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miércoles, 24 de abril de 2019

La mediocridad en las universidades


Cristián Villanueva Egaña

Hemos estado viendo, con asombro y perplejidad,  cómo los estudiantes de arquitectura de una de las universidades más importantes de Chile han protestado porque se sienten presionados por la carga académica, lo que ha influido en su salud mental.

Sobre los alumnos solo decir un par de cosas.  Me parece increíble que estando recién en abril ya estén sobrestresados, siendo que lo que se estudia y exige es lo mismo que viene haciéndose desde siempre, y además, tienen la ventaja, que nosotros los cincuentones y cuarentones no tuvimos, de contar con toda la tecnología a su disposición lo que facilita enormemente el trabajo de investigación y los proyectos.

Pero no es solo es en esta carrera donde los alumnos sienten que casi se les revienta la cabeza. Estoy segura que en muchas otras carreras pasa lo mismo y creo que hay que analizar con detalle las causas que los llevan a estresarse a un punto tal que hasta piensan terminar con su vida. Las razones son muchas y abarcan todos los ámbitos de la vida: problemas de pésima o nula formación en el colegio tanto en ciencias como en letras, nos encontramos con alumnos enflaquecidos intelectualmente hablando ignorantes hasta de lo mas básico de la cultura general; mala constitución familiar con muchas carencias afectivas;  enviciados con el sexo, con las drogas y con el "carrete" (fiesta o panorama de diversión) del fin de semana que parte el jueves;  poca tolerancia a la frustración;  mal manejo de las emociones, falta de autodisciplina y del manejo del tiempo;  poco espíritu de trabajo y de perseverancia y, en fin, un largo y casi infinito etc, etc. No voy a a entrar a analizar cada una de estas causas porque sería eterno.  En resumen, pareciera que esta generación, que cree saber más que todos nosotros los viejos porque saben más de tecnología y de sus aparatitos inteligentes, quiere todo ahora, ya, rápido y fácil, hic et nunc. No se dónde estos pobres jóvenes tienen su cabeza, ni qué esperan de la vida. Con honrosas excepciones, hay muchos jóvenes que no tienen idea de porqué viven ni qué quieren hacer con sus vidas. Andan como perdidos, sin proyección, y se lanzan buscar algo a qué aferrarse. Es ahí donde se encuentra el caldo de cultivo para que lleguen los heraldos de las más pérfidas ideas a entregarles algo por qué luchar y que les de una razón para el combate.

Ahora bien, todo esto que he señalado arriba no es en su totalidad culpa de los alumnos. Es culpa del sistema educativo, y el universitario, en especial, que ha transformado a las universidades en empresas mercantiles. A muchos profesores universitarios en Chile les importa un pepino sus alumnos. No sé si les interesa sacar lo mejor de su alumnos, que es un acto de caridad por lo demás. No motivan, no prenden la chispa de la admiración. ¿Donde están los maestros que despiertan en sus alumnos la admiración y el deseo de aprender? Los profesores, como llevan años enseñando lo mismo, repitiendo hasta los mismos chistes, no logran prender en sus alumnos la curiosidad y el deseo de saber más, de investigar, de llegar a certezas...porque para la mayoría de los profesores universitarios ya no hay certezas ni verdades que se puedan efectivamente encontrar y eso es lo que lamentablemente transmiten a sus alumnos. 

 "Los buenos maestros, me apresuro a decirlo, más allá de sus técnicas, inflaman el espíritu de sus estudiantes cuando el  fuego virtual de los textos golpea la actualidad a través de la chispa de su propia voluntad e ingenio
                                                                John Senior, La Restauración de la Cultura Cristiana.                                                                                                 Editorial Vórtice, pág.173.

