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lunes, 13 de junio de 2016

En la capilla del convento, por Mgr. Robert Hugh Benson

                                        En la capilla del convento

En ella todos sus anhelos están entremezclados y reunidos.
Las almas mudas se expresan a través de ella.
 Bajos sus pies siente la tierra
 Vibrar con una profunda pasión.
Pasan a través suyo nuestras mareas de sentimientos,
Y encuentran a su Dios dentro de su alma

Un alma contemplativa

En la tarde siguiente a esa misma hora, viniendo  hacia dentro de la casa para tomar el té, encontré al anciano sentado bajo el dintel de la puerta abierta mirando el césped con un libro en sus rodillas y con un dedo metido entre las páginas. Me extendió el libro mientras me acercaba y me señaló el título: “Las moradas del castillo interior”.
- Justo estaba leyendo – dijo – la descripción de Santa Teresa acerca de la diferencia entre la visión intelectual y la imaginativa. Es curioso como ella realmente es insuficiente al expresarlo, excepto para alguien al que le ha  sucedido  tener una visión como las que ella refiere. Supongo que uno de los signos de la realidad del mundo espiritual es que nunca se podrá describir tan bien como se lo conoce.
Yo me senté.
  - Lo siento, pero no entiendo ni una palabra de lo que estás diciendo – respondí sonriendo. Para responderme él abrió el libro, y leyó una curiosa, jadeante e incoherente frase de Santa Teresa, o al menos es lo que a mí me pareció.
- Lo siento, yo todavía…
- ¡Oh! – Respondió casi con impaciencia – seguramente tú  lo sabes, en realidad sabes, pero no lo reconoces.
-¿Puedes darme algún ejemplo? – pregunté.
Él se quedó pensando por un momento en silencio y luego me dijo:
- Creo que puedo, si tú estás seguro que no te aburrirás con esto.
Sirvió té para los dos y luego comenzó:
- La mayoría de las historias que te he contado son de la visión imaginativa, lo cual no significa que esta visión sea irreal o falsa. Para la mayoría de las personas  eso es lo significado por “imaginativo”. Pues bien, expresa solamente que se presenta como en forma de una imagen visible. Parece más que todo que la función de la imaginación es la de visualizar realidades, y que es un abuso de esta facultad emplearla principalmente para visualizar fantasías. En cambio, es posible a la realidad espiritual representarse  al intelecto a sí misma viva y claramente. Por tanto  la persona  a la que se le da esta visión intelectual, por así decirlo, no “ve” nada, sino que únicamente “aprehende” algo que es verdad.  En seguida eso se te hará más claro.
Hace unos años atrás tomé mis vacaciones haciendo una solitaria caminata. No te contaré donde fui, pues existen otras personas a los que les concierne esta historia, a las cuales les desagradaría enormemente que se hablara públicamente de ellas de la manera en la que voy a tener que hacerlo. Sin embargo, es suficiente decir que llegué al pueblito al atardecer. Mi objetivo al llegar a ese lugar era visitar un convento de monjas de clausura las que tenían una gran reputación de santidad. Traía conmigo una carta de presentación para la madre superiora y sabía que así iba a ser admitido en la capilla. Dejé mi bolsa en la posada y luego caminé hacia el convento el cual estaba un poco lejos de la ciudad.

Una hermana lego me abrió la puerta y me invitó a ir hacia el locutorio  mientras le avisaba a la Madre Superiora. Después de esperar unos pocos minutos en una modesta habitación con su suelo de cera de abejas y sus grabados y objetos religiosos, una maravillosa y noble señora mayor con el rostro sereno y arrugado llegó con mi carta en su mano. Hablamos unos minutos acerca de varios asuntos mientras tenía en mi mano un grueso vaso con un vino de prímula.
Ella me contó que el convento era una antigua fundación que había sido una casa de campo desde época de la disolución de las casas religiosas, hasta que había sido adquirida por la comunidad unos veinte años atrás. Todavía quedaban las antiguas construcciones que eran parte de las clausuras y la parte sur de la antigua iglesia, la cual era ahora la capilla. La totalidad estaba conformada por uno o dos muros formando un patio por donde ella había llegado. Detrás de la casa estaba el jardín que se podía ver desde la ventana del locutorio. Desde donde yo estaba sentado pude ver una o dos cruces que señalaban el cementerio de las monjas.
 Hice averiguaciones acerca de cómo la comunidad pasaba el tiempo. “Nuestro objetivo” – dijo la señora – “es interceder perpetuamente por los pecadores. Tenemos la gran alegría de tener al Santísimo Sacramento con nosotros en la capilla, y a excepción de los oficios y de la misa, siempre hay alguna hermana arrodillada en adoración. Después nos ocupamos de un par de señoras que están enfermas desahuciadas las cuales han venido a pasar sus últimos días con nosotras. Nos ganamos la vida bordando.”
Le pregunté cómo era que podían recibir extraños si su orden era de clausura. “Solamente las hermanas lego y yo misma podemos recibir extraños. Creemos que es necesario”.
Después de una pequeña conversación le pregunté si podía ver la capilla, y ella inmediatamente me llevó a ahí a través del patio. Al caminar por ese lugar me señaló la clausura, construía actualmente en uno de los corredores, y el largo muro en ruinas de la antigua nave la cual formaba uno de los lados del cuadrilátero. Enfrentamos una tumba y un perro collie se nos unió en la puerta. Los tres avanzamos lentamente a través de la puerta en el centro del muro oeste de la restaurada nave central. El dorado sol del atardecer descansaba sobre el muro frente a nosotros y en la ruinosa base de la torre central de la antigua iglesia, alrededor de la cual unos grajos giraban y revoloteaban.


