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jueves, 29 de enero de 2015

Paradojas del Catolicismo: La Paz y la Guerra

                           Paradojas del Catolicismo

                                La Paz y la Guerra

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados Hijos de Dios.   (Mateo 5, 9)
No creáis que he venido a traer paz sobre la tierra. No he venido a traer la paz, sino la espada. (Mateo 10, 34)

                              

        Hemos considerado que una y misma es la clave de las Paradojas de los Evangelios y las Paradojas del catolicismo: que la Vida que los produce es al mismo tiempo Divina y Humana. Vamos a considerar a continuación cómo ésta resuelve las del catolicismo, especialmente aquellos cargos que nuestros adversarios reclaman contra ella. Porque vivimos días en que el catolicismo ha dejado de ser considerado por los hombres inteligentes como algo demasiado absurdo para ser discutido. Motivos concluyentes son dados por aquellos que permanecen fuera de nuestras fronteras, por la actitud que ellos sustentan. Estas acusaciones categóricas que son hechas hacen necesario que deban ser aceptadas o refutadas.

         Ahora bien, aquellos que permanecen fuera de los muros de la Ciudad de la Paz en verdad no saben nada acerca de cómo sus ciudadanos conducen sus vidas, nada acerca de la armonía y conciliación que solamente el catolicismo puede dar. Sin embargo, puede ser que en ciertos lugares en los largos contornos de la ciudad contra el cielo, en el lugar que ocupa en el mundo, en su amplio efecto sobre la vida humana en general, bien puede ser que estos observadores independientes puedan saber más que el devoto que vive dentro. Vamos entonces a considerar sus reflexiones no necesariamente como totalmente falsas. Puede ser que ellos hayan captado vistazos que nosotros hemos omitido y relaciones que cualquiera de nosotros da por aceptado o hemos fallado por completo al verlas. Puede ser que estas acusaciones resulten ser nuestras encubiertas credenciales.

I- Hemos dicho que cada religión digna de ese nombre, tiene como su principal objetivo y su principal demanda a considerar el establecimiento o el fomento de la paz entre los hombres. Señaladamente esto fue así en los primeros días de la cristiandad. Fue esto lo que el gran Profeta predijo acerca de la labor de su  Divino Fundador cuando viniese sobre la tierra. La naturaleza recobrará su armonía perdida y la discordia entre los hombres cesará cuando Él, el Príncipe de la Paz se aproxime. Las grandes bestias yacerán juntas en amistad. El león y el cordero, el leopardo y el niño. Es más, fue un mensaje de paz el que los ángeles proclamaron sobre Su cuna en Belén. Fue el Don de la Paz el que él mismo prometió a sus discípulos. Fue la Paz de Dios que sobrepasa a todo conocimiento la que el gran Apóstol elogió de sus conversos. Entonces, tal como lo dijimos, esto es la esencia del catolicismo. Esta es la suprema bendición de los pacificadores: que ellos serán llamados Hijos de Dios.

      Sin embargo, cuando nos volvemos al catolicismo se nos hace ver que él no es un recolector, sino un dispersor; que la Iglesia no es una hija de la paz, sino una madre de desunión. ¿Existe hoy en Europa un país atormentado, retóricamente hablando, que no le deba a los reclamos del catolicismo parte de su propia miseria? ¿No es sino el catolicismo el que subyace en el corazón de la lealtad dividida de Francia, en la miseria de Portugal o en las discordias de Italia? Miramos atrás en la historia y encontramos el mismo cuento donde sea. ¿Qué fue lo que en la política de Inglaterra produjo tantos disturbios desde el siglo XII hasta el siglo XV, y la desgarró en dos en el siglo XVI, por una resuelta rebeldía de esta nación adolescente a la tiranía de Roma? ¿Qué subyace en las guerras religiosas de Europa; detrás del Fuego de Smithfield, del potro de Isabel; del sangriento día de San Bartolomé sino la intolerante e intolerable religión que no llegaría a ningún acuerdo incluso con el más razonable de sus adversarios? Desde luego que es imposible determinar en conjunto la culpa al decir que en muchas instancias fue el católico el agresor, sin embargo, no es menos cierto decir que los principios católicos son los que dieron la ocasión, y el católico reclama ser la infeliz causa de todos este incalculable torrente de miseria humana.