Abunda la mediocridad no solo entre los alumnos, sino que también entre los mismos profesores. Recuerdo cuando antes un doctorado era una cosa que tenía peso propio y no cualquiera podía llegar a obtenerlo. Es cierto que existen más facilidades y ya no es necesario viajar a Europa o a U.S.A para sacar un doctorado porque  en las universidades locales también se pueden obtener estos grados, pero no es menos cierto que el nivel de exigencia en comparación con el de antes no es el mismo. Al ser más masivo no se puede ser tan riguroso y puntilloso con los alumnos, sumando a que ya desde pregrado las universidades comienzan a ofrecer alargar las carreras en dos años o más, con las maestrías y doctorados, motivados por el hecho de que es un muy buen negocio mantener a los alumnos casi diez años estudiando.  Tal como lo decíamos antes, la universidad ahora más bien parece una empresa que se dedica a fabricar profesionales mal preparados que, al llegar al mundo laboral, no saben hacer su trabajo, no saben cómo enfrentar los desafíos de la realidad y han de aprender, a la fuerza, haciendo aquello que la universidad nunca les entregó. 

"Todo aquello que tiene un comienzo y un medio tiende hacia un fin determinado. La palabra curriculum viene del latín y significa "correr una carrera", y una carrera tiene sentido solamente si tiene una línea de llegada. La educación actual simplemente no tiene línea de llegada. Las universidades son una colección de estudios que posibilitan la obtención de varios certificados - en historia, literatura, ingeniería, medicina o cualquier otra cosa -, pero no hay ninguna causa final para la institución en su conjunto, no hay un principio de integración, no hay una "idea" de universidad, según el sentido que le dio Newman; no hay una definición de hombre educado, lo que el propio Newman llamaba un "caballero", en oposición al mero académico, crítico, científico o técnico. Como la nación misma, las universidades se han propagado siguiendo las demandas del mercado, empujadas por grupos ideológicos de presión y limitadas por la inercia. Ya no tienen definición."  
                                                         John Senior, La Restauración de la Cultura Cristiana.                                                                                                 Editorial Vórtice, pág. 164

                                                  
En fin, es un tema largo y complicado al que no le veo una solución así como están las cosas. Y por qué digo esto, porque la imbecilidad ha llegado al punto máximo, y los que debieran parar a los imbéciles no lo hacen por miedo a ser políticamente incorrectos. Para muestra un botón. En una universidad privada de muy buena fama el profesor de una cátedra a los de primer año les pasa un listado con una serie de textos, desde la filosofía antigua hasta la contemporánea, para que hagan de cada uno de ellos un ensayo con un resumen del libro y la opinión que tienen de lo leído. Los alumnos reclaman que no quieren leer ni a Sócrates, ni a Platón y a Aristoteles, ni a Santo Tomás. La razón, sus filosofías son machistas y sexistas porque hablan solo del hombre y nunca nombran a las mujeres más que para decir que son inferiores....sin comentarios. 

                                          Resultado de imagen para la restauración de la cultura cristiana

 Quiero terminar este artículo con una nueva cita de John Senior a propósito de este mismo tema de la universidad,  y les paso el aviso:  este libro es lectura obligatoria. He gozado leyendo este libro, he vuelto a leer una y otra vez sus párrafos pensando en que seria un milagro llevar a la acción lo que Senior propone. Al menos en Chile sería un milagro, nuestra idiosincrasia de pueblo envidioso del que quiere hacer algo bueno para el bien de todos lo hace casi imposible. Senior  escribe en términos sencillos verdades que nos parecen obvias, tan obvias que se nos han pasado por alto y nos hemos olvidado de ellas. Puede comprarse aquí:

          "Tal como dicen los escoceses: "El pescado se pudre comenzando por la cabeza". La actual crisis de liderazgo es una catástrofe nacional. Estamos sufriendo bajo el reinado de los ignorantes y sometidos a una burocracia imbécil pero astuta en su mediocridad, cuya mayor preocupación es la de preparar su propio crecimiento, lo cual facilita dejar de lado a aquellos a quienes les interesa el trabajo que hacen, los que se quedan noches enteras pensando los misterios de la física y del corazón, y días enteros peleando con las incansables y reacias mentes de los jóvenes.

