Páginas

lunes, 30 de marzo de 2015

Cristo, nuestro Amigo, Crucificado, por Mgr. R.H.Benson



     Cristo, nuestro Amigo,  Crucificado.

        "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”

Nuestro Amigo ya subió la colina. Fue despojado de su ropa y extendido  sobre esa Cruz que llevó desde los escalones del Pretorio. Los verdugos preparan todo, eligen los clavos… La gente, cuyo amor Él vino a buscar, se agacha a mirar ese rostro que se alza para verlos. En ellos ve a todos aquellos a quienes ellos están representando, esos incontables corazones que El quisiera conquistar. Un martillo se alza, y, al caer, Jesús pronuncia su primera palabra:
I. Pero ¿puede decirlo, realmente? ¿Puede decir alguien, incluyendo al Dios de Caridad infinita, que no lo sabían? Jesús había vivido con ellos, abiertamente, durante tres años, como su sirviente y amigo. Había ayudado a todos los que habían venido a él, alimentando al hambriento, sanando a los enfermos, aliviando a los atribulados. Sabían que no rechazó nunca a ninguno  de los que acudieron a Él. Aun aquellos a quienes el mundo despreciaba, las últimas ruinas de la humanidad, el publicano y la prostituta, los caídos en desgracia, todos encontraban en Él un amigo. Todo esto era innegable; era público y notorio. No podían pretender que el mundo lo rechazaba porque Él había rechazado al mundo, o que ignoraban  la  obra de  Su  incansable e  inmensa  caridad. Había sido un amigo para todos.
Entonces se inventó la excusa de que no era amigo del César. Pero también es cierto que había algo que no sabían. Y lo afirma la misma caridad divina para perdonarlos. Y es que era su Dios el que hacía todas esas buenas obras. Era el Creador el que había sido tan compasivo con Su criatura. Era al Señor de la vida al que tenían en ese momento en sus manos. Pensaban que eran ellos los que estaban quitándole la vida; no sabían que era El mismo el que se anonadaba. Creían terminar con una especie de filántropo que les molestaba; pero no sabían que estaban cooperando con la obra culminante de la misericordia divina. Ellos no sabían lo que estaban haciendo.
Sabían, entonces, que estaban acabando de la peor manera con un amigo, pero no que estaban asesinando a un Amigo divino. Sabían que estaban traicionando a un compañero, que estaban pecando contra  los códigos más elementales de la gratitud, la justicia y la dignidad humana; sabían, como Pilato, que estaban matando a un justo, a un santo, que estaban echando  sobre sus cabezas la sangre de un inocente. Pero no sabían que estaban crucificando al Señor de la Gloria, que pretendían silenciar al Verbo eterno de Dios.
Esto, por lo menos, se puede decir en su favor. Sabían que lo que hacían era horrendo, pero no conocían la magnitud de ese horror. Por eso, Padre, perdónalos.
II. Como era en el principio, ahora y siempre… 
El mundo, casi como Jesucristo, es el mismo ayer, hoy y para siempre. Y hay una Institución en el mundo en el que Cristo Jesús mora perpetuamente. Y es, como Jesucristo, a la vez divina y humana. Ella lleva a cabo incesantemente obras divinas y humanas. Y, como Jesucristo mismo (y como toda actividad bienhechora),  encuentra una asombrosa  ingratitud. Al punto que no hay momento en la Historia en el que no sea crucificada por aquéllos cuyo auxilio y salvación quiere lograr. Es, de hecho, una realidad que va a durar tanto cuanto el mundo siga siendo lo que es, aunque en algunos períodos sea más manifiesto que en otros. Y no puede decirse que no saben, al menos en parte, lo que están haciendo. Por ejemplo, saben que toda