        Tal como hemos dicho cuán singularmente diferente es esta religión de la discordia a la religión de Jesucristo; a todos aquellos reclamos dogmáticos y disciplinarios a la mansedumbre del Pobre Hombre de Nazaret. Si la verdadera cristiandad se haya hoy presente en cualquier lugar, entre éstos se haya oculto, y más bien debe buscarse entre nuestros humanitarios gentiles de cada país. Hombres que luchan por la paz a toda costa, hombres entre cuyas principales virtudes están aquellas de la tolerancia y la caridad. Hombres que, en su caso, se han ganado la bienaventuranza de ser llamados hijos de Dios.

II.- Demos una vuelta a la vida de Jesucristo a partir de la vida del catolicismo.  De hecho, en principio parece como si el contraste pareciera estar justificado. Nosotros no podemos negar los cargos de nuestros críticos. Cada una de sus afirmaciones históricas son verdad, y además es verdad que el catolicismo ha dado ocasión para más derramamiento de sangre que cualquiera de las ambiciones o celos humanos.

      Además es cierto que Jesucristo pronunció esta bienaventuranza; que él pidió a sus seguidores buscar la paz y que Él les recomendó, en el climax de su exaltación, la paz que solamente Él podía otorgar.

      Sin embargo, cuando lo observamos más de cerca el caso no es tan simple. Primero porque, ¿qué fue de hecho, el efecto directo e inmediato de la Vida y Personalidad de Jesucristo sobre la sociedad en la cual Él vivió sino esta gran discordia, este gran derramamiento de sangre y miseria, que son los cargos que se levantan contra su Iglesia? Fue precisamente por esta cuenta que Él fue entregado a las manos de Pilato. Él irritó a la gente. Se ha hecho a sí mismo rey. Es un contencioso, un demagogo, un ciudadano desleal, un peligro para la paz de Roma.

      En efecto, aquí parece haber sido de excusa para estos cargos. No fue el lenguaje del moderno “humanitarismo” de los modernos tolerantes “cristianos” el que salió de los labios divinos de Jesucristo. “Id y decid a esas raposas”. Él reclama a los gobernantes de su gente: “¡Ay de vosotros sepulcros blanqueados por dentro lleno de huesos de muertos! ¡Vosotros víboras!”  Este es el lenguaje que él usó para con los representantes de la religión de Israel. ¿Es este el  tipo lenguaje que oímos de parte de los modernos líderes del pensamiento religioso? ¿Podría tal lenguaje ser tolerado en un momento por los humanitarios púlpitos cristianos hoy? ¿Es posible imaginar un lenguaje más enardecedor, con más “anticristianos sentimientos”, como lo llaman  hoy, que estas palabras pronunciadas por nada menos que por el Divino Fundador del cristianismo? ¿Qué hay de esa sorprendente escena cuando lanza las mesas en el atrio del templo?

        Y en cuanto al efecto de tales palabras y métodos, nuestro Señor mismo es bastante explícito. “No se confundan” - clama al moderno humanitarismo que reclama para sí el representarlo a Él – “No se confundan porque no he venido a traer la paz a cualquier precio. Hay cosas peores que la guerra y el derramamiento de sangre. Yo no he venido a traer la paz, sino la espada. Yo he venido para dividir a las familias, no a unirlas; a desgarrar a los reinos, no a soldarlos. Yo he venido a poner a la madre contra la hija y a la hija contra la madre. Yo no he venido a establecer la tolerancia universal, sino la Verdad universal”

¿Cómo entonces se concilia esta paradoja? ¿En qué sentido puede ser posible que el efecto de la Personalidad del Príncipe de la Paz, y por lo tanto de su efecto sobre Su Iglesia a pesar de que clama ser amigo de la paz, no debe ser la paz, sino la espada?

III.- Ahora bien (1), la Iglesia Católica es una sociedad humana. Es decir, está constituida por seres humanos. Humanamente hablando ella dependerá de las circunstancias humanas. Ella puede ser asaltada, debilitada y desarmada por enemigos humanos. Ella mora en medio de la sociedad humana, y tiene que tratar con la sociedad humana en la que está.

        Si ella no fuera humana, si ella fuese meramente una sociedad divina, una lejana ciudad en los cielos, un lejano futuro ideal a la que la sociedad humana se está aproximando, no existiría conflicto en absoluto. Ella nunca se encontraría cara a cara con el shock de las pasiones y de los antagonismos de los hombres. Ella podría suprimir, de vez en cuando,  sus Consejos de Perfección, su llamado a la vida más elevada, si no fuera porque estos son principios vitales y actuales que está obligada a propagar entre los hombres.