       Pero los profesores no tienen derecho a quejarse. Los profesores de las universidades traicionaron su compromiso, que era el de transmitir a las nuevas generaciones el gran depósito del bien, de la belleza y de la verdad, conocidos como occidental, o más apropiadamente, como civilización cristiana. La "traición de los intelectuales" ha sido un asunto lamentable, triste y sórdido.

      Los padres que confiaron sus hijos en buena fe a las universidades encontraron que habían sido vendidos por astutos feriantes en el mercado de esclavos del siglo XX: marxismo, psicología conductista, drogas, pornografía, perversión sexual. No es asombroso que padres y ciudadanos estafados hayan buscado otra cosa. Si esa es la educación liberal, dijeron, es mejor tener escuelas de negocios o escuelas técnicas que nos provean de administradores serios que eviten la raíz del mal que es ¡el pensamiento!

        Fue un grave error. Se le hizo el juego al enemigo que reía en un costado. La misión de la universidad no es mantenerse alejada de los problemas. El error es, efectivamente, un problema. Pero también lo es la verdad. Lo que necesitamos son decanos buenos y fuertes, rectores y profesores que hayan sido formados ellos mismos en la educación liberal, que tengan la valentía de volver atrás y comenzar de nuevo según el modo correcto y el único y principal fundamento.

      La universidad, como los negocios y la nación, necesitan desesperadamente de líderes y seguidores con conocimiento, que amen verdaderamente la verdad, que sean caballeros y bien educados, y que sean combativos porque es necesario tener corazón de soldados para remontar la corriente de cobardía y debilidad que se esconde detrás de las cifras, pues en la actualidad es el número de páginas publicadas en revistas científicas, sin tener en cuenta su calidad, el que decide los cargos en las cátedras, las becas y los años sabáticos. Al mismo tiempo, los buenos profesores son alabados condescendientemente y recompensados con premios simbólicos que ni siquiera son tenidos en cuenta en las evaluaciones. Cualquiera sea la universidad, los mejores profesores suelen estar en lo más bajo de la escala, mientras que los peores brillan en las cátedras mas prestigiosas.

    ¿Es posible una reforma de esta de esta situación? Sí. Cuando alguien tome la tarea de reconstruirla sobre los buenos fundamentos, entonces las escuelas y las universidades se levantarán de sus ruinas. Lo que es verdadero, es verdadero semper et ubique idem (siempre y en todo lugar). Tenemos el gobierno y la educación que merecemos, y tendremos líderes verdaderos cuando realmente los deseemos; lo que implica que, como nación y como vecindades en el ámbito local, y en los hogares, tengamos en vista un objetivo. No se pueden reformar los medios sin antes conocer el fin y éste es, en el fondo, una cuestión religiosa. Si la nación, comenzando por sus pequeñas poblaciones, sus hogares y sus corazones, no retorna a sus orígenes y fines cristianos, se desintegrará. Para liderar cualquier ámbito de la vida debemos tener santos, que son hombres y mujeres ordinarios que llevan hasta el heroísmo sus virtudes por amor a Dios. Y los encontraremos cuando queramos encontrarlos. Algunos de ellos estarán leyendo estas líneas, y se preguntarán si hay aún santos, como Santa Cecilia y San Francisco, que se desconocían como santos, con su gran vocación escondida en sus propios corazones como el oro en las rocas. La restauración nunca comienza en las cimas que se desmoronan, sino que siempre comienza en las profundidades oscuras de los corazones simples. No nace en los rugidos de los huracanes sino en el soplo de la brisa ligera."
                                                   John Senior, La Restauración de la Cultura Cristiana.                                                                                                 Editorial Vórtice, pág. 179-181


                                                                              


lunes, 15 de abril de 2019

La Semana Santa, por Mgr. R.H. Benson, en Los papeles de un paria

                                                                                                                                                                                                                                                                                          Imagen relacionada                                          

        Es muy difícil escribir sobre la misa del Jueves Santo, del Sepulcro, y del sacrificio incruento del Viernes Santo. Pues en lugar de haber una profunda emoción, hay miles, y es imposible seguirlas. Fueron como trazos sobre una jubilosa arpa y un incoherente murmullo que puede tener cientos de significados. ¿Es una sombría melancolía, o son suaves medias notas, o un agudo éxtasis donde recae el secreto?