la civilización europea tiene fundamentos católicos. Saben que la Iglesia alimentó a los hambrientos, enseñó a los ignorantes, acogió a los marginados e hizo  la  vida más soportable para los enfermos,  y todo eso siglos antes de que el Estado soñara con hacerlo, y aún antes de que existiera algo llamado Estado que pudiera hacerlo. Ellos saben que ella ha sido madre de ideales, de las artes más nobles y de la belleza más pura. Hoy se usan en todos los países de Europa, sea para fines seculares o semi-sagrados, edificios que ella levantó para el propio culto de su Dios. Ellos saben que la moral de los hombres, en definitiva, se aprende en su enseñanza, y que cuando ésta se eclipsa campea la delincuencia. Y aquí, nuevamente, el único cargo contra ella es que ella no es amiga del César, ni de ningún régimen que pretenda organizar la sociedad apartándose de Dios.
Pero, ¡gracias a Dios!, la caridad divina todavía puede alegar, a favor de los hombres, que no conocen todo el horror de lo que hacen, que todavía piensan que mutilar y torturar a la Iglesia de Dios es hacer un gran servicio. Porque no saben que ella es Su preferida, y la Amada de Su Hijo; que ella es la Ciudad Eterna que viene de Dios, que desciende del cielo; y que, en sus sufrimientos, ella participa  y aplica la divina expiación por los pecados de aquellos que la crucifican.
Ellos saben que atentan contra la justicia humana, que tocan a una comunidad mundial de una manera en la que no se atreverían a lidiar con cualquier nación. Saben que están cortando la misma rama en la que ellos mismos se apoyan. Pero no saben que en este caso la tal justicia es en realidad el Derecho divino; que esa Institución que atacan es un Cuerpo que incorpora, no las vidas de los hombres, sino la Vida encarnada de Dios; que están matando, no un profeta o un siervo de Dios, sino al mismo Hijo engendrado del Padre.
Esta oración tenemos que aprender a hacerla nuestra.  Y  en  el  preciso  momento  de  nuestra  última agonía saber decir: Perdónalos, porque no saben lo hacen.
III. Por último, en esa oración estamos incluidos también nosotros, ya que también nosotros hemos pecado en clamorosa ignorancia. Porque aquí estamos nosotros, católicos, a quienes se confiaron los tesoros de la verdad y de la gracia; y ahí está el mundo  a quien no  se lo  hemos transmitido. Bien podemos confesarnos de pereza y letargo, de avaricia y falta de generosidad. Nosotros sabemos lo que hacemos, en buena medida: sabemos que no somos fieles a nuestras altas inspiraciones, sabemos que no hemos hecho todo lo que hubiéramos podido.
Mientras tanto, y en el fondo, no sabemos lo que hacemos. No llegamos a apreciar el apremio de la necesidad de Dios, ni la magnitud de lo que El hizo por nosotros, ni la enormidad del valor de cada alma, así como de cada acto, de cada palabra, de cada pensamiento que ayuden a forjar su destino eterno. No conocemos tampoco la tensa expectativa con la que el cielo está pendiente de nuestros impulsos. Ni cómo aquí, en estas pequeñas oportunidades de cada día, se esconden los gérmenes de nuevos mundos que pueden nacer para Dios, o para ser aplastados, en embrión, por nuestro descuido. Jugueteamos con las joyas que Él nos dio, olvidando su valor incalculable; correteamos como niños en medio del jardín, pisoteando las flores que Dios podría, sí, reemplazar, pero ya nunca restaurar…
