson a uno de sus conversos”) después
de su muerte, relativo a este asunto, pero no es suficientemente comprensivo
para permitirle a uno formar una estimación. Sin embargo, transmite la
impresión que él mismo tuvo parte de razón cuando le dijo a su hermano: “Yo no
soy un hombre para apuntalar, puedo encender a veces, pero no apoyar” (“Hugh,
recuerdos de un hermano”). Sus dones residen en otra dirección, y aunque no
dudaba de su capacidad como director espiritual, en todo caso a quienes él
comprendió en su naturaleza, a pesar de su impulsividad, doblegada por la
gracia, debió haber sido algo que se oponía a la calma y a la madurez del
juicio, y a la sazón de la experiencia
exigida por quien ha de ser conspicuo como guía para las almas.
Parece ser entonces que una de las
lecciones de la vida de Hugh Benson es el valor de la oración. El mundo
espiritual es un gran mundo de realidades, y es mediante la oración que el alma
entra en contacto con estas realidades. La medida de la unión del alma con Dios
en la oración, es la medida de toda la devoción de corazón del alma al servicio
de Dios, y en la Iglesia Católica encontró el ideal que él había estado
buscando. Aquí estaba la Esposa de Cristo, el Cuerpo Místico de Cristo dentro
del cual él había sido incorporado, y en la cual compartió la vida. Su ser comenzó
a ser permeado por su espíritu, y su pulso latía con energía sobrenatural. En
ella él encontró una guía segura en el camino de la oración – a una con la
experiencia de diecinueve siglos - que podía guiar a su alma hacia una unión
más cercana con Dios Todopoderoso, y a ayudarlo a interpretar rectamente las
dificultades de la vida. Por esto fue que él realizó este trabajo tan
intensamente, con tal concentrada energía. Hizo tanto trabajo en tan
sorprendente poco tiempo.
En reconocimiento a sus servicios a la
causa de la Iglesia, el Santo Padre Pio X en 1911 lo hizo uno de sus capellanes
privados, lo que trae consigo el título de Monseñor, y bajo este título fue que
Monseñor Benson fue conocido en el mundo. Pero la dignidad eclesial no puede
hacer la reputación que por sus propias excelentes cualidades ha ganado. No fue
porque él pudo anteponer “Monseñor” a su nombre que se hizo tan conocido y
ejerció de manera amplia su influencia, sino porque él fue Hugh Benson,
sacerdote de la Iglesia Católica, que utilizó para tan buen propósito los
brillantes dones con los cuales Dios lo hubo dotado.
Conclusión:
Y ahora, esta bien conocida figura ha
fallecido, y no la veremos más. Pero ha dejado un amable recuerdo tras él, y
una influencia de gran alcance como un ejemplo estimulante. No podemos emular
su trabajo, porque no tenemos sus dones, pero podemos hacer todo lo mejor
posible para imitarlo y cultivar lo mejor que podamos los dones que Dios nos ha
dado.
Hugh Benson fue uno de aquellos a los
cuales les fueron encomendados cinco talentos y que “ha obtenido otros cinco”.
Cultivó los buenos dones que Dios le entregó y los consagró enteramente a Su
servicio. Intrépido en sus convicciones, abrazó la religión católica tan pronto
como él se mostró satisfecho en cuanto a las afirmaciones de la Iglesia
Católica. Y aunque los miembros de su familia fueron muy comprensivos en su
trato hacia él, se necesita de no poco coraje para que el hijo de un arzobispo
anglicano adjure de la fe de su padre. Pero el sacrificio fue compensado con
una apasionada convicción que agrupó a todas sus facultades para ser usadas al
servicio de la Iglesia, con una devoción de todo corazón que no ha sido a
menudo superada.
No fue hace muchos años que él se
convirtió en Católico, fue a Roma, fue ordenado sacerdote y volvió a Inglaterra.
Ahora él se ha ido para siempre, sin embargo este corto lapso de vida fue
coronado con una maravillosa actividad. Mientras estaba entre nosotros, apenas
podíamos encontrar un periódico católico que no tuviera una señal de su
atareada vida. Estaba predicando aquí, o dando una charla allá, o dictando un
retiro, o presente en algún oficio religioso, o en alguna reunión social.