      Además, si ella fuera meramente humana, ahí no habría conflicto. Si ella de verdad estuviera ascendiendo desde abajo, como simple resultado de un finísimo pensamiento religioso del mundo,  como el mayor sello de agua del logro espiritual, ella podría comprometerse,  contenerse, y permanecer en silencio.  

      Sin embargo, ella es ambas cosas: divina y humana, y por lo tanto, su guerra es cierta e inevitable. Porque ella habita en medio de los reinos de este mundo y éstos están constituidos, hasta el día de hoy, sobre bases completamente humanas. Los hombres de estado y los reyes, hasta el presente, no fundan sus políticas sobre consideraciones sobrenaturales. Su objetivo es el gobierno de sus súbditos, promover la paz y la unión de éstos. Si es necesario hacer la guerra, en nombre de la paz de sus súbditos, en un plano completamente natural. El comercio, las finanzas, la agricultura, la educación para las cosas de este mundo, la ciencia, el arte, la exploración, las actividades humanas en general, éstos en su aspecto puramente natural son el objeto de casi todos los hombres de estado modernos. Nuestros gobernantes están, en sus facultades públicas, ni a favor ni en contra de la religión. La religión es un asunto privado para el individuo, y los gobernantes permanecen a un lado, o en todo caso, confiesan hacerlo.

        Y es en esta clase de mundo, en esta moda de la sociedad humana, que la Iglesia Católica, en virtud de su humanidad, está obligada a habitar. Ella también es un Reino, aunque no de este mundo, sin embargo  está en él.

(2) Porque ella también es Divina, es decir, su mensaje contiene un número de principios sobrenaturales revelados a ella por Dios. Ella está constituida sobrenaturalmente. Ella reposa sobre bases sobrenaturales. Ella no está organizada como si este mundo lo fuera todo. Por el contrario, ella definitivamente coloca el Reino de Dios primero y a los reinos de este mundo, de modo definitivo, en segundo lugar. La Paz de Dios primero y la armonía entre los hombres después.

       Por lo tanto, ella está sujeta a ser ocasión de desunión cuando sus principios sobrenaturales chocan contra los principios de naturaleza humana. Por ejemplo, sus leyes sobre el matrimonio están en conflicto con las leyes sobre el matrimonio de la mayoría de los estados modernos. No sirve de nada decirle que modifique estos principios. Sería como decirle que cesara de ser sobrenatural, que cesara de ser ella misma. ¿Cómo podría ella modificar lo que ella cree que es su Divino Mensaje?

        Puesto que ella está organizada sobre una base sobrenatural, hay ahí elementos sobrenaturales en su propia constitución, los cuales no puede modificar más que los dogmas. Recientemente en Francia a ella le ofrecieron, si lo hiciera,  el reino de este mundo. De hecho, se le propuso que  podría retener su propia riqueza, sus iglesias y sus casas para rendir  su principio de llamamiento espiritual al Vicario de Cristo. Si ella hubiera sido solo humana, ¡cuán evidente hubiera sido su deber! ¡Qué inevitable hubiera sido para ella modificar su constitución en concordancia con las ideas humanas y para preservar sus propiedades intactas! ¡Cuán enteramente imposible debe ser tal ganga para la sociedad que es tan divina como humana!

       ¡Entonces a tomar coraje! Deseamos la paz por sobre todas las cosas, esto es, la Paz de Dios, no la paz que el mundo que puede darla y después quitarla también. No la paz que depende de la armonía de la naturaleza con la naturaleza, sino de la naturaleza con la gracia.

    Mas, mientras el mundo esté dividido en fidelidades; mientras el mundo, o un país, o una familia o incluso el alma individual base en sí mismo los principios naturales divorciados de los divinos; mientras a este mundo, a este país, a esta familia y a este corazón humano la religión sobrenatural del catolicismo les brindará la espada, no la paz. Y lo hará hasta el final, hasta el final mundial aplastante del Armagedón mismo.

       “Yo vengo” – clama el Jinete sobre el Caballo Blando – “a traer la paz, pero una paz que el mundo jamás sueña. Una paz construida sobre  los eternos cimientos del mismo Dios, no sobre las movedizas arenas de los acuerdos humanos. Y hasta que la Visión claree, debe haber guerra, en efecto, hasta que la Paz descienda y sea aceptada. Hasta entonces, más vestidos deben ser salpicados con sangre y desde mi Boca vendrá de vuelta no la paz, sino la espada de doble filo”.




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