Así crucificamos todos los días el Plan divino, y así insultamos la honra y el nombre de Dios. Y Jesús, en medio de nosotros, nos muestra las marcas de Su agonía y espera compasión, y alguno que lo con- suele, pero no encuentra ninguno. Nosotros miramos, murmuramos y seguimos nuestro camino, mientras el drama de Jesús sigue ocurriendo, mientras Él sigue pendiendo  entre el cielo  y la tierra, habiendo descendido de uno y habiendo sido rechazado por la otra, y mientras Jesús, a quien tratamos como a un nuestro esclavo, sigue queriendo ser nuestro Amigo.
Por eso, Padre, por esta oración de Tu Hijo crucificado perdónanos también, porque no sabemos lo que hacemos. Y cuántas cosas ignoramos, acerca de la vida espiritual. Cuántas veces ignoramos a Jesús que viene a nosotros como un Amigo. Y a cuántos les ha ocurrido que, sea en la juventud, sea en la madurez, de pronto despiertan al hecho de que Cristo desea, más que mera obediencia,  simple fe o  sola adoración, una verdadera amistad con El. Y eso produce, rápidamente, una primera y efectiva conversión moral.
¡Es tan admirable y hermoso ver a alguien que, como una joven que se entera que es amada, descubre con el corazón encendido que Dios es su enamorado! Tan admirable y hermoso como ver que, tantas veces, Dios vino a los Suyos, y los Suyos lo recibieron.
Y sin embargo muchas veces ocurre lo mismo que en los amores humanos, en este romance divino. El amor puede enfriarse, en la misma persona que pocos años atrás centraba todo en Cristo Jesús, y había reformado su vida hasta en los detalles, con el único objeto de parecerse cada vez más a su Amigo. Puede sucederle al mismo cristiano que había hecho de la devoción su principal ocupación, que había concentrado sus capacidades, hasta su sentido estético, sus intereses, sus emociones, su entendimiento, única- mente en El, que había empezado una nueva vida centrada en El,  y que había como  extinguido  sus pecados, casi sin un esfuerzo, en la luz de Su Presencia.  Puede  ocurrir  en esa  misma  persona  que, cuando comienzan a sacudirla las pruebas de la vía purgativa, ve que se fatigan sus ilusiones, que la madurez enfría los ardientes entusiasmos de la adolescencia, y que la rutina mundana reitera su pretensión de ser el único objeto adecuado de consideración. Esa persona, poco a poco, en lugar de agarrarse más fuerte que nunca a su Amigo, en vez de afirmarse en una fe casi desesperada, en vez de sostenerse en esa que ha sido la experiencia más real y vital de su vida, en lugar de tratar de transferir la imagen de  Jesús,  desde ese romanticismo  tal vez apagado, al estado maduro en el que se ha encontrado, en lugar de aferrarse a Él desde su debilidad, cuando las fuerzas naturales la abandonaron, por el contrario, empieza a situar semejante realidad vivida entre los cuentos de hadas de la juventud, y termina por reducir  la Amistad con Cristo, y a El mismo, a una de esas ilusiones que, aunque naturales en esos años inexpertos, deben dejar lugar a las nuevas experiencias de la vida.
Y aunque todavía ve a Jesús como Dios, y como el ideal y el Salvador de los hombres, ya no lo trata como el Amante que la prefiere entre miles, como el príncipe que la despertó con un beso, y a quien en adelante ella debe enteramente pertenecer. Irá enfriándose sin mucha conciencia de ello y tal vez la- mentándolo, y sintiendo allá en el fondo que hubiera sido más perfecto perseverar, y hasta envidiando a aquellos que han perseverado.
Este cristiano sabe que falló, pero no sabe cuánto, ni se da cuenta de que está renunciando a la posibilidad de ser santo, y que está dejando pasar oportunidades que pueden no volver más, y que, si no fuera por la misericordia de Dios, habría perdido ciertamente incluso la probabilidad de su salvación.