Entonces, de tiempo en tiempo, con algunos sorprendentes intervalos, alguno que
otro libro aparecía. Un tributo silencioso a su incansable pluma. “¿Cómo pudo él hacer todo esto? ¿Cómo pudo
encontrar el tiempo?” Tales eran las preguntas que nos hacíamos, ya que nos
confrontábamos a sus desconcertantes actividades. Ahora que él está muerto,
sabemos que este fue el costo de su tremenda actividad. Él vivió, para usar
nuestras propias palabras, “al límite de sus capacidades”. Cualquiera que
alguna vez intentara hacerlo, entenderá bien qué clase de heroísmo involucra
esta vida. Tuvo dones asombrosos y él determinó que éstos no debían ser
desperdiciados, sino que debían ser cultivados y completamente consagrados a la
Gloria de su Señor. Por lo tanto, él no se guardó a sí mismo, y dio lo mejor al
servicio de la Iglesia, trabajando hasta que la pluma se le cayó de sus
cansados dedos, y su inagotable energía fue acallada por la muerte.
Se alejó en medio de nosotros, dejando
atrás el registro de grandes logros. Como un cometa, él brilló a través de
cielo; como un cometa él ardió a causa de su propia rápida velocidad, dejando
tras de sí un rastro de luz. Nos ha dejado el recuerdo de un enérgico
predicador, de un brillante escritor, y de un hábil polemista. Pero por sobre
todo nos gusta pensar en él como sacerdote y para el cual el sacerdocio lo significaba todo. Estaba determinado a
caminar tan cerca como pudiera sobre las huellas de su Maestro. Él ejecutó
intensamente la parte que desempeña el sufrimiento en un mundo que ha sido destruido
por el pecado. El libro mediante el cual él se expresa a sí mismo sobre este
tema es “Iniciación”, que en opinión de algunos, es el mejor libro que
escribió. Una de las razones de su ilimitada admiración por los miembros de las
órdenes contemplativas está fundada en el hecho de que ellos expían por los
pecados. “Porque ellos son los príncipes del mundo. Ellos son el modelo de
Crucificado. Tanto tiempo como exista el pecado en el mundo, tanto tiempo debe
haber penitencia. En el instante en que el cristianismo fue aceptado, la cruz
se levantó una vez más dominante…Y entonces la gente entendió. Porque ellos son
los Santos del Universo – más alto que los ángeles, porque ellos sufren” (“Alba
Triunfante”).
Dejemos que aquellos que quieran conocer algo sobre la vida interior
recurran a su libro “La Amistad de Cristo”, donde encontrarán una iluminada
descripción sobre las diferentes fases de la vida espiritual. Ellos aprenderán
cómo la amistad de Cristo es el secreto de los santos; cómo este proceso de
amistad se desarrolla en la triple etapa de la purgativa, de la iluminativa y de
la unión; y cómo “las más sagradas experiencias de vida son estériles a no ser
que Su amistad las santifique” (“La Amistad de Cristo”). Ellos se darán cuenta
mejor que “la Iglesia es el Cuerpo en el que Cristo mora y actúa; que el Santísimo
Sacramento es Él, con la misma naturaleza humana con la que vivió en la tierra
y ahora triunfa en el cielo; que la santidad de los santos en Su propia
santidad; que las palabras y los actos del sacerdote son las palabras y los
actos del Sacerdote Eterno, y que la suprema queja de los pecadores resuena en
la persona de Cristo ultrajado y crucificado o despreciado con ellos”. Ellos
aprenderán también que Cristo en el Tabernáculo significa para él la presencia
viva del Amigo, y esta es la lección que cada católico debe esforzarse por
atesorar en su corazón. Vamos a despedirle, entonces, frente al Tabernáculo, en
la Presencia de su Amigo y del nuestro. Y cierro todo este imperfecto bosquejo
con un verso de uno de sus poemas:
“No, pero con fe yo busqué a mi Señor
la última noche,
Y lo encontré brillando donde la
lámpara estaba en penumbras
El sombrío altar brillaba en lo alto,
Un trono para Él:
Como visto a través de una red de
trabajo, su gracioso Rostro
Mirando frente a mí, y llenando la oscuridad
con la gracia”
Sin duda,un fantastico alegato a favor de la oracion.Si esto llegara a manos de buenos sacerdotes,creo que es para una meditacion en un retiro espiritual.No deja espacio mas que para ponerse a rezar ni bien terminado de leer.
ResponderEliminarEspero que hayas empezado bien el año junto a tu lindisima familia.
Siempre fiel a tu blog, mi saludo y mis oraciones.
criollo y andaluz
Querido Marcos: espero que la extensión del texto y mi traducción - que estoy segura no es de las mejores - no haya sido inconveniente. Me parece que si rezáramos más al nivel de llegar a una relación de plena amistad con Cristo, como la tuvo Benson, seríamos mejores católicos, y qué decir los curas. El punto es, al menos para mí, cómo llego a ese grado de cercanía en la oración con Dios.
EliminarMuchas gracias por tus palabras y por tus saludos, un gran abrazo para ti y tu familia,
Beatrice