El viejo sacerdote se interrumpió y se volteó hacia mí, sus ojos ardían.
- Qué cosa más maravillosa es la vida religiosa – dijo – y sobretodo la vida contemplativa. Aquí estaban estas monjas, y sin duda ellas y sus hermanas más jóvenes aún lo están, sin lo que a los ojos del mundo hace que la vida valga la pena vivirla: existe prácticamente un silencio perpetuo; se pasan  horas en la capilla; sin lujos; sin diversiones; sin poder de elección; y por último siempre hay hambre y cansancio. Pero aun así, no hay dimisiones.  La felicidad presente en vistas a la felicidad futura, tal como el mundo lo supone siempre, pero ellas son intensa y radiantemente felices ahora en este tiempo presente. No sé qué más pruebas puede querer alguien de que nuestro Señor  encuentra en  estos hombres y mujeres a los más entusiastas, y de hecho, su única alegría es estar sirviéndolo  perteneciéndole a Él.
Bueno, recuerdo que alguna idea similar a esta estaba en mi mente cuando crucé el patio junto a esta maternal señora con su feliz y tranquilo rostro. Ella llevaba más de cincuenta años en religión – me dijo mi amigo - Ella se detuvo en la puerta. “No entraré” –dijo – “pero usted me encontrará en el locutorio cuando salga”.
Ella se dio la vuelta y regresó con el collie caminando lentamente junto a ella con su cola dorada levantada la cual golpeaba el hábito negro.
La puerta estaba semi abierta y tenía una gruesa cortina colgada. Yo la empujé con suavidad y di un paso dentro. Al principio me pareció muy oscura en contraste con los brillantes rayos del sol afuera. Después me percaté que estaba arrodillado frente a una gran reja de hierro, la cual no tenía puerta. A la izquierda, en la esquina más alejada de la capilla brillaba una tenue luz azul en una delgada lámpara de plata delante de una imagen de nuestra Señora. En el lado opuesto al mío estaban las gradas frente al altar mayor, pero no muy lejos porque como recordarás, la capilla es lo que queda de lo que fue la nave central de la iglesia. En el muro este, al centro del cual estaba el altar mayor, era más largo que ambos. En el muro del lado sur había un segundo altar. Una moderna pared de ladrillos lo cierra en el norte. Sobre el altar había un fino crucifijo negro y blanco con seis delgadas velas rosadas y más arriba estaba el Sagrario cubierto con una cortina de seda blanca y delante parpadeaba un pequeño punto rojo.
Recé un par de oraciones y luego noté por primera vez una silueta oscura ascendiendo desde el centro justo frente al altar. Me quedé perplejo por un instante, luego me di cuenta que era una monja en su hora de intercesión. Su espalda se volvió hacia mí cuando se arrodilló en el reclinatorio y su negro hábito cayó rígido en sus hombros y abajo se mezcló con su estameña negra. Ahí estaba ella  rezando arrodillada con perfecta inmovilidad. No tuve, no tenía ninguna noción acerca de su edad. Podría haber tenido unos veinticinco o veintisiete años.
Al estar arrodillado ahí pensé detenidamente, preguntándome por la edad de la monja, hace cuánto tiempo que había profesado, cuándo moriría, si ella era feliz. Lo siento, pensé más en ella que  en Él que estaba tan cerca. Entonces una especie de ira se apoderó de mí, y comparé en mi mente la vida de una feliz mujer en el mundo con la de esta pobre criatura. Me imaginé la vida, tal como uno lo ve tan a menudo en los hogares, con una madre con sus hijos creciendo cerca suyo, con sus manos ocupadas en el saludable trabajo hogareño y con su vida glorificada por el amor de un buen hombre. Ella poniéndose mayor, pasando de felicidad en felicidad, confortando, ayudando, endulzando el alma de cuantos conoce.  Pensé, reprendiéndome a mí mismo, ¿No fue esto para lo que esta mujer – y para los hombres también – fueron creados?
Después pensé en la amarga vida de clausura, ¡con tanto desamor y desolación como estos mismos muros! Pensé si existía ahí también  en la vida religiosa una extraña y peculiar alegría; si existía incluso una abstinencia de dolores y ansiedades como la que estropea la felicidad de tantas vidas en el mundo. Y sin embargo, después de todo, la vida contemplativa es inútil y estéril. La vida activa puede ser suficientemente buena si las oraciones y el asunto de la disciplina funciona eficazmente, si el sacerdote es más ferviente cuando ejerce su ministerio afuera y si la hermana de la caridad es más caritativa. Sí, pensé, la vida religiosa activa está razonablemente bien, pero la contemplativa ¡Uf! Porque al fin y al cabo ella es esencialmente egoísta y constituye un pecado contra la sociedad. Tal vez fue necesaria cuando la crueldad del mundo era más feroz y se protestaba contra aquello mediante este retiro, pero ahora no, ¡ahora no! ¿Cómo puede la masa levar si la levadura se retira? ¿Cómo puede un alma servir a Dios renunciando al mundo que Él creó y amó?