           Primero, entonces, la misa del Jueves Santo. El altar está iluminado con luces, oro y flores, y desde un costado de la capilla viene el resplandor desde la expectante tumba. Hay tres sacerdotes, vistosos y brillantes, y la misa comienza como es usual apaciblemente espléndida. En la entonación del Gloria hay un evento para mí  inesperado que inunda toda el alma con tal pasión que puede levantar tanto tormenta como felicidad. Porque cuando finaliza la voz del sacerdote hay un acorde estridente desde el gran órgano y un tumulto de campanas, y es como si el cielo se hubiera partido, y un loco disturbio se vierte uno tras otro. El coro se funde, cambia,  encera el volumen. El aire está lleno con el vibrato del bajo, con el bramido del viento de la torre, y el estridente sonido argento de las campanitas reunidas en el altar de la iglesia para saludar a la recién nacida Eucaristía. Incesantemente el corazón  se torna y vibra, y el cerebro está exaltado con la música. Los tres sacerdotes se signan a sí mismos con la Cruz, y hay silencio.

          
Cuando la misa termina, cantando sin acompañamiento con una especie de tranquila alegría, se forma una procesión y el Cuerpo del Señor es transportado en procesión, durante el Pange Lingua, hacia el sepulcro que lo espera y donde yacerá por un día y por una noche. Las paredes están decoradas con flores y los candeleros con velas permanecen a cada lado. Ahí queda incensado reposando con solemne alegría.


          Pero todo el asunto no es lo que parece. Tiene un aire de dolor debajo de la belleza, como el inevitable perfume de la muerte que surge de un ataúd repleto de flores y rodeado de luces. ¡Oh sí! Las vestiduras son blancas y doradas, el órgano repica, las velas flamean, pero no es bueno. Es desesperadamente difícil mantener arriba la exultación. La mente consiente, como siempre, al instinto litúrgico se regocija con la inauguración de la cena-matrimonial del Cordero, pero el corazón recuerda que la Carne y el Vino sobre la tabla solamente ha sido posible a través de la muerte del Cordero  a quien nosotros amamos.  “Comed y bebed” – clama La Sabiduría – “mirad el vino que yo he mezclado y el pan que partí para vos. Levanten sus corazones y canten”. Pero, aunque nosotros la observamos, sus ojos están llenos de un dolor secreto y sobre sus labios una palidez dolorosa.


         De hecho es así la Última Cena de la cual nos hablan los Evangelios. “Ahora el Hijo del Hombre es glorificado” – exclama Jesús, con sus ojos brillosos y con el Corazón roto, “y Dios es glorificado con Él…” “Y cantando los himnos, salieron camino del Monte de los Olivos”.  Salieron cantando y orando, disimulando desesperadamente que todo estaba bien. Ellos miraron hacia la Vid de Oro en la gloria de una luna pascual…y luego siguió la agonía y el sudor de sangre.


        Volví nuevamente mi mirada a la iglesia esa tarde a la puesta del sol, y supe que yo estaba en lo correcto. La capilla ardiente estaba ante mí. Una avenida de flores blancas y llamas amarillas, pesadas y fragantes y en el medio entronado yace Jesucristo. No como cuando a través de la puerta del tabernáculo brilla con instinto de vida, sino con un aspecto de una muerte terrible. Sus guardias eran dos niños que venían de la escuela cercana, con velos blancos sobre sus cabezas, y mientras me arrodillé y miré, ellos inmediatamente se pararon y extendieron sus brazos en cruz para recordarle a Él mejor. Entonces ellos se mantuvieron de pie minuto tras minuto hasta que los delgados brazos cayeron y temblaron, y nuevamente se levantaron con resolución, intentando explicar con gestos su piedad y su amor. “Venid, pues, a Vuestra Sabiduría” – exclamó Ricardo, el ermitaño hace seis siglos atrás – “enciende mi corazón con amor y compasión, para avivar la chispa de Vuestra Pasión”.