                                           La Amistad de Cristo, Monseñor Robert Hugh Benson.

                                                                                        (Traducción de Jorge Benson)

lunes, 23 de marzo de 2015

Paradojas del Catolicismo: El Amor de Dios y el Amor del hombre

Nota de Bensonians:
      He seguido con la traducción (tolerable espero, acepto y agradezco correcciones) de Las Paradojas del Catolicismo de Monseñor Benson. Con esta completamos cinco capítulos:

 http://bensonians.blogspot.com/2013/04/riqueza-y-pobreza.html
http://bensonians.blogspot.com/2013/05/la-alegria-y-la-pena.html
http://bensonians.blogspot.com/2014/11/paradojas-del-catolicismo-santidad-y.html
http://bensonians.blogspot.com/2015/01/paradojas-del-catolicismo-la-paz-y-la.html

  Todas tienen como eje central la dicotomía entre el ser Divino y Humano de la Iglesia y de su aparente contradicción en muchos variados tópicos que han sido tratados por Monseñor Hugh Benson en estas paradojas. El método es el mismo: primero las dificultades y luego los argumentos que las rompen. 

                        5.- El Amor de Dios y el Amor del Hombre

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…
y a tu prójimo como a ti mismo
Lucas X, 27

       Hemos considerado dos cargos interpuestos contra el catolicismo desde los
cuarteles opuestos. A saber: que nosotros somos o muy mundanos o muy espirituales; demasiado ocupados con los asuntos temporales en vez de los espirituales o demasiado metafísicos, lejanos y dogmáticos para ser verdaderamente prácticos. Vamos a considerar estos mismos dos cargos formulados pero, por así decirlo, desde un plano evidentemente espiritual.  Son cargos que nos acusan de hacer grandes actividades en nuestro ministerio hacia los hombres y a su vez por otra parte, demasiadas atenciones para con Dios.

I. (i) Es una queja recurrente contra los católicos, tanto para los laicos como para los clérigos, que ellos tienen un celo extremo en sus intentos de proselitismo. La religión espiritual y verdadera, como hemos dicho, es un asunto íntimo y personal, como el amor entre un esposo y una esposa. Es esencialmente privado e individual. Se ha dicho que: “La religión de todos los hombres sensibles es precisamente la que ellos mantienen para sí mismos”. Por lo tanto, la tolerancia es un sello de espiritualidad porque si soy verdaderamente religioso tendré mucho respeto por la religión de mi prójimo como por la mía propia. No buscaré interferir en sus relaciones con Dios más de lo que yo le permitiría a él interferir en la mía.

         Ahora bien, los católicos son notoriamente intolerantes. No es que existan solamente católicos intolerantes - porque desde luego la intolerancia se encuentra en todas las personas de mente estrecha – sino que los principios católicos son en sí mismos intolerantes, y cada católico que vive para estar a la altura de ellos está destinado a ser así también. Y esto podemos verlo ilustrado cada día:

        Primero, existe el tema de las misiones católicas para los paganos. Se nos dice que no hay misioneros más incansables y más devotos que aquellos de la Iglesia. Su celo desde luego, es una prueba de su sinceridad, pero también es prueba de su  intolerancia. Porque después de todo, ¿no pueden ellos dejar solos a los paganos, puesto que la religión es, en este sentido, un asunto privado e individual? Acorde a esto nos han sido sugeridos hermosos cuadros acerca de la paz doméstica y la felicidad reinante entre las tribus de África Central hasta el arribo de los frailes predicando sus destructivos dogmas. Intentamos observar  las elevadas doctrinas y la ascética vida del brahmán, el significativo simbolismo del hindú, la filosofal actitud de Confucio. Todas estas variadas relaciones de amistad con Dios – se nos informa – son un asunto completamente privado de aquellos que viven según ellos, y si los católicos fuesen verdaderamente espirituales entenderían que esto fue así siempre y no buscarán suplantarlo con un sistema el cual de alguna manera se ha convertido esencialmente en una manera europea de mirar las cosas. Estos antiguos credos y filosofías están mejor adaptados para el temperamento oriental.

          Sin embargo, el asunto es peor aún.  Los modernos hombres de mundo dicen que puede argumentarse que después de todo, aquellas religiones orientales no han desarrollado las virtudes y gracias que tiene el cristianismo. Pueden sostener que si los misioneros perseveran en el tiempo la religión del este elevará la religión hindú más alto que lo que sus propias obscenidades  han logrado hacer, y que la civilización producida por el cristianismo es en realidad de un tipo más alto, a pesar de los malos sub-productos, que los cazadores de cabeza de Borneo y que los sangrientos salvajes de África.
         De todas formas no hay excusa que valga para que los intolerantes católicos hagan proselitismo en los hogares católicos. Porque generalmente hablando en el propio círculo familiar en el único que no se puede confiar es en el católico porque tarde o temprano lo encontrarás, si él vive totalmente para sus principios, insinuando elogios para su propia fe y debilidad para la tuya. A tus hijos e hijas él los considera una presa fácil. Él no tiene en cuenta la paz de tu hogar en vistas a la propagación de sus propios principios. En primer y en último lugar, él está caracterizado por este espíritu dogmático e intolerante que es exactamente lo contrario a todo lo que el mundo moderno estima que es el verdadero espíritu cristiano. El verdadero cristianismo es entonces, como se ha dicho, un asunto privado, personal e individual de cada alma con Dios.