Y entonces – dijo el sacerdote volviéndose de nuevo a mí  - fui un pobre tonto ignorante, pensando que la mujer que estaba arrodillada frente a mí era menos útil que yo, y que mis palabras, acciones, sermones y vida hacían más por la promoción del Reino de Dios que sus oraciones. Luego, cuando alcancé el clímax de la tontería y del orgullo, Dios fue bueno conmigo y me dio una lucecita.
La verdad es que no sé cómo explicarlo. Además, nunca  lo he expresado con palabras, excepto para mí mismo. Fui consciente, con mi intelecto, de uno o dos hechos claros. A fin de contarte aquellos hechos,  voy a usar un lenguaje figurado, pero recuerda que esto es una traducción y una paráfrasis de lo que yo vi.
Me percaté que en el Sagrario había una gran agitación y movimiento. Algo que latía como un corazón enorme, y las vibraciones de cada pulsación parecían hacer temblar todo el suelo. Puedes imaginarlo también como el movimiento de una fuente profunda y clara cuando el tazón que lo contiene es sacudido, y se producen como ondas circulares cruzando y recirculando con rápidos revoloteos. O también puedes imaginarte esto como el débil movimiento de luces y sombras que pueden ser vistos en el centro de un horno caliente. O puedes figurártelo como un sonido, como el sonido del palo mayor de una nave con el aparejo moviéndose con un viento constante; o como el sonido de lo más profundo de un bosque en un mediodía de julio.
El rostro del sacerdote estaba activo y sus narices se movían nerviosamente.
- ¡Qué desesperante es expresar todo esto! – Dijo – recuerda que todas estas imágenes son muy inferiores a lo que yo percibí. Son solamente un parafraseo de una realidad espiritual que me fue mostrada. En ese instante, yo estaba consciente que ahí había algo con la misma actividad en el corazón de la mujer, pero yo no sabía cuál era el centro de control. Yo no sabía si la iniciativa manaba del Tabernáculo y se comunicada a sí mismo a la voluntad de la monja, o si ella, encorvada sobre sí hacia el Sagrario, ponía en movimiento este enorme poder latente. A mí me pareció posible que la solución estaba en el hecho de que eran las dos voluntades las que cooperaban cada una reaccionando sobre la otra.  Esto ahora de alguna manera, me parece cierto como expresión total del libre albedrío, de la oración y de la gracia. De todos modos como te lo he dicho, la unión de estos dos se me representa  formando  como una especie de engranaje que irradia una inmensa luz, sonido o movimiento.
En aquel momento percibí algo más. Una vez me quedé dormido en uno de esos trenes rápidos del norte, y no me desperté hasta que llegamos a la última estación. Lo último que vi antes de caer dormido fue esa serena oscuridad de los bosques y de los campos por donde íbamos cruzando y fue  muy chocante despertar con el zumbido brillante del terminal y  el conducir a través de las calles atestadas, bajo el fulgor eléctrico de las luces y de las ventanas. Sentí algo por el estilo. Un momento antes me había imaginado a mí mismo lejos del movimiento y de la actividad en este tranquilo convento, pero parecía que de alguna manera había entrado al centro de una vida ocupada y agitada. Escasamente puedo poner una sensación más clara que esta. Yo estaba consciente que la atmosfera estaba cargada con energía y un gran poder parecía estar en movimiento y  que yo estaba cerca del centro de toda esa conmoción.