          Aunque Jesús no muere aún, sin embargo para esta Iglesia que vive en la eternidad, que todavía saluda a María como si ella estuviera arrodillada en Nazaret; y que ve el Juicio viniendo al final del día sobre las nubes del cielo, para quien el tiempo es nada – nada más que una línea imaginaria en el globo de la eternidad – mientras ella adora al Cuerpo de Dios en un momento en diez mil lugares diferentes, para esta Iglesia todas las cosas son posibles. Ella sepulta a su Señor el jueves, lo eleva el viernes, lo crucifica diez minutos más tarde, y canta su misa de Pascua mientras Él aún yace en la tumba. Todo es uno para ella: el Calvario, Belén y el Cielo – porque ella “ve a Dios en un punto”


           El Viernes, por tanto, llega el climax, y es tan simple como la muerte de un niño.


           Entonces primero vi a tres sacerdotes en blanco y negro acercarse al altar. Ahí fue la lectura de un libro, la oración de colecta, el canto de la Pasión – un  largo lastimero canto recitado por varias voces. Una serie de súplicas. Por la paz y estabilidad de la Iglesia; la bendición para el Vicario de Cristo; por el obispo de la diócesis; por todos los sacerdotes; por los catecúmenos; por el mundo; por el alivio de los moribundos; por la conversión de los herejes; por los judíos y por los paganos – Por esto se pidió mientras estábamos en el Gólgota. Siguió entonces la adoración de la Cruz.


          ¿Cómo podría describirlo sino diciendo que fue la cosa más simple que haya visto jamás, tan clara y natural como una piscina de agua, aunque amarga como la salmuera? El crucifijo puesto con tierno amor sobre un suave cojín, es acercado a todos quienes están presentes. Yo también subí. Yo, un hereje y un marginado, porque Jesucristo vino a salvar a los pecadores. Me arrodillé ahí, temblando, entre dos niños que parecieron acercarme esta figura herida, limpiando sus pies suavemente después de cada beso. También besé el suave marfil, debajo de los clavos… ¡y Él no me golpeó!


Imagen relacionada
         También observé una cosa: una anciana se acercó de rodillas sobre las piedras gimiendo y murmurando, envuelta en un chal, y lo besó a Él como una madre lo haría, sus pies taladrados, sus rodillas lastimadas, su costado herido… ¡Dios mío qué bello fue! Y todo sucedió mientras replicaban los reproches:


          “¡Oh Pueblo mío! ¿Qué te he hecho? ¿En qué te he contristado? ¡Dímelo! ¡Dímelo! Yo te saqué de Egipto y tú has preparado una cruz a tu salvador.”


          Siguió luego un rugido griego, extraño y sonoro: 


          Agios O Theos…agios ischyros…Agios athanatos, eleison imas.

        Entonces como en un delirio un hombre habló en una lengua  largamente olvidada ahora, cuando su corazón está arrendado, la Iglesia Católica cae veinte siglos sin esfuerzo, y habla como ella habló en las catacumbas de Roma, y en la casa rentada de Pablo, en Creta, en Alejandría, y en Jerusalén.



          “Yo te planté, mi hermosa vid” gemía el coro, “y tú me has salido vid amarguísima. Pues vinagre me diste de beber en mi sed y con lanza agujereaste el costado a tu Salvador…Yo descargué el azote por ti sobre Egipto, y tú me entregaste azotado…Yo sumergí al Faraón, y tú me entregaste a los Príncipes de los sacerdotes…Yo abrí el paso en el Mar Rojo, y tú con lanza abriste mi costado…Yo te alimenté con maná en el desierto, y tú me heriste con bofetadas y azotes…yo te di a beber el agua saludable de la piedra, y tú me diste a beber hiel y vinagre…Yo te di un cetro real, y tú pusiste sobre mi cabeza una corona de espinas. ¡Oh Pueblo Mío! ¿Qué te hice o en qué te he contristado?”