(ii)El segundo cargo levantado contra los católicos es que ellos hacen de la religión algo demasiado personal, privado e íntimo para ser considerada la religión de Jesucristo. Y esto queda ilustrado a partir del supremo valor que en la Iglesia ocupa lo que es conocido como la vida contemplativa.

        Porque si hay un elemento en el catolicismo que el hombre de la calle selecciona especialmente para reprobarlo es la vida de las órdenes de clausura. Se supone que es ser egoísta, morboso, introspectivo e irreal y establece un violento dramático contraste con la vida ministerial de Jesucristo. Con una enorme familiar elocuencia  se vierte solemnemente  sobre ella una acusación como si nada se hubiese dicho sobre esto antes. Se ha dicho que “un hombre no puede alejarse del mundo encerrándose a sí mismo en un monasterio”,  “un hombre no debiera pensar demasiado sobre su propia alma, sino que en el bien que él podría hacer en el mundo en el cual Dios lo ha puesto” “cuatro paredes blancas no son el medio ambiente adecuado para un cristiano filantrópico”.

        Pero después de todo, ¿qué es la vida contemplativa sino precisamente lo que el mundo ahora recomienda? ¿Podría la religión hacerse más íntima, privada y personal entre el alma y Dios como la que practica el cartujo o el carmelita?

       Es hecho es, desde luego, que los católicos están equivocados hagan lo que hagan. Demasiados extremos en todo aquello que emprenden. Son demasiado activos y no se retiran lo suficiente en su proselitismo; demasiado retirados y no lo suficientemente activos en su contemplación.

II. Ahora bien, la vida de Nuestro Divino Señor presenta, desde luego, ambos elementos: el activo y el contemplativo, los cuales siempre han distinguido a la vida de su Iglesia.

        Por tres años Él se abocó al trabajo de predicar Su revelación y a fundar la Iglesia, la que estaba destinada a ser su instrumento a través de los siglos. Por lo tanto, Él anduvo libre y rápidamente tanto en una ciudad, como en un país. Estableció Sus divinos principios y presentó sus divinas credenciales en las fiestas de matrimonio, en el mercado, en las rutas, en las atestadas calles, en las casas. Él  siempre realizó obras de misericordia. Dio preceptos espirituales y ascéticos enseñando en el Monte de las Bienaventuranzas; instrucciones dogmáticas en Cafarnaún y en el desierto al este de Galilea; discursos místicos en el Cenáculo de Jerusalén y en las cortes de los templos. Sus actividades y su proselitismo fueron ilimitados. Él rompió los círculos domésticos y las rutinas de los oficios. Llamó al joven desde su estado; a Mateo desde la oficina de impuestos; y a Santiago desde el negocio de pescado de su padre. Él realizó una demostración final de su ilimitada demanda de humanidad en su Procesión del Domingo de Ramos, y en el día de la Ascensión ratificó y comisionó las actividades proselitistas de su Iglesia para siempre en su colosal encargo a los Apóstoles: “Por tanto id y enseñad a todas las naciones…enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he encomendado y yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo”.

     A pesar de esto, debe recordarse que esto no fue toda su vida en la tierra, es más, no fue una parte considerable de ésta si se estima por el número de años. Porque él estuvo activo por tres años, pero por treinta él estuvo retirado en su casa de Nazareth. E incluso aquellos tres años una y otra vez fueron interrumpidos por retiros: en el desierto por cuarenta días; en la montaña toda la noche en oración; ordenando a sus discípulos a apartarse y a descansar. El gran climax de su ministerio también fue forjado en el silencio y en la soledad. Él se apartó como a un tiro de piedra en el huerto de Getsemaní de aquellos que más lo amaban. Él rompió su silencio en la cruz para despedirse de su propia Santa Madre. Por sobre todo él explícita y enfáticamente recomendó la vida de oración contemplativa como lo más alto que puede vivirse en la tierra. Hablándole a Marta señaló que la actividad, incluso el más necesario de los deberes, no es después de todo donde mejor se puede poner el tiempo y el amor. María ha elegido la mejor parte… solo una cosa es necesaria, y que a ella nadie se la arrebatará, ni siquiera el celo amoroso de una hermana.