Piensa sobre esto de la siguiente manera: ¿alguna vez has tenido que esperar en una oficina de la City de Londres? Si lo has hecho sabrás que una intensa tranquilidad puede coexistir con una intensa actividad. Existen personajes silenciosos aquí y ahí alrededor de las oficinas. Puede que haya un personaje así como un gran financista sentado en su oficina casi inmóvil, pero sabes que cada movimiento que ejecuta estremece, por llamarlo de alguna forma, desde esta silenciosa habitación a todo el mundo. Imagina cuántas personas están listas para obedecerle o para resistirle. Cuántas vidas se levantan, o cuantas fortunas se hacen y se pierden con los gentiles movimientos de este solitario y tranquilo hombre en su oficina. Bueno, eso mismo ocurría aquí.  Yo percibí a esta negra figura arrodillada en el centro de la realidad y de la fuerza, y  que con los movimientos de su voluntad y de los labios controlaba los destinos espirituales de la eternidad. Desde esta pacífica capilla arrancaban los destinos del poder espiritual que se perdían en la lejanía, confundiéndose en lo profundo, en lo terrible y en lo intenso de su fuego escondido. Las almas saltan y se remecen en conflicto tal como esta tensa voluntad se esfuerza por ellos. Incluso las almas, en el momento mismo de dejar el cuerpo, se debaten con la muerte en vistas a la vida espiritual y caen desvanecidas y salvadas a los pies del Redentor al otro lado de la muerte. Otras, allanadas y desvanecidas por el pecado, despiertan y gruñen ante la misericordiosa estocada de las oraciones de esta pobre monja.
El sacerdote ahora estaba temblando de entusiasmo.
- Sí – dijo – sí, y yo en mi estúpida arrogancia había pensado que mi vida era más activa en el mundo de Dios que la de ella.  Solamente si estuviéramos locos podríamos pensar que un pequeño comerciante provinciano, tan bullicioso y del otro lado del mostrador, tiene una vida más activa y vívida que la vida del director que está sentado en su escritorio en la City. Sí, es un símil vulgar, pero es lo único que puedo pensar para poder finalmente expresar lo que sé que es verdad. Ahí frente a mí yace mi pequeña y estrecha vida, hecha de apocadas oraciones, de esforzados y débiles negocios con los almas. ¡Cuán complaciente había sido yo con todo esto! ¡Cuán auto-centrado! ¡Cuán fuera de la marea real del movimiento espiritual! Y mientras tanto, por años posiblemente, esta monja se ha afanado detrás de aquellos muros en el silencio de la gracia, con el murmullo del mundo llegando débilmente a sus oídos.  El clamor de los pueblos y de las naciones,  el de las personas a las que el mundo considera importantes afuera sonando como las voces de los niños jugando en una enlodada calle. Porque, en efecto, esto es lo que somos nosotros comparados con ella: niños haciendo pasteles de barro o jugando a la tienda afuera de la oficina del financista.
El sacerdote se mantuvo después en silencio y su rostro comenzó a calmarse de nuevo. Después de un instante retomó la palabra.
- Bueno – dijo – creo que esto ha sido una visión intelectual. No existe una representación de imagen o de sonido, sólo puedo expresar lo que me ha sido mostrado como cierto bajo aquellas figuras. Cuando miro hacia atrás casi me parece como si el aire de la capilla estuviese lleno de un murmullo y una niebla luminosa, mientras las corrientes de necesidad y de gracia iban de aquí para allá, aunque yo sabía que realmente el silencio era profundo y el aire estaba oscurecido.
Entonces yo le hice una tonta observación.
- Si te sientes así respecto de la vida contemplativa, me pregunto si no intentas entrar por ti mismo.
El sacerdote me miró por un instante.
- Seguramente sería imprudente para un pequeño comerciante sin ninguna habilidad en particular competir con un Rothschild.

                                                            R.H Benson, The Light Invisible




2 comentarios:

  1. A pesar de ser laico, tener familia y estar en el mundo, siempre admiré la vida contemplativa y de clausura, y trato de visitar monasterios siempre que puedo (el de los monjes trapenses en Azul, provincia de Buenos Aires, es particularmente hermoso, y logra conciliar muy bien la vida de clausura de los monjes con la hospitalidad hacia aquellos que quieren experimentarla un poco). Nunca pensé que tal vida es estéril, siempre pude notar, de manera muy ténue y difusa, la visión intelectual tan bien descrita acá. Maravilloso texto sobre la tremenda utilidad - y hoy en día más que nunca - de la vida monástica de clausura.
    Disfruto inmensamente de tus traducciones de "The Light Invisible", gracias nuevamente por el trabajo!

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  2. Estimado Carlo: coincido con usted. Pareciera que esta historia hubiera sido escrita en estos tiempos actuales, a un mundo el cual sólo valora la acción y que menosprecia la contemplación.
    Muchas gracias por sus palabras, son un golpe anímico para mí.
    Un abrazo,
    Beatrice

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