          Entonces fuimos todos juntos al sepulcro, sacaron Su propio Cuerpo y clamando mientras avanzábamos con una tremenda alegría viendo cómo los estandartes del Rey salían glorificando la Cruz que hicimos para Él y de la cual Él pende alabando la fuente de salvación, lo colocamos sobre el altar, incensado en silencio, y llegamos al final con una incoherente prisa.


          No hay sacrificio ese día, porque todo es sacrificio. No hay necesidad de que el Espíritu Santo descienda para hacer  el Cuerpo del Hijo y toque el corazón del Padre, porque hoy todo el mundo es un Calvario. A pesar de esto, fragmentos de la misa son pronunciados por un sacerdote designado. El Padre Nuestro es cantado, son dichas las oraciones, el Espíritu es consumado, y en un instante todo se acaba. La nube negra se vuelca, el abismo está lleno, las rocas desgarradas están quietas nuevamente, y yo…yo fui como un hombre que despierta y que ve la luz del sol en su cuarto….



                                    

jueves, 11 de abril de 2019

Pusillus Grex: un relato sobre el fin de los tiempos


                          
Hace exactamente diez años escribí esta novela apocalíptica, y este año 2019 la he autopublicado en su segunda edición en Kindle Direct Publisching  de Amazon, tanto en formato de libro de tapa blanda como de eBook Kindle, con varios aumentos y correcciones al original. Por aquel año 2009 había leído varias novelas de este corte como el Señor del Mundo, de R.H. Benson; Los papeles de Benjamín Benavides y Su Majestad Dulcinea del padre Castellani,  Juana Tabor y 666 de Hugo Wast, entre los que recuerdo, y quedé fascinada con el tema y con el tratamiento novelado del mismo, y me propuse hacer yo misma una nueva novela parada en este siglo XXI. A cada escritor que estudia y hace una hermenéutica del Apocalipsis siguiendo la Tradición, le corresponde agregar un nuevo ladrillo en la construcción de su interpretación en la medida que el tiempo avanza hacia la Parusía y  que las profecías comienzan a sernos un poco más claras conforme se van cumpliendo y  apreciamos las señales.

¿Una novela católica? ¿Una novela católica para el tema del  Apocalipsis? Sí, y ¿por qué no? ¿Acaso soy la primera? Y aunque parezca extraño me hago esta pregunta porque el género novelesco es mal visto en algunos círculos católicos.  Ellos están para cosas superiores más que para leer “novelitas”, y  claro, yo lo entendería si solo existieran  autores y libros que no aportan a enriquecer lo único que de verdad importa: agradar a Dios y salvar el alma.  A la mala literatura Castellani la llamó  “literatura desagradable y de pesadilla”, y me parece perfecto que no lean novelas sosas y que no contribuyen a elevar el espíritu.  De hecho yo tampoco las leo. Pero que existan novelas desechables en sus contenidos, no hace a la novela despreciable en sí misma, no solo porque ha sido utilizada por grandes maestros de la literatura católica para evangelizar, sino porque más bien suena al típico intelectualismo de las élites tradicionalistas que caen en el fariseísmo despreciando todo aquello que ellos consideran de un nivel inferior para su alcurnia intelectual. Yo también me considero tradi, pero no se me ocurría jamás decir que no leo novelas, como las de Jane Austen, porque no están a mi altura. ¡Pamplinas! ¿Cómo no va a ser gratificante y un recreo para el espíritu leer por ejemplo a  P. G. Wodehouse? ¿O me van a decir que tampoco leen las novelas de Dostoievski? Y cito el buen libro de Sebastián Randle donde hace hablar al padre Castellani con el Cardenal Newman creando diálogos entre ellos en base a textos de ambos.