      Finalmente la falta ha sido encontrada tanto en Jesús, como en su Iglesia precisamente en estos dos puntos. Cuando Él estaba viviendo una vida de retiro en el país, fue increpado por no asistir a la celebración y exponer sus  afirmaciones en forma clara y justificada, esto es, por la actividad, por sus pretensiones mesiánicas. Y cuando lo hizo se le suplicó  para que ofreciera sus demandas para mantener la paz, para justificar Sus pretensiones de espiritualidad, con humildad y retiro.

III. Por lo tanto, la reconciliación de estos dos elementos dentro del sistema católico es fácil de encontrar

(i) Lo primero es la Divinidad de la Iglesia que da cuenta de su pasión por Dios. Para ella, como para nadie más en la tierra, está revelado el Rostro de Dios como la Absoluta y Final Belleza que yace más allá de los límites de toda la creación. Se puede decir que ella en su Divinidad disfruta incluso en su permanencia en la tierra, de la gran visión beatífica que embelesa siempre la Sagrada Humanidad de Jesucristo. Entonces, con toda la compañía del Cielo, con María Inmaculada, con los Serafines y con los glorificados santos de Dios, ella reside, viéndolo a Él que es invisible. Mientras los  ojos de su humanidad se mantienen en su lugar, mientras sus humanos miembros caminan por fe y no por la vista, ella en su divinidad, que es la garantía de la presencia de Jesucristo en medio de ella, siempre habita en los lugares celestiales y está siempre lista para ir al Monte Sion y a la Ciudad de Dios viviente, y a Dios mismo, el cual es la Luz en la que todas las cosas justas son vistas para ser justas.
        
        No es de extrañar entonces que ahora y siempre algunos hijos elegidos suyos cojan un espejo que refleja lo que ella misma observa con el rostro descubierto: que algunas almas católicas a veces son escogidas y llamadas por Dios para este sorprendente privilegio de repente deben percibir como nunca antes que Dios es la única Belleza Absoluta, y que comparado con la contemplación de esta Belleza – cuya contemplación es después de todo la Vida Eterna a la cual  finalmente cada alma redimida llegará – todas las actividades de la vida terrena son nada. Esta alma en su pasión por este adorable Dios correrá hacia la habitación secreta y golpea la puerta y ora a su Padre que está escondido, y así permanecerá orando. Un canal oculto de vida para la totalidad de este Cuerpo de la cual ella es un miembro. Un intercesor por todos los que componen esta Sociedad de la cual es una unidad. En silencio ahora ella se sienta a los pies de Jesús y escucha la voz que es como el sonido de muchas aguas. En la blancura de su celda ella lo observa a Él, cuyo rostro es como una llama de fuego, y en la austeridad y en el ayuno ella prueba y encuentra que el Señor es compasivo.

        Desde luego que esto es una locura y un disparate para aquellos que conocen a Dios solamente en su creación, y que le imaginan meramente como el alma del mundo y la vitalidad de la vida creada. Para éstos la tierra es su mayor cielo y la belleza del  mundo la más noble visión que puede ser concebida. Sin embargo, esta alma que es católica entiende que el Trono Eterno está de hecho por encima de las estrellas y que la trascendencia de Dios es tan verdaderamente cierta como su inmanencia. Dios  en sí mismo, aparte de todo lo que ha hecho, es todo justo y se basta a sí mismo en Su propia Belleza. Para tal alma, si está llamada a una vida como esta, no necesita que la Iglesia declare explícitamente que la vida contemplativa es la más alta. Ella ya lo sabe.

(ii) Al primer gran mandamiento de la ley entonces le sigue inevitablemente el segundo, y la interpretación católica del segundo es, para lo que piensa el mundo que no entiende ninguno de los dos, tan extravagante en su interpretación como lo es el primero. Porque esta Divina Iglesia, que conoce a Dios, es también una sociedad humana que habita junto a los hombres. Y ya que ella unifica en sí misma la divinidad y la humanidad, ella no puede descansar hasta que las ha unido en todas partes.