 “Castellani hizo una pausa. Pero pronto recomenzó con algo conexo. “Los fariseos odian la literatura porque son fanáticos”. “¿Cómo es eso?”, preguntó el inglés. Castellani contestó de inmediato: “El fanatismo tiene atinencia al fariseísmo pero no es lo mismo. Todo fariseo es fanático pero no todo fanático es fariseo. ¿Qué es el fanatismo? El fanatismo consiste en poner arriba de todos los valores religiosos – lo cual está bien – y después suprimir o despreciar todos los otros valores, lo cual está mal. Los valores religiosos son ciertamente los más altos de todos, son la cúspide de la pirámide de los valores, pero la pirámide no es pura cúspide; la cúspide tiene que estar sustentada por la falda. Si Ud., se sube a la cúspide y después retira la falda, se cae Ud., y la cúspide; y ésta deja de ser cúspide. El fanático es muy religioso o cree serlo; pero da en despreciar todo el resto, la ciencia, el arte, la nobleza e incluso las virtudes naturales, el talento, el genio, es espíritu de empresa. Su religión se desboca, como si dijéramos. Hay religiosos que son buenos religiosos (o lo creen) y desprecian a medio mundo; desprecian, por ejemplo, a las otras Órdenes Religiosas o a los casados, desprecian el Matrimonio. Son fanáticos.”
       La Gran conversación Castellani – Newman, Sebastián Randle, Editorial Vórtice, Buenos Aires, 2005, pág.71.

 Como anécdota, cuando intenté publicar esta novela en una editorial acá en Chile, en una editorial católica tradi que ya no existe, el editor señaló que él no leía novelas y que, por tanto, no las publicaba. Hubiera sido para mí más útil que me hubiera dicho: “su novela es muy mala, redáctela mejor, corríjala y tal vez la publiquemos”, pero me cerró las puertas en las narices por el mero hecho de ser una novela. Me fue mal también cuando se la presté a un cura amigo que, tras tenerla en su poder por un buen tiempo y yo pedirle el ejemplar de vuelta, me sale con que tampoco él lee novelas y que no le ha visto.

Género literario subvalorado, y hasta despreciado por muchos en el mundo católico, ha sido, sin embargo  ganado por el paganismo que publica y publica novelitas new age o de corte erótico a destajo batiendo récord de ventas.

Creo que los católicos debemos volver a ganar un espacio en el mundo de la literatura, devolviéndole a la novela católica el importante rol de hacer apostolado mediante historias que acerquen al público a la Fe. Hay tantos y tantos temas que pueden ser tratados de manera amena, sencilla y eficaz. Se puede hacer un muy buen apostolado enseñando doctrina a través de novelas que atrapen al lector hasta el final. ¿Por qué dejar este espacio a los neopaganos, a los ateos, a los que escriben novelas para burlarse de nuestro Señor y que luego las hacen películas, y de pasadita ganar millones escandalizando a los fieles? ¿Nos falta creatividad o es nos hemos llenado de complejos?

Mostrar a personajes comunes y corrientes, con vidas similares a las que cada uno de nosotros lleva, con sus mismas inquietudes y problemas,  y  ser capaces de transmitir las respuestas y los consuelos que la religión católica da, es un gran desafío y una tremenda oportunidad para volver reencantar a los lectores, que andan como perdidos en medio de los lobos, con lo que la religión católica enseña y predica desde que nuestro Señor fundó la Iglesia. Sorprender al lector y llevarlo a decir “a mí me pasa lo mismo, vaya, no soy el único”. Sí, porque el hombre es el mismo siempre, con los mismos problemas existenciales, con las mismas dificultades y  en búsqueda de respuestas y de sentidos, y una novela que los aborde desde el punto de vista católico vaya que puede ayudar. Un tema, una novela. Tal como lo hizo R.H. Benson, cuando para tratar el problema del sentido el sufrimiento escribió Initiation;  para el peligro del espiritismo escribió The Necromancers, por dar un par de ejemplos. ¿Acaso no se han sentido atrapados por la lectura de los libros de Louis de Wohl y sus novelas históricas sobre Santo Tomás, sobre San Pablo, sobre Santa Elena, sobre san Ignacio de Loyola, etc, etc? Su lectura, ¿no los ha acercado a ver a estos Santos como personas más cercanas e imitables que una hagiografía que los pone casi como seres angelicales?  ¿Por qué dejamos de hacer este tipo de literatura? ¿Acaso ya no teníamos nada más que decir frente a las inquietudes y dificultades de la vida?