          Como ella vuelve su mirada de Dios a los hombres, contempla las almas inmortales hechas a imagen de Dios y hechas para Él y por Él solo, buscando satisfacerse a sí mismas con la creación en lugar de con el Creador. Ella escucha al mundo predicar la santidad del temperamento y la santidad del individualismo, como si ahí no existiera un Dios trascendente ni una revelación externa objetiva jamás hecha por Él. Ella observa como los hombres, en lugar de buscar conformarse con la revelación de Dios hecha por él mismo, intentan más bien conformar tales fragmentos de esta revelación a lo que ellos han llegado según sus propios puntos de vista. Ella escucha hablar acerca de “los aspectos de la verdad”, de las “escuelas de pensamiento” y de “los valores de la experiencia” como si Dios nunca hubiera hablado de ambas en los truenos del Sinaí o incluso en la voz de Galileo.

        ¿No es de extrañar entonces que su proselitismo aparezca ante el mundo tan extravagante como  su contemplación; su pasión por los hombres tan poco razonable como su pasión por Dios, cuando este mundo la ve ofrecerse a sí misma desde sus claustros y de sus lugares apartados para proclamar como con trompetas aquellas demandas de Dios que Él ha dado a conocer, aquellas leyes que Él ha promulgado y aquellas recompensas que ha prometido? Porque, ¿cómo puede ella hacer lo contrario cuando ha mirado el glorioso Rostro de Dios y luego los rostros vacíos y complacientes de los hombres y sabe de la infinita capacidad de Dios por satisfacer a los hombres y la incapacidad casi infinita de los hombres por buscar a Dios, cuando en efecto ve alguna pobre alma encerrándose dentro de los mortales y fríos muros de su propio “temperamento” y “punto de vista individual”, cuando la tierra, el cielo y el Señor de los dos está esperando por ella afuera?

        Luego, la Iglesia está muy interesada en los hombres y muy absorta en Dios. Por supuesto que está muy interesada y muy absorbida porque sólo ella conoce el valor y la capacidad de ambos porque ella que es ambas: divina y humana. Porque la religión para ella no es un triunfo elegante, ni una gentil filosofía, ni un agradable esquema de conjeturas. Es el vínculo ardiente entre Dios y el hombre, ninguno de los dos puede estar satisfecho sin el otro: Uno en virtud de Su Amor y el otro en virtud de su ser creado. Sólo ella entiende y reconcilia la tremenda paradoja de la Ley que es tan vieja como nueva: “Amarás al Señor vuestro Dios, con todo vuestro corazón…y al prójimo a ti mismo”.



    











martes, 17 de marzo de 2015

Bensonians en Adelante la Fe

                                                Adelante la Fe

Estimados Lectores: me ha sido dada la honrosa oportunidad de ser partícipe de los colaboradores de la página Adelante la Fe. Para mí, que conozco mis limitaciones al escribir, es todo un privilegio y un gran desafío estar junto a tantos buenos autores y a fieles sacerdotes católicos. Como Beatrice Atherton ustedes encontrarán alojado el blog de Bensonians en Adelante la fe.
Duc in Altum!

lunes, 16 de marzo de 2015

Lo que nos queda por hacer



          Un lector amigo me envió esto del padre Castellani. No crean que estoy envuelta en un pesimismo desesperanzador, pero las cosas se están poniendo complicadas y enhorabuena, por fin sabremos quien es quien: quien está contra Cristo y quien con Cristo; quien con su Santas Leyes y quien quiere falsificarlas. Quizás estemos viviendo ya dolores del parto, yo no lo sé, pero ¡cómo me gustaría que así fuera pues, ¿no rezamos para que venga Su Reino? Por ahora este consejo del padre Castellani sirve para seguir dando la batalla, al menos, contra uno mismo.

« Mis amigos, mientras quede algo por salvar, con calma, con paz, con prudencia, con reflexión, con firmeza, con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por salvarlo. Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía hay que salvar el alma (...) Es muy posible que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa nueva falsificación del catolicismo a la que aludí más arriba, la contextura de la cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que, para un verdadero cristiano, dentro de poco no haya nada que hacer en el orden de la cosa pública. Ahora, la voz de orden es atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del mundo, creer en Cristo, hacer todo el bien que se pueda, desapegarse de las cosas creadas, guardarse de los falsos profetas, recordar la muerte. » 

                                   R.P Leonardo Castellani, Decíamos ayer. 

sábado, 14 de marzo de 2015

Jubileo de la Misericordia: un par de ideas, por Laurence England


El Jubileo de la misericordia...¡no puede ocurrir lo suficientemente pronto!
        Un Jubileo de Misericordia suena maravilloso. Estaría muy feliz por esto en los pontificados anteriores, pero este no es un tiempo ordinario.

      ¿Fue una idea del cardenal Baldisseri? ¿Una genial idea del cardenal Kasper? Después de todo él es un experto en misericordia. ¿O no?

         Yo solamente puedo hablar por mí. He tenido dos años de esta extraña “anulación misericordiosa” de las leyes de Dios, por tanto en el Vaticano existe un extraño flujo de rarezas. En estos dos años mi cinismo ha madurado.

         Los católicos fieles no van a decir ni dicen “¡hurra!” a lo que parece ser un manto de traición de la Jerarquía a las propias enseñanzas de Cristo respecto a la distribución de la Comunión a los adúlteros vueltos a casar y a otros rejuntados pecadores en pecado mortal. Ellos no van a decir “¡hurra!” al tratar a la Sagrada Eucaristía como si fuera una inalterada pieza de pan y vino. Así que ahora a nosotros nos van a hacer sentir realmente como culpables hasta el estado de parias, por resistir al evidente astuto plan de manipular el Sínodo con la más perpicaz institución del Año Jubilar de la Misericordia.

        “Tú no puedes estar en desacuerdo con nosotros sobre la propuesta de Kasper. Es el año de la misericordia. ¿Acaso no sabes? ¡Y…y él escribió un libro sobre la misericordia! ¡Ahí tienes! ¡Si tú no participas de esto eres un inmisericordioso!

     Como digo, yo me he vuelto un poco cínico, pero estoy seguro que otros sienten lo mismo. Mi buena fe en este pontificado con su particular “agenda” se ha agotado. Y ahora espero lo peor. Es bizarro que de repente, cuando le conviene al Papa, una venerable costumbre de la Iglesia reverenciada por sus predecesores – una costumbre de un admirable antiguo origen, que precede incluso a la Tradicional Misa Latina que él ha rechazado públicamente – es  súbitamente vista como algo positivo más que como algo negativo. El cínico debe decir que esto es porque de repente una venerable antigua costumbre conviene a su “agenda” personal.

       Y con todo, un año de la misericordia. Veamos. Tradicionalmente, de acuerdo a la definición que da Wikipedia, un Año Jubilar es un año en el cual los esclavos y prisioneros serían liberados; las deudas serían olvidadas; y la misericordia de Dios se manifestará particularmente”. Siendo así entonces, ¿Qué hay de levantar todas aquellas  restricciones a los Frailes de la Inmaculada? ¿No? En un Año Jubilar de la Misericordia, ¿Qué hay de enseñar a los fieles y a los demás la Verdad proponiendo una Catequesis que enseñe que podemos ser condenados por nuestros pecados y que busquemos la misericordia de Dios? ¿Qué hay acerca de conceder los sacramentos a los católicos alemanes de buena fe y voluntad incluso si no han pagado sus impuestos eclesiales? ¿Qué hay acerca de la suspensión de todos los insultos y de la hostil atmósfera de recriminación directa a los cardenales, obispos y sacerdotes fieles cuyo único crimen es desear aferrarse al Magisterio y a la promoción de la liturgia tradicional?

      Sí, el Año Jubilar de la Misericordia se me hace que, en el año de nuestro Señor 2015, está siendo un tanto más político que un esfuerzo espiritual;  por lo que lo ha precedido, que por ser en sí mismo laudable. A pesar de mi cinismo espero que lo tocante hacia los fieles al magisterio, hacia quienes celebran la Misa de siempre y hacia aquellos que rigurosamente se oponen a la dirección expuesta en la primera parte del Sínodo de la Familia, esta misericordia venga ágil y rápidamente. Espero y rezo también para que esto  lleve a muchas almas hacia el Sagrado Corazón de Jesús, nuestro Divino Redentor, que es tan rico en misericordia y compasión para con los pecadores.