 No todos aprenden de la misma forma, ni tienen la capacidad para leer a los grandes maestros de teología…y tampoco les interesa. ¿Por qué no acercar a esas mismas personas a los santos, a los Padres de la Iglesia y a sus soluciones frente a las dificultades primero a través de relatos simples como en una novela para luego entrar en la formación filosófica y teológica? Podemos crear en las personas la inquietud por formarse y por aprender más porque quizás no han tenido la ocasión de conocer el gran tesoro que tiene la filosofía y la teología católica porque lo ven como algo que solo compete y que pueden entender los eruditos. Las almas necesitan saber lo que es necesario para salvarse. ¿Cómo podrían buscar a Aquel no conocen y cómo podrían llegar a amarle si no les han hablado de Él, si no saben a Quién es el que buscan?.

En definitiva, la novela católica puede ser un excelente medio de apostolado, y en especial, del apostolado tradicional. Entiendo que a este género narrativo se le haya despreciado por la mala literatura que existe actualmente, pero no podemos ceder este espacio a los enemigos de la fe ya que, nos guste o no, la gente sigue leyendo novelas y lo que el mercado ofrece es una soberana basura descartable.

Esta es una de las razones que me ha llevado a publicar esta segunda edición a un público más amplio: revalorizar la importancia que tiene la novela católica para llegar con sana y buena doctrina a un público que desconoce hasta los rudimentos de nuestra religión y que del tema apocalíptico solo sabe lo que las películas de Hollywood les muestra. Tal como lo decía el padre Castellani:

“La gran cuestión hoy día no es convertir a los salvajes al cristianismo, sino convertir a los cristianos en cristianos”.
(La gran conversación, Castellani-Newman, Sebastián Randle,  o.c. pág. 73)

Con esto no quiero decir que mi novela es “la gran novela católica” ni mucho menos. Mi prosa no pretende ser del de una gran obra literaria – de hecho me dijo alguien por ahí que mi novela carecía de interés literario – ni la de un genio de la literatura. No me da para tanto. Mi estilo es básico y hasta rudimentario, pero no importa, lo que verdaderamente importa es la historia misma, en el escenario del fin de los tiempos, con todo lo que he podido recoger de las Sagradas Escrituras, de las interpretaciones de los grandes teólogos, y en especial de Castellani, Benson y Newman.  He hecho un esfuerzo, un gran esfuerzo por crear esta narración,  me obligué a estudiar el tema de la Parusía y me he entretenido creando a mis personajes y sus aventuras. Pasados diez años desde su primera edición es para mí sorprendente que muchas de las cosas que pensé que podían pasar, ahora las estamos viviendo. Y no es porque tenga el don de profecía ni nada que se le parezca, sino que pude vislumbrar algunas cosas porque tuve buenos maestros en estos hombres de Dios que he citado y que me dieron pistas sobre como la historia se ha de desplegar.

 He trasladado a mi Mateo y a su familia al tiempo de la realización de las profecías apocalípticas, con todas las consecuencias morales y materiales que va a acarrear mantenerse fiel a Cristo y a su Iglesia: persecución, dolor espiritual, pérdida material, crisis de fe, y un largo etc.  Mi novela es protagonizada por la gran familia de este querido ente de razón que es mi personaje principal. Una familia católica tradicional que bien podría ser la suya o la mía y que, en un poco tiempo, se ve envuelta en la vorágine de la persecución del Anticristo viendo cómo poco a poco su tranquila y rutinaria vida se va desintegrando. Ellos nunca imaginaron que estaban hechos para lo heroico y que Dios les tenía preparada una gran prueba que tendrían que sellar con su vida, ya que para ganar hay que perder, porque perdiendo todo lo humano ganaron al único que es nuestro Todo.

No soy nadie en el mundo literario y reconozco mis limitaciones, pero en esta novela he puesto mi corazón y me sentiría muy honrada que pudieran comprar y  leer mi cuento. Los animo a leerla, y si llegan a hacerlo, a comentarme qué les ha parecido.     Para comprarla pinchen aquí

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